
Ilustración de Jon Krause
Afirmaba en un texto anterior que la lectura frecuente de poesía me ha ayudado a comprender dimensiones o aspectos de la condición humana. Quisiera en esta ocasión ahondar en las diversas maneras como la poesía, a través de sus versos, ha contribuido a mi percepción del ciclo vital o los avatares de la existencia.
Una vertiente de la lectura de poesía me ha mostrado ante todo la celebración de la vida, su gratuidad, su exquisito don; y también, que el estar enamorados, el apreciar la noche o el disfrutar con plenitud de algo amerita la canción, la exaltación, el elogio lleno de admiración o regocijo. Todo eso lo he leído y aprendido en los versos de los poetas. Nada ha quedado por fuera de esta exaltación y júbilo por la vida: la naturaleza, el cosmos, los seres humanos. La poesía, en esta vertiente, ha subrayado el milagro del universo, sus criaturas y su fascinante existencia. Creo que tal mirada celebrante hacia la vida, hacia lo vivo, me ha permitido mantener un temperamento animoso y lleno de esperanza. Optimista, si se prefiere. Pero no por candidez o falta de malicia, sino porque en los versos de los poetas he encontrado más motivos de agradecer que de culpar, más razones para deslumbrarme ante lo que perciben mis sentidos que justificaciones apáticas o desconsoladas. Para decirlo de manera categórica: la poesía me ha forjado un corazón entusiasta y jovial.
Claro está que a veces la poesía usa este cantar pero en tono elegíaco, de lamento. He leído y releído muchos poemas centrados en la pérdida, en la desaparición de algo hermoso o amado, en la fractura de un ideal, en la premonición del ocaso o el término definitivo. Los versos de los poetas, en esta segunda vertiente, claman a las alturas, imprecan a los hombres para recordarles que la pérdida de una vida, el desamor, el corroer del tiempo en las cosas, todo ello merece tenerse en cuenta. Que allí hay algo importante; que no es un asunto baladí o secundario. En este caso, la poesía me ha ido tallando una fortaleza interior para entender y asimilar lo deleznable de la ilusión, el paso efímero de nuestro trasegar vital, la inminencia del olvido… Pero sin resentimientos o amargura, más bien como parte del escenario vital, como las posibles peripecias de unos actores sometidos a las fuerzas del tiempo, el azar y las necesidades. En todo caso, la lectura de poesía ha tensado el arco de mi espíritu para buscar comprender antes que juzgar, para aceptar lo inevitable con cierto estoicismo parecido a la sabiduría. Puesto de otra forma, la lectura continua de poesía me ha hecho un tanto más filósofo o, al menos, ha dispuesto mi conciencia para el discernimiento.
Así sea como alabanza o lamento la lectura recurrente de poesía me ha ayudado a dignificar profundamente mi existencia y la de los demás. De igual modo, me ha mantenido alerta a la presencia de diferentes seres o a las manifestaciones del cosmos. Considero que habría otra ganancia derivada de las dos anteriores vertientes: aquella de subrayar el misterio o la complejidad de la existencia. La poesía ha contribuido a no dejarme perder el hábito de interrogarme, de formularme preguntas frente a los asuntos inherentes a la travesía de los hombres entre el nacimiento y su muerte. La lectura de poetas, de tantos poemas, ha hecho que la vida mantenga sus enigmas, su carácter insondable y su posibilidad de trascendencia. Es decir, el trato con los versos, ha mantenido intacta mi curiosidad y la capacidad de sorprenderme.
Detengámonos aquí y retomemos el objetivo de estas líneas. Transcribamos otro de mis poemas preferidos con el fin de ejemplificar lo que he venido exponiendo.

FINA GARCÍA MARRUZ: “Yo que hallé en lo escondido una extraña familia”.
El sitio es ahora para otra nonagenaria, Fina García Marruz Badía. La única mujer del grupo Orígenes, regentado por el barroco José Lezama Lima. De esta poetisa y ensayista cubana, nacida en La Habana, en 1923, me son cercanos poemas como “Ama la superficie casta y triste”, “Cada oscura mañana”, “De cómo el tiempo respetó a un poema”, “El pintor”, “A nuestro Lezama”. Pero en esta ocasión deseo escoger el poema “No avanza la ola siempre: retrocede”, de su libro Visitaciones del año 1970.
NO AVANZA LA OLA SIEMPRE: RETROCEDE
No avanza la ola siempre: retrocede
para embestir de nuevo con más fuerza.
Siempre no sube el fuego. Oscilando
en su temblor alumbra, fiel, la vela.
Parpadear que es de fuego y de vigilia
del alma viva. Todo lo viviente
ha de avanzar así, con inseguro
paso que rompa la tiniebla espesa.
Gana perdiendo así, cree dudando,
su fuerza aumenta en la retrocedida
fatal que lo derriba por el suelo.
Porque nada se pierda: tú has querido
que el descender acrezca la subida,
perdamos como olas, como fuegos.
…
En una de las pocas entrevistas que ha dado Fina García Marruz, titulada “Me comunico mejor con el silencio”, comentó aspectos relacionados con la poesía y la época presente. Hago eco de algunas respuestas del diálogo sostenido con Miriam Elizalde y publicado en Cubadebate, en marzo de 2007:
-¿Poeta o poetisa?
Fina García Marruz: Hay algunas escritoras a las que no les gusta la palabra “poetisa”, porque piensan que es más débil que poeta, que afortunadamente termina en “a”. Yo creo que son dos cosas completamente distintas. La poetisa a la que se le pudiera llamar “poeta” es alguien que crea un idioma y Gabriela Mistral creó uno. Sor Juana Inés de la Cruz, por la que siento una admiración enorme, con toda la riqueza de su sensibilidad y estilo, es más bien una poetisa, lo cual no es una debilidad. Sor Juana no es débil en lo absoluto. Un poema es un poema, no tiene adjetivos: tan grande es un poema suyo, como el de Gabriela. Lo que quiero distinguir es que como indica la palabra poiesis, la poesía como creación, es algo muy diferente. James Joyce es un creador de idioma, lo que no son otros excelentes novelistas. Eliseo Diego decía, con toda razón, que había que sacar a Gabriela de la Historia de la Literatura para incorporarla a la Historia de la Lengua.
―¿Usted se siente poeta o poetisa?
Fina García Marruz: Soy más bien una poetisa, si nos atenemos a este análisis.
(…)
―¿Qué es para usted lo más urgente hoy?
Fina García Marruz: Permíteme responder con dos profecías que hizo Martí para Nuestra América. La primera está en la frase “Ya se probó el odio, ahora se prueba el amor”. Me extrañó siempre esa frase, porque da por sentado que el amor ya está instalado en el presente. Pero es que el tiempo de su prosa –como en los profetas– es el del presente que será, porque, como tú sabes, el odio se probó y se sigue probando. No ha quedado atrás. Tengo la impresión de que él alude aquí a su discurso fundacional, que conocemos como “Con todos y para el bien de todos”, donde dice que habrá que poner alrededor de la estrella, la fórmula del amor triunfante –con todos y para el bien de todos. Ese amor triunfante no excluirá absolutamente a ningún país. El habla de un presente un poco más lejano al tiempo que vivimos hoy en Nuestra América, donde vemos un indudable alborear. El habla para ese momento en que todos puedan vivir pacíficamente. Tiempo que llega.
―¿Cuál es la segunda profecía?
Fina García Marruz: Tiene que ver con la gran esperanza en el progreso de la Ciencia que caracterizó al Siglo XIX, que la ve solo como fuente del Progreso y de libertad absoluta. Pero Martí escribe: “Riesgo de la ciencia sin el espíritu”, que vio simbolizado en el personaje Wagner del Fausto, de Goethe, lo que estaba ya en el Génesis, en lo del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, situado en el Paraíso frente al Árbol de la Vida. Libertad no absoluta, sino con ese límite –señalado en el Libro de la Sabiduría salomónica–, que lo había puesto en los cuatro elementos para que no inundaran, arrasaran o hicieran arder la tierra. La idea no era nueva, y estaba ya en el libro de Job y en los griegos. Pero cuando Martí señala esto, el tema estaba muy lejos de ser preocupación para los ecólogos de su tiempo. Hoy es el tema central del nuestro.
(…)
-¿Por qué le cuesta tanto trabajo dar entrevistas y hablar de sí misma?
Fina García Marruz: Me siento en esos casos como una violinista a la que le piden un concierto de flauta. Yo me comunico mejor con el silencio, sin el que no se podrían dar la poesía, la música, ni el encuentro con uno mismo.