"Luna y ciruelo" de Katsushida Hokusai.

«Luna y ciruelo» de Katsushida Hokusai.

A Basho, el célebre poeta japonés, le gustaba conversar con los amigos sobre su pasión por las semejanzas.

—Los pétalos de las rosas son como los labios de una mujer.

Los amigos se reían de sus ocurrencias y, en algunas ocasiones, especialmente cuando habían consumido altas cantidades de sake, agregaban en broma sus propios comentarios.

—Las mujeres tienen muchos pétalos secretos.

Basho se mantenía en silencio. Es sabido que nunca se embriagaba y podía pasar largas horas con una taza entre sus manos bebiéndola a sorbos insignificantes.

—Los rayos del sol son espadas de luz.

El poeta cargaba un pequeño cuaderno en donde escribía sus ocurrencias e iba coleccionando frases de otros escritores relacionadas con el tema de las semejanzas.

—Oigan este poema que encontré en una antología compilada por Fushimini. Pongan atención: “Me he pasado la vida afilando la espada. Y ahora, cuando me enfrento a la muerte, la desenvaino, y he aquí que la hoja está rota”.

Era común que Basho saliera con este tipo de reflexiones en medio de una conversación informal o que fracturara el discurrir de un tema de manera inesperada.

—¿No les parece una sorpresa esa relación de la vida con la espada?

Los amigos siempre quedaban atónitos con aquellas elucubraciones. Lo miraban largo tiempo esperando que él mismo respondiera esos interrogantes. Basho comprendía que sus frases no habían sido entendidas o que la situación no era la más indicada para pronunciarlas. Pasados unos minutos, la charla retornaba a asuntos banales o giraba alrededor de alguna anécdota del día.

—¿Cuándo tendremos la suerte de leer tu nuevo libro?

Ahora fue el poeta el sorprendido. Guardó la libreta de pasta negra e ingiriendo un pequeño sorbo de sake dijo que hacia finales de noviembre saldrían los primeros ejemplares.

—¿Y no nos puedes compartir un adelanto?

Basho dejó la pequeña taza sobre la mesa. Miró al grupo de contertulios con un gesto de complicidad fraterna. Poniéndose de pie entonó muy pausadamente uno de sus versos: “Las flores que caen de los árboles son como mariposas muertas”.

Los aplausos de los amigos retumbaron fuertes en el pequeño salón. Basho intentó sentarse pero varias manos se lo impidieron. ¡Otro más!, poeta, otro más!, exclamó al unísono el pequeño grupo.

—“Los pájaros enjaulados tienen la misma tristeza del viento silencioso”.

Mientras el poeta volvía a su postura inicial los amigos levantaron las manos y las pequeñas tazas con sake en un brindis entusiasta: “¡Salud!”, gritaban. “¡Por la poesía!”, “¡Por el nuevo libro!”

—¿Qué título le pusiste? —preguntó animado Oshida, el más joven del grupo.

—“Manchas de voces” —respondió Basho.

—Entonces: “¡Por Manchas de voces!” —dijeron en coro los amigos, haciendo sonar las tazas de porcelana en un nuevo brindis.

*

Cierta noche, después de haber compartido una abundante cena en la que Basho había dicho que las ventosas eran los redondos dedos de los pulpos, y en la que había hecho de manera continua no menos de quince comparaciones mientras ingerían un plato de estos moluscos, esa noche de luna llena, el grupo de amigos decidió salir a caminar por las angostas calles de Kioto.

—Los faroles son luciérnagas encerradas en papel de seda —dijo el poeta señalando un chouchin colgante.

Kitamura, uno de los amigos más cercanos de Basho, a manera de réplica le preguntó al poeta por qué eran tan importantes para él las semejanzas.

El poeta sonrío, y parándose debajo del farol se colocó en el centro del grupo. Levantó sus brazos y entretejiendo las manos empezó una larga exposición de motivos, apenas interrumpida por el ladrido lejano de los perros.

—Las cosas no están desligadas. El universo es un conjunto de relaciones. Los cielos y la tierra se alimentan mutuamente. Por eso me habéis escuchado decir que “con el néctar de las flores la mariposa se perfuma” y también que “los ojos de los peces son lágrimas congeladas al ver partir la primavera”. Todo está conectado. El cosmos infinito es una música de equivalencias y correspondencias. Lo que pasa, amigos míos —las manos de Basho se convirtieron en puños encontrados— es que vosotros percibís el mundo de manera enfrentada y como entidades sueltas. Mi gran maestro Yoshitada me decía: “las estrellas gobiernan a los hombres y los hombres con sus actos afectan el movimiento de los astros”. Vosotros debéis haber oído una de sus frases más famosas: “el aleteo de una mariposa en algún lugar cambia el mundo”.

La voz de Basho sonaba clarísima. El frío de la noche parecía no tocarle la garganta. Estaba ensimismado en su discurso. Aunque parecía hablarle a cada uno de los tres amigos, lo cierto era que el poeta estaba en uno de sus trances meditativos. Levantó su cara hacia el cielo y con el brazo derecho señaló la luna. Por cierto que esa noche el cielo estaba profundamente despejado.

Fíjense por un momento en la luna. En nada parece que ese círculo plateado afectara al gigantesco mar o al vientre de las mujeres. Pero sus cambios tienen réplicas en las mareas y en los ciclos femeninos. Todo está relacionado, a veces de manera imperceptible o de forma indirecta y misteriosa. Por eso me habéis oído insistir en la necesidad de cualificar nuestros sentidos para sentir o percibir la armonía presente en el universo o para descubrir las analogías entre las cosas. Miren la luna. Su redondez me hace pensar en el iris de nuestros ojos y en las formas del taiko, nuestro tambor sagrado. 

—Pero para eso se necesita tener espíritu de poeta —lo interrumpió Oshida.

—O aprender a detenerse y mirar con cuidado y perspicacia la vida. ¿En verdad habéis observado la luna? ¿Qué es la luna?, os pregunto.

El cuestionamiento tomó por sorpresa a los tres amigos. Kitamura se atrevió a dar una respuesta:

—La luna es el sol de la noche.

Basho lo miró de reojo, sin dejar de mantener su cabeza levantada hacia el astro refulgente.

—Todo lo redondo está contenido en la luna; todo lo circular está convocado por su forma. El yin y el yang le son inevitables, como también la tierra misma en que habitamos. Todo lo circular es atraído e irradiado por la luna. Todo lo perfecto que está en continuo movimiento.  La luna se asemeja al anillo, al cinturón y a la corona. Y también a la rueda, y la rueda lo sabéis desde niños, está asociada íntimamente con el tiempo…

—La luna es un queso gigante servido por las noches en el cielo.

Los amigos rieron de buena gana con el apunte de Saikaku. El maestro apenas se percató del bromista del grupo.

—Cuántas cosas sabríamos si aprendiéramos a mirar la luna. Cuánto entenderíamos a los dementes y develaríamos algunas costumbres de los lobos. ¿Por qué los lobos le aúllan a la luna?, ¿qué saben los lobos de la luna que nosotros no sepamos?

El grupo de amigos empezó a caminar de nuevo. Kitamura tomó suavemente del hombro a Basho, invitándolo a seguir el recorrido. El poeta proseguía musitando palabras, como si estuviera pronunciando para sí una oración sintoísta:

 —“Por ser plateada la luna es semejante a la pureza y la pureza se relaciona con el loto y el loto que sale de la oscuridad está vinculado con la luz espiritual…”