“La novela enseña al lector a sentir curiosidad por el otro y a intentar comprender las verdades que difieren de las suyas”.
Milán Kundera
Las expresiones artísticas tienen como uno de sus objetivos fundamentales abrirnos miradas para comprender con otros ojos el vasto mundo de la vida y la complejidad de la condición humana. Y la literatura, en particular, siendo fiel a ese propósito nos ha permitido entender mejor el sentido, las contradicciones y las variadas peripecias que entraña toda existencia. Precisamente, dada esa importante función comprensiva de lo humano que ofrece la literatura, deseo profundizar en esta ocasión en las potencialidades de leer obras narrativas en el contexto universitario.
Pero antes de desarrollar mi propuesta quisiera llamar la atención sobre un asunto que merece de entrada una sesuda reflexión: me refiero al paulatino abandono de la enseñanza de las humanidades en el contexto universitario. Eso no solo puede apreciarse en las mallas curriculares de las diferentes profesiones, sino en el afán profesionalizante de las instituciones de educación superior en las que se habla demasiado de competencias laborales y de responder a las demandas del mercado, pero muy poco de desarrollo humano integral, de sensibilidad social o de educación de la sensibilidad. Me atrevo a decir que el viejo sentido de la “universitas”, en cuanto lugar para ampliar en la persona los horizontes y despertar el espíritu hacia el amplio universo, ha sido poco a poco minado o limitado por la única mirada de aprender las técnicas o los saberes de una disciplina. Puesto de otra manera, la universidad ha cedido a las voces de sirena de lo utilitario y funcional, dejando al garete lo que en verdad le era consustancial: formar a profesionales con una sólida base en la comprensión de sus semejantes y de la sociedad, ensanchar la mente de los jóvenes para ver relaciones entre conocimientos estancos y forjar su carácter para actuar con sentido responsable y ético. Detrás de este cambio de perspectiva, por el sesgo profesionalizante, la universidad ha dejado de ocuparse en otras dimensiones fundamentales de la persona, como son la formación estética, la conciencia crítica, la educación de la sensibilidad y el cultivo de las cualidades morales.
Paralela a esta claudicación de la formación humanística institucional está el abandono de los mismos docentes por este tipo de propósito en sus clases. Demasiadas lecturas disciplinares y muy pocas lecturas de formación o de orientación existencial; cantidad de fuentes centradas en el conocimiento disciplinar, pero pocos textos para adquirir el legado de la sabiduría para vivir. Quizá esto se deba a que los mismos educadores no tienen “un capital humanístico” que puedan compartir con sus discípulos o a una limitada idea de que su tarea principal es “dictar solo lo que tiene que ver con su asignatura”. El resultado de esta forma de proceder en el aula conlleva a que los estudiantes se vayan acostumbrando a hablar monofónicamente en un campo del saber, a despreciar lo que no está acorde a sus intereses profesionales, y a albergar en su corazón la intolerancia y cierta disposición para los fanatismos.
Es este, entonces, el terreno árido que debemos volver a cultivar en los estudiantes universitarios. Subrayo que la formación humanística es fundamental porque contribuye a volver más dúctil el pensamiento y así encontrar sinergias entre las disciplinas, a romper el individualismo para ser compasivos con nuestros semejantes, a comprender que además de desarrollar el intelecto se requiere a la par afinar y madurar otras dimensiones como la emocional, la espiritual o la comunicativa. Este propósito puede lograrse mediante la audición intencionada de obras musicales, la visualización de obras plásticas o cinematográficas, la recepción de obras dramáticas, la participación en tertulias sobre historias de vida ejemplares, promoviendo la lectura de obras literarias o, para centrarme en lo medular de mi exposición, leyendo obras narrativas, especialmente novelas.
Pongo como base de mis planteamientos esta premisa: la narrativa es un recurso poderoso para ofrecer a los estudiantes otras miradas del mundo y de la vida, diferentes al enfoque meramente disciplinar. Si se invita a los estudiantes a leer y dialogar sobre obras narrativas se podrá adquirir una perspectiva más plural, más centrada en la persona que en la profesión; más encaminada a ampliar su “capital cultural” y no circunscrita al dominio de las habilidades técnicas de determinada carrera. Aquí valdría recordar que la narrativa es una recreación de la primera realidad inmediata que vivimos para, desde ese catalejo de palabras, adquirir otros ojos con los cuales entender el mundo pragmático en sus aristas y fisuras, en sus opacidades y contradicciones. La “realidad transformada” que nos muestra la narrativa nos permite ampliar la explicación y comprensión de eventos, situaciones o comportamientos humanos que, la mayoría de las veces, parecen incomprensibles o pasan inadvertidos. La lectura de obras narrativas es un remedio a la miopía del único punto de vista, un campo mayor del entendimiento frente a las direccionadas explicaciones de una profesión o al centrípeto razonamiento de un especialista. Privar a los estudiantes de conocer estas otras propuestas de comprensión de la sociedad, de las personas, del vasto territorio de las pasiones humanas o de los dilemas de la libertad en la toma de decisiones, resulta no solo reprochable, sino que es una oportunidad formativa que no podemos desperdiciar.
De otra parte, la lectura frecuente de obras narrativas ofrece ejemplos o testimonios de experiencias de vida, padecidas o imaginadas, que se convierten en puntos de referencia para “enfrentar” el propio camino vital. Gracias al cuidadoso uso del lenguaje, a la caracterización de los personajes, a la organización de la trama de los acontecimientos y a otros recursos narrativos, estas obras nos cautivan hasta el punto de provocar “catarsis”, “identificación”, o troquelar nuestro espíritu con una “gama de motivos” que además de mover nuestras emociones, sirven de señales simbólicas para darle forma a nuestros sentimientos, detallar el subsuelo de nuestras pasiones o entrever la trasescena en nuestras relaciones con los demás. Leyendo obras narrativas participamos de otras vidas, nos hacemos contemporáneos de otras historias, nos hermanamos en la manera como los seres humanos —con sus particularidades y matices— tratan de darle sentido a la vida, al igual que comprender la condición de ser seres finitos, pero con apetito de trascendencia. En esta concepción, la narrativa más que un cúmulo de conocimientos, trae consigo “lecciones de sabiduría” que son claves al momento de establecer vínculos sociales, resolver un problema, enfrentar una toma de decisiones o asumir situaciones inéditas en nuestro proyecto vital. Y como la audiencia mayoritaria de las universidades son jóvenes, qué mejor ocasión para ponerlos en contacto con este tipo de obras narrativas que seguramente dejarán huellas sensibles en sus mentes y en sus corazones. Este reservorio narrativo de experiencias de la condición humana será otro equipaje simbólico para entender a los demás y encarar las vicisitudes de su futuro.
Relacionado con el punto anterior es importante subrayar los aportes que la narrativa ofrece sobre las limitaciones o los alcances de la comunicación humana. Las obras narrativas, en la medida en que recrean encuentros e interrelaciones entre hombres y mujeres, presentan escenas o situaciones en las que se aprecian los conflictos de las interpretaciones, los riesgos de lo sobrentendido, las tensiones entre lo dicho y lo implícito. La narrativa muestra la complejidad de la comunicación interpersonal, ahonda en la tela de araña del conflicto de las interpretaciones, incluye los tonos y los matices de la diversidad humana cuando declaran sus creencias, sus valores, sus ideales o sus opiniones políticas. Lejos de entender la comunicación como un acto mecánico e inmediato de emitir un mensaje a un receptor mediante un canal, la narrativa amplía los alcances insospechados de lo dicho sin pensar o las consecuencias de no saber elegir bien las palabras que utilizamos; advierte de la importancia que tiene en las relaciones humanas saber elegir el momento para manifestar un deseo o un disgusto; ilustra el movimiento sinuoso de las interacciones verbales y no verbales entre las personas cuando están gobernadas por las pasiones, las emociones y los sentimientos. Al leer obras narrativas, al detallar con atención los diálogos que allí se presentan, se van descubriendo maneras y modos de la conversación, al igual que las condiciones favorables o desfavorables para interrelacionarnos. Esos diálogos leídos, con sus respectivos efectos, contribuyen a aprender cómo es el juego comunicativo de los seres humanos entre lo dicho y lo no dicho, entre saber decir y aprender a callar y, especialmente, a medir las consecuencias de usar un tipo u otro de lenguaje.
Considero que la lectura de obras narrativas también es un recurso intelectual y emocional para que los estudiantes puedan tener alternativas al simplismo homogeneizador de la sociedad de consumo y la lógica del mercado que hoy en día se ha vuelto peligrosamente planetaria. La narrativa, a diferencia de los patrones estandarizados de la moda o del gusto de la sociedad del espectáculo, nos devuelve el mundo y los seres en toda su complejidad. Ni se satisface con respuestas estereotipadas, ni pasa por alto los engatusamientos a la opinión pública que a diario replican los medios masivos de información y las redes sociales. En esta perspectiva, la lectura recurrente de obras narrativas es una vía formativa para despertar y mantener el espíritu de sospecha y desconfianza a las fórmulas expeditas del éxito rápido y a las superficiales salidas del autoengaño y los conformismos de todo tipo. La narrativa cuestiona, muestra asuntos que los grupos sociales se niegan a reconocer, devela zonas ocultas de los vínculos humanos, avizora mundos que rayan con la locura, sirve de espejo para sondear en las profundidades de la conciencia. Cómo no apelar a las propuestas alternativas brindadas por las obras narrativas cuando los jóvenes universitarios de hoy están constantemente bombardeados por los discursos de la banalización de la vida, las consignas fundamentalistas de acabar con quien piensa diferente y el obsesivo afán por convertir la obtención de dinero —cueste lo que cueste— en la meta prioritaria de la existencia. Si se leen con atención las obras narrativas se descubrirán maneras divergentes, irónicas, inconformes o disyuntivas a las superficiales respuestas de las preguntas hondas de la existencia humana o a las visiones bipolares del mundo que no dejan ver la riqueza de los matices.
Sumaría a los anteriores puntos el gran aporte que hace la narrativa a la perspectiva histórica, que es fundamental en cualquier proceso formativo, independientemente de la carrera. Cuando se lee narrativa es como si tuviéramos la posibilidad de viajar en el tiempo y lográramos acceder a otras épocas, a otros hombres y mujeres que nos comparten sus actividades, emociones, pensamientos y relaciones cotidianas. Esto es vertebral para entender lo que nos antecede, al igual que comprender los vínculos temporales entre las personas y romper el narcisismo “presentista” de la vida que campea en nuestros días. A través de la recreación del pasado, la narrativa nos hace legibles acontecimientos o personas que, de otra manera, resultarían desconocidos o sepultados por la desmemoria. Pero lo interesante es que esa lectura de lo pretérito, con sus personajes e historias que los representan, se convierte en una colección de lentes para observar comprensivamente la época actual y vislumbrar los tiempos venideros. Más que una sumatoria de fechas o datos, de censar naciones o territorios, la narrativa nos hace vívidos los problemas o las situaciones que “padecieron” esas gentes; nos transporta a sus mentes, a sus angustias, a sus creencias o al modo como realizaron o lucharon por sus ideales. Pienso que esta perspectiva histórica, dada a manos llenas por la narrativa, contribuye a entender con amplitud la condición humana, a ver qué tanto ha cambiado en sus rasgos más distintivos, a constatar la plural manifestación de las costumbres y el evolucionar de las valoraciones sociales. “Ni siempre hemos sido como somos actualmente, ni somos de la misma manera en todas partes”, es lo que aprendemos al ponernos en contacto con estos pequeños mundos hechos de palabras.
No sobra mencionar un beneficio adicional de leer obras narrativas en la universidad que, seguramente, es el más evidente. Me refiero al potencial imaginativo, a la simiente de creatividad que toda obra nos muestra. La narrativa es una escuela permanente de invención, de “crear mundos posibles”, de recrear lo existente. Estas obras, en sí mismas, sirven de referente para conocer y apropiar los juegos posibles con el lenguaje que usamos; muestran estructuras de composición, replicables en diversas circunstancias y ocupaciones; aportan un repertorio de figuras y motivos imaginarios mediante el cual es legible el tejido simbólico de la cultura. Imaginar otras vidas, otros mundos, otras formas de convivir o comportarnos, contribuye a despertar en los jóvenes universitarios un deseo por innovar, por proyectar sus iniciativas, por vislumbrar escenarios diferentes a los que habitan. No es bueno para una universidad como tampoco para un país formar profesionales que tienen como primera finalidad mantener el statu quo, acomodarse a lo menos exigente o dejar las cosas como están. Creo que la lectura de obras narrativas incita, motiva, da estímulos para refigurar la realidad existente, recomponer lo que parece definitivo, explorar en territorios desconocidos. La narrativa no solo desarrolla la fantasía y produce placer estético, sino que alimenta el espíritu para salir de lo conocido y enfrentarse, con valentía, a “desfacer agravios y enderezar entuertos”, tal y como lo hizo muchas veces Don Quijote de la Mancha.
Concluyo estas reflexiones invitando a instituciones universitarias y maestros a incorporar en su práctica de aula la lectura de textos narrativos, especialmente novelas. Es necesario romper el círculo vicioso del gusto por este tipo de obras: nos excusamos diciendo que a los estudiantes no les gusta leerlas, pero nada hacemos para despertar o animar dicho gusto. Es prioritario promover sin descanso las lecturas de otras obras diferentes a las disciplinares si en verdad nos interesa la formación integral de los estudiantes, si es cierto que dentro de nuestras intenciones está el desarrollo de todas las dimensiones del ser humano. Y si el tiempo de clases es muy apretado para abrirles un espacio en la programación de aula, aconsejo empezar por la lectura de novelas breves, esas que oscilan entre 100 y 200 páginas. Tal vez de esta manera, con este convencimiento humanista como bandera, no solo contrarrestemos la modorra del espíritu con que llega un buen número de jóvenes a la universidad, sino que los contagiemos de aprender y disfrutar esta otra “área de formación” tan valiosa para sus vidas como son los conocimientos que esperan adquirir al estudiar una profesión.
Pingback: Razones para leer obras narrativas en la universidad – Dulce Ordoñez
Marilyn González Mahecha dijo:
Querido maestro Fernando,
A partir de las razones que presentas para leer obras narrativas, me gustaría dejar en escena incluir obras de escritoras y escritores de Colombia, pues a partir de sus lecturas podríamos tal vez identificar algunas manifestaciones de nuestra cultura. Considero que los elementos metafóricos recreados en obras colombianas nos podrían llevar a reconocer otros elementos de nuestra cultura, pues podrían interpretarse o verse como historias que comparten experiencias de vida semejantes. Esto también nos permitiría resaltar aquellas voces que han sido excluidas y que como docentes y estudiantes necesitamos reconocer.
En esa línea, cada narración, cada encuentro con la obra, sería una oportunidad única de leer con nuestros estudiantes, pues estaríamos compartiendo un espacio-tiempo en un ritual que se renueva cada vez que retomamos la obra. La obra narrativa entonces es una experiencia que transforma el mundo en forma silenciosa. Con cada generación va pasando un legado único y que puede potenciar-porque no- la construcción de un otras posibilidades de formación.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Marilyn, gracias por tu comentario.
Luis Hernando Correa Salazar dijo:
La lectura me hizo reflexionar sobre los siguientes aspectos, los cuáles explicito en forma de preguntas:
¿En qué nefasto momento se volvieron más importantes los contenidos y pasó a un segundo plano lo cultural, lo social y lo humanístico?
¿Porqué cuando se abre un espacio en clase para tratar un tema de política, cultural o humanístico se observa un desdén casi generalizado por parte de los estudiantes?
¿Porqué en algunas facultades pareciera que estuviéramos más bien formando técnicos o tecnólogos calificados y no profesionales, ingenieros, personas con una gran cultura y consciencia social, grandes valores éticos y posturas críticas frente a lo que pasa en la sociedad?
¿Es que se han venido pasando algunos términos (competencias, mercado, productividad, competitividad) del sector productivo a la academia sin el debido debate y confrontación y sólo por estar a la moda con lo que se maneja en el sector empresarial?
Muy apropiada la tesis y la argumentación presentada en el escrito del maestro Fernando y también muy oportuna las recomendaciones relacionadas con la promoción de la lectura de obras narrativas en la universidad.
Algunas modestas recomendaciones que podrían lograr efectos interesantes:
La mayoría de los profesores deberíamos tener un mayor interés por aumentar nuestro acervo cultural.
Los esfuerzos aislados no serían recomendables. Importante que la mayoría de profesores estuviéramos sintonizados en esta promoción de lectura de obras narrativas. Inmediatamente los estudiantes lo sentirían.
Insistir que en muchas obras hay unos mensajes y una riqueza importante. Resaltar que por dejar de leer nos podemos estar perdiendo de muchas cosas valiosas.
Desde lo micro (los syllabus) dejar explícito los objetivos de propender por el fomento de la lectura y por el mejoramiento de la comprensión inferencial y crítica.
En los contenidos disciplinares concentrar el esfuerzo en lo esencial. Orientar y guiar el desarrollo del resto de contenidos dando autonomía al estudiante.
Enseñar a leer a estudiantes mediante algunas didácticas y estrategias claves y con la aplicación de guías de trabajo.
Gracias
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Hernando, gracias por tu comentario. Tus cuestionamientos son una invitación a reflexionar sobre nuestra práctica docente.
Luis H. Correa S. dijo:
La lectura me hizo reflexionar sobre los siguientes aspectos, los cuáles explicito en forma de preguntas:
¿En qué nefasto momento se volvieron más importantes los contenidos y pasó a un segundo plano lo cultural, lo social y lo humanístico?
¿Porqué cuando se abre un espacio en clase para tratar un tema de política, cultural o humanístico se observa un desdén casi generalizado por parte de los estudiantes?
¿Porqué en algunas facultades pareciera que estuviéramos más bien formando técnicos o tecnólogos calificados y no profesionales, ingenieros, personas con una gran cultura y consciencia social, grandes valores éticos y posturas críticas frente a lo que pasa en la sociedad?
¿Es que se han venido pasando algunos términos (competencias, mercado, productividad, competitividad) del sector productivo a la academia sin el debido debate y confrontación y sólo por estar a la moda con lo que se maneja en el sector empresarial?
Muy apropiada la tesis y la argumentación presentada en el escrito del maestro Fernando y también muy oportuna las recomendaciones relacionadas con la promoción de la lectura de obras narrativas en la universidad.
Algunas modestas recomendaciones que podrían lograr efectos interesantes:
La mayoría de los profesores deberíamos tener un mayor interés por aumentar nuestro acervo cultural.
Los esfuerzos aislados no serían recomendables. Importante que la mayoría de profesores estuviéramos sintonizados en esta promoción de lectura de obras narrativas. Inmediatamente los estudiantes lo sentirían.
Insistir que en muchas obras hay unos mensajes y una riqueza importante. Resaltar que por dejar de leer nos podemos estar perdiendo de muchas cosas valiosas.
Desde lo micro (los syllabus) dejar explícito los objetivos de propender por el fomento de la lectura y por el mejoramiento de la comprensión inferencial y crítica.
En los contenidos disciplinares concentrar el esfuerzo en lo esencial. Orientar y guiar el desarrollo del resto de contenidos dando autonomía al estudiante.
Enseñar a leer a estudiantes mediante algunas didácticas y estrategias claves y con la aplicación de guías de trabajo.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis, gracias por tu comentario. Me sumo a tus recomendaciones.
Adriana Goyes Morán dijo:
Apreciado Fernando, lo expuesto en este escrito es un llamado de atención y, a la vez, una oportunidad para reflexionar en torno a nuestra labor en la formación de personas integrales. Por un lado, comparto cada una de las preocupaciones expuestas que nos ha llevado a descuidar la propia dimensión humana y la de aquellos a quienes formamos; por otro, agradezco la invitación que nos hace para retomar el camino de la formación humanística, a través de la lectura de obras narrativas como insumo que posibilita diversas miradas para comprender el mundo y la condición humana.
Al sumergirme en cada uno de los beneficios expuestos de la narrativa entreveo diversas posibilidades para el reconocimiento, la toma de decisiones, la elección de alternativas, la participación, el riesgo y la aventura…aspectos fundamentales del ser humano para vivir y convivir. La apuesta o reto está en sumergirnos primero nosotros, como docentes, en la lectura de obras narrativas, que toquen nuestra esencia como seres humanos, para luego “dar de leer” a nuestros estudiantes dichas obras que le permitan crecer y transformarse como personas.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Adriana, gracias por tu comentario.
Adriana Rangel dijo:
Apreciado Profe Fernando:
Claramente leer obras narrativas en la universidad ofrece una serie de beneficios educativos y culturales que contribuyen al desarrollo integral de los estudiantes. Algunas razones fundamentales para incluir obras narrativas en el plan de estudios universitario como espacios de reflexión e interacción, desde las perspectivas de la educación y la literatura:
Desarrollo de Habilidades Críticas: La lectura de obras narrativas fomenta la capacidad de análisis y crítica. Los estudiantes deben interpretar personajes, eventos y temas, lo que les ayuda a desarrollar habilidades de pensamiento crítico y la capacidad de evaluar diferentes perspectivas y argumentos.
Empatía y Comprensión Humana: La literatura narrativa brinda la oportunidad de ponerse en el lugar de los personajes y comprender sus motivaciones, conflictos y emociones. Esto fomenta la empatía y la comprensión de las complejidades de la condición humana.
Desarrollo de Habilidades de Escritura: La exposición a diferentes estilos y enfoques literarios en obras narrativas puede mejorar las habilidades de escritura de los estudiantes. Al observar cómo los autores construyen tramas, personajes y diálogos, los estudiantes pueden aplicar estas técnicas en sus propias creaciones escritas.
Conciencia Cultural y Diversidad: Las obras narrativas ofrecen perspectivas culturales y sociales diversas. Al leer literatura de diferentes épocas y culturas, los estudiantes adquieren una comprensión más amplia de las diferencias y similitudes en experiencias humanas.
Reflexión Ética y Moral: Las narrativas a menudo presentan dilemas éticos y morales. Los estudiantes pueden analizar estas cuestiones y participar en debates sobre los valores y principios que se presentan en las obras.
Desarrollo del Lenguaje y Vocabulario: Leer obras narrativas enriquece el vocabulario y mejora las habilidades de comprensión lectora. Los estudiantes se exponen a una amplia variedad de palabras y expresiones que pueden incorporar en su propio lenguaje escrito y hablado.
Conexión con la Historia y la Cultura: Las obras narrativas a menudo están arraigadas en contextos históricos y culturales específicos. Al estudiar estas obras, los estudiantes pueden comprender mejor la historia y la evolución de la sociedad, así como la influencia de la cultura en la literatura.
Estímulo de la Imaginación y la Creatividad: La literatura narrativa transporta a los lectores a mundos imaginarios y desafiantes. Estimula la creatividad al invitar a los estudiantes a visualizar escenarios y conceptos no familiares.
Habilidad de Interpretación: Las obras narrativas a menudo contienen simbolismo y metáforas que requieren una interpretación profunda. Esta habilidad de interpretación puede ser transferible a la comprensión de textos complejos en otras disciplinas.
Placer y Entretenimiento: Leer obras narrativas también es una forma de entretenimiento y placer. La lectura puede ser una actividad relajante que permite a los estudiantes desconectarse del estrés académico y disfrutar de la narración.
Por tanto, leer obras narrativas en la universidad no solo enriquece la experiencia educativa, sino también proporciona herramientas valiosas para el desarrollo personal y académico de los estudiantes, fomentando habilidades críticas, comprensión cultural y aprecio por la creatividad literaria.
Adriana Rangel
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Adriana, gracias por tu comentario.
Jairo Alberto Galindo C. dijo:
Estimado Fernando:
Quiero expresar mi profundo acuerdo con las reflexiones que compartes sobre la importancia de la narrativa en el contexto universitario. No me aparto de la preocupación por el paulatino abandono de incluir las humanidades y la formación humanística en nuestras instituciones, no solo de educación superior. Agregaría que cuando no se abandonan, se suelen incorporar o adoptar bajo similares criterios, el texto o tema taquillero, la tendencia, la crítica superficial o desde el sentido común. Es cierto que en la carrera hacia la profesionalización y la adecuación al mercado laboral, a menudo se descuida la formación integral de todos nosotros, no solo de quienes asumen el rol de estudiantes, dejando de lado aspectos esenciales como la comprensión de la condición humana, la sensibilidad social y la educación de la sensibilidad.
El llamado que haces a volver a cultivar el terreno árido de la formación humanística es una propuesta valiosa y necesaria. La narrativa, como destacas, tiene un papel fundamental en ese proceso. A través de la lectura de obras narrativas, los estudiantes pueden acceder a nuevas perspectivas, entender la complejidad de la comunicación humana, explorar el pasado para comprender el presente y fomentar su imaginación y creatividad, si. Pero es necesario que antes el profesor tenga consciencia de ese espacio y se apropie de su formación continua en esta área, también.
El profesor debe encontrar espacios de formación, recordar que el título que tiene no le exime de seguir siendo estudiante, y con los mismos filtros, no solo por la nota, el punto o el ascenso, sino por su propia cualificación humanística.
Estoy de acuerdo, sumo, en que la narrativa va más allá de la mera acumulación de conocimientos; ofrece lecciones de sabiduría, enseña a ver el mundo desde múltiples ángulos y fomenta la empatía y la compasión. Todos estos sustantivos son clave en la comunicación educativa, sin importar la rigurosidad que se pueda pensar excluida por un saludo fraterno, una preocupación legítima por el otro más allá de su rol en el proceso educativo.
Tus sugerencias sobre cómo incorporar la lectura de obras narrativas en el aula son muy acertadas. Compartir experiencias literarias, dialogar sobre historias de vida ejemplares y promover la lectura de novelas breves son enfoques prácticos y valiosos. Me puede constar que una clase a las 9 de la noche después de que sus participantes han salido de otras agendas, se enriquece significativamente cuando se “mueve la neurona” fuera de la caja y se invita a extrapolar lo compartido con textos de la cultura.
Comparto plenamente tu convicción de que la narrativa tiene un lugar fundamental en la educación universitaria; los matices, son necesarios: la extensión de las lecturas, la combinación de medios, la invitación a dosificar la palabra con la imagen, la exaltación de la figura sobre la superficialidad del vocabulario, la movilización que debemos hacer a que cada uno produzca sobre lo que lee y cómo lo lee.
Es importante, cierro, dejarse llamar por las musas y encontrar la inspiración en y con los lentes que cada párrafo nos propone cuando nos concentramos en llevar -de forma consciente- la narrativa a la formación universitaria.
Muchas gracias.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Jairo, gracias por tu comentario.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
En esta semana envías un mensaje claro y preciso para quienes nos dedicamos al oficio de formar a las nuevas generaciones profesionales del país. Es a la vez un insumo importante para los profesores que participamos en el diplomado: Didácticas de la lectura para la educación superior organizado por en el Centro de Lectura Escritura y Oralidad (CLEO), de la Universidad de La Salle.
Como bien lo dices, descubrir lo humano de la literatura en un contexto universitario que privilegia tanto lo tecnológico sobre lo humanístico, como lo instrumental sobre lo intelectual, representa un reto, pero también una gran responsabilidad.
La música, las artes plásticas y los museos, ofrecen opciones para el cultivo de las mentes de los jóvenes universitarios, pero las obras narrativas, representan un elemento eficaz para la prevención del “simplismo homogenizador de la sociedad de consumo y la lógica de mercado”; descubre escenarios históricos necesarios para entender la trascendencia del pasado y explicarnos el presente; así se erosionan los falsos imaginarios del complejo de Adán y se estimula la imaginación, la investigación y la creatividad.
Incorporar la lectura de novelas cortas, no constituye un poluto para la enseñanza de las profesiones o las disciplinas, por el contrario, representa un nenúfar en la extensa aridez de la instrumentalidad.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario. Subrayo el cierre de tus reflexiones: la narrativa es “un nenúfar en la extensa aridez de la instrumentalidad”.