
Ilustración de Marie Cardouat.
El día de acción de gracias, tan celebrado por estadounidenses y canadienses, es una fecha en la que se rememora el festival de la cosecha y se dispone el espíritu para el agradecimiento. Aunque sea en un día diferente al elegido por estos pueblos del norte de América, me ha parecido oportuno no dejar terminar este año sin reflexionar sobre algunas cosas que me han pasado, analizar determinados acontecimientos relevantes y ofrecer un sincero gesto de agradecimiento a las personas que han contribuido a seguir construyendo mi proyecto vital.
Acción de gracias por la certeza y el cobijo de mi familia. No acabaré nunca de agradecerles el cariño genuino, la solidaridad y los cuidados en mi enfermedad, la escucha en los desvelos y las palabras de aliento cuando más lo necesitaba. Sé también que sus oraciones son una fuerza intangible tan potente como el más eficaz medicamento. Me llena de regocijo saberme protegido por esos brazos y esas manos, por la ternura y el amor, que me mueven a levantarme y seguir de pie frente a las adversidades.
Acción de gracias por mis amigos y amigas que logran darle a la lealtad el rostro de la permanencia. Son pocos, pero son la zona de vínculo fraterno en la que puedo confiar sin tener la ambigüedad de los intereses o las maquinaciones engañosas. Esas amistades son como mis hermanos o hermanas, y representan una riqueza tanto más valiosa cuanto más pasa la edad. Varios de ellos me han mostrado grandeza cuando mi salud está quebrantada o los problemas se multiplican. Ahí estuvieron sus llamadas permanentes, sus mensajes de aliento, sus remedios caseros. Sentí que había siempre una voz, una presencia convertida en empuje vivificante.
Acción de gracias por mis estudiantes, especialmente los de la maestría en Docencia de la Universidad de la Salle. Había pasado mucho tiempo sin sentir que le hacía tanta falta a varias personas; me vi reconocido por ellos, y en sus ojos o en las saludes enviadas por colegas, los adiviné haciendo fuerza para que pronto apareciera en su salón a ofrecerles mi saludo y pasión por la docencia. Fueron los abrazos de mis estudiantes los que me sanaron la garganta para volverles a hablar; fueron ellos, los que me dijeron que la cosecha había sido buena y que no debía preocuparme por mi retiro de la universidad. Gracias a todos ellos, a los de Bogotá, a los de Casanare, a los de Pasto y a todos esos otros que mantuvieron su calidez y su preocupación; para todos mis estudiantes, y especialmente para los egresados, les reitero mi gratitud y me enorgullezco de haberlos tenido como alumnos. Cuánta humanidad hay en sus abrazos, cuánta abundancia en sus corazones.
Acción de gracias por las personas que durante este año me acompañaron en la realización de propuestas laborales, en la conquista de sueños profesionales o en el trasegar propio de mi ejercicio formativo. A través de su colaboración, de su gestión o de su confianza, varias ideas se cristalizaron en cursos, seminarios o conferencias. De igual modo, a mi equipo de trabajo más cercano, a quienes durante trece años hemos trajinado compartiendo un mismo objetivo de formación académica responsable y de calidad. Ese equipo merece toda mi gratitud, por su compromiso, por su lealtad, por su solidaria manera de convertir una experiencia de trabajo en una cálida camaradería llena de amistad y mutuo respeto.
Acción de gracias por los cómplices de camino, por esos seres que me entregaron como un regalo especial sus confesiones, sus historias, sus angustias más preocupantes. A esas personas, por departir las peripecias de la vida al lado de un café, por hacerme parte de su existencia, por caminar conmigo muchas calles, a ellas, no solo les debo gratitud, sino un especial afecto por haberme hecho parte de su cotidianidad, por dejarme entrar a sus corazones, por ofrecerme un lugar privilegiado en sus elecciones y preferencias. Mi agradecimiento se transforma en silente discreción y generoso cuidado; solo así se puede corresponder a quien bien tiene ofrecernos la desnudez de su alma.
Acción de gracias por el reconocimiento que los hermanos de la Salle y la Universidad en la que he trabajado por más de una década, hicieron “a una vida dedicada a la formación de maestros y a la invaluable producción intelectual en relación con la lectura y la escritura como ámbitos esenciales para el desarrollo del pensamiento crítico”. Este honor lo tomo como un reconocimiento a todos aquellos que siguen izando la bandera de la docencia como una forma de construir esperanza para las nuevas generaciones y de contribuir a la formación de un país menos inequitativo y más propenso para la convivencia. A los hermanos de la Salle les agradezco el haberme respaldado en muchas de las iniciativas, eventos y publicaciones que posibilitaron la acreditación de alta calidad del posgrado a mi cargo. A los hermanos de La Salle mi gratitud por haberme ayudado a entender la importancia de la relación pedagógica, el valor del acompañamiento formativo, y el sentido hondo de la democratización del conocimiento.
Acción de gracias por la ayuda ofrecida de mis colaboradores cotidianos, de mis aliados incondicionales, de esas personas acuciosas y solícitas para convertir ideas en obras, utopías en realidades. Todas esas manos y todas esas voluntades han aligerado el peso de mis retadoras empresas y han sido garantía para los buenos resultados. Sin esos brazos, sin esos consejos, sin ese patrocinio hecho de saberes y oficios, difícilmente mis proyectos más esenciales hubieran podido finalizarse satisfactoriamente.
Acción de gracias, finalmente, a las divinidades protectoras de la vida por permitirme gustar de otro año de existencia, por los múltiples y variados aprendizajes y por dejarme seguir sorprendiéndome de la maravillosa experiencia de ser y convivir con otros en esta parcela de mundo. Del mismo modo, a mi ángel custodio por cubrirme con sus alas en las situaciones adversas o librarme del peligro de la desesperanza. Y al benigno azar o a la estrella de la fortuna por los enriquecedores viajes y por transformar lo inesperado y extraño en un magnífico regalo envuelto en la odisea de cada día.