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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: abril 2013

Ir a la Feria del libro

24 miércoles Abr 2013

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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En la Feria del libro

Cada año espero con emoción y curiosidad el inicio de la Feria del libro en Bogotá. Es una sensación muy cercana a la espera de una fiesta de sorpresas o la expectativa de las primeras citas de amor.

Por supuesto, a otras personas les sucederá lo mismo; quizá sean diferentes ferias (la del vestido, el calzado, la tecnología…) las que produzcan tal estado de excitación. Pero en mi caso, que soy un amante de los libros, estas dos semanas son un deleite para el espíritu y una oportunidad para encontrarme con colegas de pasión y amigos que hace tiempo no veía.

Ir a la feria ―y en este ritual participan de manera acuciosa mi más cercanos familiares― es todo un acontecimiento. Llegar bien temprano y estar en dicho espacio todo el día, yendo de pabellón en pabellón, inspeccionando las novedades, estando atento a las reimpresiones, y oyendo a los genuinos promotores de los diversos stands, es un plan sin igual para alguien que como yo ha cifrado su destino en mantener viva una conversación con estos amigos silenciosos que atesoro como uno de mis bienes más preciados. Estar entre libros, reencontrarse con antiguas lecturas, ver cómo desaparecen y reaparecen sellos editoriales, todo esto lo vivo a la manera de un suceso interesante y repleto de significación.

El plan se hace mucho más motivador si se comparte con amigos; con amigos cómplices de este gusto por los libros. En ese caso, el ir a la feria permite contagiar a otros de una obra, descubrir una referencia desconocida, ponerse en contacto con una línea de pensamiento o hacer contacto por primera vez con un autor. Los amigos, de igual modo, sazonan los recorridos con anécdotas y asociaciones bibliográficas, además de dar prueba de la complicidad necesaria para no cansarse después de las primeras horas y mantenerse de pie en este paseo por salones superficialmente semejantes.

Porque ese es otro asunto fundamental cuando se va a la Feria. Con el tiempo se va desarrollando un olfato para conocer y distinguir dónde hay una editorial confiable, dónde un sello impreso centrado en textos para niños, y dónde un impresor que cuida cada detalle de sus libros. Por lo mismo, en mi caso, ya sé a donde tengo que ir primero y en qué lugar vale la pena quedarse largo rato. Pero como el plan consiste en recorrer en una ida varios pabellones, hay lugares que demandan volver a visitarlos. Por eso asisto varios días a la Feria del libro; para no irme a perder de una “joyita” escondida  en uno de los anaqueles más inferiores u oculta atrás de los  libros más visibles en una estantería.

Creo que la Feria del libro es, desde luego, un homenaje al libro; un espacio para reconocer la función primordial de este mediador de la cultura. El libro, recordémoslo aquí, ha permitido la democratización del conocimiento y ha sido un vehículo para que la libertad de pensamiento halle su mejor escenario. Pero, además, la Feria del libro es un homenaje a la lectura; una oportunidad para dejar de ver a la televisión e internet como los únicos medios de esparcimiento, y para que la familia haga un alto en sus posibilidades de ocio y vuelva a considerar el leer como una de las maneras privilegiadas de disfrutar y aprender al mismo tiempo.

Y hablando de libros, en este año me he encontrado con varias sorpresas. Voy a compartir algunas de ellas, no tanto para presumir de mis hallazgos sino como una forma de hacer extensiva a otros mi alegría de bibliómano: Ensayo sobre la dificultad de decir no, del filósofo alemán Klauss Heinrich (me interesó este texto por centrarse en el “no” como forma de la protesta y quizá contagiado por la película homónima del director chileno Pablo Larraín); El médico divino (I) de Karl Kerényi (he sido un seguidor de este estudioso del mito que ahora husmea en los orígenes de Asclepio, sus lugares de culto y su presencia en textos literarios); ¿Adónde van los valores? Coloquios del siglo XXI (una antología de las reflexiones presentadas por intelectuales de diferentes disciplinas, convocados por la UNESCO); Una mosca en la sopa. Memorias de Charles Simic (hice la elección porque he leído sus poemas y porque los textos autobiográficos hacen parte de mis intereses investigativos); Principios de fotografía creativa aplicada del inglés David Präkel (lo eligí debido a mi pasión por la imagen fotográfica y por esa voluntad didáctica de presentar este oficio en condensados principios); Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México de Carlos Monsiváis (las razones son semejantes a las del texto anterior pero enriquecidas por mi devoción a la escritura de este cronista insigne de la cotidianidad mexicana); ¡El arte o la vida! El caso Rembrandt de Tzvetan Todorov (el motivo de haber adquirido este libro es doble: en parte porque me gusta la prosa analítica de Todorov, y especialmente por ese pintor tan cercano a mi sensibilidad: Rembrandt)…

Pero volvamos al plan de ir a la Feria del libro. Justo cuando se están disfrutando los libros álbum de editoriales como Barbara Fiori, Faktoria K o Kókinos, caemos en la cuenta de que faltan pocos minutos para las siete de la noche y hay que ir a reclamar las bolsas del paquetero. Así que, después de un día de lentas caminatas, de encuentros bibliográficos y reencuentros personales, salgo de la feria con varias bolsas en las manos. Otros paquetes los llevan entre sus brazos los seres amorosos que me han acompañado. Una nueva expectativa crece con fuerza en mi interior: la de llegar cuanto antes a la casa para degustar con detenimiento las recientes adquisiciones que me esperan agazapadas en las bolsas de plástico.

Cuidar a nuestros maestros

19 viernes Abr 2013

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Custodiar a nuestros maestros

Los maestros nos enseñan lo que es posible para alcanzar lo imposible.
Paul Valéry

La función primordial de un maestro es crear las condiciones favorables para que el alumno pueda desarrollar su propio ser. A partir de su ejemplo o de sus conocimientos, el maestro habilita al aprendiz para que logre desplegar sus potencias y con ellas alcance sus más preciados ideales. Es a partir de esa referencia personal propuesta por el maestro como aquellos que aprenden se sienten más confiados y más seguros de empezar su personalísima aventura.

 Sobra decir que esta tarea comporta una especial condición. No cualquiera puede arrogarse el título de maestro. Porque para serlo en verdad, para alcanzar ese estadio de hito o mojón, de faro o brújula para noveles viajeros, se requiere haber trasegado por muchos caminos, sortear variadas odiseas, haber leído y olvidado muchos libros. No basta con saber alguna asignatura o posar de erudito. El maestro no tiene como fin su propia persona. Lo que en verdad pretende es que otros, a través de él –como si fuera una piedra de toque para el espíritu– se enciendan o hallen su propia melodía. Lo que busca el maestro con cada una de sus actitudes es que el alumno sufra una transformación o, mejor, que se descubra. Y sus palabras, sus gestos, van encaminados a lograr tal metamorfosis: a veces empleando medios sencillos y gratificantes y, en otros casos, forzando el material, forjándolo con la fuerza de la exigencia o la penosa disciplina. Pero siempre teniendo en su mente y en su corazón que lo importante está en que el aprendiz sufra o alcance esa mutación, que tenga su verdadero nacimiento.

Como puede colegirse, el ejemplo es consustancial a la labor del maestro. Es muy difícil tratar de enseñar lo que no se pude mostrar o de lo cual no se puede dar fe. El maestro es maestro por lo que habla y por lo que hace o deja de hacer. Todo él, es plena enseñanza. Entonces, cuando se asume esta profesión, se asume también una responsabilidad que la mayoría de las veces no somos capaces de dimensionar. Perdemos de vista la densidad o el alcance de una frase o el impacto de una conducta en alguien que tenemos al frente en actitud de aprendizaje. Cuántos de los comportamientos de algunos maestros marcan la conducta de un individuo para toda su vida; cuántas vocaciones se coartan y cuántas otras despuntan sólo por un gesto o una palabra de un maestro. Tal responsabilidad nos advierte de una ética que deben observar aquellos que optan o desean ponerse en esa situación de pilar formativo para otros. Al ser señales que convocan las miradas, los maestros adquieren un compromiso histórico. Algo más está en juego que la simple transmisión de un saber; lo que de él depende es otra cosa: un hito de sentido para las nuevas generaciones, una perspectiva capaz de construirle horizontes a la humanidad del mañana.

Desde luego que no son únicamente maestros los que laboran en escuelas o centros formales de educación. Hay maestros también en ciertos ambientes institucionales, en la familia o en espacios comunitarios. Lo que importa es el deseo o la intención de alguien para favorecer el desarrollo de otra persona. Cuando eso sucede, cuando un ser humano dedica lo mejor de sus fuerzas y su inteligencia para que un otro avance y logre aflorar en plenitud, de alguna manera se está instituyendo como maestro. Por supuesto, si a eso se suman didácticas y métodos específicos, si se cuenta con útiles adecuados y se tiene la paciencia para saber dosificar y adecuar el tipo de saber a una determinada edad o necesidad, entonces los resultados serán más provechosos o de mayor amplitud. Digamos que si a esa voluntad inicial se le suman unos fines precisos y una estrategia pertinente, estaremos más cerca de adquirir el título de verdaderos maestros. En todo caso, independientemente de la experiencia y de un aval institucional, lo que moviliza la esencia del maestro es su dedicación y su entereza para que un aprendiz se apoye en él y pueda escalar otro estadio de su personalidad, otro nivel o fase de su evolución moral, mental o espiritual.

Nunca acabaremos de agradecer a esas personas que nos ayudaron a ser lo que somos. Serán pocas las palabras para enaltecer a quienes nos sirvieron de hombros fuertes y seguros para divisar otros mundos y otros aires. Por ellos, gracias a su cotidiano esfuerzo, es que descubrimos en nosotros mismos talentos insospechados, habilidades inimaginables, destrezas ocultas o secretas. Gracias al ejemplo de esos maestros afianzamos nuestra confianza y llenamos nuestro pecho del suficiente aire como para desplegar las alas de nuestra existencia y sortear animosos los abismos de nuestro crecimiento.

(De mi libro Custodiar la vida. Reflexiones sobre el cuidado de la cotidianidad, Editorial Kimpres, Bogotá, 2009, pp.53-56).

Ir a una conferencia

06 sábado Abr 2013

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Curso Santillana, Bogotá, Leer textos argumentativos

Admiro y celebro con alegría la actitud de algunos maestros de seguir calificándose o manteniendo vivo su deseo de aprender. Esa tenacidad por no sucumbir a la rutina o conformarse con lo ya sabido es algo que vale la pena elogiar y darle su justa importancia.

Desde luego, para asistir a un curso, un seminario, un taller o algo semejante, lo primero que se necesita es no haber dejado de querer y amar la profesión de enseñar. Sin esa primera convicción, sin ese fuego en el corazón, todo lo que se haga será inútil. Considero  que nadie desea cualificarse en algo si antes no valora su propio oficio, si a lo que hace cada día no lo dota de dignidad o trascendencia.

Lo otro es estar convencido de que alguien también puede enseñarnos alguna cosa nueva. Que, como se dice coloquialmente, un maestro ‒así lleve muchos años en su labor‒ no se las sabe todas. Bajo esta óptica es que cabe asistir con expectativa y emoción a escuchar una charla o una conferencia. Y por considerar que un colega puede enseñarnos algo es que se vuelve a retomar el rol de estudiante, con todo lo que implica de curiosidad y zozobra. Esta disposición de continuar aprendiendo es fundamental  para sacar el mayor provecho de determinado curso de formación.

Un tercer asunto es el de saber organizarse o planificar el tiempo. Digo esto porque el monstruo mayor de los maestros ‒aunque no únicamente de ellos‒ es la de ser devorados por la rutina, por el día a día con sus fauces de tiempo omniabarcante. Así que, si no hay organización en los horarios y las tareas cotidianas, lo más seguro es que no se cuente con tiempo para asistir al curso que nos interesa o a ese otro taller que podría servirnos para cualificar nuestra tarea docente. En algunos casos, no basta con esto sino que, además, hay que “luchar” con las directivas o los jefes inmediatos para hacerles ver la importancia del evento; que no es una pérdida de tiempo sino una genuina inversión en los estudiantes.

Ya en el teatro o en el sitio destinado para el encuentro, fuera de estar atentos, hay que disponer el espíritu o el intelecto de tal manera que en realidad se capte y aproveche lo que se va escuchando. Tomar apuntes, revisar la bibliografía recomendada, seguirle las huellas a ciertas pistas dadas por el conferencista, contribuye a que lo oído no termine en el impacto momentáneo o en una emoción sin resonancia en el tiempo. Entonces, lo mejor es darle a aquellas informaciones una aplicación en el aula o enriquecerlas adaptándolas al propio contexto de trabajo. Si lo escuchado no se valida, se contrasta o se somete al yunque de la cotidianidad docente, lo más seguro es que muera sin haber fecundado la esencia de enseñar y aprender.

Considero vital, en este mismo sentido, el diálogo posterior que se da con los colegas asistentes y con aquellos otros de la institución donde se labora. La charla informal, el compartir un texto entregado o la referencia a una estrategia o un recurso de enseñanza expuesto en el evento, todo ello, contribuye a que lo nuevo reverbere o se agarre mejor a nuestro pensamiento. Hablar con otros de lo escuchado, poner a circular una propuesta, hace que la información se transforme en genuina formación. Permite, en suma, que los datos externos se interioricen y hagan parte de nosotros.

Vuelvo al inicio. Me siento orgulloso de los maestros que sacan unas horas para sentarse otra vez a aprender con el gesto y la actitud de los auténticos estudiantes. Allí, en tal disposición, está una de las claves de mantener la calidad de la docencia y una bonita manera de continuar siendo vigentes o innovadores en la práctica educativa.

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