Hay poemas que, desde la primera lectura, nos impactan por muchas razones: a veces, por la organización rítmica de cada verso o por la atinada selección de las palabras; y, en otras ocasiones, por la temática a la que aluden o por la fuerza de su simbolismo. Uno de esos poemas —que cumple varias de las mencionadas condiciones— es “Como Moisés es el viejo” del poeta sevillano Vicente Aleixandre. Trataré de explicar en los párrafos que siguen tal gusto o fascinación.
Una primera cosa que llamó mi atención fue la comparación sugerida en el título del poema: la vejez asociada a la figura de Moisés. Desde luego, el símil me llevó a pensar en el relato bíblico y en la figura de aquel hombre libertador y gestor de una utopía para un pueblo esclavizado, pero que sin embargo no pudo entrar a dicha tierra prometida. No obstante, el Moisés al que alude Aleixandre en la primera línea del poema, empieza “en lo alto del monte”. Mi memoria, entonces, recuperó la figura de Moisés bajando de la montaña con las tablas de la ley (el legado, la herencia) o del Moisés subido entre las altas rocas señalando con su brazo derecho el horizonte, un punto de lo posible.
Lo inesperado del poema comienza en la segunda estrofa. El poeta nos advierte que “cada hombre”, a su manera, puede ser Moisés. Que todos los seres humanos “movemos la palabra y alzamos los brazos” para señalar a otros un futuro, una meta, un ideal. En tanto seres del camino —seres en proyecto— todos podemos ser como Moisés. Ese tránsito que es todo vivir nos pone siempre en esa posición de doble mirada: el pasado y el futuro: el alba y la sombra. Aleixandre aprovecha la referencia de Moisés para señalar esa encrucijada en la que vive el viejo. Atrás de él está la luz, la vida, la agitación de los brazos; delante no hay sino sombras, la muerte misma.
Tal es la confirmación de la tercera estrofa: Moisés al igual que todos los hombres, debe morir. Pero la agonía no es la del gran líder o del señero legislador, no es la del Moisés de “las tablas vanas y el punzón”, como tampoco la del enviado con los honores “del rayo en las alturas”. No. El Moisés que empieza a morir es el de “los textos rotos”, el de “los ardidos cabellos”, el mismo que “ha quemado sus oídos por las palabras terribles” que ha dicho… Y, sin embargo, lo maravilloso del poema es comunicarnos algo profundamente humano: ese Moisés agonizante, tiene aún “aliento en los ojos”, “llama en sus pulmones” y en su boca titila o fulgura una luz. La comparación cobra más fuerza en este momento del poema: el viejo es como Moisés: sabe que pronto va a morir, pero en su pecho guarda unas pocas esperanzas, unos frágiles propósitos, algunas estrellas para su futura noche.
La siguiente estrofa es realmente magnífica: “para morir basta un ocaso”. No solo porque asocia la muerte con una lenta disminución de la luz, sino porque permite entrever que la muerte es ese instante de confluencia entre lo que fuimos, “el hormiguear de juventudes”, “las voces”, “la esperanza”, y esa otra tierra, ese “límite” que escapa a nuestros ojos y a nuestras manos. Lo que Moisés o el viejo no pueden ver es la prolongación de la vida. Serán otros los que podrán entrar a esa tierra fértil, apenas entrevista por el Moisés o el viejo agonizante.
Qué hermosa la figura plástica elegida por el poeta. Moisés ya viejo, Moisés próximo a morir. Moisés contemplando esa “porción de sombra en la raya del horizonte”. Y, al mismo tiempo, vemos el rostro de Moisés bañado por una tenue luz, el Moisés que rememora, que ve a los suyos saliendo del sufrimiento, el Moisés que contagia a otros de su fe, el Moisés que confía en sus más íntimos propósitos. Moisés sabe que adelante está la promesa, lo que él mismo vislumbró; pero acepta que la tenue luz que baña su rostro empieza a ser “barrida” por el “polvo viejo de los caminos”. Moisés, como el viejo, reconoce que ya no está en lo alto del monte, sino a ras de la tierra.
Quizá la razón fundamental de mi gusto por este poema estribe en la tensión que Aleixandre muestra de la vejez. Moisés le sirve de referente simbólico para retratar esa etapa de la vida en la que sabemos nos resulta imposible hacer grandes esfuerzos o llevar a cabo ingentes trabajos, pero que tiene aún luces de iniciativas o propósitos loables. No ha llegado la noche definitiva. Los viejos, como Moisés, están en el claroscuro del ocaso. Medio rostro sigue iluminado por la radiante esperanza y la otra mitad empieza a oscurecerse por la certeza de lo inevitable.
Rodolfo Alberto López dijo:
Poema hermoso, perfecto y sabio. Su lectura: inteligente, lúcida, dignificante de los ocasos. La vejez: umbral de dos rostros; necesaria certeza de la vida y de su término. Gracias Maestro Fernando.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Rodolfo, gracias por tu comentario. Un fuerte abrazo.
Aura Ardila dijo:
Llegar a la vejez lúcido y altivo, tal vez puede ser el privilegio de quienes cultivaron desde siempre su cuerpo y alma. Como siempre sus escritos logran tocar alguna fibra de mi ser y me conllevan a cuestionar y replantear algunas cosas. Larga vida Maestro.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimada Aura, gracias por tu comentario.
LUIS CARLOS VILLAMIL JIMÉNEZ dijo:
Apreciado Fernando:
Moisés es el referente simbólico de una vida, porque al final de sus días, rememoró los 40 años de viajes, encuentros, privaciones y tensiones durante su travesía por el desierto para llegar a la tierra prometida; el viejo Moisés guio su pueblo para que disfrutara del fértil territorio, pero el guía solamente vio a lo lejos la tierra prometida, no le alcanzó la vida para entrar en ella.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Estimado Luis Carlos, gracias por tu comentario.