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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: enero 2021

Recursos de cuidado en tiempos de pandemia

31 domingo Ene 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

≈ 8 comentarios

Ilustración de Ángel Boligán

Son tantos los colegas o amigos que a diario me llenan con sus temores derivados de esta pandemia, tantas las desinformaciones que desestabilizan el equilibrio emocional, infinitos los mensajes de alarma multiplicados por los medios masivos de información, que he pensado en una serie de pequeñas acciones mediante las cuales podemos cuidar nuestra mente o mantener estable nuestro espíritu. Por supuesto, son “recursos de cuidado” que yo mismo practico y, en esa medida, considero pueden servir a otras personas.

PRIMERO: no sea replicante impulsivo de cuanta cosa alarmista sobre el Covid-19 le llegue en las redes sociales. No contribuya a aumentar la zozobra. Sea un lector crítico de esas informaciones antes de enviarlas a sus conocidos. Use filtros de procedencia, de confiabilidad de la fuente, de contrastación de los mensajes. Quítese de la cabeza la idea de que “reenviando” cualquier información contribuye a aclarar o mejorar la situación de esta pandemia.

SEGUNDO: no haga eco a remedios caseros o a soluciones mágicas para enfrentar el coronavirus. Si bien el miedo nos lleva a buscar respuestas mágicas a problemas difíciles o desbordantes, impóngase la tarea de cumplir con lo que recomiendan los especialistas en este campo. Si procura cumplir con las normas básicas de bioseguridad (que de tanto escucharlas parecen poco importantes), si hace ejercicio de manera constante, si se ocupa en mantener vivo algún proyecto y no solo en multiplicar las preocupaciones, seguramente se sentirá más sano en cuerpo y espíritu.

TERCERO: no dedique todo el tiempo a ver o escuchar noticias, ni se vuelva un obsesivo con las cifras alarmistas. Elija un noticiero, no vea siempre el mismo; pero no se mantenga conectado todo el tiempo o preso de la “primicia” o el amarillismo de la fatalidad. Desconéctese por unas horas. Manténgase informado, pero no constriña su vida cotidiana al vaivén de los programas de información que, cada vez más, se han ido volviendo espacios de opinión. Recuerde que la prensa o las revistas tienen más tiempo para sopesar lo que otros medios sacrifican por el afán de novedad.

CUARTO: no dedique el ocio solo a ver televisión o navegar por internet. Diversifique sus aficiones o sus actividades de tiempo libre. Juegue, camine, practique una artesanía o un arte, converse, escriba, lea libros, inicie un nuevo proyecto, ocúpese en algo que le produzca pequeñas satisfacciones o lo afirme en la riqueza de la vida. No se postre o pierda la iniciativa. Deje de mirar tanto el escenario desolado del afuera y observe con cuidado los paisajes inexplorados de su interioridad.

QUINTO: no maldiga tanto, no reniegue de lo que nos está pasando, no busque culpables, no impregne su discurso de palabras pesimistas o abiertamente catastróficas. Cuando hable con amigos, colegas o conocidos, sea más bien un heraldo de optimismo que un mensajero de malos auspicios. Intente, así no le resulte fácil al inicio, ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Donde quiera que esté o haga lo que haga procure ser un promotor de la esperanza.

SEXTO: no idealice el pasado, ni mire los años anteriores con nostalgia. Cuando así se procede la mente y el corazón empiezan a sentir que en lo perdido estaba la felicidad y, por supuesto, se pierden las alegrías del presente. Lo que estamos viviendo es algo inesperado, impredecible, pero por eso mismo tiene en su semilla un horizonte para construir escenarios inéditos. Deje de hablar de los tiempos sin pandemia como el mundo deseable, y mejor converse sobre las posibilidades o los desafíos que esta nueva realidad nos ofrece.

SÉPTIMO: no se angustie por los nuevos aprendizajes que deberá asumir o por aquellos otros que vendrán en el inmediato futuro. Quítese de la mente la idea de que está viejo para ser estudiante de nuevo; despójese de esos orgullos o de esa soberbia intelectual que le daba seguridad o lo hacía dueño de un saber. Haga de la experimentación su aliada y vuelva la palabra “cacharrear” su mayor aliada. Este verbo es la clave para entender que el ensayo y el error es el modo más adecuado para sortear los analfabetismos digitales o las nuevas maneras de comunicarnos. Transforme el error, en usted y en los que lo rodean, en oportunidad para saber cosas nuevas y no en un impedimento o un defecto. Deje de considerarse como un ser autosuficiente; hoy más que nunca, pedir ayuda a otros es una clave para acabar de aprender.

OCTAVO: no sea tan rígido o intolerante, ni tan serio o amargado que, además de los problemas propios de la pandemia, agregue en su casa aquellos otros del mal ambiente, del clima tenso o la incomunicación amenazante. Flexibilice el espíritu y amplíe el umbral del humor. Bromee con frecuencia. El mal genio poco ayuda cuando el temor ronda y la incertidumbre se multiplica. Cuando hay humor, cuando no perdemos la “ironía” para entrever en lo más trágico un atisbo de comedia, cuando logramos vernos en el espejo para ver el rostro de la fragilidad o la torpeza, lo más seguro es que mermaremos la tensión emocional que tanto daño hace a los nervios y al sistema digestivo. Reír es también un diluyente del pánico y una prueba de que hemos tomado distancia comprensiva de lo que nos pasa.

NOVENO: no se encierre o se aísle de sus conocidos o amigos. Tampoco se trague todas sus angustias o corte las relaciones interpersonales. Mantenga un flujo de comunicación permanente con los que, por las mismas circunstancias de la pandemia, están lejanos o sin posibilidad de contacto. Practique la tertulia, busque un motivo para el diálogo, dele a la conversación el papel de ser lubricante de la vida cotidiana. Disponga espacios en su agenda semanal para esos encuentros y otórgueles el valor de ser reuniones inaplazables. Renueve los lazos de la amistad y, si alguien confía en usted para ser su confidente, descubra las bondades de ser un buen escucha. No deje de llamar a las personas cercanas a sus afectos o aquellas que ha descuidado en el trato para darles un saludo animoso y reiterarles la gratitud, el cariño o la importancia en su existencia.

DÉCIMO: no descuide el cultivo de su zona espiritual o deje al garete eso que podemos llamar el “ámbito del alma”. Si es creyente, refuerce algunos ritos y alimente su interioridad con el pan de la oración. En todo caso, dedique unos minutos todos los días a meditar y, para ello, oblíguese a descubrir la riqueza del silencio. La lectura de ciertos libros edificantes, o la buena poesía, pueden contribuir a mantener la fortaleza íntima y la necesaria tranquilidad. Haga ejercicios de discernimiento a partir de apólogos, aforismos, haikús, relatos zen o fábulas morales. Vuelva revisar la literatura sapiencial o, si lo prefiere, explore en aquellos textos que hablan de la filosofía como forma de vida. No me canso de recomendar La ciudadela interior de Pierre Hadot.

El Papa Francisco y la comunicación del «ir y ver»

24 domingo Ene 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Ilustración de Christoph Niemann.

Leo en el mensaje del Papa Francisco para la 55 jornada mundial de las comunicaciones sociales varias cosas interesantes que merecen un análisis concienzudo, y más en estos tiempos de pandemia en que vivimos.

Un asunto al cual se refiere el Papa Francisco es a la necesidad de que los comunicadores dejen de practicar la “información autorreferencial” y se lancen a “interceptar la verdad de las cosas y la vida concreta de las personas”. Entiendo que es un llamado para no quedarse con los comunicados oficiales de prensa o a replicar noticias de las redes sociales, pero sin la contrastación de fuentes que es uno de los principios básicos del oficio. Y porque se ha ido relegando o abandonando el trabajo de reportería o de cronista es que, al decir el Papa Francisco, “ya no se sabe recoger ni los fenómenos sociales más graves ni las energías positivas que emanan de la base de la sociedad”.

Los comunicadores se han vuelto espectadores de sí mismos y no actores genuinos de una profesión que, en épocas de crisis o de conflictos sociales, sí que es valioso su aporte y su vigilancia continua. Las redes sociales y la avalancha de la tecnología les han hecho creer a los periodistas que no es necesario salir a la calle, a “abrirse al encuentro”, que basta una llamada para construir la noticia. El Papa Francisco los conmina, al igual que el antecedente bíblico, a “ir y ver”, porqué ahí está la clave de su labor y porque así se gana la credibilidad y el respeto de la audiencia o los lectores. “Para poder relatar la verdad de la vida que se hace historia –afirma Francisco– es necesario salir de la cómoda presunción del ‘como es ya sabido’ y ponerse en marcha, ir a ver, estar con las personas, escucharlas, recoger las sugestiones de la realidad, que siempre nos sorprenderá en cualquier aspecto”. Estas recomendaciones son la esencia del periodismo si es que sigue importando la comunicación fidedigna, imparcial y oportuna.

Me gusta esa consigna que el Papa Francisco entrega a los comunicadores de diversos medios: “hay que comunicar encontrando a las personas donde están y como son”. Eso es lo que él denomina una “comunicación auténtica”. No es propagando el odio o sirviendo de eco a los emporios del poder económico o político como los comunicadores podrán elaborar un buen “relato de la realidad”; no será entrando en la lógica de la sociedad del espectáculo y la banalización de la información como los periodistas hallarán su mejor lugar como orientadores de opinión pública y gestores del pensamiento crítico; no es cultivando el “banal narcisismo” que ahora parece ser el punto más alto de la profesión. Lo que se necesita es una voluntad de trabajar con responsabilidad social o volver a lo que fue la esencia del periodismo: “ir más allá donde nadie va”, “permitir que aquel que tenemos de frente nos hable, dejar que su testimonio nos alcance”. Esto requiere fortaleza moral, vigor físico, y un deseo de moverse y salir a ver.

“Hay que abrirse al encuentro”, afirma el Papa Francisco. Hay que ir al “conocimiento directo, nacido de la experiencia”; basta ya de lanzar contenidos sin una aduana ética, sin verificar o sopesar las partes en conflicto; basta ya de disfrazar la genuina información con una práctica inconsciente e insensata de lanzar la piedra y esconder la mano. El Papa Francisco insiste en que los comunicadores deben estar menos aferrados a la novelería y el servilismo acéfalo, y ocuparse más en tener “una mayor capacidad de discernimiento y a un sentido de la responsabilidad más maduro, tanto cuando se difunden, como cuando se reciben los contenidos”. Y agrega algo que, si bien se enfila al trabajo de los periodistas, es un llamado de atención que a todos nos compete: “Todos somos responsables de la comunicación que hacemos, de las informaciones que damos, del control que juntos podemos ejercer sobre las noticias falsas, desenmascarándolas”. Es decir, que no podemos, por ejemplo, mandar o replicar mensajes en las redes sociales sin someterlos a un mínimo ejercicio reflexivo, sin prever el efecto negativo que pueden producir en otras personas; o que en nuestra vida cotidiana debemos “frenar la lengua”, no ser promotores de rumores o entrar en el eco irresponsable de las mentiras sin pruebas o evidencias. Todo eso es lo que implica ser responsables de las comunicaciones que emitimos o recibimos.

El trasfondo ético de este mensaje subraya la comunicación “limpia y honesta”. Por supuesto tal cometido no es únicamente para los comunicadores. Es también una invitación a los educadores, a los padres y madres de familia, a los líderes empresariales o políticos, a todos los que tienen a su cargo grupos de personas o se consideran “influenciadores” sociales. Necesitamos una comunicación que “invite al diálogo” y no tanto al odio y la venganza; una comunicación que busque puntos de confluencia y no tanto la insistencia en las pequeñas diferencias; una comunicación más centrada en la esperanza y la posibilidad de futuro, que no sea como esa –tan abundante hoy– que promueve la incertidumbre, rompe los vínculos sociales y alimenta el derrotismo y la banalidad de la existencia.

Por supuesto no es éste el único mensaje en el que el Papa Francisco ha sugerido o invitado a pensar en la comunicación, sus actores, sus formas, su alcances y responsabilidades. Basta mirar otros mensajes similares de años atrás para tener a la mano un repertorio de consejos que pueden resultar útiles y beneficiosos: “necesitamos valentía para orientar a las personas hacia procesos de reconciliación”; “necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy”; “necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto”. Yo agregaría, en esta misma perspectiva, que los comunicadores profesionales y todos los que a diario usamos la comunicación necesitamos gritar menos y escuchar más, reafirmar las semillas de la vida y no los sensacionalismos de la muerte, ser promotores de mensajes alentadores y no emisarios del desánimo. Seguramente así, y más cuando la zozobra de la pandemia nos circunda, aplacaremos la ansiedad que demuele el espíritu y hallaremos soluciones solidarias para el bienestar común que tanto anhelamos.

Arte y representación

17 domingo Ene 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Cuaderno de bocetos de Diana Corvelle.

1

Lo real. Consistencia, dureza, fijeza. Y, a pesar de ello, lo real es blando, fluido, está en movimiento. Lo real transcurre; el tiempo encarna en los seres o, mejor, los seres son por el tiempo. Durar y dureza son análogos. La piedra, que parece tan inmóvil, guarda dentro de sí una movilidad incesante. El exterior de la piedra, sólo la cáscara, es dureza; lo demás, la pulpa de la roca, es perpetuo desmoronamiento. Lo real es diverso. Posee muchas caras.

2

La conciencia es un puente. La conciencia se interpone entre el yo y lo real. La conciencia trae consigo la representación de lo real. Toda representación es como un fantasma de lo real, como su desdoblamiento. Representación podría entenderse como el envés de las cosas. Lo real aprehendido por la conciencia sufre un proceso de transformación: primero pasa por el cedazo de nuestros sentidos, luego por el filtro de nuestro entendimiento y, finalmente, se torna signo. Es indudable que lo real está preñado de conciencia. El mundo que habitamos, el mundo en que estamos, ya es mundo representado. Eso es lo que llamamos Cultura: un mundo vuelto signos.

3

Lo real no necesita representación. Se basta a sí mismo. Pero la conciencia requiere de continuas representaciones. La conciencia teme a la ilusión, teme que eso que representa no sea o no tenga relación con lo real genuino. La conciencia necesita de un real. La cultura tipifica, clasifica, determina. Y si lo real es virtual, la cultura se impone la tarea de otorgarle un rostro único: o dureza o fijeza. La cultura siempre es un acto de disyunción. Si no fuera así, los hombres jamás se hubieran podido socializar.

4 

Cabe ahora la pregunta, ¿qué es lo que imitamos cuando nos disponemos a pintar, esculpir o componer?, ¿de dónde partimos? ¿Cuál es el referente?: ¿será ese real duro y blando, virtual, o esa otra representación, sígnica, construida por la conciencia? ¿De dónde parte el artista? Digamos que el artista parte de una representación, de un real prefigurado. Desde allí, el artista configura la obra, esa «otra realidad». La obra de arte es la configuración de una representación. Una reconstrucción. Una restitución. El arte entonces, le devuelve a lo real su virtualidad. Nos lo vuelve a presentar.

5

El arte imita según dos modelos: según real y según representación. De un lado sigue el patrón de lo óntico y, de otro, los modelos de lo sígnico. O, en otras palabras, copia según la lógica de la vida y copia según la lógica de la cultura. El arte es una síntesis. Y como síntesis, una obra de arte es un nuevo real, «otro tipo de ser». Una cosa que presenta a la par que representa. Porque presenta es un ser, porque representa se parece al ser. La obra de arte es apariencia. Un aparecer. Aparecer es la manera como el ser retorna a su viejo cascarón. Apariencia es, a la vez, realidad y representación.

6

Entonces no hay un arte cabalmente realista. Como no hay tampoco un arte totalmente subreal, suprareal o hiperreal. Digamos más bien que en ese juego entre presentación y representación, la obra de arte se inclina más hacia un lado o hacia otro. Cuando más presenta, parece más real; cuando más representa, es más representación. Sea como fuere, la obra de arte sigue siendo apariencia: cosa que deja ver el ser, representándolo. Y si lo figurativo es la cima de lo presentable, lo no figurativo es la cima de lo representacional. Realismo y abstracción siguen siendo maneras de aparecer.

Cuaderno de bocetos de Diana Corvelle.

¿Por qué Orfeo perdió a Eurídice?

10 domingo Ene 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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«Eurídice se desvanece en el inframundo» de Enrico Scuri.

¿Por qué el gran cantor, el que tañendo la lira lograba apaciguar los ánimos o las fieras, a quien le obedecían las piedras, los árboles y las montañas, el mismo que logró hipnotizar a Plutón y Proserpina en el reino de las sombras, por qué ese encantador no pudo cumplir la prohibición de mirar hacia atrás? ¿Por qué Orfeo, el héroe hijo de las Musas, a sabiendas de su magia con la voz o la música, volteó su rostro y de esta manera perdió para siempre a su amada Eurídice? ¿Desconfianza?, ¿ansiedad?, ¿miedo?

Una primera posibilidad reside en la lógica del nivel emocional. Así uno sea un héroe reconocido, así haya vencido a las Sirenas, así haya mostrado experticia en un oficio, cuando tiene la posibilidad de “recuperar” lo más amado, seguramente sentirá en el corazón una desazón por llegar cuanto antes a la luz, por pasar el umbral del Hades. Las pasiones cuentan el tiempo y el espacio de una especial manera: los largos minutos con el ser amado parecen segundos y las cortas ausencias se asemejan a larguísimas distancias. No sabremos qué tanto fue el camino que recorrió Orfeo con Eurídice detrás. Estoy seguro de que no la llevaba de la mano, como la representan algunos pintores; porque si así hubiera sido, Orfeo no hubiera tenido la necesidad de volverse. Quizá la condición de Plutón contenía esa dicha envenenada: Eurídice iría con él, pero unos pasos atrás, como una presencia alada, como una sombra leve y difusa. Entonces, el amor de Orfeo, su deseo de tener de nuevo a la que por tan poco tiempo fue su esposa, lo hizo girar justo cuando ya estaba próximo al final del recorrido. Al no tener una evidencia del cuerpo de Eurídice, al no reconocer su calor o la suavidad de su piel, la pasión de Orfeo lo llevó a buscar esos indicios con la mirada. Por supuesto, lo que observó fue una mancha evanescente, un humo con algunos rasgos de su amada, pero que podría confundirse con el vapor de la cueva por donde estaba saliendo. El exceso de deseo lo llevó a quedarse sin nada entre las manos. Y sabemos que ya no fue posible volver a intentarlo, porque el can Cerbero “ya se sabía la melodía” y le obstruyó el paso a Orfeo en su tránsito al Hades.

Es importante subrayar que la muerte convierte los cuerpos en sombras. O por lo menos los dota de otra substancia diferente a la que conocemos los vivos. Y las pasiones amorosas, las que están gestadas y movidas por el deseo, necesitan tener evidencias: un roce, un olor, una piel. No le bastan solo los recuerdos. Orfeo perdió a Eurídice porque no supo convertirla en canto, porque se negó a transformar la vida del ser amado en melodía. Tal vez si hubiera sido ciego como Homero, le habría resultado más fácil transmutar a Eurídice en una leyenda. Pero él, acostumbrado a hacer mover a los árboles a su antojo, lo que en verdad quería era acariciar y besar cuanto antes el cuerpo terso del amor.

Cabe también otra interpretación: que Orfeo, yendo obediente delante de Eurídice, se haya vuelto porque escuchó o le pareció oír la voz de su amada. Sabido es que los habitantes del Hades, a pesar de su incorporeidad, pueden hablar, y ser escuchados en sueños o en ciertos espacios sagrados destinados como oráculos. Y si uno escucha un lamento, un corto murmullo del ser más querido, ¿cómo no va a mirar hacia atrás?, ¿cómo permanecer inmutable ante ese clamor venido de las sombras? Aunque también cabe otra hipótesis: que esa voz fuera una imaginación de Orfeo por la futura felicidad imaginada… o que hubiera confundido la tonalidad de la voz Eurídice con uno de los sonidos ululantes del inframundo. Mucho más, si él tenía oído de músico o era hábil intérprete del lenguaje de los pájaros. En este caso, Orfeo pierde a Eurídice porque sucumbió –siempre había sido así– a la encantadora cadencia de las palabras de su amor. Y si bien no hay textos que lo atestigüen, es plausible que Orfeo escuchara la voz de Eurídice como una modalidad de cítara o un tipo de flauta de pan.  Porque la voz de Eurídice era para Orfeo “música para sus oídos”. Y así como él usaba su cítara para apaciguar las fieras, ella –al hablarle–lograba serenar su corazón.

Platón creía que la pérdida de Eurídice se debió a que Orfeo tuvo miedo de asumir la muerte para, como correspondía, estar con ella en el reino de las sombras. Según el filósofo, a Orfeo le faltó valor para “confundirse” con su amada, no logró que su amor lo llevara al suicidio o a compartir la condición sombría y evanescente de Eurídice. Esta otra respuesta me parece interesante en la medida en que invita a pensar en el cambio de perspectiva que debemos asumir si estamos interesados en “retener” lo más amado. Si seguimos pensando en las coordenadas de este mundo, poco aprenderemos de la geografía del más allá; no hay manera de recuperar de la misma forma aquello que ya hemos perdido. Al estar untada de la pátina del Hades, Eurídice adquiere otra materialidad que exige a quien desea poseerla asumir una nueva condición o dejar las ataduras del mundo de los vivos. El error de Orfeo, siguiendo esta vía de explicación, estriba en permanecer inalterable, en no sufrir ninguna modificación en su ser, en seguir idéntico a sí mismo, a sabiendas de que Eurídice era una persona completamente diferente, una otredad radicalmente distinta. Dicho de otro modo, Orfeo pierde a Eurídice porque es incapaz de asumir el amor en una dimensión distinta a la ya conocida, por su obcecación de conservar inalterable la pasión del amor, por no tener la valentía de asumir el cambio. Tal vez Plutón y Proserpina pusieron a prueba a Orfeo, haciéndole la promesa de que recuperaría a Eurídice si no miraba atrás, a ver si entendía en esa katábasis que recuperar a un ser amado muerto presupone la renuncia a los goces de su presencia, a asumir el dolor de la pérdida definitiva; pero, a la vez, a provocar en el alma una metamorfosis que permita transmutar el placer efímero de lo vivo en el goce atemporal de la rememoración.

Una posible respuesta adicional al gesto de Orfeo de voltear el rostro se halla en el temor de comprobar que Eurídice llegara “desfigurada” de aquella breve estadía en el inframundo. ¿Cómo podría soportar una mancha en la belleza de lo más amado?, ¿cómo convivir de nuevo con quien tiene los olores de la noche eterna?, ¿cómo amar de nuevo a quien nos acaricia con manos frías o nos observa con unos ojos sin mirada? Puede ser que el giro de Orfeo esté asociado a ese miedo a la corruptibilidad, a la zozobra agobiante de recuperar un cuerpo enfermo desde adentro, a descubrir una Eurídice débil y con las marcas en el rostro de quien ha caminado sobre tierras estériles, oscuras y plagadas de la más absoluta soledad. El gesto de Orfeo, entonces, fue apenas una mirada de precaución, de prevención en el sentido primero del término: de adelantarse a una posible desventura. Porque Orfeo en su caminata por el Hades había visto tal cantidad de cuerpos mutilados, de formas monstruosas y con expresiones tan horripilantes que así fuera, por unos segundos, pensó que su Eurídice, su bella amada, habría podido contagiarse de tales miasmas putrefactas o traer infectado todo el cuerpo por el veneno que la serpiente había inoculado en su pie. De allí su fugaz giro de cabeza. Podemos imaginar que lo que observó, como un destello, fue la desaparición de algo que, dadas las condiciones de claroscuro de aquel ambiente, se parecía mucho a su Eurídice. Una forma difusa en la que no podía saberse con claridad si estaba incólume de impurezas o si, por el contrario, apenas era un retazo amarillento de carne de lo que fuera una hermosa auloníade. Como se infiere de lo expuesto, la pérdida de Eurídice se debe a la suspicacia o al presentimiento de la futura tragedia. Hasta es posible afirmar que el giro de la mirada corresponde a un lance adivinatorio o a un sutil gesto profético que tenía Orfeo, a un don que mucho tiempo después se comprobará cuando las Ménades lo despedacen. Orfeo pierde a Eurídice porque adivina en el retorno de su amada no la felicidad tan esperada, sino la desdicha incipiente.

O puede ser que Orfeo perdiera a Eurídice porque no pudo comprender el tiempo de la esperanza, ese que proviene de la fe o la confianza en el Kairós, –el tiempo de la oportunidad– y no en el ansioso y afanado Cronos que siempre devora a sus hijos… 

Un nuevo libro sobre la escritura y sus tipologías

03 domingo Ene 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Libros

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Después de tantos años dedicado, con pasión y disciplina, a estudiar y tratar de formar a otros en las particularidades de la escritura, me ha parecido bien reunir en esta nueva obra una parte de esa cosecha, con el fin de compartir mis reflexiones y logros comprensivos sobre este invento extraordinario y, además, señalar pistas de enseñanza relacionadas con diversas tipologías textuales. Así que, no solo mostraré aspectos y cualidades de la escritura, sino expondré algunos de sus modos y técnicas para construirla.

El libro tiene una columna vertebral que es, al mismo tiempo, una convicción validada con el ejercicio diario de luchar con las palabras: la escritura es uno de esos saberes que no pueden dejarse de lado en cualquier nivel educativo, ni suponerse como una “habilidad” que se desarrolla de manera natural. Es una actividad superior del pensamiento que merece conocerse, investigarse y hallar la mejor manera de ponerla en las manos de todas las personas. Eso supone superar el reduccionismo de la escritura a las meras técnicas de redacción y, por el contrario, verla más como el desarrollo de habilidades cognitivas mediante las cuales podemos expresar lo que sentimos, entrar en relación con los demás, registrar lo que nos acontece, construir mundos posibles y legar el saber o las conquistas intelectuales de una cultura. Aquí vale la pena repetirlo: escribir es proveer a nuestra mente de una herramienta capaz de posibilitarnos el autoexamen, la comunicación y la producción de conocimiento.

Varios de los textos de la primera parte bordean dimensiones de la escritura o profundizan en determinadas cualidades. Exploro en el proceso de escribir, que empieza en la producción y organización de las ideas, continúa en la estructura textual, hasta llegar a la configuración de un lector; me detengo en el goce de escribir, pero, de igual modo, en la importancia de la corrección de la escritura; hablo del valor del hábito y de ciertas dificultades cuando se empieza a lidiar con estos signos que no siempre obedecen a nuestros deseos. Saco provecho de mi propia experiencia para discurrir sobre aspectos esenciales de la puntuación y de eso que llamamos “estilo”. Pongo especial cuidado en las ganancias de la escritura cuando se trata del autoconocimiento y en lo que aporta para los procesos de humanización. De igual manera, extraigo conclusiones didácticas, pistas para el aula, siempre bajo la consigna de que los maestros y maestras deberían animarse a poner por escrito su quehacer, como una forma de reflexionar su práctica y un medio de enaltecer la profesión docente.

El segundo grupo de escritos están referidos a formas concretas de la escritura. Allí están ejemplos de la gama de la descripción, como la etopeya o la écfrasis; algunos ensayos centrados en la escritura de aforismos y fábulas, y otros que se ocupan de las particularidades de la ponencia, la relatoría, la crónica, la reseña, el blog o el informe. A veces paso revista, con la finalidad de ver sus potencialidades, a tipologías como la carta o el diario, o subrayo líneas de interés de escritos con larga trayectoria literaria como el cuento o la novela. Presto especial atención a la alegoría y a la analogía, que son modos privilegiados del pensamiento relacional, tan útiles para la escritura poética al igual que para aprender a hacer más plásticas nuestras ideas. Me interesa en todas esas formas de la escritura, además de indagar en su ser y utilidad, mostrar cómo pueden convertirse en dispositivos de enseñanza o, por lo menos, en servir de motivación para el aula de clase.

Salta a la vista que esta es una obra con múltiples tonalidades y diversos frentes de enunciación: por momentos asumo el acento testimonial, en varios casos hecho mano de resultados de investigaciones y, en otros ensayos, que son la mayoría, me apoyo en las vicisitudes de mi propia producción escrita. Lo que presento aquí ha sido validado, contrastado y enriquecido por el trasegar del aula o forjado con el fuego de una pasión que asumo como una opción de vida. En esta perspectiva, este libro puede entenderse como un conjunto de evidencias de una larga búsqueda alrededor de la escritura y de la comprensión de varios de sus enigmas. Por eso son amplias las rutas de acceso a él y por eso, también, estas páginas pueden leerse como un abanico de rasgos y modos de la escritura para quien esté interesado en ella como afición personal o busque caminos de mediación formativa para enseñarla a otros.

Concluyo esta presentación del libro exaltando dos potencias que la escritura convoca y reaviva: la del pensamiento, porque al escribir podemos ver la entretela de nuestra cognición y, de esta manera, pensar mejor; porque al escribir ponemos afuera nuestras ideas, y nos queda más fácil afinarlas, corregirlas o cultivarlas. Y exalto de igual modo a la imaginación, porque al escribir podemos traspasar las fronteras de lo dado para explorar creativamente en otros universos; porque la escritura nos permite descifrar el pasado, pero a la vez nos da claves para prefigurar los paisajes de los tiempos venideros.

 

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