Buena parte del oficio de escribir consiste en sopesar, en aquilatar el peso y la calidad de las palabras. De allí por qué me ha parecido interesante asociar la tarea del escritor más con restar que con sumar vocablos.
Quien tenga por oficio escribir sabe que al elaborar un ensayo o un cuento son más las palabras descartadas que las aparecidas en el texto final. El tachar y el corregir, la llamada posescritura, da fe de ese pugilato con los vocablos. Aún antes, cuando la idea o la historia está dando vueltas en nuestra cabeza, allí mismo esas palabras van sufriendo un proceso de decantación, de filtrado o evaporación. Y luego, frente al papel o la pantalla de computador, se da una continua lucha entre el repertorio de palabras con que cuenta nuestra memoria y la elección del término para designar un estado de ánimo, una acción, un concepto, una frase para mantener el suspenso. Por eso también, frente a la tradicional manera de priorizar la página en limpio, considero el escribir como un oficio “sucio”, donde son muy valiosas las tachaduras y las enmiendas. Y entre más se confíe en el flujo inicial del escritor, en esa avalancha de palabras sin dique o cortapisa, mayor será el trabajo posterior de poda o recorte. Mayor el espacio y el tiempo para usar el borrador y la tijera.
Cuando escribimos lo que en verdad hacemos es suprimir, desechar, omitir palabras, bien porque no son las pertinentes o porque hay otras que dicen mejor la idea o la acción que nos interesa comunicar. Tal ejercicio de pensamiento –ya que de eso se trata– es lo que convierte el escribir en algo semejante a una tarea investigativa o a una actividad artesanal. De una parte, para saber cuál es el sentido preciso de un vocablo o el campo de un acción de una palabra, el escritor necesita documentarse: leyendo fuentes de diversa índole, observando meticulosamente las acciones cotidianas, preguntando, recogiendo materiales dispersos, archivando… Este documentarse es fundamental para otorgarle a lo que escribe carta de precisión o verosimilitud. De otro lado, el escritor tiene que ensayar diferentes maneras de engarzar, anudar o tejer las palabras. Aquí la paciencia y el esmero, el buen oído, son necesarios para manipular el ritmo, la fuerza, la seducción o la gravitación de un vocablo.
Por ser su tarea un oficio de medida y precisión, el escritor necesita instalarse al lado de los diccionarios, de esas herramientas de referencia inmediata. En ciertos casos acude al etimológico, porque desea conocer el sentido madre de un término, o los lazos de sangre –no siempre evidentes– de las palabras; en otros, prefiere ir al diccionario de sinónimos. Por supuesto, hablo de un diccionario razonado de sinónimos, no de un listado heterogéneo en donde cada vocablo parece poderse remplazar por cualquier otro. Razonado porque le ayuda a pensar al escritor, porque le permite sopesar los alcances de las palabras. No se trata de utilizar romper por quebrar, o quebrar por quebrantar. Pues, bien analizadas las palabras, se rompen los cuerpos cuyas partes se entrelazan, se unen o están encadenadas unas con otras, mientras que se quiebran los cuerpos inflexibles o vidriosos; se rompe el pan, la tela, una cuerda; se quiebran tazas y vasos… Se quebrantan los cuerpos que, en vez de entrelazarse, son sólo adherentes y como pegados sin ningún lazo que les sea común: el barro, el hielo, el mármol. Y aunque estas tres palabras remiten a la acción de reducir por la fuerza un cuerpo sólido a diversos pedazos, cada una apunta a una finalidad precisa. Y ni qué decir de los diccionarios ideológicos, tan útiles no para buscar definiciones sino para hallar el nombre de algo que se vislumbra en el espacio de nuestra mente pero se refunde con infinidad de sombras de palabras.
Escribir es, esencialmente, sustraer materia lingüística. El escritor escribe un vocablo, piensa en la combinatoria posible de otras palabras que podrían decir lo mismo, elige, considera, delibera; se levanta, va y consulta, hojea, se detiene; vuelve a su escritorio, corrige, cambia la palabra por otra que ahora le parece más apropiada, más cercana a lo que quería decir o expresar. Vuelve y lee toda la frase, medita, y se lanza a hacer otro recorte. Una vez más se pone de pie. Camina las ideas. Después de unos minutos, retorna a su sitio de trabajo. Tacha toda la línea inicial del segundo párrafo y la cambia por un verbo en infinitivo, el vocablo tiene más consistencia, es más preciso, se ajusta mejor a una conexión de consecuencia. Se detiene y, por largo rato, se queda ensimismado en sus pensamientos, en sus propias palabras. Ahora, relee todo lo que ha escrito y suprime, en la última línea, un verbo muy parecido en su conjugación a otro que estaba al iniciar la frase. Duda sobre el término, y otra vez se levanta hasta la biblioteca para tomar una de sus fuentes predilectas –una en donde bebe a diario–, el diccionario de uso del español de María Moliner. Se sienta, modifica la palabra, y continúa escribiendo.
(De mi libro Escritores en su tinta. Consejos y técnicas de los escritores expertos, Editorial Kimpres, Bogotá, pp. 564-566).
Fany dijo:
Que bien por todos lo aportes, pero puede alguno de ustedes aclararme que es lo correcto si toldo o tolda ( me refiero a la carpa que usan para cubrirse de manera improvisada)
fernandovasquezrodriguez dijo:
Fany, gracias por tu comentario. Lo correcto es toldo, aunque en varios países de América latina se utiliza tolda.
luz castro dijo:
En la forma y en el fondo encontramos la sustracción en ” el arte de escribir”, no solo en la escritura misma y la persistencia en ella, además en el tiempo, en el desgaste continuo que este requiere, tanto en su forma como en su fondo. Si la vida misma es una sustracción como no decirlo de todo lo que le atañe.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Luz, gracias por tu comentario. Y quizá por eso mismo la corrección es la manera como el tiempo se suma a la supresión de lo inútil en la escritura.
conticontamos dijo:
Escribir…. Un verbo que lo veía tan insignificante. Gracias a esta lectura sin darme cuenta cambie totalmente mi perspectiva de este concepto; es un trabajo arduo y significativo, en realidad se necesita mucho valor para tomar el riesgo de escribir..
fernandovasquezrodriguez dijo:
Conticontamos, gracias por tu comentario. El placer de escribir, su goce, oculta la pena de sus dificultades.
marleny_carazo@yahoo.com dijo:
Gracias por hermosos escritos. Dios lo siga bendiciendo
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fernandovasquezrodriguez dijo:
Marleny, gracias por tu comentario.
Rodolfo Alberto López D dijo:
Fernando, además de su precisión respecto a que escribir es restar y no sumar, este texto nos invita a resignificar tres condiciones íntimas de la escritura: la soledad, la persistencia y la concentración. Posiblemente por ello la actual civilización del espectáculo tan poco valor le dé a la escritura; probablemente por esto mismo, las didácticas de la escritura no promuevan estos hábitos en los ambientes educativos.
Rodolfo L.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Rodolfo, gracias por tu comentario. Entre más años he vivido esta pasión por escribir más he confirmado la importancia de la persistencia. A veces prefiero considerarla un asunto de disciplina. En mi caso: todos los días, por lo menos durante cuatro horas, lucho felizmente con las palabras.