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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: diciembre 2012

Año viejo y año nuevo

31 lunes Dic 2012

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Año viejo

Los cierres de época o los inicios de un nuevo tiempo son ocasiones para celebrar o estar de fiesta. Tal es el caso de las festividades de fin de año, con sus rituales, sus agüeros y su ambiente de renovación.

Pero esta celebración se mueve en una doble lógica. De un lado, se desea “sacar” o lanzar afuera lo que dejó el año que termina. En una especie de purga, se bota la ropa usada, se hace aseo en toda la casa o se realizan baños con diversas hierbas para sacar “las malas energías”. De otra parte, nos vestimos con ropa nueva –“estrenamos” –, hacemos proyectos de toda índole, contamos dinero para llamar a la prosperidad o la buena fortuna, y asumimos un espíritu positivo o de optimismo a toda prueba.

Piénsese, como ejemplo de ese primer movimiento de lo que vengo diciendo, la quema del “año viejo”, una costumbre anclada en algunos pueblos latinoamericanos. Al prender fuego a tal monigote lo que se desea incinerar es lo negativo, lo que deseamos olvidar o aquellas cosas adversas que nos afectaron física o psicológicamente. Ese muñeco hace las veces de chivo expiatorio; con él, con su incendio, suponemos que también se extinguen los males o las enfermedades que nos atenazaron el alma o habían hecho posada en nuestro hogar. Esta quema, por lo mismo, es un rito de purificación, un preparar el terreno para una nueva siembra.

Y al mismo tiempo, en el otro lado de dichas festividades, está toda esa parafernalia mágica de los agüeros, en la que confluyen ponerse una ropa interior de un especial color, consumir determinados alimentos a determinada hora, hacer particulares acciones con el fin de orientar el variable caminar del destino o fijarle alguna ruta al futuro o al incierto año que comienza. Detrás de cada uno de estos signos lo que hay es un afán de las personas por deletrear el futuro, por adivinar o prefigurar un rostro que siempre será desconocido. O de pronto es la manera como los animales de costumbres hacemos un espacio mágico para que pueda entrar lo nuevo, lo impredecible a nuestras vidas.

Sabemos que estas fiestas hunden su raíces en antiquísimas costumbres agrícolas de cambios de estación y en una voluntad de los seres humanos para renovarse o domeñar el tiempo. Tal vez la misma naturaleza, con sus ciclos de finitud y renacimiento, nos dio luces para aprender a despojarnos de lo perjudicial y malsano y acoger lo beneficioso y fructífero. Sea como fuere, el cierre de un año es también el inicio de un nuevo tiempo, de otra etapa de nuestra vida.

Por tal motivo, a la par de los augurios, de la cena y la fiesta, y de todas esas prácticas caseras de premonición, bien vale la pena en el cierre de un año disponer de unos minutos para hacer un balance de lo vivido y disponer los puntos de orientación de algunos proyectos. El balance es fundamental si tenemos la costumbre de discernir sobre lo que hemos hecho o dejado de hacer, si en verdad hay un propósito de vida al cual nos sentimos comprometidos o tratamos de cumplir; y fijarse algunos proyectos resulta imprescindible, si es que anhelamos ir más allá de la sobrevivencia y mantener en alto algunas utopías. Son los proyectos los que en verdad nos impulsan a innovar o nos despiertan de la infértil modorra o la imperturbable comodidad. Si no fuera por ellos, permaneceríamos apocados y pasivos ante el porvenir.

Así que, en las festividades de fin de año, a la par que nos regocijamos por la tarea cumplida o por la enfermedad superada, al mismo tiempo que damos gracias por algún beneficio recibido o nos abrazamos y enviamos mensajes de salud y prosperidad, es conveniente también disponer nuestra mente y nuestro corazón para que aniden incipientes sueños o empiecen a tomar forma ideales insospechados. Es esencial, entonces, mantener una mirada retrospectiva para ser agradecidos, pero de igual modo es útil hacer que todo nuestro ser avizore el porvenir con el ánimo repleto de nuevas metas por alcanzar y recupere su vocación de aventurero para adentrarnos en esas tierras inexploradas que abren sus fronteras con el año que comienza.

Ilustración de Jon Krause

Ilustración de Jon Krause

Seguir la estrella de Belén

23 domingo Dic 2012

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Estrella de Belén con magos

Es muy probable que la inclusión de la estrella en la escena de la natividad de Jesús, haya sido más un aditamento de leyenda que un hecho real. La idea de que unos reyes se hayan puesto en camino tan sólo motivados por un astro luminoso corresponde, sin lugar a dudas, a la irradiación fabulosa de la astrología oriental y no tanto a evidencias empíricas. En todo caso, la presencia de esa luminaria en el nacimiento de Belén entraña un simbolismo de gran impacto en nuestro psiquismo.

Lo primero que llama la atención de esa estrella es la fuerza de su luz. Una especie de llamado silencioso pero imposible de no escuchar. Un faro que grita a nuestra despreocupación o nuestra falta de interés. La estrella de Belén nos convoca, nos centra la atención, nos despierta. Y en ese mismo grito de luz fulgurante reside también su seducción. Una vez la oímos o quedamos atrapados por su destello, lo que ansiamos es seguirla, ir en pos de su invitación celeste. La estrella de Belén, su función simbólica, consiste en aparecer como un cautivador destello para sacarnos de la comodidad o del apoltronamiento. Y cuando uno ve o tiene escucha fina para tal astro, lo más seguro es que renazca el deseo de aventura o el anhelo de alcanzar nuevas metas. La estrella de Belén nos pone en actitud de peregrinación, de viaje hacia dentro o fuera de nosotros.

Un segundo aspecto de este astro es servir de compañía. La estrella de Belén, y de manera especial cuando ya vamos bien adentro del camino, convierte sus rayos en calor acogedor, en brazo brillante para contrarrestar el frío del desánimo. Al saber que el astro sigue con nosotros, que no nos abandona, sentimos el ardor de su custodia, el fuego protector de su abrazo de luz. La estrella de Belén no sólo es una invitación para sacarnos de nuevo a la intemperie de lo desconocido sino que, además, cumple el papel de servirnos de escudo, de techo protector, de manta o abrigo. Puesto de otra forma, cuando seguimos en serio una estrella de Belén, cuando de veras estamos aferrados a ese foco titilante, el mismo astro cumple el papel de amparo o resguardo. Se convierte en un talismán de refulgente protección.

Cabe mencionar otra característica: la estrella de Belén permanece como un punto de referencia inequívoco y duradero, como un faro orientador, como un norte de certeza resplandeciente. A pesar de las vicisitudes del tiempo o de las variables condiciones de los caminantes, el lucero se mantiene con su ojo de vigía, dispensando a aquellos que lo miran un punto preciso en el mapa de lo posible o una señal que, como guía magnífica, rectifica el rumbo y vuelve a poner nuestras naves en la dirección indicada. La estrella de Belén, en este caso, simboliza aquel eje de luz en el que centramos la razón de ser en este mundo; nuestro tesoro; eso que da sentido a nuestra existencia. Es decir, esa luminaria a partir de la cual hacemos girar nuestras acciones cotidianas y nuestras tareas de sobrevivencia. Quien tiene una estrella de Belén no se desvía con facilidad de su proyecto vital o vive naufragando en los mares agitados de la mera sobrevivencia. 

Por supuesto, la estrella de Belén sólo es visible para algunas personas en determinadas circunstancias. O a lo mejor, su luz siempre está ahí, pero no todos la perciben o tienen su espíritu dispuesto para descubrirla. Se necesita cierta sutileza de mago para entrever entre la noche y el infinito cielo una estrella especial, una que anuncia un especial nacimiento. Tal vez se trate de un problema de afinamiento de los sentidos, de refinamiento de nuestras sensaciones. Quizá sea necesaria también una buena dosis de paciencia para permanecer muchas noches en vela contemplando el firmamento. Sea como fuere, la estrella de Belén es un astro de la oportunidad. Por eso es clave, cuando veamos o reconozcamos esa estrella, no postergar la salida, armarse de valor y entusiasmo para comenzar la romería o la aventura. La estrella de Belén nos invita a apreciar y tomar entre nuestras manos la resbaladiza piel del tiempo.

Por eso, más allá de que creamos o no en la natividad de Jesús, aún pasando por alto su halo de leyenda, lo importante en nuestra vida es no dejar de perseguir una estrella de Belén. Puede que ese astro sea para algunos un ideal que de pronto aparece o un negocio que asoma cuando menos lo pensábamos; o puede ser el emerger de un reto que parece inalcanzable aunque lo sabemos cierto y productivo para nuestro crecimiento; o puede tratarse de la manifestación de un sentimiento o un afecto por alguien que lanza sus llamados para que nos maravillemos con el milagro de la amistad, el amor, la solidaridad…  No hay que dejar de andar, como magos, en pos de una estrella. A veces, tendremos que dejar atrás muchas de nuestras certezas; despojarnos de vetustos miedos; atrevernos a dar el salto hacia lo inexplorado. Pero no debemos olvidar mirar hacia el cielo. No podemos claudicar a nuestra condición de ser criaturas opacas, sí, pero también seres fascinados y ansiosos por la transparencia de la luz.

(De mi libro Ser viento y no veleta. Pistas de sabiduría cotidiana, Kimpres, Bogotá, 2010, pp. 163-166 ).

Sobre los regalos

14 viernes Dic 2012

Posted by fernandovasquezrodriguez in Aforismos

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Papá noel

El regalo es una extensión del donante. Así que, el mensaje es a la vez el mensajero.

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Lo que guarda en el interior cada regalo es la posibilidad de la sorpresa.

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Envolvemos los regalos para que permanezca brillante la luz de la alegría.

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La envoltura del regalo es tan importante como su contenido: es la seducción previa a la entrega de lo íntimo.

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Los regalos más hermosos, los inolvidables, son aquellos que nunca esperábamos.

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No hay regalo genuino sin una larga búsqueda. El camino al corazón de otro ser humano no va en línea recta.

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Salir a buscar un regalo es una odisea de exploración: aunque tenemos en mente lo que queremos no sabemos con lo que nos vamos a encontrar.

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El gesto preliminar al dar un regalo es un acto de adivinación: el donante presagia los deseos de otro ser humano.

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Aunque el refrán sentencia que “a caballo regalado no se le mira el colmillo”, lo que a veces necesitamos es una silla de montar.

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Quien hace un regalo es un arúspice de la alegría. Todo presente, entonces, es en sí mismo un presagio.

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Ciertos regalos desacertados que recibimos hablan más del donante que del obsequio.

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Humilde función del papel con que se envuelven los regalos: servir de cáscara al fruto de la sorpresa.

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Los “bonos” que ahora pululan en el comercio, aunque facilitan la tarea del que regala, matan la sorpresa inherente a todo regalo.

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A veces no sabemos qué regalarle a alguien porque ansiamos llegar a lo profundo de un ser humano manteniéndonos en los márgenes.

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Los regalos dispuestos alrededor del árbol de navidad se asemejan a niños alrededor de su madre. En ambos casos, es el dar lo que está en el centro.

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Hay regalos que su mayor costo está en la búsqueda, no en el precio.

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Los regalos que mayor satisfacción producen al darlos son aquellos que se ajustan a las manos del necesitado.

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Si el regalado no está dispuesto a recuperar los dones mágicos del niño interior, el obsequio será apenas una mercancía.

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Lo hermoso de las cartas enviadas al niño Dios es que además de tener como destinatario un imposible, se escriben con el fervor de la esperanza.

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La espera en el regalo está hecha de la misma materia con que se elabora la sorpresa.

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En muchas ocasiones el mejor regalo, el más importante, es la sencilla presencia.

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Extraña manera de relacionarse algunas personas con los regalos: los brazos abiertos para recibirlos; los puños cerrados para darlos.

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El camino hacia el regalar pasa por dos aduanas: la de la gratitud y la del desprendimiento.

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La emoción de recibir obsequios es, en la lista de regalos, una felicidad en diferido.

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Hay regalos que maduran como las frutas. La espera hace más jugosa la alegría de recibirlos.

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Aunque el trueque parece ser el objetivo de algunos regalos, lo esencial sigue siendo el don que no espera retribución.

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Las personas que guardan el papel en el que venía envuelto un regalo –con sus dobleces, su tarjeta y su moño– lo que desean conservar inalterable es el momento de aquella sorpresa.

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Entre el momento de la expectativa –siempre ansiosa– y el instante de destapar el regalo, la persona adulta que lo recibe recupera el gesto propio de la infancia.

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Las dedicatorias que acompañan los regalos son, por lo general, aforismos de la gratitud.

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El ritual de entrega de un regalo es tan importante como el contenido del presente. Una falla en la elección del momento puede destruir la magia de la sorpresa.

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Cuando lo esperado no corresponde a lo que nos regalan, la decepción –así sea imperceptible– le quita brillo al esplendor de la sorpresa.

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La satisfacción mayor para el donante del regalo es que el destinatario lo ojee y manipule muchas veces. Los regalos necesitan ser acariciados para que despidan su fragancia más exquisita.

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Las personas que regalan lo que les han regalado cometen el mayor delito contra la gratitud: considerar como dádiva lo que no necesitan.

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A veces recibimos regalos de personas que nunca esperábamos. Esto prueba la existencia inequívoca de la gratuidad.

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El papel vistoso con que se envuelven los regalos participa de la suerte final de las estrellas: brilla mucho más antes de ser tirado a la basura.

Época de navidad

10 lunes Dic 2012

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Angel navideño 2

Noche de Paz (Silent Night)-Brahms Lullaby

Soy uno de los que disfrutan el tiempo de navidad. Para mí esta época se asocia a la celebración del vínculo familiar, a la refrendación de lo fraterno y a una especial disposición para la alegría, la gratitud y la propensión por lo maravilloso.

Tal vez mi afecto por estas fiestas provenga de mis recuerdos de infancia, o de no haber perdido esa dimensión del niño que se esperanza en el regalo, o quizás, nazca de haber visto durante muchos años –aún en las épocas económicas más difíciles– la mesa abundante, el árbol de navidad lleno de bolas resplandecientes y una romería de familiares entrando y saliendo de nuestra casa. Aunque también es posible que mi gusto por estos días corresponda a cierta sensibilidad de mi espíritu al considerar significativo un tiempo para el agradecimiento.

Es indiscutible: la época de navidad refrenda la importancia del núcleo familiar. El pesebre mismo es un símbolo de la familia reunida. Y si a lo largo del año hemos dejado abandonados a nuestros familiares, en estos días es una “obligación” estar con ellos, conversar, dedicarles tiempo. Nuestra familia es lo más importante, lo que ocupa nuestros pensamientos al igual que la energía de nuestros corazones. Es en este sentido que los regalos y las comidas hallan su justa valía: están allí como un pretexto de reunión, son una especie de invocación recubierta con cintas de colores y papeles de motivos festivos. Estar en familia, por lo tanto, es el verdadero motivo de la cena de fin de año o las fiestas decembrinas.

He mencionado los regalos, esa moneda de cambio afectivo en estas fechas. El regalo es un talismán o una manera de hacer visible afectos y sentimientos. El regalo es una bella forma de despertar en el otro la sorpresa, lo inesperado, la sonrisa o la felicidad. El regalo, que más allá de las demandas masificantes de la sociedad de consumo, pone al ser humano en la tarea de volver importante a otro ser humano para tratar de adivinarlo y prodigarle una muestra de cariño. Un cariño especial. Un cariño empaquetado según una particularidad o un carácter. Por supuesto, no hablo de los regalos comprados masivamente, de los regalos sin rostro. Pienso más bien en ese detalle –humilde, sencillo– pensado y buscado según una historia particular. En esta perspectiva, el regalo es una extensión del donante, un mensaje que también contiene al mensajero. Por todo ello, estos días son propicios para dar, para darse.

Aquí vale la pena ahondar en esto de aprender a dar. Cada vez más hemos ido perdiendo esta virtud. Ni somos agradecidos ni consideramos importante en nuestras vidas compartir lo que tenemos con otros. Nos hemos vuelto avaros, cicateros, ruines. El poderoso no quiere perder ni un centavo de sus ganancias, ni el hermano considera necesario compartir su pan. Y si damos algo es porque calculadamente esperamos recibir; o para –como sucede en la esfera política– “sobornar” o comprometer a otra persona. Es que dar es más difícil que recibir; comporta otras cualidades o cierto temple de nuestro espíritu para el desprendimiento. Dar presupone una mente y un corazón abiertos, una alma capacitada para sobrepasar las barreras del egoísmo. O si se ve de otra manera, dar es lo propio de las personas atentas a las necesidades ajenas; o que, sin reproches, pueden leer la fragilidad de los seres humanos.

Se me ocurre que las navidades son de igual modo un tiempo para perdonar o dejar de lado asuntos marginales y reconciliarnos con nuestros vecinos o nuestros compañeros de trabajo. La navidad, con sus campanas y su algarabía de ángeles, nos advierte de que no vale la pena seguir con ese lastre en nuestro pecho. Más bien, es una invitación a abrir los brazos y dejar que entre el peregrino, a mantener servido un puesto de más en nuestra mesa. Por eso es tan importante la consigna de estos tiempos: “Noche de paz…”, eso anuncian los tamborileros y esa parece ser la buena nueva que se oye por doquier. Al menos por unos días los seres humanos recuperamos el sentido profundo de nuestra imperfección pero sin que por ello tengamos que denigrar o excluir al diferente. Y es que el perdón restaura la confianza, renueva la posibilidad de sabernos partícipes de una comunidad.

Bella época ésta, la de navidad. Oportuno tiempo para que nuestro niño interior, el niño dispuesto para el milagro y la maravilla, ande a su gusto por nuestra casa. Navidad: una época para celebrar cotidianamente la esperanza.

Sueño de navidad Orquesta Filarmónica de Bogotá

Poleas del espíritu

03 lunes Dic 2012

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Grafismo integrado

Desde hace rato he querido escribir algo sobre mis dibujos. Al menos de esos dibujos que acompañan mis libretas de notas o mis cuadernos de apuntes. Tengo una carpeta que he denominado “Grafismo como máquina de guerra”, en la cual he ido recortando y guardando los diversos dibujos que, entremezclados con las notas o los apuntes, emergen como fruto de mi psiquismo más libre y más profundo.

Dibujar para mí, es otra forma de escribir. Es la escritura más directa, la que mejor fluye, la que no está mediada por el concepto. Es una escritura lúdica, juguetona, expresiva, esencial. Una escritura que brota en la medida en que mi aburrimiento ante una charla de esas que no terminan se convierte en un estado insoportable, o cuando durante un evento o una clase, de esas que podríamos llamar “insulsas” o “agresivas”, deseo plantear una “resistencia pacífica”. No es una actividad premeditada; muy por el contrario, es una zona de desfogue, de exclusa, de catarsis. Cuando escribo dibujando me coloco en una actitud de esas que Borges llamaba “pasivas del espíritu”. Me dejo habitar por la línea, por la textura, por la composición azarosa, por el encuentro con los elementos propios de la imagen plástica. Deseo subrayar esa sensación de “abandono” a una fuerza o una pulsión que sólo encuentra su rostro en el dibujo.

Ahora que lo escribo, asocio este “dejarse” permear por el grafismo con un retorno a los inicios del aprendizaje de la escritura. Estoy pensando en Vigotsky, en sus ideas sobre el dibujo en los niños y en el papel del mismo como punto esencial para la enseñanza de las letras. Creo que este retorno a los orígenes es bien sugestivo porque anuncia que enseñar a escribir no está desligado de toda una didáctica de lo visual, de eso que Donis Dondis ha denominado “sintaxis de la imagen”. Creo, entonces, que acudo al dibujo cuando la escritura alfabética no logra seguir adelante, o cuando no sabe por dónde empezar. Y recordando varios de los poemas que he escrito, recuerdo ahora que para comenzarlos, para vencer ese enorme abismo de la página en blanco, por lo general, acudo al dibujo. El grafismo viene siendo como un disparador, como un jalonador de la otra escritura. Las formas llaman a las letras; son como un conjuro, como una oración que las invita o las exorcisa. Aunque también el dibujo lo he utilizado para hacer como el plan de un poema, como un guión visual. Son escenas, secuencias. Se me ocurre que yo necesito, en muchas ocasiones, poder ver o visualizar el escenario, el espacio en el cual va a hallar cabida la escritura. Guardo varios de esos esbozos, de esos dibujos, que vienen siendo para mí como poleas del espíritu, como fórceps para lograr poner afuera algo demasiado prendido o pegado a mis entrañas.

Caricaturas

Otro frente de grafismo son las caricaturas. Cuando las reuniones o los comités se hacen interminables, cuando algún participante habla y habla sin conciencia del tiempo y del interés de su tema, siempre acudo a la caricatura en busca de algo esencial del que vocifera, o lo que me gusta denominar lo particular de “la condición humana”. Esta pasión por hacer caricaturas es bien antigua en mí, pienso que desde niño. La caricatura me permite indagar o investigar los rasgos principales de un ser humano; la caricatura no es tanto exageración como eliminación de lo secundario. Me gusta ese trabajo de investigación sobre el rostro de las personas porque me demanda ir en pos de lo básico, de aquello que hace ese ser único. En esto, hacer caricaturas se parece mucho a hacer un buen retrato fotográfico, que no es lo mismo que tomarle a alguien una foto. Hay que estudiar al individuo, volverlo un personaje, buscándole ese detalle, ese indicio que apunta a su médula, a lo sustancial de su ser. Dibujar caricaturas es obligar la mirada a afinar su visión, a destilar rasgos, a sopesar gestos, a jerarquizar detalles. La caricatura es una forma de aprender a hacer síntesis. Y también una manera de “atrapar a otro”, de conocerlo a distancia, de hacerle un análisis muy cercano a la desnudez. Son bastantes las caricaturas que pueblan mis cuadernos o mis libretas. Es un grafismo hecho en los márgenes, al lado de la otra escritura, como si fuera el aserrín o las virutas del oficio de escribir. Aunque también podría pensarse que las caricaturas no son marginalidad sino encauzamiento; no lo que está por fuera, sino aquello que mantiene eso que está por dentro. Caricaturas: meditaciones con la mano.

Mencioné que todos estos dibujos están guardados en una carpeta denominada “Grafismo como máquina de guerra”. El apelativo corresponde a la conceptualización de Guilles Deleuze. Pero, yo, quisiera agregarle un tinte personal. El grafismo como máquina de guerra aparece como la defensa de la psiquis ante la arrogancia, el despotismo, la “sobradez”, el orgullo escandaloso o la ignorancia vestida de falsa sabiduría. Por lo mismo, dibujar parece ser una escritura estratégica. La escritura de los que se sienten solitarios o nómadas en ciertos desiertos cotidianos. Ese parece ser otro rasgo del grafismo como máquina de guerra: es una lucha silenciosa, de ermitaños; la escritura de los que por momentos se ven en despoblado. La escritura del aislamiento. Y no son escasas las veces en que nos sentimos así, o que alguien nos hace sentir de esa manera. De allí que al dibujar, al  asumir esa actividad que, por lo común, hago en silencio, me sitúe como un guerrero solitario, como un paladín del grafismo, enfrentado a toda una “caterva de malandrines”, al decir de Don Quijote. El dibujo como máquina de guerra se asemeja mucho a la beligerancia de los profetas en el desierto.

Toten 5

Un punto adicional que considero oportuno mencionar, con relación a mis dibujos, es el papel del ensamblaje o la combinación de elementos disímiles. Un ejercicio un tanto surrealista, si se quiere. O muy al azar. Me gusta ver cómo se combinan en mi grafismo objetos de distinta procedencia o de diversa filiación; un rostro con un pico, un árbol con un pedazo de queso, la cabeza de un pájaro con algunos tentáculos de pulpo: lo más naturalista con lo más abstracto. Los elementos van como buscando una figura, van como hallando una concreción. Hay algo de elaboración totémica en estos dibujos. Son columnatas gráficas, otras torres de babel. Superposiciones, ensamblajes, acoplamientos. Enlaces, conexiones, trabazones… “grafismo bisagra”, podríamos bautizarlo. Coito de líneas y de texturas. Apareamientos de formas… Sí, también hay en mis dibujos una fuerza, una carga pulsional, un fluir erótico. Claro, esta escritura de grafismo, tan vinculada al cuerpo, no podría estar exenta de erotismo. Libido de dos dimensiones. Dibujo que es impulso genésico, instinto y apetito sexual; celo, ardor, excitación. Desenfreno.

Hay un rasgo más sobre el cual vale la pena decir otras cosas. Algunos de mis grafismos están acompañados de un texto. Son pies de dibujo. A veces tienen alguna relación con la figura, pero en la mayoría de los casos su relación es oblicua o indirecta. “Joven bicho prehistórico a la espera de ser devorado por lo histórico. Escena del natural. Pintura graffiti. Año intemporal”, dice uno de esos textos. Otro, por ejemplo, reza: “Vardaman (hijo). Una niña atormentada por la caída de su padre, o de cómo el complejo de Electra, no es sino una forma de florecimiento vulvar o gatuno”. Tales leyendas, lo analizo ahora, tienen ese mismo sentido de desenfreno, de “escritura automática”. Por supuesto, están constreñidas por “el régimen paranoico significante” pero, en lo posible, fluyen a la par del dibujo. En otros casos, los pies de foto o son el título para el grafismo en cuestión: “Ajedroboe”, “Batwoman”, “Limo Celeste”; o corresponden a una descriptiva paralela a la del dibujo: “Patosmoderno: pico positivista, pata derecha estructuralista, pata izquierda funcionalista, cola habermasiana, cresta híbrida, cuello popular, lomo alternativo, ojo hegemónico”. Valga un ejemplo más de esta última función de los pies de dibujo: “La bases pre de un zapato: remache preliterario, cuero de caverna, aditamentos mágicos, cordón religioso, líneas ornamentales folklóricas, suela lúdica, tacón mítico”… Esta otra escritura, esta escritura parasitaria, depende por completo del aparecer del dibujo. Es una “escritura inquilina”, una “escritura lamprea”… Una escritura semejante a esa anguila que, para sujetarse en el acto de amor a su pareja, tiene que clavarle sus afilados dientes en la nuca.

Había una vez…

01 sábado Dic 2012

Posted by fernandovasquezrodriguez in Del diario

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"Y el ogro se lo comió" de Louis-Léopold Boilly

«Y el ogro se lo comió» de Louis-Léopold Boilly

Todo empezó así: vi en la librería Lerner el último libro de Vargas Llosa, El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, publicado por Alfaguara. Esa misma tarde devoré el prefacio que, es un homenaje a los primeros narradores de historias. Por ser un tema de mi interés, por haber escrito ya algo sobre el primer narrador, me llamó la atención el comentario de Vargas Llosa, sobre una novela suya El hablador, centrada en “una imaginaria averiguación de esos albores de la civilización cuando aparecieron, con los contadores de historias, los gérmenes de lo que, pasado el tiempo y con la aparición de la escritura, llamaríamos literatura”. Aunque seguí la lectura del libro y de cómo Onetti fue construyendo el mundo desesperanzado de Santa María, me impuse la tarea de conseguir la citada novela.

Después de algunas pesquisas infructuosas, porque pensé que el texto existía publicado de manera independiente, logré por fin hallar en mi querida librería Lerner, en uno de los tomos de la Obra Reunida, bajo el acápite de Narrativa breve, el mencionado texto. Esa misma tarde, y en los días siguientes (de eso no hará más de una semana) comencé a adentrarme en el mundo de los machiguengas, de Mascarita, del Instituto lingüístico de verano, de la selva amazónica y la calurosa Firenze… Hoy, hacia las ocho de la mañana he concluido las 255 páginas.

Tomo distancia y reviso mis subrayados: “Gracias a lo que cuentas, es como si lo que ha pasado volviera a pasar muchas veces”; “El hablador, o los habladores, debían de ser algo así como los correos de la humanidad”; “Es probable que sea, asimismo, la memoria de la humanidad. Que cumpla una función parecida a la de los trovadores y juglares medievales”; “Son una prueba palpable de que contar historias puede ser algo más que una mera diversión. Algo primordial, algo de lo que depende la existencia misma de un pueblo”; “La memoria es una pura trampa: corrige, sutilmente acomoda el pasado en función del presente”; “Yo, ¿qué tengo? Las cosas que me cuentan y que cuento, nada más”; “Mucho aprendo en cada viaje, escuchando”; “Escucho con atención, como él hacía. Con cuidado, con respeto, escuchando (…) Ahí están: hablando. Los huesos, las espinas. Los guijarros, los bejucos. Las matitas y las hojas que están brotando. El alacrán. La fila de hormigas que arrastra el moscardón al hormiguero. La mariposa con arcoiris en las alas. El picaflor. Habla el ratón trepado en la rama y hablan los círculos del agua. Quietecito, tumbado, con los ojos sin abrir, el hablador está escuchando (…) Todos tienen algo que contar. Eso es, quizá, lo que aprendí escuchando”; “Algunas cosas saben su historia y las historias de los demás; otras, sólo la suya. El que sabe todas las historias tendrá la sabiduría, sin duda”; “Como los troveros ambulantes de los sertones bahianos que, acompañados por el bordón de su guitarra, entreveraban, en las polvorientas aldeas del Nordeste brasileño, viejos romances mediales y chismografía de la región”; “Pero, todavía más que el trovero del sertón, fue el seanchaí irlandés quien me había evocado, y con qué fuerza, a los habladores machiguengas. Seanchaí: ‘Decidor de viejas historias’, ‘aquel que sabe cosas’, tradujo al inglés, distraídamente, alguien, en un bar de Dublin”; “Los habladores machiguengas habían vivido conmigo, intrigándome, desasosegándome, y que, desde entonces, mil veces traté de imaginarlos en sus peregrinaciones a través de la floresta, recogiendo y llevando historias, cuentos, chismes, invenciones, de una islita machiguenga a otra, en ese mar amazónico en el que flotaban, a la deriva de la adversidad”; “El hombre que perora, ante ese auditorio arrobado, ¿quién podría ser sino aquel personaje encargado de atizar ancestralmente la curiosidad, la fantasía, la memoria, el apetito de sueño y de mentira del pueblo machiguenga?”; “Porque hablar como habla un hablador es haber llegado a sentir y vivir lo más íntimo de esa cultura, hacer calado en sus entresijos, llegado al tuétano de su historia y su mitología, somatizado sus tabúes, reflejos, apetitos y terrores ancestrales”…

Espoleado por la escritura precisa y cadenciosa del novelista peruano (no me había percatado del cuidado en su manera de puntuar) me animo a seguir mis disquisiciones sobre los primeros narradores.

La novela confirma en gran parte mi tesis de que el primer narrador debió salir de lo conocido para indagar en lo desconocido y, luego, retornar a lo conocido para hacer eso desconocido, familiar. Hay cierto nomadismo en el primer narrador, cierta valentía para adentrarse en la selva de lo desconocido, en ese otro mar, o en ese otro desierto. Siempre la infinitud, lo inabarcable, lo insondable. Tal vez ese arrojo es el que les da a los primeros narradores cierta aura de seres sagrados o al menos de personajes heroicos. El narrador fue y volvió. Retornó ileso. Allí radica su poder y, en gran parte, su sabiduría. Conoce que hay más allá de las montañas, allende los mares, al final de las dunas. Su saber está sazonado con los conocimientos propios del afuera, de lo que crece en el abismo o abajo de los desfiladeros. Es una sabiduría recogida, recolectada en sus viajes; una sabiduría que, como en el hablador machiguenga va guardado en su bolsa, en su memoria. Determinada raíz, una piedrecillas especiales, un ungüento, un mito, una anécdota, una invención…

También el relato de Vargas Llosa me sirve para ejemplificar, o al menos para sentir solidaridad en otra tesis personal: la narrativa es un esfuerzo del primer hombre para sortear el olvido, para romperle el espinazo a la nuestra condición finita. El narrador conserva, preserva, tutela, cuida lo más preciado de una comunidad, una tribu, un pueblo, una familia o un individuo. Y aunque pueda parecer una lucha fallida, el narrador persiste en esa tarea de recontar para no dejar perder, de volver a decir para reconstruir, de relatar para reconocer. La comunidad al oír esas historias se reconcilia con sus mayores, con sus ancestros, con sus tradiciones, con sus dioses; los oyentes, a través de las historias del narrador, toman conciencia, caen en la cuenta, despiertan su imaginación, trascienden su rutina o sus hábitos. Es como si el narrador fuera un puente entre lo deleznable y lo perdurable; entre lo sabemos pasajero y aquello otro que entrevemos como permanente. El lubricante de ese mecanismo o como lo llama Vargas Llosa “la savia circulante” es el relato, los cuentos que cuenta el narrador, la literatura, en suma. Las historias del narrador anclan sus pies en el pasado para conectarlo con el presente; son otra forma de filiación, de herencia. Por eso cuando se está sentado alrededor de la voz del narrador, cuando se entra en ese magia o encantamiento, lo que se vive es un no tiempo, un tiempo eternizado, que los cuentos maravillosos saben convocar a partir de una fórmula intemporal: “Había una vez…” Ese pasado rememorado por el narrador es también un hoy y, de alguna manera, un mañana.  Su voz aglutina las formas gelatinosas de la temporalidad; les ofrece un canal, les abre una boca a su fuerza tectónica. Entonces, el viejo querido de la aldea vuelve a aparecer con su chicote y su sombrero de paja, con sus anécdotas y su perro sarnoso; y el tío fantástico, que ahora se encuentra postrado por el Parkinson, se lo ve otra vez echándose encima de sus hombros bultos de yucas o costales de maíz, recupera su juventud y sube vigoroso por los caminos agrestes, abriendo con sus pasos de campesino auténtico una trocha inédita… Todo se restituye. El narrador sutura las fisuras ocasionadas por el tiempo; zurce olvidos; amarra anécdotas sin las cuales nuestra vida sería como un álbum desencuadernado o un espejo vuelto trizas. Las historias del narrador son en verdad un pegamento, un adhesivo de nuestra identidad como personas o como grupo social. El narrador nos recuerda: lo que éramos y lo que somos. A la par que nos pone en situación de escucha, nos exacerba la sensibilidad para no perder la esencia de nuestra mismidad.

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