Después de tantos años dedicado, con pasión y disciplina, a estudiar y tratar de formar a otros en las particularidades de la escritura, me ha parecido bien reunir en esta nueva obra una parte de esa cosecha, con el fin de compartir mis reflexiones y logros comprensivos sobre este invento extraordinario y, además, señalar pistas de enseñanza relacionadas con diversas tipologías textuales. Así que, no solo mostraré aspectos y cualidades de la escritura, sino expondré algunos de sus modos y técnicas para construirla.
El libro tiene una columna vertebral que es, al mismo tiempo, una convicción validada con el ejercicio diario de luchar con las palabras: la escritura es uno de esos saberes que no pueden dejarse de lado en cualquier nivel educativo, ni suponerse como una “habilidad” que se desarrolla de manera natural. Es una actividad superior del pensamiento que merece conocerse, investigarse y hallar la mejor manera de ponerla en las manos de todas las personas. Eso supone superar el reduccionismo de la escritura a las meras técnicas de redacción y, por el contrario, verla más como el desarrollo de habilidades cognitivas mediante las cuales podemos expresar lo que sentimos, entrar en relación con los demás, registrar lo que nos acontece, construir mundos posibles y legar el saber o las conquistas intelectuales de una cultura. Aquí vale la pena repetirlo: escribir es proveer a nuestra mente de una herramienta capaz de posibilitarnos el autoexamen, la comunicación y la producción de conocimiento.
Varios de los textos de la primera parte bordean dimensiones de la escritura o profundizan en determinadas cualidades. Exploro en el proceso de escribir, que empieza en la producción y organización de las ideas, continúa en la estructura textual, hasta llegar a la configuración de un lector; me detengo en el goce de escribir, pero, de igual modo, en la importancia de la corrección de la escritura; hablo del valor del hábito y de ciertas dificultades cuando se empieza a lidiar con estos signos que no siempre obedecen a nuestros deseos. Saco provecho de mi propia experiencia para discurrir sobre aspectos esenciales de la puntuación y de eso que llamamos “estilo”. Pongo especial cuidado en las ganancias de la escritura cuando se trata del autoconocimiento y en lo que aporta para los procesos de humanización. De igual manera, extraigo conclusiones didácticas, pistas para el aula, siempre bajo la consigna de que los maestros y maestras deberían animarse a poner por escrito su quehacer, como una forma de reflexionar su práctica y un medio de enaltecer la profesión docente.
El segundo grupo de escritos están referidos a formas concretas de la escritura. Allí están ejemplos de la gama de la descripción, como la etopeya o la écfrasis; algunos ensayos centrados en la escritura de aforismos y fábulas, y otros que se ocupan de las particularidades de la ponencia, la relatoría, la crónica, la reseña, el blog o el informe. A veces paso revista, con la finalidad de ver sus potencialidades, a tipologías como la carta o el diario, o subrayo líneas de interés de escritos con larga trayectoria literaria como el cuento o la novela. Presto especial atención a la alegoría y a la analogía, que son modos privilegiados del pensamiento relacional, tan útiles para la escritura poética al igual que para aprender a hacer más plásticas nuestras ideas. Me interesa en todas esas formas de la escritura, además de indagar en su ser y utilidad, mostrar cómo pueden convertirse en dispositivos de enseñanza o, por lo menos, en servir de motivación para el aula de clase.
Salta a la vista que esta es una obra con múltiples tonalidades y diversos frentes de enunciación: por momentos asumo el acento testimonial, en varios casos hecho mano de resultados de investigaciones y, en otros ensayos, que son la mayoría, me apoyo en las vicisitudes de mi propia producción escrita. Lo que presento aquí ha sido validado, contrastado y enriquecido por el trasegar del aula o forjado con el fuego de una pasión que asumo como una opción de vida. En esta perspectiva, este libro puede entenderse como un conjunto de evidencias de una larga búsqueda alrededor de la escritura y de la comprensión de varios de sus enigmas. Por eso son amplias las rutas de acceso a él y por eso, también, estas páginas pueden leerse como un abanico de rasgos y modos de la escritura para quien esté interesado en ella como afición personal o busque caminos de mediación formativa para enseñarla a otros.
Concluyo esta presentación del libro exaltando dos potencias que la escritura convoca y reaviva: la del pensamiento, porque al escribir podemos ver la entretela de nuestra cognición y, de esta manera, pensar mejor; porque al escribir ponemos afuera nuestras ideas, y nos queda más fácil afinarlas, corregirlas o cultivarlas. Y exalto de igual modo a la imaginación, porque al escribir podemos traspasar las fronteras de lo dado para explorar creativamente en otros universos; porque la escritura nos permite descifrar el pasado, pero a la vez nos da claves para prefigurar los paisajes de los tiempos venideros.
La lectura es una habilidad del pensamiento, un modo de acceso al saber, un medio de comunicación, una forma de distracción y entretenimiento. Con ella aumentamos nuestro capital cultural, nos ponemos en contacto con realidades insospechadas y hallamos respuestas a muchos de nuestros interrogantes. La lectura empieza en la infancia y, si ha echado raíces fuertes en nuestra crianza, nos alimenta el espíritu toda la vida.
Además de su uso para decodificar signos, la lectura nos permite interactuar con los códigos de una comunidad. De allí que las iniciativas de alfabetización no solo apunten a aprender unas claves de desciframiento, sino que son una verdadera manera de participar e incluirse en una sociedad. Quien sabe leer comprende un orden simbólico y puede ser tanto usuario como productor de significados.
Desde luego, leer no es una actividad uniforme o unidireccional. La lectura es una práctica social cambiante en la que intervienen intereses, técnicas, actores y contextos específicos. Este hecho es fundamental para dimensionar el alcance de las políticas estatales de lectura, la elección de mediadores educativos competentes y el impacto de usar uno u otro método de enseñanza. Hay un abanico de opciones al momento de iniciar a los más pequeños en la lectura, de ahí que resulta conveniente distinguir las ventajas o desventajas de cada modelo, de cada enfoque didáctico. Pero lo que no podemos olvidar o desconocer son los alcances y la riqueza formativa de la lectura, como la compleja relación entre el ojo, la mente y la realidad histórica, cuando hablamos de aprender a leer.
Este libro pretende ofrecer, precisamente, un repertorio de vías y sentidos de la lectura; en él se presentan ejemplos de prácticas lectoras y reflexiones sobre determinados problemas al momento de llevarla al aula, en diferentes niveles educativos. También se explora en variados modos de leer y en alternativas de abordaje para diversas herramientas culturales, ya sean escritas o icónicas, fijas o en movimiento. Se insiste en varios ensayos sobre el fomento y enseñanza de la lectura crítica, por ser esta una de las mayores necesidades de nuestra época debido a la avalancha indiscriminada de información circulante, al intencionado uso de la mentira en los medios masivos de información y el culto al emotivismo fanático sin análisis o toma de distancia comprensiva.
A lo largo de estas páginas podrán hallarse saberes y destrezas vinculadas con la lectura, aplicadas al teatro, el cine, la poesía, el cuento, la pintura, el libro álbum o la ciudad. El objetivo final es ofrecerles a los educadores, en particular, así como a otras personas interesadas en el tema, unos caminos de entrada al campo de la lectura tanto en el orden conceptual como aplicado. No he pretendido elaborar un texto con una única metodología, sino mostrar un mapa de rutas que, según la necesidad o la motivación, sirvan de recurso para jalonar la reflexión o de guía al adentrarse en el ejercicio concreto de leer un texto.
Una aspiración adicional de esta obra es incitar o animar a la lectura. Que los padres de familia no claudiquen en ese empeño de dar de leer a sus hijos; que los profesionales más alejados de las humanidades incluyan en su agenda el hábito de leer literatura, historia, poesía; que cada ciudadano encuentre en la lectura otra manera de disfrutar el tiempo libre, diferente a las insustanciales formas de entretenimiento de moda. Si se acepta esta invitación a leer, seguramente seremos menos ignorantes, ampliaremos nuestra mirada ideológica, volveremos productiva nuestra soledad y daremos alimento nutritivo a nuestra conciencia.
Confío en que el gusto por la lectura que me ha acompañado durante tantos años haya logrado impregnarlo en los diversos apartados de este libro. Porque, como es bien sabido, si hay algo maravilloso en la lectura, es su poder de contagio. En esa comunicación íntima y silenciosa está su magia y, a la vez, su fuerza para transformarnos o para abrirle a las nuevas generaciones ventanas de conocimiento y ensoñación.
Un tiempo considerable de mi vida laboral ha estado vinculado a la asesoría y la consultoría en temas relacionados con la comunicación, la motivación, el liderazgo, los procesos de cambio y las dinámicas del proyecto de vida. Han sido muchos años trasegando con programas de inducción, seminarios, conferencias, cursos de capacitación; mostrando alternativas para mejorar el clima laboral o el trabajo en equipo. De igual modo, he desarrollado propuestas de comunicación asertiva, de liderazgo centrado en valores y una gama amplia de aspectos asociados con las éticas del cuidado y la necesidad de la formación integral. Todos estos asuntos han tenido como telón de fondo la educación tanto de adultos como de autoaprendizaje, sumada, además, a las técnicas de las narrativas autobiográficas y el discernimiento, recursos óptimos para favorecer el desarrollo personal y la preocupación por la alteridad.
Evidencia de esta larga experiencia en empresas y organizaciones, en instituciones privadas y públicas, es la que he agrupado en este libro. La mayoría de los textos corresponden a una evidencia de lo que he realizado o pensado, y, otros, pueden ser piedras de toque o reflexiones de entrada a un aspecto en particular. De allí que haya empleado también distintos recursos escriturales: la carta, el diálogo, el aforismo, el ensayo, las ideas fuerza, la glosa, el contrapunto, la disociación analítica. El propósito de esta pluralidad discursiva ha sido tener múltiples accesos al campo del liderazgo y los procesos de cambio, en particular los de la propia persona. No he pretendido ser exhaustivo, ni parecer erudito. He procurado presentar consideraciones y, en diferentes oportunidades, propuestas enfocadas a enriquecer un tipo de comportamiento o despertar el interés sobre temas como la influencia, la motivación, la sabiduría, los proyectos, la palabra, los ritos, la escucha, la táctica y la estrategia.
En varios apartados procuro comprender de una manera menos simplista o mecánica aspectos del comportamiento organizacional, de las relaciones laborales, o de aquellas responsabilidades de quien guía, o tiene bajo su dirección a otras personas. A veces se llega a un cargo o se ocupa un puesto de autoridad sin reparar en la preparación exigida ni en las delicadas consecuencias de tal investidura; esto no solo toca al mundo empresarial o institucional, sino a entidades como la familia, la escuela o asociaciones diversas. Por eso es fundamental tener cierta vigilancia sobre el trato, los discursos utilizados, los valores en juego o la idea de persona que imanta el derrotero de dichas actuaciones.
Cabe decir que buena parte de lo aquí dicho tiene el tono del consejo o la cavilación, procurando siempre advertir de una falencia moral o señalando una vía de trabajo sobre el carácter, la voluntad o las pasiones humanas. Así que, más que lecturas para satisfacer la curiosidad académica, son llamadas de atención, motivos para la meditación o puntos de reflexión sobre el descubrimiento de sí y los vínculos sociales. A eso invito, entonces: a permitirnos el tiempo para mirar nuestras propias actuaciones frente al poder, la dirección de grupos, el enfrentamiento a lo nuevo, el desarrollo de la voluntad y la toma de decisiones. Esto parece muy urgente hoy cuando abunda la irresponsabilidad, la corrupción, la mentira o el desprecio por los demás, y es necesario tener algunas luces para resolver los dilemas morales o prácticos de la existencia cotidiana.
La obra en conjunto subraya o invita a no perder de vista la ruta del proyecto personal; esto sigue siendo un buen indicador del sentido que vamos dando a nuestra experiencia y de qué manera convertimos nuestros errores o los retos más difíciles en acicate para seguir tallando la estatua interior, al decir del biólogo francés François Jacob. Esa es mi aspiración, y confío en que así será entendida por los caminantes lectores de estas páginas.
No tengo una fecha precisa. Pero ya de joven me gustaba coleccionar frases célebres o “citas citables” de las que salían en las Selecciones que leía mi madre.
¿Pero ya escribía aforismos desde aquella época?
No. Coleccionaba esas citas. Recuerdo que empecé a coleccionar una serie de pequeños libros llamada “Los muros tienen la palabra”, en los que se recolectaban frases de mayo del 68, en París.
¿Consignas?, ¿graffitis?
Sí. En la puerta de mi habitación, que entre cosas pinté de gris, puse en letras negras algunos de esos pensamientos: “Sean realistas: exijan lo imposible”; “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”.
¿Eran como consignas a seguir?
Eran más bien, pensamientos con los que me identificaba o frases-símbolo inspiradoras.
Y la escritura de aforismos, ¿cuándo empezó?
Muchísimo más tarde. Pero déjeme le cuento otra cosa. Por aquel entonces yo ya trabajaba y pude adquirir un libro de ediciones Aguilar, un texto grueso titulado: Diccionario de la sabiduría. Allí me deleité leyendo frases cortas e ingeniosas que azuzaban mi mente o me llevaban a meditar sobre diferentes temas.
¿Cómo estaba hecho ese diccionario?
Estaba organizado por orden alfabético, por temas. Y bajo cada temática se incluían diferentes autores que habían dicho algo al respecto. En ese diccionario, al inicio, supe del vocabulario que agrupaba esta escritura breve y sentenciosa: las máximas, los pensamientos, los proverbios, los apotegmas, el aforismo.
¿Recuerda alguna frase de ese diccionario?
Sí, muchas… “El falso amigo es como la sombra que nos sigue mientras dura el sol”; “En los comienzos de un amor, los amantes hablan del porvenir; en su declive, hablan del pasado”…”El hombre: un milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por debajo del cerdo”…
Tiene usted buena memoria.
No tanta. Lo que sucede es que el aforismo está hecho para ser recordado; tiene un poder, por decirlo así, mnemotécnico. Su forma de construcción hace que sea fácil retenerlo en la mente por mucho tiempo.
Ya veo… ¿pero ya en aquel entonces usted escribía aforismos?
Más que escribir los propios, transcribía los ajenos. En un cuaderno oficio empecé a llevar un diario y allí, con alguna regularidad, copiaba esas frases que me habían llamado la atención. Y ahora que me lo pregunta, creo que esa actividad de transcribir me fue acercando a las particularidades de esta tipología de textos.
¿Qué autores eran los que más transcribía?
Tengo presente a Nietzsche. Varios de sus cortos textos servían como epígrafes a mis reflexiones o, sencillamente, ocupaban un lugar significativo en las hojas de aquel diario.
Y si lo invitara a que me compartiera algunos de esos textos de Nietzsche, ¿los recordaría?
Creo que sí… “Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura”; “Cuánto más nos elevamos, más pequeños parecemos a las miradas de los que no saben volar”; “Lo que no me mata, me fortalece”…
¿Leía, entonces, mucho a Nietzsche?
Y lo sigo leyendo aún hoy. Es un buen ejemplo del pensar crítico y una escuela para el que desea escribir aforismos.
Bueno. Pero no me ha contestado me pregunta: ¿cuándo empezó a escribir aforismos?
Debo contarle otra cosa, antes de responderle su inquietud. Yo creo que la lectura de poemas fue también un insumo o una influencia en mi escritura aforística. En la puerta que le comento escribí unos versos que me habían impactado: “Del hombre aprende el hombre la palabra, pero el silencio sólo en Dios lo aprende”.
¿Y de quién eran esos versos?
De Luis Cernuda, un poeta español. Unos versos que hacían parte de su poema “Río vespertino”.
¿Había otros poemas que le llamaran la atención?
Muchos. Varios versos de César Vallejo y otros de Pablo Neruda y otros más de Baudelaire: “Al fondo del abismo, ¡cielo, infierno!, ¿qué importa?”
¿Por qué considera usted esta lectura de poemas tan importante en su escritura aforística?
Aunque no lo sabía en ese momento, el poema y el aforismo se parecen en su concentración expresiva. Los dos son un esfuerzo de concisión por decir con lo mínimo un máximo de sentido. Los dos, por lo demás, son un cuidadoso trabajo con las palabras y una consciente preocupación por la composición lingüística.
¿Recomendaría a los que se inician en escritura de aforismos la lectura de poemas?
Sin lugar a dudas. De otra parte, la lectura frecuente de poemas dota al escritor novel de un oído para el ritmo de la frase, para descubrir cuándo un cambio en la sintaxis evita la cacofonía o la disonancia.
Nunca pensé que fuera tan importante la poesía para los aforistas.
Es que el poeta, como el aforista, debe afinar bien la pluma para captar la esencia de una situación o una temática. Pienso ahora en el poema “Mi arcángel” de Luis Cernuda. El primer verso dice: “No solicito ya ese favor celeste, tu presencia”. Si lo analiza, ya en ese verso está implícito un aforismo. El definir la presencia de alguien querido como un “favor celeste” es un acierto, ¿no?
Ya lo creo. Pero volviendo a nuestro asunto, ¿cuándo empezó a escribir aforismos?
Yo creo que fue en ese diario que le venía refiriendo. Tengo precisamente por acá, en mi escritorio, dicho cuaderno. A ver le leo algunos de esos primeros aforismos. ¿Tiene tiempo?
No se preocupe.
“Díjole la guillotina al sombrero: nuestros destinos son incompatibles pero giran sobre el mismo punto”, “El sueño es una coma en el dictado de la vida”, “La corbata es la horca más liviana de las buenas costumbres”…
Por lo que acabo de escuchar, el aforismo nace como una meditación sobre un determinado asunto.
Me parece que sí… Si es que por pensamiento entendemos una reflexión continuada e incisiva.
Me puede ampliar esa idea.
Vamos a ver si puedo hacerlo. Supongamos que yo deseo escribir algún aforismo sobre el perdón… Lo primero que hago es poner dicha temática en el objetivo de mis reflexiones. Saco tiempo para pensar en eso: ¿qué es el perdón?, ¿por qué es difícil perdonar?, ¿qué lleva a perdonar?, ¿hay modalidades de perdón?, ¿hay afrentas imperdonables? Es decir, me ocupo en la temática día y noche… camino la temática.
¿Siempre es así?
Casi siempre. Me ayuda también pensar en opuestos. Usted sabe que a los aforistas les gusta presentar sus resultados en contrastes, en antítesis… O sea que pienso en el perdón y el rencor o en el perdón y el odio o en el perdón y el resentimiento. Las oposiciones ayudan a encontrar significaciones inadvertidas. Piense, por ejemplo, en la oposición perdón-rencor. Los rencorosos tienen muy lejos el perdón, por más que se lo propongan. El rencor los enceguece, los torna duros, inflexibles. El rencoroso vive en el pasado, preso del mal o del daño ocasionado. Para los rencorosos el perdón es imposible porque siguen teniendo la mirada en el pasado… y el perdón está adelante, en el futuro.
¿Qué interesante!
También me funciona mucho ver el tema en la perspectiva de los símiles. Debe ser por la escuela de la poesía, ¿no? Bien, entonces, ¿a qué puede parecerse el acto de perdonar?, a sanar una herida, a quitar un grillete… Podríamos, en consecuencia, así sea de manera provisional, decir que perdonar es liberar de un lastre; que perdonar trae una doble manumisión: para la víctima y para el victimario. La primera se libera de algo que lo atormenta o lo atenaza; el segundo, tiene la posibilidad de volver atrás y darse una segunda oportunidad. El perdonar quita las cadenas. El perdón se parece bastante a esa pequeña espada de madera que usaban los romanos para manumitir a los gladiadores; es un gesto de libertad, de una nueva identidad.
Me maravilla todo eso que usted ha sacado de una simple comparación. ¿Tiene otra estrategia?
A veces el humor, la ironía es otro recurso para el pensamiento.
Podría ampliar ese punto.
Veamos. Continuemos con el perdón… Cuántas veces hemos visto a una persona querer perdonar pero sin lograrlo en realidad. Simula que perdona. A veces se perdona por exceso de vanidad. Es como una revancha del orgullo. O anhelamos que el acto de perdonar se convierta en una deuda para el ofensor. La ironía podría salir de esa constatación: los actos de perdón de los orgullosos son, en realidad, una forma de generar nuevas obligaciones. Es decir, el orgulloso no perdona; convierte el perdonar en una deuda moral… Y si avanzamos en la reflexión, pues llegaríamos a decir que el orgulloso convierte el perdón en una obligación…o, para decirlo mejor, que en el orgulloso el perdón se transforma en obligada gratitud. Por supuesto, podríamos intentar otra vía y concluir que es muy fácil perdonar a los difuntos, o que para perdonar se requiere una súbita amnesia moral o que los dioses, de tanto ser invocados para que perdonen las ofensas de los hombres, están cansados de recibir tales solicitudes ya que perdonar es un deber personal e intransferible.
Me asombran sus respuestas…
No son sino el resultado de habituar la mente a concentrarse, a horadar un asunto desde diversos miradores.
Si lo seguí bien, la clave de un aforista es la reflexión continuada y meticulosa.
Así parece. Pensar, repensar, y escribir y reescribir. Aunque el resultado no sea sino dos o tres líneas. No sabe usted la cantidad de versiones necesarias para sacar algo en limpio.
¿Escribe a mano o en computador?
Prefiero hacerlo a mano. Se mantiene un vínculo más directo entre el pensamiento y la mano. Además, necesito ir viendo el emerger de la frase; palpar sus tachaduras, sentir que tallo la línea, el término preciso.
¿Cuántas versiones hace promedio?
Cuatro, cinco, siete… A veces más y, en otros casos menos, porque ya he venido trabajando y puliendo el aforismo en mi cabeza.
¿Y si se le ocurren caminando?
Para eso tengo mi libreta de notas. Me detengo y, ahí mismo, atrapo las ideas, las dejo fijas en mi libreta como un entomólogo en su colección de mariposas.
Algún autor de aforismos que prefiera?
Muchos. La Bruyère, La Rochefoucauld, Chamfort, Lichtenberg, Pascal, Joubert… Marco Aurelio, Nietzsche, Jünger, Canetti, Ciorán, Joubert… Max Aub, Kar Kraus, Beirce, Kafka, Wittegenstein,Porchia, Joubert…
¿Y algún colombiano?
Por supuesto. Nicolás Gómez Dávila. Él decía que sus escritos eran escolios pero, por la forma de elaborarlos, hacen parte del género aforístico.
¿Por qué su insistencia en Joubert?
Porque el propósito principal de este hombre fue pensar el arte, el arte de escribir. Nunca publicó nada en vida; sólo llevó un diario, miles de hojas que se salvaron gracias a la devoción de su esposa y a la amistad de Chautebriand.
No conocía nada de él…
De Joubert es ese aforismo que se ha vuelto un eslogan entre los maestros: “enseñar es aprender dos veces”.
¿Y algún aforismo sobre la escritura?
Hay un aforismo que durante un buen tiempo lo tuve como protector de pantalla en mi ordenador: “las palabras son como el vidrio; oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor”. Y otro más con el que me gusta empezar mis talleres de escritura: “para escribir bien se necesita una facilidad natural y una dificultad adquirida”.
Si le parece, volvamos a su escritura. ¿cuál considera su primer trabajo valioso de escritura aforística?
No es fácil valorar las propias creaciones. Pero creo que fue un largo proyecto que terminé titulando “poética de las flores”. Me propuse volver a apreciar la flor, un objeto tan cotidiano, tan utilizado en varios eventos o situaciones de nuestra vida: en el amor, en los matrimonios, en los funerales, en la decoración.
¿Puedo conocer algunos de esos aforismos?
Sí. Por aquí debo tener una libreta sobre ese proyecto.
Noto que usted tiene distintas agendas para cada fin.
Sí. Es una estrategia o una manía que me ha permitido no sólo ordenar sino que es un recurso para volver a atizar estos temas en diversos tiempos. Fíjese, aquí está la fecha: sábado 8 de diciembre de 1990. ¡Cuantos años han pasado! Permítame le leo algunos de esos aforismos: “Flor: apetito de cielo condenado a la fijeza”; “El tallo es mano para flor; los pétalos, labios para su tallo”; “Regalar flores es proponerle a otro jugar con el tiempo”; “La horizontal retiene, sirve de sostén; la vertical impulsa, estimula el crecimiento; lo circular florece”…
Algunos de ellos tienen una especie de lirismo.
Efectivamente. Es por la relación que le decía entre el poema y el aforismo. Y tal vez por las metáforas empleadas. Ya le comentaba que el símil es un recurso de primer orden para el hacedor de aforismos.
Me gustaría que ahora me respondiera ¿cuál es la utilidad o la finalidad de hacer aforismos?
¿Además del placer de escribirlos?
Sí, por supuesto…
Yo diría que el aforista es, ante todo, un observador perspicaz; una conciencia vigilante, un vigía de las costumbres sociales. Alguien que ve, por debajo de lo explícito, lo oculto; un lector crítico de lo dado por hecho o lo que ingenuamente aceptamos sin analizar. El aforista busca sorprender en lo mismo que devela; pone en evidencia los supuestos, las cosas dadas por hecho.
¿Siempre es eso?
Digamos que es una gran tendencia de los aforistas de todos los tiempos, desde Epicteto hasta Ciorán. Por eso ha sido tan apreciado por filósofos y por la literatura sapiencial. Ha sido un medio para hacer crítica de las costumbres.
¿Un aforismo es un máxima de vida?
En algunos casos ese es su principal objetivo.
¿Y por qué algunos autores los llaman pensamientos?
Porque aluden a su carácter no sistemático. Son chispas de la inteligencia, meditaciones breves, cavilaciones autónomas que no necesitan una larga argumentación.
No sé dónde leí que un aforismo era como una isla…
De acuerdo. Separado de los continentes; apartado pero sólido; es un micromundo. Una porción de palabras, rodeada de insinuaciones por todas partes.
¿Y las nuevas tecnologías no habrán llevado a redescubrir este género. El twiter, por ejemplo?
Si hubiera una voluntad estética bien podríamos decir que sería un terreno propicio para el aforismo. Lo que sucede es que la rapidez ha banalizado la comunicación; fíjese en la bajísima competencia lexical de esos mensajes y la cantidad de basura circulante. Los tuiteros podrían transformar esas “cortas ráfagas de información intrascendente” es breves frase de pensamiento inteligente.
¿No será que el mundo de hoy está confluyendo hacia la fragmentación?
Es probable. Pero el hecho de que sea gnómica la escritura del presente no implica que también deba ser enano el pensamiento.
Lo noto un poco escéptico hacia esta época.
El escepticismo ha sido un buen remedio en épocas frívolas o de unimismo social. Escéptico fue Montaigne y escéptico también Nietzsche. Más bien el tono que usted percibe es una voz de alerta o una invitación a mantener la lucidez en tiempos de masificada opinión y fanatismos irracionales.
Gracias por su tiempo… Me arrepentiría después de no pedirle un aforismo de cierre a esta entrevista…
Uno de Joseph Joubert, que entre más años tengo, mejor entiendo su significado: “hay que recibir el pasado con respeto y al presente con desconfianza, si queremos atender a la seguridad del porvenir”.
Con el ánimo de compartir a los lectores una muestra de mi nuevo libro El quehacer docente, editado por la Universidad de La Salle, he hecho un recorrido por la obra entresacando apartados que espero sirvan de provocación o invitación a su lectura.
“La didáctica nos pone de cara a los problemas del aprendizaje, a las estrategias de pensamiento que un educador moviliza, a las técnicas necesarias para aprender y estudiar, al papel determinante de los contextos al momento de aprender, a las variadas y complejas propiedades de la comunicación y la interacción humana. El educador imbuido de didáctica comienza a sospechar que la suficiencia en un campo del conocimiento sea la condición fundamental para poder enseñarlo; mejor aún, comienza a entender que lo más importante no es saber demasiado, sino contar con las estrategias y el tacto necesario para que otros puedan aprenderlo”. (p.p. 15-16).
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“El que hace una guía no se pone en la aptitud del que mucho sabe, sino del que se desplaza hasta el sitial del que ignora y quiere aprender”. (p. 19).
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“Creo que buena parte de nuestro fracaso educativo, y más tratándose de la lectura y la escritura, se debe precisamente a ese descuido: el de suponer que nuestros estudiantes ya saben esas cosas, que no es necesario enseñarles a hacer un resumen, que ellos ya saben glosar una cita o que eso de redactar una definición es una tarea escolar de muy baja dificultad. Ya sabemos que tales supuestos son falsos. En este sentido, el saber didáctico debe ser como un faro para nuestras labores cotidianas o como una auditoría cuando pongamos este tipo de tareas a nuestros estudiantes”. (p. 37).
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“En cuanto mediación, el portafolio opera desde una demanda del acabar de completarse, de tratar de llenar fisuras, vacíos, baches, intersticios que van quedando o apareciendo en tal pesquisa. Digamos, de una vez, que cuando se elabora un portafolio hay que convertirse en detective de nuestra propia historia, de nuestro propio oficio o de nuestras propias obras”. (p. 41).
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“Quien describe se parece mucho a un cazador. No solo porque define con anterioridad la presa que desea cazar, sino también porque debe seguir sus huellas o sus indicios, sin perder nunca el rastro de lo que busca. Una buena descripción, entonces, pertenece al arte de la cinegética”. (p. 49).
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“Aunque en el taller se producen cosas, esos mismos productos no están totalmente terminados. El coordinador del taller invita con su ejemplo a que otros inicien o se animen a comenzar su propia obra, pero el fin último, la tarea definitiva nunca se concluye. Porque cada quien debe enfrentar en soledad el reverberar de las enseñanzas del maestro, ejercitarse día tras día en el dominio de las herramientas, pulir y pulimentar muchas veces lo que a primera vista parece bien hecho”. (p. 53).
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“Las ciudades exigen, por lo mismo, un lector semiótico capaz de develar sus secretos; sus entradas y salidas, sus leyendas y sus mitologías; sus sistemas de señales y sus laberínticas redes, donde todo circula y fluye respondiendo a ciertas lógicas de la planeación o a determinadas fuerzas del desplazamiento forzado o la búsqueda de mejor fortuna. Necesitamos lectores plurales, lectores críticos, lectores propositivos. Lectores capaces no solo de habitar las ciudades, sino también competentes para dotarlas de sentido, para redibujarlas con la escritura de la participación, para convertirlas en verdaderos textos vivos de lectura”. (p. 80).
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“La escritura es un continuará. Porque siempre es posible la nueva corrección, porque pasado el tiempo nos percatamos de otras falencias o consideramos innecesario un término que en un primer momento nos pareció una reiteración contundente. Pero, además, porque el escritor va cambiando, porque va cosechado nuevas experiencias, porque tiene más oficio de escritura a sus espaldas. El trabajo de corregir la escritura es otra de las tareas de Sísifo. Tal vez por eso, y la frase si mal no recuerdo es del maestro Alfonso Reyes, nos lanzamos a publicar. Para no seguir haciendo copias. Aunque permanece la posibilidad de la segunda edición. Recordemos que para un escritor auténtico, el libro impreso es, de alguna manera, una copia bastante limpia pero no por ello cerrada a la admisión de nuevas correcciones”. (p. 82).
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“Lo importante es que cuando lea un texto ponga a trabajar también su pensamiento. Atrévase a poner en discusión una idea, a sostener un punto de vista opuesto, a desarmar los elementos de una afirmación; debata, reflexione, tome distancia; agregue cosas, aplíquelas a su contexto más inmediato, halle relaciones inéditas”. (p. 88).
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“De allí que en la fiesta o en el seminario lo importante sea mantenerse activo, atento, aprovechando cualquier oportunidad, sacando el mayor partido de todos los eventos imaginables. Y sin tener miedo a las incertidumbres, sin afanarse por las certezas. Porque una fiesta y un seminario también participan de ese “espíritu de aventura” en el que importa más el recorrido que el final. Más el viaje que la meta”. (p. 93).
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“La convivencia hay que aprenderla, fomentarla, propiciarla. No es un logro de buenas voluntades o de políticas demagógicas. La convivencia es una tarea que nos reta y nos compromete a todos y en todos los escenarios donde nos movemos, desde la familia, la escuela, hasta nuestro trabajo o nuestra ciudad… Quizá hoy más que nunca, en países como el nuestro, convivir se ha vuelto una tarea de primer orden porque de los resultados de ese proyecto depende, en gran medida, nuestra sobrevivencia”. (p. 111).
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“Concluyamos llamando la atención sobre otro aspecto del comentario: el hecho de ser un género o un tipo de discurso encaminado a orientar la opinión. Si habláramos en términos aristotélicos, sería una modalidad del género epidíctico. Censurar, elogiar, vituperar, ensalzar. Género para cualificar el gusto, o para acabar de gustar una obra, o para resaltar o menospreciar la belleza, o para enjuiciar las virtudes artísticas o intelectuales. Género, en últimas, que apunta a educar socialmente, a servir de punto de referencia. Por tanto, responsabilidad, criterio, moderación, prudencia, le son imprescindibles. Pongamos punto final diciendo: el comentario es el género de la opinión propia que anhela convertirse en opinión pública.” (p.p. 114-115).
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“Escribir es aprender a conocer la escurridiza piel de las palabras. Escribir es aprender a tratar con ellas, a frecuentar sus formas, sus caprichos. Quien se lanza a la escritura debe pasar largos amancebamientos con las palabras. Porque las palabras dicen a pesar de nosotros, porque abren la boca cuando no deben y entran a la alcoba blanca de las cuartillas cuando no se las llama. Las palabras tienen cuerpo y espíritu, son temperamentales y con humores bastante disímiles. En todo caso, cuando escribimos tenemos que habérnoslas con ellas, salirles al paso, enfrentarlas, ponerlas en su sitio; aunque a veces, por su mismo capricho, debemos hacer todo lo contrario: acariciarlas, apenas tocarlas con la mano, escuchar su caminar de hada, respetar su silencio. Tratar con las palabras: a veces, como jinetes sobre potros cerreros, para amansarlas; otras, cual narcisos nocturnos, para dejarnos seducir por el misterio de sus aguas”. (p. 127).
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“La elección del canon posibilita ese juego de atracciones y alejamientos, de ortodoxias y deslindes, de lecturas y relecturas sobre determinadas obras. Esa es otra bondad de hacer visible un canon: la de convocar a la comunidad docente alrededor de ciertas obras que actúan como un fuego atemporal tanto para despertar las ideas de otros como para favorecer la propia producción de conocimiento”. (p. 130).
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“Además de ser un lugar informal de aprendizaje, la tertulia es también un ambiente para conocer formas de pensar de otras personas, para renovar afectos extraviados en el tiempo y para rubricar, con colegas de oficio o profesión, inquietudes o búsquedas semejantes. La tertulia nos recuerda el símbolo profundo de compartir la mesa: ese acto de participar conjuntamente de un pan de la palabra tan valioso para nuestro espíritu como para calmar en parte el apetito insaciable de nuestra curiosidad”. (p. 132).
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“Y al repasar sus hojas, al mirarnos en esa “pantalla reflexiva y autocrítica”, podemos mejorar nuestras debilidades, o seguirle la pista a alguna propuesta innovadora, o empezar a revalorar ciertas didácticas o descubrir talentos sepultados por la rutina. Con el diario de campo, el investigador se transforma en investigado”. (p. 165).
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“La categorización es una etapa de abstracción de la información, un proceso de pensamiento creativo. Las categorías son constructos de la mente que, aunque parten de la información clasificada, no son exactamente iguales a ella. Las categorías ya son transformaciones de la información, una codificación de mayor complejidad”. (p. 171).
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“El insumo de la literatura parece ser el detonante o la piedra de toque para que los investigadores de las ciencias sociales y humanas salgan de los estrechos márgenes de los informes de investigación estandarizados y exploren en otras propuestas menos excluyentes y más acordes a los problemas relacionados con investigar las complejas manifestaciones de la condición humana”. (p. 231).
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“Lo importante en esto de “compartir experiencias”, más que demostrar qué tan potente es nuestra artillería intelectual o qué tan novedosos pueden ser nuestros planteamientos, es atrevernos a poner sobre la mesa nuestras mayores inquietudes o alguna iniciativa que nos ha dado resultado. Tal vez de esa manera, desde la reflexión permanente sobre nuestra tarea formadora, logremos animar a otros directivos e investigadores universitarios a reinventar lo que hacen cotidianamente”. (p. 242).
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“Decía atrás que, al publicar, nos ponemos en manos de los lectores. Eso es cierto. Nuestra escritura, desde este momento, ya le pertenece a otros. Es pública. Y si antes podíamos esconderla detrás del anonimato o del sospechoso silencio, ahora ya no tenemos escudo para hacerlo. Nuestros escritos, desde el momento en que los publicamos, circulan libres y están sujetos a las mil interpretaciones de aquellos que les concedan la bondad de leerlos. Recordémoslo: el autor ya no se pertenece a sí mismo. La nueva ciudadanía trae consigo ese precio: es la comunidad académica, la plaza pública de la intelectualidad, la que desde ahora regula las peripecias o el devenir de nuestro nombre”. (p.p. 244-245).
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“Termino estas reflexiones señalando el papel fundamental, insustituible, de padres de familia y maestros en esta labor de acompañar a nuestros jóvenes. Tal vez por momentos nos parezcan “bichos raros”, de pronto no comprendamos algunas de sus actitudes o no compartamos determinados gustos pero, a pesar de ello, no podemos olvidar que están en camino, que son seres en tránsito, que sus afanes y sus “irrespetos” son los propios de quienes van o están en la búsqueda permanente. Pero si claudicamos en esta tarea de acompañamiento, si quitamos nuestro abrazo de apoyo, si les negamos una palabra de confianza y fortaleza, muy seguramente, estaremos atizando los motivos de su desesperanza y su soledad; si nos desentendemos de ellos o los ignoramos, bien poca será nuestra ayuda en ese colaborarles a desenredar las claves del mundo que les ha tocado en suerte y a descubrir el sentido de su propia existencia”. (p.p. 253-254).
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“Los modelos de enseñanza deben cumplir con al menos tres condiciones: adaptables al contexto, oportunos a la situación de aprendizaje y variados en su puesta en escena. Ni son estructuras inmodificables, ni pueden inocularse indistintamente. Cada uno tiene su público idóneo y su momento para que rinda los mayores beneficios. Y el buen maestro, el magíster, es el que puede darles elasticidad, variarlos, combinarlos, innovar en alguna de sus características, ponerlos a prueba, someterlos a investigación. El magíster vuelve los modelos una caja de herramientas: es decir, según la necesidad del que aprende, así el útil empleado para enseñarle. Tal vez en esa sabiduría para elegir el modelo de enseñanza más apropiado y en el tacto para hacerlo circular en el aula es donde radique la experticia de los verdaderos maestros”. (p. 260).
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“Déjenme cerrar estas palabras invitándolos a continuar reflexionando sobre el sentido de la profesión docente. Porque es resignificando y renovando la práctica pedagógica, y manteniéndonos alertas para no sucumbir a la rutina o la dejadez, como lograremos dignificar nuestro oficio y darle a la discreta tarea de ser maestro el alcance que tiene para el desarrollo de los seres humanos y muy especialmente para prefigurar el futuro de una sociedad”. (p. 266).
P: Para empezar, ¿de dónde nació El quehacer docente?
R: Surgió al igual que han nacido otros libros míos semejantes: de las propias necesidades de enseñar, del trabajo en el aula, del afán por ayudarles a mis estudiantes, de la reflexión sobre la propia práctica, de investigaciones cotidianas…
P: ¿Y si uno hace todo eso, es fácil llegar a publicar un libro como el suyo?
R: Lo fácil es tener una experiencia que sirva de motivo para los textos, lo difícil es tener el hábito y la persistencia para escribirlos.
P: ¿Y usted es disciplinado?
R: Sí, tengo la disciplina de escribir todos los días, en las mañanas, por lo menos tres o cuatro horas.
P: ¿Todos los días?, ¿Aún los festivos?
R: Todos los días. Ya es un hábito que se confunde con una pasión. Porque si no hay pasión al escribir todo queda en tareas o compromisos laborales. La pasión le quita a la disciplina su máscara de obligación asfixiante.
P: ¿Qué manía tiene al escribir?
R: Como todos los que tratamos de aprender a escribir, cargo conmigo una libreta de notas. Hago apuntes del natural, como los pintores, o esbozos de una idea, un cuento, una situación, un evento. Me considero un etnógrafo o un explorador de lo cotidiano.
P: Noto que buena parte de los textos de El quehacer docente están escritos a la manera de ensayos, ¿por qué?
R: El ensayo, como lo decía el maestro Alfonso reyes, es un centauro de los géneros y eso le da una flexibilidad especial, única. Es útil para hacer crítica, para analizar un problema o para, y eso sí que es importante, presentar una tesis personal, para hacer pública nuestra propia voz.
P: ¿Aunque noto que intercala otros géneros de escritura?
R: Sí, es algo que me ha interesado en éste y otros libros anteriores. El explorar en diversas mediaciones escriturales para interpelar a diversas audiencias: el contrapunto, el diálogo de herencia platónica, la crónica, el comentario, el guión, la carta, el aforismo…
P: ¿Hay algún texto de este libro por el cual sienta más afecto?
R: El mayor afecto siempre es por el texto que se está escribiendo en el momento. Pero en este libro voy a publicar un método personal de hacer análisis de contenido, un método que entre otras cosas ya lo han validado los estudiantes de la maestría en Docencia y otros estudiantes de posgrado.
P: ¿Por qué la imagen de la portada?
R: La idea que le confié al ojo creativo de Paola Rivera, la diseñadora de nuestra Universidad, fue la del espiral, de la evolución, un símbolo de la formación incesante, de lo que empieza como una pequeñez pero que tiene la posibilidad de expandirse hasta lo ilimitado… Porque en eso consiste el quehacer docente: en crear condiciones para que otro ser se desarrolle, para que ensanche o despliegue sus posibilidades y talentos…
P: ¿Tiene algún nuevo proyecto de escritura?
R: Desde luego que sí. Ya está en proceso de diseño un nuevo libro sobre el ser de la poesía y las particularidades del texto poético, se llama La palabra inesperada….
P: ¿Le gusta mucho la poesía?
R: Si uno quiere darle plasticidad a sus ideas lo mejor es frecuentar la palabra relacional de la poesía. El lenguaje poético hace que los conceptos se tornen plásticos y más plurales para el lector.
P: Y para terminar, ¿a quién está dedicado este libro?
R: Lo he dedicado a mis colegas de la Maestría en Docencia con quienes he compartido y discutido muchas de las ideas contenidas en la obra, y a mis alumnos, que son el motivo y el objetivo final de esta publicación. Mis estudiantes que constituyen la otra opción vital, el otro motivo por el que considero tiene sentido mi existencia.