El camino no elegido

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,

Y apenado por no poder tomar los dos

Siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie

Mirando uno de ellos tan lejos como pude,

Hasta donde se perdía en la espesura;

 

Entonces tomé el otro, imparcialmente,

Y habiendo tenido quizás la elección acertada,

Pues era tupido y requería uso;

Aunque en cuanto a lo que vi allí

Hubiera elegido cualquiera de los dos.

 

Y ambos esa mañana yacían igualmente,

¡Oh, había guardado aquel primero para otro día!

Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,

Dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

 

Debo estar diciendo esto con un suspiro

De aquí a la eternidad:

Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo,

Yo tomé el menos transitado,

Y eso hizo toda la diferencia.

 

He vuelto a mirar el poema de Robert Frost, “El camino no elegido”, en la traducción de Agustí Bartra, y me ha entrado el deseo de hacer algunos comentarios sobre este texto, en la perspectiva del proyecto vital.

El título nos da una pista para comprender el eje significativo del poema. En medio de las “dudas” y los “quizá”, lo que nunca sabremos es qué hay en ese otro camino no elegido, qué pasaría si la elección hubiera sido esa. Nunca conoceremos si habría sido una mejor opción que la del “camino menos transitado”. Y no sería una buena práctica de vida lamentarnos por eso; o imaginar lo que habría pasado si hubiéramos regresado sobre nuestros pasos para cambiar de ruta.

El poema de Frost, aunque nos habla de las disyuntivas que tenemos las personas a lo largo de nuestra vida, a pesar de reiterar que hubiera sido lo mismo elegir una u otra opción, lo que recalca es la elección por el camino menos transitado, el que a todas luces era el más incierto o, por lo menos, el más “tupido”. Lo que el poema subraya es que la preferencia fue por el más desconocido, el menos familiar o común. Quizá el poeta quería señalar que en medio de las opciones, a veces es mejor –para establecer una diferencia notable– tomar el sendero menos previsible a pesar de no tener una absoluta certeza o una evidencia positiva de tal alternativa.

Eso parece ser lo deseable. No obstante, queda la pena de no poder vivir al tiempo las dos posibilidades, los dos derroteros. Porque ejercer la libertad es, de alguna manera, disolver la discrepancia y optar por uno de los dos. Algunos dirán que lo mejor es recorrer uno primero y  luego el otro. Sin embargo, nadie nos puede garantizar que tengamos el tiempo suficiente para hacerlo o que pasados unos años sintamos el mismo deseo o la misma atracción por la vía no seleccionada. A veces acontece que la preferencia de un camino termina por hacernos olvidar otras posibilidades; ya ni pensamos en dicha disyuntiva. Lo seleccionado tiene tal riqueza o interés que termina sellando otras opciones.

Claro, también están los que descubren que esa vía no era la suya; que por ser un camino menos transitado, exige un esfuerzo mayor, una tenacidad o una resistencia en el viaje que no todas las personas tienen o desean adquirir. Entonces, la vuelta atrás parece inevitable. Ese retroceso puede tener un final feliz, a pesar de que al volver sobre nuestros pasos no encontremos igual lo que parecía otra salida a nuestro proyecto vital. O quizá, ya pasó su fascinación o no contamos con la edad suficiente para asumir ese viaje. Todo eso es posible. De pronto todo el proyecto vital de un ser humano se basa en eso: elegir o renunciar.

Puede que el éxito sea un buen indicador de que la predilección valió la pena; o puede que ese mismo éxito no garantice nada sobre la elección correcta. En todo caso, al tomar un camino, al seleccionar esa ruta en medio del “bosque amarillo”, no nos queda otro recurso que seguir avanzando, abriendo trocha, creando con cada uno de nuestros pasos un itinerario de valoración. Solo al final, bien al final, sabremos si esa decisión fue la más acertada o si, definitivamente, fue un largo equívoco. El sentido del camino está al final, ese es el problema y ese el enigma de toda existencia humana. Hay que hacer la travesía para validar el acierto o el error de un escogimiento.

En consecuencia, por más que nos llenemos de “suspiros”, por lastimeros que sean nuestros lamentos de cara a una alternativa equivocada, lo cierto es que esa fue nuestra opción, nuestra toma de partido. A lo mejor es aconsejable optar por los caminos menos transitados, pero nadie puede garantizarnos que seremos felices o cabalmente afortunados. El proyecto de vida de un ser humano consiste en trasegar, en ir enfrentando disyuntivas, en ejercer cotidianamente nuestra libertad. Es en el culmen de nuestra vida, hacia el ocaso de nuestro proyecto vital, que sabremos el peso o la valía del camino elegido.