Ilustración de Brad Holland.

Ilustración de Brad Holland.

Son tantos los problemas y demandas de la sociedad actual que es un imperativo la cualificación de la práctica docente. Los maestros necesitan revisar su propio quehacer, modificarlo, afinarlo o mejorarlo. Es urgente mermar el exceso de improvisación o de irresponsabilidad al momento de estar en el aula. En últimas, los profesores no pueden seguir contentándose con una labor repetitiva y carente de renovación.

Advirtamos, de una vez, que la única forma de mantener en alto el prestigio y la calidad de la docencia es, precisamente, no perder el deseo de mejorar o innovar la labor de enseñanza. Si un docente se conforma con una sola manera de explicar o evaluar, si hace caso omiso a los desafíos de las nuevas tecnologías, si no problematiza sus procesos de enseñanza, si poco valor le da a las potencialidades del pensamiento creativo, pues el resultado será el que los estudiantes diagnostican todos los días: el aburrimiento, la ausencia de motivación, el desconsuelo o la falta de interés por aprender. Innovar es mantener en alto la bandera de que vale la pena compartirle a otros lo que sabemos, es poner lo posible por encima de las dificultades y la desesperanza.

A veces esa innovación corresponde a un alto reflexivo del docente en el trabajo del aula para entender por qué hace lo que hace; o es un momento de evaluación para, con una mirada crítica, descubrir qué está mal o qué merece cambiarse radicalmente. También puede suceder que la innovación provenga de una contrastación de lo propio con experiencias semejantes. El hecho de que leamos lo que otros colegas hacen sirve de espejo para reafirmar las cosas positivas y de alerta cuando notamos una flagrante equivocación. En todo caso, y eso lo sabemos los maestros, es en el diálogo entre pares, en el compartir formas de operar y organizar, como podemos hacer un ajuste de cuentas con nuestra cotidianidad para sabernos profesionales anquilosados o adalides de la renovación educativa.

Desde luego, un filón de la innovación está asociado a la didáctica. La didáctica en cuanto saber y en cuanto hacer; la didáctica como una práctica. Porque ya no se trata de entenderla como el componente ancilar o instrumental de la pedagogía o como un asunto de ayudas y recursos de instrucción. La didáctica, por el contrario, es lo particular de aquellos profesionales dedicados a la enseñanza, y en esa medida tiene su propio estatuto epistemológico, sus técnicas y sus metodologías. Es ese escenario el que mejor contribuye a llevar a la acción propuestas como el conocimiento guiado, la sinéctica, el uso del blog o el aprendizaje basado en proyectos. Por estar anclados en las potencialidades de la didáctica es que puede resultar interesante, por ejemplo, usar el texto poético para favorecer la formación de los afectos y los sentimientos de los estudiantes o los textos de la música rock para desarrollar su pensamiento crítico.   

No sobra aclarar que no toda didáctica es estratégica. Lo estratégico alude principalmente a la importancia de la planeación y la intencionalidad formativa. El énfasis en la estrategia pone en primer lugar la reflexión y deja en un segundo plano lo táctico, es decir, las actividades propiamente dichas. Se es estratégico cuando antes de llegar al aula, al momento de preparar la clase, se piensa con cuidado en el tiempo de que se dispone, en la secuenciación de los contenidos, en el tipo de modalidades de enseñanza y de aprendizaje que son más indicadas para un contexto y una población determinada. Se es estratégico cuando se dispone un ambiente, cuando se hace transferencia didáctica y cuando se seleccionan las lecturas que van a leer nuestros estudiantes. Lo estratégico, por lo mismo, es lo que permite diferenciar entre docentes expertos y novatos.

Cabe agregar que las innovaciones de largo aliento brotan de un trabajo investigativo. No son meras especulaciones o ideales de enseñanza. Por el contrario, nacen de una juiciosa pesquisa sobre lo que hacemos habitualmente en el aula, de revisar los aciertos y errores, de tomar en serio un trabajo de campo y reflexionar profundamente sobre nuestro oficio de enseñar. Gracias a ello, las innovaciones dejan de ser panaceas de moda o idealizaciones de la profesión docente. 

Lejos del desánimo, la apatía o la congoja, los educadores tenemos que estar más conscientes de la necesidad de mejorar nuestro quehacer e imponernos a diario –en cada una de nuestras acciones– alternativas que favorezcan la calidad de la docencia. No sobra advertir que en épocas de crisis, de confusión o declive moral, es cuando más importante resulta la profesión de los formadores de las nuevas generaciones. De allí la relevancia de innovar y, en consecuencia, el mantenernos atentos a los signos del contexto sin claudicar a la misión de ayudar a otros para desarrollar sus talentos, y buscar por todos los medios seguir capacitándonos y mantenernos actualizados. Tenacidad y ánimo parecen ser el lubricante de las renovaciones y el antídoto contra los estados de inercia o las épocas de estancamiento.