
“Maestro es aquel que sabe preservar el lugar correcto de lo imposible”: Massimo Recalcati.
Es gratificante para nuestro espíritu encontrar autores como Massimo Recalcati, no solo por la hondura de sus análisis, sino por el tono esperanzador que evidencia en sus obras. Recalcati, nacido en 1959, es un psicoanalista, ensayista, maestro de la Universidad de Pavía y heredero de la tradición lacaniana. Lo primero que leí de él fue La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza (Anagrama, Barcelona, 2016). Un libro ideal para los educadores desanimados de su profesión o aquellos otros que consideran inútil la tarea de educar a las nuevas generaciones; y lo es porque Recalcati ve salidas a la crisis de la escuela, porque vuelve a poner la tarea ejemplar del maestro como un oficio digno y emulable. Son tantas las ideas y sugerencia del escritor milanés en este texto que la siguiente selección es apenas una degustación de un libro dedicado, precisamente, a su maestra Raffaella Cenni, aquella mujer “que supo amar” a alguien que, como él, se le dificultaba aprender:
“El maestro no es aquel que posee el conocimiento, sino aquel que sabe entrar en una relación única con la imposibilidad que recorre el conocimiento, que es la imposibilidad de saber todo el saber”.
“El verdadero corazón de la Escuela está formado por horas de clase que pueden ser aventuras, encuentros, hondas experiencias intelectuales y emocionales. Porque lo que queda de la Escuela, en la época de su evaporación, es la belleza de la hora de clase”.
“Si todo empuja a nuestros jóvenes hacia la ausencia de mundo, hacia el retiro autista, hacia el cultivo de mundos aislados (tecnológicos, virtuales, sintomáticos), la Escuela sigue siendo lo que salvaguarda lo humano, el encuentro, los intercambios, las amistades, los descubrimientos intelectuales, el eros. ¿Acaso un buen enseñante no es aquel capaz de hacer existir mundos nuevos? ¿No es aquel que todavía cree que una hora de clase puede cambiar la vida?”.
“La Escuela neoliberal exalta la adquisición de las competencias y la primacía del hacer, y suprime, o relega a un rincón apartado, toda forma de conocimiento no relacionado de manera evidente con el dominio pragmático de una productividad concebida sólo en términos economicistas (por ejemplo, la filosofía o la historia del arte en la escuela secundaria)”.
“Hoy prevalece un modelo hipercognitivo que aspita a emanciparse por completo de toda preocupación por los valores, para fortalecer las competencias orientadas a resolver problemas en lugar de a saber planteárselos”.
“Los padres se han aliado con los hijos y han dejado a los docentes en la soledad más absoluta, para que representen lo que queda de la diferencia generacional y de la tarea educativa, para que suplan la función paterna en contumacia, es decir, para que hagan de padres de los alumnos”.
“La desazón de nuestros hijos ya no se centra en el antagonismo entre las generaciones, sino en la pérdida de la diferencia y, por tato, en la ausencia de adultos capaces de ejercer funciones educativas y de establecer la alteridad que hace posible el choque que se halla en la base de todo proceso de formación”.
“El maestro del testimonio es aquel que sabe sostener una promesa. ¿Cuál? La promesa de la sublimación: abandonar el goce mortífero, el goce encerrado en uno mismo, el goce inmediato y su alucinación, para encontrar otro goce, capaz de hacer la vida más rica, más dichosa, capaz de amar y desear”.
“Si un maestro digno de este nombre sabe transmitir un saber vivo, desencadenar el arrebato erótico de la transferencia, podrá hacerlo sólo porque habrá sabido mantener vivo en él mismo el saber recibido del Otro. Todo maestro digno de este nombre es, en este sentido, un justo heredero”.
“La ilusión de una ‘senda corta’ hacia el éxito personal es la gran fascinación de hoy, y genera modelos peligrosos que descuidan la disciplina paciente del formación y alimentan la obstinada negativa a todo aplazamiento del goce. Para Freud, este modelo de satisfacción, alcanzado por una ‘senda corta’, se corresponde con el mecanismo psicótico de la alucinación”.
“La presencia del maestro adopta la forma de un estilo. Porque lo que cuenta ante todo es el estilo individual del maestro. Sucede cada vez que un maestro habla. Más allá de lo que diga, lo que cuenta es desde dónde dice lo que dice, de dónde extrae la fuerza de su palabra”.
“Pensar en transmitir el saber sin tener que pasar por una relación con quien lo encarna es una ilusión, porque no existe didáctica más que dentro de una relación humana”.
“El buen maestro es aquel que sabe proteger el vacío, el no-todo, el tropiezo como condición para la búsqueda. No tiene miedo ni vergüenza de su no-saber, de su ignorancia (que Nicolás de Cusa llamaría ‘docta’), porque sabe que los límites del saber son los que animan el impulso del conocimiento”.
Una segunda obra que leí con fruición, y que me parece iluminadora para comprender los problemas entre generaciones tan recurrentes en nuestra época, es El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor (Anagrama, Barcelona, 2014). Uno de los puntos vertebrales del libro es su análisis en cuatro figuras-símbolo de la relación padre e hijo: el hijo-Edipo, el hijo Anti-Edipo, el hijo Narciso y el hijo-Telémaco. La propuesta de Recalcati termina subrayando el papel del testimonio como la manera idónea para transmitir la herencia entre generaciones; dicho testimonio se encarna en tres palabras: acto, fe y promesa. Una vez más, entresaco algunas ideas, con el fin de invitar a la lectura completa del texto:
“La demanda del padre que invade ahora el malestar de la juventud no es una demanda de poder y de disciplina, sino de testimonio”.
“La herencia no consiste jamás en colmar el agujero abierto por la ausencia estructural del Padre, sino que es siempre, y únicamente, la acción de atravesarlo”.
“Heredar no es sólo recibir un sentido del mundo, sino que es también la posibilidad de abrir nuevos sentidos del mundo, nuevos mundos de sentido”.
“El heredar no es la búsqueda de una confirmación identitaria. Implica, por el contrario, un salto adelante, un desgarro, una peligrosa reconquista”.
“La vida se humaniza solamente a través de la adquisición de una dignidad simbólica que la hace única e insustituible. La vida se humaniza a través del reconocimiento, por parte de la propia familia y del cuerpo social al que se pertenece, como vida humana”.
“Saber perder a los propios hijos es el regalo más grande de los padres, que comienza cuando asumen la responsabilidad de representar la Ley de la palabra”.
“El mito de hacerse uno mismo, de la autogeneración, como el de tomarse la justicia por su cuenta, sigue siendo, al menos para el psicoanálisis, un mito fascista. Nadie es dueño de sus orígenes, al igual que nadie puede ser el salvador del mundo. No existe comunidad humana sin mediación institucional, sin mediación simbólica, sin el paciente trabajo de la traducción”.
“Los adultos parecen haberse perdido en el mismo mar donde se extravían sus hijos, ya sin distinción generacional alguna; persiguen amistades fáciles en las distintas redes sociales, se visten de la misma manera que sus hijos, juegan con sus mismos juegos, hablan el mismo idioma, tienen los mismos ideales. Este nuevo retrato del adulto refuerza el mito inmortal de Peter Pan, el mito de la eterna juventud, la retórica de un culto a la inmadurez que propone una felicidad despreocupada y libre de toda responsabilidad”.
“Si el lugar de los adultos queda vacío, abandonado, repudiado, será difícil para las nuevas generaciones sentirse reconocidas, será difícil que puedan sentirse realmente como hijos. Hijos ¿de quién? ¿De qué padres, de qué adultos? ¿De qué clase de testimonio de vida?”
“Ninguna otra época ha conocido una libertad individual y de masas como la experimentada por nuestra juventud. Sin embargo, a esta nueva libertad no corresponde promesa alguna sobre su porvenir. La vieja generación ha abandonado su papel educativo entregando a nuestros hijos, como consecuencia, una libertad fatalmente mutilada”.
“Nuestros hijos viven en una época de libertad de masas, en la que ese aislamiento crece exponencialmente junto al conformismo. Sus responsabilidades crecen precozmente, pero cada vez es más raro que puedan hallar en los adultos encarnaciones creíbles de lo que significa ser responsable”.
“Hoy en día la depresión afecta cada vez más al mundo juvenil bajo la forma de una abulia generalizada, de una carencia de impulso, de una caída tendencial del deseo”.
“La vida no se humaniza recibiendo su bagaje genético o las rentas económicas a las que tiene derecho, sino haciendo realmente propio todo lo que ha recibido del Otro, subjetivando su proveniencia del Otro, la deuda simbólica que a él le une”.
“El movimiento de heredar se sitúa en los confines mismos entre la memoria y el olvido, entre la lealtad y la traición, entre la pertenencia y la errancia, entre la filiación y la separación. No es uno contra el otro, sino uno en el otro, el uno atornillado en la madera más dura del otro”.
“Heredar es eso: descubrir que me he convertido en lo que siempre he sido, hacer propio –reconquistar– lo que ya era mío desde siempre”.
Entusiasmado por el fino tamizaje de las interpretaciones de Massimo Recalcati a diferentes problemas de nuestro tiempo, leí otras dos obras que me parecen dignas de recomendar: Ya no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosa (Anagrama, Barcelona, 2015) y Las manos de la madre. Deseos, fantasma y herencia de lo materno (Anagrama, Barcelona, 2018). Pero para incitar aún más a la lectura de los libros de este pensador italiano, cierro este comentario no transcribiendo apartes de estas dos obras, sino recogiendo una respuesta del psicoanalista a una entrevista hecha por Olga R. Sanmartín para El Mundo, en el 2017, sobre la consecuencia de la pérdida de las humanidades en la escuela:
“Uno de los síntomas más evidentes de la escuela contemporánea es que ha subordinado la propia lengua y sus raíces humanísticas al lenguaje economicista empresarial. El mito de la producción y del rendimiento proyecta su sombra sobre nuestra escuela. ¿No debería ser precisamente la escuela la que permita un tiempo improductivo que sea fecundo? ¿No es el colegio el lugar donde se puede dedicar toda una tarde a estudiar y leer juntos una poesía, donde el tiempo se emancipe de la pesadilla de la productividad?”