Ilustración del polaco Igor Morski

Los inicios de año traen consigo el deseo de llevar a cabo determinados proyectos. Esos primeros días son como un acicate para despertar el interés por realizar lo que hemos aplazado o por planear nuevas metas, logros o tareas. Sin embargo, dichos propósitos necesitan de una dinámica y unos soportes que les permitan no diluirse en los quehaceres cotidianos o morir sin llegar a florecer.

La dinámica a la que me refiero es, por supuesto, la de entender y apropiar nuestro proyecto de vida. Es muy difícil que alguien se tome en serio una meta, una obra, si antes no ha revisado qué sentido tiene su existencia. Aquí vale la pena decir que se trata de concebir el vivir más allá de la subsistencia o el sobrevivirse. Comprendo que al situarnos en una dinámica  del proyecto de vida tratamos de darle a nuestra existencia una finalidad. Por lo mismo, se necesita una labor de discernimiento para conocernos o reconocernos, para saber dónde están nuestros talentos, dónde nuestras apuestas y cuál puede ser nuestra contribución a los demás. Es en esta dinámica –o por ella misma– que nacen los planes, los programas o los proyectos. Es ese caldo de cultivo el que hace emerger determinados sueños y el que nos lleva a priorizar las acciones de nuestra vida.

Hablemos ahora de los soportes. Uno de los más importantes es el de inscribir nuestro proyecto o iniciativa en un tiempo específico. Si no se planifican las utopías, si no se las dota de unas fechas y unos productos esperados, y si no se tienen momentos determinados para saber cómo avanzan o en qué estado va lo que anhelamos, pues careceremos del lubricante idóneo o del escenario apropiado para la puesta en escena de nuestras empresas. Demasiado se confía en la buena fortuna y poco se atiende a esto de aprender a parcelar la búsqueda de horizontes.

Otro de los soportes fundamentales es el de la persistencia. Si anhelamos que un proyecto se mantenga vivo, tenemos que armarnos de voluntad para insistir en él cada día. Algunos llaman a esto la disciplina. Es dicha confianza la que le otorga al proyecto una continuidad, un destino favorable. Y no se trata de romperse el espinazo para alcanzar la cima de una sola vez, sino de ir poco a poco, trayecto por trayecto, tallando con tesón esa obra o esa idea que no parece avanzar como nuestra ansiedad lo quiere. Si la constancia o la obstinación son ajenas a nuestros hábitos los proyectos irán deshaciéndose o diluyéndose en nuestras manos.

Agregaría un soporte más: el aprender a cauterizar nuestro ánimo de los comentarios desfavorables, las opiniones negativas y los posibles escollos del camino. El que tiene en su mente un propósito de largo aliento necesita tener una motivación a toda prueba. Es sorprendente la cantidad de personas que en lugar de colaborar o contribuir a nuestros más íntimos proyectos, se solazan con la crítica desfavorable, la ironía descalificadora y una desidia que raya con la insolidaridad o la envidia más rampante. De allí la necesidad de cubrir nuestro entusiasmo de los dardos desilusionantes o protegerlo de los agoreros del fracaso. Esto implica también adquirir una rápida constitución interior para volvernos a poner de pie cuando tengamos una caída, o cuando tengamos que volver a armar el andamiaje de nuestros propósitos.

De lo anterior se colige que la conquista de una utopía demanda el apoyo de colegas o compañeros de aventura. Ese parece ser otro soporte de gran importancia. Hay que elegir o encontrar tales personas. En muchos casos la vida misma nos las va presentando y, otras veces, tenemos que contagiarlas o hacerlas partícipes de ese horizonte. Estos cómplices, porque son eso en verdad cuando se trata de sueños compartidos, por momentos se convierten en confidentes de los que anhelamos o en brazos de apoyo cuando escasean las fuerzas y necesitamos de un empuje adicional para sortear una dificultad o sortear un vado inesperado. Los compañeros de aventura crean, por lo demás, un ambiente de fraternidad que permite multiplicar las manos para  escalar las montañas más lejanas y compartir en la confianza algunos de nuestros miedos.

Cerraría estas reflexiones sobre el cómo llevar a feliz término un proyecto añadiendo la importancia que tiene el aprender a organizar mejor nuestra vida cotidiana. Considero que dilapidamos demasiado los cortos años de nuestra vida en cosas baladíes o de poca trascendencia. Invertimos demasiado tiempo en asuntos que, justo en la época que nos tocó en suerte, es usado para la novelería insustancial o la cultura del espectáculo. Perdemos un tiempo precioso en seguirle la pista a chismes ajenos en lugar de emplearlo en nuestras propias obras o iniciativas. De igual modo, obnubilados por el afán del dinero fácil y la adquisición de objetos idealizados por la sociedad de consumo, vamos dejando marchitar talentos o aptitudes que bien pudieran tener una utilidad o un servicio a nuestros semejantes. No parece conveniente sacrificar todo nuestro potencial, toda nuestra imaginación, por largas horas frente a un televisor inoculándonos frivolidad. Lo conveniente, afirmaba, es sacarle el mejor jugo a las horas de nuestro día; aprender a priorizar; poner nuestros ideales en el sitio que se merecen; confiar en la tenacidad de nuestra voluntad; apostarle a la transformación o mejora de lo que nos rodea.

Estos días de comienzo de año nos deben ayudar a estar alertas sobre lo rutinario y cómodo de nuestras vidas e invitarnos a sacar y lanzar con ímpetu lo inédito e inexplorado  de nosotros mismos.