
¿Desde cuándo le gusta escribir aforismos?
No tengo una fecha precisa. Pero ya de joven me gustaba coleccionar frases célebres o “citas citables” de las que salían en las Selecciones que leía mi madre.
¿Pero ya escribía aforismos desde aquella época?
No. Coleccionaba esas citas. Recuerdo que empecé a coleccionar una serie de pequeños libros llamada “Los muros tienen la palabra”, en los que se recolectaban frases de mayo del 68, en París.
¿Consignas?, ¿graffitis?
Sí. En la puerta de mi habitación, que entre cosas pinté de gris, puse en letras negras algunos de esos pensamientos: “Sean realistas: exijan lo imposible”; “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”.
¿Eran como consignas a seguir?
Eran más bien, pensamientos con los que me identificaba o frases-símbolo inspiradoras.
Y la escritura de aforismos, ¿cuándo empezó?
Muchísimo más tarde. Pero déjeme le cuento otra cosa. Por aquel entonces yo ya trabajaba y pude adquirir un libro de ediciones Aguilar, un texto grueso titulado: Diccionario de la sabiduría. Allí me deleité leyendo frases cortas e ingeniosas que azuzaban mi mente o me llevaban a meditar sobre diferentes temas.
¿Cómo estaba hecho ese diccionario?
Estaba organizado por orden alfabético, por temas. Y bajo cada temática se incluían diferentes autores que habían dicho algo al respecto. En ese diccionario, al inicio, supe del vocabulario que agrupaba esta escritura breve y sentenciosa: las máximas, los pensamientos, los proverbios, los apotegmas, el aforismo.
¿Recuerda alguna frase de ese diccionario?
Sí, muchas… “El falso amigo es como la sombra que nos sigue mientras dura el sol”; “En los comienzos de un amor, los amantes hablan del porvenir; en su declive, hablan del pasado”…”El hombre: un milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por debajo del cerdo”…
Tiene usted buena memoria.
No tanta. Lo que sucede es que el aforismo está hecho para ser recordado; tiene un poder, por decirlo así, mnemotécnico. Su forma de construcción hace que sea fácil retenerlo en la mente por mucho tiempo.
Ya veo… ¿pero ya en aquel entonces usted escribía aforismos?
Más que escribir los propios, transcribía los ajenos. En un cuaderno oficio empecé a llevar un diario y allí, con alguna regularidad, copiaba esas frases que me habían llamado la atención. Y ahora que me lo pregunta, creo que esa actividad de transcribir me fue acercando a las particularidades de esta tipología de textos.
¿Qué autores eran los que más transcribía?
Tengo presente a Nietzsche. Varios de sus cortos textos servían como epígrafes a mis reflexiones o, sencillamente, ocupaban un lugar significativo en las hojas de aquel diario.
Y si lo invitara a que me compartiera algunos de esos textos de Nietzsche, ¿los recordaría?
Creo que sí… “Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura”; “Cuánto más nos elevamos, más pequeños parecemos a las miradas de los que no saben volar”; “Lo que no me mata, me fortalece”…
¿Leía, entonces, mucho a Nietzsche?
Y lo sigo leyendo aún hoy. Es un buen ejemplo del pensar crítico y una escuela para el que desea escribir aforismos.
Bueno. Pero no me ha contestado me pregunta: ¿cuándo empezó a escribir aforismos?
Debo contarle otra cosa, antes de responderle su inquietud. Yo creo que la lectura de poemas fue también un insumo o una influencia en mi escritura aforística. En la puerta que le comento escribí unos versos que me habían impactado: “Del hombre aprende el hombre la palabra, pero el silencio sólo en Dios lo aprende”.
¿Y de quién eran esos versos?
De Luis Cernuda, un poeta español. Unos versos que hacían parte de su poema “Río vespertino”.
¿Había otros poemas que le llamaran la atención?
Muchos. Varios versos de César Vallejo y otros de Pablo Neruda y otros más de Baudelaire: “Al fondo del abismo, ¡cielo, infierno!, ¿qué importa?”
¿Por qué considera usted esta lectura de poemas tan importante en su escritura aforística?
Aunque no lo sabía en ese momento, el poema y el aforismo se parecen en su concentración expresiva. Los dos son un esfuerzo de concisión por decir con lo mínimo un máximo de sentido. Los dos, por lo demás, son un cuidadoso trabajo con las palabras y una consciente preocupación por la composición lingüística.
¿Recomendaría a los que se inician en escritura de aforismos la lectura de poemas?
Sin lugar a dudas. De otra parte, la lectura frecuente de poemas dota al escritor novel de un oído para el ritmo de la frase, para descubrir cuándo un cambio en la sintaxis evita la cacofonía o la disonancia.
Nunca pensé que fuera tan importante la poesía para los aforistas.
Es que el poeta, como el aforista, debe afinar bien la pluma para captar la esencia de una situación o una temática. Pienso ahora en el poema “Mi arcángel” de Luis Cernuda. El primer verso dice: “No solicito ya ese favor celeste, tu presencia”. Si lo analiza, ya en ese verso está implícito un aforismo. El definir la presencia de alguien querido como un “favor celeste” es un acierto, ¿no?
Ya lo creo. Pero volviendo a nuestro asunto, ¿cuándo empezó a escribir aforismos?
Yo creo que fue en ese diario que le venía refiriendo. Tengo precisamente por acá, en mi escritorio, dicho cuaderno. A ver le leo algunos de esos primeros aforismos. ¿Tiene tiempo?
No se preocupe.
“Díjole la guillotina al sombrero: nuestros destinos son incompatibles pero giran sobre el mismo punto”, “El sueño es una coma en el dictado de la vida”, “La corbata es la horca más liviana de las buenas costumbres”…
Por lo que acabo de escuchar, el aforismo nace como una meditación sobre un determinado asunto.
Me parece que sí… Si es que por pensamiento entendemos una reflexión continuada e incisiva.
Me puede ampliar esa idea.
Vamos a ver si puedo hacerlo. Supongamos que yo deseo escribir algún aforismo sobre el perdón… Lo primero que hago es poner dicha temática en el objetivo de mis reflexiones. Saco tiempo para pensar en eso: ¿qué es el perdón?, ¿por qué es difícil perdonar?, ¿qué lleva a perdonar?, ¿hay modalidades de perdón?, ¿hay afrentas imperdonables? Es decir, me ocupo en la temática día y noche… camino la temática.
¿Siempre es así?
Casi siempre. Me ayuda también pensar en opuestos. Usted sabe que a los aforistas les gusta presentar sus resultados en contrastes, en antítesis… O sea que pienso en el perdón y el rencor o en el perdón y el odio o en el perdón y el resentimiento. Las oposiciones ayudan a encontrar significaciones inadvertidas. Piense, por ejemplo, en la oposición perdón-rencor. Los rencorosos tienen muy lejos el perdón, por más que se lo propongan. El rencor los enceguece, los torna duros, inflexibles. El rencoroso vive en el pasado, preso del mal o del daño ocasionado. Para los rencorosos el perdón es imposible porque siguen teniendo la mirada en el pasado… y el perdón está adelante, en el futuro.
¿Qué interesante!
También me funciona mucho ver el tema en la perspectiva de los símiles. Debe ser por la escuela de la poesía, ¿no? Bien, entonces, ¿a qué puede parecerse el acto de perdonar?, a sanar una herida, a quitar un grillete… Podríamos, en consecuencia, así sea de manera provisional, decir que perdonar es liberar de un lastre; que perdonar trae una doble manumisión: para la víctima y para el victimario. La primera se libera de algo que lo atormenta o lo atenaza; el segundo, tiene la posibilidad de volver atrás y darse una segunda oportunidad. El perdonar quita las cadenas. El perdón se parece bastante a esa pequeña espada de madera que usaban los romanos para manumitir a los gladiadores; es un gesto de libertad, de una nueva identidad.
Me maravilla todo eso que usted ha sacado de una simple comparación. ¿Tiene otra estrategia?
A veces el humor, la ironía es otro recurso para el pensamiento.
Podría ampliar ese punto.
Veamos. Continuemos con el perdón… Cuántas veces hemos visto a una persona querer perdonar pero sin lograrlo en realidad. Simula que perdona. A veces se perdona por exceso de vanidad. Es como una revancha del orgullo. O anhelamos que el acto de perdonar se convierta en una deuda para el ofensor. La ironía podría salir de esa constatación: los actos de perdón de los orgullosos son, en realidad, una forma de generar nuevas obligaciones. Es decir, el orgulloso no perdona; convierte el perdonar en una deuda moral… Y si avanzamos en la reflexión, pues llegaríamos a decir que el orgulloso convierte el perdón en una obligación…o, para decirlo mejor, que en el orgulloso el perdón se transforma en obligada gratitud. Por supuesto, podríamos intentar otra vía y concluir que es muy fácil perdonar a los difuntos, o que para perdonar se requiere una súbita amnesia moral o que los dioses, de tanto ser invocados para que perdonen las ofensas de los hombres, están cansados de recibir tales solicitudes ya que perdonar es un deber personal e intransferible.
Me asombran sus respuestas…
No son sino el resultado de habituar la mente a concentrarse, a horadar un asunto desde diversos miradores.
Si lo seguí bien, la clave de un aforista es la reflexión continuada y meticulosa.
Así parece. Pensar, repensar, y escribir y reescribir. Aunque el resultado no sea sino dos o tres líneas. No sabe usted la cantidad de versiones necesarias para sacar algo en limpio.
¿Escribe a mano o en computador?
Prefiero hacerlo a mano. Se mantiene un vínculo más directo entre el pensamiento y la mano. Además, necesito ir viendo el emerger de la frase; palpar sus tachaduras, sentir que tallo la línea, el término preciso.
¿Cuántas versiones hace promedio?
Cuatro, cinco, siete… A veces más y, en otros casos menos, porque ya he venido trabajando y puliendo el aforismo en mi cabeza.
¿Y si se le ocurren caminando?
Para eso tengo mi libreta de notas. Me detengo y, ahí mismo, atrapo las ideas, las dejo fijas en mi libreta como un entomólogo en su colección de mariposas.
Algún autor de aforismos que prefiera?
Muchos. La Bruyère, La Rochefoucauld, Chamfort, Lichtenberg, Pascal, Joubert… Marco Aurelio, Nietzsche, Jünger, Canetti, Ciorán, Joubert… Max Aub, Kar Kraus, Beirce, Kafka, Wittegenstein,Porchia, Joubert…
¿Y algún colombiano?
Por supuesto. Nicolás Gómez Dávila. Él decía que sus escritos eran escolios pero, por la forma de elaborarlos, hacen parte del género aforístico.
¿Por qué su insistencia en Joubert?
Porque el propósito principal de este hombre fue pensar el arte, el arte de escribir. Nunca publicó nada en vida; sólo llevó un diario, miles de hojas que se salvaron gracias a la devoción de su esposa y a la amistad de Chautebriand.
No conocía nada de él…
De Joubert es ese aforismo que se ha vuelto un eslogan entre los maestros: “enseñar es aprender dos veces”.
¿Y algún aforismo sobre la escritura?
Hay un aforismo que durante un buen tiempo lo tuve como protector de pantalla en mi ordenador: “las palabras son como el vidrio; oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor”. Y otro más con el que me gusta empezar mis talleres de escritura: “para escribir bien se necesita una facilidad natural y una dificultad adquirida”.
Si le parece, volvamos a su escritura. ¿cuál considera su primer trabajo valioso de escritura aforística?
No es fácil valorar las propias creaciones. Pero creo que fue un largo proyecto que terminé titulando “poética de las flores”. Me propuse volver a apreciar la flor, un objeto tan cotidiano, tan utilizado en varios eventos o situaciones de nuestra vida: en el amor, en los matrimonios, en los funerales, en la decoración.
¿Puedo conocer algunos de esos aforismos?
Sí. Por aquí debo tener una libreta sobre ese proyecto.
Noto que usted tiene distintas agendas para cada fin.
Sí. Es una estrategia o una manía que me ha permitido no sólo ordenar sino que es un recurso para volver a atizar estos temas en diversos tiempos. Fíjese, aquí está la fecha: sábado 8 de diciembre de 1990. ¡Cuantos años han pasado! Permítame le leo algunos de esos aforismos: “Flor: apetito de cielo condenado a la fijeza”; “El tallo es mano para flor; los pétalos, labios para su tallo”; “Regalar flores es proponerle a otro jugar con el tiempo”; “La horizontal retiene, sirve de sostén; la vertical impulsa, estimula el crecimiento; lo circular florece”…
Algunos de ellos tienen una especie de lirismo.
Efectivamente. Es por la relación que le decía entre el poema y el aforismo. Y tal vez por las metáforas empleadas. Ya le comentaba que el símil es un recurso de primer orden para el hacedor de aforismos.
Me gustaría que ahora me respondiera ¿cuál es la utilidad o la finalidad de hacer aforismos?
¿Además del placer de escribirlos?
Sí, por supuesto…
Yo diría que el aforista es, ante todo, un observador perspicaz; una conciencia vigilante, un vigía de las costumbres sociales. Alguien que ve, por debajo de lo explícito, lo oculto; un lector crítico de lo dado por hecho o lo que ingenuamente aceptamos sin analizar. El aforista busca sorprender en lo mismo que devela; pone en evidencia los supuestos, las cosas dadas por hecho.
¿Siempre es eso?
Digamos que es una gran tendencia de los aforistas de todos los tiempos, desde Epicteto hasta Ciorán. Por eso ha sido tan apreciado por filósofos y por la literatura sapiencial. Ha sido un medio para hacer crítica de las costumbres.
¿Un aforismo es un máxima de vida?
En algunos casos ese es su principal objetivo.
¿Y por qué algunos autores los llaman pensamientos?
Porque aluden a su carácter no sistemático. Son chispas de la inteligencia, meditaciones breves, cavilaciones autónomas que no necesitan una larga argumentación.
No sé dónde leí que un aforismo era como una isla…
De acuerdo. Separado de los continentes; apartado pero sólido; es un micromundo. Una porción de palabras, rodeada de insinuaciones por todas partes.
¿Y las nuevas tecnologías no habrán llevado a redescubrir este género. El twiter, por ejemplo?
Si hubiera una voluntad estética bien podríamos decir que sería un terreno propicio para el aforismo. Lo que sucede es que la rapidez ha banalizado la comunicación; fíjese en la bajísima competencia lexical de esos mensajes y la cantidad de basura circulante. Los tuiteros podrían transformar esas “cortas ráfagas de información intrascendente” es breves frase de pensamiento inteligente.
¿No será que el mundo de hoy está confluyendo hacia la fragmentación?
Es probable. Pero el hecho de que sea gnómica la escritura del presente no implica que también deba ser enano el pensamiento.
Lo noto un poco escéptico hacia esta época.
El escepticismo ha sido un buen remedio en épocas frívolas o de unimismo social. Escéptico fue Montaigne y escéptico también Nietzsche. Más bien el tono que usted percibe es una voz de alerta o una invitación a mantener la lucidez en tiempos de masificada opinión y fanatismos irracionales.
Gracias por su tiempo… Me arrepentiría después de no pedirle un aforismo de cierre a esta entrevista…
Uno de Joseph Joubert, que entre más años tengo, mejor entiendo su significado: “hay que recibir el pasado con respeto y al presente con desconfianza, si queremos atender a la seguridad del porvenir”.