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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: septiembre 2015

Cuidar el dolor

28 lunes Sep 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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«El venado herido» de Frida Kahlo.

El dolor es la raíz del conocimiento.
Simone Weil

Nadie podría pensar que el objetivo de la vida sea la búsqueda del dolor; más bien cabría decirse lo contrario: que el fin último del hombre es la felicidad. Sin embargo, aunque no sea un propósito particular del ser humano, es indudable que las situaciones o experiencias de dolor son dispositivos poderosos tanto para acabar de conocernos como para comprender mejor la misma existencia.

El dolor, en cuanto es algo particular, nos apersona. No hay forma de que otro sienta, en la misma medida, las punzadas, las picadas, los tormentos que a uno le suceden. Puede haber compasión, en cuanto alguien se conduele con nosotros; puede haber solidaridad, en la medida en que otro ser se adhiere a nuestra pena, pero nadie puede vivir el dolor que cada quien padece. Es una experiencia intransferible. Y, en la mayoría de los casos, indecible. Por eso son tan significativas para nuestro propio crecimiento espiritual las experiencias de dolor. Ellas, con sus ayes y sus lamentos, con sus insomnios y su procesión de fármacos, van lanzándonos pistas o señales sobre algún comportamiento inadvertido de nuestra personalidad, sobre algo más que no hemos resuelto o asimilado, sobre muchas tareas pendientes que hemos ido aplazando o que olvidamos cumplir. El dolor –con su voz lacónica y cortante– nos llama a lista y exige de nosotros responder: “presente”.

Por lo demás, el dolor es pesado, denso, brutal en su realismo. Viene a nosotros como una mole: nos aplasta, nos asfixia, nos aprisiona hasta el grito. Pero allí mismo, en esa evidencia tangible y sincera, nos ayuda a desengañarnos de la ilusión o lo irreal. Cuando sufrimos, los seres humanos recuperamos la sensatez y la prudencia; nos damos cuenta de la banalidad de muchas cosas; nos reconciliamos con lo elemental y verdaderamente necesario. El dolor nos quita la venda de lo accesorio para dejarnos de nuevo con la maravillosa fragilidad de nuestra desnudez. Puede que las personas nos engañemos muy fácilmente con nuestra idea  de felicidad, pero jamás podremos equivocarnos con la verdad que testimonia nuestro dolor. En esa testificación fundamental de nuestra existencia, el dolor es un medio calificado para ofrecernos conocimiento.

Insistamos: no es que debamos disponer nuestra vida para buscar más y mayores dolores; de lo que se trata es de darle un valor positivo a esas experiencias, de convertirlas en parte de la vida y no tomarlas como extrañas a ella. El dolor –bien sea físico o moral– puede ayudarnos a mirar con más cuidado nuestro sentido vital. A través de él, mediante sus signos punzantes, podemos descubrir algo que no estamos haciendo bien o tomar conciencia de una determinada orientación equívoca de nuestra existencia. El dolor tiene la facultad de hacernos más sensibles; de colocar nuestra mente y nuestra piel en actitud de alerta; nos saca del marasmo de la rutina o la vida fácil. Es más, nos recuerda un vínculo con lo trascendente y cierta posibilidad de creer en el milagro. Tal es su valencia positiva; tal es su calidad formativa para nuestro desarrollo humano. Por lo mismo, aunque debemos tratar de combatirlo con medicamentos, de mermarlo si es el caso, no podemos perder de vista esa otra función comprensiva que está presente en su manera de manifestarse en nuestro cuerpo o en nuestra alma.

Como dicen algunos chamanes o los “hombres de conocimiento” de ciertas comunidades indígenas, hay que sentarse a conversar con el dolor en lugar de mostrarnos desentendidos con su presencia. Si así actuamos, algo puede enseñarnos de nosotros mismos. Conversar con el dolor significa reconocerlo como un hermano –por lo general visto siempre en lejanía cuando estamos saludables–, devolverle su filiación fraterna. Algunos llaman a ese acto “consentir el dolor”; permitirle que nos hable con la suficiente confianza como para saber qué puede revelarnos o qué secreta noticia de nosotros mismos llevamos mucho tiempo sin saber. Todos estos comportamientos amigables frente al dolor son los que pueden ayudarnos a ser más sabios o, por lo menos, más dueños de nosotros mismos.

Gracias a su capacidad para ponernos de nuevo en contacto con nuestro ser, el dolor aparece como un aliado insustituible de nuestra conciencia. Por ser tan evidente, tan innegable, tan real, el dolor nos muestra –de forma directa y sin embustes– las posibilidades y las limitaciones de nuestra condición humana.

(De mi libro Custodiar la vida. Reflexiones sobre el cuidado de la cotidianidad, Kimpres, Bogotá, 2009, pp. 49-52).

Sobre la poesía

21 lunes Sep 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Aforismos

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Escultura de Lorenzo Perrone.

Escultura de Lorenzo Perrone.

La poesía toma la realidad más conocida, la transforma en versos y nos la restituye para que podamos, de nuevo, admirarla.

*

La poesía es una escuela de la sensibilidad. A través de ella, aprendemos a pasar de la inmediatez de la emoción a la mediación de los símbolos. La metáfora es un cambio de lugar de nuestras emociones: la mano pierde su pesadez para convertirse en una leve caricia.

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La poesía es el lenguaje añejado. La palabra cuidadosamente destilada. Por eso, hay que beberlo a pequeños sorbos, paladeando cada línea, disfrutando el aroma de sus imágenes.

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El poeta prefiere, como el aforista, el trabajo en miniatura. Y al igual que los orfebres más experimentados, deja ver su calidad en el terminado de los detalles. Poeta y orfebre son artesanos de la sutileza.

*

El poeta es un cazador de instantes. Es decir, debe –con su red de palabras– atrapar el evanescente futuro antes de que se convierta en un sólido pasado.

*

Las metáforas son una construcción del poeta para darles una nueva identidad a las cosas. Las nominaciones del poeta son, en verdad, una réplica del mundo y de la vida.

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A veces, nos resultan extrañas o incomprensibles algunas imágenes empleadas por los poetas. Es normal: el poeta nos pide cambiar de diccionario. En el mundo en clave de las relaciones, esto puede ser aquello, lo otro es asimilable a otra cosa; nada está suelto, todo se encuentra infinitamente entrelazado.

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Los poetas sufren por lo mismo que es su virtud más desarrollada: la sensibilidad. Tal delicadeza les permite gozar de muchas cosas, pero también es la causa de atípicos pesares.

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Sea como canto o elegía, celebrando la vida o la muerte, la poesía siempre ha sido una exaltación. Nada deja de conmover al poeta: todo lo que sucede o está ante sus ojos continúa siendo digno de alabanza. Los poemas son el testimonio de ese incesante asombro.

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La poesía y la música han mantenido desde siempre una estrecha relación. No solo porque han hecho del ritmo su recurso emocional, sino porque el ritmo es el mejor conductor del fluir de la vida.

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Coleridge dijo que la poesía era la emoción recordada en tranquilidad. Eso parece razonable. La mera pasión o el intenso sentimiento no producen poesía; es necesario que los briosos corceles del frenesí abreven primero en las aguas amargas del río Mnemósine. La rememoración es la genuina inspiración de los poetas.

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Las palabras para el poeta tienen peso, forma, color. Además del significado, él entrevé en ellas texturas y sonoridades, filiaciones y resistencias. Para el poeta, las palabras son su laboratorio y su taller, su paraje de caza y su porfiada aspiración alquímica.

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Observados de manera vertical, los versos parecen un listado de palabras; puestos de forma horizontal, se asemejan a la silueta de un encefalograma. Así las cosas, lo largo o lo corto de los versos tiene que ver con las alteraciones sensibles del corazón del poeta.

*

Hay cosas que, por ser tan cotidianas, ni siquiera nos percatamos de su existencia. Ese es el caso del aire que respiramos. La poesía es la encargada de ayudarnos a entrever esas realidades inadvertidas. Eso que Rainer María Rilke llamaba las “presencias angélicas”.

*

La poesía es un espejo para reconocernos. Y también es una especie de escudo para proteger nuestro espíritu de la desesperanza y el simplismo existencial.

*

A veces, la poesía cumple el papel de ser traductora de los mudos sentimientos. En otros casos, es el heraldo de algunas de nuestras certezas.

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La poesía se asemeja a esa literatura sapiencial que se hace más necesaria cuantos más años tenemos. La poesía es un refugio para el alma; un murmullo sonoro capaz de aconsejarnos en circunstancias esenciales o determinantes de nuestra vida.

*

La poesía es más que palabras bonitas o rimadas; es mucho más que los mensajes provocados por los amores adolescentes. La poesía es otra forma de conocimiento. Otra manera de entender y comprender lo que somos.

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Algunas metáforas tienen un ciclo de vida interesante. Primero, son términos extraños, usados por una minoría; después, con el trajín del habla, van convirtiéndose en palabras corrientes, utilizadas por gente común en situaciones cotidianas: “la pata de la mesa”, “el ojo de agua”, “un cielo raso”, “la primavera de la vida”…

*

La aparición del amor –con su exaltada alegría– despierta en las personas el deseo de expresarse poéticamente. Es tan avasallador e inexplicable este sentimiento que no queda otro recurso que decirlo mediante símiles o imágenes. Hablar en metáforas es la forma como se comunican los poseídos por las lenguas de fuego de la pasión amorosa.

*

Poema: instantánea de nuestro paisaje emocional.

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Los poemas necesitan ser leídos en voz alta para recuperar la música oculta entre los vacíos de cada verso.

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Los poetas de cabecera –esos que leemos con frecuencia– se parecen mucho a los amigos de toda la vida: no son muchos y están ahí cuando más los necesitamos. Tales poetas son, en propiedad, los amigos del alma.

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La manera como se organizan las palabras y se atiende el ritmo de la frase, la precisión en los términos, la concreción de una idea en cortos enunciados, la corrección permanente en pos de lo esencial y necesario… Todo eso, que es lo propio del aforismo, puede aplicarse también a la escritura de un poema. Con una salvedad: el primero desea zaherir nuestra mente; el segundo, despertar nuestro corazón.

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En muchos casos, lo único que el poeta tiene al inicio de su labor es una desazón, un malestar interior que no lo deja estar tranquilo. La escritura del poema es su manera de buscar una explicación a esa profunda inquietud. El resultado no es un objetivo establecido, sino un lento hallazgo.

*

¿La inspiración es la caprichosa bondad de los dioses? Es posible. Mejor creer que es la concentración suprema de las facultades creativas del poeta.

*

Hay algo intraducible en la poesía; algo que se niega a ser transferido a otro idioma. La razón: la música del lenguaje es tan particular que termina volviéndose un mensaje secreto.

*

Los poetas son fieles seguidores de las religiones animistas: descubren un alma en cosas aparentemente inanimadas.

*

Los poetas fueron expulsados de la República de Platón porque habían anunciado un mundo menos perfecto que las utopías y más hermoso que las ideas incorpóreas.

*

¿Para qué poesía en tiempos de penuria?, se preguntaba Hörderlin. Para tener un testimonio de la herida, dirán algunos; para calmar un poco ese sufrimiento, afirmarán otros. Para conmover a los insensibles, confesará el poeta sobreviviente del holocausto.

(De mi libro Pensar en aforismos. Meditaciones para estimular el espíritu, Kimpres, Bogotá, 2015, pp. 217-223).

Preocuparnos por enseñar a pensar

15 martes Sep 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

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¿Qué podemos hacer los educadores frente a la creciente irracionalidad de nuestros estudiantes?, ¿cómo ayudarlos a cualificar la toma de sus decisiones vitales y prevenirlos del entreguismo a las demandas del consumo y la  alienación farandulera de la televisión? ¿Cuál es el camino para sacarlos de la pasividad y el conformismo, el mermado espíritu crítico, el fanatismo y la falta de juicio al momento de elegir a sus futuros gobernantes?

Desde luego, son varias las cosas que podemos hacer los maestros. Pero una de las más importantes es la de contribuir al desarrollo de su pensamiento. John Dewey, precisamente, ya había advertido de esta labor prioritaria de los centros educativos: aquella de activar la actitud reflexiva, la curiosidad, la inferencia y la comprensión. Si deseamos que nuestros alumnos pasen de lo concreto a lo abstracto tendremos que enfocar nuestro quehacer docente al análisis, el juicio y el trabajo con conceptos.  No es favorable para los educandos y para la sociedad seguir subrayando una formación centrada en los contenidos y poco en la resolución de problemas y el dinamismo del preguntar.

Ahora bien, desarrollar el pensar en nuestras aulas implica, entre otras cosas, formar a las nuevas generaciones en la escucha activa hacia asuntos que el mundo de hoy trata por todos los medios de hacérselas parecer secundarias o poco relevantes: un proyecto de vida, el discernimiento, la prudencia, la diferencia entre lo esencial y lo accidental, la profundidad de su existencia. Si en verdad anhelamos que el pensar sea habitual en nuestras clases es fundamental luchar contra la indiferencia. Esa fue la lección mayor de Heidegger  al advertirnos que “si nada nos preocupa muy difícilmente desarrollaremos nuestro pensar”. No podemos dejar, entonces, que los estudiantes le den la espalda a la lógica en sus argumentaciones, a la fortaleza o fragilidad de sus percepciones o creencias o a los procesos de pensamiento que posibilitan ir más allá del sentido común y la frivolidad individualista de los tiempos posmodernos.

Es irresponsabilidad de los educadores continuar siendo cómplices de la soñolencia intelectual y la flojera académica. Por el contrario, nuestras aulas deben ser un lugar en el que la reflexión continuada, la meditación y los elementos de juicio lleven a que los discípulos sospechen, proyecten, recapaciten, examinen, relacionen lo que les pasa y sucede a su alrededor. Por lo mismo, tendremos que enseñar también la introspección y la atención focalizada. Cómo no recordar ahora a Matthew Lipman, su programa de filosofía para niños y sus propuestas para el pensamiento crítico y creativo; Lipman que nos dio luces sobre la importancia de tener criterios –esos “factores que guían nuestras vidas”– y nos evitan la “servidumbre cognitiva”.

De otra parte, si deseamos fortalecer el pensar en nuestras escuelas, es urgente cambiar nuestras metodologías de enseñanza. Necesitamos darle más protagonismo a las pedagogías activas, fortalecer las estrategias y métodos en los que las hablas plurales (el debate, el panel, el foro) dinamicen la conversación argumentada y la variedad tópica contenida en la retórica clásica. El familiarizar a nuestros educandos con los dilemas morales es otra vía para favorecer el juicio y el discernimiento sobre asuntos éticos en los que entran a jugar los valores y el responsable ejercicio de la libertad. Si queremos que el pensar esté en primera línea de nuestra enseñanza debemos también promover más la investigación y menos la simple recolección de información; hacer que la corrección de un trabajo o una tarea sea un objetivo importante de nuestra ruta de enseñanza. De igual manera, preparar frecuentemente ejercicios metacognitivos para que el aprendiz descubra que la planeación, la regulación y la evaluación son recursos indispensables si quiere ser más consciente y autónomo en sus procesos de pensamiento.

Y como el pensar está íntimamente relacionado con asimilar y potenciar una tradición, es vital que los educadores ideemos mecanismos para que la información recibida sea sometida a la réplica, el contraste, el análisis, la transposición o la derivación. Los alumnos no deben quedar enmudecidos ante las voces del pasado, sino –por el contrario– estar animados para contrapuntear ese legado expresado en diferentes fuentes. Lo peor es el silencio o el desentendimiento de nuestros discípulos. Si se pierde de vista que estudiar es, de alguna forma, un escenario intelectual para debatir ideas, el pensar de los estudiantes seguirá anquilosado o manteniendo la limitada y pasiva mentalidad de los receptores resignados e indiferentes.

Toda esta propuesta por enseñar a pensar se convierte en una obligación en los estudios de educación superior. Quienes son estudiantes de posgrado tienen el compromiso de producir conocimiento. Para ello adelantan proyectos de investigación y tienen el deber de expresar sus ideas en textos escritos; y por eso sus clases son en seminario, como un medio estratégico para la conversación razonada y la lectura crítica de textos. A los alumnos de posgrado se les exige tener un método para alcanzar un objetivo, dominar distinciones conceptuales y tener un repertorio reflexivo con el cual puedan analizar su propia práctica y plantear alternativas de solución a un problema o una dificultad en su profesión. Un posgraduando, en suma, es alguien que ha adquirido las suficientes habilidades de pensamiento para redireccionar su actuar y transformar su entorno. Quizá allí estribe el sentido de cursar estudios superiores: el de asumir en serio los deberes de la mayoría de edad de nuestro pensar.

Sobre la paz

07 lunes Sep 2015

Posted by fernandovasquezrodriguez in Aforismos

≈ 6 comentarios

Ilustración de Jim Tsinganos.

Ilustración de Jim Tsinganos.

La paz, ¿es un ideal o un derecho? Si es lo primero, siempre parecerá imposible; si es lo segundo, es nuestro deber reclamarla o defenderla.

*

Es muy difícil vivir en paz cuando se tiene sangre rencorosa. Para estar en paz se necesita la liviana sangre de la indulgencia.

*

La lentitud de la paz impacienta al afanado bullicio de la guerra. La razón es evidente: los animales de caza siempre esperan la huida frenética de la presa.

*

La experiencia de la guerra trae consigo la búsqueda de necesitar la paz; el exceso de confort provoca una disposición hacia la guerra.

*

¿Por qué atrae más la guerra que la paz? Porque la guerra es un negocio; la paz es gratuita y no produce dividendos.

*

Todos destacamos el blanco de la paloma de la paz. Deberíamos reparar más en las particularidades de su plumaje: leve, delicado, frágil.

*

El rostro hierático y serio de los feligreses se torna festivo y alegre cuando el sacerdote pronuncia estas palabras: “Hermanos, démonos fraternalmente la paz”.

*

Porque somos proclives a la guerra es que necesitamos poetizar la paz.

*

La elección del color blanco para simbolizar la bandera de la paz subraya una lección de convivencia: en el blanco caben todos los colores.

*

Las únicas guerras libradas por los pacifistas son las que tienen contra sí mismos.

*

“Hacer las paces”, es la petición de los chiquillos después de tener una pelea. Los niños nos enseñan que la paz no es un logro natural y personal sino una tarea intencionada y compartida.

*

La prueba de la dificultad en lograr la concordia con los demás es que, muchas veces, no estamos en paz ni con nosotros mismos.

*

A veces, el mejor camino para alcanzar la paz proviene del reconocimiento de la falta; en otras circunstancias, brota de un mero gesto de perdón.

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Los obituarios nos recuerdan la lucha interminable por lograr en vida una convivencia pacífica: sólo después de muertos descansamos en paz.

*

La paz al ser tocada por la politiquería deja de ser un derecho y se convierte en una prebenda o una dádiva.

*

Por correr en nuestro cuerpo las pasiones, siempre viviremos en la inquietud y el desasosiego. La paz perfecta es un sueño estoico: la ataraxia.

*

En países como Colombia, la paloma de la paz tiene que ser como el ave fénix: necesita resurgir a diario de sus propias cenizas.

*

Al observar con cuidado la historia universal se asemeja mucho al movimiento del corazón humano: tiempos de sístole para la guerra y tiempos de diástole para la paz. En suma: reducciones y dilataciones permanentes de la vida.

*

Una cosa es la paz para los que viven de cerca la guerra y otra, muy distinta, para los que la contemplan –seguros– en lejanía.

*

Los caminos para llegar a la paz, aunque terminan en acuerdos y armisticios, necesitan mantenerse limpios de impunidad, vejaciones y fanatismo.

*

Lo más difícil de la paz no es tanto lograrla, sino mantenerla.

*

Las reconciliaciones son gestos profundos de paz: el puño abre sus dedos para convertirse en mano amiga; el brazo deja las armas para poder abrazar al enemigo. Quien se reconcilia restablece la esencial fraternidad humana.

*

Construir la paz es más difícil que desatar la guerra. La primera implica la contención de las pasiones y el deseo de perennidad de la vida; la segunda, el desahogo de las emociones básicas y el ansia de perpetuar la muerte.

*

Los mediadores de conflictos son profesionales de la paz. Su tarea consiste en mitigar ofensas, reparar agravios, ser embajadores del perdón.

*

Hay pacificadores que son lobos con piel de oveja. El afán de poder transforma las causas justas en estrategias electorales.

*

Esta parece ser la paradoja inevitable de la paz: hay injusticias provocadas por la guerra que sólo pueden repararse desajustando la ley.

*

Los beligerantes actúan enceguecidos por el presente; los pacifistas, obran con prudencia pensando en el futuro.

*

En el paraíso de la paz siempre habrá alguna serpiente tentadora: la guerra, al inicio, tiene la forma de un fruto seductor.

*

Existen personas amantes de la guerra y seres de talante pacifista. A los primeros les interesa, en el fondo, los honores y la ovación multitudinaria; a los segundos, les basta la sonrisa y el gesto agradecido de la fraternidad.

*

Los peores enemigos de la paz no son los líderes beligerantes o los guerreros obcecados; los mayores opositores, son los insidiosos e intrigantes. Esos seres oscuros que siempre tienen la palabra cizañera para encender los ánimos, despertar la venganza e incitar al odio más virulento.

*

Los idealistas confían en la perpetuidad de una tranquila paz; los realistas saben que, en toda agua tranquila, siempre hay ocultas turbulencias y corrientes encontradas.

*

La paz, como el aire, es un fluido invisible… pero tan necesario para poder vivir.

*

Para añorar la paz basta con haber vivido en carne propia la guerra. Únicamente valoramos la tranquilidad cuando hemos estado en el infierno del desasosiego.

*

La paz se asemeja a la felicidad: es un horizonte que nos interpela, un propósito comprometedor. Paz y felicidad son tareas cotidianas y no regalos mágicos o logros espontáneos.

*

Los demonios confabulan para hacernos perder la paz interior. La maldad pretende, en esencia, que abandonemos la fe en nosotros mismos.

*

La conquista mayor de nuestro espíritu –la genuina sabiduría– es lograr una serenidad a toda prueba. Alcanzar la serena paz del equilibrio.

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