Buena parte de los problemas de la escritura académica, llámense ensayos, informes o artículos, están referidos a la falta de cohesión y coherencia entre las ideas. Los escritos que presentan los estudiantes se asemejan a piezas fragmentadas de un cuadro que difícilmente logramos configurar. Son pedazos de escritura, trozos sin ilación, guijarros construidos sin tener en mente algún pegamento o alguna bisagra lingüística. Precisamente, y para responder a esa falencia, es que tenemos a la mano los conectores. Esas palabras o grupo de palabras que sirven para engarzar, suturar, reunir, coser o imbricar las ideas. Los conectores, que cumplen muchas funciones (subrayar, deducir, contrastar, ejemplificar, dar continuidad, señalar una secuencia, presentar una semejanza…), son además una herramienta de pensamiento que bien vale la pena detenernos a analizar.

Empecemos por observar que las ideas necesitan de coyunturas o puentes que les permitan unirse en un todo continuo. Esas coyunturas a veces son la misma puntuación. Pero, en la mayoría de los casos, y sobre todo cuando no se tiene la suficiente experiencia en esto del saber puntuar, ese enlace lo cumplen cabalmente los conectores. Estas partículas vienen siendo como dendritas que permiten la fusión, el vínculo, la relación entre las ideas. Luego no se trata de aplicarlas mecánicamente o de ponerlas como parches en medio de nuestros escritos. Más bien se trata de ver en ellas los alcances y las posibilidades, su campo de irradiación y el tipo de atracción que generan. Insisto en ello porque nos olvidamos de una cosa: la escritura en esencia es un tarea de ir subordinando las ideas o de hallar una filiación entre ellas; la escritura –y más esa que podemos agrupar bajo el nombre de géneros argumentativos– es un ejercicio lógico del pensamiento, una concreción de operaciones en las que se mezclan la inducción, la deducción, el análisis y la voluntad de persuasión retórica.

Veamos, sólo para ilustrar lo que llevamos dicho, dos conectores de uso frecuente: “como puede verse” y “ya he señalado que…” El primero, es un ejemplo clásico de los conectores de ilustración o de inferencia: si hemos presentado una idea, por decir en un párrafo, y luego la hemos soportado con algún argumento que la ratifica, el conector que continúa el escrito podía ser éste; es decir, que el párrafo anterior sirve de ejemplo a lo dicho o es una prueba a lo planteado. “Como puede verse” invita al pensamiento del que lee a corroborar cómo la exposición de motivos lleva a esa conclusión o, en el otro sentido, a que el lector aprecie de manera muy visual tal elaboración conceptual. “Como puede verse” subraya el paso de una idea a otra en términos de que es algo evidente, o que sirve para graficar un asunto que se venía exponiendo. En el segundo caso, “ya he señalado que…” es un conector de recapitulación o de énfasis. Cuando usamos este conector de lo que se trata es de mostrarle al lector que antes, en alguna parte de nuestro escrito, hemos presentado o dado cuenta de ciertos motivos o razones, y que por lo mismo no se va a insistir en ello o que no es necesario volver a reiterarlo; pero también es posible usarlo para recalcar o hacer cierto subrayado en determinado punto. “Ya he señalado que” es un llamado para que el lector vuelva atrás y revise lo que venimos diciendo o, en la otra vía, para que no olvide nuestro planteamiento y lo mantenga presente sin perder su atención.

Tomemos ahora dos conectores más: “Desde este punto de vista” y “Contrario a lo anterior”. El primer ejemplo es un conector espacial y de enfoque: lo que decimos con él, cuando lo empleamos, es que la elección de nuestra disquisición va por un derrotero determinado, que asumimos un sendero a sabiendas de que hay otros; es decir, que tomamos una específica postura frente a la tesis o la idea que nos ocupa. El segundo ejemplo es un conector de contraste o antítesis: lo usamos para tomar distancia de lo dicho o lo expuesto, para asumir una postura distinta o para evidenciarle al que nos lee que lo dicho ahora es muy diferente a lo que se había expresado con anterioridad. “Desde este punto de vista” es un conector útil para mostrar opciones; “contrario a lo anterior” es un conector valioso para demostrar una anteposición o una antinomia. Dos conectores y dos finalidades: recalcar una orientación precisa; patentizar una disparidad.

Podemos detenernos en otra pareja de conectores, con el fin de corroborar su importancia y utilidad en el proceso de pensamiento del que venimos hablando. Pasemos revista, pues, a una última pareja: “Hay más todavía…”, un conector que sirve para adicionar, al igual que para hacer una transición; y “De ahí se infiere que…”, un conector típicamente deductivo o que nos permite concluir un razonamiento. Si miramos en detalle el primer conector, “Hay más todavía…”, inmediatamente nos damos cuenta de que al emplearlo estamos señalando un deseo de acopiar otras razones o argumentos, de agregar a lo expuesto otros asuntos igualmente importantes o significativos; y si lo ubicamos al inicio de un nuevo párrafo no sólo brindará beneficios de adición sino que nos permitirá darle a lo anteriormente escrito una continuidad o facilitar el paso fluido entre las ideas. El segundo ejemplo propuesto, “De ahí se infiere que…”, es de esos conectores potentes para hacer avanzar toda una línea argumentativa; o puede ser un conector síntesis, para mostrar el resultado final de una cadena lógica en el desarrollo o exposición de una idea. Cuando lo usamos es para mostrar una fase conclusiva en nuestro razonamiento, o también puede emplearse como estocada final a cierto planteamiento con el que hemos venido lidiando a lo largo de nuestro texto.

Lo que hasta aquí hemos expuesto puede servir para que los aprendices de escritores conozcan, busquen, guarden y sopesen el valor de los conectores lógicos. Y se he afirmado que gracias a ellos se logra la cohesión y la coherencia es porque, de alguna manera, los conectores van cosiendo o pegando las ideas. En una dimensión hacen el papel de hilo que enlaza o amarra; en otra, de cola que une o compacta. Los conectores pueden colaborarle al escritor novato como una reserva de dispositivos lingüísticos capaces de zurcir o soldar, ligar o aglutinar las ideas. Desde luego, dependiendo de la necesidad o del tipo de relación que se desea exponer, será el uso de los conectores. Porque ni todos sirven para lo mismo ni todos se pueden usar indiscriminadamente. Lo importante es no perder de vista que del uso adecuado de esas partículas dependerá que el lector siga de cerca o comparta una inferencia, observe con cuidado una distinción o comprenda mejor nuestros planteamientos a partir de una analogía o semejanza. Por lo mismo hay que pensar en los conectores para saber cuándo son pertinentes en nuestro texto o cuándo rompen o fracturan el curso normal de un argumento. Dependiendo de ese discernimiento previo y de la oportunidad en su uso, así rendirán sus mejores dividendos en la consistencia de nuestros escritos.

Agregaría que una manera fácil de empezar a familiarizarse con ellos, es ensayar en un mismo texto, utilizar diversos tipos de conectores. Ver qué pasa si incluimos uno u otro; meditar sobre los alcances y las implicaciones de una de esas partículas en el curso de un párrafo o en el desarrollo de un texto completo. Cuándo la inclusión de un conector desvirtúa lo dicho y cuándo, esas contadas palabras, pueden ofrecer una ganancia o un alcance mayor al que originalmente nos proponíamos. Ese puede ser un buen ejercicio para sopesar el alcance de estos marcadores textuales. Porque al ver en la práctica cómo un conector da continuidad a las ideas o cómo desvía o desvirtúa el encuentro entre las mismas, muy seguramente empezaremos a tomarlos en cuenta a la hora de escribir. Hasta cobraríamos conciencia de la necesidad de tener un repertorio de ellos a la mano; los atesoraríamos como preseas articuladoras o los convertiríamos en motivo de reflexión cotidiana. En este sentido, y es algo que recomiendo a los aprendices de escritura, deberíamos hacer un primer listado de ellos, plastificarlo, y ponerlo al lado de donde regularmente escribimos, para que nos sirvan de caja de primeros auxilios cuando no sabemos cómo juntar las ideas. Pasado un tiempo, cuando ya hayamos incorporado varios de ellos en nuestra mente y, por ende, en nuestros textos, podremos hacer otra lista diferente que servirá de nuevo como un equipo de asesores oportunos en esta no siempre fácil tarea de escribir cohesionada y de forma coherente.