El maestro Daniel Baremboim.

El maestro Daniel Baremboim.

Una buena manera de aproximarse al sentido del quehacer docente es usar analogías. He mostrado con anterioridad un repertorio de ellas para tratar de entender el ser y actuar del maestro. Porque en muchas cosas se asemeja el educador  con un partero, un agricultor, un pastor o un escultor; y, en otras tantas, con una estrella polar, un ladrón del fuego o con el anfitrión que ofrece un banquete. En esta misma perspectiva, y con el propósito adicional de aprender a argumentar con analogías, les he propuesto a los estudiantes del primer semestre de la Maestría en Docencia, elaborar una analogía en la que logren presentar la esencia del oficio de ser maestro.

No sobra recordar que al elaborar la analogía deben tenerse en cuenta por lo menos tres requisitos. El primero, es buscar para la realidad que deseamos analogar una semejante a partir de la cual logremos hacer comprensible la primera que nos convoca. No es cuestión de aventurarse con cualquier comparación, sino de hallar meditativamente esas posibles realidades que tienen una adecuada y pertinente correspondencia con el tema base de la analogía. Eso es lo primero. Lo segundo, que opera en paralelo  con el punto anterior, es encontrar el mayor número de rasgos equivalentes entre el objeto fuente y el objeto diana. Es decir, inquirir con cuidado en el más alto grado de detalles semejantes. Por eso, no es bueno contentarse con los parecidos de superficie; lo mejor es indagar en semejanzas de fondo, en asuntos sustanciales de las dos realidades puestas en equivalencia. Aquí es conveniente repetir una condición de calidad de las buenas comparaciones: entre mayores sean los rasgos parecidos más fuerte será la validez o el alcance de la analogía. El último de los requisitos es apropiar el vocabulario propio de la realidad analogada. Esos términos de la segunda realidad son los que dan consistencia y amarre; son los que posibilitan una transferencia  cabal; sin ellos los puntos de encuentro quedarían como ruedas sueltas. El dominio de ese vocabulario es la soldadura o amalgama de la analogía.

En consecuencia, es bueno, antes de lanzarse a escribir la analogía, hacer un cuadro comparativo en el que se aprecien las dos realidades y un listado de los diferentes aspectos con las respectivas relaciones en cada columna. Habrá rasgos que nos parecerán obvios y otros para los cuales necesitaremos investigar o empaparnos más de la realidad analogada. Dicho cuadro comparativo servirá, además, como ruta o lista de chequeo sobre aspectos significativos al momento de redactar el ejercicio. Pero no debe perderse de vista jamás la apuesta argumentativa que está en juego. Se busca la analogía para avalar una tesis, una idea o un punto de vista. La analogía está al servicio de un planteamiento y, en esa medida, el desarrollo de la misma debe ir acumulando razones para hacer más convincente una proposición determinada. Digo esto para no confundir la elaboración de la analogía con un catálogo de comparaciones o una descripción expositiva de similitudes.

Con estas recomendaciones en mente bien se puede comenzar a escribir. Confío en que la primera realidad, el objeto fuente (me refiero en esta ocasión al maestro) sea lo suficientemente conocida como para no perder las especificidades, las características y los pormenores de dicha profesión. Lo que sigue, en consecuencia, es meditar en otras realidades semejantes para descubrir qué tanto evidencian, permiten profundizar o ponen al descubierto lo particular de ser docente. Espero, de igual modo, que al redactar estas analogías los estudiantes de posgrado tomen un tiempo para reflexionar sobre su práctica y revaloren la dignidad de ser maestro.