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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: junio 2017

El proceso de escribir una novela, según Thomas Mann

24 sábado Jun 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Reseñas

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Thomas Mann

Thomas Mann: «mañana tras mañana tejiendo mi hilo».

Los lectores desprevenidos nunca sabrán la cantidad de trabajo que trae consigo hacer una novela. Las páginas del libro no guardan los registros de esa labor ardua, continua, en la que se agotan las fuerzas y se pasa por tiempos de silencio y dudas inclementes. Afortunadamente hay registros de ese proceso y, uno de ellos, magnífico, es el de Thomas Mann, titulado Los orígenes del Doctor Faustus, publicado por Alianza, en la traducción de Pedro Gálvez. En esa obra, que es como una bitácora de la elaboración de la gran novela de Mann, el autor nos cuenta, apoyado en los registros de su diario, las peripecias de ese libro en el que gastó tres años y ocho meses. Sirvan las líneas que siguen para rendir, una vez más, un tributo al narrador alemán y, a la vez, derivar del texto ciertas pistas determinantes en el proceso de elaborar un texto de tal magnitud.

Lo primero que habría que decir es que Los orígenes del Doctor Faustus es el recuento de la hechura de una novela de madurez. Una novela que recoge las enfermedades y las dolencias del escritor, especialmente cuando Mann siente el “descenso de vitalidad”, y contrasta con el deseo de elaborar un libro “fogoso” de los setenta años. Lo otro, es que el detonante de la elaboración del Doktor Faustus no empezó hacia 1943, sino muchísimos años atrás. Mann escribe al respecto: “Habían transcurrido cuarenta y dos años desde que hiciera algunos apuntes, como posible proyecto de trabajo, sobre el pacto con el demonio de un artista, y al rebuscar y reencontrar va unida una emoción, por no decir excitación, que me hace ver claramente cómo ese parco y vago núcleo temático estaba rodeado desde un principio de una aureola de sentimiento vital, de un manto aéreo de ánimo biográfico que, en mi opinión, predestinaba ya ampliamente a esa narración para que se convirtiera en una novela”. Así que, algunos “parcos y vagos núcleos temáticos” producen sus mejores frutos en tiempos largos, cuando “el desasosiego y las dificultades parecen ser insuperables” y se mezcla la sospecha de que, según el propio Mann, podría ser la última obra de su vida.

El novelista nos cuenta que él necesitaba una “higiene de lectura” previa. Menciona que esta práctica la hacía siempre “con el lápiz”, haciendo subrayados, tomando notas, consiguiendo libros inspiradores o determinantes para hallar un dato preciso. Cartas, diarios, textos filosóficos o de psicología, tratados sobre música, obras de teatro, poesía, novelas, infinidad de música…  Para ilustrar esta investigación preliminar, listo algunos de los textos referenciados por Thomas Mann en su “Novela de una novela”: El fracaso de Nietzsche de Podach, Los recuerdos sobre Nietzsche de Lou Andreas-Salomé, Israel en el desierto de Goethe, Moisés de Freud, Desierto y tierra de promisión de Auerbach,  El Pentateuco, El extraño caso del Dr. Jekyll y de Mr. Hyde de Stevenson, Nietzsche y las mujeres de Brann, El gato de Murr de Hoffmann, Historia de la música de Paul Bekker, Las cartas de Hugo Wolf, las cartas de Lutero, cuadros de Durero, el libro nacional del Fausto, el Malleus Maleficarum… Todos estos “apuntes, extractos, meditaciones y cálculos de tiempo” iban constituyendo un “substrato acumulado” en el que se “apretujaban, sin orden ni concierto y profusamente subrayados, los abigarrados pertrechos de muchos campos del saber, del idiomático, geográfico, político, social, teológico, médico, biológico, histórico, músico”, hasta que “un 23 de mayo de 1943, en una mañana dominguera, apenas pasados los dos meses desde que sacase aquel viejo cuaderno de apuntes”, Mann comienza a escribir el Doktor Faustus.

Esta “higiene de lectura”, en el caso de Mann, se mantiene durante todo el proceso de construcción de la novela: hay libros que se releen, hay obras musicales que se escuchan infinidad de veces, hay obras pictóricas que se miran una y otra vez. La lista de textos se multiplica al tiempo que avanza la obra: Inspiración en la creación musical de Bahle, Sobre la filosofía de la música moderna de Adorno, El drama de Fausto de Marlowe, Araña negra de Jeremías Gotthelf (para “mantener contacto con la gran épica”), El juego de los abalorios de Hesse, Medida por medida de Shakespeare, San Antonio de Flaubert, James Joyce de Harry Levin (“que no trataba directamente del tema, pero que por su inteligente análisis me hizo ser consciente de muchas cosas sobre la situación de la novela y mi posición propia en lo que respectaba a su historia”), Ecce Homo de Nietzsche (“evidentemente como parte de los preparativos para las escenas finales de la novela”), Beethoven de Bekker, Recuerdos de Nietzsche de Deussen, Una de dos de Kierkegaard (“la música como esfera demoníaca, genialidad sensual”), Shakespeare de Frank Harris, El Apocalipsis (“porque, teniendo poco poder, guardaste, sin embargo, mi palabra y no negaste mi nombre”), Lord Jim, Narciso, Nostromo de Conrad (“la distracción más apropiada para el estadio actual de mi propia ‘novela’, o la que menos perturbaba en verdad”), Refranes del medievo de Samuel Singer de Berna, La casa de los muertos de Dostoievski, El hombrecillo avellanado de Stuttgart de Mörike (“por el empleo que hacía del alemán antiguo, tan natural y aparentemente tan poco estudiado”)…

Son notorias y abundantes también las conversaciones permanentes sobre capítulos de la novela en curso con familiares, amigos, literatos y, especialmente, con músicos: Adorno (“cuyo interés por el libro aumentaba cuanto más sabía de él, y quien comenzó a movilizar en ese sentido sus fuerzas de imaginación musical”), Schoenberg (“le saqué mucho sobre música y sobre la vida de un compositor”), Arthur Rubinstein, Neumann, Jakob Gimpel. Todos ellos hacen comentarios o aportan desde su experiencia estética o desde su saber de compositores. Una cena o una velada podían servir de pretexto para mantenerse en “contacto” con la novela. Mann nos los confiesa: “la música, siempre de nuevo: la vida y la sociedad me la ofrecían constantemente con una especie de misteriosa facilidad”. Tal interés corresponde, desde luego, al papel transversal de la música en el Doktor Faustus. Por algo, el personaje central es el eufórico músico Adrián Leverkühn, que ha hecho un pacto con el demonio para alcanzar la excelsitud en la composición musical.

Sobra decir que todos los aspectos anteriores requieren de otro ingrediente: Mann lo califica como una “arraigada costumbre” que consistía en “alejar todas las impresiones que viniesen de afuera a las horas de la mañana entre las nueve y las doce, o las doce y media, de reservarlas completa y principalmente a la soledad con mi trabajo”. Sólo así, a pesar de momentos en que el mismo autor declara que escribía mal, del catarro bronquial crónico, de los viajes o de las conferencias en distintas latitudes, se puede “recobrar el ímpetu del primer arranque”. Sin ese hábito Thomas Mann no hubiera logrado concluir la novela, y menos ocuparse al mismo tiempo de largas sesiones de “mejoramiento, purificación y amplificación de diversos capítulos”, la corrección de copias a máquina, el estudio de libros, el dictado de cartas, la visita a bibliotecas.

Aunque cabe suponer que es preciso un gran esfuerzo y bastante tiempo para escribir una novela de cuarenta y siete capítulos y más de 700 páginas,  al leer Los orígenes del Doctor Faustus, se pone en evidencia el largo proyecto de investigación llevado a cabo. No fue un asunto de mera inspiración o de confianza en el talento. Lo que salta a la vista es que para componer esta novela cuyo tema esencial es “la huida de las dificultades de la crisis cultural por medio del pacto con el demonio, de la sed de un orgulloso genio, amenazado por la esterilidad, por lograr la desinhibición a cualquier precio, y el de la comparación de la funesta euforia, que conduce al colapso, con el éxtasis fascista en los pueblos”, para alcanzar esta cimera producción literaria fueron necesarias infinitas horas de estudio en obras históricas, en biografías, en relectura de cartas y textos religiosos; además de largas charlas con expertos creadores musicales; más no solo eso, también fue indispensable una larga exposición a obras pictóricas y la audición continua de obras musicales. Pero, sobre todo, fue fundamental la disposición del propio espíritu de Thomas Mann para mantener esa obra de su vejez como una “herida abierta” a la cual bien valía la pena ofrecerle con resuelta dedicación cuatro horas diarias durante casi cuatro años de la vida.

El método Murakami para escribir novelas

18 domingo Jun 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Reseñas

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Haruki Murakami

Haruki Murakami: «los escritores somos como ese tipo de pez que muere ahogado si no nada sin descanso».

He leído con gran atención, y de una sentada, el libro de Haruki Murakami De qué hablo cuando hablo de escribir, publicado por Tusquets en Abril de 2017. Un motivo de la lectura ha sido mi preocupación investigativa durante muchos años sobre las técnicas y los procedimientos de los escritores expertos y, otro, mi curiosidad por saber qué hace en particular este autor japonés cuyas ventas de libros en todo el mundo son un fenómeno comercial de nuestro tiempo.

El libro, como el mismo novelista lo reconoce, utiliza una prosa limpia, testimonial, sin aspavientos de crítica literaria. Es una obra autobiográfica en la que se cuenta desde los inicios de Murakami al oficio de la escritura hasta su salida de Japón y el asentamiento en el mundo norteamericano. Hay muchas anécdotas relacionadas con esa búsqueda personal por hallar un estilo literario y, de vez en vez, ejemplos de otros escritores como Raymond Chandler, Dostoievski, Kafka, o Hemingway. Aunque se reiteran algunas convicciones a lo largo de las 296 páginas, el libro mantiene el interés y permite desentrañar algunas de las claves de este narrador y traductor nacido en Kioto, en 1949.

Una de las primeras confesiones de Murakami es que “escribir una novela o dos novelas buenas no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil”. El novelista insiste en ello a lo largo del libro. Se requiere de cierta predisposición y de una disciplina a toda prueba. En el caso de Murakami, son ya más de 35 años dedicado profesionalmente a escribir novelas. Para lograr este cometido, el autor dice que son necesarias la perseverancia y la resistencia “apoyadas en un prolongado trabajo en solitario”. Además,  “una minuciosa atención a los detalles y la necesidad de encerrarse en una habitación se imponen a cualquier otra cosa día tras día”.

De qué hablo cuando hablo de escribir

Esa es la base del método, pero luego viene la disciplina para levantarse temprano todos los días y escribir entre cuatro y cinco horas seguidas. Después, hacer ejercicio para mantener el cuerpo “en forma”, porque debe haber, según Murakami, una combinación entre el ejercicio físico y el trabajo intelectual. Durante ese tiempo, con una dedicación absoluta a la escritura y una meta de 10 páginas diarias, se llega a la primera versión. Cuenta Murakami que cuando termina esa versión suele tomarse unos días de descanso (por lo menos una semana) y después comienza con la “primera reescritura”. En esa segunda etapa, lenta, el autor le “da coherencia al conjunto después de pulir las contradicciones”. Esa tarea puede llevarle dos o tres meses. Enseguida el novelista vuelve a tomarse otra semana para “afrontar la segunda reescritura”.  Ahora se trata de prestar mucha atención a los detalles y corregir los diálogos. No es un trabajo menor: “no se trata de una gran operación, sino la suma de muchas operaciones pequeñas”, afirma Murakami. Concluida esa labor, una nueva semana de asueto y de nuevo al trabajo de corrección, enfocado esta vez a revisar dónde hay que “apretar los tornillos en el desarrollo de la novela y dónde aflojarlos”. Algo así, como saber dosificar la tensión para no llegar a “agobiar a los lectores”. Pero quedan todavía otras etapas de este método: Murakami guarda la novela en un cajón por lo menos dos semanas o un mes, “olvidándose de su existencia”. Hay que dejar, como en las fábricas, “que los materiales duerman”. Pasado ese tiempo el novelista vuelve a otra fase de revisión y reescritura derivada de “defectos invisibles” en las primeras relecturas. Aquí termina, por decirlo así, esa tarea del autor de “tocar y retocar frases hasta descubrir si funcionan o no”. Sin embargo, Murakami afirma que hace falta aún otra etapa: “pedir opinión a una tercera persona”. En este caso, la primera lectora de todas las novelas siempre ha sido su mujer. Otra vez habrá que corregir, manteniendo en mente este principio: “uno puede convencerse a sí mismo de haber escrito algo casi perfecto, pero siempre es mejorable”.

Más tarde el texto de la novela deberá enfrentarse a nuevas correcciones provenientes de los comentarios o sugerencias de los editores. Salta a la vista, que el método de Murakami está lubricado por la reescritura permanente. El novelista debe tener “instinto e intuición” pero también adquirir la “fuerza de la persistencia”. De allí que el tiempo sea tan importante en este proceso: desde el tiempo de preparación, “un período de silencio durante el cual se gesta y se desarrolla dentro de uno un brote de lo que está por venir”, pasando por el tiempo de composición, las sucesivas correcciones y ese otro tiempo de encajonamiento o reposo de la obra. Sin todos esos tiempos sería muy difícil llegar a construir una novela de largo aliento. Puesto de otra manera: el método implica “preparación, escritura, reescritura, reposo y trabajo cincelado”.

Murakami habla también de cómo encontrar un estilo personal. Afirma que para hallar tal cosa hay que “empezar por el trabajo de ‘escudriñar lo que hay en ti’, en lugar de ‘sumar algo a ti’”. Tener un ritmo en la escritura es otro asunto capital en el método de Murasaki, es una de las claves de la originalidad. El método de Murakami incluye la lectura asidua, constante. Leer es para el autor nipón una especie de “entrenamiento” para escribir. De igual modo hay que adquirir el hábito de “observar en todos sus detalles los fenómenos y acontecimientos que tienen lugar delante de nuestros ojos”, con el fin de ir acumulando todos esos detalles en la memoria, pero siempre con un criterio de selección. Murakami dice que en su caso, lleva en su mente una galería de “colecciones de detalles concretos” que luego baraja según la necesidad de cada novela. Dedica varias páginas a la importancia de la creación de personajes (“los enanitos automáticos”) y al desafío de asumir ciertos objetivos técnicos (narrar en primera o tercera persona) cuando se empieza o se desea trabajar en la elaboración de una novela.

El autor japonés afirma que para escribir una novela es necesario un encuentro con la soledad: “encerrarme en mi estudio durante un año, dos o incluso a veces tres, y durante todo ese tiempo avanzo despacio en soledad sentado en el escritorio”. De otro lado, escribir novelas es “penetrar en la parte más profunda de la conciencia” o “sumergirse en la oscuridad del corazón”. Murasaki observa que al mismo tiempo que se crea una novela “se crea también algo en sí mismo gracias a ella”. Algo le sucede al novelista mientras escribe su novela, algo le pasa a su existencia en ese proceso de “atrapar sombras con una red”.

Como puede notarse, la lectura de esta antología de once “conferencias nunca leídas” de Haruki Murasaki ha resultado muy positiva. Ha sido provechosa en muchos sentidos: he ratificado prácticas de escritura realizadas por mí y otros autores dedicados a este oficio; he comprobado que sin la disciplina el talento no fructifica en la tierra de los procesos creativos; he confirmado que escribir novelas es “expresar cosas que uno lleva por dentro” y tender puentes con distintas generaciones; he rubricado que a veces toca quemar las naves para asumir de tiempo completo una vocación; y he verificado que la pasión por escribir, esa “alegría espontánea y abundante”, más allá de los resultados exitosos o la fama, es un ajuste de cuentas con nuestras “predisposiciones” y es el cultivo de ciertas facultades que merecen ser atendidas “como si se cuidase de una paloma herida”.

Gerentes y líderes

11 domingo Jun 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

≈ 2 comentarios

Liderazgo

Los gerentes organizan, direccionan, tienen control de los procesos y el funcionamiento de una organización. Son, también, excelentes comunicadores y grandes animadores de sus equipos de trabajo. Deben, por lo demás, tener habilidades para la administración y experiencia en los procesos de la gestión, planeación y manejo de grupos. Tienen que poseer, y eso sí que es importante, valores como la honestidad y la responsabilidad mediante los cuales mantengan y fomenten un clima de confianza y transparencia, sin artimañas ilegales o desgreño en una compañía.

Los gerentes son necesarios e importantes para una organización en la medida en que se requiere darle unidad a una política, asentar un modelo, establecer un orden de cosas. Eso convierte a los gerentes en aliados para que una misión se lleve a cabo o para que la empresa esté ordenada y tenga alguna certeza de prosperidad. En la gerencia, por lo mismo, está amarrado el orden jerárquico de una institución, y es la garantía para que los grandes objetivos se repliquen o se hagan realidad en los espacios más operativos o de labores cotidianas. Sin la gerencia se perdería fácilmente el propósito de una empresa, cundiría el desorden, el desaprovechamiento de recursos y la desazón entre sus miembros o empleados.

Son necesarios, pues, los gerentes para ejecutar los planes de desarrollo, para movilizar el engranaje de una estructura compleja y para direccionar los esfuerzos y los talentos de las personas. Sin gerentes acuciosos y disciplinados, sin su ojo vigilante y de asistencia oportuna, cualquier organización quedaría desarticulada o estancada en sus metas.

No obstante su importancia, no todos los gerentes tienen madera de administradores responsables y cuidadosos. Es común que la gerencia termine en la burocratización de funciones, en la repetición de procedimientos o en una absoluta falta de renovación de lo ya conocido. Es ahí donde es necesaria la pasión desbordante de los líderes.

Los líderes son más atraídos por la renovación, por lo diferente. Los líderes abren caminos, avizoran geografías todavía no colonizadas y tienen una capacidad de riesgo a toda prueba. Los líderes no se contentan con lo establecido, rompen modelos, se atreven a proponer formas diferentes de estructuración, proponen otras alternativas, idean mecanismos para darle un ritmo diferente a los grandes mecanismos de una empresa. Ellos son los que, a partir de una lectura atenta de los contextos y las circunstancias, saben persuadir a otros para remontar el vuelo y salir de los lugares conocidos; están convencidos de la existencia de utopías y, aunque a veces no puedan mostrar el mapa de aquellas tierras, tienen la certeza de que existen más allá de lo que alcanza la mirada e intuyen –con gran perspicacia– los beneficios de empezar a desplazarse para ir hacia ese mundo inédito, desconocido y rico en posibilidades.

Los líderes, por lo general, no son obedientes y conformes como los gerentes. Tienen en su corazón una alta dosis de rebeldía o, por lo menos, cierto inconformismo con lo vigente que los lleva a parecer desacomodados o rebeldes. Los líderes, en esta misma perspectiva, son tildados de locos o desadaptados por todos aquellos que prefieren las cosas como están, defienden el statu quo y el acomodamiento sin interrogantes. Los buenos líderes tienen un “halo” de marginalidad que, en muchos casos, los convierte en personas no comunes o teñidos de extrañeza y excepcionalidad.

Tal vez sea eso mismo lo que los hace fascinantes y seductores. El carisma de los líderes, molesto para algunos, es la misma fuerza de atracción para otros. Hay una zona de imantación que atrae a unos pocos al comienzo y a otros tantos después. Los líderes atraen con su discurso, con sus ideas, con su particular manera de comportarse, de enfrentar una situación o resolver un problema. En el estilo de comunicación empleada hay una gran parte de su éxito. La otra causa de su atracción está en el carácter que poseen. Los líderes son decididos, arriesgados, con valores como la tenacidad y la valentía. Además, orientan su vida por unos ideales que parecen su único motivo de existencia. Los líderes tienen un propósito, unas metas precisas, un proyecto personal de largo alcance.

Sobra decir que una organización sin líderes se estanca, se amodorra en sus logros del presente. Sin líderes las instituciones fácilmente se rutinizan y terminan momificadas o enceguecidas para ver otras oportunidades de cambio o mejora. Son los líderes, esos díscolos no fáciles de manejar o encausar en lo establecido, los que logran sacar a las empresas de su marasmo. Ellos son los genuinos heraldos de la innovación y la renovación de aquellas estructuras con moho de sedentarismo y pesadez en todos sus engranajes. Son los líderes, a veces incómodos para la gran mayoría, por momentos contestatarios o divergentes, los que arriesgan soluciones, diseñan alternativas, abren otras vías a las transitadas rutas de hacer siempre lo mismo. Por eso hay que conservarlos y saberles dar su justo lugar en las organizaciones; porque son ellos los augures del porvenir.

Es evidente, que no todos los líderes alcanzan a cumplir sus propósitos cabalmente. A veces, su mismo entusiasmo o su lucidez se convierten en un impedimento para finiquitar sus sueños. Hasta puede suceder que la soberbia los lleve a senderos desérticos. Pero aun así, son indispensables para una organización. Ellos jalonan, dan nuevos aires, llenan de vida lo exánime y deslucido, recuperan la esperanza y los motivos para no sucumbir ante un fracaso, una bancarrota o el declive de una organización. Los buenos líderes son la reserva de futuro, la despensa humana para sobrevivir en las épocas de crisis o incertidumbre generalizada.

Escritor bloguero

03 sábado Jun 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Ilustración de Douglas Smith.

Ya van a ser cinco años desde cuando empecé a llevar este blog. La experiencia ha sido gratificante y me ha permitido descubrir las posibilidades de este medio al igual que sus demandas. Aprovechemos, entonces, el quinquenio de existencia para hacer un balance y reflexionemos un poco sobre esta bitácora virtual.

Creo que si no hubiera tenido con anterioridad el hábito de escribir en mi diario habría sido muy difícil mantener el rito de “subir” por lo menos un texto cada semana. Tal constancia, además de obligarme a tener durante siete días un tema dando vueltas en mi cabeza, ha hecho que los lectores (lo noto por el reporte de visitas) busquen con regularidad qué hay de nuevo en este espacio virtual. Insisto en ello: el contar con el hábito de escribir ha sido garantía para que este blog mantenga su vigencia y garantice cierta sorpresa para los posibles lectores.

De igual modo, el haber adquirido el compromiso de responder todos los comentarios, el no dejar de contestar lo que a bien dicen o preguntan los visitantes, ha hecho que se cree una comunidad de diálogo o una tertulia de tiempos discontinuos. Dicha circunstancia, a diferencia de la escritura íntima (esa que se engaveta o permanece inédita para los lectores) es una de las grandes ventajas de esta bitácora en el universo de la web. Es como si la escritura tuviera de forma casi inmediata un reflejo o una réplica a través de los comentarios o las inquietudes de una audiencia no necesariamente cercana a los amigos o conocidos.

Precisamente, al observar que este blog tiene lectores en países latinoamericanos, norteamericanos o europeos es una evidencia de que la virtualidad crea otros escenarios para nuestra escritura. Noto, por ejemplo, que en México, Argentina, Chile, Ecuador, Brasil, Perú, Guatemala, Costa Rica y Venezuela hay lectores asiduos. Descubro también que en España, Francia, Estados Unidos o  Suiza aparecen otros internautas interesados o curiosos por lo que aquí se publica. Es probable que este múltiple interés provenga de muchas cosas: de las temáticas, de las ilustraciones (sobre las cuales hablaré más adelante), de la propuesta de mostrar varias páginas en un mismo sitio, o de las propias lógicas de los intertextos que vuelven a la internet un juego infinito de vasos comunicantes.

Decía que las ilustraciones (fotografías, pinturas, grabados, caricaturas) son una intencionada manera de presentar cada entrada. Pienso que, y esto es importante recalcarlo, cualquier ilustración puesta en el blog es un homenaje a cada uno de los artistas gráficos que ha logrado a través de líneas y colores, o mediante los nuevos recursos de la imagen digital, elaborar obras artísticas interesantes, fantásticas, provocadoras o altamente cuestionadoras. Considero fascinantes, por ejemplo, las ilustraciones de Christoph Niemann, Craig Frazier, Brad Holland, Nicolette Ceccoli, Chris Gall, Toni De Muro, Michael Marsicano o Tang Yau Hoong; la ironía de Pawel Kuczinski o los mundos fantásticos de Yacek Yerka, Quint Buchlolz y Rafal Olbinski; el surrealismo de Rob Gonsalves, Alessandro Gottardo, Vladimir Kush, Jim Tsinganos, o los fotomontajes de Jimmy Lawlor o Igor Morski. Así que, no uso dichas ilustraciones como un relleno o una parte vicaria de mis artículos, sino como otro lenguaje que ilumina, contrasta, amplía o genera una zona colateral de sugerencia. Encontrar esas ilustraciones, buscarlas, escanearlas o hallar la mejor resolución, forma parte esencial de cada entrada a este diario virtual.

Una parte de este blog ha servido para ayudar a otros a escribir. El pretexto ha sido el curso o los talleres de escritura que oriento en la Universidad de La Salle. En este caso, el blog se ha vuelto una genuina práctica de acompañamiento personalizado en la que, poco a poco, se va perfeccionando un texto hasta lograr la mejor forma posible. He aprendido mediante este blog que no se puede corregir todo a la vez, que es mejor ir afinando un aspecto en particular, bien sea en la precisión semántica, la sintaxis de un párrafo o en un signo de puntuación específico. De allí que a veces se necesite de ocho o más versiones para lograr plantear correctamente una tesis, desarrollar una analogía o utilizar de manera precisa los conectores lógicos. Sobra decir que mantener esta retroalimentación individualizada y constante me ha llevado a disponer de muchas horas para atender cada caso. Pero al mirar los resultados, me he dado cuenta de que es de esta manera  como realmente se mejora o se cualifica la escritura. Solo mediante ese acompañamiento es que cada aprendiz de escritor encuentra las claves o las técnicas apropiadas para expresar sus propias ideas.

Un asunto adicional es el haber incluido en este blog diversas tipologías textuales. De un lado porque forman parte de mi interés investigativo; de otra, porque son diversas formas de acceso a este mismo espacio. A veces es el cuento el que mejor dice un estado de ánimo o una preocupación literaria; en otros casos, es el diálogo platónico la mejor ayuda para hacer comprender un tema o un problema determinado. De igual modo el aforismo, con su lógica esencial y precisa, puede ser el medio para desentrañar un concepto, una pasión o una práctica cotidiana. Otro tanto podría decirse del poema, esa destilación del pensamiento, o del ensayo, que ha sido el principal actor en esta palestra virtual. Sea con uno u otro recurso, he logrado una diversidad en los contenidos y una posibilidad múltiple de producción que hace más lúdica y creativa esta página.

Mirado en retrospectiva, y anclado en mi propia experiencia durante estos cinco años, considero que el blog tiene grandes posibilidades para ejercitar y caldear la escritura y es un medio eficaz para divulgar nuestras ideas. El mantener atizada la mente y los mecanismos de la producción escrita, el forjarse esa meta o ese propósito semanal, permite que las operaciones del pensamiento se mantengan alertas y que la imaginación halle su clima más propicio. Además, el recibir comentarios o contrapuntos a lo expresado, pone nuestras ideas en un lugar dialógico menos encerrado y más abierto a las opiniones de los receptores. Me anima saber que algunas de estas reflexiones o varios de los artículos sirven a otras personas; me alegra comprobar cómo otros colegas usan estos textos para debatir con sus alumnos o de referencia para indagaciones de distinto tipo; me compromete enormemente la confianza que los lectores depositan en sus comentarios e inquietudes. Quizá por todas esas cosas es que continúo con gusto llevando este blog y asumo alegremente la tarea de escribir semana tras semana.

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Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

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