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Fernando Vásquez Rodríguez

~ Escribir y pensar

Fernando Vásquez Rodríguez

Publicaciones de la categoría: Aforismos

Del agradecimiento

02 viernes Dic 2022

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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«Un corazón verde», ilustración de Catrin Welz-Stein.

A pesar de que la mayoría de las personas señalan y elogian la importancia de agradecer, la exigen más de los demás que de sí mismos. ¿La razón?: es más fácil mostrarnos como soberbios acreedores de gratitud que aceptar la vergüenza de que a más de uno le debemos.

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El agradecimiento comparte la lógica de las relaciones amorosas: las más tristes son las no correspondidas.

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Para ser agradecidos se requiere una actitud de permanente examen de conciencia: ¿mis logros son sólo míos?, ¿mis éxitos son fruto de mi buena fortuna?, ¿lo que tengo es únicamente el resultado de mis esfuerzos? El agradecido sabe que, de no hacer este discernimiento, fácilmente caerá en el autoengaño o en la justificación narcisista.

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Los epitafios son, para algunas personas, la postrera oportunidad de reconocer lo que en la vida del difunto no se hizo.

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Se necesita cierta fidelidad en los afectos para ser agradecidos: sin esa tenacidad del corazón todos los vínculos humanos estarían condenados a la intrascendencia del olvido.

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Las personas agradecidas tensan hilos, tejen relaciones, mantienen firme la urdimbre. Los desagradecidos, en cambio, desmadejan, debilitan, desanudan los vínculos creados. Así que, en las relaciones humanas, unos prefieren la aguja y el dedal y, otros, las tijeras.

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El padre que invita al hijo a “dar las gracias”, cuando recibe una atención o un alimento, en el fondo le está enseñando otra cosa: el agradecimiento es el trueque con que se hacen las transacciones en el mundo de los dones.

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Desagradecido: avaro moral sin pasado ni futuro. Cicatero anclado en el presente.

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El agradecimiento es una virtud porque supone crianza y voluntad. Aprendemos a ser gratos y cultivamos la gratitud. En ambas situaciones hay un intencionado deseo para que la indiferencia de la naturaleza obedezca a las demandas de la socialización.

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La ingratitud es un tipo de amnesia en la que el paciente recupera súbitamente la memoria cuando vuelve a tener una apremiante necesidad.

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Resulta imposible ser agradecidos si antes no se tiene un notorio reconocimiento por otra persona. La gratitud es una manifestación perdurable de la dignidad ajena.

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Los desagradecidos tienen un desnivel en la balanza de sus sentimientos: pesa más lo que reciben que lo que dan.

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Los cortos mensajes de las dedicatorias en los libros son conjuros mágicos de gratitud para salvar el nombre de una persona del corrosivo olvido.

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La mano blanda del suplicante desagradecido se torna en duro puño cuando tiene que hacer retribuciones.

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El corazón agradecido guarda rostros y no caras; usa nombres propios y no apelativos comunes.  La gratitud es siempre singular.

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Los exvotos son muestras tangibles de cómo los mortales agradecen los favores de sus divinidades. Estas pequeñas ofrendas, además, son la evidencia de que los seres trascendentes retribuyen el cumplimiento de las promesas con milagros.

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El principal enemigo del agradecimiento es la vanagloria y la soberbia. Es decir, los vicios propios de la altivez y del individualismo exaltado.

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En la casa del desagradecido hay muchas puertas y ninguna ventana. Demasiadas “entradas” y ninguna “salida”. En el fondo, es la arquitectura de un alma presa en un laberinto.

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El reconocimiento a alguien, especialmente en público, es el modo como la gratitud se multiplica. Los logros personales se acrecientan cuando son compartidos.

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El desagradecido por más que dice no usar a las personas, las desecha apenas logra sus propósitos. Además de utilitarista tiene la excusa de la mala memoria.

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A veces recibimos tanto de alguien que, por descuido, empezamos a creer que lo suyo es una obligación. Así nos volvemos demandantes con aquellos que en verdad nos aman y acostumbramos nuestro corazón a tomar mucho y ofrecer poco.

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Nunca acabaremos de agradecer a nuestros padres el regalo de la vida. Si es que consideramos nuestra existencia un bien y no una desgracia.

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Los agradecidos son sedentarios en los afectos; los desagradecidos, nómadas del corazón.

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Algunas personas son incapaces de agradecer porque sienten que reciben menos de lo que merecen. Para ellas, el mundo y los demás siempre están en deuda permanente.

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Dos fuerzas motivan el nacimiento de las religiones: el miedo y el agradecimiento. En un caso, para protegerse de lo desconocido; en el otro, para retribuir lo dado. De allí nacen, entonces, la oración o el sacrificio.

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Mientras que los favores se miden en minutos o días, el agradecimiento se cuenta en meses o años. La inmediatez de los beneficios riñe con la lentitud de las retribuciones.

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Los envidiosos están impedidos para agradecer: ven rivales donde hay hermanos; sienten celos al recibir amor; mutan ayudas en resentimiento. La envidia es el envés moral de la gratitud.

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Hay muchas formas de agradecer: unas palabras, una visita, un diálogo, un regalo. A veces musitando una oración; otras, rememorando un hecho; las más de las veces, entregando nuestro tiempo. Se puede agradecer con un gesto de respeto, con la prolongación de un ideal, con una obra o un monumento. Pero la manera más importante de agradecer es mantener una actitud de cuidado hacia la vida y de reconocimiento hacia los demás.

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Los desagradecidos andan tan obsesionados por alcanzar los frutos del árbol de sus intereses que ignoran las raíces que le sirven de soporte.

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Los regalos, en general, son símbolos de gratitud. El nivel de asombro y la alegría que producen dice qué tanto se acertó en el tipo y la calidad del agradecimiento.

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Las dedicatorias en las tesis de grado son las licencias que tiene el corazón para manifestarse sin temor en los discursos académicos.

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Ciertos individuos fingen la amistad con alguien mientras logran sus propósitos. Una vez adquieren lo que buscan, se alejan para evitar así el compromiso del agradecimiento.

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Cuando un colega de trabajo o un académico dice que “no le dieron los créditos” pone en evidencia una cuestión moral: el reconocimiento tiene profundos lazos éticos con la equidad.

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Es común en épocas del dinero fácil que ciertos favores encadenen al beneficiario. En estos casos, el agradecimiento se vuelve un compromiso temeroso e ineludible: hay beneficios envenenados.

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Caín no soportó que el fuego de la ofrenda de Abel subiera más alto que el de su sacrificio. Ese es el problema de los desagradecidos: anhelan el humo de los beneficios ajenos, pero poco observan lo que ofrecen como oblación.

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Consejo de sabiduría popular: ayuda al que puedas sin esperar retribución y, si recibes alguna vez muestras de agradecimiento, tómalas como un hallazgo fortuito o alguna compensación divina.

Sobre el diálogo

24 viernes Jun 2022

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Pintura de Louis Charles Moeller.

Hay algo de búsqueda nutritiva al participar en un diálogo; así como se comparte el pan cotidiano, de igual manera departimos el manjar de la palabra.

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Diálogo: desplazamiento del yo que habla al tú que me interesa escuchar.

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El diálogo es un intento de armonizar diversas voces –a veces de tesituras opuestas– para descubrir las bondades intelectuales de la polifonía.

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Como toda agua, el diálogo necesita un buen cauce de atención para poder discurrir. Los diálogos que no fluyen son monólogos en grupo.

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En el diálogo hay altibajos, cambios de intensidad, con momentos tranquilos o abiertamente tensos. Sin embargo, aunque todos procuran mantenerlo continuo y lleno de viveza, siempre está la amenaza de que caiga en un punto muerto. De allí que los participantes en un diálogo oscilen entre reavivarlo con sus oportunas intervenciones o dejarlo extinguir poco a poco con sus silencios.

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Los dialogantes consumados son herederos de Penélope. Saben que su labor principal es mantener en vilo el tejido que van tramando las palabras.

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¿Quién tiene mayor dificultad para dialogar? Aquel que desde el comienzo ya sabe el final de la conversación. Si no se acepta cierta incertidumbre o deriva al dialogar, es inútil o imposible establecer una plática fecunda.

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La consistencia del diálogo es líquida: se puede abrir, interrumpir o cerrar. Si se congela deja de fluir; si es demasiado gaseoso pierde el interés. Por ser líquido el diálogo necesita circular de manera incesante; si se estanca, emanan de sus aguas los hedores del aburrimiento.

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Si se quiere saber cómo dialogar certeramente basta captar en la rueda de palabras que gira el intersticio por el cual sea posible introducir el hilo de la propia voz, pero sin frenar su movimiento. No es tanto cuestión de velocidad, como de escucha oportuna.

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Cuando decimos que un diálogo fue fructífero es porque cada participante actuó como cultivador de tal encuentro. Contribuir a un buen diálogo es comportarse como animoso sembrador de palabras.

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Esta es la paradoja del diálogo en las relaciones interpersonales: sirve de medio para resolver los conflictos, y es el detonante de querellas inesperadas. La explicación de tal contradicción resulta evidente: dialogamos con las razones que dominamos, pero también con las pasiones que nos gobiernan.

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Se dice que hay diálogos profundos, como también diálogos de altura. Es decir, mediante la conversación podemos sondear o escalar los límites de la geografía de las ideas.

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Desde la escuela peripatética de la antigua Grecia se sabe que existe una relación fecunda entre caminar y dialogar. En consecuencia: para despertar las ideas en nuestra cabeza lo mejor es salir a mover los pies.

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Lógica contradictoria de la comunicación entre enamorados: a veces dialogan para no pelear y, en otras ocasiones, pelean por haber dialogado.

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El diálogo tiene matices. Desde el coloquio familiar hasta la cháchara vana y sin fundamentos. Puede tomar la forma de la tertulia para compartir opiniones y creencias o asumir la estructura del debate para defender argumentos opuestos. Es charla informal en la vida privada o foro reglado cuando se vuelve pública. Todos estos matices nos advierten que sin el diálogo estaríamos condenados al soliloquio ensimismado o expuestos sin remedio a la orfandad de los demás.

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¿Por qué es tan difícil dialogar con quien piensa diferente a nosotros? Sencillo: porque para hacerlo necesitamos previamente aceptar que la contraparte puede tener razón. Y esta condición es muy difícil reconocerla, debido a que pone en entredicho las convicciones o las certezas que nos dan seguridad. Si se quiere dialogar con quien piensa distinto a nosotros es fundamental renunciar a las verdades absolutas.

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Aunque tengamos un propósito al dialogar con una o varias personas, nunca sabremos al inicio el resultado de tal encuentro. En esta perspectiva, el diálogo se parece más al descubrimiento de piedras preciosas que a la extracción de agua de un pozo.

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El café o el vino son excelentes cómplices para el diálogo.  La clave está en que tanto las dos bebidas como la conversación piden ser degustadas sorbo a sorbo, palabra por palabra. El diálogo es un líquido estimulante que se saborea poco a poco.

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En los diálogos platónicos Sócrates llega al mejor argumento no solo porque escucha con gran atención lo que afirman sus contertulios, sino por el tipo de preguntas que les hace.

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Platón más que filósofo fue un perspicaz autor de teatro: sus diálogos, como método de enseñanza, concebían al aprendiz no como un silencioso discípulo sedente, sino como un actor de diferentes obras dramáticas sobre el conocimiento.

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Fanático: persona intolerante con la que es muy difícil dialogar porque sabe de antemano todas las respuestas. Sectario: un fanático que, además de estar exacerbado, es intransigente.

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Los dialoguistas más comprometidos son los que pasan, etimológicamente hablando, del “inter” al “intra”. Es decir, no sólo tienden puentes con sus intervenciones, sino que se adentran en lo que dicen los demás.

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El ritmo del diálogo es por alternabilidad: primero un turno, luego el otro. El compás depende del interés o desinterés de los participantes.

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Es innegable que cada persona tiene una perspectiva para mirar las cosas. Pero, cuando se desea participar en un diálogo genuino, lo esencial es poder cambiar ese punto de vista. Quien varía su perspectiva logra mayor profundidad.

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La guerra le gritó al diálogo, “¡Vete!; la paz le pidió: “¡Quédate!”. El diálogo miró a las dos partes mientras hacía una pregunta: “¿Y si mi aceptan como peregrino?”

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El ambiente más propicio para que crezca saludable el diálogo no es la suficiencia en un tema, sino la confianza. Más la familiaridad que la erudición.

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La tensión del participante en un diálogo oscila entre hablar o quedarse callado. Excederse en cualquiera de los extremos es romper los hilos de la conversación.

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¿Qué es lo más delicado –o lo más temerario– de hacer en un animado diálogo? Interrumpir.

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Los silencios en los diálogos íntimos los suplen los besos, las manos, los abrazos. La muda piel enamorada habla y responde con caricias.

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Las reuniones de trabajo son la perversión del diálogo. En lugar de ser la búsqueda colectiva para tomar una decisión o solucionar un problema, son la forma simulada de llamar a la obediencia.

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Si no fuera por la sal de las anécdotas y la pimienta de las murmuraciones, los diálogos informales caerían en el sinsabor del hastío.

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Hay diálogos que van apagándose al igual que una vela y otros que aumentan su incendio con la fuerza de una hoguera. Todo depende de cómo sople el vaivén de la palabra.

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En tanto el diálogo es una obra polifónica, cada interlocutor aporta a esa construcción colectiva. Sirve el entusiasta que lidera, el insistente en un punto de vista, al igual que el conciliador que ve relaciones entre opiniones contrarias o el bromista que ayuda a distender la reunión. Contribuyen los grandes conocedores del tema y también los que, atentos, siguen la conversación en silencio.

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Los diálogos de paz son una esperanza para las víctimas del conflicto y una debilidad para los guerreristas indolentes. Los primeros saben que cediendo un poco se logran los acuerdos; los segundos, que exigiendo mucho se conquista la victoria.

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Los políticos sagaces usan la palabra diálogo con sus contradictores así como los ratones juegan con sus víctimas antes de devorarlos.

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Esta es la verdad del diálogo entre padres e hijos. Los primeros esperan que sus enseñanzas sean lecciones para el mañana; los segundos, entienden aquellos consejos como lecciones hacia el pasado.

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Le preguntaron a Eva –como resultado de sus charlas con la serpiente– sobre la importancia del diálogo, y ella contestó con alborozo que era el medio para acceder a lo prohibido. Le hicieron la misma pregunta a Adán: “es la causa por la cual se pierde el paraíso de lo conocido”, dijo nostálgico.

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Ciertas personas se mueren por dialogar con alguien y, apenas logran su cometido, se sienten profundamente decepcionadas. Otras, en cambio, a pesar de no estar interesadas especialmente en una persona, una vez que hablan con ella, terminan fascinados. El diálogo tiene algo impredecible, sorpresivo, azaroso. Revela y oculta a la vez; genera atracciones y provoca rechazos.

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Los culpables imploran dialogar para resarcir su falta; los ofendidos se niegan a hacerlo porque los enmudece el rencor.

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Buena parte de los diálogos cotidianos con los amigos van acordes al ciclo de la vida: de niños, sobre pilatunas y aventuras; cuando jóvenes, sobre amores y proyectos; en la edad adulta, sobre negocios y posesiones; entrados en la vejez, sobre dolencias y fármacos.

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Dialogar consigo mismo es un modo sencillo de hacer filosofía o una manera íntima de orar. Sea como fuere, para hacerlo con profundidad, es indispensable aprender a disociar la conciencia.

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El diálogo sincero con lo trascendente siempre es en silencio. Tanto en las preguntas como en las respuestas.

Sobre la paciencia

21 lunes Mar 2022

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Ilustración de Scott McKowen.

Extraña condición tiene la paciencia: es una virtud pasiva y, al mismo tiempo, una fuerza interior sin igual.

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San Cipriano en su Tratado de las obras de la paciencia decía que para que esta virtud fuera robusta necesitaba echar “hondas raíces en el corazón”; es decir, que la fuerza del árbol de la paciencia no está en el tronco visible, sino en las ramificaciones escondidas del subsuelo de nuestra interioridad.

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La paciencia navega a mar abierto sin carta de orientación definida. Sin embargo, en medio de esa travesía en la oscuridad titila la estrella de la esperanza.

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Es de todos sabido que la paciencia es una virtud difícil de adquirir. ¿Por qué? Porque nos obliga a estar a merced del tiempo. Nuestra voluntad cesa su accionar para que emerjan las fuerzas de lo gratuito o trascendente. La paciencia nos obliga a descubrir las potencialidades de la impasibilidad. ¡Y qué difícil es permanecer impasibles cuando sufrimos o nos corroen la angustia y la desesperanza!

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“Somos vasos quebradizos”, afirmó Tertuliano en su Tratado de la paciencia. Por esta razón, necesitamos de la paciencia para –si caemos– tener la esperanza de que podremos recuperar el ser a partir de nuestros mismos pedazos.

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El hombre paciente escribe en un papel de incertidumbre. Sus letras se afirman en la misma medida que van borrándose.

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“La fragilidad de nuestro cuerpo hay que enfrentarla con la fuerza de la paciencia”, este es un consejo de san Cipriano. Pensándolo bien, es la enfermedad o las tribulaciones del espíritu las que en verdad hacen brotar la necesidad de la paciencia. Como quien dice, de la conciencia de nuestra debilidad brota el contrapeso de esta fuerza.

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Un paciente, según la etimología, sufre, aguanta; no tiene dominio ni control sobre lo que le sucede. Aunque es posible una alternativa: ser paciente: ponerse en actitud de espera. Confiar en que otro decida por él. Bien parece que la paciencia es una virtud que nos permite pasar del gobierno del yo a la emergencia del otro.

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San Cipriano escribió que la paciencia “fortifica sólidamente la fe”. En otras palabras, que la paciencia es el cimiento de lo trascendente. Piadosa manera de decir que la paciencia teje un puente con aquellas dimensiones que no podemos demostrar o que entran en la zona del misterio.

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A veces resulta más fácil ver los variados rostros de la impaciencia que la cara diáfana de la paciencia. Esto es así porque nos es más rápido reconocer los vicios que entreverar las virtudes. No obstante, como escribió Tertuliano, a partir de los opuestos podemos ver más claro “lo que debe evitarse”.

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Se requiere un temple especial cuando buscamos la paciencia: ni tan resignados para permanecer en el conformismo, ni tan vehementes como para privarnos de la pausada serenidad.

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Tertuliano creía que la impaciencia era una fiebre, y que la única manera de curar tal calor en el cuerpo consistía en “hablar de ella”. Quizá escribir sobre la paciencia sea un ejercicio de autocuidado mediante el cual usamos las palabras como socorro y recuperamos la buena salud de nuestro espíritu.

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Así como los trozos de piedra o las cuchillas del trillo –ese instrumento agrícola que los romanos antiguos llamaban tribulum– separa el grano de la paja, de igual modo la paciencia decanta lo que depende de nosotros de aquello sobre lo cual no tenemos ningún dominio.

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La aseveración de san Agustín en su libro sobre La paciencia merece analizarse: “Los impacientes, cuando no quieren padecer cosas malas, no consiguen escapar de ellas, sino sufrir males mayores”. Así que, como la presa en la telaraña, los impacientes aumentan su desespero cada vez que reniegan de sus males. Tal vez la paciencia consista en aceptar que padecemos alguna dolencia y, así, liberarnos un poco de los hilos que atenazan nuestro cuerpo.

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Son muchas las personas que atan su paciencia a una fe o a un ser superior: A lo mejor este modo de proceder corresponda a una convicción más honda: la de aceptar la efímera finitud porque se cree en la eternidad de lo infinito.

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La paciencia es una de las maneras como el espíritu madura. El tiempo es su estímulo y el medio más idóneo para lograrlo.

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Si bien la paciencia lucha contra la impaciencia, debe enfrentar también a la tristeza y la pereza. Estas enemigas son muy poderosas porque desmoronan el ánimo; dejan el cuerpo sin fuerza interior. No sobra recordarlo: detrás de la ira del impaciente se esconden la angustia y la melancolía.

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¿Por qué la paciencia es “compañera de la sabiduría?”, tal como creía san Agustín. Respuesta: porque la sabiduría se consigue poco a poco, día a día, paso a paso. La paciencia, en consecuencia, no es un conocimiento inmediato, sino un proceso lento y continuado de nuestra experiencia.

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Si las legiones de la ansiedad nos intimidan con las preocupaciones, si los demonios del insomnio nos lancetean hasta quitarnos el descanso, si los arqueros de la melancolía nos hieren con sus flechas, si una larga enfermedad mina de tristeza nuestra esperanza… Si es que nuestra alma padece tal estado de batalla interior, la única defensa posible es armarnos de paciencia.

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Raimundo Lulio en Los proverbios escribió que “la paciencia comenzaba con lágrimas y, al final reía”. Es cierto: aceptar el dolor o la impotencia nos quiebra de entrada el espíritu, pero, pasada esa prueba, lo que sigue es el beneplácito de la tranquilidad. Algo semejante había dicho el poeta Saadi Shirazi que luego se convirtió en una verdad del pueblo persa: “la paciencia es un árbol de raíces amargas, pero de frutos muy dulces”.

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Los campesinos saben y viven en carne propia la paciencia, no tanto como una virtud, sino como parte de sus haberes cotidianos. La naturaleza ha sido su mejor maestra: “lo que madura pronto, se pudre temprano”.

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La paciencia supone una fuerza especial si es que se desea conquistar la ecuanimidad y la paz interior. Dicha fuerza implica someter las pasiones de la ira y el orgullo y, especialmente, mantener a toda costa la alegría. Las personas pacientes saben que los enemigos más difíciles de vencer no están afuera, sino dentro de nosotros. 

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Job es el prototipo del hombre paciente porque pone su mirada no en el pasado del dolor, sino en el futuro de la esperanza.

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Los hombres de acción tienden a ser más impacientes que los pusilánimes. Estas personas libran una doble batalla: la propia del desasosiego y esa otra, tan difícil de aceptar, la de renunciar o postergar sus proyectos más queridos.

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El poeta Giacomo Leopardi sabía que la paciencia no comporta ningún tipo de heroísmo, salvo los honores –reconocidos a solas y en silencio– de haber vencido nuestras aprensiones y conservar imperturbable el alma.

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La paciencia es el recurso del pobre para contrarrestar sus múltiples necesidades. Y así como la abundante riqueza trae consigo el imperioso desespero, el exceso de carencias lleva a fortalecer el aguante con dignidad.

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La paciencia nunca es una conquista definitiva. Es común flaquear, perder los estribos o caer en la desesperanza. Por eso hay que ejercitarla con demostraciones de entereza y testimonios frecuentes de tolerancia. La virtud de la paciencia siempre está a prueba.

Sobre las mariposas

02 domingo Feb 2020

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Christian Schloe

Ilustración de Christian Schloe.

La mariposa vuela a tientas, dando saltos o retrocediendo en imprevistos zigzags: con este movimiento, que no es en línea recta, busca alargar la brevedad de su vida.

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Los vistosos colores de las mariposas dependen de la luz: su belleza necesita de un otro: proviene de los bondadosos ojos del sol.

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Este es el consejo esencial de la mariposa: si quieres ser plenamente libre debes resguardarte un tiempo dentro de ti mismo. Las alas nacen después de un voluntario y silencioso encierro.

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La mariposa liba el néctar de las flores. Su búsqueda de miel entre variados y coloridos jardines le contagia su amor por el arco iris.

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Toda mariposa es, si se piensa bien, un símbolo de resurrección. A veces una enfermedad o una experiencia profundamente dolorosa son la crisálida para lograr renacer. Hay que pasar por esas sepulturas momentáneas para adquirir otra consistencia renovada.

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Los coleccionistas de mariposas dejan entrever una paradoja: cuando el hombre quiere retener la belleza, solo puede atraparla matándola con un alfiler.

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Mariposa: breve flor con alas divagando en pos de la eternidad.

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La mariposa conoce bien el secreto de una auténtica aventura: abandonarse al viaje siguiendo la corriente intempestiva de los vientos.

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Las mariposas son jardines móviles, flores iridiscentes con alas.

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Las mariposas aprendieron que la travesía de la vida no va en camino recto, sino en cortos desvíos con altibajos permanentes.

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La cesta de los entomólogos se parece al destino de los poetas: querer capturar la vida con rudimentarias palabras, y teniendo el suficiente tacto para no ir a estropear su frágil belleza.

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Algunas mariposas se ocultan poniendo varios ojos atrás de sus coloridas alas. La naturaleza da lecciones estupendas: si queremos conservar el esplendor de las experiencias más hermosas de la vida, siempre deberemos ocultarlas a los depredadores de lo íntimo y secreto.

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—Tus encantos, mi flor, me hacen perder las alas.

—Y los tuyos, mariposa, agotan la miel de mis entrañas.

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La lengua de las mariposas es larguísima. Esto es así porque los goces más exquisitos no están en la superficie, sino en el fondo de las cosas. La miel se esconde de los espíritus triviales.

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Las polillas son las suicidas del mundo de las mariposas. Pero son suicidas románticas: se matan abrazando aquello mismo que las seduce.

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Los niños persiguen las mariposas y las aves: desde la infancia el hombre anda en pos de lo que se le escapa. Nacimos con brazos muy cortos para atrapar la eternidad.

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Muchas mariposas poseen la facultad de mimetizarse. Es comprensible: siempre hay salvajes que no aprecian la vida con la placentera lentitud de los ojos, sino con las urgencias del estómago.

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Si el gusano supiera que será mariposa, aceptaría gustoso su arrastrada condición. Así sucede con los espíritus ansiosos e impulsivos que, por su impaciencia, no permiten que las alas renazcan, poco a poco, de las espinas.

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Las mariposas debieron originarse en los sueños del día de descanso del bíblico creador. Sólo así puede entenderse que lo leve y lo frágil cobraran vida con tan variado color. Las mariposas son el invento móvil de la suprema quietud.

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Las mariposas, observadas por las aves de alto vuelo, son como niños torpes aprendiendo a caminar.

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Las alas abiertas de las mariposas se asemejan a las hojas de un libro abierto. Unas se abren para viajar en el aire; otras, para dejar volar la imaginación.

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Los que coleccionan mariposas son, en realidad, guardianes de los misterios de la finitud. Hay colores que son inmunes a la corrupción del tiempo.

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Afirman unos, cuentan otros, que las mariposas hacían parte del jardín privado de Dios. Pero que por su soberbia, nacida de su excepcional belleza, fueron lanzadas desde el cielo a la humilde tierra. Y que por eso las vemos revoloteando en los jardines, como si recordaran o sintieran nostalgia de su antigua patria celeste.

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Las mariposas cuando vuelan hacen como si aplaudieran con sus alas. La razón es comprensible: cada nuevo segundo es para ellas un evento de celebración en su corta existencia.

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En la cultura japonesa, dos mariposas revoloteando, una alrededor de la otra, significan la felicidad conyugal. La lección, como todo simbolismo es indirecta: la plenitud del amor de pareja está en no dejar de danzar alrededor del otro ser, pero manteniendo la suficiente levedad para no entorpecer su propio vuelo.

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Las pasiones en los seres humanos están gobernadas por el “efecto mariposa”. Un gesto extemporáneo, una palabra mal empleada, un olvido casual, un silencio inoportuno, traen consigo eventos impredecibles. Las cosas más banales, los “ínfimos detalles”, pueden desencadenar consecuencias descomunales.

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“Almas volantes” llamaban los antiguos a las mariposas. Razón tenían: no sólo porque el hálito de la vida es alado, sino porque la esencia del espíritu pertenece al viento.

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Dante sabía que los seres humanos somos larvas destinadas a transformarnos en mariposas. De allí que en la geografía escatológica cristiana sea indispensable pasar un tiempo encerrado en una isla. Todo purgatorio tiene forma de crisálida.

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La oruga de la mariposa enfrenta su final con estoicismo: colgada de un gancho comienza a fabricar con hilos de seda su sudario hasta quedar convertida en una rígida momia. Así suspendida, disfruta en silencio el sueño de otra vida regida por el vaivén del viento.

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Es sabida la relación simbiótica entre las mariposas y las hormigas. Esa alianza tiene una razón de fondo: la belleza siempre ha necesitado del apoyo del trabajo continuo.

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Quien anhela alcanzar la belleza de la mariposa contenida en sus alas, descubre al tocarla que es polvo nada más. Igual pasa con las bellas ilusiones que, así de pronto, se deshacen incoloras entre nuestras manos.

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¿Qué es una mariposa? Una paleta microscópica de colores con que la luz pinta sus deslumbrantes y llamativos lienzos.

Sobre los abrazos

27 sábado Oct 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Margarita Sikorskaia

Pintura de Margarita Sikorskaia.

Al abrazar juntamos los pechos, pero, especialmente, estrechamos los corazones.

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El niño que levanta los brazos buscando a su madre es un signo de hambre afectiva. Los abrazos, a cierta edad, son como otra leche nutricia.

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A pesar de que el abrazo es un salir de sí hacia otro, también es un acto de apertura del propio ser. No se puede abrazar a alguien si no dejamos espacio en nuestro pecho.

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En ciertos vados de tristeza o de hondo sufrimiento esperamos con ansias los abrazos de determinadas personas. El dolor es selectivo para sus sanaciones.

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Los abrazos hablan en silencio. Es un lenguaje mudo, como son las expresiones primarias de nuestra esencia. Abrazar es el primer signo de la tribu.

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De todos los abrazos, hay unos que nos sorprenden por ser inesperados. La gratuidad usa el abrazo para hacer sus apariciones.

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Los amantes en la intimidad buscan los labios para acentuar su unión y los abrazos para posponer las separaciones.

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El abrazo del padre al hijo pródigo es más el gesto del amor compasivo que del perdón esperado.

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Los reencuentros rubrican su júbilo con abrazos. Así debe ser: cuando el azar nos toca exige gestos y no palabras.

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¿Cómo sabemos si alguien en verdad nos perdona? Al sentir en su abrazo la resonancia sincera del olvido.

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Abrazo: rodeo que hace el cariño para llegar al corazón ajeno.

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Extraña forma la de proceder de los abrazos: ofrecen curación, si ser medicamentos; impulsan el espíritu, sin ser una fuerza física. Son lazos afectivos permanentes hechos de estrujamientos discontinuos.

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Los abrazos apasionados buscar exacerbar el deseo, pero, si ahondan más allá, acaban por despertar la ternura.

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Hermoso sería que en el prometido Paraíso estuvieran los seres que hemos amado y nos recibieran con sus abrazos como un gesto de bienvenida a la eternidad.

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La gratitud usa los abrazos como un santo y seña de la recordación. Quien es agradecido mantiene siempre los brazos abiertos.

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Ron Mazellan

Ilustración de Ron Mazellan.

Ofrecemos abrazos para despedir a los que queremos y damos abrazos para recibir a los que amamos. El abrazo es el pasaporte del viajar del corazón.

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El enemigo que abrazamos deja de ser un agravio para el alma. Quien abraza renuncia a la soledad amarga del resentimiento.

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¿Por qué la reconciliación necesita refrendarse con un abrazo? Porque el perdón requiere al cuerpo como testigo.

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El sufrimiento ajeno tiene la virtud de alargarnos los brazos y ensanchar nuestro pecho. Ser compasivos es extender nuestro abrazo hasta cobijar al desvalido.

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Hay abrazos que abrasan y dejan, al igual que las ascuas, una promesa de fuego al menor contacto.

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Es probable que Judas haya sido un ser negado para el abrazo; es posible que su corazón sufriera la incapacidad de abrirse confiadamente al milagro.

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El que abraza alarga tanto o más sus brazos de acuerdo al tamaño de su necesidad.

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Hay espíritus pusilánimes para abrazar porque temen a la censura o al ridículo. Olvidan que el abrazo está regulado por las incontrolables fuerzas de la emoción y no por la previsible etiqueta de las costumbres.

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La primera puerta abierta de la hospitalidad es el abrazo.

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En la proxémica de los afectos dar la mano es convertir al extraño en conocido; abrazar, transformar el conocido en alguien íntimo. Así debe ser: saludamos por cortesía, pero abrazamos por convicción.

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Los amantes desnudos fundidos en un abrazo simbolizan la fantasía mayor del clímax amoroso: abarcar desde adentro la fuga del alma.

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En la intemperie de la desdicha o en las borrascas de la adversidad, no hay mejor protección que cubrirse de abrazos.

*

La madre es la primera maestra del abrazo. Los osos de peluche son los tutores silenciosos en esta escuela protectora del cariño.

*

Las verdaderas condolencias en un sepelio se dan en silencio. El genuino pésame consiste en un abrazo.

*

Los largos y efusivos abrazos entre familiares después de una larga ausencia muestran que los lazos de la sangre se avivan más cuando se interrumpe su fluir cotidiano. La probable pérdida estrecha los vínculos.

*

Morir en los brazos de un ser que amamos y nos ama parece ser el mejor puente hacia lo desconocido. Aunque, a veces, esos mismos abrazos sean los causantes de las más largas agonías.

Sobre la mentira

11 domingo Feb 2018

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Ilustración de Angel Boligán Corbo

Ilustración de Ángel Boligán Corbo.

Una mentira trae consigo, para justificarse, otra mentira, y así sucesivamente. El precio de mentir es continuar haciéndolo en una cadena interminable. Castigo de Sísifo que arrastra una roca cada vez más grande.

*

Determinadas circunstancias nos llevan a mentir; otras, a practicar un tipo de disimulo. En el mundo de las relaciones humanas, cada rostro es un sinfín de máscaras.

*

El embuste de los niños se origina, en gran parte, por el miedo; el de los adultos, proviene del cálculo. En el primer caso, tememos al castigo; en el segundo, nos solazamos con la premeditación.

*

El poderoso tiene que lidiar continuamente con dos emisarias de la mentira: la calumnia y la adulación. Tanto una como otra son malas consejeras para la toma de decisiones.

*

Mentir es fácil; lo difícil es mantener exacta y sin contradicciones la mentira. El talón de Aquiles del embustero es el tiempo.

*

¿Por qué necesitamos mentir a los seres que decimos amar? Para no hacerlos sufrir, contestan algunos. Pero, tarde que temprano, cuando la verdad aparezca, veremos en ellos aparecer sus lágrimas. Mentir es, en esencia, prorrogar el dolor.

*

La mentira siempre es ocultación: de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que anhelamos ser.

*

“La falsedad nos enreda en todos los errores”, afirmaba San Agustín. En el fondo, el mentiroso lo que busca es enredarnos; hacer que la verdad se pierda en los laberintos de la duda.

*

De tanto mentir vamos construyendo una máscara que termina por empotrarse en nuestro rostro. El simulacro se convierte en nuestra verdad.

*

Siempre se ha dicho que la mentira debilita a la verdad; yo diría que es más bien un corrosivo para la confianza.

*

La mentira necesita del rumor para fortalecerse; el rumor de la mentira para parecer interesante.

*

Es reprochable el hábito de andar mintiéndole a los demás; pero lo que resulta imperdonable es mentirnos a nosotros mismos. El autoengaño es la peor de las mentiras porque va creando, lentamente, una falsa conciencia de lo que en verdad somos.

*

El engaño es la escenografía preparada por la mentira. El teatro de falsedades requiere de un decorado seductor.

*

Aunque resulte paradójico, hay vidas humanas en las que lo único cierto han sido sus mentiras.

*

La verdad corta como los cuchillos afilados; la mentira, como las espinas de las rosas. La primera nos duele en el cuerpo; la segunda, hiere profundamente el corazón.

*

Es indudable que la cobardía lleva a que proliferen las mentiras. Si no hay valentía en nuestro carácter seremos incapaces para reconocer nuestras fallas y huidizos para alcanzar nuestros deseos.

*

Ironía: melancolía risueña que siente la verdad por la mentira.

*

Ciertos mentiras se inventan para, según se dice, no perder a quien amamos; pero, por esos mismos embustes, se termina perdiendo dicho amor.

*

Los políticos han hecho de la mentira un arma para desacreditar a sus adversarios y un recurso retórico para disfrazar sus promesas. Es decir, con ella engañan tanto a sus opositores como a sus seguidores.

*

Determinadas mentiras tienen el fin de tapar o enaltecer. A veces son maquillaje para cubrir defectos o vicios y, en otros casos, pedestales para glorias inexistentes.

*

Ciertas amantes mentirosas suponen o esperan que el secreto de sus pócimas retenga para siempre a sus amados. Eso puede durar un tiempo. Al final, Ulises es más astuto que Circe.

*

Algunas mentiras nos protegen y otras, aunque no queramos, nos exponen: difícil resulta siempre jugar a ocultar la verdad.

*

Hipocresía: disimular lo que somos y simular lo que no somos.

*

La persona mentirosa padece la maldición de Casandra: aunque pueda decir algunas verdades, jamás llegarán a ser creíbles.

*

Para ser un mentiroso hay que tener excelente memoria. No es fácil tejer y tejer telas de araña y luego acordarse de los lugares exactos donde se enlazan los nudos.

*

Hay cierta complicidad del engañado para que el mentiroso cumpla su cometido: entregar su confianza sin prevenciones o creer cabalmente sin recelos. Los brazos abiertos olvidan la suspicacia.

*

Lo difícil al descubrir una mentira no es tanto el perdón en el presente, sino la fractura de la credibilidad en el futuro.

*

Enfrentarnos a nuestras verdades demanda esfuerzo y valentía; maquinar ciertas mentiras apenas es una dejadez de nuestro carácter.

*

“No mencionar la cuerda en la casa del ahorcado”, aconseja el refrán. Sin embargo, a veces cierta sinceridad ayuda a que el condenado reconozca sus mentiras.

*

Disimulo: etiqueta de la mentira.

*

El arte finge la realidad para que, mediante ese artificio, podamos reconocer nuestras verdades más profundas.

*

Ser o parecer: ese es el dilema del mentiroso.

*

La franqueza riñe con la política, porque esta última prefiere los afeites y las lisonjas de la mentira. Los políticos lo saben: al pueblo le gusta más escuchar promesas ilusorias que explicaciones reales.

*

En la afirmación de San Agustín, de que “mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar”, lo que se subraya no es tanto el contenido de la mentira como su deliberado propósito. No la flecha envenenada, sino la elección de la diana.

*

Deberíamos aprender la lección del bufón medieval: decir las más crudas verdades como si fueran mentiras jocosas.

*

El que no acude a las mentiras y se obstina en decir siempre la verdad es tildado de loco o de profeta. Por eso, la mayoría de los hombres hacen un pacto para ocultar sus genuinas intenciones o simular sus verdaderos propósitos. Vivir con otros es, en el fondo, compartir unas formas de mentira.

*

Con la mentira pasa lo que con ciertos fármacos delicados, si nos equivocamos en la dosis podemos intoxicarnos o perder irremediablemente al paciente.

*

El que miente quiere dominar: aprovecharse de la buena fe de otro, sacar ventaja de su ingenuidad o su abandono afectivo. La mendacidad, en sentido moral, tiene lazos con la humillación.

*

Es mejor jugar con pocas cartas de la verdad para evitar blofear al barajar demasiadas mentiras.

*

Si amar es compartir secretos, y los secretos entrañan una complicidad a toda prueba; entonces, cuando amamos constreñimos nuestra voluntad para evitar la traición o la mentira. Quizá el verdadero amor sea un acto de genuina valentía: la fidelidad a la palabra empeñada.

*

Veracidad y mendacidad: estos son los dos caminos cuando entramos a relacionarnos con otros. Tal disyuntiva no es un asunto menor: en mentir o decir la verdad está la clave de los vínculos sociales.

*

 “Oler la mentira como mentira”, pedía Nietzsche. Es decir, asumir nuestros límites, entrever nuestros abismos, aceptar nuestras falencias. En síntesis: nada de autocomplacencias.

*

La mentira es leve, sale rápido de nuestra boca; la verdad es sólida y requiere de la prudencia de nuestros labios.

*

La sinceridad es una mancha difícil de borrar; la mentira, en cambio, un mugre que cae al primer remojo.

*

La obsesión por el poder trae consigo la facilidad para la calumnia, la irresponsabilidad  de envilecer a todo oponente. Las falsas imputaciones de los poderosos son la semilla del autoritarismo.

*

Allí donde haya crédulos fervientes aparecerán ladinos mentirosos. La masa propicia en su frenesí tales engendros.

*

Las redes sociales han hecho de la mentira una diversión peligrosa: cuando se junta la irresponsabilidad con la obsolescencia informativa lo más seguro es que la honra o la dignidad de las personas dependa del capricho del rumor colectivo.

*

 “El reverso de la verdad tiene cien mil caras”, escribió Montaigne. Así que no quedan sino dos alternativas frente a las personas: o apostamos por confiar en ellas o vivimos en el permanente recelo.

 

De la justicia

30 sábado Sep 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Ilustración de Ángel Boligán

Ilustración de Ángel Boligán.

Cuánto nos falta aprender y defender que la justicia es el puente entre la ética y la política. Sin esa mediación estaremos indefensos ante el capricho individual o los intereses de determinado grupo de personas.

*

La norma, que es genérica, necesita de la justicia para aplicarla a un individuo. Los jueces son, en últimas, los que dan un rostro particular a la efigie abstracta de la ley.

*

Por andar tan ocupados en la guerra hemos ido relegando el valor capital de la justicia. Nos ha importado más mantener el poder que regular la sociedad.

*

¡Hay tantas injusticias que se han hecho en nombre de la justicia! ¡Tantos justos que han terminado siendo desalmados justicieros!

*

La política busca por todos los medios quitarle la venda a la justicia. Especialmente para que ella vea las monedas puestas en uno de los platos de la balanza.

*

Ciertas personas piden justicia como si reclamaran venganza. No los mueve el Derecho, sino el resentimiento.

*

Aunque la justicia pretende ser imparcial, en el fondo necesita ser persuadida.

*

Es más fácil percibir y sentir las injusticias que hallar lo justo. Primero estuvo el crimen que la ley, primero la falta que la norma.

*

Se necesitan ciertas cualidades excepcionales para hacer cumplir imparcialmente la ley. Al salón de la justicia solo entran los superhéroes.

*

“Todos somos iguales ante la ley”, dice el soberano y poderoso; “la ley es para los de ruana”, contesta el humilde y discriminado.

*

El juez debe investirse para impartir justicia. ¿Por qué? Porque ese tipo de dictámenes, los que ponen tasa a la libertad de los hombres, tiene cierto parecido con los designios de un dios.

*

Sentencia: momento en que acaba con alegría un proceso judicial y se inicia, dolorosamente, una condena.

*

Retórica legalista: “Hay que darle a cada quien lo que le corresponde”… lo que le corresponde según las normas establecidas.

*

Ley: acuerdo entre los hombre para transgredirlo permanentemente.

*

Los abogados con sus argumentos a veces buscan aclarar y, otras, confundir al juez. Impartir justicia demanda una cuidadosa lectura de las partes. Los abogados usan los recursos persuasivos de la retórica pero al juez le compete utilizar la lógica hermenéutica.

*

Hay resultados en el deporte que no son justos; pero aun así hay que atenerse y cumplir con el reglamento.

*

El árbitro de fútbol es un ejemplo de la justicia sin papeleo. Sus veredictos son expeditos, sin abogados, a la luz del sol. Y lo más importante: son sentencias validadas al instante por un auditorio masivo a través del abucheo o el aplauso.

*

El derecho no tiene alma; la jueces, sí. Por eso la justicia es imperfecta y falible.

*

“La justicia cojea pero llega”, afirma el refrán. Como quien dice, la justicia necesita de tiempo. No debemos perder de vista que Diké, era una de las Horas: una diosa vinculada con las estaciones.

*

Juicio justo: no mirar los rostros, sopesar las acciones.

*

¿A qué conduce la injusticia? Al resentimiento. Y una sociedad resentida es proclive a la vendetta y a la ley por la propia mano.

*

Ley del talión: justicia homeopática de los primeros tiempos.

*

En abundantes casos, pedir justicia es aplacar un instinto o una pulsión. Se acude a la justicia para diferir la violencia. La palabra es más lenta que el golpe.

*

La justicia es el horizonte lejano del derecho. El ideal soñado por la ley.

*

A veces se usa o se alude a la compensación de la justicia divina, para ocultar las irregularidades o los vicios de la justicia humana.

*

A pesar de que todos pregonamos la igualdad cuando hablamos de justicia, lo cierto es que argumentamos razones particulares al momento de apelar a ella.

*

Juez: un tercero imparcial para ayudar a resolver los conflictos que, entre dos, no logran solucionar.

*

Difícil tarea la del juez: obedecer al mismo tiempo a las demandas de la ley y atender las razones morales de los implicados. Derecho y ética puestas en la balanza.

*

Las influencias y el poder económico pesan más en la balanza de la justicia que las leyes porque la verdad es alada y transparente y la ambición densa y opaca.

*

Si bien existen los códigos y se cuenta con detallados manuales de procedimiento, el juez depende de la deliberación entre las partes. La letra, aún con su poder, no es suficiente para impartir justicia. El juez confía especialmente en la agonística voz de la oralidad.

*

Nuestra época: muchas leyes y poca justicia. Tenemos más habilidades para legislar que para regular la convivencia.

*

Un país puede cumplir cabalmente con todas sus leyes y, sin embargo, estar en deuda con la justicia social. La observancia de la legalidad no suple las desigualdades sociales.

*

Reivindicar y reclamar son dos verbos que convocan a la justicia: de algo hemos sido despojados, por algo nos sentimos vulnerados. Entre el reclamo y la exigencia deambula la justicia.

*

En la alegoría de la justicia nos hemos fijado más en la balanza que en la espada. No obstante, es esta última la que infunde temor. La ley es poderosa porque puede herirnos.

*

La justicia prevé en la ley lo que en algún tiempo futuro tendrá que enjuiciar. La ley tiene la misma piel trágica del Destino.

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Dilema del juez corrupto alzando la balanza: ¿a más pesos menos pesas?

Del escuchar

16 domingo Jul 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Ilustración de Brad Holland

Ilustración de Brad Holland.

Escuchar pacientemente lo que no se oye, esa es la tarea excepcional de los dioses.

*

En algunas ocasiones no son nuestras palabras las mal entendidas, sino la escucha de malísima fidelidad de nuestros receptores.

*

Ciertas confesiones, tan íntimas y secretas, piden que la escucha sea tan silenciosa como en una “sala de conciertos”.

*

Nos falta atender con más frecuencia los señalamientos de nuestra naturaleza: por una vez que hablemos deberíamos escuchar el doble.

*

Escuchar es más difícil que hablar: demanda el esfuerzo interior de mantenernos callados.

*

“Entrarle por un oído y salirle por el otro”: la escucha en su mínima intensidad; “ser todo oídos”: el umbral superior de los buenos escuchas.

*

Lo difícil, a veces doloroso, es disponer de la paz y el silencio suficientes para escuchar nuestra voz interior. El corazón habla casi siempre en murmullos de baja frecuencia.

*

En algunas ocasiones, escuchar es más efectivo que dar un consejo.

*

Hay personas que oyen pero no escuchan. El oído capta las señales, pero es el interés genuino por el otro el que en realidad descifra los significados.

*

Escuchar a los viejos es una manera de alargarles su existencia. El que recuerda extiende su vida hacia el pasado.

*

El buen conversador es el que sabe escuchar las últimas palabras de su interlocutor para convertirlas en motivo de su nueva intervención. El secreto de conversar reside en saber cuándo estar callados.

*

Aunque el diván del psicoanalista está hecho para que descanse el paciente, lo cierto es que es un sitio para que este último escuche sus propias palabras.

*

Los escuchas críticos preguntan para acabar de entender y parafrasean para aclarar la información. El escucha crítico tiene diferentes recursos de captar lo implícito.

*

El silencio y la escucha tienen una hermandad indisoluble: el primero es tierra fértil para que la segunda coseche sus frutos.

*

El amor inicia y crece con palabras; pero hacia el final precisa de silencios para sobrevivir: “Es que tú, ya no me escuchas”.

*

Los confesionarios de las iglesias deberían están insonorizados: solo el cura puede escuchar los secretos de los pecadores y los culpables.

*

En ciertas ocasiones, tomar notas mientras habla otra persona es un signo de buena urbanidad del escucha. La escritura, en esos casos, es un tercer oído del oyente.

*

“No hay peor sordo que el que no quiere oír”; dice el refrán. Eso es cierto: hay fanatismos y obcecaciones por la ira que provocan hipoacusia severa.

*

Adulador: maquinador perverso de la falsa escucha.

*

Aunque no siempre sea así, el que desea ser escuchado pide que nuestros ojos estén en contacto con los suyos. El oído confía en que la vista perciba lo que las palabras apenas insinúan.

*

Empatía y antipatía: las dos tensiones emocionales que soportamos al escuchar a otro.

*

Los fundamentalistas religiosos de tanto oír la voz de su dios, se vuelven sordos para escuchar otras creencias diferentes.

*

El que escucha, según la etimología, monta guardia. Es un centinela del decir ajeno.

*

El grito es hijo de la ira; la escucha tiene como madre a la paciencia. El primero posee la irracionalidad de las pasiones; la segunda, la reflexiva serenidad de las virtudes.

*

La audiencia de los medios masivos de información oye poco. La novedad ensordece la escucha.

*

La arrogancia y el orgullo son los mayores obstáculos para que fluya la escucha. La primera, porque desprecia el contenido del mensaje; el segundo, porque considera indigno al mensajero.

*

“Aguzar las orejas” es tanto como sacarle punta a la atención.

*

A veces, no se requiere oír todo para comprender una confesión: el corazón escucha más cosas que lo que el entendimiento percibe.

*

El silencio activo es un gran validador de nuestra escucha. No siempre replicar es un buen indicador de que algo en verdad nos interesa.

*

Las confesiones de amor más que ser satisfechas lo que piden es ser escuchadas.

*

Buena parte de las vocaciones religiosas nacen de haber escuchado un llamado. Es el oído, entonces, el sentido más indicado para atender las demandas de lo trascendente.

*

“El que no escucha consejos no llega a viejo”, dice el refrán. Es decir: el oído atento es el verdadero elíxir de la larga vida que buscaban los alquimistas.

*

Interrumpir o no interrumpir: ese es el dilema del conversador atento. Si lo hace puede frenar la comunicación fluida; si no lo hace, el interlocutor terminará en un monólogo.

*

El chismoso oye de manera parcial y malintencionada. Lo que más le interesa es entresacar de los asuntos oídos aspectos negativos que puedan afectar al emisor del mensaje. La murmuración es la perversión de la escucha.

*

El verdadero pecado de Eva no estuvo en morder la manzana, sino en haber escuchado complacida la tentación de la serpiente.

*

Nuestros prejuicios son el ruido que no deja escuchar bien lo que dicen los demás.

De los lectores críticos

09 jueves Mar 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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Ilustración de Javier Jaén

«Afinar». Ilustración de Javier Jaén.

Los lectores críticos son hijos de Descartes: dudan. Y los mejores, dudan metódicamente.

*

Siendo fieles a la etimología, el lector crítico separa, diferencia, discrimina. Un lector crítico es un experto en el uso del colador, los filtros y los cedazos.

*

Los lectores críticos experimentados conocen que el sentido literal es la pista falsa que deja el significado después de tramar un texto.

*

Los lectores críticos exhuman sentidos implícitos, tácitos, enterrados. Algo tienen, entonces, de arqueólogos o de antropólogos forenses.

*

El lector crítico asume los textos con brío e intensidad extrema. Pregunta, hace conjeturas, busca relaciones aquí y allá. Es decir, disfruta a plenitud el hiperactivismo del significado.

*

El lector crítico debe tener, como Jano, dos caras: una para ver el texto y, otra, para entrever los contextos.

*

El lector crítico visitó al oráculo, y éste, ante la pregunta de aquél sobre cuál era la clave para desentrañar un texto, le contestó: “Profundiza… profundiza”.

*

Los lectores críticos, que conservan en su alma algo del espíritu infantil, saben que los textos siempre dejan migas de pan a lo largo de sus páginas, pero escondidas entre la hojarasca de palabras. La moraleja es obvia: leer críticamente es descubrir el camino oculto a partir de unas pocas moronas de significado.

*

Cuando un texto es llevado al tribunal de la lectura crítica, el lector pregunta como un fiscal acusador: “¿Tiene respaldo para esas aseveraciones?”, “¿no hay intereses personales que sesguen sus planteamientos?”, “¿qué tan válidos y fiables son sus testigos?”

*

El lector crítico es un paleógrafo de palimpsestos: raspa el sentido literal de la superficie de los textos para encontrar el sentido encubierto debajo de esa escritura.

*

La pericia de un lector crítico depende del grueso de los agujeros que use para cernir la información.

*

Los medios masivos de información –tan plegados hoy a los intereses económicos– hacen montajes cotidianos de la realidad. La tarea del lector crítico, en consecuencia, es recuperar aquellas escenas inéditas que fueron censuradas u omitidas por el editor. Mostrar ese “detrás de cámaras” es lo propio de la lectura crítica.

*

El lector crítico tiene mucho de eremita, porque se aparta de la opinión de la masa; y también de profeta, ya que sus anuncios riñen con la credibilidad de la mayoría.

*

El lector crítico no busca los textos para obtener algunas respuestas, sino para hacerles bastantes preguntas.

*

Una persona, cuando somete su tradición a la lectura crítica, cambia al menos su forma de pensar; si son varias, constituyen un movimiento renovador: y si son demasiadas, transforman radicalmente una sociedad.

*

¿Por qué el poder teme tanto a los lectores críticos? Porque ellos pueden propagar la clarividencia en un mundo cegado por el conformismo y la credulidad.

*

Aunque el lector crítico centra su atención en un texto, su mirada abarca otras páginas adjuntas. Los libros retomados por un lector crítico desdoblan sus hojas para enlazarse con otros textos.

*

En el mundo de la velocidad y la inmediatez poco interés suscita la lectura crítica. Este tipo de lectura, como la concebía Nietzsche, es para espíritus rumiantes.

*

El trabajo de un lector crítico es un oficio artesanal de muchísimo cuidado: separar por capas sucesivas, depurar por destilación, separar por peso y tamaño, entretejer hilillos sueltos.

*

Puede que no sean muchos los títulos académicos de un lector crítico; es posible que sus conocimientos no sean los más eruditos; pero una cosa sí debe saber bien: las leyes de la lógica.

*

El humor sigue siendo la forma más sutil de la lectura crítica. Es tan fino el escalpelo del humorismo que apenas sentimos sus heridas.

*

Lector crítico: eterno insatisfecho del sentido común.

*

Lo que la publicidad proclama como necesidad, el lector crítico lo considera un ardid de comerciante.

*

Los lectores críticos conocen que debajo de cada palabra de un escrito se proyectan las creencias del autor. En esta perspectiva, son las sombras del significado el objetivo de su develamiento.

*

“Nada está suelto”, dice el lector crítico; “todo está relacionado”, vuelve y exclama, mientras busca entre la maraña de palabras lazos de semejanza o hebras de filiación. “Todo texto es un tejido”, repite, continuando con su tarea de hilandero de significados.

*

Algunos lectores críticos infieren que para llegar a la esencia de los textos hay que bucear entre corrientes encontradas o excavar en los yacimientos subterráneos del contenido.

*

Relectura: estrategia irremplazable de los lectores críticos.

*

Lector crítico chef: el que coge grumos de información, por lo general apelmazados, los pasa por el cedazo del análisis, con el fin de eliminar impurezas y quedarse con la esencia de un mensaje.

*

Los lectores críticos tienen un ojo de águila y otro de pescado. Con el primero detectan los detalles; con el segundo, perciben el paisaje en su conjunto. Esta especial bifocalidad es la que los convierte en sagaces escudriñadores de los textos.

*

De todas las letras del abecedario de los lectores críticos, cinco son las más importantes: la S de “sospechar”; la A de “analizar”, la C de “contextualizar”, la D de “deducir” y la T de “tomar conciencia”.

Sobre el trabajo

16 jueves Feb 2017

Posted by Fernando Vásquez Rodríguez in Aforismos

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hercules-y-la-hidra-de-lerna

Segundo trabajo de Hércules. Grabado de Cornelis Cort.

Según la opinión generalizada, hay trabajos que enaltecen y otros que denigran al individuo. Sin embargo, toda persona que desempeña una labor siente que su tarea es la más importante. De ahí se colige que la dignidad de un oficio no está en la herramienta, sino en el operario.

*

Los desempleados ven como deseable los padecimientos de los que cuentan con un trabajo.

*

El salario por un trabajo es, de alguna manera, el pago que recibimos por entregar voluntariamente por un tiempo nuestra libertad.

*

La mejor forma de no sentirse un empleado es convertir el trabajo en un aliado de nuestro proyecto vital.

*

A veces olvidamos que el trabajo no siempre va a la par de nuestro placer. Quizá ese es el verdadero sentido de la maldición edénica: al perder el ocio libérrimo del paraíso comenzamos a “ganar la libertad con el sudor de la frente”.

*

Situación ideal del trabajador: que le paguen las vacaciones. Es decir, recibir un salario por estar libre.

*

Aunque se diga que los días de descanso son para reparar fuerzas; lo cierto es que esos asuetos son para el trabajador una corta forma de recuperar su libertad.

*

¿Cuál es el sueño de todo trabajador? Recibir un salario sin tener que cumplir horarios o tareas asignadas por otros. La pensión es el cielo anunciado para los peregrinos del empleo.

*

Si el trabajo fuera siempre variado y novedoso sería más aceptable y menos aburrido. Es la rutina del trabajo la que produce el hastío y agota poco a poco el espíritu.

*

Para ciertas enfermedades del alma el trabajo es un fármaco eficaz. La ocupación es un remedio antiquísimo contra las preocupaciones.

*

Trabajo independiente: labor en la que el jefe es el mismo empleado.

*

El hombre de las cavernas no sabía que al elaborar las primeras herramientas estaba también prefigurando un trabajo. El homo habilis ya es, de por sí, un homo economicus.

*

El paraíso, según el relato bíblico, era el eterno ocio. Así, que, la tentación de la manzana fue el primer incentivo laboral.

*

El elogio de “trabaja como un buey” no es una exaltación a la fuerza constante, sino a la mansedumbre silenciosa.

*

Hay mucha distancia al perder un trabajo entre ser despedido y ser echado. Por momentos quedar cesante se parece a salir súbitamente de viaje y, en otros casos, a ser expulsado como el flujo piroclástico  de un volcán.

*

El día de los trabajadores, el primero de mayo, es una conmemoración a los mártires de Chicago, que luchaban por la reivindicación de un día laboral limitado de ocho horas. Como se ve, la fiesta de los trabajadores es una celebración de la lucha de la libertad contra la esclavitud.

*

Contemplación: el alma trabajando. Contemplación mística: el trabajo de Dios.

*

Mediante el trabajo, el hombre transforma a la naturaleza; pero, al hacerlo, termina transformándose así mismo. El útil que es objeto se torna en una extensión de sus manos y de su imaginación.

*

Ciertos trabajos destinados al servicio parecen no generar ninguna riqueza. Es obvio: el altruismo es menos rentable que las profesiones para el beneficio personal.

*

La gente supone que si no hay sudor y fuerza física el trabajo es fácil o sencillo. Quizá por ello, el trabajo intelectual es percibido como un oficio de desocupados.

*

El trabajo dignifica al hombre, decía Marx. Pero al haber hoy tanto desempleo, pareciera que la sobrevivencia se impone sobre la dignidad.

*

Las pausas activas en el trabajo son las pequeñas ganancias del sector de la salud sobre el mundo de la economía.

*

Los trabajos de Hércules muestran que la tarea más importante de cada ser humano, así no tenga remuneración económica, es el trabajo sobre sí mismo. Vencer sus impulsos salvajes y sus monstruos interiores es una labor titánica que demanda una fuerza descomunal para alcanzar así la libertad de su espíritu.

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Tema: Chateau por Ignacio Ricci.

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