• Autobiografía
  • Conferencias
  • Cursos
  • Del «Trocadero»
  • Del oficio
  • Galería
  • Juegos de lenguaje
  • Lecturas
  • Libros

Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: marzo 2019

La biblioteca escolar: resguardo de la memoria hacia el porvenir

31 domingo Mar 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

≈ 8 comentarios

Julie Dillon

«Algo mágico está pasando en la biblioteca» ilustración de Julie Dillon.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Francisco de Quevedo

Me gusta creer que una biblioteca, desde la más familiar o reducida, hasta las enormes y completas como la de Alejandría o la Luis Ángel Arango de Bogotá, responden a un propósito esencial: ser guardianas de la tradición de la cultura. Y al disponer ese espacio de protección y de memoria, crean –al mismo tiempo– un lugar para la imaginación, el estudio y la creatividad. Es decir, a la par que custodian el pasado, son a la vez, escenarios proclives y orientados hacia el porvenir. Entender bien el sentido de la biblioteca, y más en este mundo tan obsesionado con las modas pasajeras y las prácticas consumistas del desecho, es de vital importancia para una sociedad, en general, y para el ámbito educativo, en particular.

Desde luego, una biblioteca escolar es un sitio para recopilar y acopiar información. Pero no digo con ello que sea un sitio frío de depósito, sino un espacio en que los productos de la cultura circulan, entran en discusión, se abren a las múltiples interpretaciones y se ofrecen como manjares intelectuales a la mesa de los estudiantes. En consecuencia, estos sitios no merecen la suerte de estar en la habitación más apartada o en el cuarto de san alejo; todo lo contrario: deben ser, como lo pensara el jesuita Alfonso Borrero, el centro de cualquier espacio formativo. La biblioteca debe irradiar memoria, recordación. Y los que aquí sirven no deben ser inferiores a ese propósito. Más que policías de los libros, los bibliotecarios son herederos de Hermes, el dios de la comunicación: tienden puentes, motivan, ayudan a que otros logren sus metas, abren mundos nuevos, invitan a los usuarios como si fueran magos de una tienda maravillosa. Entonces, decíamos, una biblioteca escolar es guardiana del saber y, como tal, exige cierto heroísmo persuasivo para atraer mentes y espíritus inquietos que la visiten y descubran sus tesoros.

Agreguemos algo más a la función formativa de este espacio. La biblioteca es, en sí misma, un modo diferente de acceder a la información de manera directa, sin intermediarios. De allí que cada día, como sucede en la magnífica biblioteca de la Universidad Javeriana, los estantes estén abiertos a los usuarios, que no haya demasiadas aduanas para acceder al libro. Que sea un gusto estar en la biblioteca y no, como ha sido habitual en las instituciones educativas, un sitio para el castigo o un espacio enfocado únicamente para hacer tareas. La biblioteca es más que un dispensario de libros de texto, mucho más que diccionarios y enciclopedias. Si uno piensa bien las cosas como maestro, la biblioteca responde a una idea de la formación personalizada, del aprendizaje autónomo y del goce libre y espontáneo por acceder al conocimiento. Y si la vemos, desde una perspectiva curricular, la biblioteca hace parte de esas otras asignaturas transversales, sin nota y sin déspotas evaluadores. De allí que debamos todos los vinculados con este repositorio de la cultura, crear o fomentar un clima diferente para entender la biblioteca como otro de los escenarios formativos de una institución educativa. Aún más: esto deberíamos contárselo a todos los actores de la comunidad educativa y a la localidad en la que irradiamos nuestro trabajo.

Mencionaba también que la biblioteca enfila su tarea de resguardo de la memoria hacia el futuro. Quien husmea en estos estantes, quien los frecuenta, quien sabe leer las pistas desperdigadas entre tal cantidad de información, logra avizorar o tener un mejor panorama de los saberes en germen o de la sociedad que nos espera. El futuro se hace leyendo con cuidado el pasado. La biblioteca, en este sentido, es catapulta, impulso, motor de la innovación, detonador para la creatividad. No visitamos la biblioteca para aferrarnos a lo que ya ha sido, sino a prepararnos, a liberar el espíritu, para afrontar lo que vendrá. Entonces, hay que dotar a nuestras bibliotecas escolares de materiales diversos, de videos, de cine, de libros actuales, de música; en fin, convertirlas en lugares de encuentro y de conversación, de debate y pensamiento crítico.

Subrayaría que la biblioteca, así entendida, hace que los maestros potencien las bondades del aprendizaje autónomo. O si se quiere entender de otra manera, a favorecer una educación que no solo centre su labor en la figura del que enseña, sino también en la dinámica del que aprende. A lo mejor, si empezamos a darle a la biblioteca su papel fundamental y estratégico, dejaremos de reducir la formación a las cuatro paredes de un salón de clase. Es necesario, de igual modo, propiciar el aprendizaje colaborativo: que se venga a la biblioteca a construir el conocimiento mancomunadamente, pasado por el filtro de las hablas plurales, de los disensos y los consensos. En consecuencia, es indispensable que bibliotecarios y maestros trabajen en llave, que la enseñanza de la lectura se aúne con la promoción y la animación de la misma. Que la biblioteca entre al aula, que se disemine su luz por toda la institución y que, dentro de los planes de formación de una institución educativa, ella misma constituya otro lugar con su agenda formativa.

Frecuentar la biblioteca hace parte de los hábitos que necesitamos encarnar en nuestros estudiantes. Eso demanda que los maestros demos testimonio de tal uso; que nuestros alumnos nos vean leyendo e investigando en la biblioteca es un ejemplo de su importancia, una evidencia de su menester. Los maestros tenemos que  entender este lugar como un taller en el que, con un grupo de aprendices, fraguamos el diálogo con las voces del pasado y forjamos la propia voz de las nuevas generaciones. Aquí está el espacio para la tertulia, aquí el ágora para el debate, aquí la clase permanente de humanidades. Por eso los maestros debemos visitarla, enriquecerla, mantenerla al día; todas esas cosas hacen que, al estar con nuestros estudiantes en la biblioteca, ellos vayan incorporando lentamente la tradición y se sientan protagonistas de su propia historia.

Cierro estas palabras elogiando los libros. Ahí podéis verlos: silentes, dispuestos, abiertos a nuestras manos y nuestros ojos. Muchos hombres y mujeres nos rodean en una biblioteca; muchos esfuerzos del pensamiento y la inteligencia nos circundan. Este es otro templo. Entendamos algo de su sagrada misión, y celebremos, una vez más, el placer de la lectura y su aporte insustituible para el desarrollo humano.

Yago, la maldad del resentimiento

25 lunes Mar 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

≈ 6 comentarios

Otelo y Yago

Otelo: «¡Oh! Ahora, adiós para siempre a la tranquilidad del espíritu!»

Si bien una buena parte de la crítica afirma que Otelo (traducción de María Enriqueta González Padilla, UNAM, México, 2016) se centra en el motivo de los celos, considero que es más una radiografía de la ingeniosa maldad, de la hipocresía, del poder de la conspiración y la mentira, de la soberbia y la traición. Pero todo ello es a causa del resentimiento por no haber podido ascender como quisiera, por creer “ser superior”, sin realmente serlo. Yago es hábil, manipula a los que en él confían, es un intrigante agudo y un “excelente psicólogo” de los que están cerca (especialmente de Otelo) y goza haciéndolos sufrir con sus elaboradas maquinaciones.

Sorprende la candidez de Otelo o la ingenuidad de Rodrigo. A lo mejor Shakespeare los construyó así para hacer más visible la figura de Yago. Creo que una de las claves del mal estriba en su capacidad para “enredar”, para hacer sospechar, para poner astutamente la duda envenenada. El mal se regodea con sus maquinaciones, se anticipa, crea condiciones, celadas, en las que el inocente o ingenuo sucumben. Para ser así, para mantenerse en esa disposición, Yago debe asumir la hipocresía y una habilidad suprema mediante la cual logre sacar provecho de las debilidades ajenas. La maldad usa su altísima inteligencia para descubrir dónde están las debilidades de sus contrincantes: esa debilidad puede provenir de la falta de experiencia (Rodrigo), de la ingenuidad propia de la juventud (Desdémona), del excesivo amor por alguien (Otelo)… No es fácil, en consecuencia, urdir el mal si antes no se conoce bien a la otra persona; para lograr tal cometido, Yago finge la amistad, el servilismo, la camaradería.

Yago está dolido por su ambición frustrada, ese parece ser el detonante básico; pero subrayo que su odio o su molestia, la causa profunda de su mal, está en el resentimiento. Por eso “sirve pero para desquitarse”, por eso “convierte imbéciles” en parte de sus planes, por eso “sugiere primero visiones celestiales antes de inducir los más negros pecados” (como demonio que es); por eso pone en sus palabras “pérfidas sospechas” que son como veneno que “obran sobre la sangre y abrazan como cráteres de azufre”. Yago está resentido por la felicidad de otros, por la lealtad de otros, por la suerte que le tocó, porque no cree en la amistad, ni en la solidaridad, ni en los lazos afectivos, ni en los ideales. Yago tiene un alma ponzoñosa, capaz de hacer que damas castas y dignas, “sin culpa alguna pierdan fama y honra”. Está resentido de que existan esas virtudes y que alguien las tenga o las pregone. Su resentimiento se metamorfosea en envidia, en odio soterrado, en puñaladas a oscuras y a mansalva. 

Cuando las cosas no le salen bien, es decir, cuando aquellos que manipula caen en cuenta de su engaño, debe acudir al sicariato o a su propio puñal embozado. Emilia, la mujer de Yago, va a ser su delatora.  No obstante, al sentirse acorralado se disculpa diciendo que “él solo dijo lo que pensaba” y que son los otros (especialmente Otelo) los que hallan que “eso sea probable y cierto”. La maldad, la intriga y la traición asumen una inocencia en sus palabras para trasladar toda la responsabilidad a los otros que han sacado conclusiones erróneas o apresuradas. Se cumple así su consigna: “atrapar al crédulo sin seso”. Si las evidencias lo avasallan, Yago calla para siempre: “lo que sabéis, sabéis”. Esta última frase rubrica muy bien su personalidad: el mal ya está hecho, la felicidad está rota, la ilusión fracturada, el engaño ha sido perfecto. La maldad no se hace responsable de nada, prefiere esconderse, ocultarse en la oscuridad. Yago sabe que eso es secundario; la labor ha sido cumplida: el caos reina, la sangre corre, el amor yace exánime.

2

Para corroborar lo dicho, podemos ir ahora paso a paso, analizando en detalle la obra, esta vez usando la traducción de Luis Astrana Marin (Aguilar ediciones, Madrid, 1974):

Yago dispone de las riquezas de Rodrigo (“hace de un imbécil su bolsa”); los amigos son para él, “provecho y diversión”. Yago, que es un alférez, está resentido porque “no lo licenciaron teniente” y porque “le dieron ese cargo a otro (Cassio)”. Yago afirma: “sé lo que valgo, y no merezco menos puesto”. El resentido anda a “sotavento, no recibe el viento de frente; es una vida sin barlovento; por eso debe “aguantar, esperar, estar al pairo”. Yago sirve, “sirve para desquitarse”: “al servirlo, soy yo quien me sirvo”. Esta es la categoría de los señores a los que dice pertenecer Yago: “observan escrupulosamente las formas y los visajes de la obediencia, y se atavían con la fisonomía del respeto… pero guardan sus corazones a su servicio”. Este rasgo es importante: el resentido guarda su corazón (lo mueve la razón y no la emoción). Yago se rinde homenaje a sí mismo. Es inteligente: hace preguntas precisas y oportunas para generar la duda, la sospecha, la desazón. Estas preguntas son el medio para “envenenar la dicha de otros”. Yago no respeta ni obedece. Su modo de ser básico es la apariencia: “no soy lo que parezco”. Yago sabe desaparecer a tiempo, es un estratega. Urde algo pero, inmediatamente, se oculta, se pone a la retaguardia observando cómo se desarrolla el plan por él fraguado o cómo se disemina el veneno que ha inoculado en la mente o el corazón de las personas. Yago usa el afecto como una simple “insignia”. Jura por Jano, el dios de las dos caras. Yago hace alianzas por venganza, se divierte haciendo el mal: “engendra maldades”. Yago es audaz (según Cassio), algo misógino, detesta las buenas maneras, la cortesía. No es un hombre de letras. Es procaz, es un “censor muy grosero y licencioso” (según Desdémona). Es “censurón” o criticón: moteja, vitupera, desacredita, desalaba, desaprueba. Si “encomia” lo hace para “encomiar lo peor o a la peor”. Es calumniador: “con telarañas muy delgadas” entrampa a la persona que le interesa destruir. Desvirtúa los gestos corteses o amables y los dota de otro significado, contrario a su original intención. Yago “afloja clavijas que producen en otros felicidad bien templada”. Se sirve de la ocasión. Quiere a las personas para “sazonar su venganza”.  Con su falso amor o su falso servicio transforma a los demás en “asnos insignes”. Yago hace creer que es honrado. Induce a beber para generar pendencias y agresiones. Inventa defectos de los demás, o toma uno pequeño para convertirlo en una condición habitual. Lo casual lo torna en algo “arraigado” o estado permanente (los tragos que se tomó Cassio). Vuelve las virtudes de alguien en defectos. Yago “finge ignorar lo que él mismo ha fraguado”. Finge que ayuda, cuando en el fondo lo que hace es hundir. Yago es como “el espíritu invisible del viento”, un demonio. Las intrigas de Yago introducen en sus rivales “un enemigo en la boca para que les robe los sesos”; con ello lleva a otros a que se “desprecien a sí mismos”. Yago parece dar buenos consejos: finge la sinceridad y la honrada bondad: “¿y quién se atrevería a decir que represento el papel del villano, cuando el consejo que doy es honrado y sincero?”, afirma; “¿es que soy, pues, un malvado porque aconsejo a Cassio la línea de conducta que ha de llevarle directamente al logro de su bien?”. Como es un demonio, afirma: “cuando los demonios, quieren sugerir los más negros pecados, principian por ofrecerlos bajo las muestras más celestiales, como hago yo ahora”. Tejer redes es su campo de batalla. Yago envisca, azuza, engresca. “Obra por ingenio y no por brujería”; “y el ingenio se sujeta a las divagaciones del tiempo”. Por eso vive preparando enredos. Conduce aparte a las personas para embaucarlas, hacerles creer cosas que no son. Yago dice frases como “no sé qué…”, “percibo algo…” para dejar la duda o crear la sospecha, y “una vez que se duda, el estado del alma queda fijo irrevocablemente”. Yago utiliza la repetición de las palabras de su interlocutor para provocar la sospecha: “me sirve de eco, como si encerrara en su pensamiento algún monstruo demasiado horrible para mostrarse”, afirma Otelo. Esa reticencia es una estrategia para controlar el pensamiento del otro. Yago “pesa sus palabras antes de proferirlas”, de manera que la otra persona entienda que le está haciendo “revelaciones veladas”. Si le recriminan tal forma de proceder confiesa que “es una enfermedad de su naturaleza: sospechar el mal”. Es tan astuto que induce a que las otras personas piensen que “ve y sabe más, mucho más de lo que cuenta”. De alguna manera, Yago usa las mismas tretas de las mujeres de Venecia que tanto censura, es decir, “toda su conciencia estriba, no en lo que hace, sino en tenerlo oculto”. Esto es así, porque “sabe penetrar con espíritu claro en los resortes de las acciones humanas”. De allí que pueda convertir “bagatelas tan ligeras como el aire en pruebas tan poderosas como las afirmaciones de la Sagrada Escritura”. Sus palabras son, la mayoría de las veces, “venenos que en principio apenas hacen sentir su mal gusto; pero, poco a poco obran sobre la sangre, abrasan como minas de azufre”. Yago “es un miserable que infunde pensamientos repetidos en la cabeza”. La consigna esencial de Yago es ésta: “vale más engañar un poco que dar toda la información”. Gracias a todas esas estratagemas provoca intranquilidad. Si tiene que dar pruebas de sus embustes invita a que el interesado se oculte, como él, y observe en la distancia “muecas, gestos” para desde allí, poder interpretar esos ademanes de manera contraria. La lejanía contribuye a que crezca la desconfianza. Yago evita para él o los que aconseja, hasta donde sea posible, el encuentro cara a cara; “¡chitón!”, exige Yago a los que desean solicitar razones frente a frente. Así sea de forma indirecta, sabemos que Yago es un “sempiterno villano, un bellaco, un granuja lisonjero y mentiroso»… que posterga sus verdaderas intenciones con el fin de salir ganando por cualquier camino. Y cuando sus infamias se descubren, Yago finge de nuevo no tener culpa o responsabilidad: él solamente “ha dicho lo que pensaba”, y nada que sus detractores no “hayan podido conocer y verificar por ellos mismos”.

3

Los resentidos, como Yago, se alimentan de la envidia, de los celos, de la injusticia. Se aferran a un pasado y, desde ahí, cual si fueran Medusas, solidifican el tiempo: hacen piedra el pasado. Los resentidos se valen del ocultamiento, de la falsificación del propio ser: todas sus acciones y sus palabras se vuelven una mascarada, un montaje o una astuta manifestación de la apariencia. Los resentidos no tienen ataduras sentimentales, operan por exceso de maquinación; son racionalistas elaborados, de fina urdimbre y disposición estratégica de los hechos. Los resentidos se ocultan, andan en la penumbra, por eso prefieren las frases indirectas, el doble sentido, la simulación de la comunicación y el falso atuendo de la cortesía, la sumisión y la obediencia. Los resentidos usan el tiempo de la oportunidad, son audaces para detectar el instante en que un acontecimiento banal puede tener repercusiones insospechadas; ubican rápidamente dónde una información parcial puede provocar conclusiones generalizadoras. Los resentidos, como Yago, andan en solitario, desconfían; son disociadores; azuzan la guerra y el conflicto. Los resentidos no sufren de culpa; es tal su soberbia que justifican sus acciones sangrientas como una consecuencia del desquite o las atribuyen a las circunstancias del infausto destino; tampoco poseen remordimientos: el mal es irresponsable de los planes que fragua o de las víctimas que caen por su influjo. Los resentidos tiene una voluntad asociada a un único propósito, todo su ser es unidireccional y capaz de autodestrucción. Los resentidos son crueles, infames, inhumanos; su lengua y sus intrigas, su diabólico poder, se cifra en sacar lo peor de los demás, en inocular el veneno de su mismo resentimiento.

Lecturas a Ayax, de Sófocles (II)

17 domingo Mar 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

≈ 2 comentarios

Ilustración de Julián Nadal

Ilustración de Julián Nadal.

Leer diferentes traducciones de Ayax, especialmente de una obra escrita en una lengua que no tengo dominio, me ha ayudado a cumplir el consejo de un jesuita filólogo y estudioso de las obras de Sófocles, Ignacio Errandonea Goicochea. Es decir, me he propuesto “recoger la impresión del conjunto, descubrir el pensamiento principal, intensificar la nota dominante y sorprender la clave dramática, familiarizarme cariñosamente con el poeta y captar las sugerencias del corazón, que suele tener más atisbos e intuiciones que la fría inteligencia”. Comparto esa apuesta del traductor e investigador, agregando que este ejercicio contribuye, además, a conocer la obra en profundidad y a propiciar una mirada comparativa sobre las diferentes versiones que, sin lugar a dudas, favorece la lectura crítica. A las cinco lecturas anteriores, adiciono hoy un nuevo sexteto de aproximaciones.

Sexta lectura:

(Traducción de José Alemany Bolufer, El Ateneo. Buenos Aires, 1966).

 

Hay tres órdenes de causas que llevaron a Ayax al suicidio: las primeras provienen del sentimiento de ridículo y humillación al confundir un botín de ganado y unos pastores inocentes con sus enemigos Menelao, Agamenón y Aquiles. El deshonor es mayúsculo porque el ardor por degollarlos o someterlos al castigo del látigo no fue un gesto de intrepidez o de audacia guerrera, sino la cacería indigna de un soldado de reconocida valentía. Los segundos motivos provienen de su arrogancia o su altivez, de su falta de piedad, de su soberbia con la protección o favor de los dioses. Más de una vez manifestó no necesitar la ayuda de las divinidades, especialmente de Atenea, y según sus propias palabras “no tenía ninguna obligación” con ellos. Es posible, entonces, que su locura o su ataque a las bestias, toda esa atrocidad, sea un castigo ejemplar a su declarada impiedad; una falta tan dolorosa, tan desesperante, que lo lleve al suicidio. El tercer conjunto de razones es más complejo, se trata de su carácter, ese que Tecmesa, su mujer, intenta fallidamente cambiar; un carácter colérico, celoso de la justicia, silente, cuidadoso del mérito propio, poco reflexivo, propenso a la lucha, arriesgado, decidido y profundamente dueño de sus actos. Su mismo carácter, el que le impide manifestar los lamentos o compartir sus penas, ese carácter que lo hace apartarse de los que más lo quieren, es otro motivo poderoso que incide en la decisión de atravesar su costado con la espada de doble filo. Pero lo más interesante de esta tragedia es que Sófocles representa en Ayax la confluencia de estos tres órdenes de causas; por eso es un hombre sin “esperanza de curación”, y por eso las “tinieblas son su única luz”.

Séptima lectura:

(Traducción de Ignacio Errandonea, Editorial Escelicer, Madrid, 1942, y de Aguilar ediciones, Madrid, 1978).

 

Ayax se atormenta por sus acciones pasadas, esa deshonra lo persigue como una sombra. Parte de su tragedia es que ese acto convive con él, noche y día, le afecta el comer y su vida cotidiana. Ayax está preso de ese hecho o ese acto del pasado; y como no puede reversarlo, como no hay manera de volver atrás, opta por matarse. Gran parte de la vida heroica radica en ese culto al pasado. Se vive para ser recordado; es en la memoria de los otros, de las gentes, como cobra sentido una existencia. Los suicidas, al igual que Ayax, están presos de lo ya acaecido: una traición, una humillación, una infidelidad, un acto vergonzoso… lo demás de su vida desaparece o es opacado por tal hecho. Esta mancha es lo que afearía o dañaría su vida memorable. Al dejar de ver salidas en el presente y mucho menos vislumbrar alternativas en un futuro, Ayax convierte esa mancha en un pasado que se eterniza. La obsesión por lo pretérito, especialmente cuando ha sido desfavorable o penoso, transforma el presente en un infierno: las dudas se multiplican, la angustia crece, la esperanza se hace impensable: el apego absoluto al ayer arruina la esperanza, hace imposible el perdón, para uno o para los demás. Ayax, como muchos suicidas, no puede desenredarse de aquellos acontecimientos; ese es su drama. Como Sísifo carga una y otra vez la culpa, el remordimiento, la falta, o el error. Por eso también, aunque no es el caso de Ayax, porque tuvo cuidado en afilar por ambos filos la espada, reinciden en su deseo de acabar con su vida. Por estar presos de un hecho del pasado los suicidas ya han decidido acabar con su vida, lo que buscan es la mejor ocasión para realizarlo.

Octava lectura:

(Traducción rítmica de Manuel Fernández-Galiano, Planeta, Barcelona, 1985).

 

Para la mayoría de suicidas, como Ayax, el suicidio es la única salida, el paliativo a su males, la salvación a sus tormentos. El suicidio es “el sol para sus tinieblas”. Cuando ya “ni los dioses ni los hombres pueden auxiliarlos”, lo mejor es tomar ese camino, defenestrarse ahorcarse, atravesarse con una espada o darse un tiro. Matarse es, en sí mismo, un acto de compasión. Por eso los suicidas consideran ese último acto una invitación esperanzadora; ese “Ven, muerte, mírame”, es un llamado que, como lo afirmaba Tecmesa al verlo con el costado atravesado por la espada de doble filo, provoca un “dulce desenlace”. Los suicidas “logran la muerte que desean” y, en eso estriba, su libertad para contrarrestar al destino o ser dueños, al menos por una vez, de su vida desgraciada. La desventura, los sufrimientos inmensos, las vergüenzas aguijoneadoras, los gritos de toro en pena, todo eso se soluciona con el desenlace del hierro, el veneno, del abismo insondable. Ayax ya no tiene más preguntas ni angustias que lo atormenten. Toda su anterior valentía puesta en duda, todo su heroísmo derruido por la vergüenza y el deshonor, puede ser recuperado con esa decisión, maquinada en soledad. Basta de dilaciones, “no es propio de un buen médico recurrir a ensalmos cuando hay que dar un corte”. Y si fue durante mucho tiempo “vivió gloriosamente”, no por nada era el segundo en valentía después de Aquiles, ahora, como resultado de aquel acto bochornoso de la carnicería con las bestias, debe “con gloria morir”. Los suicidas confían que su desventura sea saldada con ese último acto, no propiamente hecho por cobardes.

Novena lectura:

(Traducción de Assela Alamillo, Gredos, Madrid, 1981).

 

Ayax está cegado por la venganza. Su represalia es doble: hacia Agamenón y Menealo que de manera injusta o con trampa no le entregaron a él las armas de Aquiles; y hacia Odiseo, quien fue el que finalmente las recibió. Esa venganza lo carcome, es un rencor que lo lleva sigilosamente al otro extremo del campamento a buscarlos para matarlos. Su deseo vindicativo se le convierte en penoso resentimiento que lo lleva a la locura. Ayax, a solas, trama, urde planes subrepticios, fragua acometidas a sus enemigos amparándose en la noche. Esa venganza lo torna terco, altanero y sordo para el consejo de los dioses. La íntima desazón de desquite que lleva Ayax en su corazón es la que lo torna osado, audaz, asesino de bestias. La ofensa pasada no cesa de golpear su conciencia, es una quemazón que crece con solo recordar la afrenta; es un veneno que va irrigándose por todo el cuerpo hasta obnubilar la mente y enceguecer los sentidos. La venganza de Ayax se transmuta en rabia, en envidia y aborrecimiento. Pero no es un odio pasajero, sino una inquina que nace y se acrecienta en las entrañas. Es una fuerza irracional, una obsesiva presencia, una dolencia en los intestinos imposible de mitigar, que se atiza con la imaginación y que reclama la sangre: “romper espinazos”, infringir latigazos hasta que muera el adversario, degollar a los causantes de su deshonra.  Ayax es un vengador, semejante a las Erinias que tanto invoca y reclama: su “armado brazo” es contra los jueces, contra los dioses, contra los Atridas, contra todo el ejército argivo. Al igual que él, así viven los suicidas, con ese resentimiento royéndoles el alma.

Décima lectura:

(Traducción de Agustín Blánquez Fraile, Iberia, Barcelona, 1959).

 

Ayax está atrapado en las “redes de la desgracia” tejidas por el destino o por la diosa Atenea; Ayax ha caído prisionero en las “redes de la fatalidad”, como afirma Ulises. Él, que salió en “delirante cacería” al campamento griego, ha terminado cazado por su “furioso arrebato”. Y la misma espada con que degolló los animales del botín que quedaba por repartir, ahora es el “acero homicida” clavado en su costado. Bien parece que ciertos actos en la vida de un hombre, aunque sean únicamente la vibración de un hilo, terminan por afectar todo el tejido. De allí que las circunstancias del presente repercutan en los desenlaces del futuro. Quizá a Ayax le faltó prudencia, contener su ira; o a lo mejor, en su mismo ardor, en su misma valentía, estaba inscrita su vergüenza. Cuántas veces una riqueza termina siendo una desgracia, y cuántas más lo que es elogio de “sangre fría” termina llevando a alguien a la desalmada carnicería. Todo parece ser una cuestión del tiempo y de las circunstancias; del tiempo “que hace surgir a la luz todo lo escondido y cuando lo ha puesto de manifiesto lo oculta de nuevo”. Por eso, y aunque parezca inaceptable para hermanos y familiares, para el grupo de guerreros que asedian a Troya, el suicidio de Ayax es la consecuencia de una trama hecha con acciones pasadas, y de una urdimbre elaborada con su carácter, con su crianza, con el contexto de su amada Salamina. Por ser un “guerrero que nunca volvió la espalda”, por no poder “reformar su manera de ser”, por tener un padre que había realizado “las más brillantes proezas”, por la excesiva confianza en “ganar la gloria sin el amparo de los dioses”… por todas estas cuerdas tocadas en diferentes momentos de su vida, es que termina inexorablemente, por su propia mano, “reclamando el acero”. En suma: el suicidio resulta incomprensible para aquellos que ven solo el hilo suelto, el hecho aislado, pero resulta entendible si se lo aprecia desde el conjunto, desde el entramado con que está hecha una vida.

Undécima lectura:

(Traducción de Carlos Miralles Solá, Salvat, Navarra, 1970).

 

Y después del suicidio de Ayax, ¿qué acontece?, ¿qué pasa con el cadáver del suicida? Lo que espera el suicida es que ese último acto de valor le devuelva el honor mancillado, le retorne al menos el prestigio para ser enterrado dignamente. Pero eso son posibilidades o esperanzas. Puede ser que el hermano Teucro esté ahí para hacer valer ese derecho ante los Atridas, es posible que los soldados de Salamina hagan cumplir esa promesa, hasta resulta pensable que Tecmesa, la esposa, al igual que el hijo, no olviden pronto los juramentos hechos. No obstante, también es posible que sus enemigos dejen el cuerpo del suicida para “arrojarlo a los perros” o “servir de pasto a las aves”. Ya no habrá lanza ni escudo irrompible para exigir ese derecho o hacer cumplir esas palabras. Ayax es una sombra y las sombras sólo hablan con los muertos. Si el cuerpo del suicida le pertenecía de manera cabal en el acto de matarse, al tornarse cadáver es indefenso o depende totalmente de los demás. Razón tiene Menelao, “si cuando estaba vivo Ayax no podían dominarlo, ahora, muerto son sus dueños absolutos”. Lo único que puede devolver los honores al suicida es la compasión, ojalá de un enemigo como Ulises o de aquellos amigos que son capaces de entender que “no es justo herir a un valiente cuando ha muerto”. La compasión es la que permite dejar a un lado las pasadas rencillas y defender públicamente el mérito del muerto. Ayax, como todos los suicidas, confía en que al menos los que le sobrevivan puedan, con justicia, hacerle ese reconocimiento. Que haya suplicantes, abluciones y cantos, porque a pesar de su insolencia o su impiedad fue un valiente que merece una sepultura noble y honrosa.

lustración reconstructiva del motivo del suicidio de Ayax - Euritios Krater

lustración reconstructiva del motivo del suicidio de Ayax – Eurytios Krater.

Lecturas a Ayax, de Sófocles

11 lunes Mar 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Del diario

≈ Deja un comentario

El suicidio de Ayax

«El suicidio de Ayax», ánfora decorada por Exekias.

Primera lectura:

(Traducción de José Vara Donado, ediciones Cátedra, Madrid, 1985).

 

Por la envidia, Ayax termina enloquecido de ira y, con esa locura en su mente, ataca a las reses, carneros y perros del rebaño de sus aliados. Los acuchilla con saña creyendo que son sus contrincantes. Toma parte de ese ganado y lo lleva preso a su tienda. Uno de esos rehenes, supone él, es Ulises, su gran rival. Pero cuando desaparece la ira, cuando recupera su lucidez, Ayax siente la vergüenza más terrible. Se siente deshonrado, fracasado en su honor y en su valentía. Todo el valor mostrado en sus anteriores hazañas parece una mascarada frente al acto cometido con las bestias. Consternado por este incidente toma la decisión de matarse. Prepara la espada y se lanza sobre ella. Ni su esposa, ni el corifeo, logran evitar este suicidio. O si lo presintieron llegaron tarde para evitarlo.  El final de la tragedia es un alegato sobre si deben enterrar o no a este hombre. Afortunadamente Ulises logra tomar partido en favor de la preparación para la sepultura de su antiguo rival. Por varias afirmaciones de Ayax, se nota que es soberbio o que confía más en su valentía que en el favor de los dioses. Ese puede ser uno de los motivos por los cuales Atenea lo enloquece, haciéndole creer que son hombres y no reses las que apuñala con tanto odio. También es probable, como acontece con la manera de operar el destino, que la prevención de no salir de la tienda de guerra, de quedarse ese día resguardado en ella, haya sido un mensaje tardío.

Segunda lectura:

(Traducción de Julio Pallí Bonet, RBA, edición cedida por B.S.A., 1995).

 

Ayax tiene un conflicto: él, que era uno de los más valientes, el que había mostrado arrojo y valor en la guerra, ahora, después de haber acabado con el ganado botín de los argivos, era indigno de ese pasado glorioso. Se sabe deshonrado por ese acto. ¿Qué valiente guerrero haría tal hecho? , ¿y cómo responderle a su padre, a su pueblo, a su familia?. ¿cómo explicarles esos actos demenciales en que, con tal saña, había degollado y abierto en tajo a bueyes y corderos? La vergüenza de sus pensamientos lo lleva a tomar una decisión: hará creer, a su esposa, que va a enterrar su lanza, que el valiente e insolente guerrero dejará para siempre los ardores de la batalla; pero no es así. Lo que en verdad hace es disponer de la mejor manera la espada de Héctor, aquel regalo de su enconado enemigo, para luego lanzarse contra ella. Ese será, hecho paradójico, su último acto de valentía. Lo que sigue después, la disputa entre sus allegados y los generales por darle o no sepultura, no es lo más importante. Ayax buscó salvar esa deshonra usando su propia vida. Él es el nuevo corderillo, la víctima para el sacrificio. Y si en un acto de locura o de posesión divina terminó matando el ganado de los argivos, ahora, será su cuerpo el que ofrece en sacrificio.

Tercera lectura:

(Traducción de José María Lucas de Dios, Alianza, Madrid, 2013).

 

Bien parece que el destino es inevitable, o que los dioses, cuando no se los atiende, urgen desgracias para los mortales. Por culpa de su soberbia o su altanería, Ayax va a ser castigado. Esa súbita locura, mezcla de odio, envidia y rabia, esa falta de reflexión sobre sus acciones, es la que lo lleva a degollar el ganado de los argivos. Por culpa de su altanería Ayax termina desbocándose asesinando no a hombres, como él creía, sino a bestias indefensas. Esa es su culpa. El precio por esta falta a los dioses, por esta afrenta, es el deshonor, el escarnio, la risa de sus enemigos. Al bajarlo de ese pedestal de héroe, de aguerrido y lanzado combatiente, y ponerlo en el lugar de alguien que asesina a mansalva y se aprovecha de los indefensos guardianes de ganado, Atenea consigue el mayor castigo para Ayax. Por eso él fragua un modo de subsanar dicha deshonra. El suicidio es la salida a ese señalamiento de cobardía: al menos para clavar su propia espada en el cuerpo, se necesita valor, mucho valor. Hasta puede pensarse que este último acto, que no es de piedad o de sumisión y acato a las divinidades, de aceptación pasiva del destino, corresponde al carácter inquebrantable de Ayax: él no se doblega al designio de los dioses, es un ser que se vale por sí mismo. Su orgullo lo lleva a matarse; es una especie de retaliación, abiertamente desafiante a los que se burlan de su locura nocturna. Y así como levantaba la espada ensangrentada de carneros y bueyes inocentes, ahora, en el último acto de su vida, levanta la espada para ofrecerse en sacrificio. Ayax se transforma en parte del botín.

Cuarta Lectura:

(Traducción de Fernando Segundo Briera Salvatierra, Ediciones EDAF, Madrid, 2008).

 

Ayax es inflexible, tan duro es su carácter como el escudo de siete cueros de buey que le servía de defensa en la guerra. Ayax es obstinado, terco, seguro de sus decisiones hasta la obcecación. Por eso no necesita de la ayuda de los dioses. Ayax no duda, y, si comete un error, lo hace convencido de que está agrediendo realmente a sus enemigos; de allí el afán de abrirles el vientre y humillarlos con el castigo del látigo hasta morir. Ayax tiene una voluntad heroica, ciclópea; no escucha consejos ni razones; por el contrario, pide que su mujer guarde silencio. Ayax escucha tan solo a sus propios pensamientos; se ensimisma, se guarda; allí, en la soledad de su tienda, a partir de su falta o su error, urde en consecuencia un plan para salvaguardar su honra mancillada. Una vez más, esas cavilaciones nacen de su mente; no hay oráculos ni lectura de indicios agoreros. Ayax es incapaz de pedir ayuda y menos solicitar clemencia o perdón. No es un ser que vuelva atrás para reconvenir o subsanar lo hecho. Ayax solo mira hacia adelante; es un hombre de acción suprema: un guerrero heroico. Matarse, en consecuencia, corresponde a su temperamento: es una decisión irrevocable, directa, definitiva. Lo trágico de su existencia precisamente está ahí, en esa incapacidad para dudar, para contemplar la posibilidad de diversas alternativas y sopesar las consecuencias de tomar una u otra opción. Ayax no es astuto como Ulises; Ayax representa la ética de la fuerza, de la valentía suprema.  Ayax tiene dentro de su corazón la impronta de los valientes absolutos, esa disposición de la voluntad –cuando todo falla o se avecina la derrota– para asumir el propio sacrificio. Ayax vivió hasta el final el destino de ser un soldado cabal en cuerpo y alma.

Quinta lectura:

(Traducción de Julián Motta Salas, Banco de la República, Bogotá, 1958).

 

Los suicidas, por tener alma trágica, son demasiado sensibles al deshonor, a la humillación, a la burla, al señalamiento social. La risa sarcástica, el rumor negativo, el dedo acusador, todas estas cosas pesan demasiado en su conciencia. Los suicidas, en este sentido, sobredimensionan sus mismas acciones o las acciones de los demás. Ayax, por ejemplo, no soportó la injusticia en el resultado del sorteo de las armas de Aquiles: él sabía que era el más aguerrido, el más valiente y, por ende, debía ser acreedor a dichos objetos de guerra. Al no obtener las armas, se produce en él una decepción infinita. Este hecho lo agobia hasta la locura. No encuentra explicaciones justas a esta decisión o siente que el jurado ha sido comprado o está abiertamente contra él. Y más tarde, cuando recapacita sobre las acciones realizadas por sus manos en ese acto de locura, cuando cae en la cuenta de su error, Ayax sobredimensiona esos hechos: ¿por qué actuó así?, ¿cómo logró asesinar a todo ese ganado?, ¿cómo no se dio cuenta de que estaba matando a bestias y no a hombres? Sin embargo, más allá de entender o aceptar esa falla y seguir adelante con su vida, de comprender lo realizado y achacarlo a la enceguecida cólera, Ayax se obsesiona con este acontecimiento, lo amplifica hasta convertirlo en un acto bochornoso, inaceptable, intolerable. Los suicidas como él, sus almas altamente sensibles, transforman lo casual u ocasional en un acto de resonancia eterna. No hay forma de que sanen las heridas recibidas o producidas, no hay razones que ayuden a curar su espíritu y su mente. Un gesto, una palabra, una situación que para muchas personas resulta accidental, en el caso de los suicidas se convierte en un hecho esencial. Sus almas poseen, para su desgracia, un umbral de valoración altísimo, un rasero de encumbradas resonancias. El conflicto se acentúa porque las otras personas banalizan lo que ellos magnifican. Los suicidas sufren esa incomprensión del afuera, de los parientes, de las personas más cercanas; por eso se encierran, se ensimisman, se aíslan. El límite de ese estado intolerable, esa escisión entre su percepción excesiva y la inadvertencia de los demás, conduce inexorablemente a poner fin a su existencia.    

Preguntas sobre lectura crítica

04 lunes Mar 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Conferencias

≈ 38 comentarios

Ángel Boligán

Ilustración de Ángel Boligán.

Hace poco estuve con los profesores del colegio Agustiniano Suba hablando sobre “Lectura crítica”. Además de compartir una variedad de estrategias para incentivarla y desarrollarla en las aulas, el encuentro sirvió para revitalizar la misión de formar a las nuevas generaciones con capacidad para leer el contexto y tomar distancia del inmediatismo de la información al que están expuestos. Para continuar ese diálogo, respondo a algunas preguntas hechas por los participantes.

  1. Cómo lograr que cada estudiante tome conciencia crítica frente a lo que lee? (Patricia Rojas Joya).

La toma de conciencia compete principalmente al estudiante; sin embargo, los maestros podemos contribuir a que en el aula o en la institución educativa se avance en ese proceso formativo. Lo primero es pensar muy bien las lecturas que les ponemos a nuestros aprendices: ¿qué nos proponemos con ellas?, ¿cuál dimensión humana deseamos cualificar?, ¿qué proceso de pensamiento consideramos moviliza o promueve?, ¿cómo contribuyen a la reflexión? Esta labor de saber seleccionar las lecturas, de elegirlas con cuidado formativo es una de las maneras como contribuimos, así sea de manera indirecta, a la conciencia crítica. Lo segundo es pensar muy bien las actividades derivadas de esas lecturas; por ejemplo, ¿vamos más allá del resumen y de la mera transcripción de apartados?, ¿fomentamos el contrapunto con fragmentos de esas lecturas?, ¿ponemos a escribir con el fin de que tomen partido por algo o en contra de lo que allí se afirma?, ¿privilegiamos los textos argumentativos por encima de los expositivos? Y aún más: ¿hacemos solo control de lectura o provocamos el debate, el foro, el panel, la discusión organizada? Esto también influye en el desarrollo de la conciencia crítica. Pero, además, podemos hacer que el estudiante vincule esas lecturas con su vida, con su cotidianidad, con su existencia. Aquí de nuevo la didáctica es fundamental para lograr que los alumnos sientan esas lecturas relacionadas con el mundo que viven o que en unos años vivirán. Las prácticas de reconocimiento y proyección vital son adecuadas para este propósito.

  1. ¿Todos los textos requieren de una lectura crítica? (Yadira Beltrán).

En principio sí. Sólo que unos se prestan más que otros, o requieren de mayores elementos para hacerlo. No es lo mismo debatir con un texto de ciencias sociales que uno del campo de las matemáticas. Pero aun así, si el profesor contextualiza cada lectura, si dota de densidad histórica o de aplicación eso que se está leyendo, seguramente cabrá la perspectiva de la lectura crítica. Siempre hay que recordar una cosa: la lectura crítica es esencialmente una actitud de sospecha, de cuestionamiento, de preguntar al texto. Somos lectores críticos porque ponemos entre paréntesis lo que leemos, llámese texto escrito, ambiente de ciudad, objetos que circulan, mensajes de diferentes medios, gestos, prácticas… Y poner entre paréntesis es tener el tiempo suficiente para analizar su procedencia, su alcance, sus implicaciones. También hacer lectura crítica es comparar distintos textos enfocados en el mismo tema o asunto. Relacionar, comparar, ver semejanzas y diferencias, todo eso puede aplicarse a muchos tipos de textos y a diversas disciplinas.

  1. ¿Cómo desarrollar la capacidad de descubrir la intertextualidad de los textos? ¿Qué actividades externas a la lectura pueden favorecer el desarrollo de la lectura crítica? (Walter Alfred Albrecht Lorenzini).

A la primera inquietud diría que, cuando los textos traen citas o notas a pie de página, esa ya es una buena pista para hacerles evidente a los estudiantes la intertextualidad. No pasar por alto, entonces, esa letra menuda. Llevar a clase esos otros libros, fotocopiar la tabla de contenido o enriquecer la discusión con el capítulo a que se alude en la lectura, es desarrollar la intertextualidad. Otro modo es mirar con los alumnos, en detalle, la bibliografía. Identificar esas obras y esos autores: nacionalidad, tendencia, ubicación de su pensamiento. La bibliografía, si se sabe leer en clase, si se diseñan actividades que despierten la curiosidad para rastrearla, es una manera directa de apreciar los otros textos que han servido de base o de andamiaje a un autor en particular. Ahora bien, para responder a la segunda inquietud, resulta muy conveniente que los estudiantes hagan registros escritos o visuales de su vida cotidiana. Enseñarles a hacer lectura semiótica de la moda, del mundo de la publicidad, de los centros comerciales, de los videoclips, de lo que circula con abundancia en internet. Lo importante es habituar a los alumnos a realizar esos registros; que tengan un diario o un cuaderno de notas. Hasta podría pedírseles, como lo hice yo mismo alguna vez, que lleven un “Diario del escucha” en el que graben aquellos eventos o situaciones que les parezcan dignos de interés o curiosidad. Todo aquello que ayude a que los alumnos reconozcan su entorno, que tomen cierta distancia de etnógrafos o reporteros del acontecer cotidiano, todo ello, revertirá en la lectura de otros textos y, por supuesto, irá creando una capacidad viva de lector crítico. 

  1. ¿De qué manera motivar a un estudiante hacia la lectura crítica sin que tome apatía? (Andrés Quiroga Murcia).

Por supuesto, la estrategia didáctica que emplee el maestro es fundamental. Por ejemplo, no poner tareas de afán, explicar con tiempo el sentido de un trabajo o una actividad. Si la lectura crítica es propuesta como un reto, como algo en que el estudiante sienta que descubre o aporta algo, será más motivadora que una actividad en la que todo se reduce a transcribir o copiar de otro texto. Resulta muy positivo, de igual forma, incitar al estudiante a que explore en sus gustos, en sus dudas, en su campo de intereses. No sobra recordar que la lectura crítica lejos de reducirse a la lectura de obras literarias es aplicable a otros escenarios cercanos a la calle, a la cotidianidad de los estudiantes. Es aconsejable que los trabajos o tareas sobre lectura crítica no se queden solo en la evaluación secreta que hace el maestro; por el contrario, es más motivador que esas tareas se compartan, se hagan exposiciones o murales, se lleven a plenarias en las que el estudiante pueda “mostrarse”, exhibir su creatividad o singularidad.

  1. ¿Cuál es la esencia de la lectura crítica, o qué la diferencia de una lectura normal? (Karolina Martínez Garzón).

La principal diferencia con otras lecturas es que, además de dar cuenta de un significado o de comprender bien un mensaje, la lectura crítica desea entender los contextos, la relación con el autor, los intertextos que subyacen, los intereses implícitos en un texto. Si la lectura normal es una labor más formal, más intrínseca, la lectura crítica aboga por relacionar esa lectura con la historia, con los intereses o ideologías de las que participa. Esa es una gran diferencia. La segunda es mucho más profunda: a diferencia de la lectura normal, de una labor decodificadora de los textos, la lectura crítica se encamina a formar en los lectores un espíritu capaz de la perspicacia, la sospecha, la duda, el cuestionamiento. Un lector crítico no solo sabe la estructura de un texto, sino que es capaz de fisurarlo con interrogantes para descubrir sus omisiones o sus recurrencias, para detectar el engranaje oculto que lo soporta. Esto permite que, poco a poco, el lector deje de asumir los textos de manera ingenua o aséptica para ir asumiendo una toma de posición más aguda en la que se entiende la información pero, a la vez, se puede inferir de qué manera lo dicho ayuda a liberar o cualificar a un ser humano en lugar de mantenerlo en la sumisión o la ignorancia propensa a la manipulación y el fanatismo.   

  1. ¿Cómo se puede implementar la lectura crítica en las artes plásticas? (Natalia Santoyo Santamaría).

Las artes plásticas, en general, son un buen medio para hacer lectura crítica. Piénsese no más en la lectura que posibilita la arquitectura y su concreción en el espacio de unas ideas religiosas, de poder o de concepción ideológica; o hacer lectura crítica de los estilos y sus formas, o de los ornamentos… O la lectura crítica que podría hacerse de los diversos motivos plasmados en la pintura, digamos el desnudo femenino, para entender cómo ha cambiado históricamente una idea de belleza, y a qué concepción social o cultural de la mujer corresponde cada propuesta en un lienzo… O para poner un ejemplo del dibujo humorístico: cuánto puede ayudarnos la caricatura para mostrar, en concreto, cómo frente a determinado hecho o situación se hacen lecturas irónicas o abiertamente críticas. Si ponemos a nuestros estudiantes a que indaguen y consigan caricaturas sobre un hecho polémico o de actualidad, si les pedimos que cotejen esas diferentes piezas gráficas, y si luego ya en el salón, hacemos una exposición y sacamos en claro lo que muestran esas pequeñas obras artísticas, lo que sacan a flote o ponen en evidencia, con toda seguridad favoreceremos la lectura crítica y un ojo cuidadoso para apreciar estas manifestaciones gráficas del sarcasmo, la sátira y el ingenio mordaz. Una vez más, los aportes de la semiótica resultan más que idóneos para este campo de la lectura crítica.

  1. ¿Cómo promover la lectura crítica a través de tablas y gráficos? (Javier Hernández Montoya).

De entrada podría sugerir analizar con los estudiantes cómo fue construida esa tabla: ¿cuál es su ficha técnica?, ¿su margen de error?, ¿y por qué tienen un margen de error?, ¿qué tan grande fue la muestra?, ¿cómo enriquece o no la información de la cual sirve de ilustración? Así que lo primero es relacionar la información de la gráfica con la información escrita o con el contenido que le sirve de soporte. También se podría constatar cuál es la intención de exponer en la tabla o en una gráfica determinada información: ¿qué se privilegia?, ¿qué se omite?, ¿por qué se seleccionó ese aspecto? Sobra decir que muchos de los textos llamados “discontinuos”, de los que se valen los medios de información, tratan de “hacer creer” de manera rápida, obviando el análisis y tratando de embaucar al lector en la consigna de que “una imagen vale más que mil palabras”. Por eso hay que leerlos críticamente. Vale la pena leer en clase los “folletos publicitarios” para descubrir los intertextos, las omisiones, las implicaciones, la letra chiquita que esconde una falacia o una engañifa legal. La lectura crítica de mapas se lograría enriquecer en el aula si se entiende la realidad no desde la lógica de la linealidad, sino desde una mirada de la superficie. Al diferenciar mapa de territorio, al entender las convenciones y, en particular, el concepto de escala, estaríamos proveyendo a nuestros estudiantes de miradores potentes para saberse “habitantes” de un espacio o poblar un “nicho” vital y entender las implicaciones de la tenencia de una tierra, los procesos migratorios o lo que trae consigo, a nivel social y personal un proceso de desplazamiento. Ser lector crítico de mapas es advertir cómo se ha ido construyendo una visión de mundo de acuerdo a unos intereses económicos o a una especial manera de ubicar dónde queda el centro y dónde la periferia.

  1. ¿Cómo se puede realizar un aporte a la lectura crítica desde la educación física en grados superiores? (Jaime Enrique Rodríguez Muñoz).

El cuerpo, como se sabe, es un lugar en el que confluyen infinidad de marcas de crianza, morales, prácticas de higiene y de cuidado. Examinarlo, conocerlo (y no solo ejercitarlo) podrían ser vías de lectura crítica. Poder tomar distancia comprensiva de los cambios que va sufriendo, de los miedos que en él se concentran, la forma como se lo alimenta o se lo somete a restricciones mediadas por la moda o el imperio de la sociedad de consumo, son otro conjunto de posibilidades. Al invitar a los estudiantes a reflexionar sobre su corporeidad, a descubrirse y redescubrirse, lo mismo que a entender lo que implica disciplinar el cuerpo, escucharlo en su comunicación silente, cómo se pone en contacto con otros y cuánto se llega a modificar en aras de cumplir determinado canon de belleza, tales análisis contribuirían a una mejor relación con el propio cuerpo y con el de los semejantes. Todas las prácticas de saber acariciar y tener tacto, o esas otras de conocer cuáles son los límites de la agresión física, son idóneos para que los estudiantes sepan leer los signos físicos que establecen los vínculos de la convivencia y el trato respetuoso. La danza, el baile, el juego, son otras formas adicionales de poner el cuerpo en ejercicio, sin que tengamos que someterlo al castigo de origen militar o a la corrección moral vergonzante y culpabilizadora.

Entradas recientes

  • Las homófonas y los parónimos en tono narrativo
  • Las guacharacas incendiarias
  • Fábulas para reflexionar
  • Nuevos relatos cortos
  • Relatos cortos

Archivos

  • febrero 2023
  • enero 2023
  • diciembre 2022
  • noviembre 2022
  • octubre 2022
  • septiembre 2022
  • agosto 2022
  • julio 2022
  • junio 2022
  • mayo 2022
  • abril 2022
  • marzo 2022
  • febrero 2022
  • enero 2022
  • diciembre 2021
  • noviembre 2021
  • octubre 2021
  • septiembre 2021
  • agosto 2021
  • julio 2021
  • junio 2021
  • mayo 2021
  • abril 2021
  • marzo 2021
  • febrero 2021
  • enero 2021
  • diciembre 2020
  • noviembre 2020
  • octubre 2020
  • septiembre 2020
  • agosto 2020
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • marzo 2020
  • febrero 2020
  • enero 2020
  • diciembre 2019
  • noviembre 2019
  • octubre 2019
  • septiembre 2019
  • agosto 2019
  • julio 2019
  • junio 2019
  • mayo 2019
  • abril 2019
  • marzo 2019
  • febrero 2019
  • enero 2019
  • diciembre 2018
  • noviembre 2018
  • octubre 2018
  • septiembre 2018
  • agosto 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • mayo 2018
  • abril 2018
  • marzo 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • noviembre 2017
  • octubre 2017
  • septiembre 2017
  • agosto 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • mayo 2017
  • abril 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • octubre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • enero 2016
  • diciembre 2015
  • noviembre 2015
  • octubre 2015
  • septiembre 2015
  • agosto 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • octubre 2014
  • septiembre 2014
  • agosto 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • agosto 2013
  • julio 2013
  • junio 2013
  • mayo 2013
  • abril 2013
  • marzo 2013
  • febrero 2013
  • enero 2013
  • diciembre 2012
  • noviembre 2012
  • octubre 2012
  • septiembre 2012

Categorías

  • Aforismos
  • Alegorías
  • Apólogos
  • Cartas
  • Comentarios
  • Conferencias
  • Crónicas
  • Cuentos
  • Del diario
  • Del Nivelatorio
  • Diálogos
  • Ensayos
  • Entrevistas
  • Fábulas
  • Homenajes
  • Investigaciones
  • Libretos
  • Libros
  • Novelas
  • Pasatiempos
  • Poemas
  • Reseñas
  • Semiótica
  • Soliloquios

Enlaces

  • "Citizen semiotic: aproximaciones a una poética del espacio"
  • "Navegar en el río con saber de marinero"
  • "El significado preciso"
  • "Didáctica del ensayo"
  • "Modos de leer literatura: el cuento".
  • "Tensiones en el cuidado de la palabra"
  • "La escritura y su utilidad en la docencia"
  • "Avatares. Analogías en búsqueda de la comprensión del ser maestro"
  • ADQUIRIR MIS LIBROS
  • "!El lobo!, !viene el lobo!: alcances de la narrativa en la educación"
  • "Elementos para una lectura del libro álbum"
  • "La didáctica de la oralidad"
  • "El oficio de escribir visto desde adentro"

Suscríbete al blog por correo electrónico

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Únete a otros 951 suscriptores

Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

Ir a la versión móvil
 

Cargando comentarios...