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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: abril 2017

Un diálogo con Roberto Innocenti

28 viernes Abr 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

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Roberto Innocenti

En una de mis recientes caminatas por la Feria Internacional del libro de Bogotá, la versión 30 para más señas, descubrí un libro titulado El cuento de vida, en el que se transcribe una larga conversación que tuvo Rossana Dedola con el ilustrador italiano Roberto Innocenti. El texto ha sido editado por Kalandraka en el 2016. Porque admiro la obra de este florentino, nacido en 1940, me interesó adquirirlo y, de un tirón, lo leí en unas cuantas horas. Como bien se sabe, Roberto Innocenti es uno de los grandes artistas gráficos contemporáneos, un autodidacta que ha ilustrado textos de Charles Dickens, de Charles Perrault, o de E.T.A. Hoffmann, y que ha interpretado de una manera muy especial obras clásicas como La Cenicienta o Las aventuras de Pinocho o ha elaborado un mundo personal en libros ilustrados como Rosa Blanca o El último refugio. Por su exquisita propuesta gráfica Innocenti ha recibido muchas distinciones, entre otras, el premio Hans Christian Andersen en el 2008.

Luego de terminar el libro he sentido la necesidad de compartir con los lectores de este blog algunas de esas ideas que, como dice el artista, “nacen en el baldío, pero enriquecen la vida desde la indiferencia de las cajas fuertes”. Sirvo de copista, entonces, al pensamiento de Roberto Innocenti y confío que tales ideas inciten a los lectores a conocer la detallada y meditada propuesta de sus libros ilustrados:

“Por desgracia, la guerra te marca, te deja huella para toda la vida. Un niño que se ve obligado a vivir en tiempo de guerra es un niño que crece de forma muy extraña porque normalmente, en la infancia, los niños quieren hacer otras cosas: juegos, entretenimientos, soldaditos y muñecos. La guerra niega la primera infancia y yo estaba rodeado de guerra por todas partes”.

“Una flor posada como recuerdo, como señal máxima de afecto, de dolor por una pérdida, son cosas que vienen de lejos y que todos conocemos. Una flor sobre la alambrada es simbolismo en estado puro, no necesita explicaciones ni traducciones en ninguna lengua del mundo”.

“A los niños les gusta el miedo, las tinieblas, el misterio, la oscuridad, el frío…, les gusta mucho que les cuenten estas cosas, e incluso el peligro, porque tienen la expectativa de una salvación que llegará al día siguiente”.

“La peculiaridad de los libros con referencias históricas o ambientales, casi siempre clásicos, es que el ilustrador tiene que hacer de escenógrafo, diseñador de vestuario, camarógrafo, y dibujar a los actores principales prestando atención a no confundirse de época, ni siquiera en los detalles. No puedes ponerle a uno un sombrero que ya no se usa. Por eso los clásicos exigen mucho tiempo y mucho esfuerzo”.

“Cuando ves las persianas de color verde desconchado, cuando ves la puerta de la cuadra descolorida, con la argolla de hierro, o cuando ves el pavimento de piedra desgastada por el uso, cuando ves todas esas cosas es que tienes la Toscana delante”.

Las aventuras de Pinocho Roberto Innocenti

De «Las aventuras de Pinocho», obra de Roberto Innocenti.

“Últimamente me vengo preguntando por qué hice a este muñeco tan pequeño, tímido, vergonzoso, nunca en el centro como protagonista. Y entonces me doy cuenta de que yo también salí de la guerra, que me había privado de mi primera infancia de forma repentina, y también me había encontrado con la incertidumbre ante el porvenir. Probablemente mi comportamiento de entonces era semejante al de mi Pinocho: timidez, inseguridad, vergüenza, indecisión, además de ciertos miedos acumulados. Más allá del frío y de la luz de las velas, había una constante entre su situación y la mía: el hambre”.

“Al contrario que con las acuarelas tradicionales, las acrílicas no se deterioran con la luz, no temen al agua, pero exigen una paciencia infinita porque hay que extenderlas con veladuras, un trabajo lento y pesado y, por tanto, menos fresco y espontáneo que con la acuarela”.

“Y dado que ilustrar, en mi opinión, es un modo de relatar, concebir un libro original es como emprender un viaje sin seguir una ruta establecida”.

“Por mucho que los editores digan que hay que ser sencillo con los niños, he descubierto que los niños no tienen ese peso extra de tristezas, recuerdos, pensamientos, estrés…, todo eso que tenemos los adultos. Tienen la mente libre y, por tanto, abierta. Si les pones delante una cosa complicada, se divierten muchísimo desmontándola e intentando comprenderla. De modo que no es necesario simplificar. Una cosas es la simplicidad y otra la simplificación que se ha impuesto en el mundo entero”.

“Si tuviera que hacer El Cascanueces de nuevo, no sé si lo haría, porque me aburrió salvo en dos o tres escenas. Diría que el más importante, el que me convirtió en autor, fue Rosa Blanca, que ante todo rompió con un esquema: que para los niños solo se deban proponer libros con final feliz o con pretensiones educativas, pero jamás el tema de la muerte, de la guerra, de la violencia contra los indefensos, cosa que en Italia no se aceptaba”.

“A partir de una imagen se puede hacer una película, pues están todas las bases para desarrollar un relato. Lo importante es el lugar en donde se sitúa el objetivo de una imaginaria cámara, que después resulta ser el lugar en que el ilustrador sitúa la mirada del lector, como el espectador en el cine”.

“El final feliz se lo dejo amablemente a Disney. Mi propuesta es que los niños descubran en las ilustraciones la fealdad, la dejadez y la violencia y sospechen de todo cuanto consideramos normal, que les surjan dudas sobre el hecho de que todo deba ser tal como es y que la única felicidad posible sea la que nos promete la publicidad instalada en lo alto”.

“La imagen fija es la única que los niños y jóvenes, y también los adultos, observan y recuerdan, y también es la única que no molesta, que no entra en casa por medio de la televisión, la radio o la publicidad. Nos estamos acostumbrando a la ausencia de imágenes de belleza, de comunicación”.

¿Estrategia o táctica?

20 jueves Abr 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Ilustración de Michael Cheval

«Defensa troyana» del ilustrador Michael Cheval.

La estrategia no puede prescindir de la táctica, pero la táctica sin estrategia es un derroche ciego de actividad. Una y otra se necesitan; pero una y otra tienen características y finalidades diferentes. Si hay una buena estrategia, la táctica tendrá una clara ruta de acción; si se cuenta con una buena táctica, la estrategia tendrá un aval o una garantía para alcanzar sus fines. Si no hay una razonada y planeada estrategia toda táctica se convertirá en activismo sin norte, y si la estrategia descuida el aporte de las tácticas, todo quedará en ideales y sueños sin pie en la tierra.

Detengámonos, entonces, en esbozar algunas particularidades tanto  de la estrategia como de la táctica e intentemos señalar algunas distinciones para aclarar conceptualmente estos términos que hoy parecen refundirse o perder su significado.

La estrategia es un esfuerzo reflexivo, analítico, en el que son fundamentales la planeación y la previsión. La táctica, en cambio, se orienta a resolver, con astucia y perspicacia, las situaciones inmediatas o aquellas otras que demandan una respuesta rápida a las coyunturas o escollos del camino. La táctica, en este sentido, responde a lo imprevisto.

La estrategia enfoca sus esfuerzos a organizar los tiempos de amplia duración. Sus metas son de gran alcance; sus objetivos son a mediano y largo plazo. La táctica, por el contrario, se centra en atender los tiempos cortos, la secuencia de acciones propias del presente o del tiempo vigente.

La estrategia diseña, organiza, combina diversos elementos. Su verdadero ingenio radica en sopesar, aquilatar, valorar el alcance o la tasa de algunas variables como son el espacio, los recursos, los útiles o herramientas, los tiempos, las personas. La táctica, de manera diferente, se mueve más en saber responder a la observación inmediata, a la fuerza, al ejercicio, a las rutinas y a las actividades de todo tipo. La táctica da gran relevancia a la recursividad, a la experiencia adquirida para salir avante de una situación específica.

La estrategia requiere mucha imaginación. Es una actividad fuerte de previsión, de visualización de escenarios. La estrategia demanda creatividad, innovación y capacidad de ruptura con los modelos vigentes. La estrategia genuina inventa, modela lo imprevisto. La táctica, por contraste, se afianza en lo ya sabido. El táctico confía profundamente en los resultados del entrenamiento y en las técnicas validadas y conocidas.

La estrategia no aspira a alcanzar sus fines de manera inmediata; por eso, concibe fases, etapas, ciclos, momentos. Parcela las metas, divide las finalidades, y atiende a las demandas de los contextos. La táctica, en contravía, se mueve por los resultados más inmediatos; anhela que las soluciones sean apreciadas en el presente. Su efectividad o su eficacia reposan en mostrar un efecto instantáneo o, por lo menos, en el ahora.

La estrategia es cálculo, apuesta, organización consciente. La táctica, en contravía, es pura ejecución, es dominio del útil, es técnica suprema. Y si la estrategia presupone, presupuesta y organiza, la táctica es hábil en ejecutar operaciones, elegir métodos idóneos, saber reaccionar según la situación. La primera se gesta en la cabeza del estratega; la segunda, se desarrolla en el cuerpo a cuerpo, en el terreno concreto.

Sinteticemos: la estrategia implica concepción, organización, supervisión y evaluación. La táctica revisiones y constataciones, y un control permanente. El estratega exalta los proyectos, los planes, las maquinaciones y las propuestas; el táctico prefiere afinar las destrezas, tener dominio de los instrumentos, sacar el mayor rendimiento de sus capacidades y habilidades. La estrategia tiene mirada de ave; la táctica, el ojo fijo del guepardo. La primera percibe la complejidad del plano, del mapa; la segunda, conoce muy bien las meticulosidades del territorio.

Como puede observarse, la estrategia necesita de la táctica para llevar a cabo sus propósitos, mientras que la táctica reclama de la estrategia orientación. El estratega sabe que con buenas tácticas lo diseñado será ejecutado; el táctico reconoce que sin una buena estrategia mucha de su experticia quedará a la deriva o sin ninguna dirección. La estrategia le exige a la práctica resultados; la táctica le pide a la estrategia intencionalidades.

La Historia Sagrada

14 viernes Abr 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Diálogos

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Ilustración de Arnold Friberg para Los diez mandamientos de Cecil B. DeMille

Ilustración de Arnold Friberg para «Los diez mandamientos» de Cecil B. DeMille.

                                                                                                                                                     
“Como historiador, estoy habituado a descifrar;
pero ahora debo adivinar: ésta es la diferencia
entre la aproximación racional y la luminosa”.
Ernst Jünger

 

Samuel: En estos días, por fin conseguí el manual de Historia Sagrada con ilustraciones de Doré. A propósito, ¿a ustedes les enseñaron Historia Sagrada?

Ivonne: A mí no, yo tuve una clase de religión distinta, como más abstracta.

Gloria: Yo la aprendí, pero no en el colegio, sino a través de los comentarios que hacían mis padres…

Samuel: A mí me parece que los que no tuvieron la posibilidad de aprender Historia Sagrada se perdieron de una historia numinosa, de comprender un tiempo simbólico, de acceder a otro tipo de calendario.

Ivonne: Yo no creo que la Historia Sagrada difiera de la historia profana. Ambas giran en torno a los héroes.

Augusto: Claro que hay diferencia, como también son distintos el Antiguo y el Nuevo testamento. Para mí Jesús, por ejemplo, es un hombre absolutamente histórico. El arca de Noé, la torre de Babel, los muros de Jericó son, en cambio, encarnación de un imaginario colectivo, la historia de la eternidad.

Samuel: Por supuesto. El deseo de acomodar de alguna manera el Jesús histórico al cumplimiento de una promesa, dividió las escrituras, dividió los evangelios, sin ir más lejos, en válidos y apócrifos.

Augusto: Y esta acomodación, restringió la multiplicidad de interpretaciones propias del símbolo a una lectura: la propia de un dogma.

Samuel: Supongo que este proceso de selección ha sido inherente a muchas religiones en la medida en que, queriendo renunciar a ciertas explicaciones casi mágicas, optaron por plegarse a la fe del documento, a la autoridad de ciertos textos.

Augusto: La oralidad hubiera conservado esa multiplicidad, y, lo que es más importante, hubiera permitido unos márgenes de error, de “secretas correcciones”, como diría Borges.

Samuel: Quizá por eso perdimos la memoria, quizá por eso perdimos la Historia Sagrada.

Ivonne: Sea como fuere, detrás de la Historia Sagrada existe una poderosa manipulación ideológica. Prístina alienación.

Samuel: Yo haría una diferencia entre las “alienaciones” provenientes de las ideologías y las otras, las que proceden del símbolo.

Ivonne: En últimas viene a ser igual. La Historia Sagrada, me cuentan, se aprendía de memoria como un catecismo; no admitía discusión.

Samuel: No estoy de acuerdo. Más que la doctrina, lo que pervive en mí son las grandes imágenes: la escala de Jacob, la creación del mundo, el carro de Elías.

Augusto: … la historia de la zarza ardiente. Y la figura del anciano de larga barba y un ojo dentro de un triángulo.

Gloria: Bueno, pero según lo dicho hasta ahora, la Historia Sagrada que ustedes cuentan, no se diferencia mucho de cualquier otra mitología.

Samuel: Por supuesto. Pero ese es un resultado posterior. Cuando uno compara las religiones encuentra analogías entre el árbol de bien y del mal hebreo con el árbol Yggdrasil de los germanos y el árbol-puente de algunos indígenas del Amazonas. Sin embargo, lo importante es que la Historia Sagrada plantea otra lógica. Y, al menos para mí, representa un punto de partida, un fermento para la ensoñación, para la literatura.

Augusto: Ejemplos sobran. La famosa novela de Thomas Mann, José y sus hermanos, La Divina Comedia, Cien años de soledad, y poemas y poetas… Rilke, Eliot.

Samuel: Ahí empieza una escisión entre los que tuvimos acceso a este tipo de historia y, los otros, los que no pudieron leer las Cien lecciones de Historia Sagrada.

Ivonne: No creo que sea así. Me parece que, muy por el contrario, nosotros tenemos la ventaja sobre ustedes de ver en aquellas historias, la fábula, el cuento.

Samuel: Quién sabe… A lo mejor, esa ventaja ha traído consigo la anulación de la zona del misterio.

Ivonne: No, yo prefiero la otra historia, la profana. Hombres y mujeres enfrentados a sus propias necesidades.

Samuel: Todo es un problema de mirada. Lo que es hoy es cercano y tan familiar mañana nos parece extraño por lo distante. “Todo en lo distante se vuelve poesía”, escribía Novalis.

Augusto: Además, cómo vamos a negar el papel selectivo de la historia profana. Excepcional, claro, por ser una historia de los triunfadores. En cambio, se me ocurre, la Historia Sagrada es más tribal. Si hay un individuo que se destaca es sólo como conductor, como guía. Los héroes de la Historia Sagrada están anclados en la ética, en las “mores”. En cambio, los de la historia profana responden a la ambición, al odio o la barbarie.

Ivonne: Siendo así, por qué no fomentar entonces la enseñanza de otra Historia Sagrada, más nuestra. ¿Qué tenemos que ver nosotros con una historia de pastores y de climas desérticos?

Samuel: No hay que olvidar que los símbolos aspiran a lo universal, el lenguaje del símbolo se propone ser “la palabra”. Bien podría enseñarse cualquier otra Historia Sagrada, pero no como mero ejercicio de “historia de las religiones”. La Historia Sagrada sin fe, sin apuesta vital, no deja de ser mero cuento fantástico. Fe es compromiso, responsabilidad.

Ivonne: Y ahí volvemos al punto. Hay que creer porque si no se nos vienen encima las culpas, los castigos…

Samuel: No. Hay que apostar a una ética, hay que aceptar ciertos límites, debemos sacralizar algunos lugares: establecer nuestras zonas sagradas.

Augusto: Sin lugar a dudas. Este miedo a comprometernos nos ha hecho desembocar en la falsa idea de que todo vale igual. Y aún más, nos ha llevado a no ver sagrada la vida, a no sentir como sagrada la propia casa; no hay ningún espacio tabú. A tal punto hemos desacralizado el entorno que, en ese propósito, hemos perdido la intimidad.

Gloria: ¿O sea que la Historia Sagrada le permitiría al hombre un mayor conocimiento de sí mismo?

Samuel: Sí, o como diría Georges Bataille, una verdadera “experiencia interior”.

Ivonne: Y también un espacio para el misticismo.

Samuel: Sí, y aunque parezca extraño, misticismo no es superstición sino concentración de interioridad.

Augusto: Ese era el sentido de la leyenda. Y este ejercicio sobre la propia consciencia casi siempre es una labor de iniciación, de aprendizaje de maestro a iniciado. En esa leyenda la oralidad implicaba la presencia de un maestro: en lugar de una fría enseñanza, nuestros antepasados entregaban una forma viva de comprender, de participar o negar. No sólo se transmitía un saber, sino un valor. Esto se ha perdido con nuestra devoción por lo escrito.

Gloria: Entonces, según eso, la Historia Sagrada estaría muy cercana al ejemplo, a un tipo de enseñanza, no conceptual sino vivencial.

Samuel: Evidentemente. La Historia Sagrada es una certeza de padre. Una forma de comprender, interpretar y recrear la tradición, una labor de iniciación. Palabras más, palabras menos, una manera de ser libre. Recuerdo a Alex Haley cuando decía que un hombre que no sabe de dónde viene tampoco sabe qué debe soñar.

Gloria: Entonces, bien miradas las cosas, la historia de una vida, de cada vida individual, es siempre una Historia Sagrada.

Samuel: Y, en esa medida, inalienable. Sería la Historia Sagrada que la historia profana no relata, so pena de convertirse en literatura.

El párrafo de cierre en un ensayo

05 miércoles Abr 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Remate

El último párrafo de un ensayo requiere al elaborarlo, por decirlo así, el mismo cuidado del primero. Es un párrafo para acabar de persuadir al lector de nuestra tesis, para cerrar de manera contundente lo que hemos venido desarrollando a lo largo de nuestro escrito. Así que, conocer las características del último párrafo y disponer de alternativas para construirlo demanda algunas consideraciones.

Si bien algunos estudiosos del género ensayístico hablan de que en el último párrafo se hace un resumen de lo ya dicho, considero que esa opción no es la mejor. En principio, porque no estamos elaborando un texto expositivo y, en segunda medida, porque se pierde la oportunidad de usar un espacio para continuar la persuasión de nuestra tesis. Lo más aconsejable, entonces, es intentar otras posibilidades.

Lo básico es entender que el último párrafo no puede estar desligado de la tesis planteada. Resulta común fracasar en este momento, porque se olvida la médula de nuestro razonamiento o se toma una vía ajena a la columna vertebral de la argumentación. Por lo mismo, elaborar el último párrafo es una especie de refrendación de la tesis anunciada al comienzo del escrito. Es la confirmación de la apuesta inicial del ensayista.

En ciertas ocasiones, el último párrafo retoma algo ya dicho pero para ponerlo en otra dimensión, para ver otra perspectiva, para advertir de otras consecuencias. El último párrafo, así entendido, amplía o profundiza un aspecto o una vertiente de las ya argumentadas en otros párrafos. Obvio: no se trata de repetir los argumentos, sino de señalar otro paisaje tan valioso como los ya analizados.

Una alternativa diferente para elaborar el último párrafo consiste en retomar la tesis expuesta pero para conectarla con una tesis futura, con otra temática por desarrollar. Aquí lo valioso es mostrarle al lector la importancia de profundizar en temas contiguos o análogos; o en otras variantes a lo que en el ensayo se ha argumentado. En este sentido, un cierre de este tipo muestra filiaciones de motivos, intuye caminos, prevé otros ensayos por hacer.

Puede servir también en el último párrafo echar mano de alguna cita que tiene la particularidad de decir en pocas palabras lo esencial de nuestra tesis. Pero no se trata acá de desarrollar o analizar la cita en cuestión, como si fuera un argumento de autoridad clásico, sino de ponerla como una rúbrica o una consigna memorable. Lo que se busca con ello es apelar a una sentencia tan irrebatible y concluyente como para que adquiera en nuestro ensayo el tono solemne de una “última palabra”. Lo esencial, en este caso, es lograr producir un efecto contundente en el lector.

Es frecuente también dejar para el final, después de unas cortas reflexiones, formular una pregunta o enunciar un interrogante. Si así se procede, hay que intentar que dicha pregunta realmente aporte a la línea argumental trazada en el ensayo. De nada sirve este recurso retórico, si el cuestionamiento está desvertebrado de la tesis del ensayo o si se lanza la inquietud hacia un cielo indeterminado. Tampoco parece acertado, llenar el último párrafo con una serie de preguntas que dan la sensación de que el escritor ha quedado corto en la argumentación presentada.

En todo caso, utilizando una u otra alternativa, cuando estemos redactando el último párrafo debemos tener presente que no podemos perder la fuerza de la argumentación que traíamos o considerar esta parte como algo secundario. El último párrafo tiene mucho de “cierre de venta”, de “clímax”, de desenlace o remate. En ese párrafo nos jugamos el último recurso de nuestra argumentación, con ese párrafo esperamos dar la “estocada final” para convencer al lector de nuestra tesis.

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