Si bien el estudio se hace con útiles, sentidos y razón, lo que más cuenta en definitiva es la fuerza de voluntad.
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Para que el mecanismo de la mente trabaje necesita estar bien aceitado. El lubricante del estudio es el hábito.
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El enemigo más visible del estudio es la pereza; el más soterrado, la inconstancia.
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El estudio, que es una actividad del pensamiento, también es un lugar. Quien tiene un estudio posee una parcela para cultivar el aprendizaje.
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Aunque la mayoría de las personas ven el estudio como una entretención u ocupación del ocio, lo cierto es que es un trabajo. Demanda esfuerzo y concentración; implica el uso de unos útiles especiales y el dominio de ciertas estrategias. El estudio es el trabajo propio del intelecto.
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Cuando se ha dejado mucho tiempo de estudiar el cuerpo se amodorra y la somnolencia nos domina. Esto prueba que el estudio, como el deporte, demanda preparación física y ejercicio permanente.
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Del buen estudiante se dice que es una persona consagrada. Es decir, que convierte las tareas cotidianas en una labor sagrada.
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La mayoría de las personas confían en que la motivación sea suficiente para lograr aprender. Se equivocan: solo con el estudio el anhelo fugaz se torna en meta certera y realizable.
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Intelectual: dícese de la persona que ha vuelto el estudio una profesión.
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Leer, subrayar, glosar, resumir… Pensar, reflexionar, analizar… Escribir, producir, crear… Todas estas acciones están contenidas en el estudio. Todas estas acciones muestran la necesidad que tiene el aprendiz de conocer previamente las habilidades propias de estudiar.
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El estudio hay que aprenderlo como se aprende a caminar. No hay un impulso natural a estudiar: el estudio es una decisión de nuestra voluntad sobre nuestras condiciones naturales.
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Las obras de la cultura son, en gran medida, el testimonio del estudio que el hombre ha hecho de la naturaleza.
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Repasar es la manera como el estudio convierte la información pasajera en conocimiento apropiado.
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La mano le presta al ojo permanencia. Para estudiar no basta con leer, es necesario también escribir.
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Los estudios tienen niveles. Los hay básicos y de educación superior. Se empieza en grupo y aprendiendo lo elemental para terminar, en solitario, tratando de alcanzar lo complejo.
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Nuestros mayores relacionaban el estudio con “quemarse las pestañas”. Es evidente: estudiar es trabajar de cerca con el fuego del saber.
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Cuando los padres humildes les dicen a sus hijos que “solo les dejan de riqueza el estudio”, subrayan una herencia especial. El estudio es una fortuna inmaterial que entre más se dilapida más se multiplica en el tiempo.
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El estudio reclama concentración de nuestro entendimiento y nuestros sentidos. La desatención merma al estudio velocidad y puntería. Si no se ejercita la concentración los resultados son desalentadores. Recordémoslo: los estudiosos son atletas de la atención.
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La planificación y la organización del tiempo son dos aliadas fundamentales al momento de estudiar. Cronos ha sido siempre un aliado estratégico de Minerva.
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Algunos no gustan del estudio porque les implica enfrentarse a lo desconocido. Otros, huyen de él porque comporta esfuerzo y disciplina. También están los que temen estudiar porque no desean someterse a una posible frustración. Sea por la razón que fuere, para alcanzar el tesoro del estudio es necesario enfrentar los propios monstruos.
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Hay algo de simbolismo circular en el estudio: el encierro favorece la concentración.
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La palabra dedicación tiene sus raíces en proclamar. Quien se dedica al estudio, en consecuencia, proclama solemnemente su entrega a los oficios de aprender.
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Los estudiosos experimentados están más cerca de las arañas que de las liebres. Sus estrategias para aprender no son tanto de correr para llegar cuanto antes al final, sino de construir redes para capturar el recuerdo.
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El que estudia debe ser como un detective: formular preguntas, hacer conjeturas, investigar permanentemente. El estudioso es un sabueso del aprendizaje.
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“Subraya ideas y no palabras”, aconseja el estudioso experto al novato aprendiz. “Todo lo que está suelto se pierde con facilidad”, le advierte con insistencia. La lección concluye con una máxima: “aprender es el esfuerzo de relacionar y ordenar la información”.
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El que estudia debe saber que las partes son poca cosa sin el todo. Los índices son mapas para no perdernos en el laberinto de lo fragmentario.
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Hay tantas técnicas para memorizar: árboles lógicos, redes semánticas, esquema de llaves… Los diagramas son el lenguaje predilecto de Mnemosine.
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Para los que están dedicados al estudio el sueño se convierte en un cómplice secreto. Atenea deja abierta su alcoba a los pies silenciosos de Hypnos.
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Es la mesa y no la cama el mejor útil para el estudio: el exceso de comodidad es el canto de las Sirenas para los que emulan la odisea de aprender.
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¿Qué es lo más difícil de lograr en un proceso educativo? Que el estudiante pase de la obligación de estudiar a la autonomía de aprender.