Su modelo ha sido el ser humano. Tienen piel, como nosotros. Y aunque han sido fabricados para trabajos pesados o excesivamente mecánicos, pueden desempeñarse como guerreros o como amantes exquisitas. Son fruto de la imitación más perfecta y, por eso precisamente, se mimetizan con facilidad entre los humanos. De allí que sea necesaria la presencia de un blade-runner para poder ubicarlos, reconocerlos y hacerlos desaparecer.

Pero este modelo de replicantes posee además otro atributo bien particular: se les ha creado un pasado, una historia. Tienen recuerdos. Tal implante les ha permitido conocer aquella dimensión celosamente humana, los sentimientos. Es más, al estar capacitados para recordar, para saberse con un pasado, esto les ha abierto a la angustia, al deseo por perpetuarse en el tiempo. Y como el Nexus-6 sabe que su duración es de 4 años, anhela, lucha, busca prolongar un tanto ese límite.

 Los Nexus-6 pueden llorar, pueden amar, pueden perdonar. Claro, también odian. Temen que sus pupilas se dilaten ante la piedad o el asco, ante las tortugas patas arriba a pleno sol o el imaginar ingerir un plato de carne de perro. En cierta forma, estos replicantes viven una paradoja: son lo más parecido a los humanos, pero deben parecerse lo menos, para no ser descubiertos por un blade-runner. Tal vez en eso radique su esclavitud, en ser esclavos del miedo.

Pero el Nexus-6 no teme a la muerte, la acepta. Respeta a la vida, añoraría tener aún más de ella, pero no sufre ante la inminencia de su pérdida. Los Nexus-6 no son como nosotros, eternos esclavos del miedo a la finitud, más bien parecen dioses en su corta existencia.

Este imaginario del Nexus-6 puede muy bien emparentarse a otras creaciones humanas: el golem, el monstruo de frankenstein…Y, en todas ellas, siempre la creación va en busca de su creador, de su padre, de su tótem. Siempre como hijos pródigos que retornan a su casa. Esta vuelta hacia el útero-paternal termina, por lo general, en la destitución del arquitecto inicial. Hay en esta actitud un señalamiento a una irresponsabilidad: la vida emulada que se piensa perfecta en los laboratorios o en los talleres termina siendo imperfecta, y lo es porque la vida emulada no puede comprender cómo su creador lo hizo finito, cómo le permitió saborear la exquisitez de la vida para luego arrebatársela. Los homúnculos no comprenden esa otra paradoja. ¿Ser la vida para luego ser muerte? Ahí, en ese apetito de eternidad, los Nexus-6 emulan perfectamente a los humanos; logran entender el sentido profundo de la libertad, intuyen el infinito, y saben que al morir —así sea de manera un tanto elemental— nuestro espíritu o nuestro pensamiento se convierte en una paloma blanca en pos de esa inmensidad que llamamos cielo azul.