Haruki Murakami

Haruki Murakami: “los escritores somos como ese tipo de pez que muere ahogado si no nada sin descanso”.

He leído con gran atención, y de una sentada, el libro de Haruki Murakami De qué hablo cuando hablo de escribir, publicado por Tusquets en Abril de 2017. Un motivo de la lectura ha sido mi preocupación investigativa durante muchos años sobre las técnicas y los procedimientos de los escritores expertos y, otro, mi curiosidad por saber qué hace en particular este autor japonés cuyas ventas de libros en todo el mundo son un fenómeno comercial de nuestro tiempo.

El libro, como el mismo novelista lo reconoce, utiliza una prosa limpia, testimonial, sin aspavientos de crítica literaria. Es una obra autobiográfica en la que se cuenta desde los inicios de Murakami al oficio de la escritura hasta su salida de Japón y el asentamiento en el mundo norteamericano. Hay muchas anécdotas relacionadas con esa búsqueda personal por hallar un estilo literario y, de vez en vez, ejemplos de otros escritores como Raymond Chandler, Dostoievski, Kafka, o Hemingway. Aunque se reiteran algunas convicciones a lo largo de las 296 páginas, el libro mantiene el interés y permite desentrañar algunas de las claves de este narrador y traductor nacido en Kioto, en 1949.

Una de las primeras confesiones de Murakami es que “escribir una novela o dos novelas buenas no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil”. El novelista insiste en ello a lo largo del libro. Se requiere de cierta predisposición y de una disciplina a toda prueba. En el caso de Murakami, son ya más de 35 años dedicado profesionalmente a escribir novelas. Para lograr este cometido, el autor dice que son necesarias la perseverancia y la resistencia “apoyadas en un prolongado trabajo en solitario”. Además,  “una minuciosa atención a los detalles y la necesidad de encerrarse en una habitación se imponen a cualquier otra cosa día tras día”.

De qué hablo cuando hablo de escribir

Esa es la base del método, pero luego viene la disciplina para levantarse temprano todos los días y escribir entre cuatro y cinco horas seguidas. Después, hacer ejercicio para mantener el cuerpo “en forma”, porque debe haber, según Murakami, una combinación entre el ejercicio físico y el trabajo intelectual. Durante ese tiempo, con una dedicación absoluta a la escritura y una meta de 10 páginas diarias, se llega a la primera versión. Cuenta Murakami que cuando termina esa versión suele tomarse unos días de descanso (por lo menos una semana) y después comienza con la “primera reescritura”. En esa segunda etapa, lenta, el autor le “da coherencia al conjunto después de pulir las contradicciones”. Esa tarea puede llevarle dos o tres meses. Enseguida el novelista vuelve a tomarse otra semana para “afrontar la segunda reescritura”.  Ahora se trata de prestar mucha atención a los detalles y corregir los diálogos. No es un trabajo menor: “no se trata de una gran operación, sino la suma de muchas operaciones pequeñas”, afirma Murakami. Concluida esa labor, una nueva semana de asueto y de nuevo al trabajo de corrección, enfocado esta vez a revisar dónde hay que “apretar los tornillos en el desarrollo de la novela y dónde aflojarlos”. Algo así, como saber dosificar la tensión para no llegar a “agobiar a los lectores”. Pero quedan todavía otras etapas de este método: Murakami guarda la novela en un cajón por lo menos dos semanas o un mes, “olvidándose de su existencia”. Hay que dejar, como en las fábricas, “que los materiales duerman”. Pasado ese tiempo el novelista vuelve a otra fase de revisión y reescritura derivada de “defectos invisibles” en las primeras relecturas. Aquí termina, por decirlo así, esa tarea del autor de “tocar y retocar frases hasta descubrir si funcionan o no”. Sin embargo, Murakami afirma que hace falta aún otra etapa: “pedir opinión a una tercera persona”. En este caso, la primera lectora de todas las novelas siempre ha sido su mujer. Otra vez habrá que corregir, manteniendo en mente este principio: “uno puede convencerse a sí mismo de haber escrito algo casi perfecto, pero siempre es mejorable”.

Más tarde el texto de la novela deberá enfrentarse a nuevas correcciones provenientes de los comentarios o sugerencias de los editores. Salta a la vista, que el método de Murakami está lubricado por la reescritura permanente. El novelista debe tener “instinto e intuición” pero también adquirir la “fuerza de la persistencia”. De allí que el tiempo sea tan importante en este proceso: desde el tiempo de preparación, “un período de silencio durante el cual se gesta y se desarrolla dentro de uno un brote de lo que está por venir”, pasando por el tiempo de composición, las sucesivas correcciones y ese otro tiempo de encajonamiento o reposo de la obra. Sin todos esos tiempos sería muy difícil llegar a construir una novela de largo aliento. Puesto de otra manera: el método implica “preparación, escritura, reescritura, reposo y trabajo cincelado”.

Murakami habla también de cómo encontrar un estilo personal. Afirma que para hallar tal cosa hay que “empezar por el trabajo de ‘escudriñar lo que hay en ti’, en lugar de ‘sumar algo a ti’”. Tener un ritmo en la escritura es otro asunto capital en el método de Murasaki, es una de las claves de la originalidad. El método de Murakami incluye la lectura asidua, constante. Leer es para el autor nipón una especie de “entrenamiento” para escribir. De igual modo hay que adquirir el hábito de “observar en todos sus detalles los fenómenos y acontecimientos que tienen lugar delante de nuestros ojos”, con el fin de ir acumulando todos esos detalles en la memoria, pero siempre con un criterio de selección. Murakami dice que en su caso, lleva en su mente una galería de “colecciones de detalles concretos” que luego baraja según la necesidad de cada novela. Dedica varias páginas a la importancia de la creación de personajes (“los enanitos automáticos”) y al desafío de asumir ciertos objetivos técnicos (narrar en primera o tercera persona) cuando se empieza o se desea trabajar en la elaboración de una novela.

El autor japonés afirma que para escribir una novela es necesario un encuentro con la soledad: “encerrarme en mi estudio durante un año, dos o incluso a veces tres, y durante todo ese tiempo avanzo despacio en soledad sentado en el escritorio”. De otro lado, escribir novelas es “penetrar en la parte más profunda de la conciencia” o “sumergirse en la oscuridad del corazón”. Murasaki observa que al mismo tiempo que se crea una novela “se crea también algo en sí mismo gracias a ella”. Algo le sucede al novelista mientras escribe su novela, algo le pasa a su existencia en ese proceso de “atrapar sombras con una red”.

Como puede notarse, la lectura de esta antología de once “conferencias nunca leídas” de Haruki Murasaki ha resultado muy positiva. Ha sido provechosa en muchos sentidos: he ratificado prácticas de escritura realizadas por mí y otros autores dedicados a este oficio; he comprobado que sin la disciplina el talento no fructifica en la tierra de los procesos creativos; he confirmado que escribir novelas es “expresar cosas que uno lleva por dentro” y tender puentes con distintas generaciones; he rubricado que a veces toca quemar las naves para asumir de tiempo completo una vocación; y he verificado que la pasión por escribir, esa “alegría espontánea y abundante”, más allá de los resultados exitosos o la fama, es un ajuste de cuentas con nuestras “predisposiciones” y es el cultivo de ciertas facultades que merecen ser atendidas “como si se cuidase de una paloma herida”.