El maestro es un puente entre el pasado y el porvenir. De un lado escucha y debe darle continuidad a la tradición; de otro, fisura lo ya conocido para que pueda emerger lo inédito.
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El maestro tiene mucho de provocador o incitador; es un permanente acicate para que el aprendiz rompa las cadenas de su conformismo.
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Hay maestros que están al frente de nosotros para que superemos un miedo o nos percatemos de posibilidades inéditas.
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Por momentos el aprendiz cree a pie juntillas todo lo que dice su maestro; otras veces, desconfía de aquellas enseñanzas. Así debe ser el movimiento de péndulo del verdadero aprendizaje.
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Los grandes maestros son fieles a esta convicción: aunque el presente sea el taller de su labor, es por un mejor futuro que trabajan sus manos.
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El error del que aprende es la masa con que el maestro elabora cotidianamente su pan.
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Hay educadores que no se toman en serio a sus estudiantes, esos difícilmente llegarán a ser maestros.
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Los profesores se aferran de su profesión; los maestros, de las necesidades de sus alumnos.
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El logro de la tarea del maestro rinde sus beneficios en el largo plazo y de manera silenciosa.
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Recordamos gratamente a los maestros que nos permitieron ser lo que aún no sabíamos que éramos.
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Es muy difícil ser un genuino maestro si no se tiene fe y esperanza en el estudiante. La desesperanza es el mayor defecto de un educador.
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Dígase lo que se quiera, más allá de los títulos o la vasta experiencia, el mayor atributo de un maestro sigue siendo su ejemplo.
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Los profesores cumplen juiciosamente sus funciones; los maestros, además, desean establecer vínculos.
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En muchas ocasiones el “no” de los buenos maestros es un “sí” que el alumno necesita descubrir.
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La mayoría de las veces son los gestos y no las palabras del maestro los que en verdad constituyen su enseñanza.
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El maestro debe preparar su clase; el alumno, hacer su tarea. Allí está una de las claves de la buena relación pedagógica.
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Cada vez que el alumno crece y logra sus metas, la luz discreta de su maestro se aviva y brilla con más intensidad.
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Los maestros son buscadores de tesoros. Su tarea exploratoria consiste en hallar en cada alumno su más preciado tesoro.
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Aunque es la información el papel moneda del maestro, la ganancia real de su negocio está en la oportunidad de la formación.
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Las mejores tareas que el maestro impone no son, esencialmente, para él, sino para el propio aprendiz.
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La terquedad es al mal aprendiz lo que la falta de compromiso al mal maestro.
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La relación entre el alumno y el maestro empieza siendo desigual para culminar en una fraternidad de semejantes.
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Tan peligrosa es la excesiva confianza como la total lejanía. El maestro al igual que el torero son expertos en medir distancias.
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Las preguntas que el maestro emplea pueden entenderse como un arte de pesca o una piedra de pulimento.
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Además de ofrecer algunas respuestas, los maestros memorables son los que alguna vez supieron formularnos determinadas preguntas.
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La continuidad de las ideas de un maestro se llama escuela; la de una escuela, tradición. Las tradiciones que permanecen en el tiempo son, en sí mismas, lo que llamamos educación.
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Si el maestro descuida a su alumno está faltando al primer mandamiento de su oficio. Las otras observancias del decálogo tienen su fundamento en este primer precepto.
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Si entendemos el oficio del maestro como un guía es porque deseamos subrayar el valor de experimentar primero en carne propia lo que luego se desea demandar a otros.
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Así como el maestro anhela encontrar el alumno dispuesto y esmerado; así el aprendiz espera hallar a un maestro paciente y comprensivo. Como puede verse, la relación pedagógica nace del encuentro ideal entre dos desconocidos.
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Hay tantos rasgos de personalidad del maestro que enseñan igual o más que sus lecciones. Rasgos de los cuales ni él mismo es consciente. Esos rasgos pueden ser lo que en verdad permanezca en la mente de sus alumnos.
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El tiempo que gobierna la acción de los maestros es el propio de la oportunidad. La cronología debe someterse a las demandas de la ocasión.
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Los maestros novatos confían en la fortaleza del roble; los maestros sabios aspiran a tener la consistencia flexible de las palmeras.
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Los buenos maestros dejan en sus discursos de enseñanza intersticios para que respire el aprendizaje de sus alumnos.
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El momento más difícil del maestro es cuando tiene que evaluar a sus estudiantes. Se trata casi siempre de dar un veredicto. Y, como es sabido, no siempre al aplicar la ley se logra la justicia.
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El maestro señala con el dedo un objeto en lejanía. Pero dependiendo del espíritu o el talante del alumno este podrá fijarse en el árbol que sobresale del paisaje o adivinar la montaña escondida tras las nubes.
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Hay que tener cuidado: los caminos que le sirvieron antaño al maestro no necesariamente le sirven hoy al aprendiz. Hay que tener confianza: los caminos de ayer y de hoy resultan semejantes si el maestro y el alumno comparten la misma búsqueda.
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A veces criticamos al maestro por las fallas morales de sus alumnos. Deberíamos ser más prudentes: el anfitrión del banquete no puede responder por la gula de sus invitados.
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El maestro entrevé las posibilidades de lo que hasta ahora es potencia en sus alumnos. En este sentido, la educación es una apuesta en lo posible.
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Las lecciones de ciertos maestros cobran, como los buenos vinos, un mejor sabor con el pasar del tiempo. Las enseñanzas necesitan madurar para alcanzar su justo punto de bebida.
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La desatención del aprendiz es una de las cabezas del monstruo que permanentemente debe enfrentar el maestro. La otra cabeza de este engendro es la apatía.
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Los maestros experimentados usan el silencio como si fuera otra palabra. El silencio intencionado se oye más que los gritos.
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Si son lecciones de moral las que ocupan el interés del maestro, lo mejor es usar el tono armonioso de la sugerencia y no el sonsonete de la prescripción.
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La maestría de los buenos educadores no está en los grandes asuntos sino en los pequeños detalles: el modo de iniciar la clase, los gestos sencillos de acogida, un pequeño comentario de reconocimiento… Dicha maestría es un refinamiento de las formas.
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La autoridad del maestro no proviene únicamente de su saber; más bien emana de su ejemplo.
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Los discípulos de los grandes maestros son los que transforman sus palabras y sus actos en relatos memorables. Son los discípulos los que convierten lo vivido con su maestro en un legado.
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La soberbia del educador provoca que su cara se convierta en una máscara. La soberbia fija lo mudable.
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De todos los defectos del maestro el que menos perdonan sus alumnos es el de convertir sus conocimientos en dardos de humillación.
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Se debe ser cuidadoso con la ironía. Sólo los maestros sabios pueden decir la verdad como si fuera una broma inofensiva.
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Aunque no sea una cualidad particular de los maestros, el ostentar de su saber es una mancha que termina ocultando todas sus otras acciones.
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Los maestros transforman lo erudito del conocimiento en conocimiento enseñable. Son alquimistas de lo abstruso y complicado.
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¿Queréis apreciar la experticia de un maestro? Escuchad sus ejemplos.
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Encontrar el ejemplo adecuado y propicio a la ocasión es una labor en la que se combinan la experiencia y la imaginación. Cuando el maestro ejemplifica construye un pequeño artefacto explicativo en el que combina lo dado con lo imaginado.
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El uso del humor por parte del maestro le quita al saber su presuntuosa seriedad y su altanera arrogancia.
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Los maestros convencidos de su profesión hacen parecer más fácil la tarea de enseñar. Claro: si hay felicidad en lo que hacemos resulta contagioso el deseo por aprender.
keiner dijo:
muchísimas gracias me ayudo mucho
gracias
dios te bendiga
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Keiner, gracias por tu comentario.
Sebastián dijo:
El buen maestro guía y forma con su ejemplo; su discurso corrobora aquello que practica.
Siempre es un verdadero placer leer sus textos, profesor Fernando.
Fernando Vásquez Rodríguez dijo:
Sebastián, gracias por tu comentario.
Karolina González dijo:
Fernando: a continuación quiero dar a conocer el pensamiento que me inspira el leer cada uno de estos aforismos sobre el maestro ya que toman un sentido valioso al plasmar muchas de las acciones hermosas y humanas que realizamos con nuestra profesión. Consideremos ahora que el aforismo que hace referencia a la maestría valora cada uno de los compromisos que ponemos en práctica tanto estudiantes como maestros porque contribuyen con el quehacer diario.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Karolina, gracias por tu comentario.
Cecilia Bustamante dijo:
Muy cierto: mientras que el profesor se encarga más de la academia, el maestro realiza una formación integral, en donde les ofrece las herramientas necesarias para que crezcan como personas, buscando desarrollar todas sus características, condiciones y potencialidades.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Cecilia, gracias por tu comentario. La formación integral rebasa los contenidos disciplinares; la formación integral pone al maestro en la tarea de crear un vínculo con otro ser humano.
Óscar Andrés Rojas dijo:
“Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo”.
Fernándo de Rojas
fernandovasquezrodriguez dijo:
Oscar Andrés, gracias por tu comentario.
César Armando Peñuela Rodríguez dijo:
Muy cierto Dr. Fernando. Pienso que la labor silenciosa del Maestro no es suficientemente reconocida y a veces subestimada. Sin embargo, y después de mucho tiempo, el alumno reconoce finalmente el valor del verdadero Maestro.
fernandovasquezrodriguez dijo:
César, gracias por tu comentario. Son los alumnos agradecidos lo que en verdad enaltecen el oficio humilde del maestro.
marleny_carazo@yahoo.com dijo:
Simplemente hermoso. Gracias
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fernandovasquezrodriguez dijo:
Marleny, gracias por tu comentario.