Son evidentes las falencias en la escritura de los estudiantes de posgrado. Bien por la poca atención que le han prestado a esta tecnología de la mente o porque los anteriores maestros de la educación básica no se tomaron en serio los productos realizados y apenas marcaron sus trabajos con alguna genérica señal. En todo caso, lo cierto es que al revisar las primeras producciones de los estudiantes son flagrantes las falencias en redacción, ortografía, en la organización y conexión entre las ideas o en la dificultad para identificar las características particulares de una tipología textual.

Además, el poco trato con la palabra escrita contribuye a que los maestrantes y doctorandos sientan demasiado ajenas o complejas las tareas de elaborar un ensayo, redactar una reseña o preparar el informe de avance de una investigación. Y aunque los tutores y profesores les señalen dichos fallos no parece fácil sortear tales carencias; o no en el tiempo esperado. El resultado, como se sabe, es la baja calificación en varios de los cursos y seminarios y el retraso para lograr graduarse debido, precisamente, a que no logran terminar la redacción del trabajo de grado o la rigurosa tesis.

Dados estos problemas es que algunos programas posgraduales se han visto en la necesidad de desarrollar alternativas o estrategias para “aprender a escribir”. A veces, creando diplomados como requisito de ingreso o incorporando al plan de estudios asignaturas dedicadas a estudiar las peculiaridades de la escritura. Otras ofertas académicas, como es el caso de la Maestría en Docencia de la Universidad de la Salle, han ideado un “Nivelatorio” a lo largo del primer semestre de estudios. Estas sesiones combinan tanto los elementos conceptuales de la escritura como el trabajo aplicado de tales conocimientos. Mediante un constante acompañamiento tutorial personalizado los textos de los maestrantes van teniendo diferentes correcciones hasta alcanzar una versión satisfactoria.

Pero no se trata de un común curso de redacción. Este “Nivelatorio” empieza a explorar en los procesos de pensamiento que subyacen a la tarea de escribir. Digamos que la apuesta es por mirar adentro de la “caja negra” de la escritura. En consecuencia, hay ejercicios didácticos encaminados a fortalecer y enriquecer el aprender a pensar, ordenar las ideas, dialogar con la tradición, saber observar, adquirir competencia semántica. De igual modo, se insiste en el uso de ciertas herramientas específicas para escribir como son los diccionarios de uso y de incorrecciones del idioma, los diccionarios razonados de sinónimos, los diccionarios de ideas afines y el empleo de manuales de estilo que ayudan enormemente a tener un dominio comprensivo de aspectos básicos de gramática y composición escrita.

Por supuesto, ese es el trabajo directo con cada uno de los maestrantes. De otra parte, una de las recomendaciones fundamentales dadas a los estudiantes al momento de iniciar el “Nivelatorio” es la de convertir este encuentro con la escritura en un hábito. Si no se adquiere un vínculo con el escribir, si no se cuenta con la voluntad para rehacer los primeros borradores, todo lo que hagan los maestros acompañantes será inútil. Bien se sabe que la escritura, como labor artesanal que es, requiere de ejercicio y constancia para dominar sus pormenores. Entonces, hay que ponerse a estudiar los intríngulis de dicha técnica: ¿cómo estructurar un escrito?, ¿qué características definen las diversas tipologías textuales?, ¿de qué manera la puntuación hace más dinámica la prosa?, ¿cómo usar adecuadamente las preposiciones?, ¿qué son los conectores lógicos?, ¿cuáles son los usos de la tilde diacrítica?

Si hay esa dedicación e interés por el ser y proceder de la palabra escrita pronto se descubrirá que escribir no un asunto de genios o para personas iluminadas. Tampoco que es una ventura o el azaroso resultado de las dádivas de la inspiración. Muy por el contrario, se comprenderá que escribir es un oficio de mejora continua, de ir poco a poco, enmienda por enmienda, estructurando un texto, dándole cohesión y coherencia, llenándolo de fuerza comunicativa. Porque al entrar en relación con las palabras, al ver de frente su sinuosa significación, se podrá descubrir el interesante y difícil arte de poner en escena las posibilidades y las alternativas del lenguaje. Y, desde luego, se tendrá más conciencia del proceso de pensamiento que entra en juego en la elaboración de un escrito.

Puede parecer extraño, pero a veces se necesita llegar a la educación posgradual para asumir en verdad las peculiaridades e importancia de la escritura. Tal vez allí esté uno de los objetivos de la educación superior: la de enseñarnos a leer y a escribir con sentido, la de hacernos competentes para el espíritu crítico y la producción de conocimiento. La formación avanzada implica un salto cualitativo en los procesos de aprendizaje, ya no es suficiente con asistir a clase o comportarse de juiciosa manera; la exigencia es ahora mayor porque obliga al estudiante a encontrar una voz personal, y a exponer o argumentar por escrito sus propias ideas.

Así que, con este preámbulo, invito a los maestrantes de primer semestre de Yopal,  a que se lancen a publicar sus autorretratos morales, sus etopeyas. El llamado es sencillo: vuelvan a escribir.