—Lo que dijiste me afectó mucho — dijo Betty—. Enseguida levantó la mirada y agrego: —Y tú no te diste cuenta.
—¿Darme cuenta de qué? —la interrumpió Rodrigo.
—Pues de las cosas que dices sin pensar —agregó la mujer—, bajando de nuevo la cabeza y poniendo su atención en un salero que estaba casi vacío.
—La verdad no te entiendo —repuso el hombre—. Yo creo que te tomas muy a pecho cualquier cosa que te digo.
La discusión, que en el último mes se habían vuelto más frecuentes, había comenzado por un comentario de Rodrigo, cuando Betty no estuvo atenta al pago de un recibo de energía. Él usó la palabra “olvidadiza”, y ella sintió que no era justo ese calificativo por un simple olvido. Además, lo que más generó en ella una especie de tristeza, fue que esa palabra estuviera acompañada de un adverbio rotundo y vergonzante: “siempre”.
—A ti te falta tacto para decir las cosas, Rodrigo.
—¿Y se puede saber en qué consiste ese dichoso tacto?
Betty se mantuvo en la misma postura, dándole vueltas al salero, observando sin mirar el empaque azul cielo con letras blancas. Era un azul pálido, como el manto de la virgen, de quien ella era devota. No supo por qué en ese momento pensó en que su color preferido era el azul, pero no el de tonalidades oscuras, como el azul de Prusia, sino esos otros que iban desde el celeste hasta el azul de Francia. Armándose de ánimo, con una voz tenue, le respondió a su pareja:
—Tener tacto es saber elegir bien las palabras, según el momento y según la ocasión.
Rodrigo miró a la mujer, con quien llevaba cinco años de convivencia, y se propuso, a pesar de ser impulsivo e irascible, escucharla para tratar de entenderla. Con la mirada la invitó a seguir hablando.
—Mira, lo de ahora, tú usas la palabra “siempre” cuando cometo un error o cuando las cosas no salen bien entre nosotros. Y yo no soy “siempre” así. Algunas veces se me olvidan las cosas. Pero no es “siempre”.
Rodrigo sintió que la explicación de la mujer le daba demasiadas vueltas al asunto. Como buen comerciante, esperaba que ella le dijera de una vez cuál era el motivo de su disgusto.
—¿O sea que el problema es porque usé esa palabra?
—Sí, en parte…
Cuando Betty empezaba con esas medias tintas, con esas frases gelatinosas y poco definidas, a Rodrigo le entraba una desesperación que lo llevaba a subir la voz. Era un acto involuntario, de fogonazo oral:
—Tú y tus partes —dijo con ironía…
Betty agarró el salero con fuerza y se inclinó sobre la mesa redonda del comedor. Bajó la voz.
—Ese es el otro asunto que no ayuda mucho a que aclaremos las cosas…
—¿Cuál?
—Pues tus constantes ironías, y el tono con que las dices —murmuró Betty—, dejando que sus palabras se confundieran con la brisa leve de la tarde que entraba por una pequeña ventana del apartamento.
—Qué culpa, si así somos los santandereanos…
La disculpa de Rodrigo hizo que Betty lo mirara con un gesto de extrañeza. Porque de eso ya habían hablado antes, cuando tuvieron otra discusión por el gasto excesivo de un tendido de cama, que Betty compró a escondidas de él, usando una plata destinada para otros gastos, y él esa vez se había exaltado hasta el punto de gritarla. Y ella, después de la “calentura”, optó por hablarle suavecito, tan quedo que parecía no decir nada. Entonces Rodrigo comprendió que su forma de actuar no había sido la indicada. Pero a él se le olvidaba bajarle el volumen a su voz, o no era consciente de que cuando la rabia lo gobernaba cualquier cosa que saliera de sus labios se convertía en ofensa.
—Tú sabes que no todos los de tu tierra son así…
—Pero así me conociste y así soy —concluyó Rodrigo.
—De eso ya hemos hablado —dijo la mujer— volviendo a concentrar su mirada en el salero.
El hombre se echó hacia atrás en su asiento y puso las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Recién acababan de comer una pizza que habían pedido a domicilio, porque a Betty se le había hecho tarde para preparar algo de almuerzo. Era sábado, y ese día ella lo dedicaba a ir al salón de belleza a arreglarse el pelo. La culpa la tuvo Damarys, la dueña del local, quien quiso intentar con ella un nuevo corte y unas tinturas que al final tuvo que cambiarlas porque a Betty le parecieron demasiado llamativas. No obstante, Rodrigo no estaba molesto por la tardanza, sino por otra razón: el olvido del pago del recibo de la energía.
—Yo creo que tú eres muy consentida —dijo Rodrigo—, usando un tono de voz tranquilo y no recriminatorio.
—Es posible —repuso la mujer—, alzando los hombros, y poniendo un gesto de padecer una condición inexplicable.
—Y por consentida es que te afectan esos detalles…
—Por falta de detalles —lo interrumpió Betty de inmediato—, es que el amor se va acabando…
—Otra vez la mula al trigo…
—Pero no es solo esto —agregó Betty—.
Aunque el comentario de la mujer salió de manera espontánea, Rodrigo adivinó lo que se avecinaba.
—Tú sabes lo importante que son los cumpleaños para mí —continúo la mujer—, yo te lo he dicho, y en el último, ni un ramo de flores. Nada.
—Y las rosas rojas que te traje al otro día, para disculparme, ¿no cuentan?
—Pero si tú conoces que a mí me gustan son las hortensias…
—¿Quién te entiende?, mujer. Nadie —dijo Rodrigo con un tono de franca incomprensión.
—Yo creo que a ti eso no te importa, como tampoco me dices nada cuando me pongo algo bonito…
—Tú sabes que yo te quiero… pruebas has tenido durante estos cinco años, ¿no?
La mujer empezó a meter las moronas de la pizza, esparcidas en la mesa, en la caja. Lo fue haciendo con lentitud, sin mirar a Rodrigo, como si estuviera haciendo una labor de muchísima precisión. Recordó el domingo hacía quince días cuando se puso una blusa azul bondi con discretos diseños grises, y Rodrigo ni siquiera lo había notado. Esas eran minucias que a él le parecían “bobadas” y a ella, “detalles que enamoraban”.
—Yo lo que digo es que a ti se te olvida que las mujeres no somos como los hombres.
—¿Y cómo son las mujeres? —interrumpió Rodrigo—, a ver si oyéndote aprendo a conocerlas…
Betty acabó de meter todas las moronas en la caja de la pizza. La tapó bien y, encima de ella, acomodó los dos platos sucios que habían utilizado. También acercó los dos vasos vacíos y puso en el centro de la mesa, al lado de un servilletero, la botella de gaseosa cola que estaba aún por la mitad.
—Las mujeres somos ondulantes…
—¿Y eso viene siendo como qué?
—Pues eso hay que averiguarlo con cada una…
Rodrigo esbozó una sonrisa con posibilidades de burla. Bajó los brazos y convirtió las manos en un atril para su cabeza. Quiso agregar algo más, pero se contentó con emitir un suspiro que parecía simbolizar una tarea imposible de lograr.
—Ondulantes somos, sí señor —agregó Betty—, como mi cabello.
El hombre se fijó, ahora sí, en la textura del cabello de la mujer. Era rizado y abundante. Y cuando Betty se lo acariciaba de una especial manera, la hacía parecer menos tímida de lo que en realidad era. Rodrigo pensó en las veces que iba donde su peluquero Arnaldo y en la poca importancia que le prestaba al corte, el de “siempre”, que el hombre le hacía mientras le contaba historias referidas a la separación de su pareja. Consciente de que ya llevaban varios minutos en esa discusión que no iba para ningún lado, alargó una de sus manos buscando la de su compañera. Betty no opuso resistencia.
—Tú sabes —inició Rodrigo—, tú eres testiga de lo que yo me esfuerzo en complacerte. Aunque a veces no sé qué es lo mejor… Pero tú sabes —insistió el hombre, apretando el brazo de la mujer—, que en mí no hay deseo de herirte.
La mujer miró con detenimiento a su compañero de historia. Los ojos café oscuros de Betty se concentraron en un botón de la camisa de Rodrigo que estaba ligeramente suelto. Era el segundo botón, el que quedaba al lado del bolsillo donde Rodrigo metía siempre los billetes de alta denominación. Mirando ese botón se sorprendió de no haberlo cosido o de haber pasado por alto ese detalle cuando había planchado la camisa de cuadros cafés. O de pronto el botón estaba así, no por descuido de ella, sino por las manos bruscas de Rodrigo, o por la fuerza inadvertida del tiempo que va rompiendo poco a poco las cosas.
—Lo sé, y por eso me duelen más esas palabras…
Rodrigo miró a Betty con un gesto de disculpa. Se quedó en silencio unos segundos. Luego apoyó las dos manos en la mesa e irguiendo un poco el cuerpo le dio un beso en la mejilla a la mujer.
—Siempre te querré… Siempre.
La mujer se puso de pie y trajo hacia sí la cabeza del hombre. Rodrigo se dejó meter en ese cuerpo y sintió que esa noche podría dormir tranquilo. Al otro día tenía un negocio y necesitaba estar bien descansado para no dejarse engatusar por Doña Marina.
Ilustración de Christoph Niemann, para New Yorker.
A dos metros: medida de advertencia en espacios públicos, como si cada persona fuera un vehículo que cargara gases inflamables.
Abrazo: antiguo gesto de afecto que, en tiempos de pandemia, es una expresión de peligro o amenaza para quien amamos.
Adulto mayor: persona a la que no le puede dar el sol.
Aeropuerto: los puertos anhelados por el coronavirus.
Aislamiento preventivo: modo práctico de burlar al covid-19.
Alerta amarilla: los de tu barrio pueden estar infectados / El miedo en la distancia.
Alerta naranja: el contagiado está muy cerca de tu casa / La vecindad del temor.
Ayuda humanitaria: solidaridad de muchos que, por culpa de la corrupción, termina beneficiando a unos pocos.
Banca rota: forma de volar de algunas aerolíneas, en época de cuarentena.
Beso: contacto íntimo y anhelado pero imposible con tapabocas y a un metro de distancia.
Bolsonaro: representante de quienes confunden una pandemia con “una gripita”.
Calle: utopía del confinado.
Casa: Fortaleza en las primeras semanas y cárcel después de quince días / Lugar familiar del que, al mismo tiempo, no podemos y deseamos salir.
Cerco epidemiológico: encerramiento dentro del confinamiento / Aislamiento al cuadrado / Compromiso ciudadano en cuidados intensivos.
Cierre de fronteras: medida gubernamental que responde a una lógica oriental infalible: si el covid-19 vino de China, una muralla china bastará para detenerlo.
Codo: La nueva mano del confinado.
Comparendo: sanción disciplinar para indicarle al ciudadano que no lo pilló el virus pero sí la policía / “La ley con multa, entra”.
Confinamiento: vacaciones obligadas sin sol, sin mar y sin paseos.
Contención: el coronavirus extranjero.
Coronavirus: insignia que nadie desea ceñir sobre su cabeza / ¡Viva el rey!, el infectado puede morir.
Covid-19: aunque la Real Academia de la Lengua diga que es femenino, lo cierto es que este virus ataca también a lo masculino / Virus transgénero / Enfermedad infecciosa con recuerdos de movimiento insurgente colombiano, pero con síntomas parecidos: “¿decaimiento, falta de energía?”.
Crédito blando: nuestro interés es diferirte los intereses.
Crisis: efectos económicos secundarios de la pandemia que se agudizan en la medida en que aumentan los días de cuarentena.
Cuarentena: medida preventiva que antes se imponía en los barcos y, ahora, en las ciudades. Pero en uno u otro espacio, los infectados están rodeados por un mar de incertidumbre.
Cultura ciudadana: lo que se espera que todos cumplan, pero que cada uno tiende a no hacer.
Curva: línea cuyo punto más alto lleva a la cuarentena y su aplanamiento a la calle.
Depresión: estado psíquico caracterizado por una tristeza profunda de no poder salir y un aburrimiento de hacer siempre lo mismo / manifestación interna del coronavirus cuando obstruye no los pulmones, sino el espíritu.
Desinfección: nueva actitud de bienvenida en la que en lugar de ofrecer los brazos y las manos, se emplea como gesto de acogida un atomizador.
Disciplina: autohigiene social / La prueba más difícil para quienes se sienten sanos o invulnerables a la pandemia.
Distancia social: la proxémica administrada por el miedo al contagio.
Domicilios: activación económica en bicicleta.
Educación virtual: el maestro enseñando a estudiantes y a padres de familia durante veinticuatro horas.
Elementos de bioseguridad: implementos que excepcionalmente usaban los astronautas, pero que en tiempo de pandemia utilizan hasta los mensajeros domiciliarios.
Epidemiólogo: especialista llamado a la sala de ministros –solo en tiempos de pandemia– para servir de justificación a los gobernantes, si las decisiones tomadas por éstos salen mal o tienen consecuencias adversas.
Estadística: disciplina que se ocupa de la recogida, obtención y tratamiento de datos para justificar a los gobernantes cuando deben tomar medidas impopulares.
Fiebre: signo de alerta que antes, solo se tomaba en los hospitales, pero que ahora detectan con una pistola infrarroja para entrar a cualquier lugar público.
Fiesta en cuarentena: Alegría de unos pocos, para perjuicio de muchos / Darle salida a los piernas por un exceso de encierro de la cabeza / Nueva danza de la muerte / Obedecer con los pies a lo que desobedece la cabeza.
Gel antibacterial: guantes líquidos y olorosos. / Lavamanos portátil.
Gutícula: pequeño medio de transporte preferido por el coronavirus.
Hagan caso: recomendación de un sobreviviente del covid-19 que estuvo a punto de morir.
Indisciplina: ¡pero si el rey soy yo! / Inobservancia de las normas de prevención social para jugar a las escondidas con el covid-19
Infectado: un coronado por el destino o por la falta de cuidado.
IRA: sigla de la infección respiratoria aguda que, por su sorpresiva y silenciosa forma de atacar, parece un grupo terrorista.
Jabón: el virus del coronavirus.
López Obrador: ejemplo de los mandatarios que consideran tres mil infectados diarios por el coronavirus como una cifra optimista.
Lugares públicos: fincas de recreo del coronavirus.
Mano: extensión del brazo que sirve, principalmente, para lavarla con jabón cada dos horas.
Mechudo: corte de pelo en tiempos de confinamiento.
Médico: profesional de la salud a quien se le rinden aplausos al inicio de la pandemia, pero al que después se lo amenaza para que abandone el edificio donde vive / Persona que el infectado quiere cerca cuando está enfermo, pero desea lejos cuando no lo está.
Melancolía: estado del espíritu caracterizado por un aumento de la ansiedad a causa de la incertidumbre y una baja de defensas por falta de alegría.
Mercar: odisea en solitario contra el virus para lograr sobrevivir.
Mitigación: el coronavirus vernáculo.
Monitoreo: vigilancia al virus, pero más a la desobediencia de los ciudadanos.
Multitud: el correveidile del coronavirus.
Normalidad: situación o estado ideal ansiado por los confinados que, con las rutinarias medidas de protección y el interminable seguimiento de protocolos, terminará pareciéndose a la anormalidad.
Noticias falsas: manera como la pandemia infecta primero la mente que el cuerpo / Forma como se comunican los “ídolos de la caverna” con los “ídolos de la tribu” / Entrega al inmediatismo del rumor por pereza a indagar la verdad.
Pandemia: infección que copió la ambición expansionista del capitalismo global.
Pedagogía: muletilla empleada por algunos gobernantes para mostrar que la política sabe muy poco de educación / Término al cual acuden algunos gobernantes para suavizar el autoritarismo.
Personal de la salud: primera línea de batalla sin suficientes armas defensivas contra la pandemia / Infantería que sale a luchar cuerpo a cuerpo todos los días, a sabiendas del fuego cruzado del coronavirus.
Pico: cumbre temida pero esperada por los no infectados / Premio de montaña, fuera de categoría, de la propagación de la pandemia.
Pistola infrarroja: el nuevo revólver de los vigilantes para defenderse de la facinerosa pandemia.
Prorrogar: verbo de uso obligado por culpa del coronavirus.
Protocolo: detallado instructivo de convivencia pacífica con el covid-19.
Quédate en casa: mandato materno del ayer que hoy es norma gubernamental.
Reapertura económica: segunda línea de defensa ante el avance continuado del coronavirus que, como se sabe, opera mejor desde la trinchera.
Recuperado: la pandemia en el estado del relato.
Redes sociales: medio de contagio que exacerba la ansiedad de los confinados y multiplica el alarmismo peor que la pandemia.
Reinventarse: consecuencia económica del covid-19 que consiste en tratar de hacer lo mismo pero con computador / Volver a los empleados mensajeros.
Repeticiones: estrategia de los programas deportivos de fútbol que consiste en convertir el pasado en noticia de actualidad.
Tapabocas: prenda de vestir para que el coronavirus no nos reconozca.
Teletrabajo: modalidad laboral que consiste en que el empleado, además de las labores propias de su oficio, paga en lugar del empleador la luz, el arriendo, el teléfono y las horas interminables de internet / La casa hogareña vuelta oficina / Empleado sin horario fijo de trabajo.
Toque de queda: el último recurso “pedagógico” de los alcaldes.
Transporte público: medio de locomoción para el contagio / Medio de locomoción para ir de la casa al trabajo y del trabajo al contagio.
Trapo rojo: pieza de tela o de otro material para exhibir el hambre o clamar ayuda humanitaria.
Trump: ejemplo de los políticos que presumen de médicos y culpan a los contagiados del covid-19 por no inyectarse desinfectante para limpiar sus pulmones.
UCI: mazmorra temida por los infectados.
Urgencias: lugares de los hospitales que, en tiempos del coronavirus, hay que demorarse el mayor tiempo posible antes de acudir a ellos.
Vacuna: el elíxir de la larga vida de los infectados.
Ventana: abertura elevada sobre el suelo para que entren las calles que no podemos recorrer.
Ventilador: tercer pulmón del infectado.
Videoconferencia: contigo, pero sin ti.
Zoom: servicio de videoconferencia –que la pandemia volvió habitual–mediante el cual se habla en público, estando solo.
Como una manera de celebrar el día del maestro, Foros Santillana Plus me invitó a un encuentro virtual titulado “Cuidar de sí, para cuidar a otros” con docentes de diferentes países de Latinoamérica y de Colombia. A partir de las numerosas preguntas de los participantes, durante una hora, tuve la oportunidad de responderlas. Si bien el video puede verse en Facebook, considero pertinente compartir en este espacio una muestra de los interrogantes de los educadores y mis puntuales comentarios. Las inquietudes de los maestros reflejan bien las dudas que los agobian en esta cuarentena, su deseo de resolver las demandas de una modalidad virtual de enseñanza súbita y obligada, y la expresión del cansancio o el esfuerzo empleado frente a las demandas excesivas de los directivos de las instituciones educativas y de los padres de familia. Que sea, entonces, el siguiente diálogo virtual un modo de contribuir a sus problemas más inmediatos, a la par que un homenaje a su incansable labor de ser acompañantes de la formación de otros.
Laura Edith Vásquez Ramón / Bogotá / Carlos Albán Holguín
¿Cómo cuidarse a sí mismo en este momento de confinamiento, cuando los estudiantes ven en el docente su tabla de salvación y esperan que éste les ayude a solucionar un sin número de situaciones ocasionadas por el aislamiento?
Escuchar, escuchar mucho, con escucha empática y solidaria / Ofrecer puntos de vista diferentes para ver un problema / Más que dar soluciones, ayudar a comprender dichas situaciones / Incitar al diálogo / Invitar a los estudiantes a la escritura del diario / Promover estrategias didácticas en las que el testimonio sea fundamental / No solo preocuparse por llenar de actividades, sino disponer de tiempos para compartir experiencias / Puede ser una buena oportunidad para la tertulia.
Rosario Casas / Chimbote, Perú / Fe y Alegría 14
Para cuidar de sí, ¿cómo hacerlo a veces sin remordimiento?
Reconocernos en la dimensión de ser necesitados / Quitar de nuestra mente y de nuestro corazón la culpa, el peso moral del desmerecimiento / Tener presente que no somos solo personas que damos, sino también seres de carne y hueso que necesitamos recibir: cariño, acogida, hospitalidad, comprensión / Recordar que el autocuidado es una manera de cuidar al otro.
Silvia Cataño / Riosucio / I.E. Los Fundadores
¿Cómo realizar un buen acompañamiento a los docentes desde el rol de directivo cuando ellos manifiestan situaciones de estrés por el cambio de escuela en casa, al enfrentarse a plataformas no usuales para ellos, a la presión de padres de familia y al asesoramiento durante el día a estudiantes?
Subrayar la planeación colectiva / Menos autoritarismo y más gobernanza; es decir, dirección participativa / Posibilidad de acordar actividades conjuntas entre los maestros / Reflexionar permanente sobre lo hecho para hacer los ajustes o cambios necesarios / Valorar el aprendizaje sobre el error / Más confianza y apoyo a los que dirigimos y menos vigilancia enjuiciadora.
Alejandro José Acuña / Managua / Colegio Centroamérica
¿Cómo cuidar de mi familia en estos tiempos?
Crear o mantener espacios de diálogo / Separar los tiempos de trabajo de los tiempos de reunión y estar en familia / “Desconectarse” para entrar en ese otro espacio / Escuchar en silencio, sin la respuesta inmediata de la defensa / Recuperar o instaurar ritos / Reconocer las tareas o actividades cotidianas / Cuidar la lengua / Socializar los problemas / No “tragarse” todo.
Gloria Jurado / Pasto / Instituto Champagnat de Pasto
¿Cómo cuidar de nuestra salud no solo física sino mental y emocional para no agotarnos en este momento que estamos viviendo donde no sólo atendemos a los niños sino la tensión de padres y directivos a la que nos sometemos, además de largas horas de trabajo?
Sacar tiempos para sí / Pausas activas durante las horas laborales / Treinta minutos de ejercicio diario / Tiempo sagrado para alimentarnos / Quitar de nuestra mente la idea de que equivocarnos es una imperfección de nuestro oficio / Flexibilizar el cuerpo, pero mucho más la mente / Considerar el descanso como parte de nuestra agenda vital.
Roberto Carlos Barragán Rocha / Cali/ I.E Las Américas
¿Qué tanto se va a posicionar el tema de la ética del cuidado en la educación?
Dependerá de la confluencia de las voluntades de los directivos de las instituciones, de los maestros, de los padres de familia / El cuidado hace parte de nuestro compromiso con la formación y con las diferentes dimensiones del ser humano / Cuidar se relaciona con prevenir, pero además con una idea de corresponsabilidad que sobrepasa la mera instrucción / La ética del cuidado presupone una profunda comprensión de la relación pedagógica y, muy especialmente, de lo que significa acompañar a otro.
¿Cuáles serían los tres componentes básicos para una buena salud mental, tan necesaria para trabajar en Educación?
Flexibilidad – creatividad – tolerancia al error / Más sabiduría que conocimiento, más argumentos que imposición, más voluntad de aprender que arrogancia de lo ya sabido / Fuerte autoestima, buena capacidad de autocrítica, inicio constante de proyectos / Mínimo fanatismo, perspectiva plural de las hechos y las personas, no dejar de investigarnos constantemente.
William Efraín Timaná Gutiérrez / Piendamó / El mango Morales
¿Principales hábitos recomendados para cuidar de nosotros?
Hábitos relacionados con el cuidado del cuerpo (ejercitarlo todos los días) / Hábitos de reflexión, meditación… / Acostumbrarse a mínimos ejercicios de discernimiento / Hábitos de desintoxicación de la avalancha de información circulante: tener juicio crítico para no seguirle el juego a las noticias falsas o al alarmismo que abunda por las redes sociales.
Marirrosa Carrera Rivas / Caracas / Unidad Educativa Colegio San José de Calasanz
¿Cómo desarrollar capacidades resilientes que nos ayuden a estar en un continuo mejoramiento personal? Recomendar actividades sencillas que se puedan aplicar en la vida cotidiana…
Compartir con estudiantes casos de resiliencia / Hacer análisis de situaciones problema con el fin de explorar diferentes alternativas / Pedirles a los estudiantes que hagan pequeñas entrevistas con sus familiares en las que se aprecien situaciones de resiliencia, o de cómo esas personas cercanas siguieron adelante a pesar de las dificultades / Fomentar la búsqueda de historias de vida, de ejemplos de superación que muestren el no rendirse ante las dificultades o los problemas.
Alba Luz Velandia Botia / Bogotá / San Viator Bilingüe Internacional
¿Qué factores pueden llegar a ser determinantes para clasificar como buena o mala práctica, la labor de un docente que sin capacitación alguna empezó, de un momento a otro, a afrontar la modalidad virtual, como único camino para avanzar en esta inesperada situación para la humanidad?
Compartir con nuestros alumnos las posibles falencias de nuestros experimentos virtuales / Aprender colaborativamente de esos fallos / Tener plan “b” / Hacer sondeos permanentes / Buscar las mejores soluciones de manera colaborativa / Mantener algo de lúdica y de mucho humor para aceptar que se es alumno otra vez / Mermar el temor al error de uno mismo o del otro.
José Luis Mora Machado / Bogotá / Agustiniano Tagaste
¿Cuál es su postura frente a aquellos que ven en esta coyuntura una oportunidad de crecimiento y aprendizaje profesional y otros que ven una radiografía de la precariedad del sector educativo y las carencias del mismo?
Entender que ni vamos a solucionar todos los problemas de la educación ahora, ni las falencias del sistema educativo pueden resolverse con las estrategias virtuales / Permitirnos volver a aprender / Pedir ayuda cuando sea necesario / Experimentar, probar, constatar / Considerar el aprendizaje mediante el ensayo y el error con todo nuestro interés / Atreverse a innovar la propia práctica / Revalorar la curiosidad, en todas sus manifestaciones.
Ana Lilia Ojeda / San Francisco del Rincón, Guanajuato / LaSalle
¿Qué es lo más importante entre tantas necesidades y emergencias?
Priorizar / Cuando se prepare una clase, seleccionar muy bien los contenidos y las actividades / Dosificar / Entender que los maestros no podemos descuidar acciones de formación por la urgencia de proveer información / Incluir ejercicios de metacognición (como aprendo lo que aprendo) en cualquier tarea / Favorecer modelos educativos co-constructivos
Carol Edith Duarte Tejada / Bogotá / Colegio Nuestra Señora del Rosario Bogotá
Me gustaría saber si es posible como maestros ayudar a los padres en este proceso también.
Compartir con los padres los contratos de aprendizaje establecidos con sus hijos / Pensar bien las actividades para que no se conviertan en las tareas de los papás / Informar a los padres los protocolos estandarizados por el colegio / Recordar que los adultos son apoyo pero no maestros / Ofrecer algunos principios o reglas de oro del papá mentor o tutor.
Martha Liliana Linares Alvarado / Bogotá / Fernando Mazuera Villegas
En tiempos de pandemia, los miedos abundan, ¿cómo fortalecer la confianza y la esperanza en los estudiantes y sus familias para que estudiar tenga sentido en sus proyectos de vida?
El futuro tiene mucho de incertidumbre, con pandemia o sin pandemia / Fomentar la creatividad, la innovación / Formar el carácter de los estudiantes para enfrentar el fracaso, las cosas que no salen bien / Insistir en ciertas virtudes, como la persistencia, el coraje, la perseverancia / Tener cuidado con los reforzadores orales que usamos en clase / Dibujar el monstruo para reconocerlo.
María Josefa Martínez Basterra / México / Casa Mambré -Servicio Migrantes y Refugiados
En mi grupo de trabajo hay un día de autocuido… pero sólo físico/psicológico ¿Cómo incluir lo espiritual, no religioso?
Tener un espacio para meditar o tiempos para el discernimiento resulta esencial cuando aumenta la angustia y la desazón interior / Darle trascendencia e importancia al silencio / Cultivar algún arte: esa otra vía con grandes beneficios para el cuidado de nuestro espíritu / Acudir a la lectura de poesía, de ese tipo de textos que tanto ayudan a formarnos en lo sutil, en lo sensible, y que además distienden las zonas constreñidas de nuestra interioridad. Por ejemplo, “Intus” del mexicano Enrique González Martínez:
Te engañas, no has vivido… No basta que tus ojos
se abran como dos fuentes de piedad, que tus manos
se posen sobre todos los dolores humanos
ni que tus plantan crucen por todos los abrojos.
Te engañas, no has vivido mientras tu paso incierto
Lo más difícil no fue la llegada a aquella larga embarcación de madera, ni el lento proceso como cada pareja de animales fue acomodado en el arca. Tampoco el brusco bamboleo y el ir a la deriva cuando empezó el diluvio. Lo realmente complicado empezó cuando todos comprendieron que ese no iba a ser un corto viaje con una meta precisa, sino un confinamiento gobernado por la incertidumbre.
—¡Tranquilos!, ¡tranquilos! —exclamaba el viejo Noé—, contagiando ánimo en medio de aquella tormenta interminable.
La distribución de los animales había sido pensada con cuidado. En jaulas estaban los más salvajes, las aves en el techo del enorme barco, los rumiantes en pequeños establos, los reptiles en una rústica poceta, un sinnúmero de roedores vagaban entre los pasadizos y los monos se colgaban de los maderos de la barca. Todo parecía lo suficientemente organizado, a pesar de la estrechez natural de aquel espacio oscuro y repleto de sonidos de diversa especie.
—¿Y alguien sabe aquí para dónde vamos? —preguntó una leona, mirando por detrás de la jaula.
—Que es un cambio de pradera —respondió un tigre, mirándola desde otro enrejado semejante.
—No —interrumpió un elefante, dejando de agarrar con su trompa un haz de pasto de una cesta colgante—. Es para protegernos de la inundación.
—Ojalá esto acabe pronto porque no aguanto el mareo —repuso una jirafa, abriendo bien las patas para no dejarse caer.
Noé y su familia no paraban de trabajar. Alumbrándose con un lámpara de aceite iban de un lado a otro, tratando de controlar los nervios de los pasajeros, recogiendo huevos, leche, rellenando de granos o de pasto cestas y vasijas de barro, echando agua en palanganas de madera o barriendo o limpiando las heces y la mugre que se multiplicaba todos los días.
Los truenos resonaban más fuertes al interior del arca. El eco no permitía que las conversaciones entre los animales fluyeran o se dieran de forma natural.
—¿Y por qué hay unos afuera, y nosotros encerrados aquí? —preguntó una pantera.
—Privilegios que tienen —repuso su pareja, rezongando entre dientes, y cambiando con dificultad de posición.
Todos los animales salvajes, además de estar confinados dentro del arca, padecían el enclaustramiento de las jaulas. Y por más que Noé o sus hijos les traían alimento, especialmente leche, no dejaban de sentir como una injusticia que otros animales transitaran libremente por los corredores de aquella nave.
—Mira esos venados allí —agregó la pantera—. Ellos sí pueden mover sus piernas.
—Lo que digo —repuso el compañero de celda—. Aquí no todos estamos en igualdad de condiciones.
Como si Noé hubiera escuchado al par de panteras, a los pocos segundos pasó por allí. Miró su pelambre a la tenue luz de la llama de la lámpara, vio sus ojos amarillos y el lomo magnífico de estos animales.
—Ya casi deja de llover —les decía—. Ya casi escampa.
Los animales escucharon a Noé sin replicar. Aunque entendían sus palabras, prefirieron no decirle nada, para que él adivinara su malestar.
—Todos los que estamos aquí somos unos privilegiados —volvió a hablar Noé, yendo y viniendo cerca de la jaula.
—Unos más que otros —replicó la pantera, impaciente por el caminar de lado a lado de Noé.
—Para salvar la vida hay que soportar algunos sacrificios —repuso el anciano, moviendo el índice de su mano derecha en un gesto pedagógico de obediencia.
—Primero es lo primero —volvió a hablar, prosiguiendo su ronda de vigilancia nocturna.
Porque no era fácil en aquella nave, sellada con brea, saber cuándo era de día y cuándo de noche, y menos cuando el clima, los truenos, el ruido ensordecedor del torrencial seguían azotando por todos los costados a la embarcación.
Así pasaron las dos primeras semanas. Tal vez por la novedad de la situación, buena parte de los animales se conformaron con los cambios en sus hábitos de alimentación, en sus ciclos de sueño y en el ambiente al que estaban acostumbrados. Sin embargo, iniciada la segunda semana, una grulla de largo pico y patas delgadas, se atrevió a interpelar al capitán del navío:
—Cuándo terminará esta aventura —dijo.
Noé se fijó en la grulla y le pareció que tenía las patas más flacas o más largas que como las recordaba en su mente.
—Yo creo que el tiempo lo dirá.
La respuesta del viejo no le pareció suficiente a la grulla.
—¿Otra semana, quizás?
—Ya veremos… hay que tener paciencia —respondió Noé.
La grulla puso un gesto de resignación y voló hacia una de las vigas del techo del arca.
—¿Qué te dijo? —preguntó el compañero de baranda.
—Nada. Que no sabe nada —repuso la grulla—. A esperar, esa es la consigna.
Pero no eran únicamente las grullas o las cigüeñas las que estaban angustiadas; también los pelícanos y unos flamencos que, por la falta de sol, habían perdido el rojo encendido de sus plumas. Y ni qué decir de las águilas, insatisfechas de comer siempre pescado seco.
—¿Será que Noé si sabe para dónde vamos? —preguntó de manera retórica un águila calva a las otras aves que estaban alrededor.
—¿O nos tiene aquí engañados, sin decirnos el verdadero propósito de este encierro?
Una pareja de halcones compartieron las dudas del águila, moviendo hacia arriba y abajo su cabeza. Por unos minutos se escucharon chillidos, graznidos y gritos de protesta, pero que no repercutieron en el ánimo de los otros animales.
—Con tal de que a mí me pongan cualquier planta de vez en cuando, no tengo nada de qué preocuparme —dijo una camella de largas pestañas.
—Sí —repuso su consorte—. Lo que pasa es que nadie está conforme.
Noé no era indiferente a las afectaciones que tendría ese prolongado encierro en sus animales. En sueños supo que debía informarles a los pasajeros, de cuando en cuando, las peripecias de aquella situación. Confiado en aquellas voces, escuchadas en sueños, organizó con sus hijos una pequeña reunión con todos los animales, escogiendo para ello, el centro del arca. Desde ese punto, trepado en unos de los estantes del segundo nivel de los tres que tenía aquella casa flotante, empezó su explicación. Dadas las precarias condiciones de luz, los ratones, las tortugas, las liebres, los puercoespines, tuvieron que contentarse con oír lo que no podían ver. Además, la cantidad de patas, colas, pezuñas, no dejaban mucho espacio para divisar el rostro barbado del anciano.
—Estamos aquí reunidos —empezó a decir Noé— porque es la única manera de salvarnos de la inundación.
El término inundación fue reforzado por el crujir de los maderos del arca.
—Y si queremos salvarnos de estas aguas impetuosas, de estas olas inmensas, de esta lluvia huracanada, tenemos que tener paciencia…
Los búfalos, las cebras, pensaron en la palabra inundación y se imaginaron un caudaloso río desbordado, cubriendo pastizales, árboles y llanuras inmensas. Noé prosiguió hablando de no perder la calma y de algunas medidas que eran necesarias conocer para una mejor convivencia.
—Hemos puesto paja en las jaulas para que allí hagan sus necesidades… —dijo en tono de amonestación a los que defecaban en cualquier lugar.
—Hay que habituarse a una ración diaria —agregó—, mirando a los hipopótamos y a los cocodrilos que parecían nunca llenarse.
—Respeten el turno cuando estemos entregando las frutas —señaló—, dando a entender que los orangutanes, las ardillas y los hurones eran unos constantes infractores.
—Y de ahora en adelante —prosiguió entusiasmado Noé— al no tener sol o luna que nos guíe, usaremos este cacho, para fijar las horas de sueño.
El anciano mostró el objeto y con una señal invitó a Jafet que soplara el instrumento de marfil. El sonido llegaba hasta todos los rincones del arca.
—Un llamado para levantarnos y dos para irnos a dormir —concluyó Noé— volviendo a retomar el cacho de las manos de su hijo.
—Esto ya parece una cárcel —murmuró una hiena a su pareja—, molesta por aquellas medidas disciplinarias de Noé.
—Yo me duermo cuando tenga sueño, y no cuando me lo imponga un cacho —refunfuño un jabalí, tratando de hozar en el piso de la barca.
—¿Y quién va a controlarlo a uno —gruñó una zarigüeya—, en esta oscuridad y con tantos que estamos metidos en esta inmensa cueva?
El viejo continuó con sus indicaciones:
—He pensado que vamos a distribuir el arca en tres zonas, la del norte, la del sur y la del centro. Y al frente estará cada uno de mis hijos: Sem al norte, Cam al sur y Jafet al centro.
Noé terminó su discurso y cada una de las parejas de animales retornó a su sitio acostumbrado. El murmullo se fue opacando en la medida en que desalojaban la parte central, ocupada por la mayoría de los animales enjaulados.
Así transcurrieron dos semanas más, en las que los movimientos intempestivos, el sonido de la tormenta, la inestabilidad del viaje, parecían distraer otras preocupaciones de los animales. La situación empezó a empeorar cuando dejó de llover y el arca asumió la monotonía de andar en aguas tranquilas.
—Me hace falta carne fresca —manifestó una guepardo—.
—Perseguir a alguien… eso es lo que más necesito—repuso el macho de piel manchada.
—Ni que fuera uno un impala para comer siempre lo mismo —agregó la flaquísima fiera.
—Estoy que pierdo la paciencia.
Un grupo de animales, del ala sur, empezaron a romper las normas que había determinado Noé. Fueron inútiles las amonestaciones de Cam y los regaños paternales del viejo. No era sino que ellos dejaran de observarlos para hurtarse la comida de un vecino, hacer sus necesidades en un lugar alejado de donde dormían, estar merodeando y dando alaridos después de que el cacho había sonado dos veces. Pocos pensaban que eran unos privilegiados o daban gracias por salvarse del diluvio; la mayoría sentía el aburrimiento correrle por las tripas, o una especie de angustia que, por lo general, se convertía en agresión permanente. El arca empezó a llenarse de patadas, de picotazos, de dientes amenazantes y una mutua desconfianza. Los tres hijos de Noé parecían estar desbordados por las peleas, las amenazas, el vandalismo entre los animales. Dada esta situación, Noé sintió la necesidad de volver a dirigirse a la audiencia confinada.
—Comprendo sus angustias —dijo para empezar—. Pero si ya amainaron las lluvias ese es un buen presagio de que pronto esto terminará.
La concurrencia se entusiasmó con lo que parecía un anuncio de pronta salida de aquella prisión de madera con olor a brea.
—No podemos desfallecer ahora —prosiguió Noé—. Lo peor ya ha pasado.
Unos canguros dieron varios saltos buscando un espacio con una mejor visibilidad. El interés era total.
—Yo creo que en un tiempo no muy lejano podremos salir…
Un ruido de decepción se propagó entre el público.
—Pero, ¿cuándo? —gritó fuerte un gorila con rabia contenida.
—Yo ya no aguanto estos olores —exclamó una oveja, alzando una de sus patas.
—No hay cuero que resista esta falta de luz —complementó un caimán, abriendo de par en par la dentada boca.
Noé no se inmutó por los comentarios negativos. Subió el tono de la voz y, tratando de parecer convencido de su mensaje, soltó una frase tan dura como retadora:
—Ahora, si alguno quiere irse, bien pueda…
Los animales guardaron silencio. Entendieron que la oferta era imposible. Después de tantos días de lluvias, lo más seguro era que las aguas debían cubrir las montañas, los árboles, toda la tierra firme. Sin contar la fetidez de las aguas por todos los que, a diferencia de ellos, habían muerto por la inundación. Lo único vivo estaba dentro de aquella nave; afuera la muerte rondaba a sus anchas. Así que, cabizbajos, empezaron a dispersarse. El único que se mantuvo unos minutos mirando desafiante a Noé fue el gorila, pero después de una corta amenaza territorial, se retiró a la zona donde estaban otros simios.
—Un toque de cacho para levantarnos y dos para irnos a dormir —repitió fuerte por tres veces Noé.
Lo que siguió durante la semana siguiente en el cuerpo de los animales fue una modorra que los llenaba de pereza y aburrimiento hasta el punto de quitarles las ganas de alimentarse. Los hijos de Noé, por primera vez, notaron que los alimentos dejados en las cestas o la leche puesta en las palanganas, permanecía igual a la última vez que la habían cambiado. Jafet le contó a su padre que en los ojos de los coyotes y los lobos se podía ver una tristeza desconocida. Que el encierro los había vuelto dóciles y con una mansedumbre que parecía más una mueca de resignación ante lo inevitable.
—Ponen ojos de cuando uno los va a matar —dijo Jafet, claramente afectado por aquel comportamiento de esos carnívoros salvajes.
Noé escuchó a sus hijos y salió a comprobar si era verdad. Jafet y sus hermanos no se equivocaban. Se encontró con varios animales echados, encorvados en su propio vientre, como si padecieran de peste; observó a las cascabeles mudas en su mover de crótalos; descubrió a los guacamayos y a las cacatúas en un silencio impensable; y pudo constatar que el instinto de aquellas bestias había sido devorado por la monotonía. Del júbilo y la algarabía ya no quedaban sino quejidos o cuerpos tirados en el abandono.
Después de una noche en que Noé no pudo conciliar el sueño, tomó la decisión de abrir una de las ventanas del arca. No fue fácil hacerlo. La brea había sellado los intersticios de tal forma, que fue necesaria la fuerza de sus tres hijos para despegar la hoja del marco. El rayo de luz que entró por el pequeño espacio despertó a los animales de su apatía. Los balidos, los graznidos, los silbos y castañeteos, los gorjeos y gruñidos se sumaban a rebuznos, rugidos, aullidos y trinos infinitos.
—¡Por fin! —gritó una danta.
—¡Acabado este encierro! —exclamó un armadillo.
Noé dejó de mirar el inmenso e interminable mar y volvió sus ojos hacia a ese conglomerado de ojos, cuernos, pelos, alas… que entonaban un coro de algarabía en el piso del arca.
—¿Dónde está el cuervo? —preguntó Noé.
Cam dijo que lo había visto hacía poco. Descargó una bolsa con cereales y fue a buscar el ave. Al poco tiempo volvió ante su padre:
—Aquí está —dijo.
El cuervo estaba asustado porque en esas circunstancias no era fácil saber lo que se propondría Noé.
—Quiero que vayas a hacer una inspección —dijo.
El pájaro negro, casi gris por el encierro, apenas se atrevió a contestar. Si bien se sentía feliz por ser el primero en que podía abandonar el arca, por otro lado temía por su vida, al no conocer con lo que se encontraría.
—No te vayas tan lejos, apenas unas brazadas.
—¿Tengo que ir solo? —preguntó el cuervo.
—Es mejor —repuso Noé.
El cuervo miró hacia arriba del arca pero no encontró a su compañera. De un corto vuelo se puso en el borde de la ventana y de allí extendió sus alas hasta cuando los ojos del anciano lo perdieron de vista. Noé permaneció al lado de la ventana esperando al animal, pero este no retornó.
—La muerte sigue rondando afuera —dijo—, cerrando la ventana con fuerza.
Los animales sintieron que su alegría había sido fugaz.
—¡Déjela abierta!— exclamaron al tiempo, sin ponerse de acuerdo.
—¡No la cierres! —volvieron a pedir.
Pero Noé entendió que era mejor resguardarse y no exponer a estas criaturas a las contaminaciones y los vientos putrefactos. Haciendo caso omiso a las súplicas, les pidió a sus hijos que amarraran con cuerdas el pasador de la ventana. La oscuridad volvió a aposentarse en todas las partes del arca.
—Noé nos salvó para matarnos —exclamó una avestruz.
—Prefiero morir ahogado que seguir en este encierro —chilló un mandril—, arengando a los más cercanos.
—Estamos cansados de obedecer —repuso un burro.
No obstante las manifestaciones de protesta, Noé se mantuvo férreo en su decisión. Pero prefirió no caminar por entre los animales, como una medida de sana protección.
Una semana después, cuando nadie lo esperaba, Noé eligió a una paloma y, con sus tres hijos, abrieron la ventana del arca.
—Vuela a ver qué encuentras —fue la sucinta orden del viejo.
—Allá voy —respondió la paloma—, feliz de estar de nuevo entre el cielo y el viento.
Los animales, al ver entrar la luz, no se entusiasmaron como la primera vez. Apenas miraban de reojo, como para no perder del todo lo que podría suceder.
—Seguro, que luego nos vuelve a decir que por el bien de nosotros lo mejor es quedarnos a oscuras otra semana —refunfuño un pavo.
—Que la muerte sigue en el aire, como nos amenazó la última vez —agregó un carnero de cuernos encorvados.
Los comentarios de uno y otro animal no dejaron escuchar la exclamación de júbilo de Noé, cuando vio llegar a la paloma con una rama de olivo en su pico.
—¡Ya terminó el encierro!, ¡ya terminó!
Noé y sus hijos se abrazaron y con ellos sus esposas. La paloma voló presurosa a contarle a su parejo lo que había visto.
—Árboles muy verdes, esplendorosos… como nadie los imagina —arrullaba feliz la paloma, moviendo el cuello de un lado para otro.
—¿Y qué más pudiste ver? —preguntaron unos turpiales que estaban cerca.
—Un cielo límpido, hecho de un azul que al solo verlo le alegra a uno el corazón.
La noticia corrió de arriba hacia abajo en un alud de comentarios que se impregnaban al cuero, a los pelos, a la piel de cada ser vivo.
—Que hay pasto tan abundante como para alimentar a muchísimas manadas.
—Y las frutas cuelgan de toda rama, maduras o a punto de madurar.
—Que el aire es tan reciente que lo hace volar a uno con solo aspirarlo.
Pasado el regocijo y la exaltación, Noé consideró que debía volver a reunir a los animales para darles unas últimas indicaciones de lo que vendría. Una vez más se ubicó al centro del arca, acompañado de sus hijos. Jafet hizo sonar el cacho, pero para que la concurrencia guardara silencio.
—La buena noticia es que estamos salvados.
Muchas ovaciones y vítores retumbaron en el espacio del arca. Noé dejó que esa algarabía mermara y siguió con su discurso.
—Ya vi en el cielo el arco iris…
—¡El arco iris! —exclamaron los animales entusiasmados.
La gritería se convirtió en una exaltación de fiesta. Los ratones bailaban con los gatos y las gallinas saltaban de la mano de los zorros. Nunca antes hubo tantos abrazos juntos, nunca se había visto tanta fraternidad en la naturaleza.
—Pero no podemos salir todos al tiempo —dijo Noé—, así que tendremos que hacerlo por etapas, poco a poco.
—¡Como sea! —exclamó un rinoceronte.
—Lo que diga Noé —rugió el león, ansioso porque lo dejaran salir de su doble encierro.
Y Noé dispuso que los animales fueran saliendo por sectores, de acuerdo a una secuencia diferenciada por zonas y pisos que había ideado y compartido con sus hijos. Tal desalojo del arca les llevó buena parte del día. Pero a todos los animales les importaba poco esa demora, con tal de sentir de nuevo el sol y ver el anunciado arco iris.
Después de un mes de cuarentena podemos comprobar un rasgo de la condición humana: su capacidad para adaptarse a nuevas situaciones de vida. Quizá ahí esté la clave de nuestra permanencia en este mundo y lo que ha posibilitado la invención, el descubrimiento, la ciencia. Analizo lo que ha venido pasando y aventuro una analogía con los estadios de duelo o de muerte, descritos por la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross: primero, la negación al hecho, eso de que “a mí no me va a afectar”, o que acaecerá en países lejanos del nuestro; después la cólera o la incomodidad al saber que no se tomaron las medidas de cierre de fronteras a tiempo, que no tenemos el suficiente número de camas disponibles, que debemos asumir un encierro en nuestras viviendas; enseguida, la etapa del regateo, de los plazos que se van reanudando, de las excepciones que aspiran a multiplicarse para continuar con la vida cotidiana como se la traía hasta ahora; en unos días posteriores se entra en la depresión, en la tristeza y aumenta el miedo. Tantos encierro, tanta incertidumbre junta, conlleva a que baje el optimismo y se múltiple la angustia y la ansiedad; finalmente, entramos en la aceptación del hecho, de que el covid-19 no va a desaparecer en una semana y en la certeza de que debemos seguir viviendo a pesar de esta amenaza a nuestra salud y a mermar o entorpecer el dinamismo de la economía. Entonces, es casi seguro, comenzaremos a volver habitual lo que nos parece excepcional, convertiremos un práctica diaria el usar tapabocas, estaremos atentos a conservar la distancia social, planearemos de otra forma el comprar alimentos y, aunque nos suene inhumano, tendremos menos horror por el número de contagiados que seguramente aumentarán en los hospitales o en nuestras casas. Así, seguramente, esperaremos la vacuna, o nuestros propios organismos desarrollarán unos mecanismos de defensa que nos posibiliten el encuentro, las relaciones humanas, el ir a trabajar o adelantar proyectos de todo tipo, y una entusiasta afirmación cotidiana por continuar viviendo.
Abril 20 de 2020
Los deportes masivos están en crisis. En particular el fútbol que, como se sabe, es uno de abigarradas multitudes. En las noticias se anuncia que los campeonatos locales o internaciones se han cancelado y que, dependiendo la evolución del coronavirus, se tendrá que jugar a puerta cerrada. Podríamos aprovechar esta eventualidad para reflexionar sobre el deporte y las masas, un tema que apasionó a Elías Canetti. Porque, ¿qué aportan las masas, el público en vivo a un deporte, como el fútbol? Muchas cosas: la emoción, la tensión, el fragor de la contienda, el corazón hecho grito de cada hincha. Por eso, si se piensa en hacer certámenes sin público, se descubrirá que la entretención y gusto por este deporte no es tanto apreciar la técnica o el virtuosismo de los jugadores, sino otra cosa: la interrelación entre unos que actúan y otros que los apoyan; entre individuos que corren y patean, saltan y tratan de meter un balón en un arco, y un grupo amplio de espectadores que toman partido por esa contienda. Tal vez haya deportes que por su esencia individual sea posible desarrollarlos en salones cerrados y con poquísimas personas observándolos; pero los deportes colectivos, esos basados en la fuerza, en el roce, en la gambeta, en el cuerpo a cuerpo con un oponente, perderán gran parte de su esencia. Y no lo digo solo por los aficionados, sino por los mismos futbolistas, quienes perderán la motivación de una tribuna, el apoyo emocional que provoca oír rugir a un colectivo de personas vitorear el nombre de su equipo, el coro de una masa que aviva el entusiasmo cuando decae el ánimo o se está padeciendo una derrota. A lo mejor, tendremos que hacer un ajuste emocional: de sentir y participar con los mismos hinchas en la disputa por un balón a verlos en diferido y en solitario desde nuestras casas. Quizá, recordando las ideas de Roger Caillois quien escribió un libro sobre Los juegos y los hombres, asistiremos a un desplazamiento: de un deporte de agon, o de lucha, a uno de mimicry, o de simulacro; algo así como dejar de ir en grupo a los estadios, para pasar a conformarnos con la pequeña y estática contienda de un futbolín.
…
El presidente, una vez más desde la sala del Consejo de Ministros, anunció que la cuarentena se prolongará otros quince días. Hasta el 11 de mayo estaremos en aislamiento preventivo obligatorio. A pesar de que se ha podido mermar un poco el avance del coronavirus, “no podemos bajar la guardia”, “relajarnos” o “cantar victoria”. Se mantendrá cerrado el aeropuerto y no habrá transporte intermunicipal, salvo para el acarreo de alimentos. El cambio es que se empezará a activar la economía en dos sectores: el de la construcción y la industria manufacturera. Eso sí, y en esto se insistió a lo largo de la hora de transmisión, con las medidas de bioseguridad más estrictas, como son el tapabocas, el baño continuado de manos, la distancia social, los turnos escalonados en los sitios de trabajo y una contratación especial de servicio de transporte para estos trabajadores. Se dijo también, que se podrá hacer deporte al aire libre, conservando condiciones de distanciamiento. Casi todas las nuevas medidas estuvieron acompañadas de la preparación, construcción o seguimiento de protocolos. Como bien se sabe, un protocolo es un conjunto de reglas o normas para guiar una acción o regular una práctica. Es una forma de homogenizar la acción, de interiorizar instrucciones y de unificar ciertos procedimientos. Así que, si en nuestra idiosincrasia tropical lo corriente es no leer el manual de instrucciones, ahora tocará –gracias al covid-19– no solo conocerlo, sino aprender a cumplirlo. Seguramente no será fácil, porque eso demanda disciplina, persistencia, y una regulación colectiva que generará discusiones y “molestias” cuando alguien imponga obedecerlas. Los protocolos direccionan, estandarizan y permiten un control; serán habituales las listas de chequeo, el monitoreo permanente y una reeducación de la conducta. Los protocolos son un modo de mermar los comportamientos individuales y lograr unas pautas homogéneas de las personas en las actividades y los procesos. Como se adivina, los protocolos son un recurso para mermar la improvisación, el azar y los caprichos personales de cara a la amenaza de la pandemia; es un modo de combatir lo incierto a partir de una concreción administrativa de “hacer todos lo mismo”.
Abril 22 de 2020
Escucho por la radio una entrevista a la alcaldesa Claudia López sobre sus declaraciones de no permitir la activación de los trabajos de manufactura el próximo lunes 27, entre otras cosas porque no están los protocolos terminados. El periodista le pregunta si esa medida fue consultada con el presidente y, ella, le responde que sí. El periodista insiste en que si eso ha sido así, por qué entran en contradicción las medidas del alto mandatario con las de ella o si es que sus argumentos no son tenidos en cuenta. La alcaldesa le responde que no va a entrar en esas confrontaciones y menos ahora cuando de lo que se trata es de un problema que pone en juego la vida de las personas. Enseguida agrega que hay una diferencia entre promulgar decretos y otra, bien distinta, ejecutarlos. Y que para el caso del coronavirus, habría que mirar si esas medidas pueden aplicarse homogéneamente a todos los municipios o de manera idéntica para todos los departamentos. Insiste en que hay que basarse en datos y ver cómo evoluciona la pandemia en cada caso. En síntesis, que Bogotá —por tener más de ocho millones de habitantes y por tener el más alto número de contagiados, casi mil cuatrocientos— no puede ser lo mismo que Medellín o Quibdó. Las respuestas de la alcaldesa me dan pie para traer a cuento la tensión que ha habido, durante siglos, entre lo local y lo nacional, o entre lo nacional y lo internacional, o entre el centralismo y el federalismo. Y si, es suficiente, para un país tan grande como Colombia, en el que hay regiones claramente diferenciadas, sirven medidas que pretendan uniformar procedimientos, resolver problemas o ejecutar normas administrativas. Para todos es evidente que las grandes ciudades requieren protocolos distintos al sector campesino, y que no puede ser igual reactivar la vida cotidiana en un pueblo de un millón de habitantes a otro que quintuplica esa población. De allí que los protocolos, tema que se ha vuelto “tendencia” en estos días, deban consultar los contextos, enfocar las acciones, incluir las particularidades o excepciones, contemplar las contingencias específicas. Tal vez el afán por salir de la pandemia, por retornar a la vida como antes, nos hace perder esta capacidad de foco y diferenciación de las realidades. Porque sí es cierto que legislar o promulgar una norma de alcance nacional —amparada en favorecer a la mayoría—, resulta difícil de aplicar o cumplir cuando ya llega a las regiones o a los municipios de la denominada “Colombia profunda”. Pueda ser que este covid-19 nos ayude a comprender que si no se consulta y se legisla teniendo en cuenta las necesidades y condiciones de lo local, los decretos y buenas iniciativas centralistas quedarán en el limbo de la ineficacia, el incumplimiento o la improvisación.
…
Poner a pelear a los dirigentes, esa ha sido una de las formas como el periodismo, especialmente radial y televisivo, busca material para llenar sus espacios. Y si bien estamos viviendo una pandemia, si afrontamos una emergencia sanitaria, los periodistas persisten en buscar “el puntico”, “la frase”, el “comentario” de un dirigente para ponerlo en contrapunteo con otro que, por lo general, forma parte de una filiación política diferente. A veces se disfraza esta práctica cizañera de los periodistas con “buscar la verdad” o, lo que es más grave, “ayudar a la opinión pública”, pero lo que en realidad muestra este afán de “encender la pelea”, es dejar de analizar un problema para pasar al campo de mover las pasiones de las personas. Hay algo de tinte “amarillista” en estas maneras de “informar” y mucha, pero muchísima, falta de prudencia en un oficio que, más en épocas de incertidumbre, angustia y temor como las actuales, necesitan que los expertos en comunicación sopesen la lengua, aquilaten sus emociones, dimensionen el alcance social de iniciar o propagar una u otra polémica. Los mismos políticos deberían dejar de hablar echando puyas, de estar arengando a los desinformados, de prestarse a una disputa momentánea y novelera en la que lo menos importante es el bien común, sino reforzar la vanagloria de determinados periodistas o contribuir a mantener un alto índice de audiencia en algún medio masivo de comunicación. Ante la duda y la indeterminación provocadas por coronavirus es fundamental la mesura, el análisis, la contención de las opiniones gratuitas. Ese tendría que ser, también, uno de los reaprendizajes para los que dirigen o tienen bajo su orientación un noticiero radial o un telenoticiero: comprender que el periodismo es, esencialmente, una profesión de servicio público.
Abril 23 de 2020
Desde hace días, en las ventanas de algunas casas o edificios se ha puesto un trapo rojo, indicando que ahí reside un necesitado de ayuda humanitaria o alguien que requiere alimento. Esos trapos rojos son como banderas que denuncian el hambre, que gritan a los pocos transeúntes o a las entidades de servicio social una ayuda para enfrentar el aislamiento provocado por la pandemia del coronavirus. En muchos de esos casos, se trata de inmigrantes venezolanos; en otros, de personas solas o que sobreviven mediante el “rebusque” cotidiano, o miembros de ese amplio grupo de trabajadores de la economía informal. El trapo rojo sirve de señal de advertencia, pero también de signo de contagio: aquí está un damnificado, aquí habita un individuo que soporta la pobreza extrema, aquí hay un ser humano que solicita con urgencia la colaboración y la solidaridad de sus semejantes. Si bien los contagiados son aislados en habitaciones o lugares especiales, estos que exhiben sin vergüenza el trapo rojo en sus ventanas, son otras víctimas del covid-19; ellos también padecen un contagio: el del abandono, el desarraigo o la miseria. Hay tantas formas invisibles de infección social, tantos estigmas ocultos que, debido a esta pandemia, salen a relucir, como pequeñas manchas coloradas en medio del gris de la ciudad. Pero ya no se trata de exponer la bayetilla roja para anunciar un producto, como era la costumbre de los carniceros, sino de izar una prenda de este color, exhibirla al público, para que la pasiva compasión o las buenas intenciones de la gente se transformen en alimento, en ayuda real que contribuya a seguir viviendo.
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A un médico en el norte de Bogotá le dejaron escrito a la entrada de su apartamento un mensaje amenazante: “Doctor si no se va matamos a su esposa e hijos”; y en Buenos Aires, para solo mencionar otro ejemplo, a la viuda de un enfermero que murió por coronavirus, los vecinos le han dicho que si no se va, le van a quemar su vivienda, para que no “infecte el barrio”. Son muchos los profesionales de la salud que han sido objeto de discriminación, señalamiento o agresión verbal por ser ellos, precisamente, los que tienen un mayor contacto con los enfermos de la pandemia. Y lo que manifiestan estos “afectados” es su tristeza al no entender la reacción de la gente, cuando su riesgoso ejercicio está en servir a la comunidad. “Somos los más conscientes de cumplir todas las medidas de protección, y más cuando pensamos en cuidar a nuestra familia”, dicen. “Seríamos las personas menos peligrosas para un contagio”. Estos hechos, claramente reprochables, pueden ser el resultado de la intolerancia con el “diferente”, con el “distinto”, con las personas que desestabilizan una moral mayoritaria, contravienen una ideología, o rompen la “tranquilidad” de un orden de cosas establecidas. Porque parecidos mensajes se les envían a los líderes comunitarios, a aquellos que no pertenecen al mismo partido político, o a los “sospechosos” de promulgar ideas extrañas o contrarias a las de la mayoría. Por supuesto, al estar confinados, eventos como el del médico o la viuda del enfermero nos parecen dignos de rechazo. Pero en países como el nuestro, en el que nos cuesta convivir con el “diferente”, se han vuelto costumbre estas manifestaciones del chantaje, del “boleteo”, de la intimidación excluyente y anónima. Somos intolerantes hasta el delirio: “váyase de aquí” ha sido el mensaje que hemos usado desde hace muchos siglos para evitar el contagio no solo de enfermedades físicas, sino de esas otras infecciones que se propagan en nuestra cabeza y en el mundo afectivo de nuestras pasiones.
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Si no hay fútbol en directo, ¿qué hacen los canales nacionales o de tevecable para remediarlo? ¿A qué han acudido? Al pasado, a las repeticiones de “partidos históricos”. Recordar, rememorar, volver a ver el ayer. Los largos confinamientos, los encierros obligados, al mermar la acción de nuestras manos o nuestros pies, conducen toda la atención al ejercicio de la memoria. Al estar confinados, enclaustrados en nuestras casas, al no tener la libertad de movernos en el campo de la vida cotidiana, lo que renace o se aviva es el pasado. Este ha sido el recurso de los hombres cuando ya no están ni pueden ser protagonistas de fascinantes aventuras: acudir al recuerdo de pretéritas odiseas para mantener el fluir de la vida. El aislamiento, la inacción, crean unas condiciones ideales para que la conciencia del tiempo deje de ser el de la prisa, el de “en directo”, y se vuelva un lento reencuentro con lo ya vivido. La evocación de hechos significativos, el reencuentro con eventos cargados de alta valoración, es el modo como los seres humanos rompen la monotonía de hacer siempre lo mismo para estar a sus anchas en los paisajes de la recordación. Los territorios del pasado son mucho más amplios que los linderos del presente. El aficionado, mirando en una pantalla la repetición de una final de fútbol de hace varios años, busca en el recuento del ayer un remedio contra su tristeza de hoy. De allí la importancia del relato, de la historia, como medios para recuperar lo perdido y, a la vez, un modo de seguir cultivando la imaginación, la capacidad de mantener intacto el heroísmo, cuando las fuerzas decaen o están debilitadas por una cuarentena interminable.
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El presidente quiere meter en cintura a los bancos para que atiendan los clamores de las medianas empresas, de los comerciantes que no saben cómo pagar su nómina, de los ciudadanos que esperan con prontitud los ansiados préstamos. Es un llamado de atención tardío, porque el gobierno, y no sólo éste, siempre han mostrado una actitud cómplice y alcahueta con todos los costos e intereses que estas entidades multiplican sin consideración a sus clientes. Los congresistas claman, con gestos demagógicos de solidaridad, que los bancos tengan tasas más bajas, acordes a la situación especial que ha traído el coronavirus. Pero la respuesta de los directivos de estas entidades, en general, es la de que “los bancos no están para arriesgar”; o si hacen algunos desembolsos, los intereses no se apiadan de la “crisis” de los necesitados. Basta mirar un ejemplo personal: llega a mi correo el recibo de una tarjeta de crédito, incluyendo arriba, en fondo rojo, un aviso de cobranza, explicando en detalle de cuántos son los intereses, según dure en pagar, so pena de ser “reportado mi comportamiento negativo a las Centrales de Riesgo”. El recibo señala, así me haya tardado dos semanas en pagar –por estar cumpliendo el confinamiento–, que debo hacer el pago de manera “inmediata”. Hay demasiada falsedad en esos mensajes bancarios que llegan al whatsapp o al correo diciendo, “queremos que te cuides, quédate en casa… tu banco ha creado diferentes alivios de pago”; porque tarde que temprano, su veredicto será una factura con un término implacable de vencimiento. Con pandemia o sin pandemia, así difieran tu deuda a doce meses, llegará el extracto con el monto que debes pagar y, debajo, la respectiva suma de dinero, correspondiente a la ampliación de tu deuda. La usura no ha tenido ni tiene corazón. Por eso es que los bancos en el último año reportaron ganancias por más de once billones de pesos.
Abril 24 de 2020
La Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría han sumado esfuerzos para controlar que los dineros de apoyo destinados a aliviar la crisis desatada por el coronavirus no terminen desviándose de su propósito original. Porque lo que denuncian estos estamentos de control es que hay “irregularidades en la contratación” y “usos indebidos del dinero público”. Gobernadores, alcaldes y otros funcionarios, amparados en la crisis sanitaria, han sacado otra vez cuantiosos porcentajes para su beneficio. Hasta al Ministro de agricultura se le ha abierto investigación por la “asignación de créditos blandos que terminaron en las manos de los grandes agroindustriales y no beneficiando a los pequeños productores del campo”. Uno podría pensar que dadas las circunstancias desfavorables en que estamos hoy, ocasionadas por el coronavirus, haría que estos inescrupulosos no tocaran estos dineros. Pero ya se advierte que hay por lo menos 38 casos de flagrante corrupción. Lejos queda la solidaridad, invisible el hambre y la suerte de trabajadores humildes, cuando reaparece una práctica inveterada y de uso corriente en políticos y funcionarios regionales. Más que optimizar una ayuda económica o buscar la mejor manera de subsanar las inequidades sociales, lo que hacen estos corruptos es darse mañas para adulterar documentos, desviar el fin de unos recursos, amangualarse con otros inescrupulosos para inflar unos gastos o falsificar unos resultados. Todo lo que tenga el epíteto de público en lugar de producir un deseo de salvaguarda y control permanente, parece más un campo de rapiña, de desgreño, de terreno de nadie sin ninguna protección. Así tratan las oficinas, el mobiliario, el transporte, los servicios: si saben que son públicos, ya es razón suficiente para romperlos, hurtarlos o dejarlos a la intemperie. Compruebo en esa relación con lo público no la actitud de respeto hacia lo que es un bien común, sino la astucia bárbara del saqueo y el vandalismo.
Abril 25 de 2020
Después de cuarenta días salí a la calle a tomar el sol. La alegría de caminar se sumaba a la grata sensación de recibir la brisa. Vi muy poca gente en la calle cubiertos con tapabocas y uno que otro local comercial abierto. Mis pasos parecían descubrir de nuevo las casas conocidas, los sitios familiares, las calles tantas veces recorridas por mis pies. Una conmoción de libertad le insuflaba a mis pasos energía, como si reclamaran para ellos el alimento ansiado, la cuota de agua esperada al concluir una larga travesía. Es emocionante y grato sentir la tibieza del sol en la espalda, tener otro paisaje en el horizonte, sabernos libres de ir por cualquier avenida, recuperar el movimiento corporal en toda su plenitud. Imagino la falta del parque, de los juegos de locomoción, del césped y los árboles, que tendrán los niños en esta etapa del confinamiento. No son suficientes las entretenciones o los videojuegos, no basta con el “playStation”; resulta indispensable también correr, saltar con la mascota, poder tirar y recoger una pelota. Pero lo que más me ha entusiasmado de esta corta salida es el hecho de “estirar las piernas”, de andar varias cuadras sin la obstrucción de las rejas en las ventanas de mi casa. Al menos para mí, caminar es un bálsamo para aliviar mis cuitas, el mejor ambiente para meditar, la escuela cotidiana donde aprecio el trasegar de la realidad. Esto ha sido lo más difícil del encierro obligatorio: privarme de recorrer las calles de mi querida ciudad de Bogotá, renunciar a esos caminos grises que de tanto marcarlos con mis huellas, conforman un mapa de mi propia historia. He recordado el relato bíblico del diluvio durante cuarenta días y cuarenta noches y el encierro de Noé en el arca, y pienso que la caminata que he realizado esta mañana es semejante al segundo vuelo de la paloma en el vasto azul y su regreso con una ramita de olivo verde.
Abril 26 de 2020
Según el gobierno, después de haber hablado de manera genérica de que mañana se reactivarían los sectores de la construcción y la manufactura, ahora advirtió que esto iba a darse de manera gradual y progresiva. “El gobierno abre la puerta, pero son los alcaldes los que abren la llave de la gradualidad”, afirmó el ministro de comercio, industria y turismo. A veces la premura o la presión de grupos económicos, hace que los gobernantes anuncien medidas que luego, cuando ya se van a llevar a la práctica, muestran la necesidad de mayor tiempo para su implementación o alcanzar a preparar una logística minuciosa. Tan es así que los protocolos sanitarios hasta hace pocos días se están difundiendo y muchas empresas tienen dudas sobre qué es lo correcto y cómo deben proceder para evitar propagar el coronavirus. En algunos departamentos se va a pedir el Pasaporte sanitario y, en otros, los industriales deberán inscribirse en un portal virtual, llenar unos requisitos y esperar la aprobación de las alcaldías para saber que pueden empezar a funcionar. Por todos los medios de información se habla sin cesar de seguir los protocolos pero, poco se piensa en que esto demanda la adquisición de unos hábitos que, como se sabe, no son fáciles de interiorizar. Advierten que debe respetarse la distancia social, que todo el mundo debe salir con tapabocas, que se puede trotar a ciertas horas y únicamente en el radio de un kilómetro del sitio de residencia, que los sitios de trabajo deben contar con gel antibacterial suficiente, varias estaciones para lavarse las manos, que los puestos de trabajo deben estar por lo menos a dos metros de distancia, que debe tomarse la temperatura de los empleados antes y después de terminar labores, que apenas se llegue de trabajar hay que quitarse la ropa, ponerla en un sitio especial para desinfectarla, y cambiarse por otra que no vaya a estar contaminada. Esta es una situación difícil y generadora de alto temor, con un doble filo igual de cortante, porque como dijo un obrero de la construcción: “Me da miedo salir a la calle, pero tengo que trabajar”. Como sea, todo este afán por la reapertura económica tiene una buena cuota de riesgo; no se sabrá sino hasta dentro de unos quince días o más, cuántos infectados nuevos hay, cuántos contagios se producen por los insensatos que no siguen los protocolos, o por todos los empresarios que le hacen “pequeñas trampas” a las normas o las “adaptan” de tal manera con tal de no cumplir la ley. Tal vez esta prisa por volver a la “normalidad” sea, precisamente, una forma de no entender la medula de lo que está pasando. Porque para nada es normal andar con tapabocas, guantes, lavándose las manos cada dos horas, aplicándose antibacterial, alejados de las personas con que trabajamos, sospechando del colega que atraviesa la frontera del escritorio, imposibilitados para la movilidad, yendo como encarcelados de la prisión al lugar de trabajo y del sitio de trabajo a las cuatro paredes de nuestro confinamiento. Por eso los protocolos son documentos sacados de afán, por eso son más las preguntas que los procedimientos claros. Al querer retornar a una realidad que no puede ser la misma, hacemos el simulacro de retornar a ella, pero con los imaginarios de un pasado convertido en costumbre. Esta actitud se asemeja, según me contó un amigo maestro, a la niña de un colegio que, todas las mañanas, se levanta, se baña, se pone su uniforme y se sienta en la mesa del comedor a tomar clases virtuales por un computador. Pasará un buen tiempo, quizá años, para que esta “anormalidad” nos parezca “normal” o, una vez se tenga la vacuna, podamos recuperar los hábitos y costumbres que ya nos eran familiares y no necesitaban de ningún protocolo policivo para llevarlas a cabo.
Abril 27 de 2020
Salí a pagar un recibo al banco y noté un número de ciclas mayor que el de estos últimos días, un tanto más de vehículos y varias personas esperando a la entrada de locales de venta de materiales de construcción. Algunas de ellas con los tapabocas puestos y otros con ellos en el cuello o haciendo las veces de balaca. En el banco está señalizada, mediante cintas, la distancia dentro del establecimiento pero, afuera, es una vigilante la que regula el distanciamiento obligatorio. No obstante, observé a un grupo hablando en corrillo. No todos los que caminan siguen las instrucciones de protección. En varias de las droguería del sector aparecen letreros escritos a mano en los se anuncia: “Sí hay antibacterial”, “Sí hay guantes”, “Sí hay alcohol”, Sí hay tapabocas”. Y si hace un mes esos avisos dentro de los locales anunciaban que no había ninguno de estos productos, ahora es todo lo contrario. Vi busetas azules del servicio público con personas sentadas una detrás de otra y camiones descargando alimentos. Pregunté el costo de una caja de guantes de nitrilo y me dijeron que valía cuarenta mil pesos (antes el precio no sobrepasaba los veinte mil). En un supermercado se informa en una cartelera escrita con marcador azul que las personas deben usar guantes para manipular los alimentos y si no lo hacen será “bajo su propio riesgo”. Los pequeños locales de comida, anuncian que ofrecen “almuerzo ejecutivo” a domicilio; se mencionan los teléfonos de contacto. Si bien las personas en la calle evitan andar juntas, miré a las afueras de las cafeterías a pequeños grupos de dos o tres individuos compartiendo un tinto con el tapabocas abajo. Los recicladores siguen esculcando las basuras sin ningún instrumento de protección. Algunas peluquerías y centros de belleza tienen sus puertas a medio abrir, como si estuvieran prestos a cerrarlas apenas aparezca la policía. Casi todas las tiendas han puesto sus mostradores como otra barrera para el público o atienden separados por rejas de hierro. El pico y género se cumple parcialmente. Una buena parte de los dueños o vendedores de establecimientos de comidas o de otros productos están a la expectativa, mirando a la calle, detallando a los pocos transeúntes que pasan, con una actitud de desconsuelo o de súplica para que se detengan a comprarles. Describo todo esto para captar el ambiente que se respira en un barrio popular de estrato tres, en el último día de la primera cuarentena (se sabe que la segunda fase llegará hasta el 11 de mayo) y la expectativa del reinicio “gradual” y “progresivo” de dos sectores, el de la construcción y el de las manufacturas que, por ahora, están inscribiéndose en las plataformas de la alcaldía, adjuntando los protocolos en que muestren cómo van a cumplir las normas de bioseguridad, y después de todo este proceso, obtener la aprobación para su funcionamiento.
Abril 28 de 2020
El presidente insistió hoy, en su hora habitual por la televisión, en la disciplina individual y colectiva, para ser más estrictos con los protocolos y las medidas del confinamiento obligatorio. Y a pesar de que ciertos gobernadores dicen que “todo va muy bien”, lo cierto es que en ciudades como Cartagena y Santa Martha los alcaldes han tenido que hacer uso del toque de queda para “obligar” a las personas a cumplir el aislamiento. Más de 200.000 comparendos en todo el país ha impuesto la policía por violar la cuarentena, y la mayoría de los infractores son jóvenes. Poco vale el pico y cédula, el pico y género, el pico y NIT; los “ciudadanos” salen el día que no es, abren el negocio sin tener medidas de bioseguridad, se reúnen en fiestas sin atender la distancia social, les resulta insoportable resguardarse en su casa… Pienso que esta es la consecuencia de tener morales todavía reguladas por la heteronomía, por la figura del policía, y poco, muy poco, articuladas desde la autonomía. Eso de una parte, pero además, la disciplina requiere un desarrollo personal, una educación de la voluntad que nos “obligue” desde adentro, sin esperar la aprobación ajena o el “regaño” de una figura de autoridad. Disciplinarse tiene mucho que ver con la formación del carácter y, en eso, cuenta enormemente la crianza y la escuela primaria. Disciplinarse en ponerle brida a los caprichos, pulir nuestros arrebatos, someter nuestros instintos inmediatistas al acatamiento de las convenciones y pactos de convivencia. La disciplina está asociada a los hábitos y éstos a una conciencia profunda del cuidado de sí y de los demás. Disciplinarse, más que una tortura o un sacrificio, es adquirir la conciencia del esfuerzo para alcanzar cualquier logro, es poner el empeño y la persistencia para alcanzar metas de largo aliento, es saber gobernar nuestras pasiones con el propósito de conservar la propia vida y la de los demás. El que se disciplina, a pesar de la amenaza actual del coronavirus, mantiene un cuidado permanente de su cuerpo, y por eso convierte el ejercicio físico en una práctica diaria; sopesa el alcance de sus acciones y, en esa proporción, mide el grado de sus responsabilidades; logra cultivar una afición, un arte, así la cotidianidad lo agobie con obligaciones labores; aprende a planear sus actividades y sus gastos, porque tiene sentido de la previsión y de la dosificación de sus fuerzas. Creo que la disciplina, con el tiempo, se transforma en una forma de prudencia que alimenta nuestra sabiduría. Ojalá logremos en algún tiempo futuro, como personas, como comunidad, no necesitar de comparendos para ser disciplinados y acatar la ley; que hallamos superado una moral regulada por el miedo, a otra, más serena, de ser “obedientes” o “responsables” por convicción y por un profundo discernimiento de los límites de nuestra libertad.
Abril 29 de 2020
La ministra de Educación informó hoy que, para ayudar a estudiantes y maestros durante esta pandemia, habrá televisión educativa las 24 horas. A partir del 4 de mayo, se emitirá “Mi señal” por la televisión y la radio pública y los canales regionales, además de la televisión digital terrestre. De igual manera, se ha previsto otra estrategia para acompañar a los docentes: “Conectados con el aprendizaje”, que tiene como objetivo mostrar guías y videos que contribuyan al conocimiento y manejo de herramientas digitales. Me llama la atención, en tiempos del coronavirus, la revaloración de la radio educativa y televisión educativa, después de que por muchos años los canales y emisoras los han despreciado o subordinado de las parrillas de programación. Ha sido tal el entreguismo al “rating” y a la mera entretención que, resulta “extraño” este descubrimiento de una de las funciones esenciales de los medios masivos de comunicación: educar. Por lo demás, a veces estas medidas descubren, al momento de ponerse en práctica, que hay regiones, que no a todas personas les llega la señal, que este es un país de cordilleras, y que si de veras se desea llegar a los estudiantes de nuestros pueblos más lejanos, la radio sigue siendo una de las mejores las alternativas. Recuerdo la apuesta de Radio Sutatenza, en la década de los 60, para educar a los campesinos, al igual que los programas derivados de la comunicación para el desarrollo, que respondían a una televisión educativa, con sentida preocupación social. Y es una lástima que el centralismo de la programación televisiva, considere ahora sí, que son importantes los canales regionales, pues son ellos los que en realidad conocen y llegan a las veredas más alejadas de la capital. Ojalá estas iniciativas de recuperar la radio y la televisión para enseñar o ayudar a los maestros, recuerde o aprenda ciertos principios de ese entonces: que los actores no son meros receptores, sino protagonistas de la misma programación; que un medio no es igual a sus mediaciones; y que la apuesta de todas esas iniciativas de educación popular tenían como norte ayudar desarrollar el pensamiento crítico, recuperar las voces de los silenciados y, como nos lo enseñó Paulo Freire, orientar la pedagogía hacia acciones liberadoras, no solo personales, sino colectivas.