Cathy_Freeman

“¿Quién crees que eres?”, Recreación de Andreas Smetana.

Lo primero que uno nota cuando se encuentra con el semiotista es su agudo sentido de la observación. Nada del entorno le resulta desapercibido. Tiene, por decirlo así,  una conciencia vigilante del entorno. Detalla los objetos, las personas, los lugares, los avisos de las tiendas, los vehículos de transporte, con golpes rápidos de mirada y una agudeza de felino. Siempre está alerta a detectar señales, signos o indicios que comunican alguna cosa, así sean poco relevantes o no tan notorios a primera vista. El semiotista descubre ese aviso promocional que está en el tercer piso de un edificio y que parece hablarle al viento, se percata de una similitud en las placas de varios automóviles en una avenida, observa rasgos de similitud entre los transeúntes, pone en evidencia las faltas de ortografía en los avisos callejeros. Es un observador perspicaz, despierto al mundo que lo rodea.

Quizá esta aguda observación se deba a que el semiotista es una persona con una enfocada atención al ambiente y a las personas. Si algo sobresale en su comportamiento es que puede concentrarse o enfocar su atención sin distraerse. Si habla con alguien, está pendiente de lo que dice la otra persona; si llega a un lugar nuevo, busca señales que le permitan ubicarse y habitar cuanto antes el territorio; si lee un texto, no deja por fuera los contextos o la letra menuda. La atención del semiotista lo convierte en un ser curioso, en alguien que hace preguntas, en un investigador habitual. Por estar atento no subvalora la información, y por estar atento le queda fácil llenarse de razones para comprender los asuntos o las situaciones.  

Al tener esa atención concentrada, al semiotista le queda fácil establecer relaciones, tender puentes, fusionar realidades lejanas. Escuchar al semiotista es apreciar cómo hace inferencias, cómo induce asuntos complejos a partir de algo sencillo. Por eso su proceder en la vida cotidiana se parece mucho al de un detective: coteja evidencias, se percata de puntos de convergencia entre distintas fuentes, avizora resultados por hipótesis progresivas. El semiotista, en este sentido, hace permanentes ejercicios de abducción. Aquí cabe decir que esa capacidad o habilidad para acoplar, combinar o entrelazar asuntos diversos, lo torna en una persona altamente creativa. El semiotista tiene habituales ocurrencias, le sale el humor con facilidad, cuando no la ironía o el sarcasmo. Juega permanentemente con las palabras, mirando los cambios de sentido y la ambigüedad de los términos.

Otra cosa que puede apreciarse al hablar o escuchar al semiotista es su riqueza de conocimientos. Su “capital cultural” es abundante, heterogéneo. No es un profesional de una sola disciplina; además de su gusto por la filosofía, y especialmente por la lógica, es un apasionado de las ciencias sociales. Se interesa por la antropología, por la sociología, por la etnografía, por la historia y por la psicología; tiene un bagaje amplio en las artes y es un adicto a la literatura, a la poesía, al cine. El semiotista, por lo mismo, es un gran lector. Cuenta con un arsenal de información que le permite cualificar su percepción y afinar sus análisis. Practica la interdisciplinariedad y cree profundamente en la correspondencia entre las diversas áreas o disciplinas del saber; de allí que elabore estudios comparados o aproximaciones plurales a la realidad.

Cuando uno mira al semiotista trabajar observa que sus análisis van por capas, por niveles, por planos; hace cortes, descompone, recorta, vuelve a pegar; multiplica el mismo texto en el que está interesado o visualiza una y otra vez la misma película; relee y subraya, glosa los textos. Acude a fichas, a notas adhesivas, a banderitas para destacar algo en particular. Emplea separadores, señaladores y colores, muchos colores. Su oficio es artesanal, de taller; requiere el dominio de herramientas y seguir, paso a paso, operaciones o procedimientos específicos; usa filtros, guías, tachaduras, enmiendas permanentes. Por lo demás, hay algo lúdico y recreativo en todo lo que hace el semiotista. Su mayor logro, al terminar la obra,  es observar regocijado cómo afloran significados subterráneos, cómo emergen categorías inéditas o cómo aparecen perfectamente organizadas las piezas que no encajaban del rompecabezas.

Es notoria la facilidad con que el semiotista halla estructuras, revela oposiciones, hace cuadros comparativos, diseña redes semánticas, elabora matrices de análisis. A su pensamiento no le basta hablar o argumentar; de igual modo le es vital articular en una imagen, en una representación visual, lo que parece desconectado o desarticulado. Al semiotista le fascina hacer rejillas, diagramas, esquemas. Aunque observa a las personas y a la vida cotidiana con ojos vivaces, cuenta con un repertorio de lenguaje gráfico que le permite traducir ese mundo en otro más legible o potente para descifrarlo. El semiotista tiene una orientación mental hacia lo sistémico, hacia las oposiciones y dicotomías, hacia los rasgos distintivos, hacia los modelos y hacia los cuadros lógicos. 

No cabe duda, y eso puede apreciarse en los diálogos casuales o en las disertaciones públicas del semiotista, que su actitud es de sospecha, de duda, de poner entre paréntesis o, como se dice en el lenguaje coloquial, de “no tragar entero”. Al semiotista le cae bien el epíteto de persona crítica, pero no por arrogante o rebelde, sino porque intuye que “de eso tan bueno no dan tanto” y porque “todo depende del cristal con que se mira”. Así, pues, el semiotista muestra los resortes de los engatusamientos, saca a la luz creencias que parecían naturales, desenmascara las buenas conciencias y pone de manifiesto la trasescena de los hechos sociales. A veces su voz parece disonante, aunque lo que dice pone a pensar y a reflexionar a los demás. El semiotista en algunas ocasiones es un aguafiestas del sentido común o sus apuntes y reflexiones se convierten en un irritante aguijón para las crédulas y dóciles conciencias.

Una última particularidad del semiotista reside en su interés por los mensajes de los medios masivos de comunicación, por la publicidad, por la moda, por las tecnologías de consumo masivo y por la circulación de la información grupal. Digo que es una preocupación porque al semiotista le interesa analizar la dinámica de la opinión pública, el acontecer de las masas y las audiencias, los rituales de grupo, las prácticas colectivas, las convicciones compartidas por una sociedad. Esta inquietud del semiotista apunta a desentrañar los mecanismos velados de las ideologías, de las creencias, de los imaginarios que movilizan las conciencias. En esta perspectiva, el semiotista no es un ermitaño o alguien marginal; por el contrario, se siente a gusto entre la gente, participa de las dinámicas sociales como un actor o un espectador activo. Frente a una pantalla o de cara a un espectáculo no se siente alienado, sino lleno de estímulo para descubrir las redes y las constelaciones que los signos tejen en su función de forjar cosmovisiones o elaborar una representación verosímil de la realidad.

Al semiotista se lo ve siempre meditando, tomando apuntes, absorto en las minucias de la vida cotidiana. Es un gran caminante de las ciudades, una persona hábil para entablar conversaciones y explorar como aventurero territorios desconocidos. El semiotista no cesa de interpelar a la sociedad y a la cultura. De alguna manera, se parece a un niño inquieto y curioso.