ACANTILADO
Hay otra forma de vivir,
pero seguimos aferrándonos
al acantilado, sobre la espuma del mal.
Seguramente alguien nos dio
el mar de danza irrepetible:
Nosotros escogimos la roca de la culpa
de donde no podemos mirar cielo ninguno.
Giovanni Quessep
Aunque hay otra forma de vivir, como nos dice Giovanni Quessep en su poema “Acantilado”, lo cierto es que a muchas personas les gusta aferrarse al abismo permanente de la culpa. Teniendo la posibilidad de elegir una existencia soberana convierten su día a día en un tormentoso despeñadero de remordimientos. Tal vez estas personas, de tanto redundar en su culpabilidad, olvidan que es posible vivir de otra manera.
Es clarísimo, como se muestra en el poema, que los seres humanos tenemos la posibilidad de elegir nuestro destino. No es un castigo de los dioses ni un plan predeterminado. Cada persona, al tomar sus decisiones, va delineando la figura de su propia vida. Y, por supuesto, al elegir una opción –afectiva, profesional, económica o de otra índole– debe hacerse responsable también de sus consecuencias. La culpa emerge, precisamente, cuando nos arrepentimos de las elecciones hechas o cuando no queremos aceptar las implicaciones de alguna decisión tomada. Es bueno aclarar esto porque los únicos causantes de estar en los bordes del precipicio de la culpabilidad somos nosotros mismos. A nadie más puede achacársele nuestra particular manera de aferrarnos a un vacío.
De otro lado, la vida nos ha sido dada como un “mar de danza irrepetible”. Esa es su maravilla y su fascinación. Nadie puede vivir por otro y no es posible, como se dice coloquialmente, “vivir en borrador”. Cada día que pasa, cada persona que encontramos, cada experiencia que tenemos, por más que quisiéramos, es irrepetible. ¿Cuándo, entonces, aparece la culpa? Pues en el instante en que nos lamentamos de algo que no vivimos o en el momento que anhelamos volver a vivir de manera diferente algo que ya pasó. La culpa, en este sentido, es la no aceptación de la irrepetibilidad de la existencia. Aunque parezca extraño, la culpa niega la vida, se opone a su desarrollo único, se obstina en resucitar lo que ya ha cumplido su ciclo. Quizá sea esa “la espuma del mal” a la que se refiere el poeta: una maléfica obstinación en reversar la vida; una fascinación no por seguir adelante sino por volver atrás, retractándose o abjurando de lo vivido.
Quessep dota a la culpa, además, de la consistencia de la roca. A lo mejor, para subrayar esa falta de dinamismo, esa fijeza que no le permite a los culpables moverse al ritmo propio de lo vivo. El culpable se queda momificado en una decisión, en un hecho, en una determinada acción. Siempre busca regresar a ese punto; o mejor, el culpable se ha quedado fijo en un lugar. Su conciencia, su memoria, sus emociones y sentimientos están prisioneros del sedentarismo de alguna decisión. Al culpable le faltan músculos y energía para decir, “bueno, no fue lo correcto, me equivoqué en esa elección, no pensé mejor las palabras que dije”, para luego, poder seguir adelante en su recorrido vital. Dada su condición de roca, el culpable repite y repite, como si fuera una letanía, la misma disculpa, el mismo llanto, la misma retahíla del “yo no quería hacerlo”, “a mí me obligaron”, “no sé por qué lo hice”, “qué bueno sería seguir como estábamos antes”. Por tener una consistencia pétrea, el espíritu del culpable es un permanente eco. Un repiqueteo que a sí mismo se responde.
El poeta nos hace una advertencia en las últimas líneas: al escoger el camino de la culpa, la consecuencia más grave es que “no podemos mirar cielo alguno”. Si nos asumimos como culpables, nos prohibimos la esperanza, el sueño, la utopía. Por estar preso del arrepentimiento, por vivir revocando los edictos de su libertad, el culpable no puede ver sino hacia el despeñadero, hacia la sin salida o el destino desafortunado. Ni las estrellas, ni el sol más radiante, le son estímulos llamativos. Lo que en verdad convoca su atención es la negrura del abismo, la enrarecida bruma del “no hay nada que hacer”. Pero no debiera ser así; no podemos permitir que nuestra libertad se vea frenada por las lajas afiladas de la culpa. Porque, y es importante repetírnoslo, “hay otra forma de vivir”, tal vez más riesgosa pero más genuina y con una ventaja existencial enorme: la de no perder de vista el vasto firmamento.
(De mi libro Vivir de poesía. Poemas para iluminar nuestra existencia, Editorial Kimpres, Bogotá, 2012, pp. 113-117)
Lucila Fuentes Espinosa dijo:
Si el error forma, o si el error daña y nos hunde en la culpa, terminamos llevando un saco de errores y culpas que no nos dejan visualizar ese perdón que nos podría sanar o aliviar. ¿cuándo nos desprenderemos de pensar mal, lastimar a los que más amamos y si la culpa no fuera un detonante para buscar alivio en el corazón de otros? la culpa parece un mal necesario que necesita un antídoto a tiempo. gracias por compartir su pensamiento con nosotros-
fernandovasquezrodriguez dijo:
Lucila, gracias por tu comentario. Me aúno a tu idea de que el error nos hunde en la culpa y “no nos deja visualizar el perdón”. Por eso, saber reconocer los propios errores es una manera de aliviar nuestras fallas y permitirle a los demás salir de ese laberinto del rencor.
Beatriz Martha Vergara dijo:
“Hay otra forma de vivir,
pero seguimos aferrándonos
al acantilado, sobre la espuma del mal.”
GQ.
¡Dios Mío!… Qué imagen tan impactante… no sabía si seguirla viendo, o bajar el cursor para no verla más. La culpa… es como pensar que el pecado existe… y no, lo que realmente existe es hacerles daño a los demás. Esa debería ser la religión de todos: NO HACERLE DAÑO A LOS DEMÁS!… Maestro: una pregunta: ¿Cómo y cuándo sabemos que las decisiones son acertadas? ¿Acaso no es cuando sentimos culpa de habernos equivocado? … Yo quiero tomar decisiones que no me hagan sentir culpable de nada después… ¿Se puede? Hay un brebaje para esto?
Un abrazo.
Beatriz Martha
fernandovasquezrodriguez dijo:
Beatriz Martha, gracias por tu comentario. Sí, esa debería ser nuestra consigna: no hacerle daño a los demás. Pero, el problema es el que tú misma planteas: ¿cuándo sabemos que nuestras decisiones son acertadas? A veces estamos convencidos de realizar un acto que consideramos intrascendente (un pecadillo menor, decimos) pero, pasado un tiempo, nos damos cuenta de que afectó o lesionó a alguien. No queríamos hacerlo pero ese es el resultado. El uso de nuestra libertad trae consigo ese gusanito: la libertad produce consecuencias, implica responsabilidades. No hay brebaje o, si lo hay, está muy cercano a la sabiduría en el decir y en el actuar. Precisamente, la culpa proviene en gran parte de querer ser libres pero sin asumir la responsabilidad que esto entraña. Queremos todos los beneficios pero sin asumir ningún costo. También el miedo a ser libres vuelve nuestra mente y nuestro corazón más proclives a la culpa. Lo mejor, al menos como yo lo entiendo, es tener el suficiente talante para pedir perdón cuando nuestras acciones no son recibidas de la mejor manera o causaron algún daño, y discernir sobre el error que cometimos para corregir nuestra conducta en el futuro. Lo importante es no quedarse en ese tornillo sin fin de la culpabilidad porque esa manera de enfrentar la vida se parece mucho a los trabajos de Sísifo.
María Paulina Venegas Bernal. dijo:
Mi estimado Maestro, me remito a estas palabras de Víctor Hugo:
”El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”.
Tal vez en un gran porcentaje pertenezcamos al grupo de los temerosos o de los pesimistas, sin embargo, las situaciones vividas nos permiten reflexionar y ver desde diferentes perspectivas las diversas tonalidades que tiene la vida y las desconocidas fuerzas internas que emergen para ayudarnos a superar las dificultades.
Qué bueno poder visualizar cada prueba de la vida, como una verdadera oportunidad para redireccionar y resignificar la existencia, valorando la salud, las potencialidades, la familia, el quehacer y las cosas sencillas…
Dios me lo siga acompañando y colmando de ideas brillantes.
fernandovasquezrodriguez dijo:
María Paulina, gracias por tu comentario. Vivir en la culpa es una forma de anclarnos a lo ya vivido y de negarnos el perdón o la esperanza. La culpa, en buena parte, nos niega la riqueza del presente y la posibilidad infinita de un futuro.