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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Publicaciones de la categoría: Cartas

Carta a un amigo que desea escribir su primer libro

29 domingo Nov 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cartas

≈ 8 comentarios

Ilustración de Pawel Kuczsynski.

Estimado amigo,

Me comentaste en nuestra pasada conversación telefónica que deseabas, ahora sí, convertir en realidad el proyecto de escribir tu primer libro. Celebro esa intención y, para organizar mejor lo que te comenté oralmente, voy a valerme de esta carta por ser un género íntimo y muy cercano al diálogo de viva voz.

Una de las cosas que te comentaba, y seguramente lo has vivido en carne propia, es que lanzarse a escribir un libro no es algo que se logre en un impulso, sino más bien es una labor artesanal en la que se va avanzando párrafo a párrafo, página por página, a lo largo de un tiempo considerable. Muchos de los sueños editoriales de los maestros o profesionales de diferente disciplina terminan en fracasos porque se idealiza la tarea de escribir o se espera que, de un momento a otro, aparezca la chispa de la inspiración y eso les permita redactar en pocos días el mayor número de páginas de un libro. Pero, mi estimado amigo, eso no es así. Por el contrario, tienes que comprender que escribir es una labor artesanal en la que se va lentamente puliendo las frases, reorganizando las ideas, seleccionando las palabras, tachando y enmendando lo que redactamos. Sin paciencia y sin disciplina es muy difícil alcanzar la meta de escribir un libro.

Por eso te recomiendo, y espero no haber sido demasiado insistente, abrir un campo en tu agenda o disponer un tiempo para dedicarte a este proyecto. Te sugiero por lo menos dos horas, dos veces a la semana, en las que puedas dedicarte a este propósito. Has de cuenta que tienes una clase o que, en tu cronograma, en esos días y horas debes atender un compromiso muy importante. Si no logras apartar y respetar tales minutos para tu proyecto de escritura, pasarán los años y nunca lograrás convertir en un producto tus más preciados sueños intelectuales. A mí me da resultado hacerlo por las mañanas, además de dedicar la tarde del último día de la semana. Tú podrás organizarte de otra manera, dependiendo de tus compromisos laborales o de tu ritmo vital. Sea como fuere, cumplir esas horas destinadas para tal fin, preservarlas a toda costa en tu cronograma habitual, es como tener un terreno fértil sobre el cual empiezas a cultivar tu primera obra escrita.

Con esa agenda que hace las veces de guardián de tu propósito, empiezas en firme a adelantar tu proyecto. Por lo general, hay dos vías que terminan hacia el final pareciéndose. La primera, es recopilar lo que ya hayas producido durante un tiempo considerable. Mira en tu computador o en tu escritorio de trabajo los textos escritos que has venido produciendo a lo largo de tantos años; no te preocupes en este momento por la calidad o extensión de los mismos. La idea es poner en un solo lugar lo que está desperdigado o refundido entre los cientos de documentos que guardas en tu ordenador o aquellos otros papeles engavetados en algún archivador personal. Esto te podrá llevar varias sesiones de trabajo. No te preocupes; así no lo creas estás en el camino indicado de realizar tu obra. Esa recopilación te ayudará a tener una visión de conjunto y a descubrir qué tan abundante o reducida ha sido tu producción intelectual. Si es copiosa, lo que sigue es tratar de ordenarla por tópicos o por temas y ya con esa agrupación iniciar una lectura atenta de los documentos para ver si los textos aguantan el juicio crítico de los años, si continúan manteniendo alguna calidad o si pueden resultar interesantes para un lector. Recuerda que, en esta etapa, no se trata de ponerte a corregir o complementar minuciosamente cada escrito que encuentres; si así lo haces, terminarás preso de uno de ellos y, perderás la visión de conjunto. El objetivo es más de revisión global, de apreciar la valía de aquellas producciones hechas con anterioridad.

Terminada esa etapa de compilación, selección y agrupación, entras en un segundo momento del proceso: el de corregir lo ya escrito. A veces necesitarás incluir en uno de aquellos textos un párrafo, en otras ocasiones aclarar una idea, incluir una bibliografía o poner un subtítulo para mejorar la comprensión de lo expuesto. Eso depende de las particularidades de cada escrito. En todo caso, no olvides mi recomendación: no te vayas a perder en dichos productos al querer decir todo lo que sabes hoy sobre algo que escribiste en tiempos pretéritos. Para eso tendrás adelante otro momento. Lo que debes tener en mente es que la corrección de tus textos te llevará a descubrir la necesidad de escribir unos nuevos para enriquecer la obra, para completar un vacío dentro del conjunto o para actualizarla, a partir de lo que has cosechado a lo largo de tu experiencia. Son esos nuevos textos a los que debes dedicarte con profundidad en los días o meses siguientes, como si fueran productos para una obra inédita.

La otra vía nace, precisamente, de evidenciar que tienes muy pocos textos escritos en tu haber o que, por la novedad de tu proyecto de libro, hasta ahora van a empezar a redactarse. En este caso, te aconsejo ir tomando notas de lo que lees o piensas, tener a la mano un diario en el que vayas consignando lo que se te va ocurriendo y procurar cada día elaborar así sea un párrafo sobre el proyecto en curso. Te repito que la escritura requiere un ejercicio continuo de nuestra mente y una lenta apropiación de las técnicas que le sirven de fundamento. Así que, si logras incorporar ese hábito, si tu cuerpo no es tu mayor impedimento, irás ganando en el dominio de la palabra escrita. Ponte como meta redactar una página, por lo menos cada semana, sin importar que siga la continuidad lógica de un artículo o un ensayo; revisa lo que escribes el día de hoy en la jornada siguiente y corrígelo con esmero; vuélvete diestro en el dominio de un párrafo, antes de aventurarte a textos de mayor extensión. Documéntate, ve haciendo tus fichas de lectura, transcribe párrafos que te resulten significativos, analiza cómo otros construyen sus escritos. No te enfrasques todavía en las minucias de la corrección idiomática o en esperar el dominio de la puntuación o los vericuetos de la gramática. Lo que cuenta es producir, escribir constantemente, para darte confianza y comprobar cada día que el proyecto de libro avanza. Procura, si eres docente, poner por escrito algo de lo que vas a hablar en tus clases o realiza una síntesis de lo explicado; o si eres un profesional de otras disciplinas, acostúmbrate a redactar los pequeños textos de tus presentaciones con la calidad de un párrafo bien elaborado. En muchos casos, esos textos sirven de motivo para amplificarlos, desarrollarlos más extensamente o son la base para la construcción de artículos de mayor densidad. Te insisto: escribir tu primer libro será más el resultado de pequeñas y constantes acciones de redacción que la intervención de la genialidad o la inspiración de una musa extraordinaria.

No sobra recordarte el aprovisionarte de algunos útiles de escritura que, como irás descubriendo, son de gran ayuda para resolver las dudas o los escollos de la redacción que encontrarás a tu paso. Los diccionarios de uso de la lengua, los de ideas afines, los razonados de sinónimos y contrarios, para mencionar algunos, te ayudarán a ir ampliando tu competencia lexical, serán tutores para escribir mejor y contribuirán a que halles las palabras precisas para expresar tus pensamientos. Ten esas fuentes a la mano, frecuéntalas, revísalas constantemente. Provéete también de una buena reserva de conectores lógicos, esas partículas o bisagras lingüísticas que ayudan a la cohesión y la coherencia entre las ideas; eso te ayudará –como escribí en uno de mis libros– a que tus textos fluyan con facilidad, a que las causas encajen con los efectos y a que las diversas partes de tus escritos se articulen de manera variada y armoniosa. Una cosa más: acostúmbrate a tachar, a corregir cuanto te sea posible cada cosa que escribas; no te aferres soberbiamente a lo que primero que se te venga a la cabeza, ni pienses que el primer borrador ya tiene la forma de un texto publicable. Y si no eres todavía un buen escritor, conviértete ahora en un exigente lector de aquello que produces.

Hay más cosas que deseo compartirte, pero creo que con estas recomendaciones sacadas de mi propia experiencia es suficiente. Lo que deseaba era celebrar tu decisión de empezar a escribir ese libro del que me has hablado en diversos momentos de nuestra larga amistad. Sabes que cuentas con alguien que estará dispuesto a colaborarte en tal propósito. Porque ese es otro punto que mereces tenerlo en cuenta: siempre es aconsejable hallar un conocido, un colega, que lea con sinceridad lo que escribas; esa persona seguramente te ayudará a que tus escritos se comuniquen con más claridad, te servirá de referente para saber el alcance de tus ideas y será un primer público de tus producciones escritas. En este punto, confío en que me consideres digno de leer tus primeros textos.

Un abrazo cordial.

Carta a un futuro lector de poesía

16 domingo Ago 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cartas

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André Letria

Ilustración de André Letria.

Estimado amigo,

El hecho de que me hayas compartido tu inquietud de empezar a leer poesía o, como afirmaste, de “aprender a degustar los versos”, ya es un buen indicio de un espíritu sensible a este tipo de escritos. Si la inquietud y la curiosidad se suman a una porosa sensibilidad, lo que deseo comentarte a continuación ya tiene una buena tierra para tus deseos. Y, si como he comprobado, disfrutas de la música, del cine, además de preocuparte por la fragilidad de tus semejantes, te será más fácil y placentero entrar en los rítmicos y concentrados ambientes de la poesía.

Antes de cualquier cosa, déjame decirte que la poesía hay que empezar a degustarla con lentitud. No es un alimento para “atragantarse” o comer a toda prisa. Esto exige un tipo especial de disposición o, si lo prefieres, un estado del espíritu para dejarse “habitar” por un verso, unos términos precisos, una metáfora. Más que leer de afán, la poesía pide a sus lectores la rumia, la relectura, el ir encontrando la melodía oculta tras cada línea de palabras. Es posible que muchos poemas no te digan nada en un inicio o que parezcan demasiado herméticos al entendimiento, pero si vuelves una y otra vez a ellos, si afinas tu escucha interior, seguramente descubrirás el mensaje entreverado entre el bosque de imágenes.

Pero, ¿por dónde comenzar?, te estarás preguntando. Sé que hay muchas vías para llegar a la poesía. A veces es un regalo casual o el encuentro de un libro de versos en una librería que, por simple curiosidad, abriste al azar un poema y hubo como una revelación en aquella corta composición. O puede suceder que alguien habla de un poeta que le fascina, de una obra que admira, y tú, entusiasmado por esos comentarios, buscas el libro para comprobar tal exaltación, aunque al tenerlo entre tus manos descubras que no producen en ti ni las emociones ni el fervor del que hablaba tu amigo. Hasta es posible, aunque eso no es lo común, que en tu mente hayan quedado recuerdos de tus estudios escolares de literatura y quieras seguir indagando en otras obras poéticas de un autor que aprendiste de memoria… Pero, si nada de esto tienes a tu favor, yo te recomiendo adquirir o empezar a leer antologías de poesía. Estos libros recogen un buen número de poetas y una muestra representativa de sus obras. Es como tener en una sola mesa diversidad de platos de diferentes latitudes, con múltiples sazones y variados sabores. Allí podrás catar, degustar, provocarte y decidir después, si lo prefieres, alimentarte leyendo un particular libro de poemas de un poeta. Las antologías son como una galería en la que apreciamos estilos, tendencias, motivos recurrentes, formas y tonalidades reunidas en un solo lugar, y al que podemos acceder con solo abrir una de sus páginas.

Aunque hay preferencias también en esto de las antologías te voy a mencionar algunas de las que, para mi gusto, son un buen principio para adentrarse en la lectura de poesía. La primera es la Antología de la poesía moderna en lengua española, “Laurel”, de editorial Séneca, que luego en su segunda edición fue editada por Trillas, de México. El prólogo de la primera edicición lo hizo el poeta Xavier Villaurrutia y el epílogo de la segunda, Octavio Paz. De esta antología destaco el excelente ojo selectivo de los compiladores y unas notas en las que podrás hallar los títulos de obras de poesía de los autores recopilados que te permitirán profundizar en los poetas de tu mayor interés. La segunda antología, que visito con devoción, es la de José Olivio Jiménez: Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea 1914-1970. El compilador y prologuista hace un perfil de cada poeta seleccionado que resulta de gran ayuda para los neófitos en este campo de la lírica. Un tercer libro, si es que deseas enterarte y ponerte en contacto con los grandes poetas universales es la antología de Francisco Rico titulada Mil años de poesía europea de editorial Crítica. Además de presentar datos claves de cada uno de los autores, la antología abarca desde El romancero castellano, pasando por figuras como Dante, Góngora, Milton, Hölderlin, Byron, Keats, Baudelaire, Cavafis, Rilke, Pessoa,  hasta poetisas contemporáneas como Wyslawa Zymborska; contiene variedad de nacioanalidades y, hacia el final, incluye un índice de procedencias de los textos que te será de gran ayuda por si quieres adentrarte en alguno de esos maestros del verso. Me gustaría recomendarte, de igual modo, la Antología de poesía en lengua española (1950-2000), titulada Las ínsulas extrañas, cuyos compiladores son cuatro grandes poetas: Eduardo Milán, Andrés Sánchez Robayna, José Ángel Valente y Blanca Varela. La obra muestra un rigor y mantiene un criterio que avalo y me parece fundamental en obras de este tipo; es decir, en “escoger siempre poemas unitarios” y no fragmentos. Finalmente, y para no hacer demasiado extensa esta misiva, me gustaría sugerirte un libro más. Se trata de la Antología de la poesía colombiana, seleccionada por Rogelio Echavarría y publicada por el Ministerio de Cultura y el Áncora editores. El viaje que propone este volumen te llevará desde los poetas y poemas más conocidos en la lírica colombiana hasta otros autores nacionales del siglo XX.

Lo indicado, entonces, es elegir una de esas antologías, tenerla a la mano y comenzar el ritual que llamo “alimentar el espíritu”. Se trata de sacar un tiempo en tu jornada cotidiana para leer uno de esos poemas, saborearlo con atención y, en lo posible, guardar en la memoria uno o dos versos. Te confieso que llevo muchos años con esta dieta nocturna de poesía y he descubierto que no sólo he nutrido mi alma con exquisitos manjares de cincelada poesía, sino que he notado cómo ese pan de palabras me ha posibilitado educar mi sensibilidad, aguzar mi mirada sobre mi mismo y los demás, volver más dúctil mi mente para establecer relaciones y flexibilizar las aristas de mi temperamento. Desde luego, no es que ese ritual muestre en pocas noches tales beneficios; más bien se trata de ir creando un espacio en tu interioridad para dejar que la poesía repose su vuelo de ave sutil; de que dispongas el corazón –si te resulta más cercana la expresión– para comprender los mensajes de este modo de conocimiento que no prefiere los largos tratados o las argumentaciones interminables, sino más bien la síntesis expresiva, lo alusivo, el reverberar de la connotación y una complicidad hecha de confesiones y testimonios a sotto voce. Todo ello te irá acostumbrando a un modo de comunicación en el que cuenta la música de las palabras, el ritmo entre ellas, a la par que una cuidadosa y tallada organización de las palabras. Si esto haces, te aseguro que con el tiempo irás encontrando un sentido a los poemas que antes te parecía extraño o inasible. De alguna manera, acercarse a la poesía se parece mucho a los escarceos y adivinaciones, a las preguntas ansiosas y los misteriosos silencios que padecemos cuando estamos comenzando una atracción amorosa.

Seguramente,  el ritual de “alimentar el espíritu” con poesía te irá llevando a conocer un poeta que te guste, que haga sintonía con tu espíritu. Cuando ya tengas identificado tal autor, lo que sigue es buscar uno de sus libros y, como supones, mirarlo, releerlo, apreciar sus recurrencias, su modo de concebir un mundo o sus aproximaciones a las múltiples manifestaciones de la condición humana. Y si las antologías te dieron la posibilidad de tener una mirada en extenso de la poesía, ahora, al entrar de lleno en un libro de un poeta específico, lo que obtendrás será profundidad. Podrás, por decirlo así, convivir con ese autor, conocer a fondo las coordenadas de su visión de las personas, la sociedad o el universo. Hasta llegarás a descifrar su tono de enunciación lírica y las marcas que lo diferencian de sus colegas de oficio; tendrás las claves de sus obsesiones, sus búsquedas, sus cuestionamientos o sus propuestas. Es posible que terminado uno de los libros de ese poeta, te resulte tan fascinante que desees adquirir otra de sus obras y proseguir en esa aventura de desciframiento y hondura en sus textos. De igual modo es posible que al comenzar esta pesquisa, leído el libro seleccionado, concluyas que no te produce el mismo efecto o que sientas que no hay unos lazos de filiación con el poemario elegido. No tienes que preocuparte por eso. Lo aconsejable es quedarte con los poemas que más te “llegaron al alma” o esos otros que “conmovieron tu inteligencia”. Los libros de poesía no son un recetario infalible o un menú en el que deben gustarnos todos los platos. Es más: a veces cuando después de un tiempo vuelvas a leerlos, descubrirás poemas que antes te parecían insustanciales y ahora, cobran un interés inusitado. Esto sucede porque la materia prima de la poesía es el hombre mismo, sus angustias, sus esperanzas, sus lamentos y sus júbilos; y por estar hecha de esa sustancia, por tener esa pátina de historia humana, cuando leemos esos poemarios, vamos subrayando los versos que, según nuestra edad, de acuerdo a las experiencias acumuladas, nos parecen tan cerca como para conmovernos hasta la exaltación o nos resultan tan lejanos que ni siquiera nuestros ojos llegan hasta el final de esos textos.

No sobra decirte que cada poema te planteará una estrategia de lectura diferente. Hay poetas que preferirán los versos rimados y otros que manteniendo una música interna usarán el verso libre. Algunos autores acudirán a las formas clásicas, como el soneto, y otros más, crearán su propia manera de decirse o experimentarán en el espacio mismo de la página. Varios de ellos pedirán de ti una inspiración larga y continua para entonar sus versos y, otros, serán tan breves que exigirán de ti una respiración rápida y ligera. Encontrarás poetas cuyos versos se ofrecerán tan claros que te asombrarás de su limpidez o su resplandor, pero de igual modo te hallarás con poemas herméticos, con un simbolismo que pedirá mucho a tu imaginación y te invitarán a husmear en las correspondencias de ese extenso tapiz de la cultura. Habrá poetas que llevarán hasta la cima más gloriosa un tema, una situación, un sentimiento, como también te encontrarás a otros rapsodas que explorarán en distintos tópicos o irán circundando territorios disímiles de la existencia. Es probable que te encuentres con hacedores de versos en los que el humor o la ironía sean su medio de interpelarte como lector, y otros que utilizando un tono profético en sus versos te desacomodarán de tus creencias más aferradas. Tal es la variedad y tal la riqueza de la poesía, como múltiples y plurales son los senderos del arte y, en particular, de la literatura. 

Ahora bien, cuando empieces a leer un poema en concreto te recomiendo seguir esta vía: lees un verso, lo relees, sigues con el siguiente, lo vuelves a leer, sumas el primero y el segundo, y luego continúas con el tercero, repitiendo este avanzar y retroceder por los diferentes apartados del poema. Terminada la última línea, llevas tu mirada hasta la primera y repasas con tus ojos todo el texto. Te preguntarás por qué recomiendo esta manera de lectura; la razón es sencilla: el poema exige de nosotros la conciencia de su estructura, su ritmo y la concatenación entre sus versos. Si no logramos establecer su continuidad nos quedaremos con muñones de palabras o con ciertas imágenes desagregadas del conjunto. O lo que resulta más grave, podemos tergiversar lo que en su esencia es el eje comunicativo del poema. Si no estamos atentos, y más tratándose de la poesía, perderemos la esencia de su concentrado perfume, la contundencia de su cauce expresivo. La reiteración de sus partes, la lectura en voz alta, la búsqueda del tono adecuado para hacerlo resonar en nuestros entendimiento, son los mejores medios para disfrutarla cabalmente. No sobra repetírtelo: la lectura de poesía es una práctica de la lentitud, del disfrute sosegado, de la dilación que permite aflorar la contemplación y el ensimismamiento, del goce que no espera concluir cuanto antes el poema, sino regodearse con la formas sintéticas de las ideas y el encuentro inesparado de las palabras.

Unas reflexiones finales, querido amigo. La lectura de poesía es un modo de cuidarnos, de cultivar el espíritu o de establecer momentos para el diálogo personal. Es una especie de oración laical, de meditación sobre nuestra condición humana, que fue durante siglos un arte valioso y profusamente encendido en las nuevas generaciones por la escuela. En nuestros tiempos, en los que la lógica de la prisa y el afán desmedido por la posesión de cosas nos han ido alejando de la conversación con nosotros mismos, en la que parece banal el cultivo de nuestra interioridad, se ha ido perdiendo o refundiendo este contacto con la poesía. Tú me has escuchado confesarte que hasta la misma escuela ha claudicado en este empeño de convertir a la poesía en una aliada para la formación de las nuevas generaciones en la sensibilidad y el conocimiento de las emociones. Por eso mismo, al escuchar tu interés por adentrarte en la poesía, me he llenado de alegría. Tal vez ese júbilo haya sido el detonante de esta carta, porque sé que al ponerte en contacto con la poesía,  entrarás a una hermandad que aboga por conservar intacto el asombro de los niños, por mantener en alto la magia de las palabras y por enaltecer las secretas relaciones entre la música y el silencio.

Así que, mientras sirvo una copa de vino –porque este licor vino tinto y el canto de la poesía hacen un maridaje perfecto– para celebrar tu ingreso a la fraternidad de amantes de la poesía, te auguro el mejor de los viajes por esta forma literaria en la que se conjugan en contados versos las palabras pulidas, la emoción recordada  y la levedad del pensamiento. ¡Salud!

Carta a un nuevo directivo

27 domingo May 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cartas

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carátula

Ilustración de Julio Carrión Cueva, «Karry».

Sirvan estas letras para saludarte y celebrar tu nuevo nombramiento. De seguro, el puesto que ahora ocupas, es el resultado o la consecuencia de tu tenacidad, tu talento o el conjunto de variadas habilidades profesionales. Esto ya es de por sí motivo de elogio y admiración.

No obstante, me he atrevido a enviarte esta misiva por la responsabilidad que entraña tu nuevo puesto de mando. Y lo digo, por el número de personas que ahora dependen de tus decisiones. Cada cosa que hagas o que digas tendrá un efecto mayor a las hechas y dichas anteriormente. Así que, amparado en nuestra amistad, he sentido la confianza suficiente para compartirte algunas sugerencias y dejar a tu buen criterio la puesta en práctica de varios consejos.

Lo primero, y este es un asunto que ha sido profusamente recalcado por estudiosos de la política, es que las personas cambian cuando tienen poder en sus manos. Unos, mudan su carácter y su comportamiento; pareciera que desdibujaran su ser para adquirir otra figura, otra forma de comportarse. También hay otros que al tener poder, se vuelven indolentes, arbitrarios, cabalmente insensibles. Es como si ese atributo o ese cargo les hicieran olvidar su esencia, su frágil condición humana, sus aspiraciones y limitaciones. En consecuencia, se tornan inflexibles, autoritarios, implacables en sus dictámenes o en el trato con las personas. Por eso, mi primera advertencia, es que no dejes que ese puesto pervierta lo que eres, que no caigas en la tentación de sentirte tan superior que olvides tu propia condición. Lo mejor, entonces, es entender que ese poder es pasajero, circunstancial, y que tarde que temprano volverás a tu condición esencial, con los tuyos, a seguir el curso normal de tu existencia. Toma ese poder no como un enaltecimiento o cambio de personalidad, sino como otra tarea de las muchas que has tenido a lo largo de tu vida.

Hablando del poder, seguramente ya habrás notado que cuando se tiene algún cargo de mando, aparecen los intrigantes, los chismosos aduladores. Recuerda que esos áulicos que tanto te exaltan y lanzan vítores por ti, son los mismos que luego hablarán mal de tu gestión o propagarán un rumor venenoso. Evita a estos personajes; esos zalameros son mala influencia y crean una energía negativa para tu gestión. Y si algún chisme traen, si una información ponzoñosa sobre alguien te llevan, escúchala con una oreja, pero si tomas una decisión hazlo con la otra. No te confíes. Esos individuos algo ocultan, algo traman. Te recomiendo no promover el rumor; trata de no entrar en esa lógica de las habladurías y el chismorreo que terminan por afectar el clima laboral y la confianza entre un grupo de personas. Otra cosa, no hables mal de las personas que diriges, ni de tus antecesores en el cargo. No trates de enaltecer tu labor embarrando la memoria de los ausentes. Deja que sean tus acciones las que muestren dónde hubo una carencia en el pasado, dónde un desacierto, dónde una falta significativa. No sobra repetírtelo, cuida tus palabras, ellas son el termómetro de tu mismo prestigio.

Conociéndote, sé que ya estarás pensando hacer muchos cambios en tu lugar de trabajo. Eso está bien. Una innovación, si obedece a un análisis sesudo del contexto, seguramente rendirá buenos dividendos. Pero no te apresures a modificar todo, ni desorganices la empresa o institución por el mero capricho de parecer novedoso. Observa primero a aquellos que diriges o gobiernas. Busca aliados entre ese grupo. Escucha a la gente, con mucha atención. Reconoce lo que se ha hecho y retoma varias de las iniciativas que ya llevan un recorrido y merecen continuarse. No perturbes todas las aguas; no rompas lo que funciona bien ni cambies todo el cuadro directivo de tu unidad o espacio de trabajo. Ten presente que los cambios necesitan tiempo para la adaptación de la gente y el concurso de un grupo de aliados que puedan impulsar con ahínco lo que es apenas una iniciativa tuya. Lo olvidaba: comunica esos cambios en todos los niveles y a todas las personas; no te calles. Especialmente si lo que tienes en mente implica modificaciones estructurales o toca la médula de la organización. No estigmatices a aquellos que no comparten tu sueño o a esos otros que no lo entienden: Explica. Es bueno alimentar el diálogo, el debate de ideas. No temas a los que se oponen a tus proyectos; óyelos, a lo mejor te dan pistas para corregir esa utopía que tienes entre manos; de pronto en sus opiniones está la respuesta a ciertos interrogantes que te quitan el sueño. No permitas que tu gestión se convierta en una logia de simpatizantes serviles y sin criterio. Eso, que parece un logro en el corto tiempo, es la ruina de los equipos a largo plazo. Asesórate con frecuencia; acoge diversos puntos de vista.

Sé un facilitador, un punto de apoyo, una mano que impulsa o colabora para que todos los miembros de tu área pongan sus proyectos en primera línea. Presta tu inteligencia y el lugar estratégico donde llegaste para que los que están bajo tu mando, crezcan, se potencien o saquen a la luz lo que es semilla u obra apenas esbozada. No creas que lo único significativo y valioso son tus proyectos o tu ruta de acción. También cuentan los de aquellos que ahora están bajo tu tutela. Contigo no empieza el mundo; ni a partir de ti se construye lo valioso. Hay personas que ya llevan un recorrido, hay iniciativas de hondo calado que te preceden, y lo mejor es mantenerlas o potenciarlas aún más para que lleguen a cimas inusitadas. Párate, como decía el gran inventor Thomas Alva Edison, sobre los hombros de gigantes para que tu sueño llegue más alto. Si lo consideras conveniente, cede la prioridad de tu sueño a esas otras personas; después ya verás cómo ellas mismas serán el soporte para tus ideales. No tengas ningún temor en reconocer a los que te superan en algo o tienen talentos que tú no posees. Por el contrario, aprende de ellos. No te muestres avaro ni prepotente; y, por favor, no invisibilices a aquellos hombres y mujeres que parecen hacerte sombra. Ya habrá tiempo y ocasiones propicias para que muestres tu luz. Lucha por despojar de ti la envidia, la antipatía infundada y los celos profesionales. A veces olvidamos que el prestigio o el renombre de un colega no es producto del azar sino es el resultado de muchos años de dedicación y empeño en un propósito.

Disculpa si te digo otra cosa que considero vital para tu labor directiva. Es recomendable hacer un esfuerzo sobre el conocimiento y dominio de tu carácter A mí me ha ayudado bastante el discernimiento, como lo entienden los jesuitas, el autoexamen o el cuidado de sí, al decir de los filósofos. Conocerse, inspeccionar la forma de proceder de la propia conciencia, es primordial cuando uno tiene bajo sus hombros la orientación de otras personas. ¿Cómo manejas tus emociones, tus pasiones o tus sentimientos?, ¿qué tan aquilatado y maduro está tu espíritu para ser juez o consejero de otras conciencias? Te comento esto porque he visto cómo ciertos directivos terminan desvirtuando sus proyectos al ser aguijoneados por la ira, el resentimiento, el odio o el orgullo más obcecado. Y del mismo modo me he percatado cómo otros jefes o líderes terminan amilanados o en minusvalía de mando porque su atuoestima es endeble, o son muy afectables por la maledicencia o el vituperio infundado. Todas esas cosas no son de segundo orden. Si no se tiene un ajuste de cuentas con la propia personalidad, si escasea la autocrítica y la formación moral, actuarás de manera impulsiva, atropellada y sin medida. En últimas, te faltará la prudencia, el tacto y la paciencia, hijas de la sabiduría, que no son lo mismo que poseer demasiados conocimientos.

Un asunto que amerita un desarrollo más largo es el de cómo vas a conquistar la autoridad. Por ahora te digo que el simple poder derivado de tu cargo no es suficiente. La autoridad proviene de quienes diriges o lideras. Es como el reconocimiento que ellos hacen de tu forma de mandar, de relacionarte, de apoyarlos. Crece en la medida en que tu ejemplo los contagia, en la manera como los dignificas y en la confianza que generes; depende de tu discreción, de la ayuda oportuna que ofrezcas y de la lealtad a cada miembro del equipo. Esa autoridad se va ganando poco a poco con el testimonio de los dirigidos por ti; es una especie de validación en positivo de todas tus acciones. Y si logras esa autoridad, lo más seguro es que tendrás el respeto, cierta obediencia y una colaboración a muchas de tus decisiones.

Otra cosa más deseo compartirte. Una en especial, sobre la que tardarás en hallar el justo medio: la de estar en la mitad de dos demandas: la de tus jefes y la de tus dirigidos. Si te pliegas demasiado a un lado, parecerás un servil mandadero de tus superiores; si sólo satisfaces a tu grupo de influencia, parecerás ineficaz para la institución o la empresa a la que sirves. Te recomiendo acudir a tu buen criterio para reconocer cuándo las demandas de uno y otro lado son las adecuadas o las más convenientes. Si te han elegido como directivo es porque puedes tomar algunas decisiones y hacerte responsable de ellas; así que no subvalores tu cargo, ni conviertas tu gestión en un simple espacio para acatar órdenes. Ese nuevo rango te da el salvoconducto para proponer, ofrecer otros modos de hacer las cosas, deliberar sobre el modo de aplicar determinados lineamientos institucionales o argumentar sobre decisiones de las altas directivas que resultan nocivas para la misma organización. No confundas lealtad con servilismo. Si tienes conocimientos, habilidades o competencias hazlas valer al momento de aplicar normas o procedimientos. Pero otro tanto deberás hacer con el equipo bajo tu cuidado. Será necesaria una fluida comunicación para explicarle razonadamente lo que no es viable, mostrarle las bondades de un nuevo procedimiento, hallar alternativas colegiadas sobre un ajuste en las políticas o las estrategias administrativas. Ni a todo podrás decir que sí, como tampoco renunciar a defender como propias iniciativas de tus dirigidos. En eso consiste también el alcance y responsabilidad de tu cargo.

Deseo cerrar esta carta reiterándote mi fraternal ayuda. Tengo confianza en que pondrás lo mejor de tu inteligencia y tu sensibilidad para hacer de este nuevo nombramiento un espacio de crecimiento personal para ti y los que vas a liderar. Te auguro resultados óptimos en tu gestión, y que tus valores y virtudes sean el viento favorable que oriente el sentido de tus proyectos. Buen viaje, estimado amigo.

Carta de la madre ausente

13 martes Mar 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cartas

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Encuentro Remedios Varo

«Encuentro» de Remedios Varo.

Hola, hija mía,

Te extrañará recibir esta carta. Pero no he podido descansar en paz, sabiendo que tu corazón se quedó con aquellas palabras en las que no te perdonaba tu joven embarazo. Lo sé, porque aquí donde habito, en este purgatorio, parte de mi tormento es soñar los sueños que tú sueñas. Te he visto, especialmente en estos meses, buscarme entre esas imágenes fulgurantes que hacen parte del mundo donde resido. Sé también que tus lágrimas forman parte de esa herencia de sufrimiento que te dejé, pero he de confesarte que la sal de tu llanto me quema los pies. Eso es un asunto inexplicable, pero en varias ocasiones he sentido resecas la planta de esas extremidades que, bien lo sabes, cuidaba con sumo esmero. Te pido, te suplico, que no llores. Tu sufrimiento en este espacio se transforma en un fuego invisible, en una centella que abrasa mi piel.

Pero, no es por eso que me he animado a escribirte esta carta. Tú conoces que yo no era muy buena para escribir. Prefería siempre hablar. Esa era la forma como me protegía, la válvula de escape para no romperme por dentro, el recurso para conservar intacto algún pedazo de mi corazón. Así que nunca tuve necesidad de escribir para nada y para nadie. Además, la sangre caliente que corría por mis venas me llevaba de manera veloz a hilar términos, a engarzar palabras que, al unirse, adquirían la dureza o la ponzoña para ocasionar daño o, por lo menos, defenderme de las desgracias que me sitiaban a diario. Eso no tengo que explicártelo, porque mi vida no fue fácil y no tuve la fortuna de sentirme plenamente amada. Sea como fuere, me he sentido en deuda contigo, y he decidido escribirte estas palabras. Son una manera de resarcir el dolor que pudieron ocasionar aquellas otras, las que escuchaste muchas veces de mí, cuando vivíamos allá, en esa casa de un largo zaguán.

Empezaré por pedirte perdón. Sé que esperabas una mayor comprensión de mi parte a tus errores de madre adolescente; sé que a escondidas reclamabas un gesto o un abrazo de solidaridad ante tus fallas juveniles. Perdóname por no poderte ofrecer esa pócima de cariño. Tal vez no sabía cómo hacerlo o creí, con torpeza, que era una manera de prevenirte para futuras acciones semejantes. Reconozco, desde la claridad que ofrece toda retrospectiva, que me faltó valor para abrazarte más, para escucharte, para juntar nuestras almas en un abrazo silencioso. Pero, las dos sabemos que el miedo ha estado atenazándonos la garganta y el abrazo. En todo caso, considero que esta misiva puede ayudarme a decirte que a pesar de mi lejanía o mi dureza verbal, lo cierto es que por dentro mi corazón anhelaba estrecharte para decirte que no estabas sola, que contabas con mi cariño maternal, que aún en ese dramático problema había una esperanza al final del camino. Me faltó valentía para ofrecerte el amor que tanto esperabas. Por eso, te pido que me perdones. Borra de tu mente lo que te dije. Déjame resarcir mediante estos signos muertos las ofensas que te lancé cuando estaba viva. Concédeme entrar a tu alma para sanar esas heridas; deja que mis cuidados de madre, que poco ofrecí cuando estaba contigo, en este tiempo sean mi ocupación predilecta. Sí, hija, perdóname. Permíteme acariciarte el cabello, pasar mis manos invisibles por tu frente y así disipar las culpas y las tristezas que siguen oscureciendo tus pensamientos.

También deseo que entiendas que no vale la pena seguir cargando con esos recuerdos tristes. Has de saber que en este territorio, como bien lo han entrevisto los poetas, son únicamente los recuerdos felices los que nos permiten ver un poco de luz del ansiado paraíso; los otros recuerdos, nos halan hacia abajo, hacia las sombras más negras; nos lastran el espíritu. Por eso es mejor que te deshagas de esas afrentas o esa maldición que alguna vez lancé a tu cara. Ayúdame con recuerdos alegres, amorosos; concédeme la dicha de que tu mente tenga una imagen agradable y placentera de mí. No sabes cuánto alivio produciría ese acto. Te sugiero que busques una fotografía mía en la que esté sonriendo o que transpire felicidad; elige una foto de las que más te gusten y mándala ampliar. Ponla, te lo solicito, en un lugar visible donde vives y deja que ella haga lo que no pude hacer yo cuando vivía. He aprendido en esta tierra medianera que los muertos hablamos mejor a través de las imágenes. Entonces, cuando me mires, cuando veas esa foto, sabrás que te estoy acompañando, que no hay quejas ni reclamos, que sólo está mi mirada comprensiva y el gesto rotundo de mi amor por ti. Anhelo llegar a tener ese lugar privilegiado en tu cuarto y en tu corazón.

No quisiera terminar esta carta sin contarte otro secreto de mi alma. Siempre te admiré. No te lo dije nunca. Eso también lastima mi conciencia. Pero me sentía, en secreto, orgullosa de tu lucha, de tu tenacidad en medio del abandono, de tus pocas fuerzas en medio de la tormenta. Y admiré tu terquedad, tu voluntariosa manera de enfrentar la adversidad con tan pocos recursos. Todos sabíamos que tú eras la mejor guerrera de la familia y por eso la vida o las circunstancias te ponían las pruebas más duras. Lamento no habértelo dicho, pero esa valentía ponía a prueba mi carácter. Te cuento esto ahora porque sin esa tenacidad, sin ese empeño que ya traías desde pequeña, sé que no lograré una paz en mi conciencia. Ayúdame, hija mía. Socórreme para salir de este purgatorio; préstame tus manos para descorrer la ventana del pasado y gozar de la luz que se esconde allá arriba. Haz que tu perdón sea la salida a esta repetida letanía de arrepentimientos y confesiones acalladas. Sálvame, mi niña, te lo ruego, concédeme mirar la sonrisa festiva de tu rostro. En tu felicidad está el secreto de mi propia salvación.

Te beso desde mi cercana lejanía…

 

Carta a quien vuelve a estudiar

08 miércoles Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Cartas

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ilustracion-de-bendik-kaltenborn

Ilustración de Bendik Kaltenborn.

Estimado (a) neoestudiante,

Comparto la alegría que, seguramente, estás sintiendo en estos días. Es grato volver a experimentar la ansiedad de empezar un proyecto académico o un programa anhelado por largo tiempo. Tal inquietud, en la que confluyen sueños y expectativas, temores y esperanzas, es una sensación profunda y memorable. Aprovecho esta ocasión para contarte algunos asuntos que he venido reflexionando al respecto. Lo hago como una celebración a tu iniciado viaje y como un testimonio de alguien que, como yo, ama profundamente estudiar.

Iniciaré confesándote una cosa: el estudio tiene el poder de renovarnos. Algunos llaman a eso, actualización, pero me gusta más entenderlo como un cambio de piel o cierta renovación de nuestra mente y nuestro espíritu. Al estudiar de nuevo, al ponernos otra vez en actitud de alumnos, recuperamos el asombro y la maravilla del conocimiento. Cuando volvemos a las aulas renace en nosotros la curiosidad del niño. En este sentido, si uno estudia de manera permanente, aleja un poco la vejez y mantiene, por decirlo así, siempre joven el pensamiento.

También debo decirte que al renovar los votos por el estudio, cambia la cotidianidad y, con ella, nuestras rutinas. Si en verdad somos estudiantes auténticos, cambiarán de igual modo nuestros hábitos. Al retornar a clases, al asumir otra vez las tareas y los trabajos propios del mundo escolar, necesitaremos modificar nuestros horarios y tendremos que privilegiar horas de la agenda cotidiana. Quizá debamos dormir menos, optimizar el tiempo y priorizar eventos y circunstancias. Pero tal hecho no debe apesadumbrarnos, si en realidad la llama del estudio irradia fuerza y energía a todos los rincones de nuestro ser.

Te expreso, de una vez, que cuando hay deseo y ganas por el estudio, desaparece la idea del sacrificio. Cuando es el placer el que timonea nuestras aspiraciones no hay que andar pregonando las renuncias obligadas o las fatigas del trabajo excesivo. Así entendidas las cosas, será el goce y la alegría, el esfuerzo entusiasta, el que tutele los trasnochos, las jornadas de lectura o las no menos retadoras tareas de escribir. Pero si es genuino tu amor, tu empeño y tu gusto por estudiar, dichas cosas serán parte de la riqueza de la aventura, se convertirán en ganancias y no en cargas o detestables compromisos.

Debes saber que el estudiar con fundamento trae consigo la persistencia. No vayas a abandonar tu anhelo por el primer escollo que encuentres. Tampoco dejes que una mala calificación o las correcciones continuas a un proyecto mermen tu motivación o tu interés. Sólo con el tesón y la convicción de lo que sueñas lograrás descubrir la almendra del estudio y hacer brotar la miel contenida en su interior. La dedicación al estudio, la constancia entusiasta, te hará comprender que no todo se logra de inmediato y que, muchas veces, vamos aprendiendo más de lo que sospechamos. Ten confianza en tu perseverancia; esa parece ser la clave para alcanzar las más altas metas.

Te invito, además, a proveerte de unos buenos útiles para el viaje que comienzas. Los útiles son de enorme ayuda para obtener buenos resultados y multiplicar el aprendizaje. No dudes, entonces, en destinar unos pesos para adquirir libros y materiales de diversa índole. Considéralo otra inversión, una oportunidad para renovar el mobiliario de tu mente. Debo decirte aquí, en confianza, que a veces prestamos poca importancia a esto de abastecernos de buenos útiles y nos contentamos con la mera asistencia a clase, cuando no con adquirir de afán fotocopias desarticuladas y anónimas.

Recuperar el espacio y el tiempo para el estudio es también la oportunidad para conocer a otras personas, interactuar con ellas, entrar en diálogo con formas de pensar diferentes a la nuestra. Las actividades en equipo amplían nuestra mirada y airean las visiones cerradas del trabajo individual. Al lado de un café, caminando por los pasillos o compartiendo un salón, aparecerán otros amigos, se renovará nuestra lista de conocidos y, muy seguramente, tendremos la posibilidad de movilizar nuestras relaciones públicas. Cuando volvemos a estudiar recuperamos las habilidades interpersonales y revaloramos los vínculos sociales.

Hay otro asunto que merece unas líneas adicionales. Se trata de la búsqueda de la excelencia. No lograrás grandes cosas en el estudio si apenas cumples con lo necesario o con los requisitos mínimos exigidos por un docente o una institución educativa. Quisiera recomendarte, en lo posible, ir siempre más allá de lo esperado. Unos minutos adicionales cada día para atender una tarea, unas hojas demás leídas al cierre cada jornada, una consulta complementaria hecha los fines de semana, todo eso es lo que contribuye a pasar de lo regular a lo sobresaliente. Estoy convencido de que la calidad superior en algo, especialmente en el estudio, es el resultado de luchar contra el conformismo de lo apenas suficiente y los raseros apáticos de la mediocridad.

No quisiera terminar esta misiva, sin compartirte algo sobre los temores que produce el enfrentarse otra vez a lo desconocido. Eso es normal, y más si hace mucho tiempo se ha dejado de estudiar. Puede que también los muchos años nos hagan sentir atemorizados o proclives al fracaso. Lo mejor, en estas situaciones, es darle un valor positivo al error y disfrutar lúdicamente las deficiencias, los equívocos o falencias que nos acompañarán en los nuevos aprendizajes. No es aconsejable predisponernos para lo nuevo usando el fatalismo y la baja autoconfianza. Resulta más adecuado multiplicar la fe en nosotros mismos y buscar, si es necesario, aliados o colegas que nos ayuden a no perder el entusiasmo y las ganas por culminar lo que empezamos con alegría y fervorosa pasión.

Sirva, entonces, esta carta para decirte que cuentas con mi brazo para servir de apoyo cuando lo necesites. Te deseo buena suerte. Que los dioses te acompañen, y que los vientos sean propicios en tu nuevo viaje.

Cordialmente,

Carta a un colega ensayista

09 domingo Nov 2014

Posted by fernandovasquezrodriguez in Cartas

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Ilustración de Hugh Kretschmer.

Ilustración de Hugh Kretschmer.

Estimado amigo,

Seguramente, después de nuestra charla de hoy estarás pensando que el escrito que me habías enviado hace unos días está muy distante de ser un genuino ensayo. Sin embargo, y para que no te desanimes, me he propuesto escribirte estas líneas con el fin de recordarte algunos asuntos que te dije y, al mismo tiempo, compartirte otros consejos que son la cosecha de muchos años dedicados a este género de escritura.

Para empezar, te comentaba que tu escrito adolecía de una estructura. El ensayo, según sabes, es una escritura de las ideas y, si no hay un andamiaje que las soporte, lo más seguro es que se desordenen, desdibujen o anden a tientas por los diversos párrafos. Lo mejor, entonces, es pensar largo rato en la estructura de tu ensayo. Esa estructura se evidencia en el esbozo, que viene siendo como una previa tabla de contenido, una ruta de viaje o la carta de navegación de tu senda ensayística. El esbozo orienta el sinuoso y heterogéneo discurrir de las ideas. El esbozo es un mástil al cual el ensayista debe amarrarse como Odiseo, para no sucumbir a cuantas ocurrencias le canten por doquier.

Te exponía también que la estructura prefigura el número aproximado de párrafos y las posibles ideas fuerza que van a desarrollarse. Este consejo es tanto más definitivo cuanto novato sea el escritor de ensayos. Con la experiencia, te lo aseguro, se adquiere el hábito de rumiar largo tiempo lo que se desea escribir o se va interiorizando el tener la estructura previa del ensayo.

Valga el momento de decirte, y esto lo observé en tu escrito, que tienes demasiadas ideas sueltas. Tal vez se deba –creo yo– a que confías demasiado en el repentismo de lo que te va saliendo o en un cierto conexionismo de primer orden. Me refiero a tomar como motivo de escritura la última palabra y no la tesis o el argumento sobre el que estás trabajando. Eso, por lo demás, es muy común en escritores que piensan que escribir es transcribir la oralidad, cuando precisamente es todo lo contrario. Muchas de las virtudes de la oralidad se convierten en vicios cuando se trasladan así no más a la escritura. Ten presente que –sólo por recordarte un aspecto– la oralidad es acumulativa en tanto que la escritura es subordinada; tal característica demanda por lo mismo, jerarquizar las ideas, darles un rango. Tómate unos minutos y revisa el texto que amablemente me compartiste y te darás cuenta de esto que te digo. Seguramente encontrarás muchas ideas que si bien son interesantes, no responden o no están imantadas por aquello mismo que anunciaste en el subtítulo o en la primera línea de un párrafo. Te insisto en que revises tu escrito desde esta perspectiva. La ganancia será abundante, te lo aseguro.

Otro asunto del que conversamos fue el de distinguir entre enunciar las ideas y argumentarlas. Allí entreveo un punto esencial de la escritura ensayística. De lo que se trata, precisamente, es de argumentar las ideas, de exigirle a nuestro pensamiento que sea capaz de hallar razones para avalar o darle consistencia a lo que decimos. Y como tú mismo comentabas, esto es algo que poco se enseña en los espacios educativos, aún en los de más alto nivel. Ese ha sido, un tópico del que me he ocupado en los últimos años. He descubierto, por ejemplo, el valor de aprender a hacer distinciones, disociaciones o traslaciones con las ideas. He visto que si no se cuenta con unas herramientas de pensamiento, las ideas quedan como mariposas pinchadas en una lámina pero sin lograr que verdaderamente persuadan o convenzan al lector. Recuerdo ahora, la poderosa estrategia del filósofo Paul Ricoeur para hacer disociaciones. Él, así lo investigué, primero partía de nociones cardinales, luego hacía distinciones de sentido (o variaciones), enseguida ubicaba las relaciones (el lugar de las correspondencias), para luego incluir las disociaciones (que eran como una bisagra entre las distinciones y las relaciones), y de ahí en adelante construía una nueva noción o lanzaba una definición inédita. Por eso en un texto publicado hace ya varios años decía que el método de Ricoeur era en verdad una especie de arquitectura mental. Pero lo importante de lo que te venía diciendo es la necesidad de conocer y practicar las habilidades de pensamiento como la analogía, el contraste, la definición, la comparación, la deducción o la inferencia. Los buenos ensayistas son hábiles para hacer suposiciones, formular hipótesis, poner ejemplos, hacer distinciones. Y si no se ejercitan las operaciones de pensamiento de las que te he venido hablando, lo más seguro es que las ideas queden apenas enunciadas o desprovistas de desarrollo argumental.

Ahora puedo ir a otra de tus mayores debilidades: la de no tener una tesis. Quiero recordarte que la tesis es el hilo conductor del ensayo. La tesis es la esencia de la estructura o, si prefieres entenderlo de otra manera, la estructura gira o se articula desde la tesis. Hemos hablado varias veces sobre este asunto, pero en aras de lo que te vengo diciendo, ten presente que la tesis es la manera como tú apropias un tema o un asunto; la tesis es lo que tú te atreves a poner en alto para los lectores. Es tu bandera. Lo que sigue después, se desprende de dicha tesis. Todos los argumentos deben obedecer a esta afirmación que el ensayista, por lo general, coloca en el primer párrafo. En consecuencia, cada idea, cada ejemplo, cada ocurrencia, tiene que someterse a la tesis que decidiste lanzar a la palestra. Bien vale la pena, por lo mismo, espulgar o cernir lo que escribiste a la luz de este consejo. Si las ideas que te encuentres –por fascinantes que sean– no apuntan a esa diana, lo mejor es eliminarlas o darles un tratamiento diferente para que entren en esa vía. Y para serte sincero, hay que hacerlo sin contemplaciones o complacencias; so pena de sacrificar la unidad argumentativa de tu ensayo.

Te doy una  ayuda adicional. Cuando avances en la escritura de tu ensayo, revisa siempre si el nuevo párrafo o la nueva idea giran en dirección de ese sol llamado tesis. Es más, las otras voces de que eches mano, las citas o argumentos de autoridad, deben atenerse al mismo principio de atracción. Por más que se trate de autores importantes, si no aceptan el yugo de tu tesis, deben salir de tu ensayo, o tolerar un parafraseo que les dé carta de ciudadanía en tu escrito. Ten presente esto: la tesis en un ensayo ejerce un poder autoritario.

Pero prosigamos con otro punto endeble que observé en tu escrito; uno, que es de fácil solución. A veces el novel ensayista desea abordar temas con un arsenal argumentativo demasiado escaso o su información es muy limitada. El resultado, por ende, es el de la generalidad o la palabrería ampulosa. Pienso que hay temas que nos obligan a investigar, a buscar otros pensadores a partir de los cuales sea posible derivar nuestros propios pensamientos. No solo para conseguir citas de autoridad, sino como provocadores o incitadores de nuestras ideas. La lectura de bibliografía seleccionada es otra de las habilidades de un buen ensayista. El manejo de fuentes pertinentes y adecuadas hace que nuestro escrito tenga un basamento vigoroso. No sobra reiterarte que hay temas de temas. No es lo mismo elaborar un ensayo sobre la amistad que otro sobre la ciudadanía; no se tienen las mismas capacidades para argumentar con solidez la tesis de que los valores son acuerdos sociales para resguardar la tradición, de otra en la que se afirme que la juventud es una etapa maravillosa de la vida.

Por eso te recomiendo, cuando te lances a escribir un ensayo, medir tus fuerzas argumentativas. Si ves que te faltan energías, lo correcto es ponerte a investigar. El talento de un ensayista se puede apreciar en lo pertinente de la bibliografía que anexa en su ensayo o en el tipo de citas que emplea a lo largo de su escrito. No lo olvides: hay temáticas que nos desbordan y otras para las cuales necesitamos más que la lectura de una reseña o revisar de afán el capítulo de un libro.

Me he extendido un tanto en esta carta, pero no quiero concluirla sin insistirte en dos cosas más. La primera es la importancia de los conectores lógicos. Esas palabras son claves para que las partes de tu escrito no queden deshilvanadas o desarticuladas. En mi libro Pregúntele al ensayista, he mostrado que los conectores son garantía para la cohesión y la coherencia. Así que, no puedes dejar de lado estas bisagras lingüísticas. Lo mejor es que sea el tipo de argumento empleado el que te lleve a elegir el tipo de conector. Si lo que estás presentando es una deducción, pues deberías utilizar conectores en esta perspectiva. Revisa de igual manera, los conectores de inicio de párrafo. Para ello, fíjate en el esbozo del que te hablé al comienzo de esta misiva. Los conectores que el ensayista usa al comenzar cada párrafo son los que van amarrando la estructura del ensayo. Por lo demás, trata de variarlos y busca que aporten significativamente al desarrollo de tu escrito.

La segunda cuestión es una fraterna recomendación sobre el título y los subtítulos que empleaste en tu escrito. Creo que el título guarda una directa relación con la tesis del ensayo. El título, de otra parte, es un gancho para el lector; una forma de atraparlo o seducirlo. Por eso no es bueno usar títulos demasiado generales o títulos engañosos: me refiero a esos títulos que prometen algo que no se cumple al leer el ensayo. Y si dada la extensión o la estructura prevista, necesitas de subtítulos, debes tener presente que no pueden estar desconectados del título principal. No vayas a caer en el error de hacer pequeños ensayos disonantes  con el ensayo general. Si usas esa estrategia de cajas chinas, ten en mente que cada parte armonice con el conjunto. Fíjate un tanto en la jerarquía de las tablas de contenido de algunos textos, y de cómo cada subparte enriquece el nivel superior. Sea como fuere, si no dedicas unos minutos a reflexionar sobre los títulos y los subtítulos, muy seguramente serán piezas discordantes o que no encajan en el conjunto de tu ensayo.

Si me has seguido de cerca, quizá te habrás dado cuenta de que la escritura de ensayos requiere una continua revisión. Hay que avanzar y volver atrás frecuentemente. Hilar ideas, tejerlas, no es cuestión de sumarlas sino de ir viendo, poco a poco, la manera como van conformando una figura o se mezclan los colores para pintar una tesis. Dicho ejercicio de avance y retroceso, de escribir y reescribir, es lo que está en el origen del ensayo. Sopesar, medir, aquilatar, poner en la balanza, tal es la suerte de este tipo de escritura. El ensayo, querido amigo, nos obliga a tener ojo de joyero para diferenciar la genuina piedra preciosa de la pedrería de fantasía.

Desde luego, todas mis anteriores observaciones han tenido como norte el ayudarte a mejorar tu escrito. No vayas a cometer el error común de los aprendices de escritura y es el de abandonar lo que hiciste o desecharlo sin antes haberte dado la posibilidad de mejorarlo. Reconozco que hay ideas interesantes en lo que me compartiste, sé que tienes un tono muy cercano al ritmo ensayístico, y he visto cómo te has esforzado en dialogar con otros autores; sin embargo, debes volver sobre tu texto, para continuar puliéndolo o librándolo de adherencias innecesarias. Tal vez el alcanzar un buen ensayo sea la combinación de la confianza en nuestra propia voz y la sospecha permanente sobre lo mismo que decimos.

Con mi aprecio,

Fernando 

Carta a los padres de familia

15 viernes Ago 2014

Posted by fernandovasquezrodriguez in Cartas

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Ilustración de Quino.

Ilustración de Quino.

Apreciados padres,

Me valgo de esta forma de comunicación porque no ha sido posible reunirme con ustedes personalmente. Sé que a las reuniones de entrega de boletines siempre falta alguno, cuando no los dos. Entonces, y debido a la importancia de su apoyo para esta misión de formar a sus hijos, he acudido a este medio de escritura usado en pasadas épocas con el mismo fervor de los correos electrónicos en la actualidad.

Lo primero es contarles que, hagan lo que hagan, ustedes siempre serán referentes de comportamiento y de actitudes para sus hijos. Por acción o por omisión sus hijos los mirarán para saber cómo comportarse y, por imitación, irán asimilando ciertas actitudes o determinadas conductas. Insisto en que tal referencialidad podrá darse de manera consciente o inconsciente. Y así sea planeada o no siempre estará al frente de sus hijos como si fuera un conjunto de señales para orientar sus vidas.

Otro asunto que deseaba mencionarles es lo fundamental de su labor en lo concerniente a forjar hábitos. Quizás esa ha sido una de las funciones esenciales de la crianza; y debido a la urgencia de las necesidades económicas de hoy se ha ido dejando a la buena de Dios o a las no siempre afortunadas manos de la sociedad de consumo o los medios masivos de información. Les comentaba, y perdonen mi insistencia, que a ustedes les corresponde preparar el terreno de los hábitos para que sea fértil y podamos más tarde los maestros labrar ese terreno con alguna fortuna. Hay tantos hábitos en los que ustedes deberían insistir: los de alimentación y vestido, los de trato y convivencia, los de aseo y ahorro, o esos otros tan necesarios del leer y el estudiar, del aprender a saludar y dar las gracias. Los hábitos son una segunda piel que ustedes deben tejer cada día con su ejemplo y dedicación. Recuerden que los hábitos incorporados son una herencia para toda la vida.

En este mismo sentido, deseo reiterarles la fundamental tarea de acuñar en sus hijos valores y virtudes. Y digo acuñar para subrayar esa especie de impronta en el carácter que tiene una persona cuando ha contado en su crianza con un repertorio de valores, tales como el respeto, la honestidad, la responsabilidad o la solidaridad. Ustedes saben, estimados padres, que los valores actúan como brújulas morales en el futuro actuar de sus hijos; a ellos acudirán cuando se sientan perdidos en una situación existencial o servirán de guías para el convivir y relacionarse con sus semejantes. Esos valores hacen las veces de tutores o mentores cuando ustedes no estén presentes o cuando ya no los acompañen en sus vidas. Y si además, ustedes han tenido la precaución de favorecer determinadas virtudes, entonces a sus hijos les será más fácil conquistar sus metas porque tendrán en sí la disciplina o la constancia, y conseguirán relacionarse mejor con sus semejantes porque sabrán ser menos ostentosos, más prudentes y dignos de confianza. Nada de eso sobra en la crianza de los hijos  ni es un asunto secundario.

Aunque me extienda un poco más deseo comentarles que ustedes son cuidadores de los vínculos sociales o de las relaciones interpersonales de sus hijos. Tengan presente que de la inexperiencia y la ingenuidad se aprovechan los timadores y comerciantes del vicio. Las malas costumbres o las vías torcidas abundan por doquier. Por lo mismo, es su deber –con tacto y perspicacia– saber quiénes son los amigos y conocidos de sus hijos, y cuál es el núcleo de amistades por ellos frecuentado. Y no me refiero a una fiscalización excluyente de sus relaciones, sino a un vigilante conocimiento de tales vínculos. Mucho más hoy, cuando los medios virtuales han creado la posibilidad de mantener abiertas las puertas de nuestras casas. Sigue siendo importante insistirles a los hijos que inviten a su casa a esos primeros amigos o convidar a reuniones en las que ustedes puedan apreciar de primera mano aquel grupo de colegio que su hijo o su hija frecuentan tantas horas. Cuidar, en consecuencia, es concebir el espacio de la familia como un escenario de la prevención, del anticiparse a las elecciones equivocadas o a aquellas decisiones que por la inexperiencia pueden arruinar el futuro de una persona.

Considero también que este celo por lo que hacen y por quienes comparten la cotidianidad de sus hijos puede ser un buen motivo para desarrollar en ellos el discernimiento y el buen juicio. Hablar con sus hijos de lo que piensan o de por qué actúan como actúan es otra tarea de primer orden en esto de ser padres. Tengan presente que ustedes animan o no el aprender a reflexionar sobre las experiencias que cada día les acaecen a sus hijos; dediquen un tiempo para escucharlos, para ponerles situaciones reales o hipotéticas que les permitan, poco a poco, descubrir los alcances o las repercusiones de un modo u otro de actuar. Dialogar, por lo mismo, es un taller irreemplazable para alcanzar la madurez en la toma de decisiones y un crisol para aprender a usar la libertad.

Una cosa más me atrevo a recomendarles. La de no perder su lugar de apoyo en el crecimiento de sus hijos. Estar ahí para dar un consejo oportuno; estar ahí para servir de consuelo; estar ahí para dar ánimo o servir de abrazo de apoyo ante la dificultad, es esencial en las peripecias del viaje existencial de las nuevas generaciones. Sucede que hoy, por múltiples razones, casi no se está en el hogar o de poco tiempo se dispone para escuchar atentamente los problemas acuciantes de los hijos. Sin embargo, y eso seguramente ustedes ya solo saben, el consejo o el apoyo moral de un papá o una mamá son cosas que no tienen ningún precio o que nada los puede reemplazar. Tengan en su mente la parábola del hijo pródigo y permítanse estar presentes cuando uno de sus hijos retorne al hogar agobiado por el fracaso, los errores, o con los sentimientos hechos trizas. Abran los brazos y estén dispuestos a comprender y perdonar.

Ya para concluir esta misiva, me gustaría decirles que el fin último de su labor como padres, el objetivo capital de la crianza es llegar a convertir su forma de estar en el mundo y enfrentar la vida en un emblema para sus hijos. Ellos necesitan ver en ustedes el testimonio de que vivir vale la pena y de que, a pesar de los obstáculos o las decepciones, la vida sigue teniendo sentido, que es un don maravilloso al cual hay que sacarle todo el provecho y toda su riqueza. Ustedes, apreciados padres, deben dejarles esa herencia; la forma como vivan su existencia tiene que ser un símbolo o una enseña imperecedera en el tiempo. Tengan presente esto: es en la lejanía cuando mejor se aprecia la escultura tallada año a año con sus manos.

Con todo mi aprecio,

Fernando

Carta a mi profesor de primaria

12 martes Feb 2013

Posted by fernandovasquezrodriguez in Cartas

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Libreta primaria cuarto

Apreciado maestro,

Aunque quizá no recuerde mi rostro, seguramente sí se acordará de Vásquez, su alumno de 4 y 5 de primaria, en el Colegio San Gregorio Magno. Yo era, según usted, el mejor dibujante del curso, y el que, para una semana cultural del colegio, dibujó y presentó una exposición sobre los volcanes más importantes del mundo. Tal vez eso le ayude a recordar mi rostro. Mas no es por eso que le escribo esta carta, sino por otra razón.

Pero antes de hablarle de eso, le cuento que después de dejar la institución donde nos conocimos, terminé mi bachillerato en el colegio Carrasquilla. Al año siguiente me presenté a la Universidad Nacional a estudiar diseño gráfico; pero allí me entusiasmé con la política y decidí entrar a estudiar derecho en el Externado de Colombia. Varios años estuve en aquel claustro hasta que la literatura me hizo renunciar a tal carrera. Busqué entonces las aulas de la Javeriana y allí hice también un posgrado en educación. En esa universidad empecé mi labor como docente en la Facultad de Comunicación Social. Como puede ver, ha sido variada mi búsqueda profesional y sinuoso el trasegar por las academias universitarias. Actualmente dirijo un posgrado en educación, asesoro instituciones educativas y me he convertido en un capacitador en temas como la comunicación empresarial y en campos relacionados con la formación de maestros.

Durante toda esa travesía no he dejado de enseñar, y es por ello, precisamente, que he sentido la necesidad de escribirle esta carta. Es que no sé cómo acabar de agradecerle su pasión por enseñar, su dedicación a este oficio. Lo recuerdo de pie, frente a nosotros, hablándonos de temas que aún hoy me resultan interesantes. Tengo en mi memoria su puntualidad, la organización de las actividades, su manera particularísima de calificar y revisar los cuadernos −¿se acuerda que usted usaba una estilográfica de tinta verde? – y ese trato cordial con nosotros que nos hacía sentir importantes para su clase.

Yo creo que me convertí en maestro por su ejemplo. Usted sembró en mí la importancia de esta profesión. Lo recuerdo impecablemente vestido, con una gabardina beige, esperándonos a la entrada del salón con un gesto de acogida y una invitación a entrar cuanto antes al salón del curso. Todas sus clases me gustaban, su forma de propiciar en el aula la discusión, sus regaños cuando alguno de nosotros se burlaba de un compañero por una intervención desafortunada o cuando nos sorprendía en juegos violentos. Tengo en mi memoria aquellas palabras de que «los puños eran las muecas del que no ha aprendido a hablar», o su consejo que también le escuché a mi padre de que «lo cortés no quita lo valiente».

De igual forma rememoro la manera como usted explicaba. Yo creo que nadie se quedaba sin entender. Sarmiento, Ayala, Mejía, Baena…, todos salíamos de sus clases convencidos de lo que habíamos escuchado. Además, hacerle sus tareas era algo apasionante. Tal vez sea porque a mí me ha gustado desde pequeñito el estudio. Sin embargo, cada tarea que hacía para usted era una forma de sentirme digno de sus comentarios, de esas pequeñas anotaciones que usted colocaba debajo de la calificación. No sé si usted lo supo, pero entre nosotros nos mostrábamos esas anotaciones, y cada uno se sentía orgulloso de tener en su cuaderno más de uno de esos elogios. Otra cosa que me gustaba mucho, era la última parte de sus clases en las cuales usted pedía sintetizar lo visto o lo que usted llamaba “el momento de la recapitulación”. Esos diez minutos me encantaban y ponían al salón en un frenesí de manos levantadas que rara vez he vuelto a ver.

De otra parte, y eso se lo agradezco de verdad, me entusiasmaba cuando usted me ponía a exponer frente al grupo porque, según me decía, “yo tenía talento para eso”. Me acuerdo, entre otras, de la exposición que hice sobre el ciclo del agua y otra sobre los dioses de la mitología griega. Usted se quedaba de pie, recostado en una de las paredes laterales del salón, mirándome fraternalmente y cuidando que los demás compañeros –especialmente Tibocha– se mantuvieran atentos. Después, como si yo fuera uno de sus colegas, retomaba palabras mías en su exposición. Yo me sentía muy orgulloso. Y aunque eso no tuviera ninguna nota, para mí era suficiente estar al lado suyo sintiéndome un pequeño profesor.

Es una lástima que la vida no nos haya permitido reencontrarnos. Creo que tendríamos muchas cosas sobre qué conversar. Según supe, usted dejó el colegio y se fue a vivir a Neiva. Al menos eso fue lo que me contó Murillo, un compañero con el que  coincidencialmente nos encontramos en la pasada Feria del Libro de Bogotá. Él también se acordaba de usted, y de su gabardina color beige. En todo caso, así no nos veamos de nuevo, quiero comunicarle con esta carta todo lo que poco a poco he ido descubriendo que le debo. Su herencia de docente es para mí un legado invaluable.

Y sabe qué, maestro, lo más importante es que usted me mostró, con su alegría, con su pasión por enseñar, que a pesar de los escasos salarios, de las condiciones adversas, esto de educar era  un oficio gratificante. Que bien vale la pena asumir esta labor de tallar espíritus, formar personas y contagiar a otros el deseo de aprender y conocer. Usted es un vivo testimonio de la dignidad de esta profesión. Por sus consejos, por su cordialidad, por los retos que me propuso, por el libro que me regaló al final del año, ese libro de tapa dura de El Quijote de la mancha, por todas esas cosas y otras que seguramente siguen creciendo en mí y que más tarde descubriré, quiero decirle muchísimas gracias.

Espero que cada clase que imparta o cada acción de mi trabajo como docente no sean menores al ejemplo que recibí de usted durante esos dos años de primaria.

Con mi aprecio y admiración,

Fernando

Carta para Custodio IV

25 viernes Ene 2013

Posted by fernandovasquezrodriguez in Cartas

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Orgullo de padre 2

Hola, viejo querido,

Durante todo este día te he tenido atravesado en mi pensamiento y en mi corazón. Y aunque siempre estás presente, bien sea por una forma de decir tuya o por alguna anécdota en particular, hoy ha pesado más tu recuerdo. De pronto es porque el miércoles estuvo aquí don Miguel, el maestro que el año antepasado arregló nuestra casa; y al volver a pensar en ciertas mejoras de este espacio como que se removieron tus gestos, tus indicaciones, todas tus palabras de arquitecto campesino. Hasta mi mamá intervino en la conversación para derramar algunas lágrimas y recordarnos a todos tus indicaciones de la manera correcta en caso de cambiar el tablado del primer piso. O, a lo mejor, fue por una visita de Héctor, para contarnos a empellones la tristeza que lo embargaba porque su hijo, de sólo 24 años, se iba a casar. O quizás, sea por el hecho de haber dictado una charla muy exitosa el jueves pasado, a unos ochenta comunicadores organizacionales de varias partes del país, y sentir la alegría y el aplauso y no tener tu voz y tu presencia para hacerte partícipe de esos triunfos que eran también los tuyos.

No sé bien o no puedo definir con exactitud la sensación de tristeza que ha marcado este día. Con decirte, viejo mío, que por esas lógicas extrañas del azar, hacia el cierre de la tarde, mi vieja me llamó a tu cuarto para mostrarme un programa que estaban presentando en la televisión. Se trataba de una entrevista homenaje a Leandro Díaz, a ese ciego que tú tanto admirabas. Cómo te añoraba mi vieja, cómo suspiraba en cada historia de ese trovador, en especial cuando rememoraba su niñez pobre y desolada. Y ahí, en silencio, con mi vieja compartimos esta misma pena. A lo mejor ella también haya estado habitada por esa desazón de tu ausencia.

Después busqué el casete que había grabado, justo en la semana siguiente a tu muerte. Y lo hice sonar bien alto, como para que aquellas melodías inundaran todos los cuartos de nuestra casa, como una manera de espantar con la memoria de un dolor más fuerte, esta incierta pesadumbre. «Ya se murió me viejo»… Entonces, vine acá a mi estudio, prendí el computador, busqué mi diario de escritura y empecé a escribirte.

«Amigos de Colombia, buen viento y buena mar»… Me veo de niño, en las mañanas, sentado al lado tuyo escuchando Radio Santa Fe. La pequeña mesa de comedor, el radio Sanyo, las manos de mamá sirviendo el desayuno. Tú y tu blusa beige, tú y tu devoción por el trabajo, tú y esas largas horas nocturnas empacando bolsas y bolsas con jabón… Me detengo y escucho con atención, ahora es una cumbia: «Marbella». Sé que compré el disco en el aeropuerto de Rionegro para traértelo de regalo, y de inmediato al escucharlo se te alegró el corazón. Creo entender que con esa música bailaste tu juventud en las montañas de Capira, o en el Cerro o en Lomalarga. Allá, de pared a pared, como tú mismo lo decías, estabas hasta la madrugada tejiendo amores, soñando amaneceres… «Hay cosas bellas que nunca se olvidan y sólo con la muerte pueden acabar, como la herencia que le puede dar un padre a un hijo para toda la vida…» El casete sigue su curso y yo me dejo llevar por él, me abandono a tu memoria, a tus palabras, a mis lágrimas… La música y la escritura intentando descifrar mi tristeza: eso pienso ahora mientras mis manos avanzan por este teclado gris.

¿Qué es lo que se pierde cuando se muere un padre?, me he preguntado en estos meses… En mi caso, un lugar, un mirador, desde donde se puede avizorar el horizonte. Muerto tú, viejo mío, se han perdido los hombros que me permitieron de niño poder ver, en medio de la multitud, a «Cochise» o al «Ñato Suárez», cuando la vuelta a Colombia entró por la carrera 30. Se perdieron los hombros para ver de lejos… La música vuelve a interrumpir mis reflexiones, la voz de Jorge Veloza. Música alegre esa, merengues fiesteros, melodías que en tus últimos meses, tendido en la cama, te hacían sonreír, o al menos le provocaban algo de liviandad  a esos huesos tuyos repletos ya de tanta muerte. «Que no falte nunca la alegría, la parranda, la vida, el amor… Para que el campo se vuelva bonito, para que el campo se vuelva mejor…». 

¿Qué es lo que he perdido con tu muerte? Tal vez al artesano capaz de convertir lo cotidiano en extraordinario. Porque un padre es un alquimista de los actos de su hijo, porque logra transformar lo más banal en una hazaña o algo memorable. Un padre transmuta los hechos en acontecimientos: cuando fui acólito y abría, con un estandarte, la procesión en el día de Ramos; los primeros pasatiempos que me publicaron en el periódico El Vespertino; la compra de «Sancho», el primer computador;  el día en que conseguí mi empleo en la Universidad Javeriana… Y sé que de tanto celebrar esos pequeños logros con mi vieja, tu familia o tus amigos, los fuiste convirtiendo en leyendas, en la saga de «El nené» o «El niño».

«Hijo de tigre, tigrito… Eso le digo a papá…» Otro de los discos que te encantaban. Dejo de escribir por un momento para recibir un agua aromática que me ha traído tu vieja. Tomo el primer sorbo. Releo lo escrito. Siento mi corazón menos pesado. Levanto el pocillo y bebo un segundo sorbo. Ahora es el tiple y las guitarras, «Garzón y Collazos» los que entran cantando «La sombrerera». El río. El Magdalena, los anzuelos, las atarrayas, el nicuro, el bocachico… y te vuelvo a ver sentado en el comedor narrando, una y otra vez, tus historias de boga… «Morenita de mi alma, vente conmigo, yo te convido, a la choza que tengo cerca del río, junto a la playa…». Y sigue el bunde, el bunde tolimense. Y te veo feliz en tu tierra de niño y te veo correr por esos playones y te imagino orgulloso de poder llevar a la abuela Clara al menos algunos plátanos, de esos que quedaban como hijos abandonados en el piso de las canoas…

¿Y si esta tristeza la hubiera ocasionado la lectura que hice de Los argonautas del Pacífico Occidental? Porque allí hay muchas páginas dedicadas a la construcción de la canoa, al ritual de darle un nombre, a la botadura,  a los conjuros… Y sé, que durante toda esa lectura, te vi a ti, barquero mítico, padre mío. ¿Acaso estas ayudándole a Caronte, ese otro boga de los ríos inferiores? ¿Sigues remando acaso? ¿Hay también, en ese tu reino de ahora, subiendas de pescado? ¿Te encontraste con tu mentor, Don Bonifacio Guerra? Ay, mi viejo, se me han venido encima tantas obras y palabras tuyas que debe ser por eso que amanecí con una tortícolis insoportable. ¿Y si fuera esa tu manera de agarrarte a alguna rama de la memoria para no caer en el remolino del olvido?

El casete ya terminó su repertorio. Son las nueve y media de la noche. Voy a llamar a Mauricio, un amigo taxista, para decirle que nos recoja a las ocho de la mañana. No sabes las ganas que tengo, viejo mío, de seguir conversando contigo, en silencio. Aunque ya lo sabes, quiero anunciarte que mañana vamos a visitarte, a llevarte flores. Y mi vieja, como fue su promesa, te llevará agua, agua fresca de tu casa.

No sé por qué, pero después de escribir esta carta, tengo la sensación de estar otra vez sobre tus hombros y puedo ver de nuevo el paso de los ciclistas… «Cochise… Cochise».

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