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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: mayo 2021

Las razones de vida de Francisco Brines

30 domingo May 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Francisco Brines: “la poesía no es un espejo, sino un desvelamiento”.

“Es vasta la alegría,
y fresca, y ruidosa;
pero cuando el dolor
abre sus alas,
se agita más la vida…”
Francisco Brines
(“Plaza en Venecia”)

 

Confesaba Francisco Brines que “la poesía que más le interesaba era la que hablaba de la vida, la que le hablaba de ese entrañable y extraño mundo”. Y amparado en esa premisa agregaba que el poema comunica “una inédita comprensión de la vida” a partir de la cual “se completa y enriquece nuestra experiencia de hombres”. La poesía, en consecuencia, hace que tengamos una comprensión “más ancha de la humanidad”. Desde esa perspectiva he vuelto a releer algunos poemas de Brines, como un acto de homenaje a su obra y, al mismo tiempo, para invitar a otros lectores a que conozcan y disfruten de este poeta fallecido el 20 de mayo de este año.

Comenzaré mi selección retomando un poema de su primer libro Las brasas (1960):

El visitante me abrazó, de nuevo

era la juventud que regresaba,

y se sentó conmigo. Un cansancio

venía de su boca, sus cabellos

traían polvo del camino, débil

luz en los ojos. Se contaba a sí mismo

las tristes cosas de su vida, casi

se repetía en él mi pobre vida.

Arropado en las sombras lo miraba.

La tarde abandonó la sala quieta

cuando partió. Me dije que fue grato

vivir con él (la juventud ya lejos),

que era una fiesta de alegría. Solo

volví a quedar cuando dejó la casa.

 

Vela el sillón la luna, y en la sala

se ven brillar los astros. Es un hombre

cansado de esperar, que tiene viejo

su torpe corazón, y que a los ojos

no le suben las lágrimas que siente.

Este poema no solo resulta original por la manera como Brines crea un escenario para que un viejo reciba la visita de su propia juventud, sino por ese ambiente de soledad que impregna el texto. Porque a veces, cuando “ya no nos suben las lágrimas que sentimos”, cuando “ya estamos cansados de esperar”, lo que nos queda –así sea por un fugaz momento– es la visita de los años juveniles que vivimos, aquellos tiempos en que la vida “era una fiesta de alegría”. Pero, pasada esa corta visita, ese abrazo alegre de lo que fuimos, volvemos a quedarnos solos, “arropados en las sombras”. Añadiría, además, que esa “juventud que regresa” y que viene con la tarde, trae en sus cabellos “polvo del camino”, porque es evocada desde un hombre que “tiene viejo su torpe corazón”.

Sigo con un poema de su libro Palabras a la oscuridad (1966), “Alguien baja el amor”:

Alguien baja el amor sobre los hombres,

los cubre de su gracia, y al hacerlo

cantan las aves, vuelan, las espumas

dejan el mar en las orillas, crecen

con un temblor las ramas, se desplazan

los astros en el cielo…

                                           Mas el hombre

recibe el don, y misterioso mira

con lágrimas el mundo, la belleza

sobrevenida de la altura, sabe

que ha de sufrir su pérdida tan pronto

que el corazón se secará de oscuro

desconsuelo. Sin él, no sabe el cuerpo

para qué seguir vivo, y él desea

que le aloje aquel reino piadoso

donde el tiempo se ausenta, porque quiere

deshacer en la sombra sus sentidos.

Para Brines el amor es un “don” que proviene de lo alto y al descender sobre los hombres hace que ellos adquieran un nivel superior en sus sentidos; el amor es una “gracia” que dota de otra sensibilidad al ser humano, mediante la cual cobran sentido o movimiento todas las formas de la naturaleza, la vastedad de los astros. Sin embargo, y esa es la lección de vida del poema, ese don del amor está condenado a la “pérdida”; tal “belleza sobrevenida de la altura” no es algo que obedezca a la voluntad de los hombres; es una “gracia” y, por eso mismo, puede aparecer o desaparecer a pesar suyo. El poeta nos advierte que sin el amor el cuerpo “no sabe para qué seguir vivo”; y aboga, así sea con lágrimas, para ser un espacio donde se aloje ese “reino piadoso donde el tiempo se ausenta”. Los hombres anhelan ser habitados por el don del amor para “deshacer en la sombra sus sentidos”.

Continúo con otro texto lírico, esta vez del libro que me llevó al conocimiento de la obra de este poeta valenciano: Insistencias en Luzbel (1977). Se trata del poema “Palabras desde una pausa”.

El tiempo es un anciano que descansa.

El hombre mira el mundo cada día

con el fervor de aquel que se despide

de todo y de sí mismo. Y apresura

unas palabras rotas, más ardientes

que el mismo amor, y escucha los latidos

sordos y solos de su ser oscuro.

El quisiera crear un Dios eterno

que le pudiera amar, y así salvarle

ojos, dicha, secretos, la memoria

y este conocimiento del dolor.

 

Mas ese torpe anciano se levanta

para andar otra vez, no saber adónde,

sin ver el mar, oler las rosas rojas.

oír cantar los mirlos. Con su tacto

de hielo va en busca de más frío.

Y el hombre abandonado entra en su noche

para perder la carne y la memoria.

Se ausenta de su luz; y luego ingresa

sin rencor ni sonrisa en el olvido.

El tono del poema es reflexivo, es como una meditación o una confesión ensimismada. Es un poema sobre uno de los temas vertebrales de Francisco Brines: el tiempo. La asociación de que se vale el poeta es con un anciano que descansa, un anciano “torpe”; un anciano que no sabe “adónde” dirige sus pasos, que no huele las rosas, ni oye el cantar de los mirlos; un anciano de tacto frío que va en “busca de más frío”. Eso es el tiempo. Y en el otro extremo está el hombre, enfrentado al encuentro con ese anciano invidente para el mar, con se viejo indiferente al fervor de los seres humanos. El poeta nos hace ver que, a pesar de que el hombre intente crear un Dios eterno que lo salve de la desmemoria y el conocimiento del dolor, lo cierto es que entrará “sin rencor ni sonrisa en el olvido”. Perderemos “la carne y la memoria”, nos recuerda Brines, entraremos en la noche del tiempo; y esto es así, porque en el mismo hecho de vivir o al “mirar el mundo cada día” nos vamos despidiendo “de todo y de nosotros mismos”. Esa es nuestra condición de “ser seres oscuros” a quienes nos está negada la luz de la eternidad.

Concluyo esta mínima selección con un poema suelto, “El vaso quebrado”, recuperado en la antología Para quemar la noche (2010).

Hay veces en que el alma

se quiebra como un vaso.

Y antes de que se rompa

y muera (porque las cosas mueren

también), llénalo de agua

y bebe,

            quiero decir que dejes

las palabras gastadas, bien lavadas,

en el fondo quebrado

de tu alma,

y que, si pueden, canten.

Este breve poema, si bien puede ser leído como un consejo sutil para los que escriben poesía, en el fondo es un mensaje de cómo aprender a vivir la vida en plenitud. La clave está en ese símil entre el alma y el vaso, en esa fragilidad de estas dos entidades. De allí Brines extrae una conclusión maravillosa: cuando se quiebre nuestra alma, en lugar de evitar tal fisura, lo mejor es apurar ese quebranto, beberlo a plenitud, para lograr que aquello que nos rompe nuestra esencia, sea “lavado” y, de esta manera, logre convertirse en otra cosa, en un canto o en testimonio liberador. No hay que permitir que mueran esas experiencias dolorosas, esas fracturas del alma, sin antes haberlas dejado reposar en nuestra conciencia, sin degustar lo que tienen de refrescante y melodiosa sabiduría.

Importancia de los maestros en tiempos de crisis

17 lunes May 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Conferencias

≈ 16 comentarios

Ilustración de James Steinberg.

El pasado 15 de mayo se celebró el día del maestro. Teniendo esa fecha como referente, he reflexionado sobre el papel de los maestros en tiempos de crisis y, específicamente, en una situación conflictiva y de incertidumbre como la que vivimos hoy en nuestro país. Deseo, entonces, responder en los párrafos que siguen a esta pregunta: ¿por qué son importantes los educadores en tiempos de desequilibrio y de angustia generalizada?

Pienso que, antes de cualquier otra cosa, los maestros en tiempos de crisis son importantes porque mantienen viva la esperanza. En medio de la zozobra, la desazón o la pérdida de norte, los maestros son importantes porque no pierden de vista un horizonte que afirma la vida, la reconciliación, el consuelo, la esperanza. Más que sumarse a la barahúnda del “todo está perdido” o el “ya nada puede hacerse”, los maestros se afianzan en lo posible, en lo probable, en la persistencia y en una fe especial que afirma la vida sobre la muerte. La esperanza que siembran los maestros cada día en los corazones de sus estudiantes es una manera de contrarrestar la sequía de los problemas del presente; es un modo de insuflarles aire nuevo en sus espíritus para enfrentar el temor de lo que no acaban de entender.  Los educadores ponen a raya la desilusión reinante mediante la esperanza; reconstruyen con ella los sueños y las utopías de los estudiantes; fabrican con sus mensajes de optimismo la urdimbre para que el tejido social de la confianza se suture o se restaure de nuevo. Porque creen en el poder regenerador de la esperanza los educadores manifiestan con sus acciones y sus palabras un no rotundo al fracaso personal o colectivo; muestran que siempre hay un “todavía” en el que caben la gratuidad, la bondad o lo inesperado.

También son valiosos por otra razón: los maestros en tiempos de crisis salvaguardan ciertas tradiciones, ciertos valores, que son como tesoros para un pueblo, una comunidad, una cultura. Los maestros conservan la memoria de un pasado para que con esa herencia espiritual sea posible reconstruir un futuro, otro mundo posible. Y dado que en tiempos de crisis lo que abunda es la barbarie, el impulso de acabar con todo, de destrozar lo existente o de propagar todas las formas de la irracionalidad; entonces, los maestros se convierten en vestales de lo que amerita conservarse, de todo aquello que ha sido una conquista de generaciones pretéritas. Puede ser un tipo de saber, un modo de pensamiento, una técnica, un arte, una artesanía, un conjunto de creencias, unos valores, unas virtudes… Si no fuera por su labor muchas de esas cosas quedarían a la deriva en tiempos de crisis; harían parte de las basuras o los escombros de la barbarie. Entonces, cuando los maestros y maestras se entregan con devoción a compartir una ciencia, una disciplina, un oficio, en medio de la zozobra y el temor reinantes, lo que hacen es garantizarles a las nuevas generaciones no tener que empezar de cero, les evitan la peste del olvido, les entregan un legado que nos ha permitido superar la inmediatez del instinto y la agresión antisocial. Por eso es tan importante persistir, insistir en que lo que ponen en las manos de sus estudiantes es algo más que información; se trata de una herencia cultural que no se puede perder.

Me atrevería a presentar un tercer fundamento. Y lo podría formular así: los maestros son importantes en épocas de crisis porque contribuyen a tomar conciencia crítica de lo que pasa. Me refiero a esa tarea de análisis, de reflexión continua, de mirada sopesada y argumentada sobre los sucesos, los hechos y los eventos que como una avalancha pasan alrededor de todos nosotros. Los maestros son valiosos porque llaman a la reflexión, a no creer en la rapidez de las noticias falsas, a no ser cándidos o totalmente irresponsables con los mensajes que hoy circulan en las redes sociales o en nuestros chats. Los maestros son importantes porque invitan a sus estudiantes a sospechar de lo evidente, a tener más de una perspectiva, a ser más mesurados en sus opiniones o sus juicios. Su importancia reside en ayudar a iluminar lo que parece querer estar siempre a oscuras o en penumbra; en contribuir a no dejar que sus estudiantes se contaminen por el fanatismo o los odios infundados; a insistir en la importancia de la palabra argumentada, en el diálogo, como un modo de superar los conflictos, lejos de la violencia o la fuerza del más poderoso. Y un asunto que en tiempos de crisis como los nuestros sí que resulta fundamental: los maestros son importantes porque enseñan a hacer lectura crítica de los medios masivos de información, a filtrar o tomar distancia de los mensajes que buscan influir tendenciosamente en la opinión pública.

Un cuarto motivo estaría centrado en la importancia que tienen los maestros, en tiempos de crisis, como motivadores o animadores de la solidaridad. Es claro que en las épocas de inestabilidad o de alarma se harán más evidentes las desigualdades, las inequidades, los escenarios para la indignidad o las penalidades para sobrevivir. En algunos casos serán a causa del desempleo, de la imposibilidad de conseguir el pan cotidiano; en otras, del desplazamiento o del súbito encuentro con un virus contagioso. En consecuencia, los maestros contribuyen desde la insistencia a sus estudiantes para que descubran el valor de la solidaridad, de la fraternidad, que los lleva a sentir las necesidades y el sufrimiento de los demás. Los maestros y maestras colaboran para que sus estudiantes sean menos egoístas, menos indolentes, menos insensibles a las penurias del vecino, a la escasez apabullante de los empobrecidos, a las carencias de otros ciudadanos que reclaman algo más que voces de conmiseración. En épocas de crisis las mismas instituciones educativas, fomentando el altruismo y el sentido humanitario de educadores y estudiantes, se convierten en una oportunidad para servir a las comunidades donde están insertas, a los contextos que son su principal territorio de influencia.

Menciono una quinta línea de la importancia de los maestros en tiempos de crisis, y es la de ser aliados fundamentales en el proceso de la formación familiar. Esta labor es consustancial al quehacer educativo, pero, en tiempos difíciles y de suprema inquietud, resulta esencial porque además del diálogo permanente sobre el desempeño académico de sus hijos, los padres requieren una ayuda emocional, a veces de consejería y acompañamiento, que les permita mermar sus niveles de ansiedad, tener alguna tranquilidad con los nuevos desafíos que trae consigo toda crisis y, especialmente, a servir de escuchas atentos a sus dificultades, sus temores, sus manifestaciones de fragilidad.  Los maestros y maestras se vuelven unos aliados vitales para las familias al conversar más con ellas, al ofrecerse como voz de aliento o de consejo mesurado cuando la angustia o la ansiedad los llevan a tomar decisiones equivocadas o a claudicar afectivamente, justo en el momento en que más se requiere su voz reconfortante o vivificadora. De allí que los educadores multipliquen sus recursos o sus estrategias para tener una comunicación fluida con las familias, convencidos de que también son corresponsables en la dimensión socioafectiva de sus estudiantes. Al estar las familias en medio de falsas informaciones, de temores infundados, al padecer la ansiedad de no saber cuál es la modalidad más idónea de educar a sus hijos, en esta situación los maestros son fundamentales para orientar un modo de acompañamiento en el hogar, para ofrecer salidas formativas consistentes, para señalar dónde hay que hacer el énfasis, el refuerzo o el complemento a un proceso formativo.

Cierro estas reflexiones recordando que, así como los médicos en tiempos de crisis son esenciales para proteger y conservar la salud del cuerpo, los educadores son valiosos para preservar y enaltecer el cuidado del pensamiento y el espíritu.

Preguntas sobre la escritura de ensayos

09 domingo May 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

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Ilustración de Jim Frazier.

Los estudiantes del colegio La Arboleda de Cali, liderados por el profesor Samir Jiménez Patiño, están ocupados en la escritura de ensayos. Por lo que sé, han seguido para tal propósito las indicaciones didácticas del profesor y las orientaciones contenidas en mi libro Las claves del ensayo. Adicionalmente me han compartido algunas preguntas surgidas a la par de su tarea de redacción. Paso, en consecuencia, a responder sus inquietudes, como un gesto de agradecimiento a la lectura de mi libro y como un modo de exaltar su empeño en aceptar el desafío de pensar por cuenta propia.

Al iniciar el proceso de escritura de un ensayo se tienen en la cabeza muchas ideas, pero es muy difícil llevarlas al papel. ¿Cuál puede ser una buena estrategia para romper esa barrera?

Si el problema no es la falta de ideas, sino su exceso, lo mejor –cuando se desea escribir un ensayo– es utilizar un mapa para organizarlas, listarlas o darles una incipiente distribución de tabla de contenido. Hallar, en la abundancia de nuestras ideas, tópicos o modo de agruparlas resulta útil tanto para arreglar el caos en nuestra cabeza, como para avizorar los posibles párrafos de nuestro ensayo. Pasar lo que bulle en nuestro cerebro al papel, al diseño, a los cuadros o los recuadros con sus respectivas líneas de división, puede dar excelentes resultados. Organizar las ideas, como se sabe, garantiza que luego, cuando ya estemos redactando, no terminemos divagando de un lado para otro o repitiendo las mismas ideas en distintos párrafos.

Para que un texto se considere un ensayo, ¿cuántos argumentos debe poseer como mínimo?

Todo dependerá del tipo de tesis que tenga entre manos el ensayista; a veces serán suficientes dos o tres; pero, en otros casos, tendrá que echar mano de cinco o más. En ciertas ocasiones, la selección de pocos argumentos de autoridad, por ejemplo, subsanan o evitan la búsqueda de muchas citas bibliográficas que no respaldan nuestra tesis de manera contundente. O si se cuenta con una adecuada analogía ella podrá remplazar muchos ejemplos. En todo caso, el número de argumentos necesarios en un ensayo corresponde a la necesidad del ensayista de que su tesis quede lo suficientemente avalada o de que, su línea argumental, haya quedado tejida lógicamente y esté bien cohesionada.

¿Cómo saber que tipos de argumentos utilizar cuando se inicia el proceso de escritura de un ensayo?

Eso estará sujeto al tipo de tesis o al contexto en que se solicite el ensayo. Porque si la tesis planteada es de orden teórico o de tono filosófico, seguramente los argumentos de autoridad y los lógicos serán los más pertinentes; pero si lo que se tiene entre manos es una tesis más creativa o innovadora, lo mejor será echar mano de los argumentos por analogía, combinándolos con ejemplos. Desde luego, lo más recomendable es combinar diferentes tipos de argumentos; esto no solo le da plasticidad al ensayo, sino que permite hacer converger diferentes recursos persuasivos.  El otro asunto es el destinatario o el ambiente en el que solicite el ensayo; porque si es para el mundo académico y, particularmente en el escenario universitario, el tipo de argumentos más socorridos serán los de autoridad con una rigurosa metodología de citación. Por supuesto se necesitarán otros tipos de argumentos, pero serán los de autoridad los que permitirán que el ensayo evidencie el dominio de entrelazar las voces de otros autores con la propia voz. Lo que sí es seguro es que los argumentos lógicos serán, en cualquier caso, imprescindibles; de no ser así, sería muy difícil darles una argumentación consistente a las ideas o hallar razones convincentes para persuadir al lector de la tesis que deseamos defender en el ensayo.

¿En un ensayo se puede escribir en primera persona y, aun así, conservar la rigurosidad en la escritura?

En propiedad, el ensayo nace de la afirmación de un yo en la escritura; es el medio para pensar por cuenta propia y no plantearse como un replicante de voces de autoridad. El ensayo, con Montaigne, se instaura desde la propia voz. A veces, se usa un nosotros para evitar el exceso de la primera persona. No creo que le ayude mucho al ensayo presentarlo en tercera persona, como si fueran las reflexiones de un ente anónimo, a sabiendas de que si algo tiene de válido es que es una tipología textual para presentar una tesis personal y defenderla con argumentos. No obstante, al afirmar que en el ensayo se puede escribir en primera persona no significa decir cualquier cosa u olvidarnos que estamos circunscritos a escribir en el terreno de la argumentación. Podremos utilizar nuestra propia voz, pero entendiendo que no estamos lanzando irresponsablemente una opinión o dejando ideas deshilvanadas o renunciando a la cohesión y la coherencia entre nuestras proposiciones. Ahí reside, precisamente, su rigor. Ni estamos escribiendo un cuento, ni presentando un relato tan emotivo como desordenado de algo que nos ha sucedido. En suma: lo personal no riñe con lo lógico y cabalmente argumentado.

¿La tesis de un ensayo siempre tiene que ser una afirmación, o puede ser una pregunta?

Lo aconsejable es presentar la tesis de manera afirmativa con el fin de que el lector sepa, de entrada, qué es lo que el escritor desea poner en debate o sobre qué idea quiere persuadirnos. Más que darle vueltas a un asunto lo adecuado es enunciar la tesis sin explicaciones o arandelas divagantes. Los párrafos que siguen servirán para argumentar, ejemplificar, o desarrollar lógicamente dicha tesis. Es factible usar una pregunta retórica a manera de tesis, dando por sentado que el lector entiende nuestra sutileza o ironía, pero es mejor convertir los interrogantes o las preguntas en una afirmación que viene siendo como la toma de postura del ensayista, su manera particular de asumir un asunto o un tema. A veces se usan las preguntas en el desarrollo del ensayo, pero como un recurso retórico para comprometer o poner a pensar al lector sobre alguna conclusión que sacamos a flote o hacer que las premisas lo conduzcan a aceptar nuestras razones.

¿Se puede decir que el ensayo tiene una estructura textual definida?

Dejando de lado la creatividad o el estilo personal del autor, un ensayo presenta la siguiente estructura general:  una tesis, unos argumentos que avalan o soportan dicha tesis, y un cierre que rubrica la tesis o la potencia hacia nuevos planteamientos. Ahora bien: en la segunda parte, referida a los argumentos de soporte, esa estructura se bifurca en muchas posibilidades: argumentos de autoridad, argumentos con analogía, argumentos con ejemplos, argumentos lógicos. Hay una relación entre la tesis y el cierre del ensayo, entre lo que se plantea y lo que se logra con nuestra argumentación. En la mitad de esas dos partes están nuestros recursos argumentativos. La estructura puede ramificarse si las condiciones para elaborarlo implican una extensión considerable o si por requisitos académicos demanda dar cuenta de determinadas fuentes o atender cierto problema específico. En este caso, el ensayo necesitará de subtítulos o de un caudal de recursos argumentativos de mayor profundidad. Sea como fuere, los basamentos de un ensayo consisten en tener una tesis y contar con grupo de argumentos para avalarla o darle sustento.

¿Es necesario que siempre que se inicie un párrafo en un ensayo se haga con un conector?

No necesariamente hay que usar un conector para iniciar un párrafo. Una vez más, será la línea argumental la que nos llevará a necesitar o no de un conector para hacer coherente lo que decimos en un apartado con lo que continúa en el siguiente. Nombrar aquello de lo que trata nuestro ensayo o echar mano de reiteraciones también son recursos con buenos resultados. Sin embargo, los conectores al inicio de los párrafos contribuyen a que el lector siga el hilo de nuestros planteamientos; son un modo de llevarlo paso a paso hasta el lugar del convencimiento o de interpelar su atención para que no pierda el camino de nuestra disertación. Estos conectores se hacen más necesarios en la medida en que aumenta la extensión del ensayo. En el fondo, el uso de conectores favorece el nivel de comunicación de nuestros escritos; es un gesto de interacción intelectiva con el lector, un modo de buscar la claridad y la comprensión en lo que escribimos.

¿Existen algunos conectores que no deben utilizarse por su uso recurrente en la escritura?

Más que existir conectores vedados en un ensayo, lo importante es usar variedad de ellos y evitar, en lo posible, que se repitan de manera continua en un mismo párrafo. Esa parece ser la recomendación fundamental: tener una riqueza de conectores que nos permita emplearlos con diversidad a lo largo del escrito. El otro punto tiene que ver con el cuidado al emplearlos, ya que cada uno de ellos hace parte de una familia específica de usos: los hay para ejemplificar, para darle continuidad al discurso, para señalar un orden temporal o espacial, para resumir o recapitular, para concluir, para subrayar una idea… En consecuencia, no podremos usar en un ensayo de manera indiscriminada un conector, sino que atendiendo a nuestro propósito argumentativo deberemos buscar el más idóneo para tal fin. Un error frecuente es usar un conector que no encaja con el desarrollo de nuestras ideas o, lo más grave, que entra en flagrante contradicción con el flujo argumentativo.

¿Cómo crear argumentos fuertes con analogías?

Cuando se argumenta mediante analogías es clave tener presente que no es suficiente mencionar la relación que nos sirve para argumentar la tesis, sino que debemos desarrollarla en su mayoría de semejanzas posibles. Lo que hace fuerte los argumentos con analogía es que el parangón entre las dos realidades comparadas se muestre en diversos aspectos o elementos; y a través de la mostración de esas similitudes entre realidades diferentes se saque el mayor número de argumentos para reforzar la tesis. Lo que le da contundencia a la analogía es el mayor número de afinidades que el ensayista puede mostrarle al lector y, con esas evidencias, establecer un razonamiento en cascada que lo lleve a convencerse de su planteamiento vertebral.

¿Qué hacer cuando se está bloqueado para escribir un ensayo?

Al igual que con otras tipologías textuales existen muchos recursos para salir de ese bloqueo: a veces el grafismo o el dibujo contribuyen a encontrar alguna salida para empezar a escribir; los trazos libres y espontáneos hacen las veces de pararrayos para la creación o el despuntar de las primeras líneas. También es útil empezar a redactar de cualquier manera, yendo sin rumbo fijo, dejándose llevar por la mera relación entre las palabras o tratando de derivar unas ideas a partir de la primera que sale de nuestra mente. Lo que se busca con este recurso es que, de un momento a otro, hallemos la punta de un hilo que nos permita tejer una primera idea que, ojalá, tenga el tono de tesis. A veces para salir de tales bloqueos resulta conveniente leer algún texto que esté relacionado con el tema o problema que nos interesa; esa lectura hace las veces de imantación o provocación intelectual y nos pone en sintonía con una parcela del saber que sirve de toque para encender nuestros propios pensamientos. En otras circunstancias los ejercicios de contrapunto con una cita que encontramos y nos parece interesante contribuye a adentrarnos, así sea parcialmente, en el terreno ensayístico; recordemos que escribir es una labor artesanal elaborada por pedazos, confeccionada de manera diferente a como queda, después de afinada o corregida, en el producto final. Y si nada de esto funciona, habría que intentar entregarse a la lectura de ensayistas que nos interpelan o hacen parte del grupo de mentores en esta tipología textual, a ver si entre sus páginas silentes hallamos una mano amiga que nos ayude a salir de ese vado de la improductividad escritural.  

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