El hombre debe inventarse cada día.
Jean-Paul Sartre
Lo que nos hace conservarnos vivos es nuestra capacidad de renovación. Los seres humanos necesitamos, cuando de mantenerse vigentes se trata, mudar de formas de ser y de pensar. Es esa capacidad para reconstruirse de nuevo, para desenredar y volver a tejer un carácter o una personalidad, la que le otorga a las personas su actualidad. Si no nos reinventamos diariamente, aunque nuestro cuerpo continúe sobreviviendo, la existencia de nuestro espíritu apenas parecerá un sudario.
Tal es nuestra tarea esencial: forjarnos permanentemente. Buscar cada día una nueva respuesta, una nueva ruta intelectual, otra salida a algún inconveniente. No contentarnos con lo que ya hemos conquistado o con la solución que parece a todas luces ya definitiva; no “dormirnos sobre los laureles”; no dejar de explorar o de intentar otros campos de acción u otros senderos del conocimiento. Todos los días tenemos como tarea reanudar ese inacabado ejercicio de introspección y avanzar un poco en los insondables misterios de la vida. No podemos quedarnos quietos ni asumir que ya no necesitamos evolucionar. Por el contrario, es en la afirmación de nuestro cambio donde está la certeza de nuestra pervivencia.
Tenemos que convencernos de que es transformándonos como lograremos enfrentar el paso de los años. Sólo y en la medida en que estemos dispuestos –tanto nuestro corazón como nuestra cabeza– a migrar de ideas o de comportamientos, de hábitos o de convicciones, podremos mantenernos en pie frente a los continuos y diversos vendavales de las horas. La única manera de no derrumbarnos es aprender a variar o mudar, a alterar nuestra condición habitual por otros rostros o por otros semblantes más acordes a los nuevos escenarios o las nuevas necesidades. Este hecho nos advierte, por lo mismo, que no debemos apegarnos demasiado a un determinado avatar; que necesitamos valorar el desprendimiento; que cualquier solidificación nos incapacita para proseguir con ese inagotable proceso de transmutaciones que es la vida misma. No podemos encarcelarnos por la nostalgia ni debemos aferrarnos a lo ya pasado. Cada día nos impone la tarea de volver a delinear nuestra cara, de dibujar una vez más el mapa de nuestra identidad, de nombrar otra vez las génesis cotidianas. Cada nuevo amanecer diluye, de alguna forma, los irrefutables colores del ocaso del día anterior.
Lo peor que nos puede pasar es dejar que se nos calcifique nuestro dinámico corazón. La mayor de nuestras desgracias es que nos sintamos tan “realizados”, tan completos, que cancelemos toda nueva iniciativa, toda nueva curiosidad. Debemos luchar contra esas osteoporosis que van cubriendo nuestra alma: ponerla en cuidados intensivos. Y cada vez que sintamos que ya todo está hecho o dicho, o que pensemos que “no hay nada nuevo bajo el sol”, tenemos que ponernos en guardia porque son síntomas de esa enfermedad que nos condena a parecer estatuas o meros espectadores de la existencia. Si son más las respuestas que las preguntas, si son más las rutinas que las innovaciones, si predominan más nuestras quejas que nuestras propuestas, necesitamos cuanto antes aplicarnos la vacuna de la metamorfosis. Es urgente que tomemos –en grandes dosis– esos reconstituyentes de la renovación y el cambio.
Vale la pena que renovemos nuestro ropero espiritual. Como sucede en los trasteos, debemos hacer habitual desechar algunos “trapos viejos” para que quede algún espacio para las nuevas prendas. Hay que botar algunos “chécheres” antiguos si es que deseamos albergar nuevos objetos en nuestra casa. Deberíamos estar en actitud de traslación. Si alguna verdad nos fue útil durante un tiempo, no tengamos miedo de abandonarla por otra que nos parece más transparente o más acorde a nuestra edad o nuestro momento; si algún trabajo u ocupación nos sirvió de soporte y de razón de ser, no temamos en cambiarlo por otro que se ajuste más a nuestro actual proyecto de vida o a nuestra realización personal; si alguna relación afectiva nos pareció perfecta y duradera durante una edad de nuestra vida, no tengamos temor ahora en aceptar su imperfección o su término. Asumamos, con tranquilidad, que la esencia de lo humano es fluida, cambiante. Más que lamentarnos por lo que no sigue igual o porque “las cosas ya no son como antes”, pongamos todo nuestro ser en disposición de mudanza.
(De mi libro: Custodiar la vida. Reflexiones sobre el cuidado de la cotidianidad).
Beatriz Martha Vergara dijo:
Mi mudanza será interior. La prioridad será renovar en mí lo biológico…sacar de mi propio cuerpo lo que pesa para aligerar así el viaje exterior… y poder pintar ese sol en las montañas de Capira.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Beatriz Martha, gracias por tu comentario. Comparto tu idea de que la mudanza sea primero interior. Sólo así se aligera el viaje en la periferia…
marleny_carazo@yahoo.com dijo:
Feliz año 2013 lleno de prosperidad, salud, amor y paz junto a sus seres queridos. Gracias por tan bello mensaje que ya había leído en su libro custodiar la vida y recordé con alegría. Un saludo. Marleny
Enviado desde un dispositivo BlackBerry® de Tigo
fernandovasquezrodriguez dijo:
Marleny, gracias por tu comentario. Mis mejores deseos para que en este año tus proyectos vayan por buen camino. Y que los sueños no dejen de irradiar su luz.