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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: febrero 2015

Sobre el estudio

22 domingo Feb 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Aforismos

≈ 26 comentarios

Ilustración de Claude Serre.

Ilustración de Claude Serre.

Si bien el estudio se hace con útiles, sentidos y razón, lo que más cuenta en definitiva es la fuerza de voluntad.

*

Para que el mecanismo de la mente trabaje necesita estar bien aceitado. El lubricante del estudio es el hábito.

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El enemigo más visible del estudio es la pereza; el más soterrado, la inconstancia.

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El estudio, que es una actividad del pensamiento, también es un lugar. Quien tiene un estudio posee una parcela para cultivar el aprendizaje.

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Aunque la mayoría de las personas ven el estudio como una entretención u ocupación del ocio, lo cierto es que es un trabajo. Demanda esfuerzo y concentración; implica el uso de unos útiles especiales y el dominio de ciertas estrategias. El estudio es el trabajo propio del intelecto.

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Cuando se ha dejado mucho tiempo de estudiar el cuerpo se amodorra y la somnolencia nos domina. Esto prueba que el estudio, como el deporte, demanda preparación física y ejercicio permanente.

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Del buen estudiante se dice que es una persona consagrada. Es decir, que convierte las tareas cotidianas en una labor sagrada.

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La mayoría de las personas confían en que la motivación sea suficiente para lograr aprender. Se equivocan: solo con el estudio el anhelo fugaz se torna en meta certera y realizable.

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Intelectual: dícese de la persona que ha vuelto el estudio una profesión.

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Leer, subrayar, glosar, resumir… Pensar, reflexionar, analizar… Escribir, producir, crear… Todas estas acciones están contenidas en el estudio. Todas estas acciones muestran la necesidad que tiene el aprendiz de conocer previamente las habilidades propias de estudiar.

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El estudio hay que aprenderlo como se aprende a caminar. No hay un impulso natural a estudiar: el estudio es una decisión de nuestra voluntad sobre nuestras condiciones naturales.

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Las obras de la cultura son, en gran medida, el testimonio del estudio que el hombre ha hecho de la naturaleza.

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Repasar es la manera como el estudio convierte la información pasajera en conocimiento apropiado.

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La mano le presta al ojo permanencia. Para estudiar no basta con leer, es necesario también escribir.

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Los estudios tienen niveles. Los hay básicos y de educación superior. Se empieza en grupo y aprendiendo lo elemental para terminar, en solitario, tratando de alcanzar lo complejo.

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Nuestros mayores relacionaban el estudio con “quemarse las pestañas”. Es evidente: estudiar es trabajar de cerca con el fuego del saber.

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Cuando los padres humildes les dicen a sus hijos que “solo les dejan de riqueza el estudio”, subrayan una herencia especial. El estudio es una fortuna inmaterial que entre más se dilapida más se multiplica en el tiempo.

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El estudio reclama concentración de nuestro entendimiento y nuestros sentidos. La desatención merma al estudio velocidad y puntería. Si no se ejercita la concentración los resultados son desalentadores. Recordémoslo: los estudiosos son atletas de la atención.

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La planificación y la organización del tiempo son dos aliadas fundamentales al momento de estudiar. Cronos ha sido siempre un aliado estratégico de Minerva.

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Algunos no gustan del estudio porque les implica enfrentarse a lo desconocido. Otros, huyen de él porque comporta esfuerzo y disciplina. También están los que temen estudiar porque no desean someterse a una posible frustración. Sea por la razón que fuere, para alcanzar el tesoro del estudio es necesario enfrentar los propios monstruos.

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Hay algo de simbolismo circular en el estudio: el encierro favorece la concentración.

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La palabra dedicación tiene sus raíces en proclamar. Quien se dedica al estudio, en consecuencia, proclama solemnemente su entrega a los oficios de aprender.

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Los estudiosos experimentados están más cerca de las arañas que de las liebres. Sus estrategias para aprender no son tanto de correr para llegar cuanto antes al final, sino de construir redes para capturar el recuerdo.

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El que estudia debe ser como un detective: formular preguntas, hacer conjeturas, investigar permanentemente. El estudioso es un sabueso del aprendizaje.

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 “Subraya ideas y no palabras”, aconseja el estudioso experto al novato aprendiz. “Todo lo que está suelto se pierde con facilidad”, le advierte con insistencia. La lección concluye con una máxima: “aprender es el esfuerzo de relacionar y ordenar la información”.

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El que estudia debe saber que las partes son poca cosa sin el todo. Los índices son mapas para no perdernos en el laberinto de lo fragmentario.

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Hay tantas técnicas para memorizar: árboles lógicos, redes semánticas, esquema de llaves… Los diagramas son el lenguaje predilecto de Mnemosine.

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Para los que están dedicados al estudio el sueño se convierte en un cómplice secreto. Atenea deja abierta su alcoba a los pies silenciosos de Hypnos.

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Es la mesa y no la cama el mejor útil para el estudio: el exceso de comodidad es el canto de las Sirenas para los que emulan la odisea de aprender.

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¿Qué es lo más difícil de lograr en un proceso educativo? Que el estudiante pase de la obligación de estudiar a la autonomía de aprender.

El autorretrato interior

15 domingo Feb 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Diálogos

≈ 307 comentarios

Pintura de Alex Alemany.

Pintura de Alex Alemany.

Isabel: Hola, Clarita, ¿cómo te acabó de ir?

Clara María: Bien, cansada pero feliz.

Isabel: Lo mismo que yo.

Clara María: Estoy tan entusiasmada con el inicio de esta Maestría.  

Isabel: Yo también. Mi hijo me dijo que no me había visto tan feliz desde hace muchos años.

Clara María: Figúrate que mi hija, la menor, me hizo un jugo para que trajera para mis onces.

Isabel: Pero es intensa esa jornada del fin de semana, ¿no?

Clara María: Sí. Es duro. Aunque con tantas cosas por aprender y tantas lecturas y con eso del proyecto de investigación, pues uno apenas se da cuenta que ya pasaron esas catorce horas de trabajo.

Clara María: Yo ya estoy preparando la tarea que nos dejaron de hacer el autorretrato.

Isabel: La bendita etopeya, ¿cierto?

Clara María: Sabes, Chavelita, que ese término es nuevo para mí…

Isabel: Y para mí también…

Clara María: Por lo que entendí se trata de decir quién es uno en un párrafo. Pero no físicamente, sino dando cuenta de las virtudes y defectos, del temperamento, de las creencias y los valores más significativos que tenemos…

Isabel: Y usando las palabras más precisas…

Clara María: Sí, en eso insistió mucho el maestro. Que deberíamos hacer una descripción bastante precisa.

Isabel: Yo el sábado por la noche le pregunté a Otoniel, mi marido, que me hiciera una descripción sincera de cómo era yo…

Clara María: ¿Y qué te dijo?

Isabel: Sólo me dijo tres palabras: mandona, gritona y dormilona. Pero como le dije que se pusiera serio, me dijo que yo era una buena madre y que no sabía cocinar. Al final me dijo que a qué se debía el interrogatorio. Yo le conté lo de la Maestría y él, como para quedar bien, me definió como una persona consagrada al estudio y muy trabajadora.

Clara María: La que se tomó en serio la pregunta, fue Yessenia, la menor de mis hijas. Ella me dijo que yo era muy regañona y como intransigente. Que por cualquier cosa me ponía brava y que, y esto si me puso a pensar, que había días que me sentía como triste.

Isabel: No siempre es fácil aceptar lo que dicen de uno; sobre todo los seres que uno más quiere.

Clara María: Eso es verdad. Pero es inevitable. Los demás nos perciben de manera diferente. El mayor de mis hijos, el que empezó a estudiar ingeniería, me dijo por teléfono que yo era su ejemplo a seguir y que mi mayor problema era mi obsesión con el orden…

Isabel: Estuve tentada a hacerle caso al profesor y llamar a un exnovio, que tuve. A ver si mi carácter era diferente cuando yo tenía 20 años menos.

Clara María: Yo creo que a uno lo perciben distinto en cada época de la vida.

Isabel: Ojalá. Bueno, pero lo que me tiene un poco inquieta es hacer ese autorretrato en un párrafo. Y subirlo al blog. Me da como pena que todos se enteren de las cosas íntimas de uno.

Clara María: Pero para vencer ese temor está el libro álbum que nos presentó el profesor. ¿Cómo era que se llamaba?

Isabel: Una pesadilla… No. El monstruo en el armario.

Clara María: No. “Una pesadilla en mi armario”.

Isabel: A mí ese libro me puso a pensar. Porque no creas, Clarita, esto de volver a estudiar ya siendo uno veterano, pues no deja de producir cierta angustia. ¿Qué tal que uno no dé la talla? , ¿o que no pueda con tantas obligaciones académicas?

Clara María: A mi esa presentación del libro álbum lo que me produjo fue una mayor convicción. Que a los miedos no hay que huirles o sacarles el cuerpo. Que uno debe aceptarse con sus limitaciones. Y eso que dijo el profesor que me llegó al alma: “La masa con que se hace el pan de la educación, es el error”. No debemos tenerle miedo a nuestros errores; más bien tomarlos de la mano y meterlos en la cama, como vimos en la diapositiva.

Isabel: Voy a decirle a mi hermana, la que vive en Bogotá, que me lo busque en una librería. Sería muy chévere trabajarlo con mis niños del colegio.

Clara María: Pero volviendo al asunto, yo he hecho varios borradores de mi autorretrato. Empecé un cuaderno nuevo.

Isabel: Y cómo sabe uno lo de las líneas; porque el párrafo debe tener de extensión entre 8 y 12 líneas, según recuerdo.

Clara María: Lo que he pensado es lo siguiente: primero hago mi texto a mano. Lo corrijo hasta que me satisfaga. Y después lo paso al computador y, allí, iré contando las líneas.

Isabel:¿En qué letra fue que dijo?

Clara María: En Times new roman de 12 puntos…

Isabel: Sabes que sí, esa puede ser una buena estrategia. Y las lecturas previas, ¿ya las hiciste?

Clara María: Ya me leí la primera. ¿Qué tal el ejercicio de esa profesora con el tomate? Una dura esa maestra. Yo voy a copiar ese ejercicio con mis estudiantes. Me pareció impactante.

Isabel:¿Dónde está ese ejercicio?

Clara María: En la primera lectura sugerida por el maestro. Esa que se llama: “Escribir: dibujar con palabras”.

Isabel: Es que yo me metí de una a la lectura de la etopeya…

Clara María: El profe aconsejó seguir una ruta de lecturas. Alguna intención debe tener para darnos ese recorrido.

Isabel: Pero tú sabes, Clarita, que yo soy impaciente y acelerada.

Clara María: Eso, entonces, hay que ponerlo en tu autorretrato.

Isabel: Sí. Eso será lo mejor. Pero por mi acelere me puse a mirar fotos viejas. Yo tengo varios álbumes de pastas grandes, de esos que uno usaba para guardar fotografías de fechas especiales. Me puse a revisarlos con mi hermana, que vino a “chismosear” cómo me había ido en el inicio de mi posgrado y, como le conté lo de la tarea, al final no sé por qué terminamos revisando esos álbumes. Nos reímos y lloramos un rato. Especialmente con las fotos de mi mamá, que murió hace dos años. Y entre charla y charla ella me fue relatando cosas de cómo era yo de niña y cómo era de “fregada” en el colegio.

Clara María: Uno no acaba de conocerse, Isabelita. Uno es una especie de laberinto.

Isabel: Uy, te inspiraste compañera. Ya esa Maestría te está haciendo efecto.

Clara María: Y con solo un fin de semana… Espera a ver cuando llegue al último semestre.

Isabel: Se me ocurrió hacer un cuadro de mis defectos y mis virtudes, para empezar por algún lado.

Clara María: Puede ser bueno. Aunque el maestro dijo que la etopeya no era presentar un listado de defectos o cualidades. Que era más un conjunto de oraciones en las que describíamos nuestro carácter. “Un dibujo moral de nuestra interioridad”. Eso fue lo que repitió.

Isabel: Voy a hacer un mapa de ideas a ver si ordeno tantas cosas que tengo en la cabeza.

Clara María: Sabes que sí. Esa puede ser una estrategia para organizar las diferentes partes del párrafo. Y después viene lo de hallar las palabras más precisas para describir un comportamiento, un temperamento o una forma de ser.

Isabel: Qué interesantes esas referencias bibliográficas que nos compartió el maestro…

Clara María: Yo no tenía ni idea de que había diccionarios de dudas del idioma y mucho menos esos otros de ideas afines…

Isabel: Y qué tal ese diccionario razonado de sinónimos y antónimos.

Clara María: Qué cantidad de ayudas y de cosas nuevas estamos recibiendo.

Isabel: Y lecturas en cantidad.

María Clara: Yo a raticos he estado leyendo lo de investigación acción…

Isabel: Sabes que me puse a mirar lo de aprender a resumir. Un artículo del libro del profesor.

Clara María: Sí, sí… Lo tengo en capilla para leerlo esta noche. Es que me puede servir para ajustar y mejorar una tarea que les había puesto a mis alumnos.

Isabel: Bueno. Nos toca cortar la conversación, o no logramos hacer todas esas tareas.

Clara María:¿Y ya miraste el blog? Acuérdate que es domingo. Y el profe nos dijo que los comentarios había que hacerlos en la entrada de este día. Pero desde mañana hasta el jueves.

Isabel: Eso lo haré más tardecito. Por ahora, voy a ver qué le hago de comida a mi familia. Chao.

Clara María: Que descanses. Buenas noches.

El lenguaje del educador

10 martes Feb 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

≈ 8 comentarios

Ilustración de Martín Elfman.

Ilustración de Martín Elfman.

El lenguaje y la educación están íntimamente relacionados. Mejor aún, el quehacer docente radica en una “puesta en escena” del lenguaje.

Desde la elección de las palabras, desde la gramática que el docente emplea hasta los diversos usos del lenguaje, el educador va construyendo, además, un tipo de pensamiento. Cada vez que elige una teoría del lenguaje está, a la vez, potenciando o marginando una concepción de pensamiento.

Es que el lenguaje usado por el maestro no puede seguir siendo entendido como un mero instrumento. Muy por el contrario: en el lenguaje se dice la educación. El lenguaje es el decir del educador. No es que el maestro emplee el lenguaje como un aditamento o un accesorio; más bien es a través del lenguaje como él puede concebirse como un ser capaz de gestar la diferencia.

Expliquémonos. El lenguaje es la capacidad o la posibilidad humana de diferenciarse del animal, de la inmediatez. El lenguaje es distanciamiento. Y eso que se ha dado en denominar función simbólica no es otra cosa que la función sígnica: representación, reconstrucción del mundo. Por el lenguaje es como logramos salir del mundo natural para comprendernos como mundo de cultura. Entonces, la tarea del educador es la de posibilitar –usando la mediación lingüística– un distanciamiento, una ruptura, una escisión con el mundo de la sensación, el mundo de la inmediatez, para entregarle al estudiante otra mirada –ésta sí cargada de sentido, repleta de signos, de palabras–, otra nueva configuración del mundo y de la vida.

La educación, así vistas las cosas, es una constante tarea de crear diferencias. De crear “alejamientos” sobre lo natural o lo “obvio”. Educar es sospechar. Y ya la elaboración del lenguaje es el producto de una insuficiencia, de una sospecha del homo sapiens sobre el animal. Cuando educamos nos ponemos en guardia, establecemos un puente entre lo dado y lo creado.

La pragmática contemporánea nos ha enseñado que cuando usamos el lenguaje importa tanto lo que decimos, como lo que hacemos cuando lo decimos. Ni qué decir del efecto que producen nuestras palabras. Hoy sabemos que el cuerpo, en tanto esencia, acompaña la función sígnica. No somos voces parlantes sino cuerpos con palabra. La pragmática coloca al educador en una actitud vigilante: ya no es tanta la preocupación por el contenido, también importa la entonación, el gesto, la forma como ese contenido se dice o se expone a otros. La pragmática le da “cuerpo” a la “carreta” docente.

Otro punto fundamental para la educación es el de los diversos usos del lenguaje. Parangonando a Jakobson, el maestro puede darle mayor o menor importancia a cualquiera de las funciones del lenguaje. Valgan algunos ejemplos: si lo que le interesa es corroborar el aprendizaje, la comprensión de la explicación, la atención en clase, seguramente apelará más a la función fática, le dará mayor realce, la pondrá en primer plano. Pero si lo que le interesa más es el contenido de la asignatura, el código mismo de la materia, entonces buscará poner en alto relieve la función metalingüística. También cabe la posibilidad que el educador tenga como objetivo fundamental su decir, su propia experiencia, sus propias historias, por lo mismo hallará en la función emotiva, esa que está centrada en el emisor, el mejor caldo de cultivo para su tarea educadora… En cualquier caso, lo que interesa es cómo el educador, dependiendo del uso o el énfasis que haga en cualquiera de las diversas funciones del lenguaje, puede lograr efectos o logros diferentes. El educador deberá preguntarse si lo que quiere subrayar es la verdad, la sinceridad, la licitud, o la belleza.

Se me ocurre ahora que el educador se mueve en eso que Wittgenstein llamaba “juegos de lenguaje”. Recordémoslo: dentro del lenguaje podemos jugar diversos juegos. De allí que educar sea como ir aprendiendo y diseñando nuevos juegos, nuevas posibilidades de interacción con nuestros alumnos. Pero también es ir marcando ciertas reglas, ciertas normas sin las cuales no es posible jugar. Cuando hablamos de Lenguaje y Educación tenemos que indagar en cuáles son nuestras gramáticas. Hasta dónde nuestras sintaxis y nuestras semánticas docentes posibilitan o permiten, censuran o mutilan, abren o cierran aprendizajes. Dicho en otras palabras, qué tan jugable es nuestro lenguaje docente en cuanto puesta en escena de un conocimiento. O, si se prefiere, cuál es nuestra reserva de lenguajes. ¿Tenemos uno sólo?, ¿acaso varios?… ¿Son nuestros juegos de lenguaje realmente juegos interesantes, llamativos, cercanos a la vida cotidiana de los estudiantes?

Sin lugar a dudas, plantearse el tema del lenguaje dentro de la educación es abrir nuevas rutas de trabajo comprensivo, nuevos itinerarios de pensamiento. Michel Foucault, en ese libro memorable Las palabras y las cosas, estudió cómo el lenguaje permea y evidencia a la vez una conceptualización del comercio, los valores, los saberes. Uno podría afirmar que cada vez que el educador dice algo en clase, ese decir es un decirse y, ese decirse, por lo demás, pone en escena una concepción –una elección que es siempre una postura– del mundo y de la vida. El lenguaje “elegido” por el docente muestra –a veces a pesar suyo– una política y una ética, una economía y una estética.

 (De mi libro Oficio de maestro, Javegraf, Bogotá, 2000, pp.167-169)

El conocimiento y la sabiduría

01 domingo Feb 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

≈ 6 comentarios

"Cuando el abuelo habla" del pintor mexicano Alfredo Rodríguez.

«Cuando el abuelo habla» del pintor mexicano Alfredo Rodríguez.

En una época como la nuestra en la que abunda y es de fácil acceso la información parece oportuno hacer una distinción entre el conocimiento (en su aspecto de erudición) y la sabiduría. Presentar algunas diferencias entre estos dos tipos de saber puede llevarnos hoy a tener una postura crítica de cara al “acceso inmediato” de datos y a cuestionarnos por el sentido de la formación humana.

Empecemos recordando que la acumulación de conocimientos no genera, de por sí, sabiduría. Se puede ser altamente instruido y, sin embargo, mostrar poca sapiencia. Los títulos académicos, la exposición continua a la educación formal, pueden contribuir a un mejor desempeño laboral o profesional, pero no necesariamente arrojan unos altos resultados en este otro tipo de saber. Por eso hay personas que aún, careciendo de pergaminos intelectuales, son más prudentes, más sensatas y más sabias que los eruditos universitarios. Tal vez esto sea así, porque el objetivo esencial de la sabiduría no es tanto llenarnos de infinidad de conocimientos técnicos sino darnos luces o “consejos” para afrontar o sortear de la mejor manera las vicisitudes de la vida. El punto de mira es el propio yo y su relación con otros semejantes. Más que subrayar las destrezas científicas o hacernos especialistas en una disciplina lo que la sabiduría busca es cualificar nuestro discernimiento y forjar nuestro carácter para llevar la propia existencia sin tantas angustias o desazones.

Otro elemento por señalar parte de la constatación de que la sabiduría es un saber aplicado. No es una erudición volátil o lejana a la vida. Los saberes propios de la sabiduría son validados diariamente en el yunque de estar en el mundo. Por esta razón, se habla del “arte de vivir”, haciendo énfasis en la dimensión práctica, en una experticia en la que caben la razón pero igualmente la intuición, los hábitos y la dimensión emocional de las personas. Precisamente, la sabiduría aunque puede encontrarse en los libros no se aprende sólo en ellos. Buena parte del conocimiento de la sabiduría proviene del caudal de la tradición. A través de los mayores se va transmitiendo a las nuevas generaciones. Mediante el diálogo, la conversación se va pasando tal saber a la manera de los “secretos del oficio” que los artesanos medievales confiaban a sus jóvenes aprendices. Debido a ese componente de oralidad tan predominante es que la sabiduría se condensa en refranes, sentencias y aforismos. No es mediante extensos tratados como la sabiduría pasa de una a otra descendencia. Son pequeños condensados, “fórmulas de vida” fáciles de recordar y comunicar de boca en boca. No es la cantidad de información indiscriminada lo que vale legarse, sino un destilado de la misma. Las máximas en las que se expresa la sabiduría son una selección del conocimiento esencial y útil para darle sentido y dirección a la existencia.

Como se infiere de lo expresado, resulta fundamental para la apropiación de la sabiduría la mediación de la crianza. Los padres, con cada recomendación o reproche, con la advertencia reiterada o la observancia de ciertos comportamientos, van tallando o sedimentando en el carácter de los más pequeños una forma de ser y de actuar. Es la crianza el medio privilegiado para que la sabiduría siembre y cultive sus frutos más preciados. Pero, además, los abuelos y tíos, todo el núcleo familiar, refuerzan y profundizan esas pequeñas lecciones de sabiduría. Si falta o es débil el cuidado de la crianza, muchos de esos saberes y habilidades no lograrán interiorizarse o serán remplazados por las demandas coyunturales de una época. Cuando se está desprovisto de crianza lo más frecuente es crecer en un ambiente de barbarie o sufrir innecesariamente las consecuencias de la desmemoria del pasado y la orfandad de las claves del desarrollo humano.

Desde otro mirador, la sabiduría no opera como un listado de acciones o una prescriptiva idéntica para todas las personas. El acervo de la sabiduría sufre modificaciones, adaptaciones, cambios, según las particularidades de los individuos. Dicho de otra forma, la sabiduría aporta un repertorio de principios, pero cada quien deberá, según su criterio o según las circunstancias, elegir y adaptar dichos preceptos. Podríamos decir que las indicaciones de la sabiduría son preceptos dúctiles, flexibles. No hay una cartilla mecánica o un listado de comportamientos a los cuales responder como si fuera una lista de chequeo. Los saberes de la sabiduría demandan comprender las implicaciones y procederes dentro de una situación determinada. Si el conocimiento erudito pretende ser universal y atemporal, la sabiduría reclama –para ser efectiva– atender a lo local en un tiempo específico. Allí hay otra diferencia significativa: por una parte está el conocimiento pretendidamente generalista y, por otra, la sabiduría que se reconoce altamente singular.

¿Y cuáles son las temáticas o ejes sobre los que se fundamenta la sabiduría? Son tan variados como diversas son las situaciones que debe enfrentar una persona a lo largo de su vida. Sin embargo, las insistencias mayores del saber de la sabiduría están en la prudencia, el tacto, la previsión, el cuidado y dominio de sí, el manejo de nuestras pasiones, la relación con los otros, la práctica de ciertas virtudes, la comprensión de determinados sentimientos y emociones. En cada uno de esos aspectos la sabiduría se mueve destacando o bien la bondad de tenerlos presentes o señalando  las consecuencias de desatenderlos. Aquí se puede apreciar otra distinción con el conocimiento erudito: el saber de la sabiduría no se expone de manera neutral, siempre muestra un doble filo. No es inocente el que hagamos o dejemos de hacer algo; no afecta nuestra vida de la misma forma el que nos comportemos de una u otra forma. La sabiduría, en consecuencia, pone sus enseñanzas en la misma perspectiva de los dilemas morales, de la clarificación de valores, de los ejercicios espirituales o las prácticas de discernimiento. Por eso es tan común que los apotegmas de la sabiduría se consignen en paradojas, porque la asunción de la vida y  sus peripecias nos ponen siempre en la zona de la ambigüedad, de las contradicciones, de lo indeterminado. Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos–nos advierte la sabiduría– nuestra vida terminará enfrentada a dos caminos. En suma: el conocimiento no es imparcial o indiferente.

Un punto adicional, que ayuda a reforzar la distinción que venimos argumentando, es el protagonismo que le da la sabiduría a la voluntad. De nada sirve aprender un saber  o unos consejos si no hay la entereza o la constancia para ponerlos en práctica. La sabiduría considera que el entendimiento debe combinarse con lo volitivo. No es suficiente tener conocimientos, hay también que decidirse a incorporarlos y llenarlos de historia. Por momentos esa fuerza de la voluntad se convierte en entereza y, en otros casos, se acerca al campo de la  firmeza o la perseverancia. La sabiduría reconoce al conocimiento pero solo en cuanto se encarna en decisiones, en asentimientos, en resoluciones. Es nuestra libertad la que, en últimas, dota de rostro las enseñanzas de ese saber anónimo de la tradición. Y si de una parte el conocimiento parece no pedir más que ampliar nuestra memoria para acumularlo o distinguirlo con precisión, de otra, la sabiduría nos exige ejercitar nuestro espíritu y nuestro cuerpo, fraguar la consistencia de nuestros hábitos, poner a prueba nuestro albedrío. La sabiduría reclama que la información recibida pase por el tamiz de la encarnación. Quien posee sabiduría es una prueba viva de ese saber. A diferencia del conocimiento que puede predicarse sin testimoniarlo, la sabiduría convierte el saber en un ejemplo de carne y hueso.

Dejemos en claro, para finalizar estas distinciones, que la erudición y la abundancia de información no son suficientes para “gobernar” nuestra vida. La acumulación de instrucción es importante pero no suficiente. Si lo que anhelamos es adquirir una formación integral, un desarrollo equilibrado de las múltiples dimensiones del ser humano, entonces, será necesario el concurso de los saberes propios de la sabiduría. Aquí es irremplazable la colaboración de la familia y de todos los actores que tienen la tarea de educar. Es posible que mediante este esfuerzo de varios estamentos de la sociedad logremos darle el justo valor a la humilde sapiencia de los mayores y pongamos en salmuera la información novelera y copiosa que llega indiscriminada a las manos de la juventud.

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