Ilustración de Christoph Niemann

Buena parte del trabajo de nuestros maestros está marcado por el activismo. Las premuras del día a día, la rutina del dictar clase, la falta de una genuina interacción con pares académicos, etc., van minando la capacidad reflexiva del docente. Le van mermando esa actitud de distanciamiento frente a su propia práctica hasta el punto de hacerle perder de vista la intencionalidad formativa, el valor de su tarea frente al desarrollo humano y, especialmente, las competencias propias de su oficio de maestro.

Tal falta de reflexión sobre su hacer es el que ha llevado al educador a considerar las Didácticas como objetos instrumentales o como técnicas de poco alcance. Pero no es así. La puesta en escena de lo educativo, la práctica misma del enseñar, comporta un saber hacer específico que no sólo vincula al docente como tal sino al campo de conocimientos que él imparte. Por lo mismo, las didácticas necesitan aprenderse, perfeccionarse, ajustarse a nuestro tiempo, enriquecerse a partir de las experiencias de otros… Y ese saber hacer, todavía tan apegado a la oralidad del maestro, merece ser reconstruido. Necesita convertirse en escritura. Entre otras cosas, porque allí hay un elemento clave en la consolidación de la profesión docente.

La didáctica, en cuanto saber hacer, nos invita a enfrentarnos con dos tipos de tareas. De un lado a delinear maneras de enseñar particulares para las distintas ciencias o disciplinas; recordemos, de una vez, que las áreas no son únicamente un depósito de contenidos. Entonces, tenemos que desarrollar modos didácticos lo suficientemente vigorosos como para deslindar unas áreas de otras, y para diferenciar o poder distinguir la enseñanza propia de un ciclo de esa otra que se hace en un grado diferente. La segunda tarea es la que tiene que ver con perfilar un estilo docente, unos rasgos que permitan vislumbrar un tipo de escuela, en el sentido más original del término; digamos para no ir más lejos, que la calidad de la enseñanza de alguna asignatura no puede depender del capricho del educador, o del grupo que le correspondió al estudiante. Toda institución educativa debe ser responsable de la manera como enseñan sus maestros. Y este aspecto debería estar explícito en los Proyectos educativos institucionales.

Por todo lo dicho, es urgente reflexionar sobre el cómo estamos haciendo educación. Desde la manera como planeamos una asignatura hasta el tipo de evaluación que realizamos; cómo manejamos la proxémica y la kinésica en el aula; cómo vinculamos las ayudas en cuanto mediaciones para el aprendizaje; cómo usamos nuestra palabra y qué herramientas de argumentación consideramos válidas… Esta preocupación por la didáctica se presenta hoy jalonada además por la urgencia de desarrollar competencias en nuestros estudiantes, por darle sentido formativo a nuestro trabajo de aula, por otorgarle a nuestras acciones cotidianas un faro de intencionalidad que nos permita salir de la improvisación y el espontaneismo docente.