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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: febrero 2017

Autoentrevista al escritor de aforismos

27 lunes Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Libros

≈ 14 comentarios

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¿Desde cuándo le gusta escribir aforismos?

No tengo una fecha precisa. Pero ya de joven me gustaba coleccionar frases célebres o “citas citables” de las que salían en las Selecciones que leía mi madre.

¿Pero ya escribía aforismos desde aquella época?

No. Coleccionaba esas citas. Recuerdo que empecé a coleccionar una serie de pequeños libros llamada “Los muros tienen la palabra”, en los que se recolectaban frases de mayo del 68, en París.

¿Consignas?, ¿graffitis?

Sí. En la puerta de mi habitación, que entre cosas pinté de gris, puse en letras negras algunos de esos pensamientos: “Sean realistas: exijan lo imposible”; “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”.

¿Eran como consignas a seguir?

Eran más bien, pensamientos con los que me identificaba o frases-símbolo inspiradoras.

Y la escritura de aforismos, ¿cuándo empezó?

Muchísimo más tarde. Pero déjeme le cuento otra cosa. Por aquel entonces yo ya trabajaba y pude adquirir un libro de ediciones Aguilar, un texto grueso titulado: Diccionario de la sabiduría. Allí me deleité leyendo frases cortas e ingeniosas que azuzaban mi mente o me llevaban a meditar sobre diferentes temas.

¿Cómo estaba hecho ese diccionario?

Estaba organizado por orden alfabético, por temas. Y bajo cada temática se incluían diferentes autores que habían dicho algo al respecto. En ese diccionario, al inicio, supe del vocabulario que agrupaba esta escritura breve y sentenciosa: las máximas, los pensamientos, los proverbios, los apotegmas, el aforismo.

¿Recuerda alguna frase de ese diccionario?

Sí, muchas… “El falso amigo es como la sombra que nos sigue mientras dura el sol”; “En los comienzos de un amor, los amantes hablan del porvenir; en su declive, hablan del pasado”…”El hombre: un milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por debajo del cerdo”…

Tiene usted buena memoria.

No tanta. Lo que sucede es que el aforismo está hecho para ser recordado; tiene un poder, por decirlo así, mnemotécnico. Su forma de construcción hace que sea fácil retenerlo en la mente por mucho tiempo.

Ya veo… ¿pero ya en aquel entonces usted escribía aforismos?

Más que escribir los propios, transcribía los ajenos. En un cuaderno oficio empecé a llevar un diario y allí, con alguna regularidad, copiaba esas frases que me habían llamado la atención. Y ahora que me lo pregunta, creo que esa actividad de transcribir me fue acercando a las particularidades de esta tipología de textos.

¿Qué autores eran los que más transcribía?

Tengo presente a Nietzsche. Varios de sus cortos textos servían como epígrafes a mis reflexiones o, sencillamente, ocupaban un lugar significativo en las hojas de aquel diario.

Y si lo invitara a que me compartiera algunos de esos textos de Nietzsche, ¿los recordaría?

Creo que sí… “Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura”; “Cuánto más nos elevamos, más pequeños parecemos a las miradas de los que no saben volar”; “Lo que no me mata, me fortalece”…

¿Leía, entonces, mucho a Nietzsche?

Y lo sigo leyendo aún hoy. Es un buen ejemplo del pensar crítico y una escuela para el que desea escribir aforismos.

Bueno. Pero no me ha contestado me pregunta: ¿cuándo empezó a escribir aforismos?

Debo contarle otra cosa, antes de responderle su inquietud. Yo creo que la lectura de poemas fue también un insumo o una influencia en mi escritura aforística. En la puerta que le comento escribí unos versos que me habían impactado: “Del hombre aprende el hombre la palabra, pero el silencio sólo en Dios lo aprende”.

¿Y de quién eran esos versos?

De Luis Cernuda, un poeta español. Unos versos que hacían parte de su poema “Río vespertino”.

¿Había otros poemas que le llamaran la atención?

Muchos. Varios versos de César Vallejo y otros de Pablo Neruda y otros más de Baudelaire: “Al fondo del abismo, ¡cielo, infierno!, ¿qué importa?”

¿Por qué considera usted esta lectura de poemas tan importante en su escritura aforística?

Aunque no lo sabía en ese momento, el poema y el aforismo se parecen en su concentración expresiva. Los dos son un esfuerzo de concisión por decir con lo mínimo un máximo de sentido. Los dos, por lo demás, son un cuidadoso trabajo con las palabras y una consciente preocupación por la composición lingüística.

¿Recomendaría a los que se inician en escritura de aforismos la lectura de poemas?

Sin lugar a dudas. De otra parte, la lectura frecuente de poemas dota al escritor novel de un oído para el ritmo de la frase, para descubrir cuándo un cambio en la sintaxis evita la cacofonía o la disonancia.

Nunca pensé que fuera tan importante la poesía para los aforistas.

Es que el poeta, como el aforista, debe afinar bien la pluma para captar la esencia de una situación o una temática. Pienso ahora en el poema “Mi arcángel” de Luis Cernuda. El primer verso dice: “No solicito ya ese favor celeste, tu presencia”. Si lo analiza, ya en ese verso está implícito un aforismo. El definir la presencia de alguien querido como un “favor celeste” es un acierto, ¿no?

Ya lo creo. Pero volviendo a nuestro asunto, ¿cuándo empezó a escribir aforismos?

Yo creo que fue en ese diario que le venía refiriendo. Tengo precisamente por acá, en mi escritorio, dicho cuaderno. A ver le leo algunos de esos primeros aforismos. ¿Tiene tiempo?

No se preocupe.

“Díjole la guillotina al sombrero: nuestros destinos son incompatibles pero giran sobre el mismo punto”, “El sueño es una coma en el dictado de la vida”, “La corbata es la horca más liviana de las buenas costumbres”…

Por lo que acabo de escuchar, el aforismo nace como una meditación sobre un determinado asunto.

Me parece que sí… Si es que por pensamiento entendemos una reflexión continuada e incisiva.

Me puede ampliar esa idea.

Vamos a ver si puedo hacerlo. Supongamos que yo deseo escribir algún aforismo sobre el perdón… Lo primero que hago es poner dicha temática en el objetivo de mis reflexiones. Saco tiempo para pensar en eso: ¿qué es el perdón?, ¿por qué es difícil perdonar?, ¿qué lleva a perdonar?, ¿hay modalidades de perdón?, ¿hay afrentas imperdonables? Es decir, me ocupo en la temática día y noche… camino la temática.

¿Siempre es así?

Casi siempre. Me ayuda también pensar en opuestos. Usted sabe que a los aforistas les gusta presentar sus resultados en contrastes, en antítesis… O sea que pienso en el perdón y el rencor o en el perdón y el odio o en el perdón y el resentimiento. Las oposiciones ayudan a encontrar significaciones inadvertidas. Piense, por ejemplo, en la oposición perdón-rencor. Los rencorosos tienen muy lejos el perdón, por más que se lo propongan. El rencor los enceguece, los torna duros, inflexibles. El rencoroso vive en el pasado, preso del mal o del daño ocasionado. Para los rencorosos el perdón es imposible porque siguen teniendo la mirada en el pasado… y el perdón está adelante, en el futuro.

¿Qué interesante!

También me funciona mucho ver el tema en la perspectiva de los símiles. Debe ser por la escuela de la poesía, ¿no? Bien, entonces, ¿a qué puede parecerse el acto de perdonar?, a sanar una herida, a quitar un grillete… Podríamos, en consecuencia, así sea de manera provisional, decir que perdonar es liberar de un lastre; que perdonar trae una doble manumisión: para la víctima y para el victimario. La primera se libera de algo que lo atormenta o lo atenaza; el segundo, tiene la posibilidad de volver atrás y darse una segunda oportunidad. El perdonar quita las cadenas. El perdón se parece bastante a esa pequeña espada de madera que usaban los romanos para manumitir a los gladiadores; es un gesto de libertad, de una nueva identidad.

Me maravilla todo eso que usted ha sacado de una simple comparación. ¿Tiene otra estrategia?

A veces el humor, la ironía es otro recurso para el pensamiento.

Podría ampliar ese punto.

Veamos. Continuemos con el perdón… Cuántas veces hemos visto a una persona querer perdonar pero sin lograrlo en realidad. Simula que perdona. A veces se perdona por exceso de vanidad. Es como una revancha del orgullo. O anhelamos que el acto de perdonar se convierta en una deuda para el ofensor. La ironía podría salir de esa constatación: los actos de perdón de los orgullosos son, en realidad, una forma de generar nuevas obligaciones. Es decir, el orgulloso no perdona; convierte el perdonar en una deuda moral… Y si avanzamos en la reflexión, pues llegaríamos a decir que el orgulloso convierte el perdón en una obligación…o, para decirlo mejor, que en el orgulloso el perdón se transforma en obligada gratitud. Por supuesto, podríamos intentar otra vía y concluir que es muy fácil perdonar a los difuntos, o que para perdonar se requiere una súbita amnesia moral o que los dioses, de tanto ser invocados para que perdonen las ofensas de los hombres, están cansados de recibir tales solicitudes ya que perdonar es un deber personal e intransferible.

Me asombran sus respuestas…

No son sino el resultado de habituar la mente a concentrarse, a horadar un asunto desde diversos miradores.

Si lo seguí bien, la clave de un aforista es la reflexión continuada y meticulosa.

Así parece. Pensar, repensar, y escribir y reescribir. Aunque el resultado no sea sino dos o tres líneas. No sabe usted la cantidad de versiones necesarias para sacar algo en limpio.

¿Escribe a mano o en computador?

Prefiero hacerlo a mano. Se mantiene un vínculo más directo entre el pensamiento y la mano. Además, necesito ir viendo el emerger de la frase; palpar sus tachaduras, sentir que tallo la línea, el término preciso.

¿Cuántas versiones hace promedio?

Cuatro, cinco, siete… A veces más y, en otros casos menos, porque ya he venido trabajando y puliendo el aforismo en mi cabeza.

¿Y si se le ocurren caminando?

Para eso tengo mi libreta de notas. Me detengo y, ahí mismo, atrapo las ideas, las dejo fijas en mi libreta como un entomólogo en su colección de mariposas.

Algún autor de aforismos que prefiera?

Muchos. La Bruyère, La Rochefoucauld, Chamfort, Lichtenberg, Pascal, Joubert… Marco Aurelio, Nietzsche, Jünger, Canetti, Ciorán, Joubert… Max Aub, Kar Kraus, Beirce, Kafka, Wittegenstein,Porchia, Joubert…

¿Y algún colombiano?

Por supuesto. Nicolás Gómez Dávila. Él decía que sus escritos eran escolios pero, por la forma de elaborarlos, hacen parte del género aforístico.

¿Por qué su insistencia en Joubert?

Porque el propósito principal de este hombre fue pensar el arte, el arte de escribir. Nunca publicó nada en vida; sólo llevó un diario, miles de hojas que se salvaron gracias a la devoción de su esposa y a la amistad de Chautebriand.

No conocía nada de él…

De Joubert es ese aforismo que se ha vuelto un eslogan entre los maestros: “enseñar es aprender dos veces”.

¿Y algún aforismo sobre la escritura?

Hay un aforismo que durante un buen tiempo lo tuve como protector de pantalla en mi ordenador: “las palabras son como el vidrio; oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor”. Y otro más con el que me gusta empezar  mis talleres de escritura: “para escribir bien se necesita una facilidad natural y una dificultad adquirida”.

Si le parece, volvamos a su escritura. ¿cuál considera su primer trabajo valioso de escritura aforística?

No es fácil valorar las propias creaciones. Pero creo que fue un largo proyecto que terminé titulando “poética de las flores”. Me propuse volver a apreciar la flor, un objeto tan cotidiano, tan utilizado en varios eventos o situaciones de  nuestra vida: en el amor, en los matrimonios, en los funerales, en la decoración.

¿Puedo conocer algunos de esos aforismos?

Sí. Por aquí debo tener una libreta sobre ese proyecto.

Noto que usted tiene distintas agendas para cada fin.

Sí. Es una estrategia o una manía que me ha permitido no sólo ordenar sino que es un recurso para volver a atizar estos temas en diversos tiempos. Fíjese, aquí está la fecha: sábado 8 de diciembre de 1990. ¡Cuantos años han pasado! Permítame le leo algunos de esos aforismos: “Flor: apetito de cielo condenado a la fijeza”; “El tallo es mano para flor; los pétalos, labios para su tallo”; “Regalar flores es proponerle a otro jugar con el tiempo”; “La horizontal retiene, sirve de sostén; la vertical impulsa, estimula el crecimiento; lo circular florece”…

Algunos de ellos tienen una especie de lirismo.

Efectivamente. Es por la relación que le decía entre el poema y el aforismo. Y tal vez por las metáforas empleadas. Ya le comentaba que el símil es un recurso de primer orden para el hacedor de aforismos.

Me gustaría que ahora me respondiera ¿cuál es la utilidad o la finalidad de hacer aforismos?

¿Además del placer de escribirlos?

Sí, por supuesto…

Yo diría que el aforista es, ante todo, un observador perspicaz; una conciencia vigilante, un vigía de las costumbres sociales. Alguien que ve, por debajo de lo explícito, lo oculto; un lector crítico de lo dado por hecho o lo que ingenuamente aceptamos sin analizar. El aforista busca sorprender en lo mismo que devela; pone en evidencia los supuestos, las cosas dadas por hecho.

¿Siempre es eso?

Digamos que es una gran tendencia de los aforistas de todos los tiempos, desde Epicteto hasta Ciorán. Por eso ha sido tan apreciado por filósofos y por la literatura sapiencial. Ha sido un medio para hacer crítica de las costumbres.

¿Un aforismo es un máxima de vida?

En algunos casos ese es su principal objetivo.

¿Y por qué algunos autores los llaman pensamientos?

Porque aluden a su carácter no sistemático. Son chispas de la inteligencia, meditaciones breves, cavilaciones autónomas que no necesitan una larga argumentación.

No sé dónde leí que un aforismo era como una isla…

De acuerdo. Separado de los continentes; apartado pero sólido; es un micromundo. Una porción de palabras, rodeada de insinuaciones por todas partes.

¿Y las nuevas tecnologías no habrán llevado a redescubrir este género. El twiter, por ejemplo?

Si hubiera una voluntad estética bien podríamos decir que sería un terreno propicio para el aforismo. Lo que sucede es que la rapidez ha banalizado la comunicación; fíjese en la bajísima competencia lexical de esos mensajes y la cantidad de basura circulante. Los tuiteros podrían transformar esas “cortas ráfagas de información intrascendente” es breves frase de pensamiento inteligente.

¿No será que el mundo de hoy está confluyendo hacia la fragmentación?

Es probable. Pero el hecho de que sea gnómica la escritura del presente no implica que también deba ser enano el pensamiento.

Lo noto un poco escéptico hacia esta época.

El escepticismo ha sido un buen remedio en épocas frívolas o de unimismo social. Escéptico fue Montaigne y escéptico también Nietzsche. Más bien el tono que usted percibe es una voz de alerta o una invitación a mantener la lucidez en tiempos de masificada opinión y fanatismos irracionales.

Gracias por su tiempo… Me arrepentiría después de no pedirle un aforismo  de cierre a esta entrevista…

Uno de Joseph Joubert, que entre más años tengo, mejor entiendo su significado: “hay que recibir el pasado con respeto y al presente con desconfianza, si queremos atender a la seguridad del porvenir”.

En la escuela hoy, de Philippe Meirieu

22 miércoles Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Comentarios

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Uno de los primeros aciertos del texto En la escuela hoy de Philippe Meirieu está en la manera como el autor organiza su obra. Si de mira con cuidado el libro, Meirieu distribuye sus reflexiones desde una triple focalización: la escuela, el maestro y la clase. En el primer caso, utiliza el lente de los principios, muy con la idea de que “levantemos la cabeza” y seamos capaces de preguntarnos sobre las finalidades de la escuela, de sus fundamentos o de cierto orden abstracto lo suficientemente rico para derivar de él acciones cotidianas. El segundo asunto, el del maestro, lo aborda Meirieu desde la riqueza expositiva de la tensión: ese estado de un “sujeto sometido a órdenes contradictorias” pero que al mismo tiempo más que disolver esas tensiones o renunciar a ellas, lo que hace es asumir tales resistencias e integrarlas como elementos igualmente importantes para analizar la profesión docente. El último foco de disertación es el de la clase: el autor usa, en esta oportunidad, la estrategia de apuntalar referencias, en cuanto indicaciones o “jalones de orientación”, de brújulas estratégicas para “ajustar el rumbo” de nuestras prácticas de aula.

Digo que me parece un acierto no sólo por los planteamientos polémicos y las ideas sugerentes que arroja tal dinámica, sino porque puede ser un excelente método de pensamiento apropiable por el campo de la educación. Es decir, que antes de criticar o dar por hecho determinada opción pedagógica o didáctica deberíamos ver en dónde halla su fundamento o desde que orden teórico se articula y, además, cómo entra en la tensión de lo complejo, cómo rompe su cascarón de lo absoluto o lo dado por hecho. El texto de Meirieu es un buen ejemplo del análisis juicioso y la autocrítica. Se nota en sus páginas que el autor ha sido maestro de diversos niveles y que, por añadidura, ha tenido a su cargo procesos de formación de educadores.

El planteamiento de la obra es claramente deductivo: va de lo general a lo particular porque sabe que uno de los riesgos de las discusiones pedagógicas es el “anecdotismo” que pretende por sí mismo explicar una práctica, o la “sobrevaloración de la acción docente” en la que se absolutiza lo inmediato dejando de lado ciertas intencionalidades fundantes de la educación, tanto más importantes cuanto menos evidentes. Entonces, cuando nos obligamos a repensar desde arriba lo educativo, desde un orden abstracto, y reconocemos también las diversas tensiones a las que está sometida la profesión docente, muy seguramente podremos entender mejor por qué elegimos determinada opción de evaluar o seleccionamos una estrategia de aula.

Un segundo logro, asociado a la escritura del libro, es la manera de trabajar de Meirieu con ideas fuerza o con enunciados de los cuales se puede predicar el acuerdo o el desacuerdo. Tal vez sea un resultado de la articulación de la misma obra, pero, en general, es un ejemplo vigoroso de organización textual en donde no solamente se critica o se cuestiona algún asunto sino que hay la voluntad retórica de esgrimir una tesis soportada luego con argumentos de diversa índole. No son consignas sin respaldo o un mero listado deontológico de nuestra profesión docente. Son ideas sometidas al yunque del análisis o la lógica. Haciendo un recuento del texto, la exposición de la primera parte empieza con la enunciación de un principio que luego se va “demostrar” o explicar; en la segunda parte, la de las tensiones, Meirieu, además de enunciar la tensión, saca una conclusión que le va a servir al mismo tiempo de propuesta; en la última parte, las referencias, una vez definidas, son sometidas a un doble cuestionamiento: el porqué y el cómo.

Salta a la vista que En la escuela hoy es una obra para la discusión, en la que el autor, además de todo lo anterior, propone al final de los capítulos preguntas, tablas que ayudan a multiplicar las dudas o los interrogantes, bibliografía adicional de donde emergen nuevas miradas o se reafirman ciertos planteamientos. Todo ello contribuye a que el libro no esté presentado como un tratado o un sistema perfecto de lo que debe ser la escuela, el maestro y la clase de hoy, sino como un repertorio de entradas a esos tópicos en los que Meirieu apenas abre algunos intersticios, propone ciertas rutas, muestra ejemplos… Una obra para dialogar, contrastar y revisar nuestro saber y nuestra práctica docente y, lo que me parece más importante, un texto útil para discutirlo con maestros en formación.

Glosas a la segunda carta de Freire a los maestros

18 sábado Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

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Freire: la apuesta por la pedagogía dialógica.

Sí. Hay que luchar para que el miedo no nos paralice, afirma Freire. A pesar de las dificultades y de las “inseguridades”, el maestro debe atreverse a llevar a feliz término una iniciativa, un proyecto. Porque lo más grave es que ese miedo “lo venza antes de intentarlo”. Por eso es que los educadores se estancan, por eso es que no vuelven a las aulas, por eso no renuevan su práctica, por eso se conforman con hacer siempre lo mismo y, en lo posible, sin ningún esfuerzo adicional. El miedo los torna resignados y apáticos a cualquier innovación educativa.

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Es obvio que el estudio trae consigo unos obstáculos. El primero de ellos es la pereza, la desidia que se disfraza a veces de autoengaño. Cómo cuesta abandonar las rutinas “domesticadoras” de la televisión, cuánto consultar otras fuentes para enriquecer una lectura. Esa somnolencia mental es la que lleva a pedir una menor exigencia en los programas académicos y a perseguir un título con la mera asistencia a clase.  Otro de los obstáculos reside en la falta de una disciplina para alcanzar una meta. Parte de nuestra época ha contaminado a las personas del logro fácil y sin esfuerzo. Todo aquello que demande tesón y persistencia es considerado un trabajo inútil. La salida más inmediata, entonces, es tomar el camino corto, así no sea honesto. Y si la tarea es el estudio de un libro, resulta más cómodo buscar un resumen ya hecho o hacer una mezcla con variados apartados de los que pululan en internet. Nuestra falta de rigor, por lo demás, es la que ha banalizado el respeto por el conocimiento y ha aumentado las prácticas indiscriminadas del plagio.

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Resalto la idea de Freire de que es fácil, cuando de comprender un texto se trata, caer en la “ilusión de que estamos entendiendo”. Sé por experiencia propia que hay textos que “no se entregan fácilmente”. No basta con el deseo de leerlos o con la mera disposición. Hay textos que exigen revisar otras fuentes previamente, so pena de que apenas muestren una parte de su figura. Aquí la relectura es fundamental, como también la tenacidad y el empeño por ir más adentro de lo percibido en una primera aproximación. De igual forma, hay textos que únicamente mediante la escritura, logran ser comprendidos. En este caso, al escribir sobre lo leído, van emergiendo aspectos o aristas no perceptibles cuando pasamos nuestros ojos por encima de las palabras. Me parece que esa es una de las claves de la “lectura crítica”: al escribir, el lector “reescribe el texto” y, al hacerlo, logra una “comprensión crítica del mismo”. La genuina lectura termina produciendo escritura.

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A veces he tenido la suerte de contar con lectores que han “leído, discutido, criticado, mejorado y reinventado” algunos de mis textos. Este blog ha sido un medio eficaz para tal fin. De igual modo, a mi correo personal me llegan mensajes en los que un colega, un estudiante de hace muchos años, una persona que ha adquirido alguno de mis libros o que ha asistido a algunas de mis conferencias, me comenta sus puntos de vista o me formula alguna pregunta derivada de una lectura o de determinada charla. Me parece que, como dice Freire, ese el “sueño legítimo de todo autor”. Más allá de aumentar la egolatría, lo que un autor busca con sus escritos es que circulen, que se lean con empeño, que se subrayen y glosen hasta sacarles todo el jugo contenido en su interior. Esa es la mayor satisfacción. En otros casos, que son la mayoría, el autor nunca sabrá de la “aprehensión” de sus textos; o quizá con el tiempo, emerjan esas comprensiones por ahora anónimas o secretas.

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Leemos con todo el cuerpo. Freire afirma que cuando leemos ponemos en acción, además de nuestra mente, “los sentimientos, las intuiciones, las emociones”. Es definitiva, por eso mismo, la actitud entusiasta y la motivación al momento de empezar una lectura. A veces el miedo por una temática hace que nuestros sentimientos contaminen negativamente a nuestra cabeza; en otras ocasiones, son nuestras intuiciones las que jalonan la comprensión de un texto muy abstracto o complejo. Considero que, por eso, es necesario hallar un lugar idóneo para leer, y por la misma razón hay que sazonar lo que leemos con el entusiasmo, la curiosidad lúdica y una pasión ardorosa por el conocimiento.

Sobre el trabajo

16 jueves Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Segundo trabajo de Hércules. Grabado de Cornelis Cort.

Según la opinión generalizada, hay trabajos que enaltecen y otros que denigran al individuo. Sin embargo, toda persona que desempeña una labor siente que su tarea es la más importante. De ahí se colige que la dignidad de un oficio no está en la herramienta, sino en el operario.

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Los desempleados ven como deseable los padecimientos de los que cuentan con un trabajo.

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El salario por un trabajo es, de alguna manera, el pago que recibimos por entregar voluntariamente por un tiempo nuestra libertad.

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La mejor forma de no sentirse un empleado es convertir el trabajo en un aliado de nuestro proyecto vital.

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A veces olvidamos que el trabajo no siempre va a la par de nuestro placer. Quizá ese es el verdadero sentido de la maldición edénica: al perder el ocio libérrimo del paraíso comenzamos a “ganar la libertad con el sudor de la frente”.

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Situación ideal del trabajador: que le paguen las vacaciones. Es decir, recibir un salario por estar libre.

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Aunque se diga que los días de descanso son para reparar fuerzas; lo cierto es que esos asuetos son para el trabajador una corta forma de recuperar su libertad.

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¿Cuál es el sueño de todo trabajador? Recibir un salario sin tener que cumplir horarios o tareas asignadas por otros. La pensión es el cielo anunciado para los peregrinos del empleo.

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Si el trabajo fuera siempre variado y novedoso sería más aceptable y menos aburrido. Es la rutina del trabajo la que produce el hastío y agota poco a poco el espíritu.

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Para ciertas enfermedades del alma el trabajo es un fármaco eficaz. La ocupación es un remedio antiquísimo contra las preocupaciones.

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Trabajo independiente: labor en la que el jefe es el mismo empleado.

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El hombre de las cavernas no sabía que al elaborar las primeras herramientas estaba también prefigurando un trabajo. El homo habilis ya es, de por sí, un homo economicus.

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El paraíso, según el relato bíblico, era el eterno ocio. Así, que, la tentación de la manzana fue el primer incentivo laboral.

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El elogio de “trabaja como un buey” no es una exaltación a la fuerza constante, sino a la mansedumbre silenciosa.

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Hay mucha distancia al perder un trabajo entre ser despedido y ser echado. Por momentos quedar cesante se parece a salir súbitamente de viaje y, en otros casos, a ser expulsado como el flujo piroclástico  de un volcán.

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El día de los trabajadores, el primero de mayo, es una conmemoración a los mártires de Chicago, que luchaban por la reivindicación de un día laboral limitado de ocho horas. Como se ve, la fiesta de los trabajadores es una celebración de la lucha de la libertad contra la esclavitud.

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Contemplación: el alma trabajando. Contemplación mística: el trabajo de Dios.

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Mediante el trabajo, el hombre transforma a la naturaleza; pero, al hacerlo, termina transformándose así mismo. El útil que es objeto se torna en una extensión de sus manos y de su imaginación.

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Ciertos trabajos destinados al servicio parecen no generar ninguna riqueza. Es obvio: el altruismo es menos rentable que las profesiones para el beneficio personal.

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La gente supone que si no hay sudor y fuerza física el trabajo es fácil o sencillo. Quizá por ello, el trabajo intelectual es percibido como un oficio de desocupados.

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El trabajo dignifica al hombre, decía Marx. Pero al haber hoy tanto desempleo, pareciera que la sobrevivencia se impone sobre la dignidad.

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Las pausas activas en el trabajo son las pequeñas ganancias del sector de la salud sobre el mundo de la economía.

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Los trabajos de Hércules muestran que la tarea más importante de cada ser humano, así no tenga remuneración económica, es el trabajo sobre sí mismo. Vencer sus impulsos salvajes y sus monstruos interiores es una labor titánica que demanda una fuerza descomunal para alcanzar así la libertad de su espíritu.

Notas a la primera carta de Freire a los enseñantes

11 sábado Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

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Paulo Freire: luchador por una escuela democrática.

Para continuar con la lectura en común del libro de Paulo Freire, Cartas a quien pretende enseñar (Siglo XXI, México, 2010), voy a compartir parte de mis reflexiones, resignificaciones o aplicaciones derivadas de la “Primera carta: enseñar-aprender. Lectura del mundo-lectura de la palabra”.

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Coincido con Freire en que al enseñar no sólo aprendemos de lo mismo que enseñamos, sino de la manera como los estudiantes aprenden lo que tratamos de enseñarles. Dicho aprendizaje es de un segundo orden, porque tiene como referente el estudio previo del maestro. El docente cuando enseña un saber no sólo pone entre paréntesis lo que sabe; también confronta qué tanto de lo que sabe debe sufrir modificaciones o ajustes para poder ser enseñado. El saber del maestro, entonces, se va modificando en la medida en que se va enseñando. Y cada nuevo aprendizaje se convierte en un motivo de reconfiguración o readaptación de su enseñanza.

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Gran importancia le da Freire a los materiales de estudio. Los útiles, entre ellos los diccionarios (etimológico, filosófico, de sinónimos y antónimos) ayudan a una mejor comprensión de lo que se está leyendo. Cada vez confirmo más que esas fuentes de consulta deben estar a la mano, son auxiliares indispensables para aclarar un concepto, percibir el matiz de una idea, recuperar el sentido olvidado de un término. Y, además, son indispensables al momento de escribir: contribuyen a la precisión semántica, nos dan luces sobre distinciones conceptuales, son palancas potentes para que las ideas cobren más consistencia argumentativa. De alguna forma, el tipo de útiles prefigura una forma de aprender y una manera de escribir. Y si esa caja de herramientas es escasa o desactualizada, pues limitados serán también los resultados o el producto elaborado.

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Ya llevo muchos años practicando lo que Freire sugiere en esta carta: “escribir algo por lo menos tres veces por semana”. En mi caso ya es un hábito. Todas las mañanas o en algún espacio del día o la noche dispongo un tiempo para escribir en mi agenda de notas o en alguna de las libretas que tengo para este fin (me gustan los block para taquigrafía de Office Depot). Poseo también un “Despertario” (un cuadernillo  en papel extraopaco, anillado, hecho en España) en el que atrapo esos productos que el inconsciente me regala después de las cinco horas de sueño. Por supuesto, al tener esas ideas registradas o presas en el papel, me es fácil más tarde, bien sea el mismo día o pasada una semana, volver a ellas para “someterlas a una evaluación crítica”. Este blog se ha ido convirtiendo en otro dispositivo estratégico para mantener viva la escritura, ya que me he impuesto subir por lo menos un texto cada semana. Compruebo, de igual modo, que buena parte de mi tarea como maestro la he ido diseñando o ajustando para obligarme a reflexionar y registrar una temática, un problema, con el fin de no desarticular el oficio de enseñar con el oficio de escribir.

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Subrayo la importancia y la manera de enfocar el estudio desarrollada por Freire. No es un asunto menor, ni una actividad sin hondas repercusiones en la profesión docente. Freire considera que el estudio siempre implicar “leer el mundo” y, al hacerlo, necesitamos tomar distancia del sentido común, de la inmediatez de lo sensorial y emocional. Estudiar es un “quehacer crítico” mediante el cual “creamos y recreamos” una práctica, una situación, un concepto. Pienso que, en esta perspectiva, el estudio es un trabajo intelectual, como le gustaba calificarlo a Jean Guitton. Una labor que demanda aprender a utilizar ciertos útiles, valerse de estrategias idóneas para tal fin, disponer la mente y el espíritu para aprehender un nuevo conocimiento o una nueva experiencia intelectual. El estudio es el medio como los docentes permanecen vigentes, un recurso para salir de las actividades repetitivas y el conformismo desalentador.

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Freire nos invita a no comportarnos como “burócratas de la mente”, sino a convertirnos en “constructores de caminos de curiosidad”. ¡Basta ya de conformarnos con lo que dominamos y repetimos cada año!, ¡dejémonos habitar por la autorreflexión!, ¡permitámonos dudar sobre lo que hacemos cada día! Tal advertencia tiene mucho que ver con otro asunto de mayor calado: es urgente que los maestros dejen de ser replicantes de información ajena y enfrenten creativamente sur rol de ser productores de conocimiento. El caldo de cultivo para tal labor está en su mismo trabajo: ¡analicemos críticamente nuestra práctica docente!, nos insiste Freire. Ahí hay una veta para la creatividad y la innovación educativa.

*

En ese juego entre la “lectura del mundo” (el contexto), y la “lectura de la palabra” (el texto), en esa toma de distancia, es que se produce la “generalización”. Freire afirma que para leer el mundo “no es suficiente la experiencia sensorial”. Hay que ir un poco más allá; es necesario asumir la exigencia que comporta darle al pensamiento unas categorías, unas codificaciones mediante las cuales podamos “desocultar la teoría que se encuentra en la práctica”. Los maestros no podemos seguir explicando la complejidad de lo real por vía de la anécdota y el trabajo empírico. Claro, tampoco se trata de invalidar ese conocimiento. Pero, hay que ser capaces de abstraer, de hallar categorías mayores que permitan comprender lo particular. Hay que salir de los “pequeños mundos” para adquirir una visión mayor. El giro lingüístico que usa Freire es bastante acertado: “hay que luchar para hacerse la oportunidad de conocer”. Una vez tenida esa segunda comprensión, podemos volver a la lectura del mundo para verlo con otros ojos y descubrir lo que en una primera mirada estaba oculto o pasaba inadvertido.

*

No cabe duda de que leer y escribir son prácticas constitutivas del estudio. La lectura parece una preparación o un carburante para escribir. Freire comenta que la lectura exige paciencia, que es un trabajo desafiante y nos pide persistencia. No es un fruto que ofrezca sus dulces a la primera mordida. Tampoco debemos desistir de leer cuando los textos son difíciles o nos exigen una preparación para desentrañar los “conceptos abstractos”. Leemos y estudiamos, afirma Freire, para “reconocer las relaciones entre los objetos”, “para aclarar algunos procesos”, para mantener “la responsabilidad ética y política de estar siempre preparándonos”. La escritura aparece entonces como un testimonio o una evidencia de ese acto de estudiar: es la recreación, es la relectura en grafías, es el resultado de la discusión entre lo vivido y lo reflexionado. Se escribe para mostrar a sí mismo, primero, y a otros, después, la relación dialéctica entre la conciencia  y el mundo.

Carta a quien vuelve a estudiar

08 miércoles Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cartas

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ilustracion-de-bendik-kaltenborn

Ilustración de Bendik Kaltenborn.

Estimado (a) neoestudiante,

Comparto la alegría que, seguramente, estás sintiendo en estos días. Es grato volver a experimentar la ansiedad de empezar un proyecto académico o un programa anhelado por largo tiempo. Tal inquietud, en la que confluyen sueños y expectativas, temores y esperanzas, es una sensación profunda y memorable. Aprovecho esta ocasión para contarte algunos asuntos que he venido reflexionando al respecto. Lo hago como una celebración a tu iniciado viaje y como un testimonio de alguien que, como yo, ama profundamente estudiar.

Iniciaré confesándote una cosa: el estudio tiene el poder de renovarnos. Algunos llaman a eso, actualización, pero me gusta más entenderlo como un cambio de piel o cierta renovación de nuestra mente y nuestro espíritu. Al estudiar de nuevo, al ponernos otra vez en actitud de alumnos, recuperamos el asombro y la maravilla del conocimiento. Cuando volvemos a las aulas renace en nosotros la curiosidad del niño. En este sentido, si uno estudia de manera permanente, aleja un poco la vejez y mantiene, por decirlo así, siempre joven el pensamiento.

También debo decirte que al renovar los votos por el estudio, cambia la cotidianidad y, con ella, nuestras rutinas. Si en verdad somos estudiantes auténticos, cambiarán de igual modo nuestros hábitos. Al retornar a clases, al asumir otra vez las tareas y los trabajos propios del mundo escolar, necesitaremos modificar nuestros horarios y tendremos que privilegiar horas de la agenda cotidiana. Quizá debamos dormir menos, optimizar el tiempo y priorizar eventos y circunstancias. Pero tal hecho no debe apesadumbrarnos, si en realidad la llama del estudio irradia fuerza y energía a todos los rincones de nuestro ser.

Te expreso, de una vez, que cuando hay deseo y ganas por el estudio, desaparece la idea del sacrificio. Cuando es el placer el que timonea nuestras aspiraciones no hay que andar pregonando las renuncias obligadas o las fatigas del trabajo excesivo. Así entendidas las cosas, será el goce y la alegría, el esfuerzo entusiasta, el que tutele los trasnochos, las jornadas de lectura o las no menos retadoras tareas de escribir. Pero si es genuino tu amor, tu empeño y tu gusto por estudiar, dichas cosas serán parte de la riqueza de la aventura, se convertirán en ganancias y no en cargas o detestables compromisos.

Debes saber que el estudiar con fundamento trae consigo la persistencia. No vayas a abandonar tu anhelo por el primer escollo que encuentres. Tampoco dejes que una mala calificación o las correcciones continuas a un proyecto mermen tu motivación o tu interés. Sólo con el tesón y la convicción de lo que sueñas lograrás descubrir la almendra del estudio y hacer brotar la miel contenida en su interior. La dedicación al estudio, la constancia entusiasta, te hará comprender que no todo se logra de inmediato y que, muchas veces, vamos aprendiendo más de lo que sospechamos. Ten confianza en tu perseverancia; esa parece ser la clave para alcanzar las más altas metas.

Te invito, además, a proveerte de unos buenos útiles para el viaje que comienzas. Los útiles son de enorme ayuda para obtener buenos resultados y multiplicar el aprendizaje. No dudes, entonces, en destinar unos pesos para adquirir libros y materiales de diversa índole. Considéralo otra inversión, una oportunidad para renovar el mobiliario de tu mente. Debo decirte aquí, en confianza, que a veces prestamos poca importancia a esto de abastecernos de buenos útiles y nos contentamos con la mera asistencia a clase, cuando no con adquirir de afán fotocopias desarticuladas y anónimas.

Recuperar el espacio y el tiempo para el estudio es también la oportunidad para conocer a otras personas, interactuar con ellas, entrar en diálogo con formas de pensar diferentes a la nuestra. Las actividades en equipo amplían nuestra mirada y airean las visiones cerradas del trabajo individual. Al lado de un café, caminando por los pasillos o compartiendo un salón, aparecerán otros amigos, se renovará nuestra lista de conocidos y, muy seguramente, tendremos la posibilidad de movilizar nuestras relaciones públicas. Cuando volvemos a estudiar recuperamos las habilidades interpersonales y revaloramos los vínculos sociales.

Hay otro asunto que merece unas líneas adicionales. Se trata de la búsqueda de la excelencia. No lograrás grandes cosas en el estudio si apenas cumples con lo necesario o con los requisitos mínimos exigidos por un docente o una institución educativa. Quisiera recomendarte, en lo posible, ir siempre más allá de lo esperado. Unos minutos adicionales cada día para atender una tarea, unas hojas demás leídas al cierre cada jornada, una consulta complementaria hecha los fines de semana, todo eso es lo que contribuye a pasar de lo regular a lo sobresaliente. Estoy convencido de que la calidad superior en algo, especialmente en el estudio, es el resultado de luchar contra el conformismo de lo apenas suficiente y los raseros apáticos de la mediocridad.

No quisiera terminar esta misiva, sin compartirte algo sobre los temores que produce el enfrentarse otra vez a lo desconocido. Eso es normal, y más si hace mucho tiempo se ha dejado de estudiar. Puede que también los muchos años nos hagan sentir atemorizados o proclives al fracaso. Lo mejor, en estas situaciones, es darle un valor positivo al error y disfrutar lúdicamente las deficiencias, los equívocos o falencias que nos acompañarán en los nuevos aprendizajes. No es aconsejable predisponernos para lo nuevo usando el fatalismo y la baja autoconfianza. Resulta más adecuado multiplicar la fe en nosotros mismos y buscar, si es necesario, aliados o colegas que nos ayuden a no perder el entusiasmo y las ganas por culminar lo que empezamos con alegría y fervorosa pasión.

Sirva, entonces, esta carta para decirte que cuentas con mi brazo para servir de apoyo cuando lo necesites. Te deseo buena suerte. Que los dioses te acompañen, y que los vientos sean propicios en tu nuevo viaje.

Cordialmente,

Leer a Freire con los maestros de la Normal Superior de Acacías

02 jueves Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

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Equipo de maestros de la Normal Superior de Acacías.

He comenzado con el  equipo de docentes de la Normal Superior de Acacías, liderado por el rector Eduardo Cortés Trujillo, la lectura de una obra de Paulo Freire: Cartas a quien pretende enseñar. El objetivo es ir leyendo, semana a semana, esta obra de madurez del pedagogo brasilero. Pero, además, he invitado a todos los profesores de esta institución a que vayan haciendo anotaciones de lo leído en tres vertientes: a) reflexiones sobre la propia práctica, b) resignificaciones de algo que hacen o sobre su quehacer docente, y c) acciones o aplicaciones a su labor como maestros. Sobra decir que no se trata de una labor de “transcripción de citas”, sino de reflexionar sobre lo que se va leyendo y, con ese estímulo, lanzarse a derivar otras ideas, atreverse a formular alguna iniciativa, permitirse el autocuestionamiento o someter a revisión lo cotidiano del trabajo educativo.

Esta primera semana, según el plan lector establecido, la tarea es leer con detenimiento el capítulo titulado “Primeras palabras”. Así que, como una manera de ir con ellos haciendo la lectura del libro, he querido compartir una primera tanda de reflexiones, resignificaciones y aplicaciones a mi labor docente. Presentar esta cosecha, fruto de una primera lectura, tiene el propósito adicional de que sirva de estímulo a los que temen empezar a escribir en su “libreta de notas” o se convierta en un punto de referencia para vislumbrar el objetivo esperado.  

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Resulta interesante cómo Paulo Freire no deja de reflexionar permanentemente sobre lo que hace, aún sobre el mismo libro que comienza a escribir. Al poner en “movimiento dinámico” el pensamiento, el lenguaje y la realidad, logra no sólo hacer más prolífica su capacidad creadora, sino, además, transformarse en un “sujeto crítico”. Escribir, entonces, deja de ser “un ejercicio mecánico” y se convierte en un genuino ejercicio del pensar.

*

Es aleccionadora la manera como Freire empieza a “trabajar en una temática”. Dice él que esto implica “desnudarla, aclararla” pero sin suponer que tal actividad nos lleve a alcanzar la “última palabra” sobre el asunto. Entreveo que este proceso de aclaración del tema siempre es provisional porque nosotros y la realidad en la que vivimos es cambiante, contradictoria, compleja en todo su espesor.

*

Comparto con Freire la idea de que la tarea del maestro es “placentera y exigente”. Eso debe llevarnos a mantener cierto atrevimiento en lo que hacemos para no caer en la “burocratización de la mente”, para no perder la alegría, para no dejar de capacitarnos, para mantener viva esa exigencia social que es, en el fondo, una responsabilidad política.

*

Habría que examinar cuándo renunciamos a las exigencias de la profesión, para contentarnos con una relación cariñosa y tranquila con los estudiantes. Cuándo somos más tías que maestros, para mantener la imagen propuesta por Freire. Entiendo que actuar como tías resulta menos demandante porque no nos impone “reprogramar”, “rectificar” lo que hacemos. Bien parece que la vocación no es suficiente para ser maestro; es asumiendo la profesión como el educador puede perfeccionar su práctica.

*

Creo que es de mucha utilidad el consejo de Freire para mejorar lo que hacemos en el aula: hay que pensar en ella. Estar dispuesto a evaluarla. Pero no con el ánimo de envilecernos o desprestigiarnos; más bien como una oportunidad para afinarla en donde todavía está burda, o para darle un colorido diferente allí donde sigue opaca. Es evidente que si la propia práctica no se pone en cuestión, si no incluimos en esa mirada el contexto, nos contentaremos con lo poco que hacemos o terminaremos repitiendo hasta el cansancio lo ya conocido y previsible. Subrayo ese cambio de perspectiva: no se trata de reflexionar para  alcanzar un ideal de perfección de maestro; por el contrario, son las reflexiones sobre la propia práctica docente, las evaluaciones continuas, las que le permiten al maestro renovar su quehacer. Allí donde hay un error, una imperfección, un desacierto, allí, es justamente donde está la clave para vivificar o mantener vital el oficio de enseñar.

*

Así haya lineamientos, políticas de estado, libros de texto con programaciones exhaustivas, Freire invita a no tomarlos sin una reflexión crítica. No podemos terminar “domesticados” por los documentos propios de la administración burocrática. Hay que defender un espacio para la autonomía, para la bandera de sueños que todo maestro iza en su clase. Esa parece ser la paradoja de la profesión docente: de un lado atender a las políticas del Gobierno y, de otra, ser un militante y defensor de los saberes derivados de su práctica.

*

Independientemente del área disciplinar de cada maestro, todos los educadores tenemos un compromiso con la construcción de ciudadanía. Pero Freire la cualifica: ciudadanía crítica. Es decir, preparar a nuestros estudiantes para un discernimiento de las “opciones políticas” de “los caminos ideológicos”. El presunto tono aséptico de ciertas asignaturas necesita impregnarse de los derechos y los deberes, de la lucha de intereses, de los entramados no siempre legibles de lo político.  

*

Podría ser útil, en las reuniones de área o en los espacios destinados para ejercitar a los maestros en formación, dedicar un tiempo a reflexionar sobre los errores y las “cosas que no salieron bien”. Habría que luchar para no “disfrazar” o “disimular” el equívoco  y poderlo analizar con franqueza y tranquilidad. Es urgente esta clínica o laboratorio sobre los errores o desaciertos en la práctica docente para, con ese análisis, descubrir cómo mejorarla, enriquecerla o cualificarla.   

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