Ilustración de Aristides Hernández -ARES.

Considero que la semiótica es antes que nada una manera particular de leer. Una mirada ante el mundo y la vida mediante la cual sospechamos de los mensajes o las actuaciones que saltan rápidamente a nuestros ojos o interpelan nuestros sentidos. Un modo de pensar que sabe que los datos inmediatos nos engañan, que detrás de todo eso que calificamos de “natural” se esconde un fino entramado simbólico, un tejido complejo de significados. Y esto es así, porque estamos inmersos entre signos, porque somos consumidores y productores de mensajes, porque nos socializamos y nos educamos a partir de sistemas de códigos. Es decir, el mundo que habitamos ya es de por sí un mundo signado. Entonces, la semiótica viene siendo como una especie de alfabetismo para poder leer esa maleza sígnica que nos circunda, una habilidad para descifrar ese enorme texto de la cultura. O, para ser más precisos, la semiótica es un abecedario, una cartilla con la cual podemos leer o descifrar gran parte de los mensajes que circulan en la vida cotidiana.

Parte de esa alfabetización supone convertirse en extranjero de la misma parcela de realidad que se busca descifrar. Ser extranjero demanda una capacidad de lectura en donde hay que rebasar los límites de lo obvio, de lo natural, de lo dado por hecho. Leer semióticamente es aprender a sospechar. Y sospechar es tomar distancia de los hechos, los eventos, las informaciones, de los emisores que las enuncian. Esa toma de distancia ayuda a comprender asuntos que, por estar inmersos en ellos, no podemos apreciarlos a cabalidad. Sospechar es poner entre paréntesis lo que escuchamos o nos dicen para no ser incautos o tan crédulos como para aceptar sin cuestionamiento o tamiz las “verdades” que parecen comunicársenos con tono aséptico o desinteresado. La sospecha ha sido, vale reiterarlo, una de las claves de la filosofía y un detonante para la investigación científica. Piénsese no más, en todos los “maestros de la sospecha”: Freud, Nietzsche, Marx, y cómo lograron leer en profundidad los signos de su época, fisurar los sistemas, excavar dentro de las cosmovisiones vigentes de su mundo. El semiotista, por eso mismo, cuestiona, pregunta, entrevé, intuye, conjetura, olfatea su entorno como si fuera un explorador en tierra ajena.

De otro lado, nos alfabetizamos en semiótica exacerbando los sentidos, así como pedía Arthur Rimbaud a los poetas; mirando con cuidado, escuchando con atención, tocando el mundo, oliscando todos esos indicios que desfilan ante nuestras narices, pero que la mayoría de las veces pasan desapercibidos. Lo otro, es estar atentos, alertas a la realidad circundante. Los semiotistas son vigías de los textos y los contextos, de los intertextos y los paratextos. Instalados en la atalaya del entendimiento, los alfabetizados en semiótica perciben relaciones, ven diferencias, aprecian los matices. De igual modo, los semiotistas adquirieren ciertos criterios, unas categorías de juicio, un método de análisis para investigar o dar cuenta de un problema, un asunto noticioso o un acontecimiento social.  Tener un método es contar con una especie de lógica para ordenar la cabeza. Tal esquema de pensamiento no se basa en las opiniones emocionales o en el rumor maledicente, sino en un pausado y plural examen de las cosas que contribuye a tener un mejor diagnóstico de cualquier situación. Digamos que el proceder del semiotista puede sintetizarse en un axioma de hondas raíces artísticas: mirar lo que todos los demás dan por visto.

Precisamente por ello, creo que los maestros y maestras, más allá de impartir conocimientos, tenemos la función de proveerles a los estudiantes unos “miradores” para leer la realidad, unos lentes para hacer legible el mundo que les toca en suerte. Necesitamos alfabetizar a las nuevas generaciones en semiótica. Y especialmente en esta época, cuando hay tal avalancha de información, que no es fácil diferenciar una cosa de otra; una época en donde los mensajes circulan a gran velocidad, pero en la que las personas no tienen el juicio formado para aquilatar lo valioso de la basura insustancial. La lectura semiótica sería una habilidad desarrollada por los educadores de todas las áreas. Esa lectura semiótica ayudaría a que los estudiantes aprendan a poner en relación los detalles en la perspectiva del conjunto, a cotejar cada texto con los contextos en que se producen, a aquilatar diversos puntos de vista antes de emitir un juicio, a entrever las intenciones soterradas de las ideologías ocultas que manejan los emisores. Porque no podemos olvidar que, por ejemplo, los medios masivos de información “fabrican” una idea del mundo y de las personas; editan el entorno para dárnoslo organizado de una particular manera. En consecuencia, los aprendices de semiótica irán aprendiendo poco a poco a “desmontar” la puesta en escena en que se produce la información para descubrir qué se ha omitido, qué se ha sobredimensionado hasta la exageración o cuáles son las intenciones implícitas que se fraguan detrás de cámaras. Como se ve, la semiótica es un buen laboratorio para apreciar cómo se producen, circulan y recepcionan los mensajes.  Ya sea frente a una pantalla, en actitud de escucha o de cara a un “espectáculo informativo” la semiótica descubre las redes y las constelaciones de signos que los grandes medios tejen en su función de crear audiencias, reforzar cosmovisiones hegemónicas, reconducir la opinión pública o elaborar un relato persuasivo de la realidad.

Desde luego, las bondades no solo se circunscriben al sector educativo. Pienso que todo ciudadano debería también alfabetizarse en semiótica por dos razones principales: La primera, porque la semiótica era y sigue siendo una poderosa herramienta conceptual para leer la sociedad que habitamos; una especie de metalenguaje traductor mediante el cual es posible desenredar los sendos hilos con que están tejidas las relaciones humanas, los conflictos de intereses, los juegos de poder. La segunda, porque al ser lectores hábiles de signos nos hacemos más aptos para aceptar la pluralidad de opiniones y la diversidad de otras maneras de entender el mundo y la vida y, lo más importante, se crea un espíritu tolerante para ser menos fanáticos y menos sectarios. Con esos útiles cívicos de la semiótica nos entenderemos mejor con el diferente, sin tener que entrar a violentarlo o destituirlo porque no lo aceptamos o, lo más grave, porque no logramos comprenderlo.

Agregaría, en esta misma perspectiva, que alfabetizarnos en semiótica es un buen recurso de protección ante el odio propagado en las redes sociales y es un buen catalizador para romper la estratagema de las falsas noticias. A lo mejor, si en esta época de mentiras a la mano y de redes engatusadoras nos proveemos de elementos de lectura semiótica, lograremos descifrar el truco del mago o lo que astutamente se esconde detrás de celadas con apariencia de verdad. Con esas herramientas conceptuales de la semiótica aprenderemos a develar lo que está sistemáticamente clausurado o vedado por el poder; adquiriremos un espíritu crítico que nos saque del marasmo de ser sólo consumidores de información; y ampliaremos nuestra comprensión de los credos, las ideologías y las mentalidades con el fin de prevenirnos de fundamentalismos sectarios. En suma, tendremos una “protección cognitiva” para no sucumbir como borregos a las demandas irracionales de la masa, a las manipulaciones de la ladina politiquería que, como se sabe, le interesa sobre todo el beneficio personal más que favorecer a la mayoría. Necesitamos proteger nuestra salud mental para no alimentar esa actitud cotidiana de “todos contra todos”, tan aumentada en nuestros días por los grandes medios masivos de información que se regodean con su contagio estridente de odio, desesperanza y crisis generalizada.  

Concluyo invitando a todos los que tienen una labor formativa, llámense maestros o padres de familia, “influenciadores” o” “líderes de opinión” a acoger algunos de los rasgos de la lectura semiótica que aquí he señalado. O si se prefiere, los convoco a poner en práctica diez principios de actuación comunicativa que, en cierto sentido, son enunciados éticos:  1) Mejor tardarse en comprender que apresurarse apasionadamente a enjuiciar, 2) Ver siempre las ramas en relación con el conjunto del árbol que las sostiene, 3) Tener una mirada plural, antes que un único punto de vista, 4) Anteponer la duda y la pregunta a todo aquello que pida la sumisión sin argumentos, 5) Desconfiar de las verdades a medias, porque en realidad son mentiras disfrazadas de certidumbre, 6) Estar prevenidos con los mensajes que prefieren destacar los adjetivos y los epítetos que los sustantivos y los verbos, 7) Entender que cada persona filtra la información que recibe y, según sus intereses, edita la información que comunica, 8) Comprender que sin un horizonte histórico las opiniones fácilmente se convierten en prejuicios, 9) Descubrir que en la relectura o la revisión está la clave para hacer aflorar el submundo escondido de los mensajes, 10) Reconocer que la ambigüedad de los signos es la que motiva la perspicacia y exige un esfuerzo intelectivo para interpretarlos.