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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: agosto 2016

La anunciación

24 miércoles Ago 2016

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cuentos

≈ 6 comentarios

"La anunciación" de Fra Angélico.

«La anunciación» de Fra Angélico.

Desde aquel día que su amigo le había hablado del misterio de la vida, Eliana no dejaba de pensar sobre lo que le estaba pasando.

—Lo mejor es abandonarse —fueron las palabras reiteradas del amigo, a la par que ingería un pedazo de pan, antesala del almuerzo.

Y ella, aunque entendía y compartía tal observación, no sabía cómo entrar en esa actitud. Toda su vida era un ejemplo de lo contrario: organizar, disponer, hacer que su voluntad abriera camino y las cosas y las personas atendieran a esa voz que las ponía en marcha. Al igual que su constante impaciencia cuando las circunstancias no se doblegaban a su capricho. Su espíritu y su cuerpo sabían que le era muy difícil abandonarse. Pero aun así, tal vez por el deseo vehemente de tener un hijo, Eliana no sólo dio cabida a aquel consejo sino, además, empezó a recapitular lo que su amigo le había dicho.

Lo primero que hizo fue buscar el cuadro de “La anunciación” de Fra Angélico. Esa fue una obra a la que su amigo se refirió en varias ocasiones.

—Es una lección de asentimiento.

Tuvo que recurrir a internet para encontrar una respuesta a dicha aseveración. Frente a la pantalla de su computador se extasió por unos minutos en las dos figuras que ocupaban el lado derecho del cuadro: un ángel y María. La distrajo al inicio el colorido del traje del ángel y la tonalidad del manto azul ultramarino de la mujer. Se fijó luego en las manos de María, cruzadas sobre el pecho, y comprendió que sí, efectivamente, era un gesto perfecto del asentimiento. El pintor plasmó el momento en que la mujer había dicho que sí. Lo sorprendente era que el ángel con sus enormes alas doradas, asumía el mismo gesto, como indicándole a María la forma de disponer el cuerpo para aquel encargo, para ser depositaria de aquel misterio. También le llamó la atención la diminuta ave que viajaba a través de un rayo de luz.

—En las aves parece estar la clave.

Eliana rememoró esa otra afirmación de su amigo, justo después de que él terminara de tomar una copa de vino. Así estuvo, en esa actitud contemplativa por más de quince minutos. Le llamó la atención del cuadro el pequeño libro que estaba leyendo María —así era el de su primera comunión— y le maravilló que no se cayera de la pierna derecha de la mujer. El libro estaba en perfecto equilibrio.

Tal vez contagiada por este cuadro, Eliana buscó en internet otras obras semejantes. Varias imágenes aparecieron en la pantalla, pero fue una del español Murillo la que más le impactó. En ella los brazos de María estaban en la misma posición: las manos cruzadas sobre el pecho, conformando la figura de un ave. Y también se veía una paloma. Sin saber por qué, Eliana pensó que las manos cruzadas, como en un juego de sombras chinas, imitaban las alas del ave. O que eran la encarnación del ave. Esta virgen no era tan celeste como la de Fra Angélico, sino una mujer mundana que tenía al lado una evidencia de sus oficios domésticos. Aunque también había un libro abierto y un lirio. Se acordó en ese momento de que esta flor tenía su origen en la leche derramada de Juno cuando amamantaba a Hércules. Todo eso se le vino a la cabeza… De manera inconsciente fue hasta su dormitorio y buscó en el clóset una pequeña caja que contenía varias fotos y el devocionario de la primera comunión. En la caja encontró el libro de tapas doradas. De igual modo halló una pulsera de perlas con un crucifijo y un portavela de una niña arrodillada con las manos en actitud de oración. Lo que le atrajo su atención fue una vitela metida dentro del libro —y ella no recordaba tal lámina— en la que estaba una reproducción de la anunciación. La postura de las manos de María era similar y el lirio, esta vez más florecido, era parte de lo que el ángel traía en la mano izquierda. Eliana quedó sorprendida, cómo era posible que esa estampa estuviera allí. ¿Quién la había guardado? Porque estaba segura que no había sido ella. O quizá, era algún objeto conservado de niña, y de eso sí tenía memoria, cuando le gustaban esas imágenes o le fascinaba todo lo relacionado con los ángeles. Sacó la vitela y guardó el pequeño libro de oraciones. Cerró la caja, la acomodó de nuevo en su lugar, debajo de un juego de sábanas sin estrenar y retornó a su escritorio. Puso la lámina debajo del vidrio, al lado de una foto suya con su esposo en una de las primeras navidades juntos. Cerró el computador y se dispuso a atender los oficios domésticos de aquel domingo de Agosto.

Mientras alistaba una ropa para planchar siguió pensando en el sentido de esas pinturas y aquel gesto de absoluta disposición. Volvió a pensar en su amigo y en cómo le había insistido en el valor de abandonarse al milagro.

—Es lo que Borges llamaba una actitud pasiva del espíritu.

Su amigo, tal vez por escribir poesía, le decía esas cosas como si ella no necesitara mayores explicaciones. Le habló también de Roberto Juarroz y de que en un próximo encuentro le llevaría un texto de él sobre este punto. Todos estos asuntos corrían por su cabeza mientras acababa de planchar una blusa color azul celeste. Sintió hambre y fue hasta la cocina a buscar algún alimento. También de eso había conversado con su amigo, y cómo debía aumentar el consumo de pescado. Encontró unas verduras y empezó a prepararse una ensalada. Comió despacio. Tal vez convencida de que el milagro no habita en uno si no se aprende la pasividad. Prendió la televisión y vio una prueba de las últimas olimpiadas. Le pareció un contraste del azar la forma como su espíritu luchaba por adquirir la lentitud y los atletas de la pantalla se esforzaban por lograr la máxima velocidad. Apenas terminó de comer la ensalada apagó el televisor y marcó el teléfono de su amigo.

—¿Qué estás haciendo?

—Aquí tratando de escribir.

—¿Qué?

—Es una sorpresa.

—No. Dame un adelanto.

—No seas impaciente —dijo el amigo con picardía.

—Ay, cuéntame de qué se trata.

—Bueno. Es sobre algo de nuestra última charla.

Eliana se sorprendió de que su amigo mantuviera en la distancia esa complicidad sobre el mismo tema. Pero no le dijo nada, esperando a ver si su amigo le confesaba lo que venía escribiendo.

—Volví a mirar un texto de Lezama sobre la posibilidad infinita. Y su idea de que el pobre es propenso a lo desconocido y está rodeado por el milagro… Lezama dice que el milagro es la espera, hasta que se hace creadora…

—¿Dónde dice eso?

—En uno de sus ensayos.

Eliana escuchaba a su amigo por el teléfono con la atención de una alumna fascinada por un tema de clase.

—¿Y sabes qué más encontré?

­—No. ¿Otro libro?

—Un músico maravilloso que no conocía, Franz Biber.

—¿Quién?

—Biber. Las dos con “b” larga.

—Ni idea.

—Lo tengo de fondo, a ver si me transmite algo de su inspiración para develar el misterio.

—¿Y sí te ha servido?

—Creo que sí. Ya llevo cinco páginas.

—Su música es como una lenta preparación del alma para lo desconocido. El violín hace las veces de un heraldo que va distendiendo nuestros lugares comunes o nuestros aferramientos, y, poco a poco, a través del bajo continuo, que crea un hábitat secreto, se puede apreciar el despertar de algo profundamente vivo.

—¡Qué maravilla!

—Si quieres te envío ahora la dirección por whatsapp para que lo escuches.

—Me gustaría. Gracias.

Eliana admiraba en su amigo la tenacidad y la entereza para escribir. En los largos años de amistad conocía además que la tesón para el estudio era parte constitutiva de su ser. No obstante la curiosidad la seguía inquietando.

—Bueno, ¿y por qué no me lees el primer párrafo?

—Es de mal augurio leer lo que no se ha terminado de escribir.

—Eso te lo acabas de inventar —le contestó ella, para ocultar su ansiedad.

—Mejor te lo leo la próxima vez que nos veamos.

—Tú y tus misterios —dijo ella sin reparar en el uso que hacía de la palabra.

—Así es toda creación —respondió el amigo, dejando entrever que no accedería a satisfacer la curiosidad de ella.

Después hablaron de otras cosas, especialmente de un proyecto que venían trabajando en común.

—Si quieres nos vemos el miércoles —dijo el amigo, a manera de despedida.

—Vale —contestó ella—. Te busco por la tarde.

—Así quedamos.

Eliana terminó la llamada y fue hasta su dormitorio. Sintió frío y buscó un pañolón de lana de un azul oscuro intenso. Al rato oyó el pito de su celular y vio un mensaje que incluía la dirección en internet del músico del que minutos antes le había hablado su amigo. Escribió unas gracias a manera de respuesta y fue de nuevo a su estudio. Copió en el buscador la dirección y se dispuso a escuchar al músico. Se concentró en aquella melodía, tratando de entrever lo que aquel violín preludiaba de su estado. Así estuvo por más de media hora, en duermevela, hasta que sintió abrir la puerta del apartamento. Apenas se estaba levantando de la silla vio que su esposo colocaba un paquete de frutas sobre el comedor.

Fue a su encuentro y recibió un abrazo. Conversaron largo rato sobre las preocupaciones cotidianas, en especial sobre el próximo pago de la declaración de renta. Ella le ayudó a prepararse algo de cenar y después fueron juntos a la alcoba. De paso, el marido escuchó la música en el computador y le preguntó a su mujer sobre esa melodía. Ella le contestó que era de un compositor clásico que había descubierto por azar. El marido prendió la televisión y ella fue hasta el estudio para apagar el computador. La imagen en la pantalla de la portada del disco, que estaba escuchando por youtube, de una virgen con una diadema de estrellas y con un niño pletórico de luz en su regazo le pareció una bella forma de cerrar aquel día.

*

Dos días antes de la nueva cita con su amigo, Eliana visitó a su médica para una cita de control. La médica le dijo que debía comer carne, especialmente por el hierro e incluir pescado y verduras frescas. Que todo iba bien. Eliana, cada vez que iba a ver a la médica, la atenazaba una antigua angustia: recordaba el embarazado fallido de unos años atrás y, aunque seguía en su idea de no cargar ese nuevo embarazo de tantas expectativas, siempre sentía que se le secaba la boca y una especie de vacío en el vientre la ponía indispuesta. La médica le ratificó que no había hasta ahora ninguna complicación. Llevaba ya tres meses y medio  y, si todo avanzaba naturalmente, sería madre por allá en enero del próximo año. Esa vez no la acompañó su esposo. Al salir del consultorio fue en su automóvil hasta un supermercado y compró frutos secos y una leche deslactosada que su cuerpo asimilaba muy bien. Ese fue un consejo de su madre y de sus hermanas: “la leche es fundamental”. Salió del supermercado y se dirigió directo a su apartamento. Cuando llegó no encontró a su esposo. Descargó la bolsa con los víveres y se dispuso a preparar el almuerzo. Estando en aquella tarea se acordó de que no había revisado su correo desde por la mañana y fue en un momento a prender el computador. Varios mensajes la esperaban en la bandeja de entrada. Le llamó la atención uno de su amigo. El correo venía sin título. Rápidamente lo abrió y se encontró con un poema,  debía ser del poeta argentino tantas veces nombrado por su amigo. Leyó con avidez:

El milagro no tiene dos extremos:

Tiene uno.

El único extremo del misterio está en el centro

De nuestro propio corazón.

El poema venía acompañado de un pequeño mensaje que decía: “para que te sirva de mantra”. Releyó el poema y sintió unas ganas de llamar a su amigo, pero optó mejor por darle las gracias después, el día convenido para verse.

Retornó a la cocina, verificó si la pasta ya estaba al dente y empezó a asar una carne de res.  En su memoria repasaba aquellos cortos versos. Salió de la cocina y con unos rápidos pasos retornó a su estudio para leer el poema. Ansiaba aprenderlo de memoria. Por un momento sintió que su amigo era una especie de ángel guardián de su estado, de sus angustias, de sus miedos. Tal vez él no lo supiera, pero tenía el don de adivinarla, de leer sus signos con sutileza y clarividencia.

Eliana retornó a la cocina y dio vuelta al pedazo de carne. Alistó un plato, sirvió la pasta y esperó a que la carne adquiriera un color más dorado. Luego, fue a sentarse al comedor. Allí, sentada, advirtió que en el pequeño balcón del apartamento estaban varias palomas. Le pareció curioso la presencia de aquellas aves porque nunca hasta ahora se habían aparecido por ese lugar. ¿Sería otra premonición? Ella misma se sorprendió de sus pensamientos. Después se terminar los alimentos se dirigió a la cocina, lavó el plato y sirvió un vaso de agua. Entró de nuevo a su estudio y respondió el correo de su amigo:

—Gracias. Y como todo mantra espero que me ponga en consonancia con el misterio. El misterio de la vida.

*

Ese miércoles, después de la jornada de trabajo, acordó con su amigo encontrarse en una pequeña cafetería situada muy cerca de donde él laboraba. Su amigo llegó primero. Cuando apareció Eliana, pidieron algo de tomar. Ella un té frío y él una aromática de frutas. Mientras llegaba el pedido, lo primero que ella le contó a su amigo fue el sueño que le había referido esa mañana su madre, en la ritual llamada matutina. Era un sueño en el que Eliana llegaba con un vestido amplio de flores y en la parte del vientre tenía un dibujo lleno de palomas; que ella iba a visitar a su madre ataviada con ese vestido esplendoroso. El amigo escuchaba atento. Después, cuando apareció la muchacha con las dos bebidas, la charla se centró en el escrito que el amigo venía haciendo.

—Me dijiste que hoy me lo ibas a mostrar.

—Todavía no he acabado.

—Eso siempre haces…

—Déjate sorprender —contestó el amigo, con un gesto juguetón.

—Sabes que estuve escuchando el compositor que me dijiste. Es un despertar en medio de la oscuridad. Una lucecita saliendo de la noche. Me gustó.

—Biber es un virtuoso del violín. Y esta obra en especial tiene una particularidad: el desafinado. Se requiere una técnica experimentada para afinar una o más cuerdas a alturas distintas de las normales. Es como el misterio: surge a pesar de la lógica, muestra su armonía en contraposición de lo esperado. Muestra su perfección tensando de una manera especial la imperfección.

Eliana tomaba a pequeños sorbos el té. Le encantaba hablar con su amigo porque siempre le aportaba informaciones nuevas, o la ponía en contacto con algo desconocido, una película extraordinaria o un texto reciente, resultado de su gusto por frecuentar habitualmente las librerías de la ciudad.

—Sabes que la clave del misterio es la confianza del que lo espera.

—Sí —se apresuró a contestar Eliana—. Eso lo he entendido. Es como una cesación de la voluntad. Una entrega total a las fuerzas externas de la naturaleza, del universo.

—Así parece. Y tal vez esa sea la razón por la cual se habla de “estar esperando” para referirse al hecho del embarazo. Todo se gesta de manera misteriosa dentro de un ser y no puedes hacer nada para acelerar ese proceso. Eres un espectador privilegiado.

—Es una espera sin ansiedades.

—Sin expectativas u objetivos determinados de antemano.

Eliana miró por el ventanal de la cafetería y vio que las luces de los coches ya empezaban a poblar la avenida diagonal al sitio donde estaban reunidos.

—Leéme algo de lo que llevas escrito.

El amigo la miró como quien sabe de los derechos que trae consigo la amistad de muchos años. Buscó en su maleta una libreta media carta, de esas que se usan para taquigrafía, y pasó las hojas buscando un apartado especial.

—Aquí está —dijo— Pero sólo es el borrador. Así que puede sufrir todavía modificaciones.

—No le des más vueltas. Léeme.

El amigo tomó el último sorbo de la aromática de frutas y, como quien está susurrando un secreto muy valioso a alguien, echó hacia adelante el cuerpo y empezó a leerle a su amiga parte del texto escrito a mano:

—“…Si Lezama Lima privilegiaba a los pobres para creer en el milagro era porque su extrema necesidad los convertía en seres absolutamente dispuestos a aceptar lo extraordinario. Detrás de frases como ‘Dios proveerá’ se esconde una actitud de abandono absoluto a lo maravilloso, a lo inesperado. Al invocar a Dios de esa manera, el pobre pone toda su confianza en un otro que es todo el universo, un otro en el que se recogen el azar, la suerte y la gratuidad. De no ser así, el pobre no podría sobrevivir. Gracias a ese abandono en la providencia es que sus miserias, sus carencias, su aridez existencial, pueden ser colmadas de bendiciones, de regalos insospechados. Por no tener nada, por carecer de mucho, todo lo que venga o llegue, así sea poco, siempre será percibido como un milagro, como la prueba fehaciente de que no está solo en el universo. De que hay secretas filiaciones sólo visibles cuando nos abandonamos, mediante la fe, a este actuar del prodigio…”

El amigo hizo un alto. Miró a Eliana con cara de complicidad, y cerró la libreta. Ella quiso insistir pero sabía que cuando su amigo se negaba a compartir sus escritos era mejor no insistirle. Así que prefirió retomar algunas de las ideas escuchadas y darles una extensión en sus propias palabras. Enseguida de esto, hablaron de otras cosas, del proyecto de investigación que venían desarrollando para una corporación universitaria y de temas de actualidad como el proceso de paz con la guerrilla que por esos días parecía ya un hecho definitivo.

—Apenas tengas el texto terminado me lo compartes, ¿no?

El amigo le dijo que por supuesto, y más tratándose de un asunto que a ella especialmente le competía.

—¿Quieres que te acerque?

—Buenos. Gracias.

Salieron de la cafetería y bajaron a buscar el carro de ella en un parqueadero a cuadra y media de donde estaban. En el automóvil siguieron hablando del milagro y del poema que días atrás él le había enviado por correo electrónico.

— El milagro no tiene dos extremos:

    Tiene uno.

    El único extremo del misterio está en el centro

    De nuestro propio corazón.

 —Ah, te lo aprendiste.

—Te hice caso. Tú dijiste que debía ser como un mantra.

—Así me gusta. Juarroz es una escuela de la disposición.

Antes de bajarse del carro, el amigo le entregó un pequeño regalo. Le advirtió o le hizo prometer a Eliana que no lo abriría sino cuando estuviera en su casa. Ella dijo que sí. El cerró la puerta despacio, despidiéndose con una frase que parecía un rumor:

—Cuídate… doblemente.

*

Después de dejar al amigo cerca a su casa, Eliana tomó rumbo hacia su apartamento. Mientras conducía rememoraba la conversación con él y la promesa de no abrir el regalo hasta que llegara a su casa. La curiosidad le apremiaba. Con una mano sacó el pequeño obsequio de la cartera y vio el papel brillante. Seguro era un libro. Se mantuvo conduciendo y mirando por momentos el regalo, pero prefirió volverlo a meter en la cartera, cumpliendo en la distancia la promesa hecha a su amigo.

Luego de guardar el carro en el parqueadero del edificio y de subir a su apartamento, saludó a su marido que estaba esperándola en la sala leyendo el periódico. Compartieron algunas peripecias del día y fue a su alcoba a cambiarse de ropa. Se puso una piyama y volvió con su esposo para preparar juntos la cena. Hicieron entre los dos algo ligero. Compartieron un café y unos sándwiches y, después, cada uno se dirigió a su estudio. Pasados unos minutos Eliana volvió a la alcoba y trajo la cartera hasta su escritorio. Sacó el regalo y lo abrió lentamente. Efectivamente era un libro. Se trataba de una compilación de pinturas sobre la anunciación. Hojeó el texto poco a poco, deleitándose con esas reproducciones. Vio obras en las que se repetía el mismo motivo pero interpretado por diferentes artistas. La atrapó el óleo de Boticelli en el que María parecía esquivar con su cuerpo, en un paso de danza exquisito, las palabras del mensajero. Observó también relieves y grabados, carboncillos y terracotas vidriadas. Hacia el final del libro se detuvo en un cuadro de Rossetti en el que María parecía una enferma absorta y el ángel frente a ella levitaba con sus pies en llamas. Ese cuadro la conmovió. Cerró el libro y sintió en su corazón una tranquilidad especial. Sucediera lo que sucediera, pasara lo que pasara, se sintió plenamente confiada. Dobló el papel del regalo con cuidado y lo puso dentro de una libreta que le servía de diario. Sonriendo se dispuso a responder la lista de correos que esa noche parecía interminable.

Obstáculos al escribir una etopeya

18 jueves Ago 2016

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Autorretrato de la fotógrafa húngara Flora Borsi

Autorretrato de la fotógrafa húngara Flora Borsi.

Cuando nos animamos a escribir un autorretrato, especialmente si es de nuestro temperamento o nuestra interioridad, no resulta del todo fácil lograr una fiel representación. Bien sea porque dejamos de lado determinados rasgos negativos o muy íntimos o porque “inflamos” o sobredimensionamos ciertas virtudes que, aunque nos son propias, no resultan las más notorias de nuestra personalidad. De allí resulta el obstáculo principal al redactar una etopeya.

De otra parte, tenemos que enfrentarnos con los espejismos del autoengaño. En muchas ocasiones, de tanto mentirnos lo que no somos, terminamos creyéndonos unas características absolutamente falsas. Tal mentira se multiplica si lo que mueve a nuestro espíritu es aparentar o responder como sea al demonio de las mil cabezas del parecer de la gente o la sociedad. Así que, cuando elaboramos un retrato moral, necesitamos sanos ejercicios de discernimiento, autoanálisis sinceros y una valentía de nuestro espíritu para enfrentar con realismo una debilidad, un vicio, un defecto, o una particularidad que bien puede no ser de buen recibo por nuestros semejantes. Sin esa entereza o esa apuesta por la sinceridad lo más seguro es que realicemos una especie de máscara idealizada, muy alejada del parecido con nuestro genuino rostro.

También se convierte en un obstáculo para realizar una etopeya el buscar a como dé lugar un reconocimiento u obtener de las personas extrañas un elogio o por lo menos alguna distinción. Nos cuesta enormemente sabernos seres comunes y corrientes. Anhelamos, así sea en nuestra imaginación, alcanzar ciertos honores, la fama o el poder, lograr un prestigio, ser ensalzados o contar con miles de seguidores. Por todas esas cosas, terminamos en la inautenticidad o construyendo con endebles y vistosas mamposterías una identidad agrietada y por lo general hermosa tan sólo en la fachada. Entonces, si queremos que la etopeya que redactemos sea verídica y honesta, nos corresponde deshacer los escenarios de la vanagloria y asumir con humildad nuestra frágil y común condición humana.

Por lo demás, de igual modo será difícil hallar los términos que mejor describan lo que somos. Porque puede haber una infinidad de adjetivos o epítetos en el diccionario, pero seleccionar el más adecuado para delinear las aristas de nuestro carácter o el sustantivo que con precisión fije una forma de comportarnos, eso demanda una búsqueda adicional. Volver al diccionario para apreciar los matices de un término o para descubrir una palabra con la cual podemos atrapar una dimensión afectiva o sentimental que nos gobierna, se convierte en una labor permanente. Describir el micromundo de nuestra alma es un esfuerzo para elegir las palabras más acordes a esa dimensión oculta. Más que usar vocablos generalistas, tan proclives al equívoco, se trata de encontrar un vocabulario personal, un campo semántico que nos identifique y con el cual podemos nominar de manera concreta nuestras señales de singularidad.

A pesar de todos estos obstáculos mis estudiantes de la maestría en Docencia de Yopal aceptaron el reto de escribir sus etopeyas. Transcribo acá un ramillete de las más logradas, o de aquellas que por su redacción son un buen ejemplo de esta modalidad de texto descriptivo.

La primera de ellas es de David Andrés Forero Zapata:

“¡Qué tarea tan complicada! Convivo conmigo y me he sentido extraño observando a un ‘yo’ que pocas veces sale. Es un decir, sale todos los días pero no lo reconozco, no lo observo detenidamente, pero hoy me toca. Como todos, tengo un nombre aunque me identifican otras cosas. Soñador siempre he sido, algo fantasioso y dúctil. Sonrío cuando me toca, cuando lo siento y cuando algo duele porque la función debe continuar. Fui el payaso triste, el Garrick que reía llorando. Las lágrimas también me han acompañado estas décadas, unas tristes y otras de felicidad, eso es normal y más si se cree ser ‘artista’. La lúdica es transversal en mi vida, para aprender y enseñar, para vivir y, por qué no, para ayudar a vivir. Debo decir que lucho con ahínco por las cosas que quiero, aunque no siempre fue así. Dicen que soy de mal genio pero es una máscara necesaria para el cariñoso oficio de interactuar con pequeños. También dicen que soy chistoso y esa no es una máscara; no hago reír a grandes, no soy gracioso para ellos pero para los pequeños sí. Mi norte es Dios, lo aprendí de mis abuelos y lo consolidé al lado de mi esposa, a Él debo todo y se lo agradezco y quiero que siga siendo el director de esta obra de teatro que lleva escritos 37 actos. Solo espero que al caer el telón y yo bajé del escenario, Él me reciba”.

La segunda etopeya es de Harry Rentería Rodríguez:

“Muchas veces me he preguntado si la forma en que me miro corresponde a la percepción que tienen otras personas de mí, esto debido a las ideas equívocas e imprecisas que tenemos sobre nosotros mismos. Inicio por decir que me considero una persona muy introvertida, demasiado para los demás diría yo, de pocas palabras, pero que percibe y analiza todo lo que ocurre a su alrededor. En cuanto a mi ser interior soy alguien que actúa de acuerdo a los principios y normas de comportamiento establecidos dentro de la sociedad, siendo tolerante, respetuoso y solidario con nuestros semejantes, a pesar que el mal genio y la desidia en determinados momentos me traicionen. Del mismo modo me avisto como un soñador, un vendedor de ilusiones y un promotor de proyectos de vida; con un sentido de pertenencia y compromiso con mi labor de maestro y mi responsabilidad como padre. Dentro de las percepciones que tienen los demás sobre mi forma de ser, algunos han llegado a describirme como un ser distante, frío y poco comunicativo, que a mi modo de ver son características muy alejadas de lo que debe ser un buen maestro, lo que me genera un gran compromiso conmigo mismo de vencer esos obstáculos que impiden que pueda desarrollarme aún más como persona y profesional que soy”.

El tercer autorretrato interior es de Ferney Fernández Tangarife:

“Sus amigos lo definen como alguien en quien pueden confiar, decidido y terco, una persona que guarda la compostura e intenta, por cualquier medio, crear simpatía. Diestro con las palabras, servicial cuando se requiere y que no sabe callar, a tal punto que parece necesitar (urgir diría Hugo) muchos filtros sociales. Su familia reconoce su bondad; buen hijo dicen sus padres; una persona que siempre está ahí anotan sus hermanos, poco social y buen lector agregan. Su esposa Ana, su gran amor, puede ver en sus distante cortesías, todo el afecto, pasión y apego que ella le inspira, de no ser así, de no tener la clarividencia que le da la seguridad de sentirse amada y totalmente correspondida, seguramente no lo amaría de la manera que lo hace. Sus hijas Sarah y Luisa reconocen en él una figura paterna fuerte, algo distante en las demostraciones de cariño, pero sin duda un hombre, en palabras de Sarah, ‘serio y bonito’. Él, Ferney, no siempre se reconoce como alguien en quien confiar, ha fallado a veces por acción y otras por omisión, pero jamás por malicia deliberada. Decidido sí. Sus mayores debilidades, según él son: por una parte la incapacidad de reconocer sus errores, a tal grado, que prefiere seguir errado a conceder la razón y por otro lado, omitir las necesidades de su pareja, lo que es un desventaja emocional y motivo de discusión constante”.

El cuarto ejemplo corresponde al texto de Martha Cecilia Parada Vargas:

“Soy una casanareña que sonríe a la vida. Ella me ha brindado cosas bellas, una hermosa familia y una tierra grata. He tenido la oportunidad de orientar a otros en este hermoso planeta que Dios nos ha regalado. Amo el baile llanero, la música romántica y la vida sin demasiados sobresaltos. Soy leal, responsable, tolerante y perseverante; gracias a ello he logrado gran parte de las metas propuestas; pero además, gracias a mi solidaridad y capacidad de servicio he logrado ayudar a otros, brindar mi ayuda a quienes acuden a mí por algo que les inquieta o les causa dolor, pues eso de compartir, de ayudar, me fascina. La alegría y el buen humor son mis compañeros en este trasegar por el mundo. Hemos venido para ser felices y alegrar la vida a los que nos rodean. Soy extrovertida y sincera; pero no tolero la hipocresía ni el arribismo ni la inmoralidad. Respeto las normas y trato de hacerlas cumplir; quizá ese comportamiento no sea el más acertado pero esa es mi naturaleza. Algunos dicen que es una ventaja otros que me juzgan por ser así, pues por ser demasiado directa podría herir susceptibilidades; no obstante; acepto que me digan la verdad aunque me duela. Espero cumplir la tarea que Dios me ha encomendado al enviarme a este mundo y aportar un granito de arena para que éste sea mejor”.  

Y el quinto ejercicio descriptivo es de Yenci Durán Olivos:

“Qué puedo decir de mí, muchas cosas… empezaré diciendo una característica que es muy notoria en mi carácter, y es mi temperamento, soy una persona tranquila, aunque en ciertas ocasiones como en labores domésticas suelo perder la paciencia. Mi mayor virtud es la fe y confianza en Dios y segundo la honestidad y la justicia, eso lo aprendí de mi padre. Soy muy llorona, en especial en momentos de mucha emotividad. Me gusta el orden y mis actividades cotidianas, a veces planeo hasta el oficio que voy a hacer en la casa en un día cualquiera, tengo en mi nevera una lista de los menús que voy a preparar cada día. Me encanta soñar, sé que esa es la cuota inicial de que mis sueños sean una realidad. Me gustan los niños y por esa razón disfruto pasar tiempo con mis hijos, considero que soy una buena mamá y los extraño mucho cuando están lejos de mí. Mi familia considera que soy tierna y creo que los demás piensan eso de mí, aunque a veces yo veo esa característica como una debilidad con mis estudiantes. Me gusta aprender cosas nuevas por eso no será difícil estudiar. Por otro lado, mi mayor debilidad son mis miedos, sobre todo cuando me enfrento a una experiencia por primera vez. Me preocupa lo que los demás piensan de mí. Soy un poco orgullosa, cantaletosa, dormilona y mi esposo dice que manipuladora”.

Debilidades al empezar a escribir un ensayo

10 miércoles Ago 2016

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Cohorte Yopal II 2016 MEN

Cohorte «Becas para la excelencia», Yopal, segundo ciclo 2016.

Una nueva cohorte de estudiantes de la Maestría en Docencia-Extensión El Yopal ha comenzado sus estudios de posgrado. Son un grupo de beneficiarios del programa “Becas para la excelencia” del Ministerio de educación Nacional. La mayoría son profesores de colegios del municipio de Yopal y, unos pocos, tutores del programa “Todos a aprender”. Este grupo de maestrantes empiezan la aventura académica de dos años y, como siempre sucede al inicio del programa, muestran serias debilidades en la escritura.

Un buen número de ellos, a partir de una encuesta realizada al inicio de labores, manifestó, entre otros, los siguientes escollos: “dificultades para organizar las ideas”, “no saber utilizar correctamente la puntuación”, “no encontrar las palabras precisas y la manera de relacionar lo que están pensando con lo que quieren expresar”, “no usar los conectores precisos para dar coherencia y cohesión a un texto”, “la escasez en el vocabulario”, “no saber poner por escrito las ideas de forma bella y elegante”, “la débil construcción de párrafos coherentes”, “no tener las ideas claras”, “no poseer la disciplina que se requiere para ser un buen escritor”.

Y en relación con el tipo de textos que se les dificulta más escribir, los neomaestrantes coincidieron en que son los argumentativos los que mayor brega les generan. Entre las razones expresadas afirmaron que “no usan estos textos con frecuencia”, “no saben cómo contrastar las ideas basándose y tomando concepciones de otros”, “no conocen cómo defender un criterio, tal vez por falta de conocimiento de autores o de lectura”. También adujeron que dicha limitación se puede deber “al desconocimiento del tema”, o a que “se requiere de una postura crítica y de organizar adecuadamente los párrafos para no perder el sentido del mismo”.

Precisamente, y con el fin de superar estas falencias en los textos argumentativos, les he propuesto a los estudiantes escribir un microensayo. La primera parte de este ejercicio consiste en redactar un párrafo en el que esté de manera explícita la tesis. El tema elegido es el mismo del macroproyecto de investigación: la comprensión lectora.

Dado que esta entrada del blog sirve de detonante para empezar la tarea, deseo ofrecerles a los neomaestrantes de Yopal, además de las sugerencias contenidas en mi libro Pregúntele al ensayista, algunas pistas adicionales sobre cómo presentar la tesis en un ensayo. Primera: Piense bien el tema. No se lance a redactar lo primero que se le ocurra. Investigue. Lea. Consulte. Recuerde que la tesis debe ser medianamente novedosa. Segunda: La tesis no puede ser tan extensa. Debe ser puntual. No la explique, ya tendrá tiempo de argumentarla en los párrafos siguientes. No se alargue demasiado si no quiere perder la contundencia de su tesis. Tercera: La tesis es la promesa que el ensayista hace al lector. Es una especie de apuesta intelectual a la que luego deberá dar soporte y aval suficientes. En cuanto promesa, hay que dimensionar el alcance de la misma. No prometa cosas que luego no podrá cumplir. Cuarta: La tesis debe ser interesante. Busque que ese pequeño párrafo cautive a un posible lector. El interés puede provenir de un asedio al tema poco explorado; de una relación inadvertida o de una postura crítica a lo dado por hecho. Si no hay ese esmero por hacer atractiva o sugestiva la tesis el hechizo de atrapar la atención del lector se perderá desde el inicio. Quinta: No confunda la tesis con un derroche de emociones o una declaración de corte testimonial. Tenga en mente que está empezando a escribir un texto argumentativo y, en consecuencia, deberá apelar más a razones que a sentimientos. La tesis es una afirmación que usted tendrá que defender lógicamente, así como los abogados o los filósofos. En este sentido, la tesis exigirá un esfuerzo de su inteligencia, un ejercicio del pensar con lucidez y una paciente labor de sopesar y tejer juicios.

Confío en que esta gama de sugerencias sirva de aliciente complementario para la redacción del primer párrafo del microensayo. Por lo demás, y este es un consejo que nunca sobra hacer a los que empiezan un programa de posgrado, hay que mantener en alto la persistencia, la constancia y la voluntad de querer aprender a escribir. Así que, si hay que repetir varias veces un párrafo, habrá que hacerlo, dejando de lado la desmotivación y el engreimiento. Sólo de esta forma se puede avanzar y mejorar, poco a poco, en las especificidades y técnicas del oficio de escribir.

Hay un cuerpo virtual inexplorado

05 viernes Ago 2016

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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El cuerpo vuelto arte

Empecemos con una afirmación de base: es en nuestro cuerpo donde radican nuestros mayores miedos. Es a partir de esa estructura de músculos, huesos y nervios en donde podemos hallar alguna explicación a nuestras timideces, a nuestro rubor, a nuestra vergüenza. Porque el cuerpo es algo que no podemos ocultar del todo, porque nos “condena” o nos pone en evidencia. Tal vez sea por eso que al colocarnos delante de un público, de un “otro”, lo sintamos casi siempre como una forma de desnudez, como una “exposición” de nuestros más ocultos temores.

Ya hemos hallado una segunda idea fuerza: hablar delante de un público es tanto como exponerse (he ahí el sentido profundo de hacer una exposición). Cuando nos situamos delante de una persona o un grupo lo que hacemos realmente es una exposición; actuamos. Somos actores. Y si, como lo hemos visto y dicho en otros textos, para lograr comunicar un mensaje con eficacia tenemos que saber usar nuestra voz, saber entonar, conocer el abanico de posibilidades de nuestra palabra oral, ahora tenemos que incorporar toda la riqueza de nuestra corporeidad.

 Piénsese un poco en el abanico o la gama de elementos con los cuales cuenta nuestro cuerpo: están nuestras manos, nuestros ojos y nuestra mirada, nuestra postura, nuestro desplazamiento… Qué diversa y compleja comunicación establecemos sólo con algunos gestos; qué amplia y poderosa interacción proponemos con cierta manera de sentarnos o cierta forma de caminar. Hay toda una larga y amplia zona de estudio en eso que podemos llamar “comportamiento no verbal”. Disciplinas como la kinésica o la proxémica han indagado en la red de significaciones del cuerpo cuando se pone en escena.

Y en ese colocarse delante de otros, inerme y solitario, en esa puesta en escena de nuestro cuerpo, es donde ciertas estrategias y técnicas de comunicación pueden servirnos de ayuda. Claro, no son recetas ni normas absolutas, son más bien pistas o indicios para tener una mayor eficacia en la interacción personal o de grupo.

Comencemos por nuestras manos. El otro rostro. Con ellas o por ellas podemos hacer una variedad de cosas: a) ejemplificar, b) subrayar, resaltar, provocar un énfasis, c) darle ritmo a nuestra palabra, acompañar corporalmente nuestra entonación –así como los directores de orquesta–, d) crear suspenso… Gracias a las manos logramos reforzar lo que decimos y, a la vez, producir cierta escenografía a nuestra palabra. Y si he escrito que las manos son otro rostro es porque con ellas podemos establecer un campo de lenguaje análogo al de nuestra gestualidad.

Ni qué decir de la mirada. Primero que todo, es una potente herramienta de control, de evaluación. Con la mirada podemos “domeñar” o “mantener las riendas” de un público; con la mirada sabemos del impacto que producen nuestras palabras en los interlocutores. De otro lado, la mirada nos permite establecer un contacto inmediato. La mirada es puente, es una mediación (y depende como la utilicemos, bien sea de manera cálida o distante, así su rendimiento en una conversación o en una charla ante un grupo). Una tercera función de la mirada es la de contagiar un estado de ánimo, una emoción, un apasionamiento. Al ser los ojos un espejo de nuestra interioridad, la mirada se convierte en el reflejo de nuestros sentimientos. En el conmover, o seducir, en esa tarea del saber apasionar, la mirada cumple un papel estratégico por no decir fundamental… Luego, entonces, hay que aprender a usar la mirada, no lanzarla escurridizamente al techo o ponerla en un sitio sin sentido; no hay que eludir al otro, sino que, por el contrario, hay que mirarlo de frente, mirarlo de acuerdo a nuestra intención, a nuestro propósito comunicativo. No olvidemos que es en la mirada, tanto del actor como del público, en ese juego de fuerzas, donde se debate la calidad o la flaqueza de nuestra “obra” o exposición comunicativa.

Cuánto influye nuestra postura. Cuánta diferencia hay entre decir un mensaje sentados o de pie. Cuánto perdemos o ganamos en la comunicación al conocer las ventajas y las desventajas de una u otra postura. Algunas de ellas son más cerradas, menos aptas para la interacción; otras son altamente eficaces en esto de “romper el hielo” o “meterse en la intimidad de otros”. Sucede muchas veces que, por usar indebidamente cierta postura, nos leen como soberbios cuando no como incompetentes. La postura es el eje o el dinamo de nuestra actuación; en ella reposa el resto del engranaje comunicativo. La postura es el espacio de la danza, incorporado al trabajo del expositor.

Resaltemos aquí, de una vez, a propósito de la postura, la importancia del desplazamiento de nuestro cuerpo durante una charla o conferencia. Y al decir desplazamiento, hablo de líneas de fuerza. Porque hablar delante de otros, de alguna manera, es marcar un territorio (un territorio en un espacio que apropiamos como nuestro, una “zona habitada”, una especie de fortaleza). Agreguemos que esas líneas de fuerza las dan preferiblemente las diagonales; digamos también que dependiendo del espacio, así tenemos que hallar o “marcar” dichas líneas de fuerza. Tal recomendación es significativa porque en las líneas de fuerza están implícitas también las líneas de atención. En consecuencia, no delimitar un territorio es tanto como emitir desde un no escenario, desde una escena fantasmal.

Basten, por ahora, estas pistas estratégicas para mejorar o darle mayor relevancia a nuestra interacción corporal. Sólo quisiera añadir que si no hacemos en primer lugar un reconocimiento de nuestros miedos y nuestros complejos, de nuestras culpas o nuestras fobias, muy difícilmente podremos establecer una comunicación corporal potente y llena de dinamismo. Antes de cualquier cosa, tenemos que enfrentarnos a nuestro cuerpo, aceptarlo como un don, quererlo y disfrutarlo en cada edad y momento, conocer sus posibilidades y limitaciones… Este cuerpo, no siempre forjado en la libertad y la inocencia, este cuerpo tan lleno de marcas que oscilan entre el castigo y el hedonismo consumista, este cuerpo que es una obra de ingeniería admirable, merece cotidianamente toda nuestra atención y cuidado, todo un proyecto de reconocimiento permanente.

No lo olvidemos: es por el cuerpo y gracias a él como nos sabemos seres en el mundo; y sólo apropiándonos de nuestra corporeidad, sólo así, podremos ponerla en relación, convertirla en un lugar estratégico para la persuasión, la interacción eficaz, o la comunicación más plena. Al ser dueños de nuestro cuerpo, como escribe Octavio paz, nacemos para otra “patria de sangre”; aprendemos otro himno, izamos otra bandera.

(De mi libro Rostros y máscaras de la comunicación, Kimpres, Bogotá, 2005, pp. 183-186).

 

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