Estimado amigo,
Me comentaste en nuestra pasada conversación telefónica que deseabas, ahora sí, convertir en realidad el proyecto de escribir tu primer libro. Celebro esa intención y, para organizar mejor lo que te comenté oralmente, voy a valerme de esta carta por ser un género íntimo y muy cercano al diálogo de viva voz.
Una de las cosas que te comentaba, y seguramente lo has vivido en carne propia, es que lanzarse a escribir un libro no es algo que se logre en un impulso, sino más bien es una labor artesanal en la que se va avanzando párrafo a párrafo, página por página, a lo largo de un tiempo considerable. Muchos de los sueños editoriales de los maestros o profesionales de diferente disciplina terminan en fracasos porque se idealiza la tarea de escribir o se espera que, de un momento a otro, aparezca la chispa de la inspiración y eso les permita redactar en pocos días el mayor número de páginas de un libro. Pero, mi estimado amigo, eso no es así. Por el contrario, tienes que comprender que escribir es una labor artesanal en la que se va lentamente puliendo las frases, reorganizando las ideas, seleccionando las palabras, tachando y enmendando lo que redactamos. Sin paciencia y sin disciplina es muy difícil alcanzar la meta de escribir un libro.
Por eso te recomiendo, y espero no haber sido demasiado insistente, abrir un campo en tu agenda o disponer un tiempo para dedicarte a este proyecto. Te sugiero por lo menos dos horas, dos veces a la semana, en las que puedas dedicarte a este propósito. Has de cuenta que tienes una clase o que, en tu cronograma, en esos días y horas debes atender un compromiso muy importante. Si no logras apartar y respetar tales minutos para tu proyecto de escritura, pasarán los años y nunca lograrás convertir en un producto tus más preciados sueños intelectuales. A mí me da resultado hacerlo por las mañanas, además de dedicar la tarde del último día de la semana. Tú podrás organizarte de otra manera, dependiendo de tus compromisos laborales o de tu ritmo vital. Sea como fuere, cumplir esas horas destinadas para tal fin, preservarlas a toda costa en tu cronograma habitual, es como tener un terreno fértil sobre el cual empiezas a cultivar tu primera obra escrita.
Con esa agenda que hace las veces de guardián de tu propósito, empiezas en firme a adelantar tu proyecto. Por lo general, hay dos vías que terminan hacia el final pareciéndose. La primera, es recopilar lo que ya hayas producido durante un tiempo considerable. Mira en tu computador o en tu escritorio de trabajo los textos escritos que has venido produciendo a lo largo de tantos años; no te preocupes en este momento por la calidad o extensión de los mismos. La idea es poner en un solo lugar lo que está desperdigado o refundido entre los cientos de documentos que guardas en tu ordenador o aquellos otros papeles engavetados en algún archivador personal. Esto te podrá llevar varias sesiones de trabajo. No te preocupes; así no lo creas estás en el camino indicado de realizar tu obra. Esa recopilación te ayudará a tener una visión de conjunto y a descubrir qué tan abundante o reducida ha sido tu producción intelectual. Si es copiosa, lo que sigue es tratar de ordenarla por tópicos o por temas y ya con esa agrupación iniciar una lectura atenta de los documentos para ver si los textos aguantan el juicio crítico de los años, si continúan manteniendo alguna calidad o si pueden resultar interesantes para un lector. Recuerda que, en esta etapa, no se trata de ponerte a corregir o complementar minuciosamente cada escrito que encuentres; si así lo haces, terminarás preso de uno de ellos y, perderás la visión de conjunto. El objetivo es más de revisión global, de apreciar la valía de aquellas producciones hechas con anterioridad.
Terminada esa etapa de compilación, selección y agrupación, entras en un segundo momento del proceso: el de corregir lo ya escrito. A veces necesitarás incluir en uno de aquellos textos un párrafo, en otras ocasiones aclarar una idea, incluir una bibliografía o poner un subtítulo para mejorar la comprensión de lo expuesto. Eso depende de las particularidades de cada escrito. En todo caso, no olvides mi recomendación: no te vayas a perder en dichos productos al querer decir todo lo que sabes hoy sobre algo que escribiste en tiempos pretéritos. Para eso tendrás adelante otro momento. Lo que debes tener en mente es que la corrección de tus textos te llevará a descubrir la necesidad de escribir unos nuevos para enriquecer la obra, para completar un vacío dentro del conjunto o para actualizarla, a partir de lo que has cosechado a lo largo de tu experiencia. Son esos nuevos textos a los que debes dedicarte con profundidad en los días o meses siguientes, como si fueran productos para una obra inédita.
La otra vía nace, precisamente, de evidenciar que tienes muy pocos textos escritos en tu haber o que, por la novedad de tu proyecto de libro, hasta ahora van a empezar a redactarse. En este caso, te aconsejo ir tomando notas de lo que lees o piensas, tener a la mano un diario en el que vayas consignando lo que se te va ocurriendo y procurar cada día elaborar así sea un párrafo sobre el proyecto en curso. Te repito que la escritura requiere un ejercicio continuo de nuestra mente y una lenta apropiación de las técnicas que le sirven de fundamento. Así que, si logras incorporar ese hábito, si tu cuerpo no es tu mayor impedimento, irás ganando en el dominio de la palabra escrita. Ponte como meta redactar una página, por lo menos cada semana, sin importar que siga la continuidad lógica de un artículo o un ensayo; revisa lo que escribes el día de hoy en la jornada siguiente y corrígelo con esmero; vuélvete diestro en el dominio de un párrafo, antes de aventurarte a textos de mayor extensión. Documéntate, ve haciendo tus fichas de lectura, transcribe párrafos que te resulten significativos, analiza cómo otros construyen sus escritos. No te enfrasques todavía en las minucias de la corrección idiomática o en esperar el dominio de la puntuación o los vericuetos de la gramática. Lo que cuenta es producir, escribir constantemente, para darte confianza y comprobar cada día que el proyecto de libro avanza. Procura, si eres docente, poner por escrito algo de lo que vas a hablar en tus clases o realiza una síntesis de lo explicado; o si eres un profesional de otras disciplinas, acostúmbrate a redactar los pequeños textos de tus presentaciones con la calidad de un párrafo bien elaborado. En muchos casos, esos textos sirven de motivo para amplificarlos, desarrollarlos más extensamente o son la base para la construcción de artículos de mayor densidad. Te insisto: escribir tu primer libro será más el resultado de pequeñas y constantes acciones de redacción que la intervención de la genialidad o la inspiración de una musa extraordinaria.
No sobra recordarte el aprovisionarte de algunos útiles de escritura que, como irás descubriendo, son de gran ayuda para resolver las dudas o los escollos de la redacción que encontrarás a tu paso. Los diccionarios de uso de la lengua, los de ideas afines, los razonados de sinónimos y contrarios, para mencionar algunos, te ayudarán a ir ampliando tu competencia lexical, serán tutores para escribir mejor y contribuirán a que halles las palabras precisas para expresar tus pensamientos. Ten esas fuentes a la mano, frecuéntalas, revísalas constantemente. Provéete también de una buena reserva de conectores lógicos, esas partículas o bisagras lingüísticas que ayudan a la cohesión y la coherencia entre las ideas; eso te ayudará –como escribí en uno de mis libros– a que tus textos fluyan con facilidad, a que las causas encajen con los efectos y a que las diversas partes de tus escritos se articulen de manera variada y armoniosa. Una cosa más: acostúmbrate a tachar, a corregir cuanto te sea posible cada cosa que escribas; no te aferres soberbiamente a lo que primero que se te venga a la cabeza, ni pienses que el primer borrador ya tiene la forma de un texto publicable. Y si no eres todavía un buen escritor, conviértete ahora en un exigente lector de aquello que produces.
Hay más cosas que deseo compartirte, pero creo que con estas recomendaciones sacadas de mi propia experiencia es suficiente. Lo que deseaba era celebrar tu decisión de empezar a escribir ese libro del que me has hablado en diversos momentos de nuestra larga amistad. Sabes que cuentas con alguien que estará dispuesto a colaborarte en tal propósito. Porque ese es otro punto que mereces tenerlo en cuenta: siempre es aconsejable hallar un conocido, un colega, que lea con sinceridad lo que escribas; esa persona seguramente te ayudará a que tus escritos se comuniquen con más claridad, te servirá de referente para saber el alcance de tus ideas y será un primer público de tus producciones escritas. En este punto, confío en que me consideres digno de leer tus primeros textos.
Un abrazo cordial.