Del «Trocadero»

Esta revista que hice con un grupo de amigos, cuando cursaba mis estudios de literatura en la Universidad Javeriana, fue un proyecto que hoy, después de casi 30 años de haberse publicado el primer número, contenía y avizoraba muchas de las preocupaciones actuales tanto en el campo de la cultura como en el mundo literario. Por este motivo vale la pena recuperar algunos de sus textos. 

«Los dos descubrimientos»

Por Fernando Vásquez Rodríguez

Doce de octubre de 1492. Un extraño llega a un nuevo mundo (nuevo para él, viejo para sus moradores), y de inmediato se maravilla ante al exuberancia de esa naturaleza y la desnudez de sus nativos. Un extraño, que sabía de las Antípodas; que había sentido miedo del Leviatán; que había visto por las noches en su viaje bolas de fuego como cometas; que por más de una vez había tenido que subir a cubierta y gritar –a escondidas– ¡tierra!, ¡tierra!, para no dejar morir su esperanza; en fin, un extraño navegante, vio cómo salían de entre aquella maleza magnífica, gigante selva azul negruzca, verdoso amarillenta, vio cómo emergían unos rostros, unos cuerpos y unas manos que, al igual que la suyas, manifestaban en su aletear curioso el asombro que produce el descubrimiento de otra vida. Dos pares de ojos se contemplaron mutuamente: el mar a la playa, la playa al mar… Europa a América, América a Europa. Fueron dos descubrimientos los que se produjeron ese doce de octubre de 1492: el de un extraño que, soñando un paraíso, se vio de pronto envuelto en la realidad de la Utopía; y el de una india que, viviendo el paraíso, se vio de pronto envuelta en la realidad de la Conquista. Dos extrañezas juntas como espejos, dos revelaciones: la del extraño, quien comprobó que lo posible e imaginable tenía existencia y también podía reír; la de la india, quien supo que su cuerpo no era sólo lugar para la vida –confusión de aguas–, sino también una cavidad dorada, un alimento codiciable y predispuesto al robo.

II 

Desde ese momento, América entrará a formar parte de la tradición occidental, volviéndole la espalda a su sangre y sus ancestros. La coraza, el arcabuz y la bocarda fundarán a su paso la exaltación del brillo y lo novedoso, arrasando con el rudimentario colorido de la lanza, la honda y el arco. Desde ese momento, doce de octubre de 1492, América soportará la presencia del huésped violador quien, abusando de la hospitalidad de la tierra madre, le hurtará sus adornos y perfumes, maltratará sus cabellos y cohabitará desvergonzadamente con sus hijas, las hijas de la tierra. Desde ese momento, América, la joven vieja niña de piedra y tronco indios, la vieja niña joven vestida de pirámides, verá cómo van muriendo sus encantos para dar paso al vientre henchido y la sangraza; desde ahora ella será la “chingada”, la “perra”, la marchita. Desde ese momento, América buscará afanosamente al padre de sus hijos, un padre que no huya y que garantice la especie; un padre, una certeza histórica. Pero cansada de buscar y no encontrar, América optará por recibir a cualquier extraño, a cualquier aparecido… La violada se prostituye. Desde ese momento, doce de octubre de 1492, América será una mujer triste, con nostalgias, añoranzas y, quizá, rencores. América, la hija desheredada por un padre que nunca le fue propio, la esposa abandonada por una amante desconocido; la ramera ansiosa de dinero pero avergonzada por tener que cobrar sus servicios nocturnos. Desde ese momento, América será una ingenua que, creyendo en el progreso y la civilización ajenos, bajará la cabeza sintiéndose culpable de otra mancha: el subdesarrollo. Desde ese momento, doce de octubre de 1492, América entrará de lleno en el espacio huérfano de la identidad prestada, de la vergüenza, cuando no, ausencia de raíces; América, la que viste con discretos atuendos por las tardes y se engalana seductora con sedas y encajes negros por las noches.

III

Sin embargo, existieron hombres que no se acobardaron por ser hijos naturales, por ser hijos de la naturaleza; pues, para ellos, la legitimidad no era sino una de las trampas más obvias del poder. Sin embargo, existieron hombres como José Martí o José Lezama Lima que, a sabiendas de su bastardía –no de su mestizaje–, supieron enaltecer y llenar de dones a su madre, aunque a veces debían luchar primeramente con algunos de sus padrastros momentáneos. Existieron hombres que afirmaron, altivamente, que la salvación estaba en crear; hombres que dijeron que tarde o temprano el hombre natural vencería al letrado artificial, y que la batalla no era entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. Existieron hombres que afirmaron sin pudor que nuestra sangre estaba hecha de bejucos, guásimos y totumos y que no por ello era de menor consistencia que la conformada por castaños, álamos y cedros. Sin embargo, existieron hombres que pensaron en eras imaginarias, en invenciones; hombres que creyeron realmente en el milagro y en la potencia preñante de la imagen; hombres que no queriendo continuar aferrados a un sueño ajeno, se lanzaron a la aventura, al peligroso azar de los caminos; hombres que no teniendo ni cédula, ni certificación, ni árbol genealógico, hicieron de su pobreza una conciencia y de su orfandad, un destino. Sin embargo, existieron hombres capaces de decir: “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo” y, en esa persecución, descubrieron otra vez la abundancia, el misterio y la desmesura de su madre. Entonces la amaron de verdad, aunque estuviera pintorreada y semidesnuda, borracha y poco afectuosa. Sin embargo, existieron hombres que, aceptando su cabal pobreza, comprendieron la desmesura que hay en lo desconocido; hombres que escribieron y escriben para recuperar, al menos, la sangre tarquinada de los orígenes; fue entonces cuando Melquíades descubrió  los pergaminos, y los heraldos negros se situaron justo, delante de nuestros ojos. Sin embargo, existieron y existen hombres que escribieron y escriben para no olvidar, para no olvidarse; hombres que escribieron y escriben para recuperar al menos, la sangre tarquinada de los orígenes… Si una invención fue necesaria para descubrirnos, otra invención se hace necesaria para reconocernos.

IV

12 de Octubre de 1984. 492 años después, otras carabelas, otros ojos extraños, otras islas, otro grito y la misma, la idéntica tierra. América, aquí y ahora, enarbolando el humo, el viento, la palmicha y la arcilla, pisamos la húmeda tinta de Trocadero en nombre de lo imaginario, en nombre del mito que ya tiene nombre propio, Capira; la montaña guaca, el río serpiente y la ceiba flor de eternidad; Capira, la quebrada madre monte dejada atrás por causa de otra violencia, la que sólo hasta hoy podemos ver de frente, porque violencia es todo desarraigo, todo desalojo y transculturación. Violencia que no es sólo matanza, sino vergüenza de habitar en casas de inquilinato. Hoy 12 de octubre de 1984, pisamos la húmeda tinta de Trocadero con una divisa vertebral: por la crítica… ética; por la recuperación del sentido, de la verdad y la belleza, por la recuperación de una axiología latinoamericana; por la recuperación ontológica de nuestro hombre, que efectivamente sí es distinto a los demás hombres de otros territorios y otras latitudes; por la recuperación ontológica de nuestra mujer, que efectivamente sí es distinta a las demás mujeres de otros territorios y otras latitudes. Por la recuperación de lo sagrado que ansía habitar la carne, la misma carne avasallada por dogmas y credos olorosos a inquisición; por lo sagrado, que aunque digamos lo contrario, vive y pervive en lo más profundo de nuestro ser, pues somos una cultura hecha al calor de la fiesta, la fascinación por la sangre y el temor a la muerte; por lo sagrado que también abarca la piel y los órganos. Hoy, 12 de Octubre de 1984, pisamos la húmeda tinta de Trocadero porque estamos ahítos de demagogia no sólo civil sino literaria; porque, entre toda esta maraña de palabrería ansiamos abrir un lugar para el silencio, que es bien distinto del mero callarse; porque hay muchos, demasiados poemas y poca poesía; porque hay muchos poetas, demasiados poetas y poca poesía; porque hay muchos recitales y concursos, demasiados recitales y concursos y poca, poquísima poesía; pisamos la húmeda tinta de Trocadero porque consideramos que el arte no es un pretexto, una huida, un adorno o una posturas esnobista, sino un compromiso básicamente ético; porque consideramos que escribir es, en esencia, aceptación del prójimo; porque consideramos y. más que eso, reclamamos responsabilidad para todo aquello que brote de la mano del artista, pues su falsa inocencia de ahora es otra forma de asesinato. Hoy, 12 de Octubre de 1984, pisamos la húmeda tinta de Trocadero con pobreza: un plegable de tres cuerpos, hecho en una imprenta amiga, con manos y trabajo amigos, con aportes de amigos, pero ardiendo de fe, de confianza y empeño. Un plegable de tres cuerpos que inicia una era imaginaria, la era de la posibilidad infinita. Somos un ideal a largo plazo, y queremos que se tome este día, 12 de Octubre de 1984, como un símbolo prefigurativo de algo, de otra cosa que ni nosotros mismos conocemos, pero que irremediablemente presentimos.

 

11 pensamientos sobre “Del «Trocadero»”

  1. Angie Hurtado dijo:

    Respetado Fernando, ha sido muy agradable leer este texto, nos lleva a reconocer y entender de una manera más razonable y con un contexto de la realidad que como sociedad hemos vivido desde el principio, generando conciencia y una posición critica y constructiva de darle el verdadero valor a nuestras raíces.

  2. Mi estimado Fernando. Nos conocimos hace veinte años en Tunja. Yo era un púber que quería ser cura y tú un maestro que hierofanteaba por la vida. Luego fuiste a Neiva a plantearnos debates a jóvenes que buscábamos. Veinte años después, sigo volviendo a tus reflexiones, ideas y aportes. Sigo aprendiendo, amigo, hermano, maestro.

    Ahora vivo en Argentina. Termino mi maestría y curso mi doctorado. Leo y subrayo a tres colores y le pregunto muchas cosas a los autores y autoras en los márgenes. ¡Gracias!

    Un abrazo enorme,

    Nicolás

    Pd. Me gustaría retomar el diálogo contigo

  3. Patricia Martínez dijo:

    Profesor Fernando cordial salud, agradezco mucho los aportes que hallé en su obra el quehacer docente relacionado con el resumen, quisiera su orientación y sugerirme autores que hablen sobre el resumen. Quedo atenta a sus valiosos comentarios. Gracias.

  4. Marie M dijo:

    Excelente ensayo, nos hace reflexionar sobre nuestra historia y nos invita a trabajar por reconocer y reafirmar nuestra pertenencia esta maravillosa tierra. Gracias por permitirnos conocer la historia a través de tan sublimes y maravillosas palabras. Admiro mucho tu obra.

  5. Lucia Gaitan dijo:

    Wow, no hay palabras para describir este ensayo, sencillamente espectacular!

  6. Rodolfo Alberto López dijo:

    Leo, leo, releo y vuelvo a leer este ensayo tuyo y lo encuentro tan vigente, tan pertinente, tan demasiado cercano a mis búsquedas personales, a mis escritos, a mis clases, a mis reflexiones con mis hijos, a esa profunda convicción por tocar de fondo a mis estudiantes, por querer invadir con sentido y esperanza sus sueños… Si, creo que seguimos siendo amigos del alma, ya hermanos, porque creemos en la crítica ética, en la recuperación del sentido, la verdad y la belleza, en la axiológica latinoamericana, en la recuperación ontológica de nuestro hombre y de nuestra historia… Volviendo a este ensayo puedo ahora, con mayor claridad, entender porque opte por Fernando, Germán, Nata, Peni, el Griego, la literatura, la amada educación, Beatriz y los queridos libros de ayer y hoy. Gracias por reafirmar lo que soy, por poner en tus palabras mi credo y por seguir ahí.
    Un abrazo.
    Rodolfo.

    • Rodolfo, gracias por tu comentario. Tengo vivo en mi memoria ese sueño del «Trocadero». Las peripecias para lograr la publicación en el formato que deseábamos; las largas horas corrigiendo los textos y armando las «artes». La ayuda incondicional de Jairo Bernal, nuestro Decano del Medio… Nuestro encuentro con Jaime Guzmán, el impresor amigo. Y también tengo imborrable en mi mente la ocasión en que llevé la colección completa de la revista a la casa museo de Lezama Lima, en Cuba. Porque era la mejor manera de agradecer a esa calle del ícono de nuestras búsquedas literarias. Ese que nos había enseñado el poder del «potens» y de las «eras imaginarias»; ese que nos devolvió la fe de ser universales afirmando lo propio. Pero, lo más importante de todo ese sueño literario es que, en cada número, en cada nueva edición, lo que estábamos tejiendo también era los lazos irrompibles de una amistad… La nuestra.

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