Ilustración de Joey Guidone.

Todos los que tenemos por oficio o pasión la artesanía con las palabras sabemos de las etapas de bloqueo o merma en la producción escrita. A veces duran días y, en otras ocasiones, abarcan meses. Y si bien los escritores confiamos en que esos momentos de sequía sean ocasionales, no por ello dejan de provocar incertidumbre o ansiedad.

La razón de estos bloqueos es múltiple. Cambios sustanciales en el estado de ánimo del escritor, situaciones o eventos coyunturales que ocupan prioritariamente su atención, falta de concentración, presencia de alguna enfermedad. Algunos de estos motivos son evidentes o forman parte de explicaciones racionales. Sin embargo, hay otras razones menos detectables o evidentes: un lento proceso de hibernación del espíritu que va poniendo en cuarentena la mano del que escribe; o una lenta incubación de algún proyecto vital que necesita ahondar en zonas profundas del psiquismo antes de poder florecer.

No hay manera de evitar estos bloqueos, aunque con la experiencia se aprenden ciertos recursos que operan más en unos que en otros escritores. Por ejemplo: ocuparse en un oficio diferente o un arte alterno. Algunos escritores dibujan o pintan, interpretan un instrumento o realizan determinada labor casera. La idea es emplear estos recursos como medio de distensión para encontrar una salida a lo que parece enredado o tiene la forma de un nudo ciego. Ocupar las manos, cambiar de medio de creación, dejarse habitar por otras ocupaciones parece ser una salida al embrollo de no saber cómo componer una página.

Es recurrente otra alternativa: viajar, explorar en paisajes poco conocidos; llenarse de ilimitados paisajes o del infinito mar. Adentrarse en la aventura, en vacacionar el espíritu o nutrirse de mundos desconocidos, todo ello hace las veces de acicate o estímulo para volver a escribir. La estrategia cifra su cometido en usar el afuera para vivificar el adentro de quien escribe. La sorpresa, la novedad, el cambio de rutina, aspiran a que lo detenido vuelva a fluir. Por lo demás, el mismo acto de viajar, de desplazarse, pone la mente y los sentidos en un estado de alerta que contribuye a renovar modos de percibir o representar las personas o el universo. En muchos casos, durante el mismo viaje, renace la escritura o al menos se entrevé una solución a lo que parecía imposible de resolverse.

Es conocido también el recurso de la lectura. Al bloqueo de escribir se responde leyendo la escritura de otros. Es un modo de nutrirse a través de palabras ajenas. Varios escritores señalan que lo más indicado es adentrarse en la lectura de los clásicos, a ver si en tal inmersión se halla una piedra de toque que encienda otra vez la hoguera de la propia escritura. Y no hablo de lecturas directamente relacionadas con el género en que se padece el bloqueo, sino de otro tipo de textos, a veces bien distintos del género en el que regularmente se escribe. De igual manera, un consejo frecuente es leer poesía porque el lenguaje lírico, además de refrescar la palabra, es un modo de volverle a dar plasticidad al pensamiento cuando está demasiado tenso o radicalmente limitado por coordenadas poco elásticas. Sea como fuere, la lectura anhela incitar o hacer reverberar la materia prima de las palabras para que, con esa resonancia, se produzcan en el escritor evocaciones, conexiones, reincidencias.

Otros escritores acostumbran sortear los bloqueos de escritura apelando a escribir una tipología textual distinta a la que están atorados. Acuden a realizar ejercicios de formas específicas (un soneto, un écfrasis, un resumen de un número de palabras determinadas) como un modo de calistenia que les permita recuperar el tono o la continuidad en lo que venían escribiendo. La clave está en cambiar de registro de escritura o de variar el formato en el que están plasmado sus ideas. Es decir, si el bloqueo está en un texto narrativo, entonces se recurre a redactar versos de rima y sílabas precisas o lanzarse a realizar reseñas según un protocolo definido. Como se ve, se trata de tener ocupada la mano y la mente en otra frecuencia de escritura, a ver si de esa manera se recupera el vínculo con lo que se venía escribiendo. Y entre mayor sea el contraste de géneros, mejor será el resultado. Exigirle al entendimiento y a la creatividad estos cambios de enunciación a veces permite encontrar un paso en la vía de un proyecto interrumpido o una salida a un atoramiento en una tipología textual concreta.

Un camino adicional para sortear estos atascos es el de transcribir fragmentos de autores que sean muy queridos o dignos de emulación. Copiar la escritura de otros, a la manera de amanuenses consagrados, busca que el escritor interiorice formas, tonos, modos de decir, maneras de puntuar. No se trata de plagiar resoluciones ajenas a nuestros bloqueos, sino de confiar en la fuerza de la imitación para incorporar tradiciones, estilos, acervos literarios, repertorio de técnicas. Se cree que con esta práctica de transcripción de escritos selectos se aumenta el caudal de las potencialidades creativas o, por lo menos, se lubrica el engranaje de la facultad combinatoria. El objetivo es que haciendo este trabajo de imitación se prepare la mano del escritor para recuperar su inventiva.

Así se emplee uno u otro recurso, el bloqueo de escribir hace parte de las particularidades de este oficio. Al igual que como hay etapas prolíficas o de abundante producción, de igual modo existen períodos en que la pluma no es tan fértil como deseáramos. Resulta prudente, por lo mismo, no asociar estos bloqueos con estados de crisis insolubles u obsesionarse con soluciones inmediatas. Lo aconsejable es dejar que los ritmos de la creación se desplieguen en su tiempo necesario, sin que eso implique el abandono o el desinterés por la escritura. Muchas veces el afán por escribir termina convirtiéndose en una presión que conduce al atasco y atoramiento expresivos. La escritura necesita sus momentos de silencio, de pausas regenerativas. Permitir que se reorganicen las estructuras de nuestro pensamiento y los derroteros de nuestra imaginación, sin querer forzarlas, es otra de las claves de saber escribir.