• Autobiografía
  • Conferencias
  • Cursos
  • Del «Trocadero»
  • Del oficio
  • Galería
  • Juegos de lenguaje
  • Lecturas
  • Libros

Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: enero 2015

El miedo profundo de los poetas

24 sábado Ene 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

≈ 2 comentarios

Ilustración del norteamericano Brian Despain.

Ilustración del norteamericano Brian Despain.

El manantial de la poesía
Temo que mueran mis sentimientos
y se seque esa fuente de mis versos
y que a mi alma, después de tanta inquietud,
nada le incite más que los recuerdos,
y que mis ojos contemplen el Universo, indiferentes
ante la belleza del crepúsculo y de la aurora.
Temo que la desesperación haga mella en mi corazón
 y éste desespere de sus fines.
Ahmad Rami

Si hay un temor que ronda a los poetas es el de perder la sensibilidad; o que su alma ya no sea interpelada por el universo. Un temor a convertirse en un ser indiferente ante la existencia propia y la de los demás. Este miedo, que puede llevar a la desesperanza, es el enemigo de fondo de los poetas; el pozo sin fondo de sus angustias, el abismo que puede conducirlo al suicidio, al silencio o a la locura.

Es comprensible esa angustia. Si un objetivo de su vida ha sido, precisamente, el mantener todos sus sentidos erizados y dispuestos a captar lo imperceptible, entonces, su temor mayor es convertirse en un individuo que apenas sobreviva. Que a pocas cosas le dé trascendencia y se entregue, como le sucede a buena parte de la sociedad en que vive, a trabajar para conseguir lo necesario y satisfacer sus necesidades más inmediatas. Alguien simple, sin mayores afectaciones. En otras palabras, a que ya no le duela el mundo o que pierda el sentido fino para escuchar la melodía de la vida.

De otra parte, el temor del poeta está relacionado con que se seque la fuente o el río de donde extrae la mejor agua para sus composiciones. Puede parecer una obviedad, pero los seres dedicados a la creación saben que trabajan con un material o una riqueza natural no siempre inagotable. Han aprendido que hay vetas y yacimientos –períodos o momentos, dirán otros– en que fluye a manos llenas el oro líquido de su inspiración, los depósitos de sus más queridas confesiones. Como también hay meses o años en que nada brota de esa tierra, en que ni una sola piedra preciosa puede extraerse de aquella cantera. Y a medida que va pasando la edad, cada noche, cuando se dispone a escribir, cuando la hoja en blanco tarda en llenarse, o cuando lo sorprende la madrugada sin ni siquiera haber escrito una línea, el poeta teme que esté seco, que ya no quede nada en su aljibe interior. Tal sequía de motivos o de temas lo circunda como una hiena hambrienta. 

Los poetas románticos asociaban este miedo de perder el caudal de la creación con el de la poca inspiración. Para enfrentar ese temor, revivieron la imagen de “La Musa”, un ser alado al cual se invocaba en aquellos momentos cuando la imaginación escaseaba o cuando los motivos parecían escapárseles de las manos. Desde el poeta mayor, Homero, que la consideraba la verdadera gestora de sus versos, hasta poetisas como Anna Ajmátova que la esperaba en las noches para que le prestara por unos minutos los mismos caramillos que le habían servido a Dante, la Musa era considerada un antídoto, un talismán que protegía de la escasez o la exigüidad en los versos. Aunque, desde luego, también la Musa podía encender el espíritu con tal intensidad –provocar el arrobamiento o el paroxismo–, y llevar al poeta hasta las montañas del Etna, como Silvia Plath o Hölderlin, para despeñarlo por los acantilados de la locura.

De igual modo, el miedo del poeta puede venir de que por dedicarse a los oficios de la sobrevivencia –conquistar un techo, mantener una familia, trabajar para adquirir un alimento– pierda sus mejores años, cuando se es más productivo o más imaginativo; que malgaste ese tiempo en que las palabras se entregan con facilidad a los caprichos del artista. Ese temor también lo acecha. Por eso algunos poetas prefieren asumir una vida miserable con tal de no perder el camino o el mandato de su vocación; otros les roban tiempo a sus obligaciones laborales o se destierran por unos días de las demandas sociales. También están los que se imponen, con una disciplina espartana, encerrarse todas las noches en su estudio, con el fin de no dejar morir su relación con las palabras. Con las celosas palabras de la poesía.

El poeta, hemos afirmado, tiene miedo a endurecerse o anestesiarse ante las variadas manifestaciones del universo, la naturaleza o la existencia humana. Le angustia pensar en esa condición de hombre cómodo, sólo preocupado por la riqueza y libre de conmociones o sentimentalismos. Teme, en últimas, que pierda su capacidad para hacerse preguntas, que claudique en su permanente oficio de anteponer el asombro a lo trillado o consabido. Y porque vive en ese temor, le reclama a la misma poesía, así como en los versos del boliviano Eduardo Mitre, que no lo vaya a abandonar, que persevere, “que persista en él pese a la miseria que ha hecho de esta vida”. Que nunca lo vaya a dejar –y aquí es importante agregar el plural– sin esa voz que es la que “nos despierta y bautiza los nombres de la tierra”.

(De mi libro La palabra inesperada. Aproximaciones al poema y a la poesía, Kimpres, Bogotá, 2014, pp. 95-100).

Sobre los proyectos

17 sábado Ene 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Aforismos

≈ 4 comentarios

Ilustración de Brad Holland.

Ilustración de Brad Holland.

Los proyectos tienen la virtud de lanzarnos hacia lo desconocido. Son catapultas para nuestro sedentarismo.

*

Quien tiene un proyecto pone lo importante por encima de lo urgente. Hace que lo esencial se imponga a las coyunturas ocasionales. El que posee un proyecto sabe ponderar las circunstancias.

*

Si el lubricante de las utopías es la persistencia, al mecanismo de los ideales hay que darle cuerda todos los días.

*

Por ser los ideales productos de la imaginación necesitan de grafismos para apreciar su cabal fisonomía. Los cronogramas son el esqueleto de un proyecto.

*

Los proyectos tienen una función irradiante. Son como las estrellas: atraen y alumbran, a la vez.

*

Los proyectos personales como los proyectiles tienen la obsesión de dar en el blanco. Todo es cuestión de buen pulso al elegir el objetivo y puntería al momento de tomar las decisiones.

*

El alumbramiento de nuevos proyectos en nuestra existencia se convierte en renacimientos gestados por la propia entereza y la voluntad.

*

Para tomarnos en serio la realización de un proyecto debemos pedirle a la crítica razón que se una auditora permanente de nuestro confiado entusiasmo.

*

Los proyectos son artes especiales de pesca: nosotros somos la carnada y nosotros también somos el anzuelo.

*

Aunque no lo sepamos, cada vez que planeamos un proyecto de vida disponemos de nuevo nuestro cosmos interior. Buscamos otro sol para que ilumine y de gravedad a nuestras acciones.

*

Si los proyectos personales actúan como una carrilera, la locomotora será, entonces, nuestra potente voluntad.

*

Así sean de corto, mediano o largo alcance, los proyectos nunca está cerca a  nuestra manos. Los proyectos nos obligan a extender el alcance de nuestros brazos.

*

¿Qué tipo de aliados se requieren cuando tengamos un proyecto importante en nuestra vida? Tres características, por lo menos, deben poseer: buena memoria para recordarnos el horizonte impuesto; manos fuertes para ayudarnos a despejar el camino, y un alma dadivosa para comprometerse con el logro de una meta ajena.

*

Los proyectos ponen en tensión el alcance de nuestros ideales con la fuerza real de nuestra voluntad.

*

Algunos proyectos nacen como una manifestación de inconformismo o una insurgencia ante la adversidad o la desventura. Son alternativas humanas de cara el determinismo de la especie o la predestinación de los dioses.

*

¿Por qué se fracasa en muchos proyectos? Porque falta claridad en las metas. Los objetivos difusos son ya una forma de malograr nuestros ideales.

*

Si tenemos fidelidad a un proyecto, si nos entregamos con amor a alguna causa, todos los obstáculos parecerán nuevos logros y todos los inconvenientes serán motivos para desarrollar nuestra recursividad y explorar en talentos insospechados.

*

Los proyectos de vida tienen un lado severo y exclusivo: jerarquizan nuestras valoraciones. Ni todo importa lo mismo, ni cualquier cosa satisface nuestras necesidades. Quien tiene un proyecto entra al distinguido mundo de las prioridades.

*

El nuevo principio físico de Arquímedes: “Dame un proyecto y moveré al mundo”.

*

Hay proyectos tan amplios en sus alcances que se necesitan por lo menos dos generaciones para percibir sus primeros resultados. En consecuencia, así no veamos en vida la realización de nuestros sueños, no por ello debemos dejar de trabajar en ellos.

*

Al poner la primera piedra de un proyecto se anuncia la totalidad de la obra. En las vetas del pequeño ladrillo está inscrita la figura definitiva del edificio.

*

Así caigan como castillos de naipes, nadie puede negar la ilusión con que se arman los proyectos. Es evidente: el ideal tiene más resonancia en el alma que la desilusión.

*

La enfermedad moral de los proyectos más queridos no está en la parsimonia o la falta de ingenio sino en la inconstancia y la pereza.

*

La ruta intangible de los ideales necesita planearse con recursos efectivos y materiales consistentes. Sin planeación los proyectos fracasan o terminan siendo ilusiones pasajeras.

*

Hay proyectos que nacen muertos porque ya traen, desde su origen, los genes de nuestro pesimismo.

*

Los proyectos –aún los personales– tienen aliados y detractores. Lo difícil es reconocer quiénes son de un bando o del otro. En la realización de los sueños es fácil engañarse con los acompañantes.

*

Programar las tareas para alcanzar las metas es el remedio contra las caprichosas demandas de lo inmediato. Las Sirenas huyen al ver la cortante hoz de Cronos.

*

El demonio tentador de los proyectos esenciales de nuestro espíritu es el ángel caído de querer abandonarlos.

Tener vivo un proyecto

11 domingo Ene 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

≈ 8 comentarios

Ilustración de Tomasz Alen Kopera.

Ilustración de Tomasz Alen Kopera.

Soy un convencido de que los proyectos movilizan la vida de las personas. Cuando tenemos en la mente y en el corazón una meta, un propósito, un ideal, más animados nos sentimos y menos importancia le damos a los contratiempos y a las dificultades cotidianas de nuestra existencia. Si tenemos un proyecto en curso, si somos capaces de mantener viva una utopía, este objetivo se convertirá en una especie de sol hacia el cual girará o tenderá nuestro espíritu.

Pero, siendo esto tan razonable o provechoso, ¿por qué muchas personas no cuentan con esa mira o propósito jalonador? Diría que una primera explicación proviene de no haber jerarquizado los intereses en la propia vida. Por no diferenciar lo prioritario de lo secundario, por estar presos de las melosas garras de lo urgente, terminamos entregando nuestros días y nuestros años al vaivén de lo que venga, convirtiéndonos en autómatas sin dirección alguna. En consecuencia, lo fundamental para tener un proyecto vivo y andando es aprender a ponderar y aquilatar los asuntos y las acciones en las que participamos. Priorizar, entonces, es dedicar más tiempo a unos asuntos que a otros, es organizar de mejor manera nuestros ingresos con el fin de que sobre un excedente para garantizar la realización de dicho proyecto, es aprender a decir no a los que nos descentran de la meta y hacer caso omiso de las engañifas de la masa novelera.

He comprobado que hay otra razón: un buen número de individuos identifican su proyecto pero confían en que se realice sin trabajar en él, sin labrarlo o cultivarlo diariamente. Esperan que sean las circunstancias externas o la buena fortuna las que hagan florecer ese ideal. O, muy de vez en cuando, cuando los agarra el remordimiento, retoman el ansiado proyecto para darle continuidad o desarrollo. Sin embargo, a los pocos días vuelven a dejarlo de lado, distraídos por otros menesteres de turno. Esa parece ser otra causa por la cual hombres y mujeres van abandonando sus aspiraciones. Les falta constancia, persistencia, disciplina, para trabajar en el logro de ese sueño todos los días, así sea aportando un insumo mínimo al caudal esperado o adelantando una parte pequeña de la gran tarea.

De igual modo, he descubierto que las personas fracasan en el logro de sus proyectos porque no saben hallar aliados idóneos para dicho fin. Lo frecuente es lo contrario: se buscan compinches que terminan desalentándolos o llevándolos por vías erráticas cuando no inauténticas. Razón tenían nuestros mayores al señalarnos que de la elección de nuestras compañías dependía, en gran medida, el alcance de muchos de nuestros ideales. Es conveniente, por lo mismo, saber escoger los amigos y compañeros de acuerdo a esa utopía puesta en nuestro horizonte. O si se quiere entender de otra  forma: es menester que las personas del núcleo familiar o afectivo, o esos otros seres que están cercanos a nosotros sean cómplices reales y efectivos de nuestro proyecto. No son suficientes, por lo mismo, las muestras de cariño apáticas por ayudarnos a conquistar un logro o el colegaje que se solaza con nuestro conformismo.

Cabría exponer otra causa de la falta de proyectos de un buen número de personas. Me refiero a un conformismo o resignación constante bien sea sobre lo que se es o se posee. Resulta más fácil, por supuesto, no imponerse retos o trazarse objetivos de largo alcance; es menos preocupante colocarse una tarea que sabemos de antemano va a demandar demasiado esfuerzo y dedicación. A veces resulta cómodo decir que hay que aceptar las cosas como vengan o que no vale la pena desgastarse en luchar por fantasías. Hasta cierto tipo de creencias contribuyen también a enajenar la voluntad o la iniciativa. Tal vez por todo ello, los que izan la bandera de un proyecto no solo deben tener la fortaleza suficiente para enfrentar las limitaciones personales y sociales que tengan sino, además, ser incrédulos ante los fatalismos o los destinos predeterminados. Si no hay esa veta de inconformismo o de corajuda rebeldía en el espíritu será imposible emprender una utopía.

Recalquemos en nuestra tesis inicial: las personas que mantienen vivo un proyecto son las más optimistas y las que contribuyen con ahínco a mejorar la sociedad o hacer algo por los demás. Si se tiene un ideal en nuestro espíritu tendremos razones de peso para levantarnos todos los días y enfrentar las adversidades. El tener la mente ocupada en un proyecto favorece la salud interior, nos rejuvenece el cuerpo y, de alguna forma, nos hace sentir útiles y necesarios. No hay que olvidarlo: las personas con un proyecto viven su existencia como si estuvieran lanzadas permanentemente hacia el futuro.

Ocho pistas para no amargarse la vida

05 lunes Ene 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Conferencias

≈ 6 comentarios

Ilustración de Tang Yau Hoong.

Ilustración de Tang Yau Hoong.

Vivir con intensidad cada momento. Somos seres finitos y, a pesar de ello, con aspiración de cielo. En ello radica nuestra calidad dramática. Sabemos del pasado por nuestra memoria, del futuro por nuestra imaginación y del presente no tenemos sino la certeza del instante. En esa evidencia del presente –tan fugaz, tan inasible, tan deleznable– estriba la riqueza de lo cotidiano. Dada nuestra condición de temporalidad efímera, no podemos asumir como bandera ni la nostalgia ni el escepticismo. Hay que aprender a vivir con intensidad cada momento y a asumir sin temor lo que de azar trae consigo cada día. La cotidianidad fluye y en eso, precisamente, radica su valor. Inmovilismo y falta de maleabilidad de espíritu  imposibilitan el emerger de lo cotidiano.

Construir nuestra «habitación propia». Un techo, una casa, un apartamento. La guarida, el encierro, lo íntimo… Los espacios son más que lugares, son extensiones de una conciencia, extremidades de una voluntad. Y hay que aprender a reconocerlos y a respetarlos cuando sea necesario. Nos urge aprender un tacto para saber compartir, recibir o reverenciar ciertos lugares. Somos demasiado torpes con los espacios ajenos, quizá porque no ritualizamos los propios o porque desconocemos las secretas lógicas de construcción de una habitación, un rincón o una casa. Damos por hecho los lugares, olvidándonos de que ellos son símbolos de territorialidad, manifestaciones o signos de lo íntimo. Al lado del respeto de los escenarios ajenos, es importante también la conquista de la «habitación propia», la lucha por el lugar personal, el logro de una zona de privacidad. La dimensión potente del secreto. Recordemos: quien aspire a mantener una libertad genuina debe construir sus propios espacios.

Evitar idealizar los afectos. Gran parte de nuestra vida la empleamos en la interacción social y familiar. También en nuestras relaciones de intimidad. La afectividad es una construcción humana, una creación de las culturas; un fruto de nuestra educación y nuestros diversos procesos de socialización. La afectividad es variable porque, recordémoslo, somos seres hechos de tiempo. Los afectos cambian, se intensifican o decaen; se modifican o adquieren nuevos bríos; están repletos de historicidad. De allí por qué sea un error el querer idealizar los afectos. Idealizar es querer encontrar modelos preestablecidos, es suponer que las personas pueden ser enmarcadas en parámetros o en estereotipos. Eso de una parte. Pero, además, los afectos no son lo único que mueve la vida cotidiana; no es acertado ni efectivo condenar toda la riqueza de la cotidianidad a vivir únicamente pendientes de la suerte de nuestros afectos. No somos personajes de telenovela. Nuestra afectividad tiene que forjarse en el yunque de lo real.

Trabajar pero sin descuidar nuestro proyecto de vida. Pensemos en la cantidad de horas dedicadas a nuestras labores en la oficina, la fábrica, la casa o el negocio. El trabajo, a la par que permite sentirnos útiles o aptos para satisfacer una serie de necesidades, también ayuda a realizarnos como seres capaces de proyectos. Por ende, para que el trabajo adquiera su justa valía, es indispensable tener –previamente– un proyecto de vida personal que lo alimente o le dé sentido. Tan importante como trabajar es ir elaborando el propio edificio vital. Ir tejiendo nuestro horizonte: esa zona de la apuesta, de la aventura. De otro lado, en lo cotidiano del trabajo hay que permitirse zonas de vacación, espacios lúdicos o de ocio; hay que diseñar pequeños escenarios para que afloren el regalo, la visita, el encuentro, el diálogo, el baile, la fiesta. Sin tales escenarios, el trabajo se convierte en maldición o en una condena insoportable.

Estar atentos para que nuestras «pertenencias» no se conviertan en nuestro lastre. Apegarse demasiado a las cosas es confundir lo valioso del alimento con el alimento mismo. Para vivir a plenitud lo cotidiano, los objetos no pueden convertirse en nuestro lastre o en impedimento. A veces sacrificamos nuestra felicidad cotidiana por aparentar cierta posesión de objetos que, en realidad, nos son innecesarios; y, en otras oportunidades, nos hacemos infelices por codiciar o envidiar cosas que, casi siempre, brillan más de lejos que de cerca. Por lo demás, hay riquezas que no dependen de la cantidad de objetos que se posean; y hay pobrezas, por no decir aburrimiento, en el exceso de lujos y de bienes. Quien distinga las diferencias y las ventajas que hay entre lo necesario y lo suntuario, muy seguramente, será más liviano –más libre– y menos apegado a una cotidianidad centrada en las cosas.

Asumir que somos actores de muchas obras. Ser con otros es actuar. Nuestra cotidianidad está repleta de representaciones. Hay  toda una serie de roles o papeles a los cuales, en mayor o menor medida, damos importancia. A diario ponemos en escena nuestro yo. De allí que necesitemos afinar nuestra capacidad para asumir varios «personajes» dentro del escenario cotidiano; ser polifacéticos, múltiples, polifónicos. Es apenas obvio pensar que nuestras actuaciones no van a ser celebradas por todos; algunos pensarán que son inútiles o tontas y otros las verán como inoportunas. Ninguna actuación nuestra será totalmente aplaudida o comprendida de inmediato. El parecer –esa opinión que los demás tienen de nuestra cotidiana representación– oscila como el péndulo, es arbitraria y mudable. No podemos permitir que nuestra identidad se configure al antojo de los demás. Hay que aprender a decir no, en serio: aprender a renunciar y a perdonar. Y, por supuesto, tenemos que desarrollar un espíritu de tolerancia, una competencia para entender las diferencias,  los matices. El ser humano no es ni blanco ni negro, sino un hermoso abanico de grises.

Aceptar que los conflictos forman parte de nuestra vida. Por ser seres hechos de tiempo, variables; por tener un cuerpo repleto de carencias; por tener diversas creencias, somos seres en permanente conflicto. Con nosotros mismos y con los demás. La condición humana posee una triple constitución: es pensamiento, pulsión y voluntad. Por momentos, una cosa es la que pensamos, otra la que deseamos y otra, bien diferente, la que hacemos. Nuestras mayores discrepancias brotan de esa triple constitución. Ni qué decir cuando son dos o más personas las que pretenden establecer algún tipo de vínculo o relación. El conflicto es el resultado de poner en juego un cuerpo, una conciencia y una libertad. Como quien dice, es de humanos tener conflictos, crisis, problemas. Pero, de igual manera, es de humanos intentar resolverlos, así sea de manera parcial. Al conflicto, más que evitarlo, hay que reconocerlo; y, sobre todo, no hay que tratar de idealizar una vida sin conflictos. Ese tipo de vida, no existe. Es en el diario tropiezo o dificultad donde la vida cotidiana se nos aparece como algo interesante y riesgoso. El conflicto nos torna recursivos, potencia en nosotros la creatividad.

No perder en ningún momento la pasión por aprender. Somos seres ansiosos por ir más allá de lo evidente. La naturaleza, las conductas, los acontecimientos, la misma vida cotidiana, se nos ofrecen como un campo de aprendizaje permanente. Toda la cultura es hija de esta aspiración del hombre por trascender, por no condenarse a ser sólo un primate con carencias y apetitos. No olvidemos que el hombre es un ser finito pero con hambre de cielo. Es impostergable mantener en nuestra cotidianidad un espacio y un tiempo, un cierto rito, para seguir aprendiendo. El día en que ya no tengamos el espíritu y el entendimiento abierto a lo desconocido, ese mismo día empezaremos a fallecer. En otras palabras, debemos infundir a nuestra cotidianidad alguna pasión, un ardor o una predilección por cierto campo del conocimiento: el arte, la literatura, la música, la poesía… Esa pasión, alimentada día a día, nos permite desarrollar otra mirada, nos abre nuevas perspectivas, nos hace menos plegados a la inmediatez de la especie. Para no sucumbir a la rutina o el aburrimiento, nos es fundamental mantener izada alguna devoción artística o intelectual. Por lo demás, el cultivo de una pasión termina siendo una especie de reserva para nuestra vejez.

(De mi libro Ser viento y no veleta. Pistas de sabiduría cotidiana, Kimpres, Bogotá, 2010, pp. 35-40).

Entradas recientes

  • Las homófonas y los parónimos en tono narrativo
  • Las guacharacas incendiarias
  • Fábulas para reflexionar
  • Nuevos relatos cortos
  • Relatos cortos

Archivos

  • febrero 2023
  • enero 2023
  • diciembre 2022
  • noviembre 2022
  • octubre 2022
  • septiembre 2022
  • agosto 2022
  • julio 2022
  • junio 2022
  • mayo 2022
  • abril 2022
  • marzo 2022
  • febrero 2022
  • enero 2022
  • diciembre 2021
  • noviembre 2021
  • octubre 2021
  • septiembre 2021
  • agosto 2021
  • julio 2021
  • junio 2021
  • mayo 2021
  • abril 2021
  • marzo 2021
  • febrero 2021
  • enero 2021
  • diciembre 2020
  • noviembre 2020
  • octubre 2020
  • septiembre 2020
  • agosto 2020
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • marzo 2020
  • febrero 2020
  • enero 2020
  • diciembre 2019
  • noviembre 2019
  • octubre 2019
  • septiembre 2019
  • agosto 2019
  • julio 2019
  • junio 2019
  • mayo 2019
  • abril 2019
  • marzo 2019
  • febrero 2019
  • enero 2019
  • diciembre 2018
  • noviembre 2018
  • octubre 2018
  • septiembre 2018
  • agosto 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • mayo 2018
  • abril 2018
  • marzo 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • noviembre 2017
  • octubre 2017
  • septiembre 2017
  • agosto 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • mayo 2017
  • abril 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • octubre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • enero 2016
  • diciembre 2015
  • noviembre 2015
  • octubre 2015
  • septiembre 2015
  • agosto 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • octubre 2014
  • septiembre 2014
  • agosto 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • agosto 2013
  • julio 2013
  • junio 2013
  • mayo 2013
  • abril 2013
  • marzo 2013
  • febrero 2013
  • enero 2013
  • diciembre 2012
  • noviembre 2012
  • octubre 2012
  • septiembre 2012

Categorías

  • Aforismos
  • Alegorías
  • Apólogos
  • Cartas
  • Comentarios
  • Conferencias
  • Crónicas
  • Cuentos
  • Del diario
  • Del Nivelatorio
  • Diálogos
  • Ensayos
  • Entrevistas
  • Fábulas
  • Homenajes
  • Investigaciones
  • Libretos
  • Libros
  • Novelas
  • Pasatiempos
  • Poemas
  • Reseñas
  • Semiótica
  • Soliloquios

Enlaces

  • "Citizen semiotic: aproximaciones a una poética del espacio"
  • "Navegar en el río con saber de marinero"
  • "El significado preciso"
  • "Didáctica del ensayo"
  • "Modos de leer literatura: el cuento".
  • "Tensiones en el cuidado de la palabra"
  • "La escritura y su utilidad en la docencia"
  • "Avatares. Analogías en búsqueda de la comprensión del ser maestro"
  • ADQUIRIR MIS LIBROS
  • "!El lobo!, !viene el lobo!: alcances de la narrativa en la educación"
  • "Elementos para una lectura del libro álbum"
  • "La didáctica de la oralidad"
  • "El oficio de escribir visto desde adentro"

Suscríbete al blog por correo electrónico

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Únete a otros 951 suscriptores

Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

Ir a la versión móvil
 

Cargando comentarios...