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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: agosto 2015

Debatir con voces ajenas

31 lunes Ago 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Témpera del artista suizo Hans Erni.

Témpera del artista suizo Hans Erni.

Ya en otras entradas de este blog he reflexionado sobre la necesidad de que nuestros estudiantes universitarios (y muy especialmente los de posgrado) aprendan o se fogueen en dialogar con la tradición de las fuentes escritas. Que sobrepasen el mero transcribir citas de autores y logren apropiarlas o reincorporarlas a su propio discurso. En esta perspectiva es que he ideado la estrategia del contrapunto, con siete técnicas precisas: amplificación, disminución, réplica, transposición, derivación, contraste y análisis.

El contrapunto es un buen ejercicio para habituar a los estudiantes a tomar partido por determinada información, a ser lectores activos, a fortalecer la lectura crítica de los textos. El contrapunto también es un excelente recurso para combatir el “copy paste”, es decir, esa práctica de plagio de nuestro tiempo en la que de manera irresponsable y desordenada “bajamos” información tratando de armar colchas de retazos sin ninguna presencia de nuestra voz o nuestro pensar. El contrapunto, por lo demás, es una mediación ideal para favorecer la escritura, entre otras cosas porque obliga al universitario a imitar el tono del autor que desea replicar y encontrar los mejores conectores lógicos para hilar de forma coherente su postura personal con la opinión de otra voz.

Sobra hablar, desde luego, de un beneficio adicional: el contrapunto sirve para caldear o desarrollar los procesos argumentativos. La cita elegida hace las veces de piedra de toque, de contrincante, al cual debemos presentarle razones lógicas, planteamientos contundentes, tesis o afirmaciones en las que sean fundamentales la deducción, la inferencia, el análisis, la analogía o la ejemplificación. Cada contrapunto es, entonces, un pequeño texto profundamente meditado e inspirado en la tradición persuasiva de la retórica clásica. No se puede decir cualquier cosa, ni plantearla de cualquier manera. El genuino contrapunto debe cumplir la rigurosa condición de ser convincente tanto en la estructura como en el contenido.

Este es el telón de fondo del reto escritural que les he propuesto a los estudiantes de primer semestre de la Maestría en Docencia de la Universidad de La Salle. Se trata de escribir dos contrapuntos (usando 2 técnicas diferente de las siete mencionadas) a una cita de Walter Ong, contenida en su libro Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, FCE, Buenos Aires, 2006, p. 86. El texto elegido es el siguiente:

“La escritura es una tecnología interiorizada aún más profundamente que la ejecución de la música instrumental. No obstante, para comprender qué es la escritura –lo cual significa comprenderla en relación con su pasado, con la oralidad–, debe aceptarse sin reservas el hecho de que se trata de una tecnología”.

Cada texto deberá contener tanto la cita en mención como el contrapunto respectivo, señalando en la parte superior la técnica empleada en cada caso. No sobra recordar que la extensión del contrapunto debe ser proporcional al número de líneas de la cita tomada como motivo para el ejercicio.

Ese es el reto. Pero, a la par, es una invitación a explorar en el trato con las voces de autoridad, con la bibliografía que, en muchas ocasiones, apenas queda como un listado de obras pero sin que hayamos tenido la ocasión de disertar con las ideas sustanciales de esos libros. El contrapunto es una magnífica ocasión para ser algo más que meros consumidores de información e intentar ser productores de conocimiento.

Llegar a los 60

24 lunes Ago 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Llegar a los 60 años es una combinación de dos sentimientos encontrados. De un parte, está la alegría de haber podido alcanzar unas metas, ver florecer una pasión, contar con el afecto de personas inmunes al tiempo y la distancia. De otro lado, se siente una especie de preocupación por asuntos que antes apenas lograban interesarnos: la salud, la tranquilidad, el tiempo, el bienestar. Dichas preocupaciones se hacen más fuertes cuando notamos que el cuerpo nos pesa y que empezamos a llenarnos de prótesis y medicamentos: la pastilla diaria, unos lentes, un marcapasos, una dieta especial.

La tensión se acentúa porque también, al llegar a los 60, se cuenta con un caudal de experiencia y una cierta sabiduría que nos hace profundamente reflexivos sobre toda nuestra existencia. No solo vivimos las cosas o las circunstancias sino que, además, pensamos frecuentemente en tales asuntos, consultamos a diario los problemas con la almohada y, sobre todo, sopesamos una y otra vez nuestras elecciones.

Y hay tantos cambios, tantas transformaciones en nuestra vida. Nos urge llegar cuanto antes a casa y no andar deambulando en otras partes; preferimos la conversación íntima con amigos esenciales que despilfarrar nuestras palabras en discusiones inútiles; anhelamos tener solamente las cosas fundamentales; dejamos de transigir con la hipocresía y la inautenticidad… Cambia nuestra sexualidad y nuestro temperamento; cambia nuestro genio y nuestra memoria. Entramos en la dinámica de necesitar más sueño y oír con cuidado los veredictos del estómago. Visitamos más al médico, vigilamos con celo nuestros ahorros, repasamos libros que nos son muy queridos, descubrimos compositores musicales que sintetizan en una obra nuestro reacomodamiento interior. Y todas esas cosas nos advierten que debemos modificar algunos hábitos, aceptar determinadas limitaciones, preparar nuestro cuerpo y nuestra mente para comenzar la etapa de los sexagenarios, es decir, esa década de la madurez en la que aún no hemos llegado a viejos.

De igual modo, llegar a los sesenta –al menos desde la mirada de los símbolos– es entrar de lleno en el mundo de las renovaciones, de las evoluciones. Es la edad del ave fénix, ese animal fabuloso capaz de renacer de sus cenizas; es el tiempo del despertar progresivo de la conciencia, según se lee en los arcanos del antiguo Egipto. Es, en últimas, el inicio de las metamorfosis cardinales. Años para el cuidado de sí, la purificación de la cabeza y la depuración de información; época para entrever la dimensión espiritual. Como se colige, llegar a los sesenta es un momento de cierre y de apertura, de recogida de cosecha y posibilidad de nueva siembra.

En este último sentido, cuando se llega a los 60, tenemos el deber de agradecer a las personas que nos han ayudado o nos han posibilitado el desarrollo de nuestras capacidades. Sin esos seres, sin su amor o su apoyo, apenas podríamos haber vislumbrado la meta; cuánto le debemos a nuestro núcleo familiar a nuestros amigos y a esos ángeles custodios que siempre aparecen a lo largo de nuestra existencia. Llegar a los 60, en tanto lapso para mirar atrás, es una zona de reconocimiento y gratitud. Pero, en esa misma proporción, pisar este umbral –con incertidumbre y esperanza a la vez– es la posibilidad de forjarnos proyectos de más largo alcance, atrevernos a concluir la gran obra aplazada o forjar el sitio ideal para nuestro tesoro. De igual manera, esta edad nos habilita para actuar en escenarios en donde  podemos aportar la síntesis de una experiencia acumulada y nos da licencia para promulgar sin aspavientos  una filosofía personal de la vida. Llegar a los 60, en la medida en que es un período de avizorar nuevos horizontes, es un escenario para refrendar los lazos afectivos y consolidar las relaciones personales.

Como se deriva de lo dicho, llegar a los 60 años no es sentirse totalmente acabado o caduco. Puede que el cuerpo esté mermado, pero el espíritu remoza de juventud; es posible que ya no se tenga el mismo ímpetu o las mismas fuerzas treintañeras pero se cuenta con buen criterio y un excelente tino para la toma de decisiones. Llegar a los 60, en síntesis, es un tiempo de aceptaciones y cambios, de renuncias y renovaciones. Más que una época para la nostalgia y los remordimientos es una excelente oportunidad para sacar provecho de lo aprendido, para regocijarnos con los haberes físicos, morales o intelectuales obtenidos. Aunque debamos habituarnos a los achaques y los dolores inesperados, aún podemos ponernos de pie y mantener en alto la bandera de algunos sueños esenciales.  

Volvamos al ave fénix para interpretar el sentido de esta época: en parte somos ya ceniza, pavesas de muchos años vividos y, a la vez, ese mismo residuo, ese polvo de historia, sirve de argamasa para reconstruir al hombre mayor repleto de experiencia acumulada y sueños de renovación. La clave, por supuesto, está en el fuego. Porque los 60 están gobernados por este elemento ígneo: el fuego que destruye y protege, que purifica y regenera. Brindemos, entonces, por el fuego regenerador de los 60 años.

Cuidar nuestros hábitos

18 martes Ago 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Ilustración con plastilina de Irma Gruenholz.

Ilustración con plastilina de Irma Gruenholz.

El hábito es una especie de segunda naturaleza.

Cicerón

Mucho de lo que somos es producto de nuestros hábitos. Para bien o para mal, somos el resultado de los hábitos que marcaron nuestra crianza y nuestra educación. Pero, a la par, también somos responsables de los hábitos perjudiciales que tenemos que desarraigar de nuestra personalidad y de esos otros que necesitamos incluir en nuestra vida cotidiana para alcanzar las metas que más anhelamos.

Al ser una especie de otra piel, los hábitos tienen una fuerza descomunal en nuestro temperamento o en nuestra forma de actuar o de pensar. Los hábitos trabajan a la manera de otra estructura ósea o cierta mecánica muscular. Ellos nos soportan, nos dan piso, nos mantienen en una determinada posición. Por los hábitos respondemos de una especial manera a ciertos estímulos; por los hábitos –llámense de alimentación, de aseo, de economía o de estudio– hacemos o dejamos de hacer ciertas cosas. Es la fuerza de los hábitos la que nos impulsa a tener, por ejemplo, un cuidado diario en el aseo de nuestro cuerpo o tener la precaución de lavarnos las manos antes de comer, o dedicar unos minutos a la lectura, o sacar una parte de nuestros ingresos para un ahorro, o disponer nuestra voluntad y nuestra mente al aprendizaje cotidiano y así poder alimentar nuestro espíritu cada día. Son los hábitos, esos patrones o modelos de comportamiento y de pensamiento, los que en verdad gobiernan o capitanean buena parte de nuestro vivir cotidiano.

Es importante por lo mismo, aprender a desaprender viejos hábitos y, especialmente, conquistar otros nuevos. Dada la fuerza que los hábitos poseen –mucho más fuerte cuando asumen el rostro de la costumbre o la rutina– debemos estar vigilantes a sus alcances y sus limitaciones. Para nadie es un secreto que buena parte de la crianza consiste en aprender determinados hábitos: la higiene, la buena educación, el alimentarse, el vestirse, el interactuar con otros. Cada uno de estos comportamientos o de estas maneras de interrelacionarnos forma parte de las “lecciones” cotidianas que los padres o los maestros van troquelando en los niños hasta convertirlas en parte de su carne. Y más tarde, es la misma sociedad la que va modelando otros hábitos capaces de regular la convivencia, el tránsito, el comercio, la comunicación. El conjunto de esos hábitos, de alguna manera, definen y especifican a pueblo o a una particular cultura. Precisamente por ser el fruto de un largo proceso de socialización o de enculturación es que los hábitos son tan difíciles de cambiar o de modificar. Por eso, aunque intelectualmente sabemos lo perjudicial de alguno de ellos, no lo desalojamos de manera inmediata de nuestra persona. Digamos que los hábitos ya están “arraigados” en nosotros; tienen adherencias y ramificaciones. Entonces, cuando uno decide en verdad eliminar algún hábito que lo está perjudicando, hay un momento “doloroso” que, casi siempre, imposibilita dar el salto o asumir plenamente la nueva condición. Por eso reincidimos o caemos en la situación anterior, por eso volvemos a lo mismo: porque los vetustos hábitos irradian un campo de fuerzas tranquilizador, mientras los nuevos provocan el sufrimiento o cierta desazón en nuestro espíritu.

Es acá en donde es necesario echar mano de los brazos vigorosos de nuestra voluntad. Sacar a relucir la casta de nuestro carácter. No hay otra manera. No hay secretos ni fórmulas que mágicamente nos lleven a asumir nuevos hábitos o a extirpar añejas prácticas. Sólo con la tenacidad y la persistencia de nuestra voluntad podemos, poco a poco, conquistar esos nuevos comportamientos. Cabe decir ahora que esa puede ser una buena estrategia o un buen consejo: a los hábitos se los cambia paulatinamente, haciendo ligeras variaciones a una vieja actitud, provocando pequeñas modificaciones en una rutina, dejando que entren leves alteraciones en una costumbre. Lo peor es querer cambiar los hábitos de manera tajante o abrupta. Hay que aplicar el mismo principio de su origen: paso a paso, voz a voz, día a día. Primero, convenciendo a nuestra cabeza, para luego ir persuadiendo, sosegadamente, a nuestro cuerpo.

Los hábitos, en la medida en que ya son aptitudes o formas de ser interiorizadas, operan como reguladores poderosos de nuestra existencia. Tal es su importancia. Los mismos hábitos hacen ley en nuestra interioridad; crean dinámicas en nuestra conducta que ni siquiera reflexionamos; promueven rutinas que se convierten en patrones de acción. Cuidar estos hábitos, saber cuándo nos están encasillando o cuándo necesitamos incorporar otros diferentes, es una de las tareas a las cuales debemos invertirles reflexión y tiempo. Pensemos, de vez en cuando, qué hábitos nos están imposibilitando progresar en algún aspecto de nuestra vida o cuál otro de ellos está desmoronando nuestra salud. Meditemos sobre qué mal hábito puede ser el causante de nuestra pobreza moral o intelectual, o cuál hábito es el que nos sigue esclavizando hasta el punto de condenarnos a la desesperanza o la sin salida existencial.

(De mi libro Custodiar la vida. Reflexiones sobre el cuidado de la cotidianidad, Kimpres, Bogotá, 2009, pp. 133-136).

Volver a escribir

10 lunes Ago 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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Son evidentes las falencias en la escritura de los estudiantes de posgrado. Bien por la poca atención que le han prestado a esta tecnología de la mente o porque los anteriores maestros de la educación básica no se tomaron en serio los productos realizados y apenas marcaron sus trabajos con alguna genérica señal. En todo caso, lo cierto es que al revisar las primeras producciones de los estudiantes son flagrantes las falencias en redacción, ortografía, en la organización y conexión entre las ideas o en la dificultad para identificar las características particulares de una tipología textual.

Además, el poco trato con la palabra escrita contribuye a que los maestrantes y doctorandos sientan demasiado ajenas o complejas las tareas de elaborar un ensayo, redactar una reseña o preparar el informe de avance de una investigación. Y aunque los tutores y profesores les señalen dichos fallos no parece fácil sortear tales carencias; o no en el tiempo esperado. El resultado, como se sabe, es la baja calificación en varios de los cursos y seminarios y el retraso para lograr graduarse debido, precisamente, a que no logran terminar la redacción del trabajo de grado o la rigurosa tesis.

Dados estos problemas es que algunos programas posgraduales se han visto en la necesidad de desarrollar alternativas o estrategias para “aprender a escribir”. A veces, creando diplomados como requisito de ingreso o incorporando al plan de estudios asignaturas dedicadas a estudiar las peculiaridades de la escritura. Otras ofertas académicas, como es el caso de la Maestría en Docencia de la Universidad de la Salle, han ideado un “Nivelatorio” a lo largo del primer semestre de estudios. Estas sesiones combinan tanto los elementos conceptuales de la escritura como el trabajo aplicado de tales conocimientos. Mediante un constante acompañamiento tutorial personalizado los textos de los maestrantes van teniendo diferentes correcciones hasta alcanzar una versión satisfactoria.

Pero no se trata de un común curso de redacción. Este “Nivelatorio” empieza a explorar en los procesos de pensamiento que subyacen a la tarea de escribir. Digamos que la apuesta es por mirar adentro de la “caja negra” de la escritura. En consecuencia, hay ejercicios didácticos encaminados a fortalecer y enriquecer el aprender a pensar, ordenar las ideas, dialogar con la tradición, saber observar, adquirir competencia semántica. De igual modo, se insiste en el uso de ciertas herramientas específicas para escribir como son los diccionarios de uso y de incorrecciones del idioma, los diccionarios razonados de sinónimos, los diccionarios de ideas afines y el empleo de manuales de estilo que ayudan enormemente a tener un dominio comprensivo de aspectos básicos de gramática y composición escrita.

Por supuesto, ese es el trabajo directo con cada uno de los maestrantes. De otra parte, una de las recomendaciones fundamentales dadas a los estudiantes al momento de iniciar el “Nivelatorio” es la de convertir este encuentro con la escritura en un hábito. Si no se adquiere un vínculo con el escribir, si no se cuenta con la voluntad para rehacer los primeros borradores, todo lo que hagan los maestros acompañantes será inútil. Bien se sabe que la escritura, como labor artesanal que es, requiere de ejercicio y constancia para dominar sus pormenores. Entonces, hay que ponerse a estudiar los intríngulis de dicha técnica: ¿cómo estructurar un escrito?, ¿qué características definen las diversas tipologías textuales?, ¿de qué manera la puntuación hace más dinámica la prosa?, ¿cómo usar adecuadamente las preposiciones?, ¿qué son los conectores lógicos?, ¿cuáles son los usos de la tilde diacrítica?

Si hay esa dedicación e interés por el ser y proceder de la palabra escrita pronto se descubrirá que escribir no un asunto de genios o para personas iluminadas. Tampoco que es una ventura o el azaroso resultado de las dádivas de la inspiración. Muy por el contrario, se comprenderá que escribir es un oficio de mejora continua, de ir poco a poco, enmienda por enmienda, estructurando un texto, dándole cohesión y coherencia, llenándolo de fuerza comunicativa. Porque al entrar en relación con las palabras, al ver de frente su sinuosa significación, se podrá descubrir el interesante y difícil arte de poner en escena las posibilidades y las alternativas del lenguaje. Y, desde luego, se tendrá más conciencia del proceso de pensamiento que entra en juego en la elaboración de un escrito.

Puede parecer extraño, pero a veces se necesita llegar a la educación posgradual para asumir en verdad las peculiaridades e importancia de la escritura. Tal vez allí esté uno de los objetivos de la educación superior: la de enseñarnos a leer y a escribir con sentido, la de hacernos competentes para el espíritu crítico y la producción de conocimiento. La formación avanzada implica un salto cualitativo en los procesos de aprendizaje, ya no es suficiente con asistir a clase o comportarse de juiciosa manera; la exigencia es ahora mayor porque obliga al estudiante a encontrar una voz personal, y a exponer o argumentar por escrito sus propias ideas.

Así que, con este preámbulo, invito a los maestrantes de primer semestre de Yopal,  a que se lancen a publicar sus autorretratos morales, sus etopeyas. El llamado es sencillo: vuelvan a escribir.

Describir un carácter

03 lunes Ago 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Del Nivelatorio

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Ilustración de Igor Morski.

Ilustración de Igor Morski.

Autorretrato en un párrafo

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