• Autobiografía
  • Conferencias
  • Cursos
  • Del «Trocadero»
  • Del oficio
  • Galería
  • Juegos de lenguaje
  • Lecturas
  • Libros

Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: enero 2016

Particularidades de la descripción

28 jueves Ene 2016

Posted by fernandovasquezrodriguez in Ensayos

≈ 4 comentarios

El arte de la pintura Vermeer

«El arte de la pintura» de Johannes Vermeer.

He escrito en varias oportunidades sobre la descripción. Y lo he hecho porque aunque parece la tipología textual más fácil o más inmediata para un novato escritor, lo cierto es que posee una densidad y unas particularidades que bien vale la pena recordar o tener en cuenta.

Empecemos señalando la necesaria educación de la observación para lograr una buena descripción. Creo que esa labor de “cualificar el ojo” y “afinar la percepción” son prerrequisitos indispensables al momento de describir. De pronto en este aspecto poco se repare o se dé por supuesto. Nada más equivocado. Necesitamos aprender a mirar las cosas, las personas, los hechos, la realidad, para luego buscar las palabras adecuadas. Tal escuela del mirar empieza en una capacidad para apreciar los detalles, los matices, las tonalidades, la variedad de formas y expresiones mediante las cuales se presentan los seres y los objetos.

Lo segundo, y es uno de los puntos de mayor dificultad cuando se trata de describir, es contar con un repertorio de palabras lo suficientemente amplio como para lograr nominar aquella diversidad proveniente de nuestro “educado mirar”. Ahí reside gran parte de las limitaciones del novel escritor. Cuenta solo con generalidades o con un vocabulario muy limitado que reduce o minimiza la complejidad del mundo o los seres vivos. Si no se tiene en la mente un repertorio amplio de lenguaje, si poco es el hábito lector, si no hay una genuina fascinación por las palabras, las descripciones que hagamos no alcanzarán el cometido de ser coloridas “pinturas”. La riqueza del lenguaje, la competencia lexical del escritor es uno de los secretos del hacedor de descripciones.

Una tercera condición está relacionada con el modo como se organiza la descripción. No es cuestión de listar unas características o ponerlas de manera atropellada. Quien realiza una descripción tiene que hacer una composición y visualizar en su mente una jerarquía: irá de lo macro a lo micro, primero pondrá los rasgos generales y luego dará cuenta de las particularidades. Nombrará el conjunto para que sea fácil comprender la ubicación de sus partes. En este sentido, realizar una descripción es replicar los pasos de un buen fotógrafo: primero encuadrar, elegir un ángulo y luego sí organizar los elementos. Para ilustrar lo dicho, sirva decir que cuando se elabora una prosopografía –el retrato físico de una persona– se empieza por la estatura, luego se señala la corpulencia o contextura, para luego dar cuenta de la forma de la cara y de las manos. Con ese marco de características será más fácil detenerse en el cabello, el color de los ojos, la forma de la nariz y los labios. Sobra decir que la composición inicial está determinada por la importancia de las características: a veces una cicatriz, un lunar, unas cejas pobladas o el color llamativo de unos ojos prevalecen sobre otros detalles.

Derivado del aspecto anterior, aparece otra característica de la descripción: la relevancia de los rasgos o detalles. El que describe debe sopesar muy bien qué tanto peso tiene un aspecto en relación con el conjunto. Por momentos el color puede convertirse en el rasgo esencial o, en otros casos, es la forma la que subordina al resto de elementos. No todos los detalles tienen la misma valía al momento de hacer una descripción. Por eso la observación juiciosa es tan importante, por eso los pintores y los bailarines necesitan un espejo, para acertar dónde una textura o el ángulo de un movimiento son suficientes para mostrar la esencia de algo. La relevancia es la que convierte la superficie plana en un terreno dotado de prominencias y declives, la que indica dónde están los altos aspectos merecedores de atención y cuáles son esos rasgos comunes poco significativos. Este punto es sustancial a los caricaturistas, pues dejan de lado muchos detalles de una persona para concentrarse en los aspectos más relevantes de su cara.

Dicho todo esto, cabría preguntarse ¿por qué es tan valioso aprender a describir? O ¿qué perderíamos si no dominamos esta tipología textual? La primera respuesta es obvia: describir es lograr dar cuenta de la variedad, de las diferencias, de la riqueza del mundo y de la vida.  Quien domina la descripción puede expresar la pluralidad y complejidad de la naturaleza y la cultura. En esta perspectiva, la descripción contribuye a luchar contra los esquematismos, los formulismos, los formatos en serie, la reducida mirada de un único punto de vista. El segundo beneficio es para los investigadores: si no se aprende a describir muy difícilmente podremos hacer un estudio etnográfico o la realidad cotidiana dejará de interesarnos y pasará inadvertida. El que tiene afinada la observación y logra darle forma a través de descripciones será más apto para hacer un descubrimiento, seguirle la pista a un problema o cotejar evidencias. La última razón es de orden literario: el que sabe describir puede crear mundos posibles, diseñar escenarios fantásticos o maravillosos tan verosímiles, tan creíbles, que en ellos parecerá normal el surgimiento de personajes o historias asombrosas. Si se cuenta con ese insumo de la descripción, la ficción contará con el mejor ambiente para hacernos vívida la situación más realista o llevarnos a un mundo de máxima fantasía.

La pulsión de Séraphine

19 martes Ene 2016

Posted by fernandovasquezrodriguez in Comentarios

≈ 2 comentarios

Yolanda Moreau interpretando a Séraphine

Yolanda Moreau interpretando a Séraphine.

Hace pocos días miré la película dirigida por Martin Provost y protagonizada por Yolanda Moreau sobre la pintora “naif” Seráphine Louis. Además de conmoverme la historia de esta mujer humilde –secretamente entregada a la pintura– me ha llamado la atención la forma extraña como la pulsión expresiva toca ciertos espíritus y gobierna su existencia.

Me refiero, y este es un hecho mostrado ampliamente en el film, a cómo una persona necesita encerrarse en un pequeño cuarto a satisfacer esa urgencia de embadurnar una tabla con barnices y colores, a dotar de sentido algo que ni ella misma sabe de dónde proviene, ni conoce el fin práctico de tal tarea. Una necesidad interior que nada tiene que ver con la fama, el reconocimiento social o el beneficio económico. Se trata de algo más fuerte y por momentos inexplicable: satisfacer una pulsión que la incita a encontrar materiales –así sean escasos y no de la mejor calidad– para dar forma a eso que ronda en su cabeza y viene a ráfagas como el viento de las montañas o el correr de los ríos. Esa pulsión que circula a borbotones y requiere por algún lugar salir, moverse, hacer eclosión.

Viendo la película he recordado tanto a otro pintor con esa misma pulsión: Van Gohg. Tengo en mi mente las cartas a su hermano Theo en las que le confiaba ese deseo de pintar sus sueños, de pintar para no sufrir ese tormento que le encendía el alma. Por momentos ese fuego está muy cercano a la locura y, en otras ocasiones, se acerca a la suprema lucidez. Tal tensión se evidencia en la película. A pesar de los duros oficios domésticos realizados por Séraphine, siempre hallaba un tiempo para buscar las materias primas con las cuales preparar sus pigmentos y encerrarse de noche –acompañada de su canto– a calmar un tanto ese llamado de poner en una superficie física lo que era una visión, una intuición, un arrobamiento venido de no se sabe qué pozo de la conciencia o de qué profunda mina espiritual. Sobre eso hay un secreto. Ni hay herencias familiares, ni influencias, ni estudios escolarizados que lo expliquen. Es algo “natural” o tan cercano al alimento cotidiano o a una labor rutinaria. Tal vez eso sea lo que los románticos preconizaban como “inspiración” o el favor celeste tan solicitado por Fray Angélico. Otros dirán que tal estado proviene de haber sido poseídos por un “daimon”, por una fuerza sobrenatural que los gobierna, los seduce o los hace esclavos de sus mandatos. Esa  divinidad o ese genio, lo podemos comprobar también en la película, puede provocar la suma dicha o la absurda fatalidad.

Seraphine-Louis-6-el-árbol-del-paraíso

Séraphine Louis: «El árbol del paraíso».

Y cuando esa pulsión toma posesión de un alma, lo que queda es abandonar las otras obligaciones y dedicarse completamente a ella. Es la dedicación definitiva la que conduce al perfeccionamiento. Quizá tal obsesión lleve la conciencia a sus límites o haga que el proceder habitual desconcierte a vecinos y conocidos. Pero si se logra encontrar ese vínculo con la fuerza interior muchas obras irán apareciendo, más y más telas de dos metros irán saliendo de las manos del artista. La otra parte, la suerte de encontrar un mecenas o un entendido en arte que pueda entrever el talento en medio de tantas formas y colores, es un asunto secundario. Pienso que hay cantidad de artistas que morirán anónimos, que no tendrán la suerte de conocer un marchante alemán como Wilhelm Uhde. Más no por ello dejarán de pintar, escribir o componer. Esos apasionados, esos amanuenses de una energía íntima y particular seguirán robando en las iglesias parafina, hurtando sangre de los mataderos para darle un colorido único a ese afán, a ese entusiasmo que transforma los dedos en pinceles y provee a los ojos de una clarividencia para descubrir de qué estaba hecho “el árbol del paraíso” o percibir el halo protector que recubre a las flores y a las plantas.

Séraphine ejemplifica bien el fervor por un arte. Lejos de determinismos de clase social, de aristocracias favorecidas o de títulos académicos, lo que evidenciamos en este caso es que el ardor por expresar un mundo privado no depende de tales condicionamientos o requisitos especiales. Así es como aparecen los juglares populares, como despuntan los artesanos humildes o como el arte elige a sus heraldos. Allí podemos comprender el ímpetu, las noches en vela, el paroxismo que subordina la necesidad de comida, el enardecimiento de tantos artistas. Si la pulsión está en el centro de su corazón, lo más seguro es que ese calor irradie con tal intensidad que termine por quemarles los dedos o cegar su razón. Eso es probable. Pero aun así, dicho riesgo vale la pena. Porque gracias al delirio de personas como Séraphine de Senlis advertimos que las flores son, en realidad, pedazos de pequeñas estrellas refundidas en los jardines o los bosques. Por esos artistas nos ponemos en sintonía con  el movimiento que hay en lo inanimado y podemos ver la herencia fantástica de luz que poseen todas las criaturas.

Qué verde era mi valle

15 viernes Ene 2016

Posted by fernandovasquezrodriguez in Comentarios

≈ 4 comentarios

John Ford un maestro de la imagen narrada

El maestro de la imagen narrativa John Ford.

Soy uno de los admiradores del talento visual y narrativo de John Ford. Me gusta esa pensada manera de elaborar los planos y la riqueza simbólica de sus filmes. Uno de esos ejemplos es, precisamente, la película Qué verde era mi valle, estrenada en 1941.

El argumento, como se sabe, es la historia de una familia galesa de mineros del siglo XIX, relatada por el más pequeño de los hijos: Huw. Durante el desarrollo de la película presenciamos no solo la exaltación a la importancia de la familia –sus valores y tradiciones– sino que se van tocando otros temas como el nacimiento del sindicalismo frente a las injustas condiciones laborales, el papel de la religión en una comunidad, y la suerte de un pequeño pueblo al cambiar las condiciones económicas que le daban sustento y posibilidades de trabajo.

Pero no quisiera referirme a estos aspectos de sobra conocidos. Prefiero destacar cuatro puntos del film que continúan siendo para mí merecedores de elogio y fascinación.

El primer punto es la forma como John Ford concibe las tomas. En esta película como en otras (Centauros del desierto, 1956) siempre hay una ventana o una puerta que hacen las veces de otro encuadre por el cual entra no solo una luz maravillosa sino que sirven de puente, de transición entre una situación y otra, entre una condición emocional de uno de los personajes y otra diferente. Puentes y ventanas son los otros focos a través de los cuales Ford amplifica una decisión, un conflicto, un cambio de fortuna.

El niño Huw se convierte en minero

El niño Huw se convierte en minero.

En otras ocasiones, el ángulo de la cámara contribuye a exaltar un momento o circunstancia de la vida. En Qué verde era mi valle abundan los ángulos en contrapicado. Por momentos la cámara está colocada bien abajo para que cobre más relevancia la larga procesión de trabajadores avanzando hacia la mina –siempre humeante, siempre brumosa– como si fuera una fila de “corderos” yendo hacia el esquiladero o de condenados en permanente viacrucis. Sorprende, de igual forma, las veces en que la cámara se sitúa abajo de la horizontal para hacer más dramática la subida del elevador, esa jaula que trae del fondo de la mina heridos o muertos. Ford logra con esas posiciones de la cámara aumentar el dramatismo y hacernos partícipes de la angustia de una familia o prolongar la expectativa angustiosa de una comunidad.

Un segundo aspecto que subrayo de esta película es cómo Ford presenta la infancia. Todo el film es un poema elogioso a esa época en la que la felicidad suprema era tener una moneda para comprar una melcocha, compartir la  mesa familiar, caminar por las colinas al lado del padre. Lo interesante es el lirismo con que Ford nos cuenta la historia. Hay tanto respeto a esos recuerdos, a esos años fundacionales de una personalidad, que es fácil identificarse con ellos, así uno no haya nacido en la fría Gales sino en una vereda calurosa de Cundinamarca. Lo que maravilla y pone a palpitar el corazón y la memoria es el talento de Ford para transmitir esa ternura inolvidable del calor hogareño, las marcas inolvidables de los primeros mentores (los consejos del pastor Gruffydd), las primeras lecturas, los primeros amores inconfesados. Tal fascinación se hace mayor porque Ford dota a la infancia de un tono elegíaco apasionante. Poco a poco, así nos lo va mostrando la película, descubrimos que esa edad dorada, esa época maravillosa, ha ido desapareciendo. Y  no queda sino el recurso de nuestra memoria. Son nuestros recuerdos o nuestra imaginación los que convierten esos años en una “verdad” imperecedera.

Gwilyn Huw y Beth parte de la familia Morgan

Gwilyn, el padre; Huw, el hijo que recuerda y Beth, la madre.

Un tercer punto significativo de la película consiste en darle a la familia, a sus ritos y roles, una relevancia contundente. Buena parte del film transcurre bajo el techo de una familia, la de los Morgan. De allí parten y allí vuelven –así sea por un tiempo– los hijos; la familia es el fuego tutelar, un centro del afecto en el que se comparten los problemas, las alegrías cotidianas, una enfermedad o una pérdida definitiva. Nada queda por fuera de ese “nicho sagrado”. Es ahí que se inculcan unos valores, unas creencias, una idea del ahorro, una forma de enfrentar el mundo y relacionarnos con los demás. Es ahí que nos reponemos de las zurras del mundo y encontramos el abrazo reponedor de los que nos quieren genuinamente. Todo está relacionado o vinculado con ese eje de la familia: el predicador, el médico, el maestro. Todos participan de ese eje regulador y socializador. Por supuesto, y esa es otra bondad del film de Ford, no se trata de presentar una familia ideal: hay conflictos, discusiones, choques. Pero nunca se fractura el vínculo; estén donde estén los integrantes de la familia, se mantiene esa relación. No importa el motivo o la causa del éxodo de los miembros familiares, siempre habrá un gesto de agradecimiento, una ofrenda de la memoria para aquellos seres que cuidaron y guiaron nuestros primeros años de existencia.

El último aspecto está relacionado con la relevancia del canto a lo largo de la película. Desde luego, varios de esos cantos tienen un motivo religioso, pero lo que me parece interesante es cómo el canto se transforma en una expresión de lo colectivo. La comunidad se expresa cantando sus alegrías y sus tristezas. Se canta al amor, a la muerte, al sufrimiento, al trabajo; y la mayor de las distinciones es poderle cantar a la reina. Este cantar colectivo le da a la película un tinte de tragedia clásica; es un coro que sirve de amplificación a las peripecias de los personajes. Es la forma como nosotros, el público, nos hacemos partícipes del drama. El filme de Ford se inicia con un canto colectivo y concluye de la misma manera: aunando las voces para celebrar una época, un canto entre laudatorio y elegíaco por las cosas buenas desaparecidas.

Hechizo de la escritura

05 martes Ene 2016

Posted by fernandovasquezrodriguez in Soliloquios

≈ 12 comentarios

"El joyero" del pintor francés Guillaume Seignac.

«El joyero» del pintor francés Guillaume Seignac.

Tanta necesidad de ti, de tus socorridas y calurosas manos. Tanto afán por compartir tus ingeniosas maneras de aproximarte al mundo y a las personas. Porque hay algo mágico en tu forma de proceder, una alquimia de andar siempre recreando lo que miras o tocas;  y de tanto estar a tu lado, como que se me ha pegado ese anhelo de pintar de nuevo las estrellas o de delinear otra vez el corazón de las personas. Digamos que por vivir muchos años a tu lado, ya tengo otra perspectiva de los seres, las cosas, la existencia. Tus ojos hacen parte ya de mis ojos y mi sensibilidad está atada a tu exacerbado cuerpo de signos. Ya no te considero extranjera o, mejor, deseo no ser un extraño ante tu presencia. Aunque, a veces me asalta el temor de no ser digno de tus exigencias o tus demandas de tiempo. Porque he descubierto que parte de tu esencia es la de ser una fiera salvaje, de esas que acechan a su presa, y que la derriban cuando ella menos lo espera. Y así no te vea, ansío que estés vigilándome entre el alto pasto de las sabanas tropicales. En esas ocasiones me gusta saberme un cervatillo para tu olfato de sedienta leona. Eso es lo que anhelo. Pero también he comprobado que te gusta mimetizarte y hacerme creer que desapareciste de mi campo de visión; yo sé que estás por ahí, confundida en el paisaje, pero lo único que veo es la blancura del papel o la sequedad de mis ideas. Me parece que ese es uno de tus juegos predilectos: el de embaucarme con tus silencios y tu piel manchada. Te diviertes viéndome dar tumbos e ir de un lado a otro en pos de algún indicio o huella de tu caminar invisible. Ahora yo me parezco al torpe cazador que no sabe seguir un rastro de baba o que le son incomprensibles los vestigios que tus pies de gacela han dejado entre las piedras o el sinuoso viajar de una corriente de agua. Muy en tu interior te sonríes de mi torpeza para oliscar el aire y adivinar tu recorrido. Como el olfato me es esquivo, puedes andar desnuda y sudorosa, en plena libertad. Creo que si no fuera por tu compasión me dejarías divagar en esta selva de cosas no dichas y mundos impensados. No obstante, y ese es también parte de tu hechizo, cuando me ves agotado y desorientado, empiezas a hacerte visible o le das a mi inteligencia las luces suficientes para ver tus pies de animal escurridizo en medio de la penumbra. He dicho inteligencia, pero lo que exiges a toda prueba es imaginación. Si no convoco a esas fuerzas hechas de rizomas y raíces múltiples, si me obstino en ver las cosas como son y no como podrían ser, lo más seguro es que vuelva a enceguecerme en tu búsqueda. Es la imaginación el lente o el filtro que permite develar tu forma intermitente, tu presencia ambigua y resbaladiza. De igual modo sé que reclamas, antes de hacerte tangible, que yo haga libaciones o que pronuncie las oraciones a la diosa de la memoria. Sin esas plegarias mis ruegos quedarían en el vagabundeo. Precisamente, ahora, cuando te invoco una vez más, a la par que rezo, acompaño esas palabras con la ventura del ritmo: “¡Oh, tú, diosa benigna, diosa de los creadores, deja que tus voces infinitas resuenen en mis oídos; convierte el pasado en un canto interminable y haz que cada nombre tenga la dureza del mármol. Oh, tú diosa de bondad, diosa del pulso firme, dale la llave a mi mente para que en todo laberinto de palabras encuentre la salida y pueda descifrar los mensajes escondidos en la oscuridad del silencio…” Así que, protegido por esa oración a Mnemosine, ya percibo la levedad en mis manos y evidencio un puente entre mi cerebro y mis dedos. Y apareces en todo tu esplendor. Veo tus saltos y tu fugacidad. Hasta puedo percatarme de tus escarceos y gambetas. Mi cuerpo va a tu encuentro. Ya no me siento cazador ni presa. Te reconozco compañera de viaje, cómplice de empresas fantásticas, brazo solidario en medio de la soledad. Dentro de mí reina la felicidad o una alegría inexplicable. Tú lo sabes porque aumentas los platos en la mesa y me ofreces nuevas bebidas, deleitosas, exóticas, embriagadoras. Y yo me veo como un sibarita apurando cada licor y degustando cada bocado de alimento. Ya no sé qué tomar primero o cuál es el alimento más sabroso. Tus ojos de compañera se dedican a mirarme por atrás de mis pensamientos; por momentos te confundo con mis ojos. Tu cercanía es tanta que ya no puedo verte afuera; eres parte de mí, me habitas. ¡Escritura!

Entradas recientes

  • Las homófonas y los parónimos en tono narrativo
  • Las guacharacas incendiarias
  • Fábulas para reflexionar
  • Nuevos relatos cortos
  • Relatos cortos

Archivos

  • febrero 2023
  • enero 2023
  • diciembre 2022
  • noviembre 2022
  • octubre 2022
  • septiembre 2022
  • agosto 2022
  • julio 2022
  • junio 2022
  • mayo 2022
  • abril 2022
  • marzo 2022
  • febrero 2022
  • enero 2022
  • diciembre 2021
  • noviembre 2021
  • octubre 2021
  • septiembre 2021
  • agosto 2021
  • julio 2021
  • junio 2021
  • mayo 2021
  • abril 2021
  • marzo 2021
  • febrero 2021
  • enero 2021
  • diciembre 2020
  • noviembre 2020
  • octubre 2020
  • septiembre 2020
  • agosto 2020
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • marzo 2020
  • febrero 2020
  • enero 2020
  • diciembre 2019
  • noviembre 2019
  • octubre 2019
  • septiembre 2019
  • agosto 2019
  • julio 2019
  • junio 2019
  • mayo 2019
  • abril 2019
  • marzo 2019
  • febrero 2019
  • enero 2019
  • diciembre 2018
  • noviembre 2018
  • octubre 2018
  • septiembre 2018
  • agosto 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • mayo 2018
  • abril 2018
  • marzo 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • noviembre 2017
  • octubre 2017
  • septiembre 2017
  • agosto 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • mayo 2017
  • abril 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • octubre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • enero 2016
  • diciembre 2015
  • noviembre 2015
  • octubre 2015
  • septiembre 2015
  • agosto 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • octubre 2014
  • septiembre 2014
  • agosto 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • agosto 2013
  • julio 2013
  • junio 2013
  • mayo 2013
  • abril 2013
  • marzo 2013
  • febrero 2013
  • enero 2013
  • diciembre 2012
  • noviembre 2012
  • octubre 2012
  • septiembre 2012

Categorías

  • Aforismos
  • Alegorías
  • Apólogos
  • Cartas
  • Comentarios
  • Conferencias
  • Crónicas
  • Cuentos
  • Del diario
  • Del Nivelatorio
  • Diálogos
  • Ensayos
  • Entrevistas
  • Fábulas
  • Homenajes
  • Investigaciones
  • Libretos
  • Libros
  • Novelas
  • Pasatiempos
  • Poemas
  • Reseñas
  • Semiótica
  • Soliloquios

Enlaces

  • "Citizen semiotic: aproximaciones a una poética del espacio"
  • "Navegar en el río con saber de marinero"
  • "El significado preciso"
  • "Didáctica del ensayo"
  • "Modos de leer literatura: el cuento".
  • "Tensiones en el cuidado de la palabra"
  • "La escritura y su utilidad en la docencia"
  • "Avatares. Analogías en búsqueda de la comprensión del ser maestro"
  • ADQUIRIR MIS LIBROS
  • "!El lobo!, !viene el lobo!: alcances de la narrativa en la educación"
  • "Elementos para una lectura del libro álbum"
  • "La didáctica de la oralidad"
  • "El oficio de escribir visto desde adentro"

Suscríbete al blog por correo electrónico

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Únete a otros 951 suscriptores

Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

Ir a la versión móvil
 

Cargando comentarios...