Desde ese lunes festivo, desde esa comida exquisita que le habían traído sus padres de las montañas del Tolima, el profesor tenía un dolor leve y continuo en uno de los molares inferiores. Justo en aquella muela donde, quince días atrás, Manuel –su odontólogo– había hecho un tratamiento de conductos.
El profesor trataba de ignorar el dolor pero, a su pesar, se hacía cada vez más incisivo, más agudo. “Bien miradas las cosas, pensaba, un dolor de muelas es como una basura en un ojo”. Era un dolor como de corrientazos eléctricos, como de ebullición de la sangre. Un dolor persistente y molesto. “Como los cobradores, como los acreedores de nuestra misma familia”. El profesor intentó, por todos los medios, relegar ese dolor a un plano menor, a una dolencia insignificante, pero –a medida que pasaban las horas– el malestar, la desazón se hacía más evidente, más perfecta.
Afortunadamente, esa noche, pudo dormir.
Bien entrada la mañana, se levantó repleto de optimismo. Era su primer día de trabajo, después de vacaciones de fin de año. Se preparó un desayuno “Bruce Lee”: en una licuadora juntó el jugo de varias naranjas, un huevo, un banano, varias clases de cereal y miel. Dos vasos. Los ingirió unos minutos antes de que el pito del taxi, 2256666, lo pusiera en camino hacia el enorme edificio de la Universidad.
Saludó a todo el mundo. Volvió a encontrarse con los sitios y objetos familiares, con su escritorio lleno de papeles, con los dos grabados de Doré (“Don Quijote” y “Dante”) que adornaban una de las paredes de su oficina. Estuvo por más de dos hora reunido con las dos compañeras de equipo, Sandra y Fanny, hablando de las actividades de ese año, de ese primer semestre. Después, salió de la oficina, de ese cuarto pequeño, y fue directo hasta la biblioteca. Quería oler a su Universidad, verla otra vez, sentirla como un campesino reconoce su pedazo de parcela.
Bajó las múltiples escaleras, detuvo un taxi y fue directo hasta el centro de la ciudad. Compró dos revistas, sacó algunas cuentas de cobro de su apartado aéreo y tomó rumbo a su casa. Justo cuando el automóvil enfiló sus láminas amarillas hacia la avenida 26, volvió a sentir ese dolor, esa angustia ya vuelta familiar. Sacó de su maletín una de las revistas y empezó a hojearla; leyó con detenimiento una de las columnas habituales de la publicación, tuvo presente varios de los titulares, miró con deleite prospectivo un calendario de la Copa Mundo USA 1995. Cerró momentáneamente la revista. El malestar de su muela se hizo más vivo. Las manos y los ojos del profesor volvieron a navegar en ese cuerpo de papel de 82 páginas. Ahora la mirada se clavó en una fotografía brutal, demoledora. En blanco y negro: un hombre lleva entre sus brazos, como si fuera otra Pietá, el cuerpo exánime de su mujer. El hombre viste una camiseta sucia, ceñida al cuerpo, mojada, sudorosa. La mujer, tiene el torso desnudo –apenas una prenda le sirve de bufanda macabra–; la cabeza echada hacia atrás y los brazos como puestos en cruz. La mirada de odio y resignación del hombre, los ojos cerrados de la mujer; las manos del hombre como soportando una novia en el día de su matrimonio; los brazos delgados de la mujer, con una pulsera reluciente hacia el final de una de sus manos. Acaba de llover o está lloviendo. Atrás de ellos dos, como sirviendo de escenario, los rostros de algunos jóvenes. Las costillas de la mujer, su flaqueza; los senos y los pezones de la mujer –vivos aún, hermosos–… El cabello desordenado del hombre, los labios ligeramente abiertos, como si hubiera corrido a cuestas con el dolor durante muchos kilómetros; su mirada… El profesor leyó el pie de foto: Calcuta. Un hombre lleva a su mujer enferma de cólera. El taxi se detuvo.
—”No tengo nada”—dijo para sí el profesor—, metiendo la llave en la cerradura de la puerta.
Rosa Amparo dijo:
La sucesión de los hechos narrados, invitan a la concientización de cómo se asumen las vivencias de otros, y las personales. El dolor ajeno versus el dolor propio. El grado de atención que le damos a los acontecimientos en el pensamiento y en el corazón. Fantástica narrativa.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Rosa Amparo, gracias por tu comentario.
Edwin Rodríguez Trochez dijo:
Maestro en esta lectura decidí intentar reconocer algunas características del cuento, enfocándome en el desarrollo del personaje comenzando por el dolor de muela del maestro, la descripción del dolor; luego, la transición del tiempo y el espacio y el detonante del conflicto del cuento.
El dolor de muela tiene un origen, esa comida exquisita que traen los padres desde las montañas del Tolima. Me arriesgaría a decir que pudo ser un sancocho de gallina, el cuero de la lechona, un chicharroncito, o por otra parte un exquisito pasabocas como el pan de yuca, tostadas o almojábanas que lastimaron la sensible muela, la cual recientemente había recibido un tratamiento de conducto.
Con ello en mente, la descripción del dolor de muela es fundamental para ayudar al lector: “a ponerse en los zapatos del otro”, y la comparación de la mugre en el ojo es muy precisa para percibir la angustia del personaje.
Saltandome un poco al tiempo y espacio, percibí que gracias a la descripción de los espacios que el personaje visitaba, ofrecía la sensación de un tiempo tácito, es decir que se infiere. Vale la pena mencionar una vez más, que es por la descripción de los espacios. Así que tiempo y espacio trabajan mancomunadamente.
El detonante del cuento se ubica en ese choque del dolor de muela y la impactante imagen que, “el maestro”, observa. Ahí es cuando el personaje empieza una lectura Semiótica de aquella imagen tan diciente y completa su sentido con las letras que se ubican al pie de la foto.
Maestro muchas gracias por su ayuda.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Edwin, gracias por tu comentario.
Isabel Mora dijo:
Maestro Fernando: de todas las entradas que he leído de su blog , esta es una de las que más me ha impactado. Así va la humanidad, generalemete solo vemos el dolor propio pero el ajeno no.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Isabel, gracias por tu comentario.
Oscar Alonso dijo:
Me encanta el suspenso de toda la historia y el inesperado pero muy significativo final. Muchas veces nos quejamos de nuestros males y si nos ponemos a analizar, veremos que no tenemos nada en comparación con las tragedias de muchos.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Oscar Alfonso, gracias por tu comentario.
Ulpiano Ulloa Fernández dijo:
Como analogía de la imagen, podría pensarse la situación de violencia en Colombia nuestra patria desde mucho tiempo atrás. Allá las enfermedades, acá la violencia desenfrenada. El problema radica, en que pareciera que nuestra patria no tuviese ni un solo odontólogo que pudiese tratarnos ese “dolor de muela” eterno en nuestras bocas silenciadas.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Ulpiano, gracias por tu comentario. Lo más preocupante, como lo dices, son “las bocas silenciadas”. Obligadas o voluntariamente.
Claudia Patricia Rivero M. dijo:
Te felicito amigo!!!! tus logros son impresionantes!!! no pude evitar comenzar por este relato!!!! el oficio se sale por los poros!!!!!
Me encantanta que estés logrando tus metas!!! la pasión que le pones a todo es algo que al recordar… me enseña todos los días!!! Estoy muy orgullosa de mi MAESTRO!!!!
fernandovasquezrodriguez dijo:
Aunque la pasión con que hacemos las cosas es muda, lo cierto es que en ella está la genuina enseñanza. La pasión no necesita decirse; basta con verla. Tal vez el recuerdo de la pasión, en todas sus manifestaciones, sea lo que queda grabado en nuestra memoria.
Gloria Marlén Rondón dijo:
Me atrapó este relato por su densidad y agilidad narrativa; dos situaciones aparentemente opuestas capturan mi atención de comienzo a fin.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Eso que dices es lo que me interesaba destacar en el relato: cómo lo que para uno es lo más doloroso, frente a lo que otros padecen, apenas es una dolencia menor.