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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: junio 2021

Un diálogo entre la verdad y la mentira

21 lunes Jun 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Diálogos

≈ 2 comentarios

Ilustración de John Jude Palencar.

Verdad: Observo que en estos tiempos andas de boca en boca…

Mentira: Hay cierto tono de envidia en tus palabras…

Verdad: Más que envidia es asombro… Debes sentirte feliz de ser tan solicitada, ¿no?

Mentira: De alguna manera sí, porque esto comprueba que soy de gran ayuda para los hombres, o que sirvo más a ellos que tú…

Verdad: Puede ser… tú estás más a la mano.

Mentira: Sí, pero eso no significa que quienes me invocan sea solo para resolver su presente. Conozco a más de uno que me llama cuando desea cubrir los errores de un pasado lejano o cuando anhela amueblar su futuro.

Verdad: ¿Hablas de los políticos?

Mentira: No solo de ellos…

Verdad: En todo caso, tu piel es proclive a la entrega sin requisitos o condiciones. Y perdona, si parezco demasiado sincera.

Mentira: Estoy acostumbrada a esos reclamos. Los hombres se quejan de mí, me censuran, en actos públicos o protocolarios; pero en privado me tratan como a una amante consentida.

Verdad: En eso nos parecemos, pero con una diferencia: en público todos dicen que yo soy lo más importante, lo primero, el objetivo más alto; pero, en privado, me rechazan como la peor de sus enemigas o la criatura más infecta y dañina.

Mentira: Así es la vida de los hombres, en particular cuando los gobiernan intereses económicos y ambiciones de poder…

Verdad: Cada vez me convenzo más de que a mí todos me buscan, pero al encontrarme, les resulto incómoda y mala compañía.

Mentira: Tal vez se deba a que poco conoces a los seres humanos.

Verdad: ¿Cómo así?

Mentira: Los hombres no soportan verse como son. Prefieren los espejismos a los espejos. Eso es una evidencia comprobada a lo largo de la historia. Yo, por el contrario, les resulto útil para mostrarse mejor de lo que parecen, más sabios de lo que en realidad son, más desinteresados de lo que persiguen con intencionada utilidad.

Verdad: En eso coincido contigo: a los hombres les gusta engañarse; son simuladores, inauténticos, falsarios… usan siempre máscaras porque temen aceptar la forma y los rasgos de su rostro.

Mentira: ¡Para qué tener una sola cara cuando es tan divertido usar varias máscara!

Verdad: ¿Y si de tanto usar máscaras empiezan a confundirse con ellas? ¿Si la máscara termina adhiriéndose a su piel?

Mentira: No creo… hay cierta astucia en los hombres para evitar que se les pegue la máscara al rostro. Y también hay cosméticos.

Verdad: ¿Cosméticos?

Mentira: Claro. A veces un rumor bien acicalado, por ejemplo, contribuye a que la gente reciba gato por liebre; en otras ocasiones, maquillar cierta información permite que…

Verdad: A mí me gusta tener la cara sin afeites. Limpia.

Mentira: Así no es fácil seducir…

Verdad: Quizá ese sea el problema de los hombres: su afán por seducir, por recibir el elogio desmedido de los demás; su búsqueda desenfrenada de fama, poder o dinero les ha convertido el alma en un escenario de apariencias y simulacros.

Mentira: ¿Y qué? El espectáculo nos libra de las penas del mundo o el doloroso peso de lo inevitable. 

Verdad: Lo que ayuda a entender el drama de la vida es aceptar, precisamente, que estamos hechos tanto de tragedia como de comedia. No todo son risas en esta vida. No se puede vivir siempre en función del espectáculo.

Mentira: Yo también puedo poner cara de solemnidad… o no has visto a las figuras públicas cuando son detenidas por algún ilícito cómo asumen un rostro de circunstancia al dar declaraciones por televisión. Quien busque mi ayuda debe saber esto: no hay forma más efectiva de mentir que asumiendo los ademanes tuyos…

Verdad: No obstante, si uno observa bien percibirá la inautenticidad de quien así procede o se comporta…

Mentira: Si supieras cuántos personajes conozco, y no son pocos, que han sabido, con absoluta compostura y seriedad, mantener conmigo un amancebamiento de muchos años.

Verdad: Con el tiempo se develará esa otra vida, ese otro mundo ocultado bajo esa impostura de solemnidad.

Mentira: Pero ya no importará. Tú sabes lo que decía uno de mis mayores devotos: así no sea cierto lo que afirmemos de alguien, alguna cosa quedará resonando en la mente de las personas…

Verdad: Puede que no seas develada de manera inmediata, pero tarde que temprano caerán al piso tus triquiñuelas, tus embustes, tus calumnias…

Mentira: Te equivocas: los seres humanos son desmemoriados… pronto olvidarán determinado suceso y estarán dispuestas de nuevo a caer en mis encantos. Su desmemoria me ha ayudado mucho, desde hace siglos.

Verdad: ¿Pero de qué le sirve al hombre vivir engañado?

Mentira: Yo creo que para soportar la espinosa realidad…

Verdad: ¿Y para qué escabullirse o esconderse de la realidad si al abrir los ojos está de nuevo al frente nuestro?

Mentira: Yo soy un relax a sus angustias, un bálsamo a sus problemas más agobiantes, una tabla de salvación en medio de su naufragio existencial.

Verdad: Aferrarse a ti es estar siempre a la deriva…

Mentira: Entonces, ¿lo aconsejable es ahogarse?

Verdad: No. Nadar, buscar la tierra firme. Con fuerza, con convicción, con tenacidad. Mi esencia está en eso, en no renunciar a salir de la incertidumbre, la duda, el engaño… en nadar para sortear todas esas aguas caóticas que tanto te fascinan.

Mentira: Eso es para titanes o dioses… en los humanos las fuerzan se agotan, el ánimo se merma…

Verdad:  No digo que sea fácil estar conmigo o convertirme en mentora de los hombres. Sin embargo, lo que ofrezco es más consistente y duradero que tus eventuales paraísos.

Mentira: Eso está por verse… mi prole de engaño y simulación tiene más hijos que tu estirpe.

Verdad: Sin querer ofenderte, esa propagación que consideras tu mayor orgullo es, sin embargo, una evidencia de tu promiscuidad.

Mentira: En las masas desbordadas o en la confusión no se notan los orígenes… Créeme.

Verdad: Eso también hace parte de tus estrategias: envolver a la gente en la barahúnda de sus emociones, obcecarlas hasta el punto de perder la razón.

Mentira: Hay cierto gusto en esto de abandonarse al frenesí de las multitudes.

Verdad: No lo dudo. En medio del fragor de la muchedumbre cualquiera de tus infundios parece creíble.

Mentira: Tú sabes que mi tiempo es el de la rapidez. Tengo pies ligeros…

Verdad: Yo, en cambio, prefiero el tiempo lento, el que permite observar con cuidado lo que dicen y hacen las personas. Soy una rumiante de lo que veo o lo que escucho.

Mentira: A mí me gusta la comida rápida. Tengo acelerada digestión. Todo lo que consumo en esa misma proporción lo elimino.

Verdad: Me parece que no logras nutrir a nadie… apenas entretienes, como esas golosinas que son dulces por fuera, pero vacías por dentro.

Mentira: A veces pienso que eres demasiado amarga. Y por eso los hombres no gustan mucho de ti.

Verdad: Puede ser. Pero, si las personas se habitúan a mi sabor, descubrirán que mi almendra deja un sabor agradable en su boca y los provee de energía para fortificar las fibras de su espíritu.

Mentira: ¿Cuántos meses o años para hacer efecto? Porque mis golosinas, como las calificas, actúan de manera inmediata.

Verdad: Aunque no te pueda precisar el tiempo exacto en que logro ser asimilada por el organismo de los hombres, lo que sí sé es que no es en cuestión de segundos. Me precio de masticar bien y reposar lo que consumo.

Mentira: No sé por qué, pero me pareces de otra época. El mundo ha cambiado. Este es el tiempo de lo instantáneo… Ya suenas anticuada.

Verdad: No me avergüenzo de ello, si así lo percibes. Me considero menos novelera que tú y más prudente con la caprichosa e inconstante opinión de la mayoría.

Mentira: Lo dicho, estás chapada a la antigua.

Verdad: Pues, si este mundo está como está por tu abundante presencia, por el desmedido empleo de tus servicios falaces, lo mejor parece ser portarse como un veterano Quijote que sale a defender lo que a nadie parece importarle o considerarlo motivo de recordación…

Mentira: Un Quijote luchando de nuevo contra los molinos de viento de la indiferencia y la insolidaridad… Te vaticino más de una caída.

Verdad: Sé que a veces produce risa pensar y actuar así. Pero prefiero soportar los escarnios o las burlas, que entregarme al autoengaño o la falta de escrúpulos. Qué pena, si te parezco anticuada, pero yo conservo como insignia en mi escudo las formas áureas de la ética y los valores…

Mentira: Todo es relativo, querida amiga… todo es relativo…

Verdad: Yo creo que no. Siempre se necesita de alguna jerarquía moral que nos permita priorizar unas acciones sobre otras. Y por eso doto de responsabilidades a quien me invoca o me coloca como su estrella orientadora.

Mentira: Por si no lo sabes, hoy es el interés personal el que gobierna al mundo y las acciones de las personas… Tu forma de ser y pensar no ha hecho más que crear mártires.

Verdad: Lo sé. Pero la sangre de esos mártires ha ayudado a resarcir muchas de las injusticias o ignominias que tú misma has infectado con tu lengua o tus celadas ponzoñosas.

Mentira: No me culpes a mí. Es la maldad de los hombres la que ve en mí su aliada o su defensa.

Verdad: Más bien te aprovechas de sus pasiones para exacerbar con tus exageraciones e inquinas infundadas su maldad. Pienso que en el fondo lo que más te satisface es ver a los seres humanos infelices y desorientados… Tu mayor placer consiste en incentivar a destruir.

Mentira: Todo lo contrario, lo que pretendo en agregar un poco de felicidad a ese impulso destructivo que ya está en sus genes.

Verdad: Cínica… indolente…

Mentira: Mejor tener esos atributos y no los de ingenua e idealista, por no decir romántica. Como te habrás dado cuenta, mi reino prevalecerá. El futuro estará aún más manchado por mis labios.

Verdad: Porque he visto la abundancia de tus obras, porque estás tan frecuente en la boca de los fanáticos, porque eres la moneda de cambio de los políticos, porque andas de manera desvergonzada en los medios masivos de comunicación, por todo ello es que he sentido que no puedo quedarme callada. Creo que por mi falta de valor es que has ido ampliando tus dominios. Sé que la cobardía de la mayoría de las personas multiplica tus fuerzas y tu campo de influencia.

Mentira: Te deseo suerte en esa aventura. ¿Ya tienes escudero?

Verdad: Sí, no uno, sino muchos… todos los que tengan en su corazón una reserva de sinceridad, todos los auténticos, todos los entusiastas de la franqueza, todos ellos irán conmigo. Y se unirán a mí, también, todas aquellas personas que luchan para que las nuevas generaciones descubran en mí la mejor vía para entender su pasado y el modo más real de construir su futuro.

Mentira: No creo que sean muchos los que te sigan…

Verdad: No importa. Aunque no sean legiones como tus adeptos, mis escuderos podrán mostrar su rostro a plena luz del día y pregonar con dignidad nuestro propósito.

Poeta en lejanía

13 domingo Jun 2021

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cuentos

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Ilustración de Christian Schloe.

A Luz Helena le encantaba salir con Ruben Darío porque él era poeta. Pero no era un lírico de libros, sino de la vida cotidiana. Bien sea caminando o compartiendo un transporte público, comprando algo en una tienda o haciendo cola para pagar algún servicio público, Rubén Darío la sorprendía con su metáforas.

En cierta ocasión que estaban caminando al lado de una iglesia, al pasar por el parque contiguo, varias palomas salieron volando y fueron a posarse cerca al campanario. Rubén Darío, sin pensarlo mucho le comentó a Luz Helena:

—No basta con volar, hay que ir más alto para repicar esa libertad.

Luz Helena le agasajó la ocurrencia, a pesar de no entender muy bien aquellas palabras. Siguieron caminando unas cuadras más hasta llegar a una esquina en donde vendían unas obleas cuadradas que a Rubén Darío le encantaban. Mientras esperaban que la vendedora les entregara aquella golosina rellena de arequipe, el hombre miró a su amiga de tantos años. A él le gustaba aquella mujer, pero sabía también que ese era un amor imposible porque ella, según le había confesado, seguía aferrada al recuerdo de su primer novio. A pesar de tal impedimento, Rubén Darío no perdía oportunidad para seducirla. Luz Helena no oponía resistencia a aquellos cumplidos y optaba por reírse o poner cara de asombro con tales ocurrencias.

—Lo más dulce de ti se esconde entre dos fragilidades.

Luz Helena no tuvo tiempo para responder a aquel mensaje porque en ese momento estaba ocupada en recibir las dos obleas, mientras su amigo las pagaba. Una vez Rubén Darío recibió el cambio, volvieron caminando hacia el pequeño parque a buscar una silla de hierro que estuviera vacía. Se sentaron juntos, intercalando los mordiscos a las obleas con fragmentos de diálogo sobre cosas habituales, con poca trascendencia.

—¿Y tú siempre has hablado de esa manera?

—¿Cuál manera?

—Así, como hablan los poetas…

—¿Y cómo hablan los poetas?

—Pues, diciendo cosas sorprendentes…

—¿Raras?

—Sí, en parte… pero cosas hermosas, al fin y al cabo…

—Bueno, al menos te entretengo… Sirvo de payaso de compañía…

—No… me pareces ingenioso… Muy inteligente.

—Alguna cosita debía tener a mi favor…

Luz Helena soltó una carcajada. Mordió de nuevo la oblea. Un pedazo de arequipe se quedó adherido al labio superior y ella, inconscientemente, lo lamió con su lengua. Ruben Darío, aprovechó aquel gesto para lanzarle una de sus líneas improvisadas. Con la mano izquierda le tocó suavemente la pierna a la mujer, diciéndole.

—Tan dulce eres que tú misma te saboreas.

La mujer alargó su risa, echándose hacia atrás y celebrando aquel piropo. Algunas palomas estaban cerca de ellos, tratando de conseguir las migajas de las obleas.

—Mi querido Rubén Darío, eres incorregible…

Terminado el pequeño banquete los dos amigos tomaron rumbo hacia una de las avenidas cercanas. Como esa tarde Luz Helena tenía una cita médica, le había pedido a Rubén Darío que la acompañara. El amigo había aceptado hacerlo, a sabiendas de tener que pedir un permiso urgente en la agencia de publicidad donde trabajaba.

—Tú tan lindo, por acompañarme.

La mujer agarró de gancho al hombre. Rubén Darío olió el perfume de Luz Helena, un capricho de ella que competía con la fascinación por los zapatos.

—Rico en las tardes es que a uno lo abracen las flores.

Luz Helena se detuvo por un momento. Rubén Darío lo hizo también, guiándose por el mandato de aquel brazo. La mujer miró al amigo, esbozó una sonrisa y, empinándose un poco, le dio un beso en la mejilla. Rubén Darío sintió que el olor del perfume era más intenso.

—¿Sabe la brisa que sus caricias son tormento para la candela?

—Lo que yo sé es que vamos a llegar tarde —respondió Luz Helena—, tomando del brazo de nuevo a Rubén Darío e invitándolo a aligerar el paso.

Ya en el transporte público, por ser como las cuatro de la tarde, lograron encontrar una silla vacía. La mujer seguía agarrada al brazo del hombre. Luz Helena llevaba una falda corta que le hacía resaltar sus bellas piernas. Rubén Darío haciendo el gesto con sus manos de una cámara fotográfica le tomaba fotos imaginarias a su amiga.

—¿Te gustan?

El hombre dejó de fotografiarle las piernas, cambiando el recuadro manual de la cámara para enfocarlo hacia el rostro de la mujer. Luz Helena no paraba de sonreír, alisándose el cabello con ambas manos. Rubén Darío se extasió viendo el movimiento del cabello negro. Una parada súbita del bus hizo que desacomodara las manos para sostenerse de la baranda del asiento delantero.

—Ay, te van a salir corridas las fotografías —dijo mofándose Luz Helena.

—Como yo ya las tengo reveladas en mi cabeza…

Entre bromas siguieron su recorrido hasta llegar al centro médico en el que la mujer tenía la cita. Rubén Darío bajó primero para, haciendo un ademán de cortesía, recibir a la mujer.

—Caballeros así ya no quedan en este mundo —dijo Luz Helena—, fingiendo una displicencia de reina de belleza.

—Cuando llega la noche hay que arrodillarse, si uno quiere ver las estrellas.

Entraron al edificio, sacaron el turno y se sentaron a esperar que llamaran a la mujer. Luz Helena se sintió cómoda para interrogar a su amigo sobre una cuestión que la venía intrigando desde hacía unos meses.

—A ver, mi poeta, ¿y quién es la dueña de tu corazón?

Rubén Darío se detuvo en los flecos de la cartera de la mujer. Con los dedos los iba tocando como si fueran las teclas de un piano de cuero.

—¿Por qué me preguntas lo que ya sabes?

Luz Helena hizo como si no lo hubiera escuchado, reiterando su pregunta:

—¿Quién es, a ver, confiésate conmigo?

—¿Cómo puede el espejo pedirle a la luz que no lo mire?

Justo en el momento en que la mujer iba a agarrarle una oreja a su amigo, en señal de picardía y complicidad, en ese instante por el parlante se escuchó el número de cita de Luz Helena. Ella se levantó presurosa. Rubén Darío la divisó caminar de espaldas hacia el mostrador y sintió que otra vez estaba enamorándose de un imposible. A los pocos minutos volvió la mujer. Se sentó al lado del hombre.

—¿Me extrañaste?

—Desde antes de conocerte —respondió Rubén Darío—, poniendo un tono en su voz que parecía una declaración de esas que los dramatizados en televisión consideran un momento definitivo para dos amantes.

Luz Helena comprendió que aquellas palabras ya no tenían la juguetona forma de un cumplido, sino la fuerza de una confesión. Miró a su amigo con ternura y bajó el tono de voz para amortiguar el peso de cada una de sus palabras.

—Rubencito, tú sabes que valoro mucho tu amistad como para convertirla en otra cosa…

El hombre sintió que esa frase ya la había escuchado antes. Porque pasados dos meses, después de conocer a Luz Helena en un seminario sobre las nuevas tendencias publicitarias del milenio, y de haberse puesto varias citas para almorzar o ir a cine, él, envalentonado por el sabor del vino, se había animado a declararle un amor que venía enredándose en su corazón. Y esa vez, como ahora, la mujer declinó aquella invitación, pero con un tacto que salvaguardaba los lazos de la amistad.

—Es mejor no ir más allá, porque de pronto alguno de los dos sale lastimado después.

Rubén Darío guardó silencio por unos segundos. Enseguida, sacando fuerzas de aquella nueva derrota, extendió su brazo como si fuera una flecha y, luego, trayendo la mano hacia su pecho, lo golpeó con fuerza en señal de una herida mortal.

—¡Para qué puñales si ya tengo adentro clavada una espina!

Luz Helena volvió a sonreír. Su nombre se escuchó en el parlante, claro, completo, indicando además el consultorio. Se puso de pie, pero antes de ir hasta las escaleras, con su mano derecha le desordenó un poco el cabello a su amigo. Ese era un hábito suyo, cuando Rubén Darío insistía en ir más allá de la amistad.

—Ahora no se ponga a llorar, que voy y no demoro…

El hombre la vio alejarse. Era hermosa Luz Helena. El movimiento de las caderas, la forma de las piernas, el bamboleo del cabello, la pequeña cartera de flecos siguiendo el ritmo acompasado de los brazos, toda ella era una figura preciosa. Rubén Darío percibió que esa mujer era un paisaje que se iba de sus manos hasta desaparecer tras la pared que comunicaba con las escaleras. No era esta la primera vez que sufría esa sensación de pérdida, de abandono. Tal vez era mejor seguir así, “de lejos”, al menos de esa manera podría tener para él las palabras, la sonrisa, el perfume de Luz Helena. Se echó hacía atrás en la silla. En su mente construyó una respuesta a las últimas palabras dichas por Luz Helena. Puso las dos manos atrás de su cabeza a manera de almohada y cerró los ojos. Un reloj de aluminio ubicado en la pared del ala sur de la sala de espera señalaba las cinco en punto.

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