Pieza gráfica de la agencia alemana DDB

Pieza gráfica de la agencia de publicidad alemana DDB.

Se aplica hoy el término innovación a tantas cosas y de manera tan indeterminada que vale la pena profundizar en sus particularidades y reales alcances. Al menos así lograremos ajustar conceptualmente lo que parece un simple epíteto aplicado al mundo de la empresa, los negocios o a procesos de diversa índole.

Lo básico es entender que la innovación parte de algo o se desarrolla sobre algo ya existente. Esto es, precisamente, lo que la diferencia de la invención. El innovador, en consecuencia, es un gran lector de los contextos, de la tradición, de lo que está en uso. Su proceder inicial, la chispa de su labor es observar con cuidado el statu quo, lo habitual, el trasegar de los hechos o las rutinarias maneras de hacer alguna cosa. No hay innovación sin esta previa reflexión sobre lo establecido. De allí, de ese fino y detallado estudio a lo vigente es que puede identificarse una fisura, un obstáculo, un problema, una falla, un gasto innecesario, una pérdida de recursos. Y al tener ubicado tal asunto es que brota o nace una idea innovadora. Repitámoslo: innovación no es una acción desprendida del contexto o alejada de situaciones concretas; por el contrario, nace de la perspicacia o indagación sobre hechos, procesos o situaciones instauradas.

La innovación es variada y diversa en sus alcances. Podemos innovar un procedimiento, un producto, un servicio, una práctica. A veces, la innovación se evidencia a lo largo de un proceso o se sabe de ella al concluir un objeto o una mercancía; en otros casos, puede darse en los materiales o en la forma de organización de las personas para lograr determinado fin. Hay innovación procedente de adelantos tecnológicos y hay innovación derivada de la investigación social o la investigación aplicada. No existe por lo tanto un único camino o se cuenta con un protocolo estándar para alcanzarla. Sirve la intuición, la serendipia, la visualización, la prospectiva, el estudio de casos, la experimentación. Tampoco se puede homogenizar o aplicar la innovación sin reparar en las condiciones locales o las variables de determinado contexto. Por eso, lo que parece menos innovador en un lugar resulta muy innovador en otro; o lo que parecía ser una innovación muy efectiva en una geografía termina siendo un fracaso en otro sector. Insistamos: la innovación no es una receta homogénea o de aplicación uniforme. Por ende, en una curva de desarrollo, la innovación sufre adaptaciones, transformaciones o modificaciones sustanciales. La innovación, como sucede con la evolución de la vida, es adaptativa, afectable por el entorno, sistémica y cumple un ciclo de existencia.

Otro rasgo de la innovación es el de ser una cadena de acciones y no una mera actividad desligada o desarticulada de un conjunto. Por eso se habla de un proceso o un proyecto innovador. En este sentido, la innovación aglutina a personas, recursos, operaciones, materiales y tiempos. El que se lanza a innovar necesita armonizar la concurrencia de muchas cosas. Ese es parte del éxito o la garantía para que una innovación encarne o perdure. Así que, innovar es también diseñar, planear, organizar y administrar heterogéneos elementos. La innovación no es solo una fugaz idea creativa sino un lento y persistente ejercicio de gestión y consolidación.

Un cuarto punto, que se olvida con facilidad, es la relación de la innovación con los procesos de cambio. Innovar demanda poner en cuestionamiento o en “crisis” lo conocido o habitual. Innovar es una invitación a cambiar, reformular, reorganizar o reelaborar algo. Entonces, si no se conocen o poca atención se presta a las dinámicas de los cambios, la innovación no echará raíces o será una ocurrencia genial pero sin repercusión o resonancia. Los grandes innovadores son a la par buenos estrategas para facilitar o propiciar planes de transición, pilotajes, reingeniería de procesos, ajustes escalonados. Es posible que otra de las claves del éxito de una innovación esté ahí, en fraguar ella misma su modo de generarse. Claro, a veces son unas las personas que diseñan y otras las que implementan, pero si la innovación no prevé las posibles resistencias o no ha ideado un itinerario para el cambio, tendrá grandes tropiezos o resultará entendida como una idea irrealizable, descabellada o inoportuna.

Es evidente que la innovación requiere de mucha creatividad. Sin ella, sin ese lubricante, no habrá ni reformas, ni alteraciones, ni mudas a lo permanente. Por eso mismo, las estrategias para innovar se nutren en gran medida de las técnicas creativas: la sinéctica, la lluvia de ideas, el análisis morfológico, la lista de atributos, la analogía, la resolución de problemas. Todos estos recursos contribuyen a que el espíritu innovador se concentre o tenga una propuesta ingeniosa y llamativa. Sin creatividad la innovación queda en reformas superficiales o conatos de novedad. Es importante subrayar que la creatividad enfocada a la innovación incluye procesos de pensamiento como la inferencia, la analítica conceptual, la alegoría, la heurística y la disociación semántica. Dicho en otros términos, la capacidad de innovar se potencia en la medida en que se desarrollan habilidades de pensamiento divergentes, laterales, creativas. Tal apuesta formativa debería ser tenida en cuenta por educadores o capacitadores empresariales.

Agreguemos a lo dicho otra cosa más: digamos algo con respecto al carácter o temperamento necesario para emprender una innovación. Los innovadores, y hay abundantes ejemplos para probarlo, son personas con alta capacidad para el riesgo, la aventura, el ensayo y error. Son audaces y con baja afectación a la crítica adversa o los comentarios burlones de los demás. Los innovadores poseen fortaleza interior y la suficiente autoestima como para sobreponerse a la crítica despiadada o la maledicencia. Pero, además de ello, los innovadores poseen tenacidad y fortaleza para no desfallecer ante la adversidad o sobreponerse a los obstáculos de todo tipo. El innovador posee tenacidad y una voluntad de hierro para persistir en sus propósitos. Estas cualidades son definitivas no solo en la etapa de ideación y gestación, sino al momento de implementar la innovación.

La última cuestión que me gustaría tratar es la de las condiciones para la innovación. Es sabido que muchas ideas innovadoras no cuentan al inicio con el apoyo o reconocimiento suficiente. Más bien hay un clima contrario o poco halagüeño para su florecimiento. No obstante, si las organizaciones o las instituciones son más flexibles en su estructura, si apuestan por la diversidad, si son más tolerantes con el error y no temen anticiparse al futuro, seguramente despuntarán con abundancia las ideas innovadoras o se incrementará una disposición hacia el cambio. En consecuencia, se requieren empresas e instituciones que confíen más en la creatividad de sus empleados y menos en la burocracia formalista y repetitiva, jefes o directivos que apoyen y secunden centros de excelencia, proyectos de investigación, laboratorios de innovación, o a personas atrevidas y arriesgadas para diseñar escenarios factibles o universos paralelos. Un ambiente, en suma, en que se pueda experimentar sin ser señalados o sancionados, en que el cumplimiento de las tareas no riña con el juego de imaginar futuros posibles, en que sea factible usar otras alternativas sin ser por ello tildados de “raros” o asociales. Construir y proteger ambientes innovadores es apoyar los disensos, creer en la ruptura de paradigmas, cultivar todo tipo de emprendimiento, azuzar el pensamiento complejo y volver lo inesperado una oportunidad para realizar los sueños imposibles.