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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Archivos mensuales: enero 2022

Razones para enseñar a escribir ensayos

21 viernes Ene 2022

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Ensayos

≈ 10 comentarios

Ilustración de Jim Frazier.

Escucho a profesores universitarios decir que, frente a la poca motivación de los estudiantes por escribir ensayos, la salida es emplear otro tipo de escritos menos engorrosos y sin tantas complicaciones. “Algo corto, así como lo que escriben en las redes sociales”, afirman. Entiendo que este tipo de comentarios son producto más de la angustia o el desespero de los docentes por los bajos resultados en la escritura argumentativa que una genuina renuncia a la producción de este tipo de textos. Y porque lo considero vertebral en cualquier proceso de formación superior –aunque también de los últimos años de la educación media–, deseo explicar en los párrafos que siguen mis razones.

Comenzaré diciendo que el ensayo es fundamental para que los estudiantes desarrollen operaciones de pensamiento típicamente argumentativas: inferir, deducir, comparar, contrastar, analogar. No se trata solo de hacer una “redacción”, sino de consignar en una página el resultado de un proceso de pensamiento en el que las ideas –propias o ajenas– se someten a la deliberación, al análisis, al debate o la validación. Ensayar es la manera como ejercitamos de forma lógica el juicio para reconocer dónde hay un engaño en un planteamiento o un discurso y cuáles son las mejores razones para mostrar sus fisuras. Privar a los estudiantes de esta herramienta cognitiva me parece no solo un error académico, sino un retroceso en el desarrollo intelectual de las nuevas generaciones con unas implicaciones muy fuertes para esa tan esperada mayoría de edad que supone aprender a pensar por cuenta propia.    

Cuando llevamos al aula el reto de escribir ensayos, en consecuencia, estamos desarrollando también el pensamiento crítico de nuestros estudiantes. Al pedirles que sospechen, que pongan entre paréntesis, que vean las fisuras en textos o discursos, a que no “coman entero” toda la información circulante, cuando todas estas acciones propiciamos, lo que hacemos es formar personas críticas. Ciudadanos hábiles para reclamar sus derechos y participar activamente en la sociedad. Al exigirles que tomen una postura en el ensayo, a que presenten y defiendan su tesis, lo que en verdad estamos haciendo es romper su pasividad o su modorra mental;  porque asumir una voz personal es activar las potencialidades de la libertad, los matices de las diferencias: es descubrir la poderosa herramienta de tener un criterio personal fuertemente sustentado. Por eso creo que va más allá de una tarea de redacción. Escribir un ensayo es permitirse enunciar la propia voz a veces en contravía de la opinión de la masa; es una forma de expresar la singularidad, el matiz de una conciencia. Dejar de enseñar a escribir ensayos es condenar a los estudiantes a estar plegados al homogenizante ronroneo de la sociedad del espectáculo o a la astucia de los demagogos sin escrúpulos, que propagan mentiras con apariencia de verdades.

De otra parte, cuando el estudiante tiene que buscar argumentos para soportar o avalar su tesis, lo que se logra es un desplazamiento de la opinión gratuita al juicio sopesado. Preguntarse cómo se sustenta una tesis es confiar no tanto en la fuerza del capricho o en la agresión verbal, sino en la coherencia de la lógica o en la experiencia de otros que han trasegado con la misma materia de nuestras inquietudes. Enseñándoles a buscar argumentos a las nuevas generaciones lograremos dos cosas: primero, que no desprecien el legado cultural de la tradición expresado en fuentes, libros y demás medios de consulta y, segundo, que hagan una lectura crítica de ese patrimonio inmaterial. Saber por qué elegimos uno u otro argumento, descubrir cuál es el más idóneo o más relevante para un ensayo, nos hace más aptos para dialogar con otros que piensan diferente, nos da fortaleza interior para discutir sin amenazar, para entender que hay diferentes modos de interpretar el mundo. Desde luego, aprender a hallar esos argumentos –de autoridad, lógicos, usando ejemplos o recurriendo a las analogías– es un modo de aprender a participar en sociedades gestadas desde los acuerdos consensuados y el respeto por el diálogo.

Escribir ensayos es también una buena escuela para la cohesión y la coherencia entre las ideas. No basta con exponer un planteamiento, hay que lograr desarrollarlo y darle consistencia a medida que se despliega en los diversos párrafos. Acá resulta valioso el uso de los conectores lógicos. Por tanto, cuando se enseña la composición de ensayos resulta esencial mostrar la función y las diversas aplicaciones de estas “bisagras textuales” o estas palabras que permiten unir las causas con las consecuencias, las premisas con las conclusiones, un planteamiento con un resultado. La variedad de utilidades de los conectores –para resumir, recalcar, ejemplificar, dar continuidad, señalar una secuencia, contrastar, presentar una similitud, deducir, conceder la razón, adicionar, explicar, indicar una relación espacial, hacer una advertencia o justificar una omisión– es tan importante para los textos y discursos argumentativos que no puede quedar al garete en un proceso didáctico de la escritura ensayística. Es más: merece un capítulo aparte, con el suficiente detenimiento por parte de los maestros, especialmente hoy, cuando lo que prolifera en buena parte de la escritura de los jóvenes es un discurso fragmentado, deshilvanado y, por lo general, sin amarres de continuidad o cohesión. No podemos dejar que la escritura de estos muchachos y muchachas sea un reflejo de un habla infecta de muletillas, conatos de expresión, procacidad reiterativa y un desprecio por la riqueza del lenguaje. En tal propósito, la composición de ensayos puede traer con el tiempo resultados muy positivos tanto en la estructuración de los textos escritos como en la calidad  de la expresión oral de estas generaciones.

Agregaría otra razón: al escribir ensayos se afianza o se practica la meditación, el filosofar, el quehacer reflexivo. Cuando se escribe un ensayo, quiérase o no, se tiene que tomar un tiempo para aquilatar las ideas, para someter un tema o un problema a diferentes tamizajes, para ver los pros y los contras de un planteamiento. Ensayar es, de alguna manera, un buen escenario para pensar. Así como quería Ortega y Gasset, cuando escribimos un ensayo tenemos que entrar de lleno en la introspección, en la contemplación, en un ensimismamiento sobre determinado asunto. De ese acto reflexivo y concentrado es que brota, precisamente, la tesis de nuestro ensayo. Quizá por ello, antes de que nuestros estudiantes se lancen a redactar el ensayo, necesitamos conducirlos, con buen tacto, a que primero mediten sobre aquello que les interesa escribir. Que se atrevan a ser filósofos, en el sentido, de pasar su experiencia y sus acciones por el cedazo de la reflexión; que se cuestionen a partir de algunas preguntas; que se permitan responder, así sea provisionalmente, algunas de las inquietudes fundamentales que han acompañado a todos los hombres de diversas épocas y naciones. Dedicarse a pensar resulta vital en esta época, cuando todo parece girar desde la dinámica de la prisa y el consumo de novedades. Gracias a esa pausa reflexiva es como se logran conseguir ensayos de calidad.

De lo dicho hasta aquí puede inferirse que no es una buena idea claudicar en la escritura de ensayos. A pesar de que los estudiantes no estén del todo entusiasmados, dando por descontado que les costará elaborar este tipo de textos, a pesar de ello, debemos mantener en firme nuestro propósito de enseñar a argumentar, usando la escritura ensayística. Son más las bondades que los impedimentos; más los beneficios a largo plazo que las apatías del momento.

Un libro sobre la historia de los libros

14 viernes Ene 2022

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Comentarios

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Para los que todavía no han disfrutado de la buena prosa y la interesante historia del libro, la lectura y la gestación de las bibliotecas en Occidente, voy a compartirles algunos de mis subrayados del libro de Irene Vallejo, El infinito en un junco (Siruela, Madrid, 2021). Esta selección de apartados no solo quiere ser un homenaje a la autora de esta magnífica obra, sino un ejemplo de lo que significa escribir con claridad, saber elegir cuidadosamente las palabras, usar rítmicamente la puntuación y mantener la atención del lector mediante un tratamiento de la información ágil, cercano y plásticamente comunicativo.

“Durante años he trabajado como investigadora, consultando fuentes, documentándome y tratando de conocer el material histórico. Pero, a la hora de la verdad, la historia real y documentada que voy descubriendo me parece tan asombrosa que invade mis sueños y cobra, sin yo quererlo, la forma de un relato. Siento la tentación de entrar en la piel de los buscadores de libros en los caminos de una Europa antigua, violenta y convulsa. ¿Y si empiezo narrando su viaje? Podría funcionar, pero ¿cómo mantener diferenciado el esqueleto de los datos bajo el músculo y la sangre de la imaginación?”.

“El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí”.

“No olvidemos que el libro ha sido nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia. La lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras, que son apenas un soplo de aire; las ficciones que inventamos para dar sentido al caos y sobrevivir en él; los conocimientos verdaderos, falsos y siempre provisionales que vamos arañando en la roca dura de nuestra ignorancia”.

“La pasión del coleccionista de libros se parece a la del viajero. Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad”.

“El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática”.

“Leer es un ritual que implica gestos, posturas, objetos, espacios, materiales, movimientos, modulaciones de luz”.

“Los ángeles poseen el don de escuchar los pensamientos de las personas. Aunque nadie habla, captan a su paso un murmullo constante de las palabras susurradas”.

“En la Antigüedad, cuando los ojos reconocían las letras, la lengua las pronunciaba, el cuerpo seguía el ritmo del texto, y el pie golpeaba el suelo como un metrónomo. La escritura se oía. Pocos imaginaban que fuera posible leer de otra manera”.

“Los libros no eran una canción que se cantaba con la mente, como ahora, sino una melodía que saltaba a los labios y sonaba en voz alta. El lector se convertía en el intérprete que le prestaba sus cuerdas vocales”.

“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro”.

“Creo que el tatuaje es una supervivencia del pensamiento mágico, el rastro de una fe ancestral en el aura de las palabras”.

“Existieron ejemplares bellísimos fabricados con pieles de color blanco profundo y textura sedosa, llamadas ‘vitelas’, que procedían de crías recién nacidas o incluso de embriones abortados en el seno de su madre. Imagino los gemidos de los animales y su sangre derramada durante siglos para que las palabras del pasado hayan llegado hasta nosotros”.

“La primera palabra de la literatura occidental es ‘cólera’ (en griego, ménin)”.

“Durante la etapa oral, los poemas se recitaban en público, perpetuando una costumbre heredada de las tribus nómadas, cuando los ancianos recitaban junto al fuego los viejos cuentos de sus ancestros y las hazañas de sus héroes”.

“En tiempos de palabras aladas, la literatura era un arte efímero. Cada representación de esos poemas orales era única y sucedía una sola vez. Como un músico de jazz que a partir de una melodía popular se entrega a una apasionadas improvisación sin partitura, los bardos jugaban con variaciones espontáneas sobre los cantos aprendidos. Incluso si recitaban el mismo poema, narrando la misma leyenda protagonizadas por los mismos héroes, nunca era idéntico a la vez anterior”.

“Pero no había ningún afán por autoría: los poetas amaban la herencia del pasado y no veían razones para ser originales si la versión tradicional era bella. La expresión de la individualidad pertenece al tiempo de la escritura”.

“Un nuevo invento empezó a transformar silenciosamente el mundo durante la segunda mitad del siglo VIII a. C., una revolución apacible que acabaría transformando la memoria, el lenguaje, el acto creador, la manera de organizar el pensamiento, nuestra relación con la autoridad, con el saber y con el pasado. Los cambios fueron lentos, pero extraordinarios. Después del alfabeto, nada volvió a ser igual”.

“En su esfuerzo por perpetuarse, los habitantes del mundo oral se dieron cuenta de que el lenguaje rítmico es más fácil de recordar, y en alas de ese descubrimiento nació la poesía”.

“El ritmo no es solo un aliado de la memoria, sino que es también un catalizador de nuestros placeres —la danza, la música y el sexo juegan con la repetición, el compás y las cadencias—.”

“El oficio de pensar el mundo existe gracias a los libros y la lectura, es decir, cuando podemos ver las palabras, y reflexionar despacio sobre ellas, en lugar de solo oírlas pronunciar en el veloz río del discurso”.

“El cine, que empezó siendo un espectáculo mudo, persiguió ansiosamente el tránsito al sonoro. Mientras duró la etapa silente, las salas  dieron trabajo a unos curiosos personajes, los explicadores, que pertenecían a la antigua tribu de los rapsodas, trovadores, titiriteros y narradores. Su tarea consistía en leer los rótulos de las películas para el público analfabeto y animar la sesión”.

“Somos seres económicos y simbólicos. Empezamos escribiendo inventarios, y después invenciones (primero las cuentas; a continuación los cuentos)”.

“En las primitivas tablillas sumerias dos rayas cruzadas describían la enemistad; dos rayas paralelas, la amistad; un pato con un huevo, la fertilidad”.

“Internet está cambiando el uso de la memoria y la mecánica misma del saber”.

“Tal vez las letras sean solo signos muertos y fantasmales, hijas ilegítimas de la palabra oral, pero los lectores sabemos insuflarles vida”.

“La escritura y la memoria no son adversarias. De hecho, a lo largo de la historia, se han salvado la una a la otra; las letras resguardan el pasado; y la memoria, los libros perseguidos”.

“En cierto sentido, todos los lectores llevamos dentro íntimas bibliotecas clandestinas de palabras que nos han dejado huella”.

“En la sociedad judía medieval se celebraba con una ceremonia solemne el momento del aprendizaje, cuando los libros hacían partícipes a los chiquillos de la memoria comunitaria y del pasado compartido. Durante la fiesta de Pentecostés, el maestro sentaba en su regazo al niño al que iba a iniciar. Le enseñaba una pizarra en la que estaban escritos los signos del alfabeto hebreo y a continuación un pasaje de las Escrituras. El maestro leía en voz alta, y el alumno repetía. Luego se untaba con miel la pizarra y el iniciado la lamía, para que las palabras penetrasen simbólicamente en su cuerpo”.

“El nacimiento de la filosofía griega coincidió con la juventud de los libros, y no por azar. Frente a la comunicación oral —basada en relatos tradicionales, conocidos y fáciles de recordar—, la escritura permitió crear un lenguaje complejo que los lectores podían asimilar y meditar con tranquilidad. Además, desarrollar un espíritu crítico es más sencillo para quien tiene un libro entre las manos —y puede interrumpir la lectura, releer y pararse a pensar— que para el oyente cautivado por el rapsoda”.

“A veces, no hay nada como conocer bien a los clásicos para saber por dónde se pueden abrir nuevos caminos”.

“Hace falta querer a tus alumnos para desnudar ante ellos lo que amas; para arriesgarte a ofrecer a un grupo de adolescentes tus entusiasmos auténticos, tus pensamientos propios, esos versos que te emocionan, sabiendo que podrían burlarse o responder con cara de piedra e indiferencia ostentosa”.

“Según Safo, quien ama crea la belleza; no se rinde a ella como suele pensar la gente. Desear es un acto creativo, al igual que escribir versos”.

“Todavía entre nosotros, en la terminología literaria se continúa empleando esa imagen de la narración como tapiz. Seguimos hablando —con metáforas textiles— de tramas, urdimbres, de hilar relatos, de tejer historias. ¿Qué es para nosotros un texto, sino un conjunto de hebras verbales anudadas?”.

“Heródoto se esforzó por derribar los prejuicios de sus compatriotas griegos, enseñándoles que la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo”.

“La personalidad de cada uno de nosotros está modelada —más de lo que nos gusta admitir— por los hábitos mentales, la repetición y el chovinismo”.

“La tolerancia tiene conjugación irregular: yo me indigno, tú eres susceptible, él es dogmático”.

“Los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien: ‘los libros hacen los labios’, decía un refrán romano”.

“Los antiguos griegos, como los norteamericanos de hoy, adoraban una buena historia de superación”.

“Antifonte fue el primero que tuvo la intuición de que sanar gracias a la palabra podía convertirse en un oficio. También comprendió que la terapia debía ser un diálogo exploratorio. La experiencia le enseñó que conviene hacer hablar al que sufre sobre los motivos de su pena, porque buscando las palabras a veces se encuentra el remedio”.

“No por eliminar de los libros todo lo que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces de reconocerlas”.

“Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro; hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio”.“Las bibliotecas, las escuelas y los museos son instituciones frágiles, que no pueden sobrevivir mucho tiempo rodeadas por un entorno de violencia”.

“Ser leído en voz alta significaba ejercer un poder sobre el lector, incluso a través de las distancias del espacio y el tiempo. Por eso —pensaban los antiguos—, resultaba adecuado que los profesionales de la lectura y la escritura fuesen esclavos. Porque su función era precisamente servir y someterse”.

“El verbo latino que hoy traducimos como ‘editar’ —edere— tenía en realidad un significado más próximo a ‘donación’ o ‘abandono’. Implicaba dejar la obra a su suerte”.

“El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen derecho a reclamarnos el relato del pasado”.

“Esta es la paradoja del progreso tecnológico, que el hecho de conservar unas coordenadas tradicionales —estructuras de página, convenciones tipográficas, formas de letras y maquetaciones limitadas— fue clave para abrir paso a los cambios transformadores que traía la esfera digital. Es un error pensar que cada novedad borra y reemplaza las tradiciones. El futuro avanza siempre mirando de reojo el pasado”.

“De aquel gusto de los nobles romanos por tumbarse en sus cómodos divanes —triclinios o lechos de mesa— sobre almohadones de púrpura bordada, mientras les servían la bebida y manjares, para razonar tranquilamente los unos con los otros, procede nuestra expresión ‘hablar largo y tendido’”.

“Los censores de todas las épocas corren el peligro de desencadenar un efecto contraproducente, y esta es su gran paradoja: dirigen los focos de atención precisamente sobre aquello que pretendían ocultar”.

“A partir del siglo VII, una combinación de puntos y rayas indicaba el punto; un punto elevado o alto equivalía a nuestra coma, y el punto y coma se utilizaba ya como hoy en día”.

“El gran cambio en la cartografía interior de los libros llegó con la página impresa, que intentaba facilitar una lectura ágil mediante una estructura diáfana. El texto, hasta entonces apelmazado en bloques compactos, empezó a subdividirse en párrafos. Los encabezamientos, los capítulos y la paginación servían como brújula para orientarse en la lectura. Como la imprenta producía ejemplares idénticos en toda la edición, se desarrolló una nueva parafernalia de consulta: índices con referencias a las páginas, notas a pie de página y acuerdos duraderos en la convenciones de la puntuación. Los libros impresos se volvieron cada vez más fáciles de leer y, por tanto, más hospitalarios. Gracias a los índices, los lectores poseían un mapa del interior de los libros”.

“No todo lo nuevo merece la pena: las armas químicas son un invento más reciente que la democracia. Tampoco las tradiciones son siempre convencionales, encorsetadas y aburridas. Las rebeldías de hoy se inspiran en corrientes del pasado, como el movimiento abolicionista o el sufragismo. Una herencia puede ser revolucionaria, como también puede resultar retrógrada. Los clásicos fueron en ocasiones profundamente críticos, con su mundo y con el nuestro. No hemos avanzado tanto como para prescindir de sus reflexiones sobre la corrupción, el militarismo o la injusticia”.

“Los tres filósofos de la sospecha —Nietzsche en la metafísica, Freud en la ética y Marx en la política— partieron del estudio de los antiguos para realizar el giro a la modernidad”.

“En la cultura no existen las rupturas totales, ni tampoco una continuidad absoluta”.

“Los tallos rectos y rígidos de la junquera no evocan el sinuoso camino del canon. Sería más bien el río, que cambia, serpea, dibuja meandros, se lleva y se vacía, pero sigue ahí y parece siempre el mismo que canta su inagotable estrofa, pero con distinta agua”.

“Sólo hay un género literario en Grecia y Roma que, sin poseer orígenes aristocráticos ni pretensiones de alta cultura, logró consagrar a sus propios clásicos: las fábulas de animales”.

“La invención de los libros ha sido tal vez el mayor triunfo en nuestra tenaz lucha contra la destrucción. A los juncos, a la piel, a los harapos, a los árboles y a la luz hemos confiado la sabiduría que no estábamos dispuestos a perder”.

“Cuanto más sensata y perspicaz sea nuestra comprensión histórica, más seremos capaces de proteger aquello que valoramos”.

“Los libros nos han legado algunas ocurrencias de nuestros antepasados que no han envejecido del todo mal: la igualdad de los seres humanos, la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes, la intuición de que tal vez los niños estén mejor en la escuela que trabajando, la voluntad de usar —y mermar— el erario público para cuidar a los enfermos, los ancianos y los débiles. Todos estos inventos fueron hallazgos de los antiguos, esos que llamamos clásicos, y llegaron hasta nosotros por un camino incierto. Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido”.

“Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños”.

 

La lectura profunda

05 miércoles Ene 2022

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Comentarios

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Ilustración de Gianni De Conno.

En su libro Lector, vuelve a casa. Cómo afecta a nuestro cerebro la lectura en pantallas (Deusto, Barcelona, 2020), Maryanne Wolf, después de revisar las implicaciones cognitivas de una cultura influenciada digitalmente (lectura superficial, de picoteo, con bajos niveles de atención y centrada esencialmente en el entretenimiento), propone la estrategia de la lectura profunda como un modo de recuperar “la calidad de nuestro pensamiento” y “desarrollar vías completamente nuevas en la evolución cerebral de nuestra especie”. Por ser tan valiosas las ideas de esta profesora e investigadora norteamericana para maestros y formadores de diferentes niveles educativos, voy a recoger diez puntos que sintetizan su “defensa de la lectura profunda y el pensamiento crítico en tiempos digitales”.

Uno: La lectura profunda supone la capacidad de “formar imágenes” de lo que vamos leyendo con el fin de “ayudarnos a acceder a las múltiples capas de significado que subyacen en un texto”.

Dos: La lectura profunda implica “entrar en los sentimientos, la fantasías y los pensamientos de otros a través de un tipo concreto de empatía”. Es decir, al leer de manera profunda nos liberamos de nuestras propias creencias para acceder a los significados, aspiraciones, dudas y emociones presentes en un texto. Se trata, en últimas, de que al leer entremos en una “dimensión modificadora” que nos permita sentir lo que “de otro modo jamás llegaríamos a conocer”. Leer en profundidad es tener la capacidad de “adoptar la perspectiva del otro”. La lectura profunda, en la medida en que nos torna más empáticos, “puede aportarnos distintas y variadas razones para encontrar formas más compasivas de tratar con el otro en nuestro mundo”.

Tres: La lectura profunda nos invita a tener “paciencia cognitiva” para “sumergirnos en los mundos creados por los libros y las vidas y los sentimientos de los ‘amigos’ que los habitan”. La paciencia cognitiva consiste en “recuperar el ritmo del tiempo que nos permita atender consciente e intencionadamente los pensamientos a comprender, la belleza a apreciar, la cuestiones a recordar, las ideas a desarrollar”. Ser un lector profundo es tener esa “calidad de inmersión” en los textos que leemos.

Cuatro: La lectura en profundidad exige flexibilidad cognitiva; es decir, “estar más capacitados para dejar de lado nuestros particulares puntos de vista y adoptar la perspectiva del otro”. Tarea muy importante hoy cuando “empieza a percibirse cada vez menos motivación para pensar de un modo más profundo, y menos aún para enfrentar a visiones que difieren de la nuestra”.

Cinco: La lectura profunda supone ampliar nuestro bagaje intelectual; demanda superar lo que ya sabemos para lograr así “aumentar nuestra capacidad para inferir, deducir o hacer analogías”. Es un hecho comprobado que “cuanto menos sabemos, menos posibilidades tenemos de establecer analogías, aumentar nuestros poderes inferenciales y analíticos, y expandir y ampliar nuestro conocimiento general”. Sin esa amplitud del “bagaje cultural” acompañado de nuestros procesos analíticos, corremos el riesgo de “consumir información sin digerirla”, de leer “sin preguntarnos si la calidad o la procedencia de la información de que disponemos es correcta y libre de intereses y prejuicios externos”.

Seis: La lectura profunda involucra la observación, la hipótesis, la predicción, la deducción, la evaluación, la interpretación y, especialmente, “requiere el uso del razonamiento analógico y la inferencia si queremos descubrir las distintas capas de significado en lo que leemos”. “El pensamiento analógico y el razonamiento inferencial nos ayudan a comprender qué hay bajo la superficie del cada vez más complejo mundo que examina”.

Siete: La lectura profunda lleva necesariamente al análisis crítico. Cuando se lee en profundidad se hace aduana de la información inmediata y superficial; se ponen en salmuera las propias creencias, los “prejuicios latentes” y las “posiciones preestablecidas”; se contrastan las informaciones. El lector profundo hace preguntas al texto, tiene paciencia para leer la letra menuda, entiende que el significado no es fácil de hallar porque sabe que los textos tienen distintas interpretaciones. La lectura en profundidad apuesta por las ideas complejas y la “ardua tarea de buscar la verdad”.

Ocho: La lectura profunda aboga por el “ojo tranquilo” para no sucumbir a la angustia novelera del exceso de información, a la dictadura del entorno; para sortear el picoteo y el ojeado de la “mente saltamontes”. El lector profundo lucha para no tener una “atención troceada”, discontinua y espasmódica. De alguna manera, el lector en profundidad no simplifica, no actúa por ráfagas; por el contrario, presta atención a los detalles, a la “secuenciación de la información”, a la “densidad de las frases”. Un lector en profundidad emplea con frecuencia las “estrategias del énfasis”.

Nueve: La lectura en profundidad conlleva a la relectura, al repaso, a la activación de la memoria funcional. Un lector en profundidad activa todo el circuito de lectura: atención, recordación, conexión, inferencia, análisis.

Diez: La lectura en profundidad tiene siempre que ver con la conexión: “conectar lo que sabemos con lo que leemos, lo que leemos con lo que sentimos, lo que sentimos con lo que pensamos, y cómo pensamos con cómo vivimos nuestras vidas en un mundo conectado”. En síntesis: leer en profundidad consiste en «aprender a conectar la lectura con los sentimientos, el pensamiento y la imaginación moral”.

Estos diez puntos pueden ayudar a responder los interrogantes que Maryanne Wolf nos plantea en su obra a todos aquellos que, de una u otra manera, estamos interesados en la enseñanza o las prácticas de la lectura: «¿Lees con menos atención y, acaso, incluso con menos memoria que antes? ¿Notas al leer en una pantalla que cada vez tiendes más a buscar palabras clave limitándote a ojear el texto? ¿Este hábito de lectura en pantalla ha mermado tu lectura en copia impresa? ¿Te sorprendes leyendo el mismo pasaje una y otra vez para entender su significado? ¿Te has acostumbrado tanto a la información rápida que ya no sientes la necesidad de hacer tus propios análisis de esta información ni dispones del tiempo para ello? ¿Te encuentras a ti mismo evitando gradualmente análisis más densos y complejos, incluso aquellos que están fácilmente disponibles? Y lo que es más importante, ¿eres menos capaz de encontrar el mismo placer envolvente que otrora sentías al leer como lo hacías antes?”.

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Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

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