He leído con atención a varios columnistas de los periódicos de circulación nacional que culpan a los maestros de los bajísimos resultados obtenidos por los estudiantes colombianos en las pruebas PISA del 2013. Aunque algunos de los argumentos pueden ser valederos bien vale la pena aportar otros elementos de juicio a este acontecimiento.

Lo primero que habría que subrayar es el simplismo como se ha abordado este problema. Es evidente que las causas o los responsables son múltiples, y si no reflexionamos sobre dicha corresponsabilidad seguiremos estancados y contentándonos con señalar al que a primera vista parece el único culpable de tales resultados.

Porque, para decirlo con verdad, qué tanta responsabilidad también le cabe a la familia, a los padres y madres que –por distintas circunstancias– se han ido desatendiendo de acompañar a sus hijos en esto de cualificar las competencias básicas en matemáticas, ciencias y lectura. Lo común ahora es dejar eso a la institución educativa, creyendo con ello que así se evitan el rol de animadores y reforzadores de la labor de los maestros. Creo que hasta los mismos padres, para hablar de las competencias en lectura, ni son el mejor ejemplo de lectores asiduos ni tampoco sirven de referentes a sus hijos al momento de valorar el diálogo argumentado y desarrollar los procesos de pensamiento. Muy poco se habla en la familia, muy poco se lee, muy poco se participa de los procesos académicos. Podría haber excepciones, pero la mayoría ha echado por la borda la crianza, lo formación de hábitos, el tutelaje de la formación intelectual de sus hijos.

O qué decir de la falta de políticas educativas de largo aliento sobre los saberes básicos, la falta de inversión en este campo, la gestión de coyuntura y unas medidas que por el afán de aminorar el gasto terminan desmejorando la calidad de la docencia y rebajando el estatus de los educadores. No podemos engañarnos. Sabemos de otros países que frente a los bajos resultados de sus estudiantes han tomado medidas lideradas por los ministerios de educación, hacienda y, por supuesto, de comunicaciones. No es agachando la cabeza o minimizando el problema como el Estado y sus estamentos podrán salir adelante. No es con “campañas” esporádicas o meras recomendaciones como las competencias básicas de la población de nuestro país lograrán alcanzar los mejores resultados. Porque, para decirlo sin tapujos, pasado el chaparrón de la vergüenza y el despliegue mediático, ¿qué ha hecho  nuestro gobierno y nuestros líderes en el ministerio y las secretarías de educación al respecto? ¿Dónde está el proyecto, el plan o la política que prefigure un cambio positivo en el futuro?

Y también son responsables los medios masivos de comunicación. ¡Qué lejos estamos de aquellas ideas pretéritas de la televisión educativa! ¡Cuánto hemos perdido al tomar sólo el rumbo del entretenimiento y la programación sólo regulada por el “rating”. ¡Cómo hemos ido entregándonos silenciosamente a la cultura farandulera y de banalidad! Muy poco hacen los medios masivos de comunicación –y hablo ahora de la radio– para aumentar la competencia lexical de los jóvenes, potenciar sus destrezas argumentativas y los procesos superiores del pensamiento. Aunque prestan sus cámaras y micrófonos para señalar el colapso en las pruebas, más allá de eso tampoco se ve un cambio en la parrilla televisiva o alguna propuesta educativa. Todo queda en el efecto mediático, en el escándalo del momento. Por lo demás, cuánto falta de periodismo investigativo para entender cómo se ha llegado a estos bajos resultados o cómo han hecho otros países para mejorar sus competencias básicas. Acá, como en otros asuntos, los medios masivos han sucumbido a la superficialidad informativa olvidándose de su labor de reportería, de ir a las fuentes, de escuchar los diversos actores, de hacer un trabajo de búsqueda documental y contextualización histórica.

Cabe pensar que las instituciones educativas, las escuelas y colegios, también tienen su cuota de responsabilidad. Porque así como hay que tomar en serio un proyecto educativo institucional y un compromiso con el desarrollo de las competencias básicas, de igual modo hay que hacer lo mismo al contratar maestros de calidad y mantener una continua autoevaluación de los procesos docentes. Aquí es justo decir que las instituciones educativas, frente a estos resultados, deberían replantear cambios curriculares, su modelo pedagógico, al igual que atreverse a implementar nuevas modalidades de enseñanza y si es necesario rediseñar la gestión de su plan de estudios. Esto llevaría a reorganizar la enseñanza de los saberes, las prácticas de aprendizaje y la misma planta docente. En nuestros días,  las instituciones educativas necesitan revisar cómo entran a participar de la sociedad del conocimiento y de qué manera asumen las nuevas tecnologías.

Y ni qué decir de otras responsabilidades: las de los mismos alumnos y alumnas de nuestros centros educativos. Hay tanta pereza, tanta falta de compromiso, tanta apatía por aprender que no se pueden esperar otros resultados. A estos estudiantes que confían en la suerte y no en su propio esfuerzo (quizá por el modo de vida pregonado por el narcotráfico); a estos estudiantes que desprecian de alguna manera la tradición y la cultura; a estos estudiantes obsesionados por el consumo; a estos estudiantes les debemos pedir también cuentas. Porque no es solo un asunto de desmemoria o equivocación al momento de hacer la prueba, sino de su flagrante falta de estudio y dedicación. Bien sabemos que el maestro va hasta donde el aprendiz lo permite. Y aunque los docentes hagan su mayor esfuerzo, lo cierto es que si el alumno no hace su parte, todo quedará en buenas intenciones y recomendaciones de papel.

Obvio, no podemos dejar de lado la responsabilidad de los maestros y maestras. Bien porque siguen presos de una enseñanza sin resonancia en el aprendizaje o porque sus estrategias didácticas no interpelan a las nuevas generaciones. O bien porque ha faltado innovación en la forma de evaluar o porque, sencillamente, se ha ido perdiendo el entusiasmo y la pasión por el oficio. A los maestros y maestras les cabe la responsabilidad de ser muy laxos frente a los logros esperados, muy despreocupados por el error flagrante o la confusión evidente de quienes aprenden. Hace falta, en este sentido, recuperar el mandato socrático, la buena mayéutica, para señalar el equívoco, invitar a la autocorrección, propiciar la reflexión y el cambio cognitivo. Mucho trabajo se dirá, sí, pero en ello radica lo medular de la profesión docente, lo indelegable de los buenos maestros.

Como puede verse, los bajos resultados de Colombia en las pruebas PISA competen a varios actores y diferentes instancias. Ojalá, cada quien –desde su lugar– haga su discernimiento y procure contribuir de alguna manera a la mejora de las competencias básicas de los estudiantes. Ese es un deber con nuestro país, pero especialmente con las nuevas generaciones que esperan de nosotros una actitud menos pasiva o de simples espectadores indiferentes.