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«El abuelo cuenta una historia» de Albert Anker.

Además de leerles cuentos a los niños, es importante no descuidar la narración oral de los mismos. Ya sean los padres de familia o los maestros hallarán en esta práctica de contar cuentos un excelente medio para fomentar el gusto por la lectura y desarrollar la fantasía de los más pequeños. Exploremos un poco en esta práctica de lectura que muchos consideran un arte de la palabra aunada a una escénica teatral.

Lo esencial es recordar que iniciar al niño en la narración de cuentos es un modo de hacerlo partícipe de la tradición oral. Mitos y leyendas, historias fantásticas y maravillosas son un legado que no podemos negarles a las nuevas generaciones, escudados en el deslumbramiento de “artefactos electrónicos” o en la curiosidad apabullante de la imagen. En los primeros años es fundamental que los niños y niñas escuchen historias, que se entretengan imaginando ambientes y personajes o se deleiten con los gestos y cambios de entonación de quien hace las veces de narrador de las historias. En esta perspectiva, contarle cuentos a quien empieza a formarse es abrirle la mente y el espíritu a “otra realidad” que es embrionaria de la facultad de ensoñación, la inteligencia creadora y la competencia narrativa.

Señalemos, además, que involucrar a los niños en la magia del relato oral les permite ir desarrollando la capacidad de escucha. Antes de atosigarlos de libros ilustrados o de juegos electrónicos, lo esencial es llevarlos, a través de los relatos narrados, a que concentren la atención para que no se pierdan los pormenores de una historia y a que descubran cómo el silencio crea un ambiente especial en donde puede desplegarse un mundo creado sólo con la fuerza gestante de la voz, con ese artilugio sonoro que seduce y solivia el cuerpo, y abre el corazón a las más hondas emociones. Lo primero, entonces, es crear en los niños el hábito de escuchar, de que se dejen habitar por la palabra oral que, como bien se sabe, es más cercana al mundo de la vida y al calor de la fraternidad de la tribu. Por lo demás, si los pequeños descubren que estar atentos y en silencio les permite compenetrarse con la historia contada, seguramente se formará una memoria narrativa que, en principio, servirá de referente cultural y, después, se convertirá en insumo para sus propias creaciones literarias. La escucha de cuentos hace que se consolide en la mente de los niños un sedimento imaginario tanto más consistente cuanto intencionadamente se haga.

Ahora bien, ¿de qué manera tendría que llevarse a cabo la narración de cuentos orales a los niños? En un texto pionero sobre este asunto, El arte de contar cuentos, la escritora norteamericana Sara Cone Bryant señalaba que la selección de los cuentos era la etapa preliminar. No sólo porque habría que tener presente la edad de los niños, sino por algunas características de las historias: la sencillez del relato, los elementos reiterativos y la rapidez en las acciones. Seleccionar un buen cuento según el grupo de edades –y hoy existen, afortunadamente, instituciones de fomento a la lectura y librerías especializadas en este campo, que son de gran ayuda– es lo básico. Por lo mismo, ni se puede proceder de afán o desconocer la experiencia de quienes han dado pistas bibliográficas de cuáles podrían ser los cuentos más “apropiados” para iniciar a los más pequeños en la escucha de la narración oral. Sara Cone Bryant decía que, por ejemplo, para los niños de tres a seis años el cuento de “Los tres cerditos” era una buena selección, entre otras cosas porque, “cada párrafo del relato era un acontecimiento, a cada momento sucedía algo y no había tiempo para explicaciones o descripciones pintorescas o sentimentales”.

Lo que sigue es la preparación y adaptación del cuento por parte del narrador. Este es un punto clave para lograr el mayor impacto en los más pequeños. Ello supone, como bien lo ha expuesto en su libro La aventura de oír la pedagoga en literatura infantil Ana Pelegrín, leer varias veces el cuento, ordenar mentalmente la progresión del mismo y escribir un guion argumental. La autora española recomienda visualizar los personajes y conferirles unas características; y, lo más importante, memorizar fórmulas verbales, al igual recuperar las onomatopeyas o elementos sonoros presentes en el cuento. El narrador oral tendrá que esforzarse por diferenciar vocalmente el narrador de los personajes, ensayar y grabarse, hasta hallar una diversidad dramática en su oralización. Lo medular de esta etapa es el dominio o apropiación del cuento y la “adaptación personal” por parte de quien lo va a narrar.

Con esas tareas previas entramos a un tercer momento: la narración oral del cuento. Ahora se trata de disponer un rito. Por lo general puede ser en semicírculo –cuando se está en la escuela– o destinar algún espacio de la casa habilitado para tal fin. Y hablo de rito porque supone determinar muy bien el tiempo, el ambiente, las acciones y los objetos que tengamos en mente. Ritualizar es tanto como sacar al niño de su rutina cotidiana para involucrarlo en otra dimensión lo suficientemente cautivadora o misteriosa. El narrador no puede estar muy alejado de los niños y tiene que, sólo con la magia de su voz y su cuerpo, lograr engancharlos o atrapar su atención. Contar cuentos es, en este sentido, una puesta en escena con el suficiente dramatismo o intensidad que evite interrumpir el relato para hacer observaciones disciplinares o mezclarlo con asuntos diferentes a la tensión de la historia. Esa puesta en escena demanda del narrador marcar ciertos desplazamientos según los cambios de acción presentes en el cuento o sacarle todo el provecho al gesto y la expresión no verbal para subrayar elementos sustanciales de la narración. En algunos casos serán las inflexiones de su voz las que marcarán el ritmo del cuento y, en otros, las pausas y silencios los que irán provocando la ansiedad y la curiosidad de los pequeños oyentes. Cuando el narrador oral cuenta una historia lo hace con su voz, con sus manos, con su mirada, con sus desplazamientos cuidadosamente pensados. El cuento se encarna en él y, gracias a esa puesta en escena, cobra vida frente a los ojos y los oídos de los niños.

Es apenas obvio que el narrador de cuentos, según las primeras sesiones de oralidad compartida, podrá evaluar su trabajo y corroborar aquellos aspectos en los que tuvo aciertos, omisiones o descubrir las posibles acciones de mejora. Los niños serán sus mejores evaluadores, en muchos sentidos: ¿fue acertada la elección del cuento?, ¿logró comunicar con claridad los tres momentos básicos de la historia: inicio, nudo y desenlace?, ¿se sintió creíble su puesta en escena o se percibió que el relato estaba cabalmente asimilado?, ¿logró la expresión verbal y no verbal estar acorde a las peripecias del relato?, ¿provocó emoción o generó expectativa en los pequeños oyentes? Varias de estas respuestas las obtendrá de manera inmediata a medida que va narrando el cuento y otras podrán recogerse del diálogo posterior con los niños o de la “resonancia narrativa” que ellos comparten de forma espontánea con sus compañeros de clase o con los miembros de la familia. Es decir, el narrador de cuentos irá –como lo hicieron todos sus antecesores a lo largo del tiempo– perfeccionando sus habilidades expresivas y escénicas, sus técnicas de oralización, al igual que una perspicacia de observación e interacción para saber cómo involucrar a sus oyentes o mover los mecanismos narrativos que conduzcan a provocar los mejores efectos. En todo caso, el buen narrador de cuentos, al decir de la promotora de lectura argentina Alicia Barberis en su libro Viaje hacia los cuentos, “debe tener la suficiente confianza en sí mismo para intentarlo sin temor al ridículo o al fracaso… y debe poner la pasión necesaria para hacer vibrar a un auditorio”.

Por lo dicho hasta aquí, espero haber ofrecido razones y elementos suficientes para darle el valor que merece la narración de cuentos orales a los más pequeños. Esta labor es fundamental en la crianza y hace las veces de otro seno que nutre las semillas de la fantasía y pone en consonancia el mundo literario del pasado con el despertar imaginario de las nuevas generaciones. Antes de leerles cuentos a los niños es fundamental que vivan la magia oral del narrador de historias; antes de leerles e invitarlos a escribir relatos, es necesario despertar en ellos el sentido de la escucha y, con esa disposición para oír con atención, saborear el rumor de la palabra que los vincula afectivamente con sus semejantes y es el mejor puente hacia lo onírico y lo maravilloso.

Bibliografía básica

Sara Cone Bryant: El arte de contar cuentos, Nova Terra, Barcelona, 1967.

Ana Pelegrín: La aventura de oír. Cuentos y memoria de tradición oral, Cincel, Madrid, 1984.

Alicia Barberis: Viaje hacia los cuentos, El arte de Contar cuentos a los niños, Colihue, Buenos Aires, 2013.

Elena Fortún: El arte de contar cuentos a los niños, Espuela de Plata, Sevilla, 2008.

Daniel Mato, Cómo contar cuentos, Monte Ávila, Caracas, 1994.

Eduardo Robles Boza: El arte de contar cuentos. Metodología de la narración oral, Trillas, México, 2012.