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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: octubre 2019

Las reflexiones críticas de Massimo Recalcati

28 lunes Oct 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Comentarios

≈ 4 comentarios

Recalcati

«Maestro es aquel que sabe preservar el lugar correcto de lo imposible»: Massimo Recalcati.

Es gratificante para nuestro espíritu encontrar autores como Massimo Recalcati, no solo por la hondura de sus análisis, sino por el tono esperanzador que evidencia en sus obras. Recalcati, nacido en 1959, es un psicoanalista, ensayista, maestro de la Universidad de Pavía y heredero de la tradición lacaniana. Lo primero que leí de él fue La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza (Anagrama, Barcelona, 2016). Un libro ideal para los educadores desanimados de su profesión o aquellos otros que consideran inútil la tarea de educar a las nuevas generaciones; y lo es porque Recalcati ve salidas a la crisis de la escuela, porque vuelve a poner la tarea ejemplar del maestro como un oficio digno y emulable. Son tantas las ideas y sugerencia del escritor milanés en este texto que la siguiente selección es apenas una degustación de un libro dedicado, precisamente, a su maestra Raffaella Cenni, aquella mujer “que supo amar” a alguien que, como él, se le dificultaba aprender:

“El maestro no es aquel que posee el conocimiento, sino aquel que sabe entrar en una relación única con la imposibilidad que recorre el conocimiento, que es la imposibilidad de saber todo el saber”.

“El verdadero corazón de la Escuela está formado por horas de clase que pueden ser aventuras, encuentros, hondas experiencias intelectuales y emocionales. Porque lo que queda de la Escuela, en la época de su evaporación, es la belleza de la hora de clase”.

“Si todo empuja a nuestros jóvenes hacia la ausencia de mundo, hacia el retiro autista, hacia el cultivo de mundos aislados (tecnológicos, virtuales, sintomáticos), la Escuela sigue siendo lo que salvaguarda lo humano, el encuentro, los intercambios, las amistades, los descubrimientos intelectuales, el eros. ¿Acaso un buen enseñante no es aquel capaz de hacer existir mundos nuevos? ¿No es aquel que todavía cree que una hora de clase puede cambiar la vida?”.

“La Escuela neoliberal exalta la adquisición de las competencias y la primacía del hacer, y suprime, o relega a un rincón apartado, toda forma de conocimiento no relacionado de manera evidente con el dominio pragmático de una productividad concebida sólo en términos economicistas (por ejemplo, la filosofía o la historia del arte en la escuela secundaria)”.

“Hoy prevalece un modelo hipercognitivo que aspita a emanciparse por completo de toda preocupación por los valores, para fortalecer las competencias orientadas a resolver problemas en lugar de a saber planteárselos”.

“Los padres se han aliado con los hijos y han dejado a los docentes en la soledad más absoluta, para que representen lo que queda de la diferencia generacional y de la tarea educativa, para que suplan la función paterna en contumacia, es decir, para que hagan de padres  de los alumnos”.

“La desazón de nuestros hijos ya no se centra en el antagonismo entre las generaciones, sino en la pérdida de la diferencia y, por tato, en la ausencia de adultos capaces de ejercer funciones educativas y de establecer la alteridad que hace posible el choque que se halla en la base de todo proceso de formación”.

“El maestro del testimonio es aquel que sabe sostener una promesa. ¿Cuál? La promesa de la sublimación: abandonar el goce mortífero, el goce encerrado en uno mismo, el goce inmediato y su alucinación, para encontrar otro goce, capaz de hacer la vida más rica, más dichosa, capaz de amar y desear”.

“Si un maestro digno de este nombre sabe transmitir un saber vivo, desencadenar el arrebato erótico de la transferencia, podrá hacerlo sólo porque habrá sabido mantener vivo en él mismo el saber recibido del Otro. Todo maestro digno de este nombre es, en este sentido, un justo heredero”.

“La ilusión de una ‘senda corta’ hacia el éxito personal es la gran fascinación de hoy, y genera modelos peligrosos que descuidan la disciplina paciente del formación y alimentan la obstinada negativa a todo aplazamiento del goce. Para Freud, este modelo de satisfacción, alcanzado por una ‘senda corta’, se corresponde con el mecanismo psicótico de la alucinación”.

 “La presencia del maestro adopta la forma de un estilo. Porque lo que cuenta ante todo es el estilo individual del maestro. Sucede cada vez que un maestro habla. Más allá de lo que diga, lo que cuenta es desde dónde dice lo que dice, de dónde extrae la fuerza de su palabra”.

“Pensar en transmitir el saber sin tener que pasar por una relación con quien lo encarna es una ilusión, porque no existe didáctica más que dentro de una relación humana”.

“El buen maestro es aquel que sabe proteger el vacío, el no-todo, el tropiezo como condición para la búsqueda. No tiene miedo ni vergüenza de su no-saber, de su ignorancia (que Nicolás de Cusa llamaría ‘docta’), porque sabe que los límites del saber son los que animan el impulso del conocimiento”.

Una segunda obra que leí con fruición, y que me parece iluminadora para comprender los problemas entre generaciones tan recurrentes en nuestra época, es El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor (Anagrama, Barcelona, 2014). Uno de los puntos vertebrales del libro es su análisis en cuatro figuras-símbolo de la relación padre e hijo: el hijo-Edipo, el hijo Anti-Edipo, el hijo Narciso y el hijo-Telémaco. La propuesta de Recalcati termina subrayando el papel del testimonio como la manera idónea para transmitir la herencia entre generaciones; dicho testimonio se encarna en tres palabras: acto, fe y promesa. Una vez más, entresaco algunas ideas, con el fin de invitar a la lectura completa del texto:

“La demanda del padre que invade ahora el malestar de la juventud no es una demanda de poder y de disciplina, sino de testimonio”.

“La herencia no consiste jamás en colmar el agujero abierto por la ausencia estructural del Padre, sino que es siempre, y únicamente, la acción de atravesarlo”.

“Heredar no es sólo recibir un sentido del mundo, sino que es también la posibilidad de abrir nuevos sentidos del mundo, nuevos mundos de sentido”.

“El heredar no es la búsqueda de una confirmación identitaria. Implica, por el contrario, un salto adelante, un desgarro, una peligrosa reconquista”.

“La vida se humaniza solamente a través de la adquisición de una dignidad simbólica que la hace única e insustituible. La vida se humaniza a través del reconocimiento, por parte de la propia familia y del cuerpo social al que se pertenece, como vida humana”.

“Saber perder a los propios hijos es el regalo más grande de los padres, que comienza cuando asumen la responsabilidad de representar la Ley de la palabra”.

“El mito de hacerse uno mismo, de la autogeneración, como el de tomarse la justicia por su cuenta, sigue siendo, al menos para el psicoanálisis, un mito fascista. Nadie es dueño de sus orígenes, al igual que nadie puede ser el salvador del mundo. No existe comunidad humana sin mediación institucional, sin mediación simbólica, sin el paciente trabajo de la traducción”.

“Los adultos parecen haberse perdido en el mismo mar donde se extravían sus hijos, ya sin distinción generacional alguna; persiguen amistades fáciles en las distintas redes sociales, se visten de la misma manera que sus hijos, juegan con sus mismos juegos, hablan el mismo idioma, tienen los mismos ideales. Este nuevo retrato del adulto refuerza el mito inmortal de Peter Pan, el mito de la eterna juventud, la retórica de un culto a la inmadurez que propone una felicidad despreocupada y libre de toda responsabilidad”.

“Si el lugar de los adultos queda vacío, abandonado, repudiado, será difícil para las nuevas generaciones sentirse reconocidas, será difícil que puedan sentirse realmente como hijos. Hijos ¿de quién? ¿De qué padres, de qué adultos? ¿De qué clase de testimonio de vida?”

“Ninguna otra época ha conocido una libertad individual y de masas como la experimentada por nuestra juventud. Sin embargo, a esta nueva libertad no corresponde promesa alguna sobre su porvenir. La vieja generación ha abandonado su papel educativo entregando a nuestros hijos, como consecuencia, una libertad fatalmente mutilada”.

“Nuestros hijos viven en una época de libertad de masas, en la que ese aislamiento crece exponencialmente junto al conformismo. Sus responsabilidades crecen precozmente, pero cada vez es más raro que puedan hallar en los adultos encarnaciones creíbles de lo que significa ser responsable”.

“Hoy en día la depresión afecta cada vez más al mundo juvenil bajo la forma de una abulia generalizada, de una carencia de impulso, de una caída tendencial del deseo”.

“La vida no se humaniza recibiendo su bagaje genético o las rentas económicas a las que tiene derecho, sino haciendo realmente propio todo lo que ha recibido del Otro, subjetivando su proveniencia del Otro, la deuda simbólica que a él le une”.

“El movimiento de heredar se sitúa en los confines mismos entre la memoria y el olvido, entre la lealtad y la traición, entre la pertenencia y la errancia, entre la filiación y la separación. No es uno contra el otro, sino uno en el otro, el uno atornillado en la madera más dura del otro”.

“Heredar es eso: descubrir que me he convertido en lo que siempre he sido, hacer propio –reconquistar– lo que ya era mío desde siempre”.

Entusiasmado por el fino tamizaje de las interpretaciones de Massimo Recalcati a diferentes problemas de nuestro tiempo, leí otras dos obras que me parecen dignas de recomendar: Ya no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosa (Anagrama, Barcelona,  2015) y Las manos de la madre. Deseos, fantasma y herencia de lo materno (Anagrama, Barcelona, 2018). Pero para incitar aún más a la lectura de los libros de este pensador italiano, cierro este comentario no transcribiendo apartes de estas dos obras, sino recogiendo una respuesta del psicoanalista a una entrevista hecha por Olga R. Sanmartín para El Mundo, en el 2017, sobre la consecuencia de la pérdida de las humanidades en la escuela:

“Uno de los síntomas más evidentes de la escuela contemporánea es que ha subordinado la propia lengua y sus raíces humanísticas al lenguaje economicista empresarial. El mito de la producción y del rendimiento proyecta su sombra sobre nuestra escuela. ¿No debería ser precisamente la escuela la que permita un tiempo improductivo que sea fecundo? ¿No es el colegio el lugar donde se puede dedicar toda una tarde a estudiar y leer juntos una poesía, donde el tiempo se emancipe de la pesadilla de la productividad?”

Cuestión de estilo

23 miércoles Oct 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Imagen1

Desde tratados como el de Demetrio[1], hacia el siglo I después de C., en el que caracterizaba las cuatro clases de estilo: el llano, el elevado, el elegante y el vigoroso; hasta los textos de literatura preceptiva de cuño francés de comienzos del siglo XX[2], preocupados por definir las leyes y cualidades esenciales del estilo, siempre ha habido un interés por el estudio de los atributos de la buena prosa o, al menos, por señalar algunos rasgos particulares de la expresión escrita si pretende ser altamente comunicativa y estar bien confeccionada.

Hay manuales de redacción ya clásicos, como el de Agustín Vivaldi[3], en el que se listan y explican las cualidades primordiales del estilo: la claridad, la concisión y la sencillez y naturalidad; el autor nos advierte la necesidad de conocerlas y estudiarlas porque “claridad no es superficialidad; ni concisión, laconismo; ni sencillez ni naturalidad significan vulgaridad, plebeyez u ordinariez”. También existen Manuales de escritura en los que, además de ofrecer consejos sobre la puntuación, la conformación de párrafos y otras minucias del idioma, se dictaminan principios que ayudan a hacer seductor el estilo: “procure ser claro, simple y breve”, “privilegie los sustantivos”, “pastoree sus adjetivos”, “economice los adverbios terminados en mente y otros adverbios”, “recurra a un vocabulario variado y preciso, pero no rebuscado o pretencioso”[4]… O hay autores como José Martínez Ruiz, Azorín, quien perfiló una “teoría del estilo”[5] condensada en aforismos, que sugieren, entre otros pormenores: “poner una cosa después de otra y no mirar a los lados”, “no entretenerse”, “si un sustantivo necesita de un adjetivo, no le carguemos con dos”.

Por otra parte, cada escritor consumado ha puesto en blanco y negro ciertos principios del buen estilo. Cortázar, por ejemplo, lo definía como la “tensión entre lo necesario y lo innecesario”, y por eso había que evitar a toda costa en la escritura “los flecos”. Flaubert, por su parte, pensaba que la buena prosa necesitaba tener la consistencia del verso, es decir, “que cada frase debía ser imprescindible, rítmica y sonora”; de allí su insistencia en que “escribir bien era un asunto de saber elegir las palabras, y de tener precisión para seleccionarlas”. Gómez Dávila afirmaba que el estilo “era un orden a que el escritor sometía el caos”; Augusto Monterroso creía que el estilo era la confluencia de “la precisión, la viveza, la variedad, la rapidez, la adecuación a cada asunto y a cada intención”; y Stevenson, aunque dijo que el estilo no podía ser aprendido, sí consideraba que “la proporción de una parte con respecto a otra y con respecto al todo, la eliminación de lo inútil, el énfasis en lo importante, y el mantenimiento de un carácter uniforme de principio a fin”, esas “perfecciones técnicas”, podían “ser alcanzadas hasta cierto punto a fuerza de trabajo y coraje intelectual”[6].

Los ejemplos abundan y muestran, en el fondo, que a pesar de que el estilo, al decir de Buffon, “es el hombre mismo” y, en consecuencia, “no puede ni robarse ni transferirse ni alterarse”[7], aún hecha esa salvedad, cabe la posibilidad de enumerar algunos consejos o características que pueden servir de orientación a quien desea darle fisonomía a su estilo o, por lo menos, se conviertan en puntos de referencia para aquellas personas interesadas en cualificar o mejorar su escritura.

Así que, amparado en mi propia experiencia, considero que los cinco campos de características de un buen estilo serían los siguientes:

Orden, estructura, planeación

Me refiero a que un buen escrito necesita de una rumia previa del pensamiento en la que se medite el asunto, se hallen los puntos esenciales que desean tratarse,  se descubran las columnas vertebrales objeto de nuestro interés. Por lo general, estas cualidades en el estilo se concretan en un esbozo o una hoja de ruta –sencilla o muy detallada– en la que se señalan las partes o los hitos del futuro itinerario del escritor. Si se analiza con más detalle este campo de características del buen estilo, se descubrirá que hace parte de la preescritura, de aquella fase en la que cuentan más las ideas que las palabras, más la producción y organización de los pensamientos, que el afán por la redacción. Un buen estilo se fragua primero en la mente, en la meditación o en el juicioso análisis de un tema o un problema. Sin esa sal del “buen pensar” sería muy difícil lograr otras características de la buena prosa.

Claridad, concisión, comprensibilidad

Este segundo campo de características, si bien tienen su soporte en las primeras, se refiere a la manera como expresamos una idea, como construimos una frase, como elegimos las palabras para vestir un planteamiento. Tiene mucho que ver con un deseo de pensar en el futuro lector de lo que escribimos, y en el grado de comunicabilidad de nuestro mensaje. Si uno es claro evitará el atiborramiento y la confusión; si uno es conciso dejará a un lado las digresiones inútiles; si uno es comprensible tenderá a preferir vocablos sencillos y no aquellos rebuscados o pretenciosos. Buscar la claridad demanda abundantes correcciones, el trato frecuente con los diccionarios de uso o de los tesauros, y un cuidadoso empleo de los conectores lógicos. Para lograr la claridad hay que tener precisión semántica, y someter a la relectura lo que en un primer borrador sale sin esclusas. Nuestros escritos tendrán un más alto grado de comprensión si asumimos el rol de receptores críticos de nuestra propia obra. Tal desplazamiento es el que conduce a la variación semántica, el cambio en la sintaxis o a una enmienda considerable de una frase.

Armonía, ritmo, variedad

Estas características ponen el acento en la materialidad con que se elabora la escritura. Se refieren a “escuchar” lo que se redacta para percibir cómo armonizan los vocablos entre sí, qué tanto disuenan o cuándo la repetición cercana de una palabra empobrece rítmicamente un enunciado. Si el escritor tiene un gusto por el lenguaje, si aprecia la forma y el ritmo de las palabras al juntarse, con seguridad evitará las cacofonías y las redundancias, buscará variar la extensión de cada período para evitar la monotonía en un párrafo, y sabrá que así no esté elaborando un verso, las palabras utilizadas en un escrito provocan una música que puede ser cadenciosa o aburrida, variada o muy limitada en su composición. Quien busca un estilo melodioso requiere atender los acentos de los términos, las diferentes asonancias que se producen al cambiar el orden de las palabras, la fuerza emocional que provoca en un lector saber combinar frases de diferente medida. De igual modo, será fundamental utilizar la puntuación con el objetivo de darle a la escritura una “respiración” y un “movimiento” que evite la pesadez, la saturación o el aburrimiento.

Plasticidad, viveza, colorido

Este grupo está enfocado a resaltar el trabajo estético sobre la escritura, a tener una atención sobre la dimensión plástica de la prosa. Corresponde, en gran medida, a qué tanto podemos embellecer o darle colorido a la abstracta y escueta forma de las ideas. La viveza en el estilo involucra lo que la retórica clásica llamaba “el uso de figuras”, bien sea para resaltar un planteamiento, incitar la imaginación o mover las pasiones del receptor. Quien así procede, sabrá cuándo una metáfora es más efectiva que un simple concepto, cuándo una comparación ayuda a ofrecer claridad en un asunto o cuándo una ironía contribuye a darle más contundencia a una conclusión. La plasticidad en el estilo da energía a la escritura, favorece la creatividad y trae consigo una cercanía con el lector, tan fuerte como para implicarlo emocionalmente. Seremos más interpelativos y menos densos en nuestros escritos si conocemos y usamos con pulso y oportunidad el lenguaje de los tropos (metáfora, metonimia, sinécdoque), las figuras de construcción (la elipsis, la gradación, la hipérbaton) o las figuras de pensamiento (antítesis, paradoja, reticencia). Todos estos recursos expresivos llenan de intensidad y realce las ideas y contribuyen a exaltar la originalidad de la expresión escrita.

Originalidad, carácter, singularidad

Este último campo de características alude a dos cosas esenciales del buen estilo: la de favorecer, por todos los medios posibles, la inventiva y la autenticidad en las ideas, y la de forjar en la composición de la prosa unas marcas distintivas que la doten de singularidad. Porque tenemos como brújula la originalidad evitaremos el plagio, buscaremos los filones menos transitados en un asunto y nos esforzaremos en darle a nuestros planteamientos una renovada expresión. Más allá de encontrar temas inéditos, el esfuerzo del escritor estará en el modo de abordarlos, en la manera de interpretarlos o darles otra mirada. Por mantener esa misma orientación, será un propósito central al escribir ir poco a poco fraguando un modo especial de adjetivar, de organizar la sintaxis de una cláusula, de marcar una puntuación o de poner un título. Esos detalles, esas minucias en la apropiación y uso del idioma, son los que van dotando a la prosa de un carácter, de un sello distintivo que es la mayor aspiración de quien escribe: encontrar un estilo que lo haga inconfundible, un conjunto de rasgos tan particulares que sirvan de emblema o impronta de su nombre. Puede que sea una meta difícil de alcanzar, pero en ello estriba el conocimiento y dominio de los campos de características antes mencionadas.

Dicho lo anterior, agregaría cinco recomendaciones que son para mí esenciales si se anhela tener un estilo ágil y rotundo. La primera: evite la prosa llena de incisos o de continuas intercalaciones. Cuando se fractura de esta manera una idea, siempre se termina alimentando la confusión en el lector o dejando los enunciados a medio camino de su desarrollo. La segunda: Recuerde que el uso de cada conector lógico depende de una función específica[8]. No todos los marcadores textuales sirven para cualquier ocasión, y no todos responden al mismo fin. Dependiendo el objetivo previsto (recapitular, hacer un énfasis, ejemplificar, dar continuidad, contrastar, inferir, adicionar, hacer una advertencia), así deberá elegirse un conector. La Tercera: Emplee razonadamente los sinónimos y no como términos intercambiables.  Es común que para salir del atolladero de las repeticiones de términos empleemos un listado de sinónimos, pero sin reparar que cada palabra es más precisa y adecuada en determinado contexto. Los vocablos, en sentido estricto, no son equivalentes. Baste decir, que disminuir es perder en número y en intensidad; achicar es perder en magnitud; reducir, en espacio, acortar, en longitud[9]. La Cuarta: crea profundamente en que la buena prosa se alcanza mediante la corrección y las enmendaduras. Si se confía demasiado en los arrebatos de la inspiración o en el flujo espontáneo de las palabras, poco se avanzará en adquirir una escritura de calidad. Reconocer los propios errores, tener conciencia de autocorrección, es un atributo de los escritores expertos. Tachar, modificar, es ayudar a un escrito incipiente a que sea más preciso, más claro, más armónico, más estructurado. El paso de un borrador a otro es la forma como el estilo se acrisola o se depura, es el medio idóneo para quitarle a la médula el fárrago que no la deja despuntar. La quinta: lea con frecuencia poesía, no deje de familiarizarse con la escritura hecha de imágenes. Este lenguaje contribuye en gran medida a aumentar el radio emocional del escritor, potencia el trato con la palabra sopesada y rítmica y expande el repertorio de ejemplificaciones. La lectura habitual de poesía contribuye a que la prosa sea más imaginativa y se aumenten los matices en las ideas. 

Referencias

[1] Sobre el Estilo, Gredos, Madrid, 1979.

[2] Sirva de ejemplo, Lecciones de literatura preceptiva de Jesús María Ruano, Voluntad, Bogotá, 1962.

[3] Curso de Redacción, Gonzalo Martín Vivaldi, Paraninfo, Madrid, 1986.

[4] Véase el Manual de escritura de Andrés Hoyos Restrepo, Libros Malpensante, Bogotá, 2015.

[5] En Obras selectas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1953.

[6] Si se desean ampliar estas afirmaciones y otras de autores consagrados al oficio de escribir, consúltese mi libro Escritores en su tinta. Consejos y técnicas de los escritores expertos, Kimpres, Bogotá, 2008.

[7] Léase el “Discurso sobre el estilo”, de George-Louis Leclerc, conde de Buffon, traducido por Alí Chumacero, en: http://www.scielo.org.co/pdf/rei/v16n31/v16n31a15.pdf

[8] Para profundizar en este punto léase mi libro Pregúntele al ensayista, Kimpres, Bogotá, 2007.

[9] Continúa siendo una fuente obligada de consulta en este aspecto la obra de Roque Barcia, Sinónimos castellanos, Sopena, Buenos Aires, 1974.

Glosas a libros álbum

14 lunes Oct 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Comentarios

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Soy un atento buscador de propuestas gráficas o de contenido encarnadas en el libro álbum. Aprovecho las Ferias del libro o mi visita constante a librerías para husmear las novedades de este tipo de textos o descubrir algún autor que había estaba agazapado, escondiéndose detrás de la primera fila de libros en alguna estantería. Fruto de esa pesquisa y ese gusto hoy quiero compartir algunas “joyas” que considero dignas de exaltar o recomendar. Y aunque mis comentarios sean breves o la selección de las ilustraciones parciales, espero con estas glosas motivar a la lectura completa de dichas obras.

Una historia diferente 1

He elegido para empezar Una historia diferente de Adolfo Serra, de editorial Libre Albedrío (2017). Es un libro álbum en el que se presenta con una límpida sencillez el tema de las diferencias. Pero esa diferencia no es expuesta como un conflicto, sino como posibilidad de encuentro. Al decir del autor, lo esencial es “entender que somos únicos”. Me parece interesante usar el punto de la perspectiva para acentuar lo distinto y, subrayar que, dependiendo de la mirada así la valoración de determinado aspecto o situación. De otra parte, considero un logro gráfico el juntar un rinoceronte y un escarabajo rinoceronte para destacar entre las características disímiles una que los hace semejantes.

Palabra & Silencio 1

En esta misma perspectiva, Melisa Giraldo, en su obra Palabra & Silencio publicado por Libros para Imaginar (2017), ofrece las diferencias entre la “ruidosa” palabra y el “remoto” silencio. La propuesta visual está acorde con estos dos reinos: los rojos y naranjas para el reino de la palabra y los azules para las islas del silencio. Lo medular está en el conflicto entre la soberana que “vivía en la punta de una lengua” y el rey que “aborrecía tanta verborrea”. Después de aquella contienda, surgida por un error, Palabra y Silencio descubrieron que “no eran contrarios, sino complementarios” y que eran “indispensables” en sus diferencias. Esta es una obra muy útil en épocas como las nuestras en donde la “palabra incendiaria” merece aquilatarse con el “prudente silencio”.

El mejor libro 1

Otro libro álbum, tan grande en su contenido como pequeño en su formato, es El mejor libro para aprender a dibujar una vaca, con textos de Hélène Rice e ilustraciones de Ronan Badel, editado por Bárbara Fiori (2015). Este libro álbum es un buen ejemplo del contrapunto entre la imagen y el texto: las indicaciones escritas entran en contradicción con lo que va mostrando el dibujo, dando pie al humor o a una secuencia ingeniosa con un inesperado final. La pequeña obra presenta dos alternativas de dibujar una vaca que confluyen en una invitación a ejercer la lúdica creatividad.

Acércate 1

Mi cuarta recomendación es el libro álbum Acércate de Patricia Arredondo, ilustrado por Miguel Zamora, publicado por Tramuntana (2014). Una obra magnífica sobre esa otra forma de comunicación que no usa la boca, sino las manos. Una invitación a entender otra forma de dialogar con aquellos “distintos” que parecen no hacer caso porque no sabemos o no conocemos la manera de acercarnos a ellos, porque nos contentamos con gritarles, ignorando que esas personas solo “comienzan a escuchar cuando los tocamos”. La resolución gráfica es de igual modo una exquisita forma de presentar el lenguaje manual. La lección es de una sutileza conmovedora: “Mira, ven, acércate. Tú también tienes dos bocas en tus manos”.

La línea blanca 1

Para cerrar estas glosas quiero resaltar la obra La línea blanca (o cómo papá convenció a mamá), con textos de Hans-Christian Schmidt e ilustraciones de Andreas Német, editado por Kókinos (2011). El motivo es la historia de una conquista amorosa, pero la manera como se va develando resulta sorprendente. El uso de diferentes tipos de papel y la variedad de colores es ideal para mostrar las grandes hazañas de las personas cuando desean conquistar al ser que aman. Y, como siempre sucede en las cosas del corazón, hay que cambiar de mirador para lograr comprender el lenguaje especial de los sentimientos: la mayoría de las veces es necesario subirse en un globo aerostático para apreciar en su perfecta magnitud el significado de mensajes tan sencillos como un “Te quiero”.

El anhelo secreto de la poesía

08 martes Oct 2019

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Gabriel Pacheco

Ilustración de Gabriel Pacheco.

“El anhelo secreto de la poesía es detener el tiempo. El poeta desea rescatar un rostro, un estado de ánimo, una nube en el cielo, un árbol en el viento y tomar una especie de fotografía mental de ese momento en que el lector se reconoce a sí mismo. Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos”.

Charles Simic

 

De los variados anhelos del poeta, entre sus deseos más secretos, está el de detener el tiempo. Bien sea aquella lágrima casi secreta del desconsolado por la pérdida de un ser amadísimo, o cierta puesta de sol justo en el momento en que la belleza parece confundirse con el sol ocultándose, o el titilar de las hojas por el viento que muestra con mayor grandeza su resistente fragilidad, todo ello quisiera el poeta agarrarlo con sus palabras para no dejarlo condenado al olvido.  El poeta sabe que tal empresa es de por sí fallida, pero espera que la magia o el sortilegio de las letras logre, como un elixir alquímico, cubrir lo deleznable con una pátina de permanencia.

¿Y cuál es el recurso para lograr ese cometido? Mediante el poder de los símiles, de las metáforas, usando la fuerza imantada de las imágenes, el poeta atrae lo vertebral de la existencia, lo medular de la vida, la esencia de eventos y circunstancias hasta un punto en que logran su mayor condensación, su más alto grado de presencia o aparición. Esas “fotografías mentales”, esos fogonazos de palabras permiten delinear el cuerpo volátil de lo fugaz.  Buscar, entonces, las palabras justas, los términos precisos es una de las labores de mayor cuidado de los poetas: no todos los términos, y no organizados de cualquier manera, sirven para ese fin de mantener vivo lo que se escapa inexorablemente de sus manos o sus ojos. El poeta es un guardián de recuerdos, de memoria, de reminiscencias. Por ser un obsesionado con el moverse del tiempo ha descubierto en el ritmo al juntar las palabras una forma de encantamiento, un conjuro que deja ver la silueta de lo inestable y efímero. 

Los poetas son captores de momentos, cazadores de instantes, perseguidores de esa zona del tiempo en que la vida misma es tan cierta como pasajera. Si es el amor el que se adentra como un milagro en nuestro corazón, el poeta verá su destello y tratará de congelar esa brasa que aviva el alma y enciende los cuerpos; si es el dolor el que como una espina se hunde piel adentro, el poeta querrá apoderarse del aura de esas lágrimas o el susurro de esas quejas para entrever lo que tienen de verdad y comprender mejor la condición humana; si es la soledad la que se instala cual un manto gris en los aposentos de un espíritu sensible, el poeta provocará destellos de luz para dimensionar el espesor y la densidad de esa mancha; si es el rutilante amanecer con el sol abriendo el mundo de nuevo cada día, el poeta detendrá esos primeros rayos con el fin de no dejar perder la maravilla de la vida… Cada hecho, situación o emoción es guardado por el poeta con el celo de quien sabe que manipula eventos únicos, extraordinarios, singulares.

Ese esfuerzo del poeta –una labor de mucha sutileza, de tacto, de buen ojo para saber dónde hay que ubicar la cámara del lenguaje y cuál es la óptima distancia lingüística y el mejor encuadre semántico–, esa tarea de afinar la mirada la realiza el poeta para que el lector pueda reconocer el universo, la vida, o reconocerse en los variados rostros de su propia existencia. Si el poeta selecciona y capta los ángulos precisos del paisaje natural o humano es para que los lectores puedan sorprenderse de lo que a diario, por descuido o costumbre, pasa delante de ellos como una película inadvertida. El poeta se esfuerza por rescatar lo inédito del mundo, de las cosas, de las personas; sabe que todo lo que acaece a su alrededor va a perecer; conoce la materia deleznable con que trabaja el tiempo. Entonces, su afán, su porfía es dejar en imágenes, en metáforas, una instantánea de eso que apareció deslumbrante e irrepetible ante sus ojos, para que después los lectores mediante aquellos versos recuperen la emoción o la sensación de tales epifanías.

Eso hacen los poetas: detienen el fluir de la vida para que podamos después reconocerla. Puede parecer poca cosa; y no obstante, es una tarea de gran importancia para la humanidad. Piénsese no más en el valor de la poesía para distinguir o diferenciar entre la carnicería de la guerra el refulgir del heroísmo, o lo que significó la poesía para entrever en medio de las ruinas el brillo de una edad dorada, o la importancia de la poesía para adivinar en la agresiva y afanosa garra del deseo la lenta y suave mano de la caricia. Cada verso del poeta es una forma de resonancia de las cosas, de las emociones, de los encuentros, de cada peripecia del espíritu o de los súbitos fenómenos de la naturaleza. Con cada palabra la poesía guarda lo perecedero, almacena el tiempo, sujeta entre rimas la quebradiza consistencia de las horas. Los versos, como todo arte, son un intento del hombre para revivir o perpetuar, de resonancia o remembranza de lo pasado. Por eso, quien lee poesía realiza secretos rituales de conmemoración.

A diferencia de nuestra época en la que lo desechable esgrime sus consignas de olvido, en contravía del afán de las multitudes por las lentejuelas de lo novedoso, el anhelo de la poesía es por lo perdurable o imperecedero. Pero, entiéndase bien: no es un solazarse en la contemplación de lo pretérito, no es un lamentarse por lo ya perdido, sino una labor de activa evocación para que cada persona no deje perder o aprenda a disfrutar con honda trascendencia lo vivido. Que cada experiencia alcance el umbral de la huella indeleble, que la travesía existencial deje cicatrices profundas, que tengamos suficientes hitos de memoria para alegrarnos de mirar sin nostalgia el itinerario de nuestro pasado. El anhelo del poeta es una invitación a que dejemos de andar de prisa para disfrutar con lentitud; a comprometernos con aquello que sentimos; a  sobrepasar el miedo o la desconfianza para ir al fondo de las cosas o las personas; a disponer el corazón y la mente para ser impregnados, hasta la última fibra, de vivencias, de aventuras y sucesos realmente significativos… Solo así, tendremos un suficiente caudal de recuerdos para contrarrestar en gran medida la desmemoria o la suprema ingratitud.

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