Además de su fuerza y de su tenacidad, más allá de su inteligencia, su imaginación y su potencial creativo, el hombre cuenta con otra potencia igualmente valiosa: la esperanza. En el centro de su espíritu, como si fuera otro corazón, los seres humanos están dotados de esta facultad para el consuelo o la seguridad existencial. Por medio de la esperanza, cada persona puede reconciliarse con lo inevitable, mantener en vilo un sueño o conservar una reserva de optimismo frente a la desgracia o la mala fortuna.
Esperanzarse es, antes que nada, una actitud de confianza. Una forma de asumir la vida en la cual cuenta más el optimismo que la derrota, más lo posible que lo inalcanzable. Quien se esperanza es porque cree sinceramente en la favorabilidad del mundo o de las personas. Alguien que puede superar la siempre falsa y proclive condición humana para apreciar a los seres más en lo que tienen de conversión, de enmienda, de reforma o rectificación. Quien se esperanza es porque, después de poner a los hombres en la balanza, ha descubierto un peso mayor en las virtudes de la corrección que en las ya sabidas manías del vicio o la maledicencia. Además, esperanzarse es partir de otra premisa: hay que creer en fuerzas o energías gratuitas, confiar en presencias invisibles que intervienen o colaboran en muchos de nuestros proyectos, tener fe en ciertos azares o ciertas coincidencias en las cuales participa todo el cosmos. En este caso, la esperanza es la consecuencia de mirarnos como integrantes del universo y no sólo como individuos alejados del amplísimo sistema de la vida.
Bien vale la pena, por lo mismo, no desechar este brío que nos añade la esperanza. Con esa fortaleza nos será más fácil emprender muchos caminos y enfrentar nuestros problemas. Viéndolo bien, la esperanza puede convertirse en un regenerador o vivificador de nuestra existencia. Con su energía podemos de nuevo “recargarnos” para seguir adelante. La esperanza es lo contrario al derrotismo, al pesimismo más chato. La esperanza más que mirar hacia atrás, más que detenerse en lo que ya fue, pone su mira en lo que aún no ha sido, en lo que podría llegar a ser o suceder. No actúa como la esposa de Lot –esa mujer a la que se le dio la posibilidad de salvarse a cambio de no voltear su vista–, ni como Orfeo –ese dios al que se le permitió recuperar su gran amor a cambio de no mirar hacia atrás–, sino que pone todo su empeño en un horizonte donde nada todavía está escrito, en donde cabe todo el juego de fuerzas de la vida misma. La esperanza nos insufla nueva sangre, nos aprovisiona de aire más limpio; nos reanima con un “maná” capaz de darnos las fuerzas suficientes para atravesar los muchos desiertos con que nos encontramos a diario.
Y aunque muchas veces el demasiado esperanzarnos puede ponernos a las puertas de la desilusión, bien vale la pena conservar ese tono interior, esa confianza en la bondad de lo humano, en la realización de nuestros sueños, en la mejoría de los seres y sus obras. La esperanza le da a los seres humanos cierta resistencia espiritual para no doblegarse, para no renunciar, para mantener arriba el ánimo. Hay esperanza en el enfermo por curarse y la hay también en el preso o el condenado que aspira a la libertad; hay esperanza de justicia en el pobre y necesitado, y hay esperanza en los pueblos en guerra que no dejan de soñar en una convivencia pacífica. Tiene esperanza de compañía el más solo de los hombres, de amor, el más incomprendido, y de ayuda, todos esos que deambulan por las calles mendigando un pedazo de pan o unas pocas monedas. Tanto hombres como mujeres actuamos o nos comportamos así porque a todos nos está permitida una “segunda oportunidad”, porque no todo está perdido, porque mientras tengamos vida aún nos queda la posibilidad de la esperanza.
Hay que permitirle a la esperanza que cante silenciosamente sus melodías en nuestra alma. Debemos consentir, de vez en vez, a esta ave de buen agüero. No espantarla para siempre de los alares de nuestro pecho. Debemos oírla con cuidado y tratar de aprender su música. Pues nunca sabremos con certeza cuándo necesitaremos de esos cantos para aliviar nuestro corazón, para serenar los pregones de nuestras dolencias o para no perder el entusiasmo frente al asedio de las propias derrotas.
(De mi libro Custodiar la vida. Reflexiones sobre el cuidado de la cotidianidad, Kimpres, Bogotá, 2009, pp. 213-216).
Cecilia Bustamante dijo:
Cuidar la esperanza
Maestro: mi afectuoso saludo
Qué bonito escribes sobre la esperanza. Hay muchas frases que quisiera retomar, pero me quedo con el párrafo final. “Hay que permitirle a la esperanza que cante silenciosamente sus melodías en nuestra alma. Debemos consentir, de vez en vez, a esta ave de buen agüero. No espantarla para siempre de los alares de nuestro pecho. Debemos oírla con cuidado y tratar de aprender su música. Pues nunca sabremos con certeza cuándo necesitaremos de esos cantos para aliviar nuestro corazón, para serenar los pregones de nuestras dolencias o para no perder el entusiasmo frente al asedio de las propias derrotas”.
Logró conmoverme este enunciado, me parece innegable. La esperanza es uno de los sentimientos más positivos y constructivos que debemos alimentar día a día, ha de ir de la mano con el optimismo. En consecuencia, es necesario que esa melodía de la esperanza tenga ritmo, pero no solo uno, sino el timo y la armonía que necesitemos para que se mantenga el ánimo, se luche con entusiasmo, se construya con firmeza. Consentir esa ave para que vuele firme, para que no se pose sobre una rama y quede por ahí quieta, sino que mantenga la energía, el vuelo erguido y majestuoso. Mantenerla calientita en nuestro pecho y danzar con ella al ritmo de su música puesto que, cuando la necesitemos allí estará para tranquilizar, animar o acallar nuestra alma. De la misma manera, para decirnos que hacer en las derrotas esas que a veces nos toman por sorpresa y nos roban el aliento desmoralizando nuestra existencia.
Vista de esta manera, la esperanza se convierte en ese motor que mueve el día a día de nuestras vidas. Mi madre dice que, “la esperanza es lo último que se pierde” y estoy de acuerdo. No está por demás reafirmar lo que dices al señalar que “Con su energía podemos de nuevo “recargarnos” para seguir adelante”, todo esto significa que, la esperanza no se debe perder nunca, solo hasta cuando se nos agote el aliento y ya no podamos respirar más.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Cecilia, gracias por tu comentario.
Ruby Basto dijo:
Cordial saludo
Gracias por una vez más acercamos al sueño de la esperanza.
La esperanza es fundamentada desde los comienzos de vida, el que muere abraza la esperanza antes del último suspiro.
Ruby
fernandovasquezrodriguez dijo:
Ruby, gracias por tu comentario.
Julieta Romero dijo:
Profe Fernando.
Buenas noches. que bonita lectura tiene palabras y pensamientos que llegan a lo más profundo del corazón.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Julieta, gracias por tu comentario.
Johana Aldana dijo:
Profesor Fernando gracias por este mensaje tan oportuno y que permite reflexionar sobre esas frase ” la esperanza es lo ultimo que se pierde”, aunque la utilizamos como un dicho si se analiza es muy cierta y para muchos es un aliciente
Buena semana
fernandovasquezrodriguez dijo:
Johana, gracias por tu comentario.
fernandovasquezrodriguez dijo:
Jairo Alonso, gracias por tu comentario.
Jairo Alonso Ramírez C. dijo:
Estimado maestro, gracias por compartir estas sabias y pertinentes reflexiones.