• Autobiografía
  • Conferencias
  • Cursos
  • Del «Trocadero»
  • Del oficio
  • Galería
  • Juegos de lenguaje
  • Lecturas
  • Libros

Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: octubre 2020

El símil, la metáfora y la alegoría

25 domingo Oct 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

≈ 8 comentarios

Ilustración de Petra Mrzyk y Jean-François Moriceau.

Me imagino que el símil o comparación, ese atributo del pensamiento relacional, fue para los primeros humanos una forma de descubrimiento del entorno, una manera de extender el alcance de sus manos o sus ojos. Tal acontecimiento lo podemos ver en el proceder del campesino que logra entrever en el “charco” de agua, un ojo, y que al mirar todas las noches el techo de su habitación, lo llama “cielo raso”, en contraste con ese otro cielo titilante de estrellas que contempla antes de irse a dormir. Así que, al juntar realidades por semejanza, el hombre pudo poner en comunión lo que en un primer momento parecía distante o sin posibilidad de vínculo. Y esa operación también está en los niños quienes intuyen que, para jugar, el palo de una escoba tiene adentro un caballo y el gesto abierto del índice y el pulgar con los demás dedos contraídos puede convertirse en una pistola infalible.

Ahora bien, si profundizamos en esto del pensamiento relacional, descubriremos que empieza en una fina voluntad de observación o en una cualificación de los sentidos. Para que “esto se parezca a aquello” se requiere estar atentos a las características más notorias: el color verde intenso de los ojos de la mujer permite asociarlos con las esmeraldas, y la forma de los ríos da pie a que entren en afinidad con el desplegarse de los caminos y el moverse de las serpientes. El símil nace de esa capacidad para apreciar semejanzas entre las características de dos realidades diferentes. Ese es su punto de partida: si la vela se extingue poco a poco, se parece mucho a la vejez de los hombres o a la suerte final de ciertos amores; si las olas van y vienen, tienen mucho en común con los recuerdos; y si el poeta trabaja de noche y en silencio en sus versos para compartirlos luego a los demás, se asemeja al gallo que vela en la oscuridad para anunciar con su canto el nuevo día a todos los habitantes de la campiña.  

Algunas de esas características son muy notorias o evidentes y, otras, demandan un ojo avizor o cierta agudeza para descubrirlas. Serán características notorias, por ejemplo, la inmensidad del cielo, la dureza de la piedra, la lentitud del caracol, el refrescar del viento. Pero no serán tan inmediatas las cualidades que aúnan el tiempo con el tejer de la araña o los besos de amor con una lluvia cayendo sobre el océano. Bastaría ilustrar lo dicho con unas pocas líneas de ese extenso poema –sustentado en ricas comparaciones– de Tomás Segovia, titulado “Besos”:

“Besaré también tu cuello liso y vertiginoso

como un tobogán inmóvil

tu garganta donde la vida se anuda como un fruto que se puede morder

tu garganta donde puede morderse la amargura

y donde el sol en estado líquido circula por tu voz y tus venas

como un coñac ingrávido y cargado de electricidad…”

Nótese que el símil entre el cuello de la mujer y la forma del tobogán resulta fácil de apreciar, aunque no necesariamente nos percatemos de manera inmediata; menos evidente es el puente entre la garganta y el “fruto que se puede morder” y más lejana aún la asociación entre el líquido solar de la vida y un “coñac ingrávido y repleto de electricidad”. Lo cierto es que el símil junta realidades o conceptos utilizando enunciados comparativos explícitos, demos por caso: “como”, “igual que”, “parecido a”, y mediante ese recurso transmuta el significado básico de una realidad, amplifica su resonancia comunicativa, amalgama lo animado con lo inanimado, dota de figura lo que resulta inexplicable o que desborda la emoción. Pablo Neruda, por ejemplo, observa el cuerpo tendido y desnudo de una mujer y lo asocia con una geografía; Octavio Paz desea acariciarlo y entrevé en esa piel un “mundo”, y va por ese cuerpo como “por un bosque”, “como por un sendero en la montaña que en un abismo brusco se termina”. O puede usarse el símil, a la manera de Roberto Juarroz, para mostrar las consecuencias de algo que acaece en el pensamiento, de una tesis que, en sí misma, parece poco posible o no resulta fácil de entender:

“También las palabras caen al suelo,

como pájaros repentinamente enloquecidos

por sus propios movimientos,

como objetos que pierden de pronto su equilibrio,

como hombres que tropiezan sin que existan obstáculos,

como muñecos enajenados por su rigidez…”

Recapitulemos: un símil es el primer estadio del pensamiento relacional. El escalón siguiente es el de la metáfora. Aquí se suprimen las partículas comparativas y se deja plena y limpia esa nueva realidad. La metáfora se libera un tanto de la mampostería de la semejanza para quedarse con lo que ha logrado mediante ese recurso. Sigue fiel a la fuerza de la analogía, pero se lanza a tejer telas de significado sin mostrarle al lector los hilos o las costuras. En lugar de expresar que la ausencia es tan extensa como el mar, preferirá decir “un mar de ausencia”; y si lo que pretende asociar es que el tiempo corroe a los seres como el óxido a los metales dirá “el óxido del tiempo en nuestra vida”.

Son muchos los poemas que podrían servir de referencia. Miremos con algún detalle una muestra de ellos. Empecemos por Vicente Aleixandre en su poema “La luna es ausencia”:

“Luna, maravilla o ausencia,

celeste pergamino color de manos fuera,

del otro lado donde el vacío es luna…”

La metáfora de “celeste pergamino” instaura una nueva identidad para la “luna”; el detonante ha sido el color de las dos realidades. El poeta construye otro nombre para el astro, le otorga otro modo de nombrarlo o percibirlo. Igual sucede con los versos del mexicano Enrique González Martínez, en los que dota al “corazón” de otra fisonomía: es vaso, es urna y, en esa medida, puede colmarse o desbordarse, y el líquido que contiene es la vida misma:

“Tu corazón es vaso de tristeza

que fue colmando pródiga la vida;

para nuevo dolor ya no hay cabida

y la urna a desbordarse empieza…”

O miremos el poema “Anoche cuando dormía” de Antonio Machado en el que el corazón ya no es un “vaso” sino una “colmena” y, por preferir el poeta esa relación, las “doradas abejas” logran fabricar una miel muy especial:

“Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas

blanca cera y dulce miel”.

Los ejemplos se harían interminables. En todo caso, me sirven para mostrar que la metáfora prescinde o considera innecesario mencionar el vínculo que le sirve de base para su tarea. Se da el lujo, por decirlo así, de dejarlo implícito y, en algunos casos, pone al lector a adivinar cuál es la relación que está de fondo en un verso o en un enunciado. La metáfora parte de esas semejanzas, pero las lleva a otro nivel, potenciando la fuerza creativa de la analogía, induciendo a que los sentidos entren en un juego de correspondencias o a que la imaginación entreteja hilos de diverso material o color. La metáfora es un modo de ver en que la afinidad sobrepasa el principio de identidad; un modo de trasladar los significados unívocos y conocidos a otra dimensión más plurívoca e inesperada.

Vale la pena advertir que si la metáfora se prolonga de manera continua, si se emplean varias de ellas en una progresión o se multiplica su campo analógico, llegaremos a la alegoría. Por lo general, cuando así se procede hay una gran metáfora que sirve de base y, a partir de la cual, se derivan otras semejanzas o se pueden inferir diversas relaciones. La alegoría se fragua con la lógica del árbol que sirve de soporte a diferentes ramificaciones; es una constelación de metáforas, y por ello ha sido tan útil al mito, a la parábola, el apólogo o a la fábula.

De otra parte, la semejanza continua de metáforas permite que la alegoría ponga en sintonía ideas abstractas con realidades concretas o de consistencia material. Es una estrategia del pensamiento para hacer visible lo invisible o para darle forma a lo incorpóreo. En este sentido, la alegoría cumple la condición fundamental de toda imagen: ser la forma sensible de una sensación o un concepto. Un poema, “A mi buitre”, de Miguel de Unamuno es un buen ejemplo de lo que vengo diciendo:

“Este buitre voraz de ceño corvo

que me devora las entrañas fiero

y es mi único constante compañero

labra mis penas con su pico corvo.

 

El día que le toque el postrer sorbo

apurar de mi negra sangre quiero

que me dejéis con él solo y señero

un momento, sin nadie como estorbo.

 

Pues quiero triunfo haciendo mi agonía

mientras él mi último despojo traga

sorprender en sus ojos la sombría

 

mirada al ver la suerte que le amaga

sin esta presa en que satisfacía

el hambre atroz que nunca se le apaga”.

De entrada, podemos decir que el poema se inscribe en una analogía mayor que es el mito de Prometeo y, desde allí, recrea la figura del buitre. Las metáforas no solo abarcan al ave, sino a las acciones mismas que produce; de igual modo se metaforiza el hambre y el ser que padece ese sufrimiento. Pero lo que resulta interesante al conjugarse todas esas asociaciones es que “el buitre” deja de ser un animal para transformarse en otra cosa: o bien el tiempo, o la misma muerte. Hasta podría pensarse, conociendo un poco a Unamuno, que puede representar la angustia de la existencia, el sufrimiento de existir. Es evidente: la alegoría nos ha permitido ir de un referente natural a otra zona “figurada”; nos ha abierto las puertas para entrar en el campo de lo simbólico. 

Del símil a la metáfora, de la metáfora a la alegoría: he aquí un itinerario del pensamiento relacional, de la fuerza creativa de la analogía. Un recorrido que empieza estableciendo puentes entre realidades concretas y orgánicas, pasa por la transposición sensorial y termina juntando o evocando realidades abstractas o inmateriales. Tal vez por todas esas bondades es que este itinerario del símil a la alegoría merece una mejor atención didáctica en los procesos educativos, al igual que un esfuerzo de cualquier persona o profesional para incorporarlo a sus modos de comprensión de sí mismo y de los demás, y para enriquecer las estrategias discursivas con que nombra el mundo que habita o desea transformar.

La sutileza de Eugenio Montejo

18 domingo Oct 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Comentarios

≈ 6 comentarios

No deja de sorprenderme la hondura con que el poeta venezolano Eugenio Montejo aborda diferentes facetas de la existencia o retoma un hecho aparentemente banal para descubrir en él facetas inéditas o realmente novedosas. Y qué mejor forma de ejemplificar tal perspicacia lírica que detenernos en el poema titulado “El canto del gallo”, contenido en su libro Alfabeto del mundo.

Lo primero que podemos apreciar en este poema es la disociación que elabora Montejo entre el canto y el gallo mismo; si desde nuestra habitual perspectiva aunamos esas dos entidades, para el poeta habitan en espacios diferentes, son realidades que poseen cualidades y condiciones separadas. El canto “está por fuera del gallo”, cae como si fuera una lluvia sobre su cresta, sus plumas y sus espuelas. Y el gallo se asemeja a un receptáculo, a un cántaro que está a la expectativa de ser llenado por ese canto acuoso. Tal es nuestra primera sorpresa al leer el texto: no es el gallo el protagonista del poema, sino el canto. Y lo que parecía provenir de un adentro es, en realidad, la expresión de un afuera.

Eugenio Montejo nos muestra el proceso mediante el cual el canto se deposita, poco a poco, “gota a gota entre el cuerpo” del animal. Y ese gotear del canto que se hace en la noche, mientras duerme el ave, prosigue de forma “incontenible” hasta que “desborda” al gallo y lo lleva a producir el sonido “inmenso”, el grito que “a lo largo del mundo sin tregua se derrama”. El ave ha servido de mediadora para que el canto inunde el mundo como si fuera un rayo de sol. El canto pasa por el gallo, se filtra a través de su garganta, para luego quedar otra vez en su ambiente, afuera, “esparcido a la sombra del aire”. Como se ve, el canto es más amplio, más universal; y el animal es un medio para conocer una de las facetas de esa fuerza húmeda. La parte final del poema nos advierte que después del grito, una vez que el canto ha sido pregonado, lo que queda en el interior del gallo son “sólo vísceras y sueño”; es decir, que retorna a su quietud de espera, a ese “silencio que se vuelve compacto”.

El poeta nos invita a pensar también que ese canto esparcido, abarcador, requiere mojar a todo el animal; venas y alas, plumas, cresta, espuelas… todo debe ser humedecido para que se logre ese efecto de desbordamiento en el gallo. El canto del ave es la consecuencia de una sobreabundancia de gotas. Aquí Montejo elabora una metamorfosis magnífica: lo que era líquido se torna aire; la humedad se muta en grito. El gallo ha servido para esa alquimia nocturna. Por lo demás, al poeta le interesa poner el canto entre dos silencios; a lo mejor el silencio es duro como la roca y se requiere del agua del canto para ablandarlo hasta darle la consistencia vaporosa del grito.

Podríamos entresacar de este análisis pormenorizado algunas pistas de interpretación, ciertos indicios simbólicos. Por ejemplo: que el canto sea una expresión de la fuerza de la vida, y que el gallo sea la manera como encarna esa vida en nosotros. O que la vida universal, la de los astros, cuando se acumula lentamente en un organismo, logra su mejor expresión en el grito de una nueva vida. Tal significado gravita en estos versos. Aunque es posible, de igual modo, representar en el gallo la tarea del poeta, quien debe primero absorber el afuera, llenarse de él hasta los tuétanos, dejarse habitar en totalidad, para luego poder lanzar sus obras, sus versos, su grito. Es decir, que el poeta es apenas un mediador del canto universal, una alada criatura que espera en silencio la lenta infiltración de los astros en su ser para devolverle al mundo la riqueza de esa música.

Además, hay otra línea de significado que merece nuestra atención: al estar el canto por fuera del cantor, no puede ser obligado a que brote cuando se quiere. El poeta, como el gallo, necesita saber esperar, tiene que dormir en el árbol, aprender a reposar el espíritu, para que lentamente el canto lo invada, lo colme. Sólo entonces, y a pesar de él mismo, podrá lanzar al aire su obra, su grito como si fuera el rebase de un manantial incontrolable. Se requiere esa disposición de los que duermen, de los que velan en los árboles, para lograr descifrar o ser el mejor exégeta de ese canto; hay que conocer bien el reposo del silencio para colorear la voz del canto. Y aún más: el poeta sabe que una vez vivida esa experiencia de transmutación en la que el sonido se vuelve verso, tendrá que volver a esperar a que desciendan sobre él, como un rocío musical, esas gotas que caen preferiblemente en la noche.

Sutil mirada la de Eugenio Montejo; finísima comprensión de esos misterios que están frente a nosotros, pero que no tenemos ojos adecuados para verlos. Porque el canto del gallo, así no seamos poetas, es un símbolo de los que saben esperar y logran, aguardando en silencio, convertir el flujo de lo recibido en una dádiva para los demás. Y porque en este poema, de manera alegórica, se revela cómo el flujo de la existencia, ese reloj del tiempo que cae sobre nosotros gota a gota cada noche, pide que cantemos muy fuerte al despertarnos su alegre melodía.

 

Quino, sin palabras

11 domingo Oct 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Homenajes

≈ 14 comentarios

Creo que la mejor manera de rendir un homenaje a un artista es releer sus obras, volver a mirar sus películas o, en el caso que nos interesa, detenernos a apreciar las diversas estrategias o modos como Joaquín Lavado, Quino, construye imágenes sin palabras para provocar en nosotros la reflexión, una sonrisa, el autoexamen o la revisión de nuestra forma de ver el mundo o a las personas. Aunque son amplios los recursos empleados por el humorista argentino, me centraré esta vez en algunos tópicos que podrían agrupar buena parte de su producción gráfica.

Empezaré por el vertebral de ellos: la ironía. A veces, Quino toma como motivo un rito cotidiano, una práctica social, una situación familiar o del trabajo, para mostrar sus contradicciones, su lado menos aceptado socialmente o dejarnos ver el envés de los valores incuestionables, las dificultades de convivir con otros o la vana presunción de la perfección humana. La ironía de Quino se transforma en sátira o en un apunte mordaz que nos lleva al escrutinio personal o al reconocimiento de una forma de pensar, de ser o de interrelacionarnos.

Otro recurso empleado por Quino, en particular cuando hace secuencias gráficas, es llevarnos a creer una cosa durante las diferentes escenas de la historia hasta que, en la última viñeta, nos hace caer en la cuenta –de manera sorpresiva– que estábamos equivocados o que nuestra línea de significado iba por un camino muy alejada del punto esperado. Desde luego, este es un recurso propio del humorismo, pero en Quino está lleno de sutilezas, de detalles insignificantes que revelan obsesiones, sueños, la cara oculta de las verdaderas intenciones.

De igual modo, Quino emplea en varias piezas de humor mudo el paralelismo contrastante. Me refiero a poner en contrapunto lo que va pasando en el actuar de los personajes con aquello que imaginan. Esta manera de proceder se intensifica más cuando al régimen de las actuaciones humanas se lo contrapone con el mundo de las herramientas que hacen las veces de la ilusión o los anhelos secretos de las personas. Además de herramientas, Quino utiliza íconos, texturas, cifras, líneas geométricas con el mismo fin: mostrar el abismo que hay entre lo que viven los seres humanos en la realidad y ese otro territorio de la fantasía o el deseo.

Un acierto más de Quino es el de condensar en una imagen un hecho cotidiano y las posibilidades futuras de tal evento; pero este modo de prefigurar lo que vendrá está en directa relación con los aspectos menos afortunados o con los miedos inconscientes de los protagonistas. Se nos muestra en un nivel lo común de un acontecimiento, aunque a la par, en otro escenario de la misma viñeta, se nos devela un temor oculto, una fatalidad, con un realismo que hace trizas cualquier tipo de ilusión.

Son abundantes las piezas gráficas de Quino en las que con una corrosiva mirada crítica pone al descubierto las razones secretas de una ideología, los funcionamientos ocultos del poder, los peligros del fanatismo, las máscaras del autoritarismo. En estas ocasiones, la secuencia propuesta por el humorista nos va mostrado que detrás de la credulidad y las actitudes ingenuas de la mayoría, están los verdaderos intereses de aquellos que gobiernan, el beneficio personal de los empresarios o la astucia de los que sacan provecho de la buena fe de los demás.

Una estrategia más, a partir de la cual se derivan infinidad de obras gráficas, es la de centrarse en la transgresión de límites, normas, credos o comportamientos. Desde luego, este es un recurso frecuente usado por el humorismo; no obstante, en Quino se hace más intenso por la exageración focalizada, por la elección de los escenarios, por la fineza en ciertos detalles que extienden este recurso hasta el absurdo o el lirismo.

También le sirve de recurso humorístico a Quino el transponer determinado hecho, relato o momento histórico a otro tiempo, bien para recontextualizarlo o dotarlo de atributos nuevos que, como se supone, permite una nueva lectura de lo ya conocido. De igual manera, el artista gráfico utiliza el cambio de perspectiva para incitarnos a revisar las cosas no desde el lugar prepotente del ser humano, sino desde el enfoque animal; o nos lleva a cambiar nuestro mirador de adultos para situarnos en el lente del ojo infantil. Y ni qué decir de esa otra estrategia en la que, valiéndose de la ambigüedad de los signos, de su potencial ambivalente, Quino elabora finas urdimbres gráficas para producir en nosotros disonancias cognitivas, reconocimiento de nuestros errores al leer la cultura u ofrecer evidencias graciosas del problema de comunicarnos.

Sirvan estos apuntes para resaltar el talento y la agudeza gráfica de Joaquín Lavado, un humorista que dijo muchas y profundas cosas sin palabras, y que sirviéndose de líneas y texturas contribuyó considerablemente a afinar nuestra conciencia social. Elogio a nuestro Quinoterapista, quien supo armonizar la sencillez de la forma con la complejidad del contenido.

 

 

 

Zinnia

04 domingo Oct 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cuentos

≈ 6 comentarios

     Zinnia era una flor hermosa. Joven y hermosa. Poseía unos pétalos vistosos y una risa explosiva de alegría. A Zinnia le gustaba mucho bailar con el viento y jugar con los niños que visitaban su jardín.

     Así, bella y alegre, un día de primavera, levantó la cabeza y descubrió al sol. Fue amor a primera vista. Le encantó su color, su brillo, su fuerza. Desde ese día, Zinnia decidió alcanzar aquella mancha lejana.

     Lo primero que ideó fue alargar su talle, su tallo esbelto. Aprendió de sus vecinas, las enredaderas, ciertas pócimas mágicas para alargarse y alargarse. Mas fue inútil. Por mucho que se esforzaba, el sol seguía allá, en su casa enmarcada por el azul del cielo.

     Zinnia ideó entonces otra estratagema. Decidió esperarlo al final del horizonte. La idea era poder capturar al sol apenas apareciera o antes de que se ocultara. También fue inútil. Por más que estuviera preparada la flor, el sol aparecía en el momento menos esperado o   desaparecía en un cerrar de ojos y de hojas.

     Un tanto desesperada, Zinnia cambió de táctica. Ahora se decidió a no mirarlo, a no dedicarle ninguna atención. Zinnia fingió desprecio por lo que amaba, para así —según ella—, lograr la atención de la mancha amarilla. Fue inútil. Aunque ella no lo quisiera, todas las mañanas o al mediodía o por la tarde, sentía aquellas manos de calor sobre sus pétalos, sentía cómo el calor del sol hacía bullir la savia de sus venas verdes. Aunque ella fingía ignorarlo, el sol seguía abrasándola.

     Cansada de tantos intentos, decepcionada por no alcanzarle sus manos de colores para traer al sol junto a sí, Zinnia urdió otro plan. De noche, cuando el sol no la veía, empezó a lanzarle miradas a un lucero. Zinnia pensó que al ser menos brillante, menos amarillo de luz, sería más fácil alcanzarlo. Animada por tal pensamiento, se despreocupó del sol. Y se propuso, desde ese momento, traer hasta sus brazos de olor aquel refulgente punto titilante en la noche.

     Pero tuvo un problema en tal propósito. Aunque de noche se sentía feliz con su lucero, y le parecía tenerlo más al alcance de su mano, apenas amanecía, la luz del sol hacía desaparecer el resplandor de esa luz nocturna. Zinnia no sabía qué hacer. ¿Debía resignarse a mantener esos encuentros nocturnos, sin posibilidad de ver la luz? ¿O volver a los rayos de su sol inalcanzable?

     Presa de la confusión o de desdicha, quizá también por su juventud, a Zinnia le pareció obvia una salida: de noche estaría con su lucero y de día con su sol. Eso parecía lo correcto: una luz diferente para cada ocasión. Pero el plan de Zinnia no tuvo ningún resultado positivo. Después de varios días ya no sabía a dónde dirigir su corazón. Zinnia empezó a perder el sentido de la dirección. Se tornó débil y parecía marchitarse.

     En medio de su desconcierto, luego de un largo período de silencio y soledad, Zinnia buscó el consejo de las otras flores del jardín.

     —Lo primero que no debes olvidar —dijo un girasol cercano— es seguir al sol hasta ese punto en donde cae perpendicularmente sobre ti; sólo así podrás tenerlo en el centro de tu ser.

     Y un heliotropo, agregó:

     —No se trata sólo de girar según el astro rey, sino de descubrir en ti, con ese movimiento, el amor infatigable.

     Zinnia seguía escuchando. Un diente de león se sumó al concierto de consejos florales:

     —Todo el secreto consiste en estar preparada para abrirse justo a las cinco de la mañana; lo importante es no perderse el primer rayo del sol…

     Y la caléndula, moviendo sus grandes flores amarillas, reiteró lo dicho por el diente de león:

     —Hay que saber esperar toda la noche para atrapar el destello del primer rayo solar…

     Tal vez motivada por el murmullo de aquellas voces, Zinnia levantó ligeramente la cabeza hacia el cielo azul y vio o le pareció ver en la distancia su mancha amarilla de rayos como abrazos. Entonces, esbozó con esperanza una sonrisa. Una sonrisa que era, al mismo tiempo, el anuncio de haber descubierto por fin la clave para alcanzar lo que quería.

(De mi libro Venir con cuentos, Kimpres, Bogotá, 2005).

 

 

Entradas recientes

  • Las homófonas y los parónimos en tono narrativo
  • Las guacharacas incendiarias
  • Fábulas para reflexionar
  • Nuevos relatos cortos
  • Relatos cortos

Archivos

  • febrero 2023
  • enero 2023
  • diciembre 2022
  • noviembre 2022
  • octubre 2022
  • septiembre 2022
  • agosto 2022
  • julio 2022
  • junio 2022
  • mayo 2022
  • abril 2022
  • marzo 2022
  • febrero 2022
  • enero 2022
  • diciembre 2021
  • noviembre 2021
  • octubre 2021
  • septiembre 2021
  • agosto 2021
  • julio 2021
  • junio 2021
  • mayo 2021
  • abril 2021
  • marzo 2021
  • febrero 2021
  • enero 2021
  • diciembre 2020
  • noviembre 2020
  • octubre 2020
  • septiembre 2020
  • agosto 2020
  • julio 2020
  • junio 2020
  • mayo 2020
  • abril 2020
  • marzo 2020
  • febrero 2020
  • enero 2020
  • diciembre 2019
  • noviembre 2019
  • octubre 2019
  • septiembre 2019
  • agosto 2019
  • julio 2019
  • junio 2019
  • mayo 2019
  • abril 2019
  • marzo 2019
  • febrero 2019
  • enero 2019
  • diciembre 2018
  • noviembre 2018
  • octubre 2018
  • septiembre 2018
  • agosto 2018
  • julio 2018
  • junio 2018
  • mayo 2018
  • abril 2018
  • marzo 2018
  • febrero 2018
  • enero 2018
  • diciembre 2017
  • noviembre 2017
  • octubre 2017
  • septiembre 2017
  • agosto 2017
  • julio 2017
  • junio 2017
  • mayo 2017
  • abril 2017
  • marzo 2017
  • febrero 2017
  • enero 2017
  • diciembre 2016
  • noviembre 2016
  • octubre 2016
  • septiembre 2016
  • agosto 2016
  • julio 2016
  • junio 2016
  • mayo 2016
  • abril 2016
  • marzo 2016
  • febrero 2016
  • enero 2016
  • diciembre 2015
  • noviembre 2015
  • octubre 2015
  • septiembre 2015
  • agosto 2015
  • julio 2015
  • junio 2015
  • mayo 2015
  • abril 2015
  • marzo 2015
  • febrero 2015
  • enero 2015
  • diciembre 2014
  • noviembre 2014
  • octubre 2014
  • septiembre 2014
  • agosto 2014
  • julio 2014
  • junio 2014
  • mayo 2014
  • abril 2014
  • marzo 2014
  • febrero 2014
  • enero 2014
  • diciembre 2013
  • noviembre 2013
  • octubre 2013
  • septiembre 2013
  • agosto 2013
  • julio 2013
  • junio 2013
  • mayo 2013
  • abril 2013
  • marzo 2013
  • febrero 2013
  • enero 2013
  • diciembre 2012
  • noviembre 2012
  • octubre 2012
  • septiembre 2012

Categorías

  • Aforismos
  • Alegorías
  • Apólogos
  • Cartas
  • Comentarios
  • Conferencias
  • Crónicas
  • Cuentos
  • Del diario
  • Del Nivelatorio
  • Diálogos
  • Ensayos
  • Entrevistas
  • Fábulas
  • Homenajes
  • Investigaciones
  • Libretos
  • Libros
  • Novelas
  • Pasatiempos
  • Poemas
  • Reseñas
  • Semiótica
  • Soliloquios

Enlaces

  • "Citizen semiotic: aproximaciones a una poética del espacio"
  • "Navegar en el río con saber de marinero"
  • "El significado preciso"
  • "Didáctica del ensayo"
  • "Modos de leer literatura: el cuento".
  • "Tensiones en el cuidado de la palabra"
  • "La escritura y su utilidad en la docencia"
  • "Avatares. Analogías en búsqueda de la comprensión del ser maestro"
  • ADQUIRIR MIS LIBROS
  • "!El lobo!, !viene el lobo!: alcances de la narrativa en la educación"
  • "Elementos para una lectura del libro álbum"
  • "La didáctica de la oralidad"
  • "El oficio de escribir visto desde adentro"

Suscríbete al blog por correo electrónico

Introduce tu correo electrónico para suscribirte a este blog y recibir avisos de nuevas entradas.

Únete a otros 951 suscriptores

Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

Ir a la versión móvil
 

Cargando comentarios...